OBRAS COMPLETAS (I)

LA ESTRELLA DE DAVID FLORENTINO SANTOS BARBERO "Allí tenía la prueba de que los hombres pasan, la historia no”. DEDICATORIA: A Pili mi mujer con quien estaré en deuda eternamente . «Iba Oza al lado del Arca de Dios, y Ajio iba delante; DAVID y toda la casa de Israel iban danzando delante de Yahavé con todas sus fuerzas, con arpas, salterios, adufes, flautas y címbalos» (II Sam. 4, 5) I N T R O D U C I O N Me propongo escribir algo relacionado con un judío de hoy. Está siendo testigo de excepción de cómo van arrasándose sus costumbres ante su impotencia. Compara entonces sus conocimientos ancestrales, con la actualidad. Trata de encontrar cierto paralelismo con las maldiciones bíblicas hacia el pueblo judío. El éxodo, las profecías, también las alabanzas del Cantar de los Cantares, "país de azúcar y miel", el tomillo y la flor del almendro, la vida artesana, los telares, la carpintería primitiva para la construcción de arados, artesas, banquetas, etc... Comprende el fenómeno de la emigración contemplando su entorno, vive aprendiendo del campo, del ganado, sin horizontes, sólo con la naturaleza, el pastoreo..., la caza, el frío, el calor, el agua, el paisaje. Personaje enigmático, no sabe la fecha de su nacimiento, sus padres no viven, no está inscrito en ningún libro de registro, nació en el monte, nadie sabe ni cómo ni cuándo ni dónde; tiene nombre bíblico de sus antepasados, no conoce su historia, carece de cultura, no sabe leer ni escribir; pero sabe guiarse por las estrellas y las estaciones del año. Aunque no sabe escribir se expresa con silbidos y gestos, conoce las costumbres de sus animales, convive con ellos, en invierno, en las crudas noches en la choza hecha de escobas, se acurruca entre el ganado y es cuando siente que no está solo... Come y bebe, productos del campo, de vez en cuando sacrifica algún cordero, toma leche, se hace ropas con pieles, se alimenta de frutas de los árboles y cultiva un huerto que cuida con esmero, en una palabra, es un "Robinson Crusoe" sin pretenderlo. Su contacto con el resto de los mortales se produce gracias a los cazadores, los guardas del campo y sobre todo de los excursionistas y amantes de la naturaleza y ecología, que gracias a David son informados de los mejores pasos de perdices, de los lugares donde hay más conejos y liebres, de los arroyos donde se encuentran las truchas más gordas y en qué lugar están las cuevas y lugares sin hoyar por el hombre. Su naturaleza está aliada positivamente con el entorno y no recuerda haber sufrido enfermedad alguna, salvo una vez que se cayó y debió romperse algún hueso de una pierna y por eso anda un tanto cojo. No obstante todo se quedó en un entablillado más o menos rústico como el que de vez en cuando tiene que realizar a alguna cabra cuando cae por alguno de los muchos barrancos de allí. C A P I T U L O I Años atrás, apenas lo recuerda, la majada donde ahora vive David, era más alegre. Se celebraba cualquier acontecimiento como la matanza, la Nochebuena, en verano la recolección de la cosecha, la mies en la era que parecía un poblado celta también cuando llegaba la época se hacía el queso, ahora ya no. Ahora apenas hay gente que lo quiera comprar. Solamente se hace para el consumo propio. Lo mismo sucede con el grano que exclusivamente se tiene para hacer pan, sobre todo en invierno que hay todo el tiempo del mundo para cocerlo en el horno rudimentario y que además sirve para tener caliente la choza. Tiene David como compañeros inseparables, varios perros de presa, sobre todo uno grande como una oveja, con cara de bueno capaz de matar a un lobo. Lleva una carraca de pinchos como un collar en el pescuezo porque dice David que es el sitio donde primero atacan los lobos. En los largos días de invierno hace cayados que luego venderá en el pueblo, junto con pulseras, cinturones de piel, albarcas, cuernos con un badajo de madera a manera de cencerro y mil cosas más. Lo peor es el invierno. Cuando las blancas nieves cubren no solamente las altas montañas que se confunden con el blanco del cielo y las nubes en forma de algodones, sino también los valles, vaguadas y praderas, quedando cubiertos totalmente los senderos, caminos y callejas; por donde habitualmente se mueve el ganado, de tal forma que pasa todo el día metido en la choza con una gran fogata y la compañía de sus perros. El ganado apenas tiene qué comer. Como no sea la paja que durante el verano ha recogido de la mies y también gracias a un almial que para este menester se prepara en los largos días del estío y con la facilidad que producen los extensos prados cercanos y que David considera suyos, pues nadie le ha dicho nada en contra. Pasa gran parte del día fabricando utensilios. Además de para estar ocupado en algo, con el fin de venderlos en la feria del pueblo, que es por Agosto, aunque saca poco provecho de estas ventas y no siempre sirven para algo positivo porque por no ir más lejos, el año pasado, cuando bajó a la feria apenas sacó nada en limpio. Como no fuera una borrachera, de la que no quiere ni hablar... C A P I T U L O II Cuando bajó al pueblo con sus artesanías, pudo comprobar que había en otros puestos similares al suyo, auténticas maravillas si se comparaban con las de él. Cinturones con brillantes, tachuelas y adornos serpenteantes que deslumbraban al darles el sol. En cambio los suyos eran, eso sí, más fuertes, de auténtica piel, pero sin adorno alguno, salvo los producidos por un hierro hecho ascuas con el que pintaba, grababa más bien, unos dibujos de pájaros, mariposas, flores silvestres, que apenas llamaban la atención. Además estaban los puestos de los melenudos, que la gente llamaba "hippies" y estos también tenían cinturones, pulseras, sandalias y una infinidad de collares, bolsos y pendientes con toda suerte de adornos y metales y hasta unas flameantes piedras hechas como de brasas, sin duda alguna incomparable todo aquello con sus rústicas calladas de raíces y con una cachiporra en la punta. Sus cinturones con la hebilla de huesos de animales, sus albarcas de piel con el pelo para adentro buenísimas en invierno y poco más. Así que acabada la feria, que principalmente era por la mañana durante los tres días que duraba la misma, David recogía su tenderete que improvisadamente, como la mayoría de los que había consistía en su caso, de una piel de cabra sobre la que depositaba los trabajos que sacaba de un zurrón de piel de borrego, tratando de sorprender a sus poco conocidos paisanos, que hasta se cachondeaban de él cuando veían la competencia que tenía que soportar en tales circunstancias, y eso que a él no le importaba pues estaba convencido de que sus cosas eran mejores que la mercancía que tenían los demás. David no perdía de vista a cuantos objetos tenía de sus contrincantes y hasta intercambiaba con ellos pocas, pero interesadas preguntas. Una vez vio a una chica que también se dedicaba a esto de la venta de la artesanía, un collar hecho de conchas, como los caracoles y babosas que él conocía pero mucho más pequeñas y con colores que él ni siquiera había visto, que solamente se podían comparar con aquellos que tan a menudo, contemplaba en las fulgurantes puestas de sol, en otoño, cuando allí sí, allí podían contemplarse todos aquellos colores y otros muchos que con seguridad esa chica de conocerlos los habría pintado en sus artilugios. A David todo cuanto veía le daba ideas para sus próximos trabajos. Haría collares con las cuentas de dientes afilados de los animales y con huesillos, que él limpiaría hasta dejarlos tan brillantes y blancos que relumbrarán como aquellos que tenía delante. También se había fijado que en las albarcas que él confeccionaba, podía cambiar los tonos de las distintas tiras, poniendo correas de distintas pieles: en la puntera piel de cabra vuelta con los pelos para adentro, a los lados correas de piel de conejo con los pelos para afuera, y el suelo, ese no podía cambiarle, tenía que ser por fuerza de la dura piel de vaca y además en varias capas para darle consistencia y duración. Sin embargo no podía cambiar nada referente a las hebillas, tenían que seguir siendo de hueso, no disponía de nada de metal, solamente su afilada lezna que tenía de siempre, una navaja, comprada casi con toda seguridad en la feria algún día del que ya ni se acordaba y los cabos que él mismo preparaba para coser las hebillas y los suelos de las albarcas. Evidentemente tenía que mejorar mucho su artesanía si no quería ser olvidado por su clientela que cambiaba sus gustos por las atractivas chucherías de los "hippies"; eso sí, en lo que no tenía ninguna competencia era en las calladas, esas sí que las vendía como churros. Además era casi siempre a gentes del campo, feriantes de ganado que conocían y apreciaban la calidad de estas calladas que para David eran muy fáciles de fabricar dada la pericia que había adquirido en este tipo de trabajos. En otoño, cuando las tardes ya son de un color parecido al de las violetas y los árboles apenas tienen hojas, dejan entrever por sus vanos las mejores vainas para este tipo de cayados. David con buen ojo y mejor criterio, mientras cuida su rebaño acompañado siempre de sus perros, va seleccionando aquellos tallos de fresno, junto al río, aquellas varas de roble en lo alto de la colina y cuando pasa sus ratos recogiendo leña, troncos y raíces para el largo y próximo invierno. De vez en cuando aparta el material más apropiado para hacer sus futuras calladas. Unos porque tienen en la terminación de su raíz una verruga que servirá para una elaborada cachiporra, que le dará una gran consistencia. Otros porque están tan retorcidos que más que un callado, puede parecer una barra como la de los balcones de las casas de los ricos del pueblo, que forman auténticas maravillas en las balaustradas de sus fachadas. Y así David, poco a poco va acumulando no sólo material, también ideas, a través de la selección de esta variada materia prima, para luego poder ya dentro del chozo, tratar no solamente de efectuar estos trabajos, que poco rendimiento le producen, sino además, estar entretenido en gran parte de este tiempo en que aislado, sin ningún contacto humano y por un largo período, tiene que pasar uno y otro día. Cuando esto ocurre, David ya lo sabe, los días son cortos, las noches largas, el frío mucho y la comida hay que administrarla bien. En este sentido, en el de la comida, David no tiene problemas... C A P I T U L O III En el chozo que es grande y que a través de los años ha ido recomponiendo cada vez con más solidez, no falta de nada. La ubicación es fundamental, cuando se construyó, él apenas lo recuerda, se buscó un sitio al abrigo de los vientos, que al ser sierra, soplan con todo el brío que les da el estar libres de impedimento alguno; tan pronto soplan de arriba como de abajo, de una lado o de otro, o sea, por los cuatro costados, de tal manera que a la hora de construir el chozo, sus padres o quien fuera, eso a David le da lo mismo, buscaron un sitio donde además de ser fácil el acceso, teniendo en cuenta las intensas nevadas que caen en invierno, no fuera la choza anegada cuando empieza el deshielo, y además tiene que estar el ganado también cerca de la atenta mirada del pastor, salvaguardado no sólo del rigor del invierno, también de los lobos que en estas circunstancias se atreven a atacar a todo cuanto se mueve. Pero David, había pasado ya muchos inviernos crudos y largos y había sobrevivido, lo cual le daba cierta confianza y estaba bien seguro de que la elección de su chozo era la adecuada a las circunstancias y necesidades de su vida. Se había construido el chozo entre los sillares de unas enormes piedras de granito como corresponde a la sierra de Gredos a la que pertenecía el territorio de nuestro protagonista, habían tenido en cuenta los antecesores de David, no solamente los rigores del invierno a todas luces duros y difíciles sino también los del verano en los cuales, sobre todo en las horas de siesta superaban a veces las penalidades sufridas en invierno. Junto a estas grandes defensas naturales de piedra, también había unos enormes castaños centenarios, a juzgar por las oquedades de sus troncos, que dejaban entrever sus entrañas, fruto del paso del tiempo. Cuántas veces David, había guardado en estos huecos sus viandas y con unas piedras taponaba la boca que hacían las veces de auténticas despensas. Siguiendo con la descripción del lugar de ubicación del chozo, muy próximo al mismo había una extensión de tierra cultivable, con cerezos, almendros, ciruelos y varios árboles frutales más; hasta unas cepas, enraizadas en una gran pared que más bien parecía una muralla de la cantidad de piedras que habían ido acumulando, lo que se llamaba un majano, haciendo cerco a esta tierra de labor, y seguramente para también evitar la erosión de la misma, que el viento y el agua hostigaban con saña sobre ellas. Justamente por delante del chozo, pasaba un arroyo, que tanto en verano como en invierno se mantenía vivo, pues procedía de un manantial inagotable, detrás de las grandes rocas o seguramente del fondo de las mismas quién sabe... Alrededor del chozo, se había construido una pared de piedras pequeñas, medianas y grandes lo que se había encontrado por allí y que era fácil dado lo pedregoso del terreno, serrano por excelencia, igualmente que con el huerto rodeando en este caso la base del chozo y ampliado a otro recinto, y mucho más grande para el ganado, además éste último con varias dependencias, separadas entre sí como un laberinto. Una vez allanado el terreno en el interior de este muro protector que alcanzaba bien seguro hasta dos varas más o menos, por el exterior, y para evitar que entrara el aire, el frío, el agua y algún que otro visitante indeseable, se había procedido a tapar las separaciones entre las piedras puestas con gran precisión, y combinando las grandes con las medianas y pequeñas para cubrir los huecos lo más posible que permitían las poliédricas formas inverosímiles de las mismas , con juncos, hojarasca y con estiércol del ganado, con lo cual, se había propiciado al mismo tiempo el nacimiento de una gran flora de plantas, helechos, florecillas, y sobre todo una jungla de zarzas que hacían impenetrable el paso a personas o alimañas como no fuera por la puerta de entrada, que estaba prácticamente abierta en verano y cerrada con una serie de artilugios en invierno. Y sigamos con el resto del chozo o de la choza, que para el caso es lo mismo. Sobre este muro, natural de piedras de un espesor más que considerable, en una parte no había hecho falta poner nada, pues la pared de rocas servía de cierre a este ordenado círculo, además, desde allí, desde esta pared natural, dada su considerable altura de casi tres metros, arrancaban unas tozas de árboles diversos, castaños, robles, alisos, fresnos, lo que más a mano se encontró cuando se empezó a construir la majada. Una vez bien tupido el que sería el techo de la choza y con estas tozas maestras, se cubrió con un entramado de ramas, atravesando el sentido de las vigas y dándole cierta inclinación o caída para que no se depositaran fácilmente encima las nieves que no hay que olvidar frecuentemente cubrían los más altos picos de la sierra. Encima de esta variada tramoya se pusieron grandes escobas, un arbusto que crece con gran facilidad y abundancia por aquel entorno y que servía y sirve para en invierno iniciar el fuego cuando la leña está húmeda por las escarchas, nieves, lluvias etc... y en verano como protector del sol que implacable cae en estas latitudes. Cerrados todos los resquicios por donde pudieran entrar, cualquiera de los elementos naturales o animales tanto en el techo como en las paredes exteriores, en el techo además se ponían unas grandes piedras separadas y estratégicamente colocadas, con el fin de que el aire no lo pudiera levantar, pues dado el ímpetu con que soplaba a veces, hasta podía llevarse por delante la techumbre. Tal era el acondicionamiento y el tiempo que había pasado por este habitáculo, que podría decirse que no había ni cielo ni tierra que pudiera moverlo de allí, era como si con las grandes zarzas que habían nacido junto a él, también hubiera echado raíces y el tejado, ya no dejaba ninguna duda de que permanecería allí eternamente si bien había que tener precaución con el fuego, había de calcularse, hasta qué altura debían llegar las llamas , problema que solamente tenía que tenerse en cuenta en la época de invierno, pues en verano había otros apaños fuera del chozo, pero en invierno había que andar con cuidado, aunque la naturaleza aliada con el entorno, caso de que subiera alguna chispa, al arder la leña seca, ésta encontraba un techo, humedecido por el deshielo de la nieve con lo cual quedaba el problema resuelto definitivamente. Además David ingeniosamente había practicado un boquete a manera de chupón por donde desahogaba el humo y servía de tiro para la lumbre. Sobre una gran lancha de piedra plana que en el suelo se había descubierto como si de una raíz o parte de la misma pared se tratara, ardía constantemente una gran fogata como punto central y con unas largas lenguas de fuego, formando cambiantes sombras en las paredes de escobas de la gran choza. Sobre dos mojones o piedras gordas se apoyaban dos o más troncos de raíces que ardían durante días, manteniendo vivo el fuego en la medida que hiciera falta. De un saliente de la piedra que servía de pared a este fuego, David colgaba un caldero, para cocinar un buen guisado de carne con patatas, que era el menú habitual y que desprendía un olor que envolvía todo el entorno, cuando no un olorcillo a asado sobre las brasas, característico, por el que se podía intuir la vida que se desarrollaba dentro de tan peculiar hábitat. El interior de la choza, estaba perfectamente acondicionado a la forma de vida y peculiaridades de su único habitante. Las paredes que como hemos dicho hasta un nivel suficiente eran absolutamente de piedras, daban lugar a un sinfín de huecos que David aprovechaba para a manera de estantes colocar todos sus enseres de trabajo, cazuelas de barro, útiles y herramientas de labranza y sobre unos palos salientes de la pared, colgaba sus ropas para secar y sus pieles para el trabajo ya una vez curadas al sol y debidamente curtidas y limpias, trabajos que realizaba preferentemente en verano, a pesar de que ello era motivo de una gran avalancha de moscas, insectos y mosquitos de todo tipo atraídos por esta singular faena. No faltaba en este recinto un lugar privilegiado, no muy cerca de la lumbre, pero tampoco separado, para un camastro construido con varias ramas de árboles, en el sitio donde menos humedad había. Estaba ubicado en la parte más lejana de la entrada y consistía en una especie de hamaca con varias pieles de animales y hojato de mazorcas de maíz o panochas de millo, en una especie de colchón hecho también de pieles y que le daban una gran consistencia y confort, además de producir calor en invierno y prevenir del mismo en verano. No podía faltar en tan peculiar hogar, un sitio donde guardar los alimentos, sobre todo aquellos que había que administrar con gran tino, aceite, harina, azúcar, sal etc... para ello David disponía de una especie de vasal, hecho de estacas más o menos simétricas, en las cuales unas calabazas curadas y debidamente vaciadas, a falta de vasijas, tenía para este menester y como la boca de las calabazas es más bien pequeña, no había peligro de contaminación alguna así como de la incursión de insectos o pequeños roedores no deseables. Nunca faltaban las ristras de ajos, pimientos secos al sol y algún que otro atado de cecina, zambombas con lomos secados al humo de la estancia con un agradable y característico sabor así como también alguna que otra pieza de caza, que a base de trampas y lazos cobraba de los lugares más inhóspitos. C A P I T U L O IV A pesar de todo, David conocía muy bien sus carencias y limitaciones, solamente en verano se veía más consolado con las visitas que recibía casi a diario de excursionistas que en grupos y a veces en solitario hacían las delicias de este olvidado hombre en la serranía. Sin embargo David dentro de su modo de vida se había organizado de tal manera que no solamente había aprendido a sobrevivir, sino que bien pudiera asegurarse que vivía mejor que muchos de quienes iba conociendo, al menos esto era lo que le transmitían sus visitantes, sobre todo si eran de Madrid, quienes más énfasis ponían, en cuanto eran conocedores de la vida y milagros de David y manifestaban rápidamente su envidia ante la forma tan natural de vida que llevaba, admiraban su tranquilidad en contraste con la azarosa vida de la gran ciudad, sus rudimentarios medios para alimentarse, su forma de vestir y calzar y que, en su semblante no había síntomas de contaminación, su mirada limpia, los ojos brillantes, la tez morena y curtida por los vientos, la cara tersa y el pelo moreno y abundante, eso sí, un tanto descuidado como su poblada barba, que le daban un atractivo primitivismo. Era hombre de pocas palabras, apenas mantenía contacto humano, salvo en sus incursiones al pueblo en sus fugaces visitas para proceder al trueque de sus mercancías. David quizás porque vivía en la cumbre de las montañas, era un poco inocente en su trato, no conocía las triquiñuelas del resto de los mortales, no sabía leer ni escribir pero estaba al corriente de las noticias, conocía de una forma somera los grandes adelantos de la humanidad, sin llegar a profundizar en sus ventajas, sabía de la existencia de la televisión, radio, teléfono y hasta electrodomésticos tan sofisticados como el frigorífico o los calentadores de agua, lavadoras etc... Conocía los coches y las motos pero muy superficialmente. David era consciente de su natural aislamiento, semivoluntario, pero no ansiaba las cosas y forma de vida de sus paisanos, además, cuando bajaba al pueblo, estaba en ascuas y su único deseo, era volver a la majada, donde le esperaban sus perros, sus animales, sus cosas, y mucho antes de llegar cargado con sus alforjas, repletas sobre todo de alimentos, los perros salían a su encuentro con gran alborozo, moviendo el rabo y dando piruetas y alaridos de reconocimiento y alegría, a los que respondía David hablándoles y silbándoles a medida que se producía el encuentro y echándoles cualquier chuchería a la que no estaban acostumbrados componiendo todo ello una escena festiva poco corriente por aquellas latitudes. La propia naturaleza y el entorno, el paisaje, parecían aliarse con David dándole su bienvenida. A David le dejaban a veces un tanto intranquilo y pensativo alguna de las visitas que recibía, como siempre inesperadamente. Como aquella de aquel mismo verano que dejó en él una profunda huella imborrable.. Todo ocurrió un buen día, serían las horas del mediodía más o menos, por la altura en que se encontraba el sol, era en pleno verano, sin embargo había todavía nieve en los neveros de la sierra, allá en Pinajarro, en las vaguadas donde nunca da el sol, en lo profundo de las simas, y no digamos en el trampal una cueva natural donde las sempiternas nieves petrificadas eran auténticas rocas de hielo y corazón de tantos manantiales como hay por aquellos parajes. Aparecieron de pronto en la majada de David un grupo de excursionistas al parecer dos hombres y una mujer, jóvenes, con ropa y atuendos de atractivos colores, sobre todo para David, que en su ropero personal apenas había prendas como no fueran las pieles más o menos curtidas con las que formaba sus gruesos chalecos que de una forma artesanal había confeccionado de siempre y los eternos pantalones de pana parda por el paso del tiempo. Pero aquellos colores, las cremalleras los adornos, escudos y botonaduras de los petates, llamaban poderosamente la atención de David como también unos grandes cuchillos de monte que llevaban al cinturón de color verde los hombres o jóvenes y las brillantes cantimploras atadas con enganches dorados a su cintura y las botas tan fuertes y gruesas que ni una piedra ni una picadura de alacrán podrían atravesarlas y los jerseys y los pañuelos al cuello y los sombreros, todo, todo, le llamaba la atención a David que contemplaba embobado cómo se le acercaban al mismo tiempo que sujetaba con gran esfuerzo a los perros cogidos por el collar, que trataban con empeño de soltarse y lanzarse a los intrusos que en ese momento hacían acto de presencia. David quería transmitir confianza a los chicos, increpando a los animales y dándoles a entender que nada tenían que temer y que se acercaran sin cuidado alguno. Una vez el grupo unido en torno a David y acariciando las grandes cabezas de los perros, empezaron a dialogar entrecortadamente pero clarificando poco a poco a David y explicándole cómo habían llegado hasta allí por causalidad guiados solamente por una gran columna de humo que salía hacia el infinito de la hoguera que siempre permanecía encendida para preparar las comidas... Le fueron explicando que habían tenido un percance en el grupo y que parte del mismo se había quedado en el lugar del suceso y ellos tres se habían dirigido en busca de auxilio, si bien empezaban a darse cuenta de su error, pues de bien poco les valdría el trecho recorrido a través de aquellos andurriales para ellos desconocidos y llenos de maleza, zarzas, insectos y grandes esfuerzos tratando de llegar hasta la señal de humo que ahora tenían delante y comprendían su despropósito dadas las carencias que observaban. Su pretensión era encontrar alguien que les pudiera ayudar y a la vista de la precaria situación más bien podían ellos aportar algo nuevo. Sin embargo David se interesó y quiso conocer detalles acerca del accidente y entonces la chica del grupo, más bien una niña, eso sí, muy bien proporcionada a juzgar por lo que David veía, intuía y sentía ante la presencia de una rubita, que quizás por el calor y el sofoco del camino o tal vez por la preocupación del hecho que les había llevado hasta aquel lugar, presentaba una cara del color de los melocotones maduros y unos ojos que parecían estrellas azules en una noche de luna llena. Una gran trenza recogía su largo pelo que le caía sobre el hombro izquierdo terminando en una cinta de color carmesí sobre el pecho, llevaba una camiseta con botones en la parte delantera, que se resistían a estar abrochados y por la abertura dejaban entrever unos tirantes de alguna insospechada pieza interior de color brillante, como el agua del pantano en la lejanía del horizonte cuando se dibujaba con absoluta claridad en las soleadas tardes de invierno. David, mientras pensaba todo esto, se le agolpaban las ideas en su mente, nunca hasta ahora había sentido nada parecido ante la presencia de una persona, quizás fuera la situación novedosa o el ver unas personas en apuros. Mientras los recién llegados se iban despojando de sus pesadas mochilas y con cierta despreocupación iban dejando junto a un enorme tronco de castaño todas sus pertenencias. David que no quitaba ojo de la chica, iba descubriendo las formas y contornos de la muchacha a la que como magnetizado no podía resistir dejar de mirarla, sentía un regusto especial quizás sin que ella fuera consciente de que estaba siendo sometida a examen y espiada con especial interés. David como volviendo en sí de su arrobo, les indicó que no dejaran las mochilas en el suelo, que mejor las colgaran de los pezones que salían del averrugado tronco para evitar quedar al alcance de los perros que no hacían más que olfatear una y otra vez adivinando una suculenta merienda, o tal vez el olor a las cremas y mejunjes de la niña. Una vez desembarazados de todo impedimento y despojados de sus camisas, ellos se refrescaron en el padrón que a sus pies pasaba tranquilo con las aguas más cristalinas y frescas que jamás habían visto, y ella, la niña se pasaba un pañuelo que se quitó del cuello restregándose una y otra vez su cuello y cara mojando el pañuelo en el arroyo, por la abertura de la camiseta que a David le tenía como hipnotizado. Una vez refrescados comenzaron a contarle a David, cómo había sucedido lo del percance, de uno de los componentes de la acampada, como ellos llamaban a la excursión a la sierra. Llevaban ya dos días , habían situado sus tiendas de campaña en un llano a los pies del pico más alto, el Pinajarro, montaban guardia haciendo turnos, mientras unos vigilaban el campamento, el resto , unos diez o doce se disponían a explorar los alrededores tratando de pasar unos días felices, lejos del mundanal ruido y las penurias que la ciudad les somete a diario, aunque no todos eran de Madrid también había gente del pueblo. De repente uno de los componentes de la marcha que avanzaba por entre rocas y riscos tratando de llegar a lo más alto del pico pisó en una piedra saliente de la vereda, desprendiéndose y cayendo desde una altura considerable, entre rocas y arrastrando en su caída, trozos de retamas, tierra o sea un amasijo y una gran polvareda, quedando por fin parado a una gran distancia del resto de la hilera. En tal situación y viendo que el accidentado no daba señales de vida, temiéndose lo peor, decidieron suspender la escalada al Canchal y volver con precaución y lo más rápidamente posible hasta el lugar donde se encontraba el desafortunado siniestrado. Al rato después de grandes esfuerzos y cuidados para no desprender en el descenso alguna piedra que pudiera acentuar más aún la situación del herido, llegaron al sitio donde se encontraba éste encajado sobre una grieta con piedras encima, la cara ensangrentada y llena de tierra, temiendo realmente por su vida, pues no apreciaban movimiento alguno en él. Comenzaron a limpiarle con agua de sus cantimploras y al rato parecía dar señales, si bien le decían levantando la voz, como si el herido anduviera ausente, que no se moviera, no fuera a ser que rodara todavía más abajo y que se hiciera más difícil el rescate, pues próximo al lugar donde se encontraba había una cueva en cuyo fondo se vislumbraba una masa blanca o sea nieves perpetuas, que eran muy frecuentes en ese lugar de la sierra. Una vez reunido el grupo con gran cuidado y trabajosamente sacaron al herido, le posaron sobre una gran lancha plana de piedra, empezaron a vendarle las múltiples heridas en cara, cabeza, brazos, piernas, en fin, tenía heridas en todo el cuerpo, como dijo uno del pueblo, estaba hecho un eccehomo, no había un trozo de su cuerpo que no presentara magulladuras, moratones, heridas de más o menos consideración, pero lo importante es que recobraba el conocimiento y aunque un poco fuera de sí, conmocionado por la caída, decidieron bajarle al campamento, para lo cual hubieron de improvisar unas parihuelas, con dos ramas de leña que encontraron metiéndolas por las mangas de los anoraks, haciendo una perfecta camilla. Una vez en el campamento, siendo conscientes de la gravedad del herido, sobre todo de una herida en una rodilla, que empezaba a abultarse y ponerse de un color negruzco tirando a marrón, se preguntaban qué hacer en tan extremada situación, fue entonces cuando mirando hacia el cielo, probablemente implorando el auxilio divino, la niña que ahora estaba frente a David, divisó la columna de humo que les condujo hasta allí, pues pensaron que llevarle al pueblo en ese estado sería una temeridad, además de tener que suspender tan temprano la excursión que con tanto empeño e ilusión habían programado durante mucho tiempo. David escuchaba atento sin perder detalle, viendo que realmente, por cuanto le estaban contando poco o nada podía él hacer, sin embargo cada vez que cruzaba la mirada con la de aquella niña sentía la necesidad de no perder el contacto aunque fuera visual con ella y sin pensarlo mucho dispuso sus cosas y decidió acompañarles. Lejos de celebrar esta iniciativa los visitantes trataban de convencer a David para hacerle desistir de su empeño, pero él les aseguró que aunque nada pudiera hacer que no hubieran intentado ellos, al menos les serviría de guía a la vuelta al campamento y no les sería tan difícil como la venida, que nada más ver el campamento de lejos les dejaría encaminados y él se volvería a la majada... La chica, quizás con más sentido intuitivo que sus compañeros, sintió que David se hubiera dado cuenta de su incapacidad y que hubiera quedado ante ellos en evidencia y se sintiera tal vez herido en su interior. Le animó a que les acompañara y así conocería al resto de la expedición, ante lo cual, David con una lucecilla que hacía que sus ojos brillaran de una manera especial, empezó a llamar al ganado, los cuales ante lo inusual de la hora apenas hacían caso de los silbidos de David y los ladridos de los perros, pero al rato ante su insistencia comenzaron a entrar en el corral o recinto que junto a la choza tenía David dispuesto para las distintas especies de animales, cabras, ovejas, vacas, cerdos, gallinas etc.. Cerró el paso del corral con ramas y piedras como era costumbre, entró en la choza, cogió el zurrón y un callado como los que vendía en la feria, cerró el chozo, apagó el fuego y acompañado de uno de sus perros, al otro le obligó a permanecer con el ganado, se dirigió con el grupo hasta el campamento.. C A P I T U L O V Por el camino fueron preguntando a David acerca de su vida, de cómo y desde cuándo vivía allí en la majada, al parecer tan solo y olvidado, cómo pasaba el tiempo, si apenas disponía de nada... David al tiempo que avanzaba con más destreza que los demás por aquellos vericuetos, que le llevarían hasta la falda del Canchal de Pinajarro, les contaba cómo podía al bombardeo de preguntas a que estaba siendo sometido por sus acompañantes, seguramente estos deseosos de conocer cómo era posible una vida como la que llevaba David con tan pocos recursos. El les contaba que apenas notaba las carencias que ellos apuntaban en su vivir diario, con sus animales, los productos del campo que cosechaba y el rendimiento que obtenía, tenía resuelto el sustento diario y hasta podía permitirse de vez en cuando llevar parte de estos productos al pueblo, con lo cual adquiría aquello que le faltaba, ropas, enseres etc... prácticamente nada, pues había aprendido desde siempre a apañárselas con lo que la naturaleza y su esfuerzo le daban, que era mucho... Desde lo alto de un cerro, después de un largo camino, que a los acompañantes de David se les antojaba corto, no muy lejos de allí se podía divisar, lo que ellos llamaban el campamento cuatro o cinco tiendas de vivos colores ordenadas en círculo y donde también salía una fina hebra de humo señal de que sus moradores no andaban lejos de ellas. La niña, se dirigió a David con una alegría especial en su rostro, por la seguridad que le producía encontrarse de nuevo con los suyos y le dijo: mira, aquella tienda de color naranja, indicándole la situada a la derecha de la formación, es la de mi hermana y mía, a lo cual David sin entender en qué podía a él interesarle saber aquel detalle, asintió con la cabeza, y ella prosiguió la enumeración del resto de las tiendas, - " aquella azul es la de Paco y tres amigos más, la verde jaspeada como camuflaje del ejército es la de Pili y sus hermanas Ana y Marisa, la más oscura y también la más grande es la de Floren y Luli, un matrimonio joven y esa otra que tiene levantada una portezuela sujeta con dos palos es la de Juanjo, el herido y de Antonio que es uno de los que viene con nosotros" con lo cual David conocía en principio más o menos la composición de la expedición compuesta en proporción parecida entre hombres y mujeres. No había pasado mucho tiempo cuando se personaron en el campamento siendo recibidos con muestras de alegría por los allí presentes, sin ocultar su preocupación por el estado de Juanjo y tratando de averiguar con avidez qué clase de ayuda habían encontrado al verles acompañados de un personaje para ellos totalmente desconocido. Trataban de explicarles lo difícil que les había resultado dar con David, cómo éste les había recibido y se había ofrecido a acompañarles haciéndoles muchísimo más fácil la vuelta, porque era evidente que para aquel desconocido, aquellos lugares no guardaban ningún secreto y se movía por ellos como pez en el agua. Sin embargo de lo que no estaban tan seguros, era de que hubieran logrado su propósito de traer auxilio, toda vez que David carecía de cualquier conocimiento para este menester. NO obstante confiaban en su sabia y natural pericia al subsistir en la sierra solo y sin necesidad de médico alguno por cuanto era obvio que en alguna ocasión debió de encontrarse en circunstancias difíciles y salió airoso. La rubia cogió de la mano a David, que permanecía estático, sin hablar nada, asombrado ante tantas cosas para él desconocidas: las tiendas, las mochilas, los enseres, las ropas colgadas a secar en unas improvisadas cuerdas, las chicas y chicos de una edad más o menos igual que la suya, las prendas de vestir, extrañas para lo que él estaba acostumbrado a ver cuando bajaba al pueblo, única ocasión que tenía de apreciar este tipo de cosas. Lo que más le llamó la atención, era la ropa que llevaba una chica morena con el pelo recogido en un moño en la nuca y que apenas tenía puesta otra cosa que una cinta ancha que le tapaba los pechos y una especie de calzón, que terminaba en lo corto de sus perneras, como los flecos de unos cojines que él había visto en alguna ocasión probablemente en la taberna del pueblo o puede que en la parte trasera de algún coche, solo que estos estaban hechos a propio intento, además su espalda, la cara, brazos y piernas, estaban completamente colorados por el aire y el sol que por allí arrea de verdad. La niña tiraba de la mano de David como arrastrándole y despertándole de tanto asombro indicándole que le acompañara hasta la tienda de Juanjo, el accidentado. Al entrar, David vio que sobre una colchoneta azul brillante, se encontraba un muchacho de aspecto atlético, musculoso, fuerte semidesnudo, con unas cintas blancas cubriéndole prácticamente desde la cabeza a los pies. Pudo darse cuenta que una de sus rodillas se encontraba curvada haciendo la forma del ojo de un puente y sobre la cual se veía una mancha que atravesaba las telas y pañuelos con que la habían cubierto. Una de las muchachas que se encontraban junto al herido, que montaba guardia, le explicaba a David, la preocupación que tenían todos por el estado del enfermo, sobre todo por la herida de la rodilla. Juanjo que estaba medio adormilado posiblemente por las magulladuras y también en parte por los calmantes que le habían suministrado, al verle y comprobar que se acercaba una cara extraña para él le alargó la mano, pero David un tanto azaroso en lugar de estrechársela como normalmente ocurre, se la cogió con ambas manos apreciando rápidamente que tenía una temperatura ardiente comparada con la suya o lo que es lo mismo tenía calentura y eso él sabía que era malo. David, que empezó a disculparse por sus desconocimiento les daba a entender, que no se hicieran demasiadas ilusiones con su intervención pero que eso sí, que si era cosa de acompañar a alguno de sus compañeros al pueblo en busca de ayuda que él lo haría encantado. De todos modos, ya que estaba allí podía intentar ver la herida que tanto les preocupaba, por si se pudiera hacer algo, a lo cual asintió tanto el enfermo como sus acompañantes. La chica que cuidaba comenzó a quitarle el vendaje que cubría la herida entre gemidos por parte del herido, mientras David se daba cuenta a medida que quedaba al descubierto la rodilla de la importancia de la misma. Sin embargo no le parecía para tanto como al resto de los que allí estaban. Había, eso sí, una gran herida abierta como consecuencia del arrastrón sobre las rocas y un abultamiento de apariencia negruzca que no era otra cosa que la tumefacción del propio golpe y posiblemente la descolocación de algún hueso salido de su sitio, algo que él conocía, pues en ocasiones sus cabras y ovejas habían caído por un risco y él lo había solucionado estirando sus huesos con fuerza para colocárselos. David le dijo a Juanjo que no se moviera mucho, que procuraría no hacerle daño, y trató de quitarle importancia al asunto explicándole que el bulto no era sino un hueso salido de su lugar y que una vez colocado sentiría gran alivio. Juanjo empezaba a confiar en él por las palabras que le estaba dedicando, pero se temía lo peor, este individuo le dejaría cojo de por vida, ¿cómo iba a curarle con solamente las manos?.... sin embargo no había alternativa, así que nada... no le quedaba más que confiar en aquel tío de aspecto joven pero con ropas de mayor. David le cogió la rodilla con las dos manos, ante las quejas del herido quien temiendo le fuera a hacer daño, acentuaba sus lamentos, David con un inesperado movimiento, presionando sobre la rodilla, girando al mismo tiempo hacia adentro dejó la rodilla rígida pero plana sobre la colchoneta. Comenzó a sangrar la herida y todo esto sin apenas dar tiempo a las chicas y al propio Juanjo a darse cuenta de cómo lo había hecho. David se sorprendió de que el herido no hubiera gritado al realizar aquella maniobra, pero éste lejos de quejarse, se incorporó de medio cuerpo no dando crédito a lo ocurrido y al parecer ya sin sentir los terribles pinchazos de antes. Una de las chicas comenzó a tapar la herida, pero David dijo que era mejor dejar salir sangre hasta conseguir que bajara la hinchazón y que ya se apreciaba no era tan alarmante como antes. Pasados unos momentos el herido que apenas se atrevía a moverse manifestaba en cambio su mejoría, David cogió de nuevo la rodilla y él ya no opuso resistencia y comenzó a moverla de un lado a otro de arriba abajo sin que apenas sangrara, lo cual demostraba el éxito obtenido, entonces cogiendo David su zurrón sacó de él un emplaste hecho con hojas de leche interna y aceite, manteca y sebo, le puso una pequeña cantidad sobre la rodilla y le dijo a la chica que se lo tapara pero sin apretarle mucho la venda para que pudiera caminar poco a poco, que sería el mejor remedio. Corrieron las voces entre los acampados de lo que había hecho David, no ocultaban su alegría ante la nueva situación y más animados aún cuando vieron aparecer en la puerta de la tienda a Juanjo que les recordaba los dibujos de los libros de texto, en la resurrección de Lázaro.. No sabían cómo agradecer a David, lo que había hecho, le daban palmadas en la espalda, estrechaban sus manos, le ofrecían comida, refrescos de todo y la niña rubia, esto David no lo olvidaría nunca le dio un beso en la cara, mientras un escalofrío recorría todo su cuerpo de arriba a abajo. Pasados estos momentos de eufórica alegría y agasajos por parte de todos, David, que veía cómo se echaba la tarde encima, insinuó que debería volver a su majada, no es que le preocupara la oscuridad, sabía desenvolverse tanto de día como de noche por aquellos senderos para él tan familiares, pero tenía que atender al ganado y además ya no pintaba nada allí... Juanjo que se sostenía gracias a la rama de un árbol en forma de horca a manera de muleta, se adelantó y poniéndose frente a David le daba muestras de agradecimiento prometiéndole si no era este año, al próximo ir a visitarle a la majada y diciéndole que le pidiera lo que quisiera, que se lo daría o proporcionaría fuera lo que fuera, en ese instante Juanjo no sabía qué hacer para agasajar a David, qué darle además de las gracias y como si de pronto le hubiera llegado una idea inesperadamente entró en la tienda y salió de nuevo de ella con un precioso machete de monte y dirigiéndose a David hizo que lo cogiera a pesar de que éste se negara insistentemente que terminó por examinarlo con los ojos centelleantes de alegría e ilusión por cuanto representaba aquel objeto para él... David acostumbrado a no recibir nada si no era a cambio de algo se quitó una de sus pulseras en forma de trenzas hecha con finas hilachas de piel que adornaban una de sus muñecas y se la puso a Juanjo, como si con este acto, estuvieran sellando una inesperada pero gran amistad... No dejaban el resto de los acampados, que David se marchara, sin antes permanecer en reunión con ellos, se sentaron en círculo, como habitualmente hacían, sobre unas gordas piedras que servían de asientos unos con las guitarras, otros con flautas empezaron a cantar y tocar a coro y bailar dentro del círculo a cuya espalda quedaban las tiendas. En tanto que comenzaba ya a anochecer. Aunque David se encontraba comiendo y bebiendo cuanto le ofrecían, no por eso dejaba de darse cuenta de que cuanto más tiempo estuviera allí, tanto más difícil le resultaría llegar a la majada ya entrada la noche, de tal forma que se incorporó y curiosamente mirando para la niña rubia, dijo que se marchaba sin más. Cesó la música y el baile, volvieron a repetirse las muestras de agradecimiento por parte de todos y sobre todo de Juanjo y cruzándose el zurrón sobre sus espaldas, con el callado en la mano y su perro al lado meneando el rabo, un tanto perplejo inició la vuelta a su majada... C A P I T U L O VI Durante el tiempo que empleo en volver a la majada, por el camino que a David le pareció más seguro, aunque no el más corto, fue bordeando la falda de la sierra, porque a más altura hay menos oscuridad mientras en su pensamiento, se agolpaban tantas cosas, dada la costumbre para él de tratar y ver a tan pocas personas. Era mucha la huella que le había dejado este encuentro y le costaba ordenar las ideas a asimilar las novedades vividas en tan corto espacio de tiempo. Tenía, como si de un retrato se tratara la imagen de la niña rubia, metida en la cabeza. Le causaba perturbación sin razón aparente así como le había conmovido el gesto de Juanjo al desprenderse del cuchillo de monte tan valioso, que lo sacaba, lo miraba, ya sin prisas, sabiendo que ahora ya era suyo, ensayando golpes al aire con él, atacando a invisibles alimañas, cortando a su paso ramas y zarzas, apreciando su brillo a la luz de la luna. Estaba realmente contento con aquella adquisición, había valido la pena el viaje... Recuerda la algarabía de voces, para él desconocidas de las chicas, y los bailes y sus ropas y su pelo y los adornos de las orejas y los colores de sus vestidos y la comida y el sonido de las guitarras y todo, todo cuanto ha vivido, tantas cosas... Y sin embargo él se encuentra más a gusto, más identificado, con la tranquilidad de la noche, solamente alterada por el brusco canto de algún lejano cuco o la sarcástica carcajada de un cárabo en lo alto de la rama de un enorme roble. David avanza con destreza, sin dudas, solamente orientado por la majestuosa silueta del Canchal de Pinajarro y las recortadas cimas de la sierra de Gredos, sobre un azul que acentúa más que nunca la blancura de la nieve sobre los picachos y que le van marcando el camino al chozo cada vez más cercano. Cuando ya reconoce sus tierras, ha avanzado tanto la noche que las estrellas apenas se aprecian ya sobre el cielo, solamente las más grandes y el lucero del alba, como que pronto empieza a amanecer. El perro que le acompañaba durante este inusitado viaje se adelantó corriendo en cuanto olfateó la majada y sus ladridos se mezclaban con los de su compañero, que recibía con regocijo la vuelta de su amo y su compañero... David entró en el chozo, se tendió en el camastro y quedó profundamente dormido. Los animales como a diario, comenzaban una sin igual sinfonía de balidos quiquiriquíes, mugidos y toda suerte de sonidos, que despertaron a David, que aunque hecho polvo, era consciente de sus obligaciones quitándose la camisa con la que se había acostado, sin darse cuenta, cogió un trapo, se lo colocó al hombro y se fue hasta el padrón para lavarse y espabilarse un poco. No había hecho más que remojarse las manos, cuando al levantar la vista, observó que junto al tronco del castaño grande donde hacía no tanto rato, habían estado colgadas las mochilas de los visitantes, entre las machuqueras, semiescondido había una bolsa de color naranja, con cremallera, que con seguridad se había debido caer de alguna mochila cuando estuvieron aseándose allí mismo. Se acercó, lo cogió y notó que en su interior sonaban y había diferentes cosas, decidió lavarse y luego lo abriría para ver su contenido. Una vez terminó de atusarse, dio suelta a los animales, quitando una especie de angarillas que servía de puerta con las ramas junto a la cual ya estaban balando un grupo de ovejas, con manifiesto deseo de salir a triscar al campo libre, corrió luego más adentro un grueso madero que sujetaba una compuerta y salieron las cabras. En otro apartado de al lado, abrió una portilla y salieron dos vacas gordas y sucias del fango que cubría toda la superficie del suelo, que honzado por el paso del tiempo tenía auténticos chapatales de orines y heces de las mismas vacas, mezclado con un brazado de breos, comida muy fácil de recoger en aquella época y de cuya estancia salía un pestilente olor, solamente superado por el del botiquillo de los lechones que por esa razón era el más alejado del chozo. Una vez suelto el ganado que corría por los campos a su libre albedrío, siempre bajo la atenta mirada de David y sus perros, se dispuso a preparar el almuerzo, que sobre unas ramas de escobas, encima de dos piedras, fuera del chozo encendió y sobre la que puso un caldero negro como el cordobán, humeante con la manteca y las rebanadas de pan duro, con agua y un guiso de pimentón, ajos y otros aliños, darían al postre una suculenta sopa con torreznos y trozos del corvejón de un chorizo, además de un par de huevos fritos que proporcionaban a David un desayuno digno de un arzobispo. Sobre una improvisada mesa de la peana de un tronco en una buena sombra, con piedras para sentarse se disponía a restaurar su estómago. Solamente estaban junto a él sus inseparables perros, esperando como siempre coger al vuelo, un trozo de pan o algo que sobrara de la comida y que David, de vez en cuando repartía con ellos. El lugar era para cualquiera un auténtico paraíso. La paz y el sosiego solamente eran interrumpidos por el ruido del agua a su paso por el padrón, el zumbido de un moscardón y el trino de una multitud de pajarillos que se desperezaban en la copa de los árboles en el amanecer de un nuevo día. Una calma que se extendía por todos los alrededores, les daba la bienvenida envolviéndoles en su regazo. A lo lejos se adivinaba al son de los cencerros que los animales pastaban tranquilamente y David solamente tenía que esperar a que anocheciera para repetir las faenas del ganado y dormir... Bien protegido del sol que avanzaba con brío, como corresponde en verano, David pasaba la mañana remendando sus albarcas, poniéndoles refuerzos, ordenando las cuadras del ganado, cambiando las camas de hojato y hojas de roble y castaño de los establos y amontonando el estiércol o vicio junto al huerto para luego abonar debidamente el terreno de labranza. De pronto se acordó del hallazgo del bolso de los excursionistas y rápidamente fue en su busca. Se sentó en una piedra y con un poco de vergüenza, consciente de que estaba interrumpiendo la intimidad de alguien, abrió la cremallera y fue colocando ordenadamente encima de la peana que le servía de mesa los objetos y enseres totalmente desconocidos para él, sin tan siquiera saber qué motivos tenía para poner tanto interés en averiguar el contenido del bolso, al tiempo que iba descubriendo una cadena dorada y una placa colgada de ella con letras y números grabados, un pequeñísimo reloj que aunque se le movían los números al acercárselo al oído no se oía nada, una especie de cartera con pastas de cuero verde y en un lado un cierre con un candado pequeño, una cajita redonda que al abrirla olía, como la niña, eso, como ella... Fue entonces cuando David, comprendió que el bolso era de ella, sintió vergüenza. A punto estuvo de guardarlo todo otra vez, de no tocar nada... ¿Quién era él?... pero su curiosidad pudo más y siguió investigando y sacando cosas: un paquetito de fotos metidas en papel transparente, fotos de personas que él jamás había visto. Además no eran como las que había visto en la feria del pueblo pegadas en una especie de cajón con tres patas a un individuo con bata y que sacaba fotos que luego ponía como muestras. Seguía mirando fotos tratando y esperando ver en alguna de ellas la cara de la niña. Las había de colores, las había de edificios grandísimos, de ciudades enteras, de un gran pantano con infinidad de gentes, con ropas parecidas a la de la chica del campamento, había además una especie de casillas con telas de colores como los colchones de la tienda del tío sombrerero del pueblo. Deslumbrado por tanta maravilla como demostraban aquellos retratos se sintió realmente contento al descubrir la cara de la rubia en una de ellas. Le temblaban las manos y sintió además vergüenza, una especie de miedo, pues ya sí que no había duda alguna de que aquel bolso era de ella. En su azarosa búsqueda encontró algunos billetes y varias monedas de distinto valor y un bolígrafo de muchos colores. En fin todo un tesoro, si hubiera sido suyo... pero, claro, esto hay que devolverlo, y entonces David, lejos de entristecerse, pensó que tendrían que volver a por el bolso. Pensarían que lo habían dejado caer aquí o por el camino y tendría ocasión de volver a verles y sobre todo a la niña rubia. Claro que sería mejor que no vinieran a buscarlo. De esa forma, él tendría la foto para verla todos los días. Le hablaría y cuanto hiciera tendría siempre la atenta, limpia mirada de aquellos ojos como estrellas... Claro que a lo mejor no se daban cuenta, ni echaban el bolso en falta ni vendrían a por él. Cuando quisieran echarle en falta ya estarían lejos del lugar y nada podría hacerse. Así estaba en estos devaneos cuando decididamente pensó que lo mejor que podía hacer era ir a llevárselo, pero hoy había que atender al ganado y además estaba bastante cansado...Mañana muy temprano iría a llevarlo y así al medio día estaría de vuelta. De esta forma tendría la satisfacción de entregárselo personalmente a la niña y de paso les llevaría con este pretexto algún queso y chucherías de por allí. Mientras pensaba todo esto contemplaba aquellos objetos y una vez concluido su monólogo fue guardando uno a uno, mirándoles como si fuera la única vez en su vida que tenía una ocasión como aquella, colocó el bolso en el zurrón y decididamente a la mañana siguiente iría a llevárselo a sus dueños. Junto con algunas de sus manualidades, más bien como recuerdos, llevaría algún detalle para todos con el fin de no señalar su predilección por la rubita. Echó collares de dientes, pulseras de cuero, cinturones, un par de calladas, y para ella, unas preciosas sandalias con piel de varios animales hecha de nudos y alternando piel con pelo para afuera y para adentro, lo que consideraba él como una auténtica obra de arte dentro de su rudimentaria fábrica. Pasó el resto del día, ilusionado con su inmediato viaje. Apenas prestó atención al ganado, ni al huerto, como no fuera quitar el tapón del bocín del pozo, hecho de una estaca afilada y con un trapo envuelto en la punta sujeto con juncos, mediante el cual controlaba el cauce de un gran pozo en forma de estanque, función que aprovechaba para regar el huerto conformado de tal manera que solamente tenía que soltar el agua y sin otro cuidado, que no fuera vigilar las posibles tupineras, que no eran sino unos agujeros realizados por los topos que hacían comunicarse unos surcos con otros, con lo cual se interrumpía el curso del agua desviándose a lugares no deseados. Lo normal era que una vez abierta la salida del agua, ésta recorriera matemáticamente a través de un padrón principal el trecho que separaba el pozo del sembrado que se pretendía regar y en cosa de una hora o poco más, quedaban todos los surcos llenos de agua reposando sobre las distintas eras de verduras, berzas, tomates, patatas, pimientos, ajos, cebollas, lechugas, maíz, etc...según fuera la época de siembra y riego de estas especies que le proporcionaban de todo para su alimento cotidiano. Tenía adaptado el terreno de labor de tal manera que parecía un jardín y en los árboles había practicado unas pateras que no son otra cosa que unos círculos alrededor del tronco para que el agua se deposite en ellos y al rebosar por un interesante sistema de vasos comunicantes, a través de una regadera o surco al nivel del suelo pasa de uno a otro árbol el agua hasta hacer rebosar todas las pateras y buscar la salida definitiva ya en el prado, donde todo el agua que reciba prácticamente es siempre bienvenida. En el momento que David, apreciaba que todos los surcos en forma de cadeneta y las pateras estaban llenas, lo que deducía por el brillo que producían los rayos del sol, volvía a introducir el madero taponando la salida del agua y el pozo poco a poco se volvería a llenar. Ya entrada la tarde el ganado, movido por la querencia y costumbre de todos los días comenzaba a llegar a los corrales y de esta forma, se cerraba el ciclo diario que a David se le antojaba ciertamente monótono. Aquella noche apenas durmió pensando en el viaje de la mañana, para él llena de emociones. Al rayar el alba, todavía con lugares en sombra, en lo más hondo de los valles David dibujaba una difusa figura en la lejanía seguida por la de su inseparable perro. Había preferido el fresco de la mañana, ni siquiera se había parado a almorzar algo, había preparado su morral con comida, que a la orilla de algún manantial compartiría con su perro más tarde. Le remordía la conciencia por no haber podido evitar el quedarse con aquella foto de la niña, pero ¿por qué iba a preocuparse? casi con seguridad que ni se daría cuenta de la falta y sin embargo, para él significaba tanto... A medida que pasaba el tiempo y se acercaba al lugar de la acampada todavía le asaltaba la duda de si se lo diría o no. A lo mejor se lo tomaba a mal el haber pretendido quedarse con su foto. ¿a son de qué?... ¿quién se había creído que era?... lo mejor sería no decir nada, como un secreto que solamente él conocería y de esa forma estaría con ella para siempre. La miraría cuantas veces quisiera, y sin tener que pedir permiso a nadie. Andaba en estos pensamientos entretenido sin apenas darse cuenta de que había llegado a lo alto de una loma desde la que ya podría divisarse el campamento. El pulso de David se aceleraba, faltaba poco para el gran momento aunque... ¿y si la niña, que era el principal objetivo de su visita, estaba de excursión a la montaña?, ¿Qué haría?, ¿esperaría o por el contrario iría en su busca?... no. Eso sería demasiado. Sería demostrar un interés un tanto extraño y él no tenía ningún derecho a manifestar sus sentimientos a nadie. Ni tan siquiera a ella. Era un secreto que sólo él tenía que guardar... Pero por más que miraba a los alrededores no veía el campamento. Por un momento pensó que estaría equivocado de sitio, pero eso era imposible. Sin embargo los hechos eran tozudos y allí no había nadie, pero ¿cómo habían podido recoger tantas cosas en tan corto espacio de tiempo y desaparecer?. Eso no le entraba en la cabeza. Inexplicablemente para David, cuando llegó al lugar exacto de la acampada, en efecto, solamente quedaba el rastro reciente, con las cenizas y trozos de leña apagadas y las piedras formando el círculo donde hacía pocas horas él había estado sentado. Ante tan inesperado acontecimiento, contrariado, vacío, un tanto triste, volvió sobre sus pasos, sin apenas pararse en aquel lugar que le traía tan gratos recuerdos. Solamente le quedaba el consuelo de no haber tenido que devolver la foto que tanto significaba para él. CAPITULO VII El verano avanzaba, la feria se acercaba, David tenía ahora más que nunca ganas y necesidad de volver con sus bártulos a venderlos, a cambiarlos por otras cosas, a visitar de nuevo a su amigo el cabrero, que ya no vivía en el monte, porque se había hecho viejo. Lo avanzado de su edad había obligado a cambiar de vida a Pedro, el único cabrero amigo que él conocía de siempre. Ahora en el pueblo se dedicaba al oficio de herrador de caballos, burros, de todo... de tal manera que habría de preparar el viaje para esta visita, que era la más larga de las tres o cuatro que durante el año realizaba al pueblo. Sin embargo ahora no tenía que ir tan cargado. Solamente llevaría lo que pretendía vender en la feria y poco más. En invierno sí. En invierno transportaba sacos de picón que fabricaba recogiendo grandes montones de retamas y rebochinches de roble, haciendo una gran carbonera que cuando la encendía en la calva de una loma, levantaba una humareda visible desde cualquier punto del pueblo. Tanto es así que cuando esto sucedía, cuando el herrador divisaba la fumata, comunicaba a unos vecinos que se dedicaban a transportar madera del monte que si les venía bien en algún viaje le hicieran el favor de pasarse por la majada de David y le bajaran algunos costales de picón, de lo que él sacaba su rendimiento vendiéndolo. David, cuando en invierno le parecía conveniente cargaba en su jaca varios costales, pero no eran suficiente para dar satisfacción a la demanda que tenía, pues picón de brezo como el de David no había otro tan bueno en el contorno. Aprovechaba también para bajar un cántaro de leche tapado con un corcho y hojas de roble, quesos envueltos en hojas tiernas y un gran paraguas de color azulón ya perdido y con una varilla saliendo por un lado que más bien parecía un toldo de playa por sus grandes proporciones; además los zurrones, las pieles y en ocasiones como en Navidad, varios cabritos y corderillos, para como siempre, cambiarlo en las tiendas por harina, azúcar, aceite, sal, latas de conservas, etc... Tampoco faltaba en su expedición algún gallo vivo y el conejo mas grande para regalárselo casi siempre a su amigo Pedro que era con quien más contacto tenía en el pueblo, tanto que la última vez, aún lo recuerda, cogió una soberana cogorza en su compañía. Por la mañana todo dispuesto, el ganado aviado para tres o cuatro días, asegurada la puerta del chozo con una gran piedra sujetando un puntal que no permitiera abrirla fácilmente, se dispuso a bajar al pueblo, único contacto humano por él propiciado. Lleno de ristras de los diferentes artículos, cruzados sobre el pecho varios zurrones y morrales, le seguían muy a pesar suyo los dos perros, que intuían por el atrezo de su amo, que se ausentaría unos días y se resistían a quedarse de guardianes en la majada; Pero David les increpaba, amenazante con una callada y se veía obligado a lanzarles piedras, para hacerles desistir de su empeño, hasta conseguir que los perros comprendiesen que no era su deseo que le acompañaran en esta ocasión, lo que conseguía después de un buen trecho, durante el cual le habían ido siguiendo los animales a una distancia prudencial y volvían por fin a la majada. Entrada la mañana aparecía David en la Corredera, con sus cachivaches, se despojaba de sus atados y empezaba el negocio, unas veces más y otras menos afortunado, hasta que llegaba la hora del baile y no había otro remedio que recoger el tenderete y esperar al día siguiente. Era entonces cuando David se dirigía a casa de su amigo Pedro, pernoctaba en su casa, comía algo y explicaba a su amigo, que vivía solo sin familia alguna, anécdotas, circunstancias referentes a la caza, a los animales y a la labranza. Pedro le proporcionaba prácticamente todo, desde simientes para la siembra, hasta herramientas de labranza; era su asesor en casi todo y David en justa compensación le obsequiaba constantemente y siempre que tenía ocasión con lo mejor que tenía y sobre todo con su confianza, que hasta el presente nunca le había defraudado. El segundo y tercer día, cambió el tiempo y David estuvo prácticamente todo el día sin salir de casa de Pedro encontrando en él un gran compañero y estaban todo el rato charlando de tantas y tantas cosas... Decidieron salir a dar un garbeo por el pueblo ya que eran fiestas y estaba muy animado; entraron en una taberna, pasaron a otra, luego a otra y poco a poco fueron calentándose y cargándose de vino, hasta tal extremo que con dificultad, pero al fin, llegaron a casa y se tumbaron a dormir. No paraba de llover y el tiempo estaba desapacible, así que David, decidió abandonar el negocio que poco o nada le producía, como no fueran dolores de cabeza y de barriga, pues pasaban gran parte del día bebiendo y apenas comían, algo a lo que él no estaba acostumbrado. Una vez dispuesto a volver a su hábitat, a la majada, se despidió de su amigo hasta otra ocasión, y mientras atravesaba las callejuelas y recovecos del barrio judío, para enfilar la calleja que le llevaría hacia el monte, iba descubriendo gentes y caras nuevas, mujeres y niños que mantienen conversaciones a voces, desde una fachada en la que hay una ventana cubierta de maderas y adobe, aparece una mujer joven con ojos negros, almendrados, el pelo recogido y cayéndole por la espalda como una cola de caballo, negro brillante...dando grandes gritos a un niño que se empeña en meterse con los pies en todos los charcos que se empiezan a formar por la lluvia. David aprieta el paso porque la lluvia comienza a arreciar y empieza a calar hasta el alma. ¿Quién iba a pensar que llovería de esta manera en este tiempo, prácticamente verano? Hoy siente David, como un algo especial, que no sabría como explicarlo, al tener que abandonar el pueblo, aquellas callejuelas, los aleros de las casas, que casi se juntan unos con otros, sin apenas dejar pasar la luz; el enrollado del suelo hechos de piedras redondas de río, que brillan con la lluvia, poco a poco va avanzando por las calles que sin él saberlo pisaron sus antepasados. Casi seguro que por allí, por la calle de la Sinagoga, el Rabilero, se moverían sus abuelos antes de tener que abandonar el pueblo por una absurda e inexplicable orden de expulsión de los judíos, pero allí quedaban huellas imborrables aún con el paso del tiempo; allí estaban sus señas de identidad y sobre todo ya al remontar la subida de la calle, se encuentra con una gran estrella incrustada en el suelo, hechas de rollo de pedernal, que llama poderosamente la atención de David. Es tan grande como una bandera y también una señal con la que se indica que hasta allí, es territorio judío y a partir de ella empieza el pueblo cristiano, algo que a David le da lo mismo, pues para él solamente existe un pueblo, el de la parte baja y el de la parte alta y no entiende de estas denominaciones, que ahora no, pero en su día tuvieron un significado muy importante. Sin embargo aquella señal en forma de estrella, le despierta el subconsciente; él no es ajeno a aquel dibujo, a aquel símbolo, él ha visto no sabe, no recuerda, cuándo, ni dónde, pero le es familiar, no quiere preguntar que significado tiene aquella estrella, pero intuye debe ser algo importante; sin embargo, ¿por qué hoy y no otro día, si está harto de pasar por allí, le ha llamado tanto la atención?... En ese preciso momento, suenan unas campanadas en el reloj de la torre, son las diez de la mañana, parece un momento mágico, importante, que David no quiere olvidar. Como volviendo en sí, se encamina ya definitivamente hacia las afueras del pueblo para iniciar el regreso a la sierra. Al atravesar por la plaza, en la que hay un caño monumental con cuatro chorros, donde las mujeres llenan sus cántaros, al tiempo que hablan y se lamentan del estado del tiempo y de cómo se han "changao" las ferias y que además habrá que tener cuidado a la hora del baile y de los toros, David descubre en el hondón de la gran fuente una tina de madera con altramuces y un barril con aceitunas "arracás" que una de las vecinas, próxima a la fuente aprovecha para endulzarlas sin gasto y aprovechando el agua del concejo, que con un guiso de orégano y cáscaras de naranjas servirán de aperitivos en una taberna regentada por la familia. Poco antes de abandonar la calle del Convento para coger el camino de Marinejo que es donde está la "fábrica de la luz", como dicen las gentes del pueblo, justo ya en la ladera del canchal de Pinajarro, David se cruza con un guardia civil, de grandes bigotes, al que reconoció nada más verle porque en una ocasión le había visto con su inseparable compañero allá en la majada; iban haciendo lo que ellos llaman la ronda y se toparon por casualidad con él, que tuvo que darles en aquella ocasión muchas explicaciones; él que llevaba allí toda la vida, además de invitarlos a un buen trago de vino de una larga calabaza, que atada con unas correas mas bien parecía una carabina como la que portaban ellos, tuvo que atar a los perros, que sin pretenderlo, asustaban a la pareja. Aquí en el pueblo, no iba tan pertrechado como en la sierra, eso si llevaba un gorro reluciente como las botas y un gran pistolón y correajes con hebillas doradas y muy brillantes. El guardia cruzó la mirada con David y de repente le llamó: ¡Oye!, ¿tú no eres el de la choza del canchal de la gallina? y David le respondió: Sí yo soy. El guardia le preguntó qué le traía por el pueblo y David nuevamente dio toda clase de explicaciones, sin poder comprender, que podía importarle al guardia lo que él viniera a hacer o dejar de hacer y porqué tenía que contarle sus cosas; pero el guardia insistía una y otra vez y no podía esquivarle las preguntas. Había por allí al lado una taberna, que llamaban de tío Simeón; el guardia le dijo a David que si quería tomar un vaso de vino y David por no resultarle grosero aceptó; entraron por un portalón de viejas maderas con el dintel formado por tres grandes vigas, dentro había una oscuridad sobre la que destacaban unas enormes cubas hasta el techo y eso que estaban echadas no de pie. David que no conocía aquel sitio le pareció mas bien triste; en un rincón apenas visible al entrar, solamente cuando se llevaba rato dentro, se distinguía un vejete con gorra de visera y ropas raídas y mugrientas, que seguramente vivía sólo y pasaba allí gran parte del día. Se tomo un vaso de vino que le cayó como un cubo vacío en el hondón de un pozo, no había comido nada todavía y tenía el cuerpo resentido del día anterior; apenas sabía que hablar con el guardia, deseaba acabar lo antes posible con aquella incómoda situación y para abreviar, sacó del morral una petaca donde guardaba las perras, y no solamente ésta, sino una nueva ronda, que el guardia mandó poner a la tabernera, hubo de pagar David, sin que el guardia hiciera ningún gesto por impedirlo, habiendo sido él quien había invitado. Todo lo dio por bien empleado, incluso el pago de las consumiciones, porque gracias a ello se deshizo de esta especie de obligación que le había retenido sin el pretenderlo. Por fin pudo enfilar la calleja hacia el puente de Hierro, por donde pasaban trenes hasta hace poco e irse introduciendo en el monte camino de la majada. Esta vez, volvía un tanto inquieto por cuantas cosas habían envuelto su visita al pueblo; inconscientemente le daba vueltas a la cabeza aquella señal con picos que hacía unos instantes había descubierto y deseaba ardientemente saber por qué le inquietaba tanto esa circunstancia... Por el camino solamente se encontró con un individuo joven, enjuto, que descansaba en un arroyo y tenía sostribada sobre un majano de una huerta una gran carga de leña, que milagro parecía no se viniera abajo un portillo de la pared de lo grande y pesado que debía ser; en el centro de esta carga, tenía a modo de almohadilla, un haz de escobas para que no se clavaran los pezones de las ramas en las costillas y además para que no se hiciera polvo todavía más una remendada chaquetilla de pana que primorosamente colocaba también debajo. Cargó el joven de nuevo el haz de leña, se tambaleó un poco y cuando se hizo con el equilibrio comenzó su andadura hacia el pueblo sin tan siquiera cruzar palabra con David. Continuó su ascensión al monte, era la hora en que apretaba el calor, gracias que con las recientes lluvias caídas y los nubarrones resultaba mas fácil el camino en la medida que lo permitían las mojadas piedras... Cuando quiso darse cuenta, era ya la hora de comer algo, pero todavía le quedaba bastante camino, así que paró su marcha debajo de un nogal y con el susurro del río próximo a la calleja, estuvo reponiendo fuerzas acompañado del revoloteo y trinos de los pajarillos a su alrededor. No muy entrada la tarde, pero si bien pasado el medio día, enfiló el último tramo, el más difícil, por entre matorrales, pedregales y machuqueras, donde ya apenas estaba marcado el camino, pues solamente era frecuentado por algún excursionista, y sobre todo por los que se dedicaban a acarrear la madera de la corta del monte, y quienes se empleaban en ir a por leña y picón. No obstante era el peor tramo del camino en el que podían encontrarse todo tipo de impedimentos; había tramos llenos de zarzas enredadas con los rebochinches de roble y abrojos de todo tipo; además aquí ya el calor era mayor; ya no había grandes árboles como la abundancia de más abajo y eran frecuentes las calvas practicadas por las cortas de madera que se producían de una manera indiscriminada, con lo cual se estaba acarreando un mal en el monte irreversible. Ello había provocado una serie de terraplenes y surcos producido por la erosión del agua y el viento, convirtiendo el terreno en un lugar escabroso y de difícil acceso, en una selva de maleza, con la que se enfrentaba David permanentemente. En lo alto de la sierra donde parece juntarse el cielo con la tierra, se movía ya con más destreza; el viento soplaba suavemente y empezaba a declinar la tarde; a lo lejos, se divisaba la vaguada del valle donde se encontraba la majada; allí estarían sus animales, deseando su regreso, esperando volver a ser libres. Apenas transcurrida una media hora, todavía con sol, eso sí, camino de hundirse en el lejano pantano y poder contemplarse una de las mil puestas de sol, maravillosas, desde allí, desde la altura de la sierra, pero que a David, ya acostumbrado a tanta belleza, le parecía de lo más natural y no es que no apreciara estos privilegios que le concedía la naturaleza, sino que formaban parte, para su entender, de otras tantas maravillas que contemplaba continuamente, como eran los amaneceres en primavera, las noches de luna llena, las grandes tormentas que se formaban en lo alto de la serranía, las enormes nevadas, los rayos, truenos, relámpagos y cuantos fenómenos atmosféricos se daban allí con gran facilidad y que él contemplaba impasible formando parte al mismo tiempo de su propia existencia y no dándole más importancia que la de verlo como lo más natural del mundo. Una vez en el recinto de su casa, con el manifiesto recibimiento de siempre, de sus perros, que esperaban las caricias y reconocimiento de su amo, comenzó a despojarse de su cargamento, que ya le resultaba agobiante, sobre todo porque durante el camino ni tan siquiera se lo había quitado para comer, tal era el laberinto de cuerdas, correas y atados que llevaba sujetando todo cuanto se traía para arriba, aprovechando el viaje al pueblo; no valía la pena andar quitándoselo de encima, cuando hacía alguna parada, así que ahora iba liberándose poco a poco de los zurrones, morrales y ristras de paquetes con comidas, conservas y las chucherías que no había vendido en la feria y eso que las calladas que le sobraban, se las dejaba a su amigo Pedro, porqué allí era paso obligado de arrieros y gentes del campo en lugar de volvérselas a subir, el herrador las exhibía junto con las albardas y útiles de labranza en un improvisado y permanente escaparate sobre la propia fachada de la casa, donde había un letrero rústico, sobre un tronco en el que había grabado un letrero de HERRADOR, trabajo que le daba a Pedro más que suficiente para vivir bien, ayudado con la confección de albardas, serones, cuerdas para raberos y todo tipo de artilugios de esparto, de gran aceptación... Libre ya David de todos los enseres, fue cuidadosamente depositándolos encima de una mitad de tronco partido en sentido longitudinal que se apoyaba encima de dos tacones y que hacían las veces de una rústica mesa; en ellas iba depositando los paquetes de especias y las latas de conservas, los frascos de vino y las latas de aceite y una botella de aguardiente para los dolores de barriga; también sacó los collares y baratijas y las metió en un arca donde había de todo, ropas, útiles de comer que nunca había usado, él con la navaja se apañaba divinamente y nunca había tenido la tentación de usar aquellos cubiertos que llevarían allí ni se sabe cuánto tiempo. Posiblemente serían las pertenencias de sus padres aunque nada podía asegurar sobre el asunto. Aquel arcón pudiera decirse que formaba parte del paisaje, como parte del propio chozo, como tantas cosas que llevaban allí años y él no había tratado de averiguar quién las había traído hasta allí. Estaban allí y bienvenidas eran, eso era todo. Pasados los primeros momentos de toma de conciencia con el entorno y comprobar que todo se encontraba en un ordenado desorden como era lo habitual, como corresponde a un lugar en el que vive un hombre solo, sin que jamás hubiera entrado nadie a poner concierto y ni falta que hacía. Pues él encontraba cuanto necesitaba siempre a mano y para qué más. Lo mismo había un saco de legumbres más bien una collera como un montón de patatas, algunas con tallos, o varias pieles de cabras y ovejas en un atado despidiendo un fuerte olor a curtidos. Estiró los brazos entumecidos por la postura y el peso del equipaje. Se rascó la cabeza y se dirigió a los corrales para asegurarse de que todo andaba bien... C A P I T U L O VIII Rendido por el viaje de regreso, poco más pudo hacer que no fuera acostarse en el confortable camastro, después de arrojar, sacudiendo con un trapo, un enjambre de moscas que se habían metido en la choza durante su ausencia y que zumbaban alrededor de la chisporreante llama de un candil de aceite que iluminaba casi perfectamente todo el recinto. Se quedó inmediatamente dormido después de echar una mirada a la niña rubia, a la foto que había situado en un improvisado hueco del basal donde David sin necesidad de incorporarse podía contemplarla perfectamente. De madrugada, posiblemente antes de lo acostumbrado, salió del chozo y sin asearse lo primero que hizo fue soltar el ganado y en cosa de dos minutos desaparecieron todos del corral. Unos rascándose con las pezuñas. Otros atropellando a su paso a los primeros, tratando de llegar a los pastos que en unos días no habían podido comer. Realizadas las funciones de aseo, hoy tenía incluso jabón, dispuso el almuerzo y acto seguido siguió colocando los paquetes que había dejado la noche anterior sin abrir. Estaba colocando las cosas en el viejo arca que era de lo más seguro pues además de tener unas tablas gordas y fuertes, como cierre tenía un artilugio de hierro como una varilla que atravesaba de un lado a otro por entre unas argollas quedando definitivamente asegurado su contenido. Solamente se podía acceder a su interior mediante una especie de horquilla que guardaba en uno de los mil recovecos de la choza que solamente él conocía. Dentro de este cofre guardaba sin apenas interés alguno las cosas que había en él de siempre, y solamente lo abría cuando como en esta ocasión tenía que meter algo para evitar fuera pasto de alguna alimaña. Hoy como tenía tiempo por delante, quiso echar una ojeada al contenido del arca, algo que normalmente le traía sin cuidado. Curiosamente sacó unas piezas de tela de finísimo tacto con listas a lo largo de toda ella, de colores. Y terminaban en unos deshilachados flecos adornados con ribetes dorados. Lo puso con delicadeza sobre la mesa. Continuó sacando otras telas a las que no daba importancia alguna: enseres variados, cubiertos y un candelabro de un metal como verde pero con formas redondas y con siete brazos iguales en forma de guitarra. Luego sacó unos rollos atados con cintas. Eran como pieles finísimas, transparente, como tripas, como las zambombas de las vejigas de los cerdos que él inflaba para que se secaran y luego llenaba de lomo y de chorizo para secarlas al humo del chozo y que por Pascuas ya se podían comer. Decían quienes lo probaban que no había morcones con aquel sabor por todo el contorno que lo pudieran superar. Abrió uno de los rollos y encontró en él unas señales ininteligibles: signos, rayas, que nada le decían; sin saber para qué servía aquello lo volvió a enrollar y a atar con las cintas y continuó su examen sacando cosas del baúl. Ahora unas sandalias de correas más pequeñas y más finas que las que él fabricaba, una especie de cuadro con un cristal roto como el de los calendarios que había visto en las tabernas. Pero además tenía como números y letras que en nada se parecía a las del rollo anterior. Encontró otro más pequeño. También lo desató. En él había filas de letras, pero tampoco le dio importancia. Cogió una pequeña cajita en forma de cofre dorada y muy fina. Dentro sonaban piezas de metal. La abrió de una mitad hacia arriba y dentro había una llave, más de la mitad roñosa, y una especie de monedas como medallas que parecían las que ponían en unas bandejas en las fiestas del Cristo del pueblo unas señoras a la puerta de la ermita. David las cogía y soltaba. Se producía un apagado tintineo amortiguado por el verdín del óxido: una especie de moho que el paso del tiempo había ido creando posiblemente por la humedad del lugar. Cerraba David este pequeño cofre cuando sintió un sobresalto. ¿Cómo era posible?... en el interior de la tapa en forma de bóveda había nada menos que un signo en forma de estrella. Eso, sí,sí... como la que había visto en el pueblo. Y además aquella era mucho más bonita. Estaba hecha de trozos, de blanquísimos huesecillos haciendo la misma forma. ¿Sería casualidad o estaría soñando...? Ante este nuevo descubrimiento David sintió que todo aquello guardaba alguna relación: algo que ver con aquel signo, pero que él no acertaba a comprender. Ello encendía más su curiosidad. Tratando de encontrar alguna pista, sin apenas darse cuenta, llegó la hora de la comida. Alentó y avivó el fuego. Preparó su menú: un caldero de patatas para no variar. Luego abriría una de las latas que había traído mientras lo del hallazgo, lo de la estrella, le volvía nuevamente a sembrar de dudas. Y volvió a verla, pasaba los dedos por encima dibujando inconscientemente con sus yemas el contorno de la estrella, como queriendo hallar alguna explicación a todo aquello. Cogió una de las monedas, la limpio, la frotó con aceite y en una de las caras aparecía, gastada, la silueta de aquella estrella para aún darle más misterio al asunto. Aquello ya le pareció a David algo más que casual, y decididamente cuando bajara al pueblo, contaría a Pedro, su amigo, lo que había descubierto y el impacto que había sufrido con todo ello. Ahora recordaba que había visto una placa de mármol sobre una fachada muy cerca de la casa de Pedro con letras y dibujos si no iguales, sí muy parecidos a los rollos. Los de la piel transparente. Y no sabe por qué pero a él le parece que tienen mucho en común lo uno con lo otro... De todas formas cuando vuelva al pueblo llevará consigo el cofrecillo para poder enseñárselo sobre el terreno a Pedro. Así entre los dos a lo mejor encuentran alguna explicación. Le hablará del resto de las cosas: de las telas, de los rollos y de una especie de gorro pequeño hecho con unos finísimos hilos de colores y hebras doradas, del candelabro y de todo lo demás... Declinaba el verano, los pastos estaban pasando del verde al amarillo, las legumbres se secaban en sus vainas, el maíz empezaba a ponerse del color del pelo rubio, como el de la niña, ¡ay! siempre la niña Era el momento de la siega, había que preparar el almiar, las uvas en el majano se empezaban a poner negro violeta, apenas iba quedando nada de color verde en el paisaje: estaba empezando el otoño... Los árboles poco a poco estaban cogiendo el color dorado de siempre, sobre todo las grandes manchas de cerezos en la lejanía del valle. Las hojas de los alisos y los chopos junto al cauce del río se tornaban amarillas. El resto del monte de castaños y robles color oro viejo y poco a poco fueron perdiendo sus colores, cayendo sus hojas, apareciendo el color pardo de la sierra en otoño. Y de pronto a ponerse blanca la cima y poco después las laderas. David sabía sin necesidad de calendario del cambio de estaciones como nadie. Tenía previstas las funciones a realizar en todo tiempo: la recolección de los pastos, la siega, el secado de las mazorcas de maíz, las ristras de ajos y pimientos, la preparación de los animales cara al invierno, la matanza; todo tenía su momento según fuera dictándole la naturaleza. Otro tanto ocurría con la preparación del terreno de labranza. Una vez recogido todos los productos procedía a la preparación y abono con el estiércol que en unos grandes montones iba almacenando cuando cambiaba las camas de los animales. Quería dejar preparado el terreno antes de que aparecieran las lluvias y luego la nieve. Así penetraría junto con el abono en la tierra y quedaría fértil para la siembra. Se estaba preparando una vez más para recibir el invierno. Allí llegaba antes que en otras partes y todo lo tenía previsto. La choza más que nunca estaba llena de apotecos. Aun con lo grande que era se llenaba de distintos productos del campo que luego iría colocando a medida que fuera pasando el tiempo. Pero ahora podía verse en aquel improvisado almacén: banastas con manzanas, sacos de legumbres, trigo, recipientes diversos con tomates, cebollas, ajos etc.; Pero de lo que más abundaba seguramente por ser productos que aguantan más tiempo eran legumbres: garbanzos, judías, carillas (como las llamaban en el pueblo) y las sempiternas patatas que tanto "avío" hacían. Luego más entrado el otoño, rayando el invierno, el chozo adquiría una nueva decoración con la matanza: se veían colgados del techo de escobas sobre los travesaños de madera unos atados con las costillas adobadas del cerdo, las morcillas renegridas por el hollín, los chorizos, lomos, morcones y las grandes hojas de tocino y jamones. Una auténtica despensa... claro que los inviernos eran duros y largos. Había que prevenir todo. Los días empezaban a ser cortos, los primeros carámbanos hacían su aparición en el estanque o pozo. En las orillas del padrón que pasaba por la puerta del chozo, en la sierra aparecían las primeras neblinas que duraban todo el día, el viento silbaba por entre el entramado de la techumbre de la choza, hacía remolinos y el chupón de la chimenea revolvía el humo hacia adentro. Eran los tediosos y largos días en los que los perros buscaban refugio al amor de la lumbre y un letargo general hacía acto de presencia en todo el territorio. Solamente se salía del chozo cuando la obligación de atender al ganado lo requería. Se le echaban unas machuqueras a las cabras, algo que poder rumiar a las ovejas, heno al caballo y las vacas y un poco de maíz a los cerdos. Y entre estos menesteres y preparar la comida diaria llegaba la noche, atizaba la lumbre para que durara el mayor tiempo posible. Acomodado en su camastro, arropado con pieles se disponía a conciliar el sueño solamente interrumpido por el silbido del aire que era igual que si pasara por los tubos de un órgano pues tal era la naturaleza y variación de estos sonidos. Así alumbraba la mañana David era despertado por el lastimero gemido de algún animal que presentía la hora de un nuevo día. La mayor parte del invierno era desesperadamente duro y aburrido. Pasaba el tiempo fabricando utensilios, arreglando aperos de labranza, preparando la comida, haciendo de vez en cuando el pan en un improvisado horno de piedras, curtiendo las pieles, fabricando las calladas: lo de siempre... Si algún día aparecía sereno o al menos no tan duro como era lo habitual, cogía un zurrón, lazos y cepos, los perros y se iba hasta donde el terreno le permitiera. Preparaba las trampas con gran destreza y al regresar las revisaba donde con toda seguridad cobraba diferentes piezas: conejos incautos que había caído en los lazos y alguna que otra perdiz en los cepos, con lo que variaban el menú del día él y sus perros... Una mañana al tratar de salir como siempre de la choza, comprobó contrariado que la puerta ofrecía resistencia para abrirse. Se lo impedía nada menos que una gran masa de nieve que el aire había ido acumulando sobre ella durante la noche. Había quedado petrificada contra la puerta y a base de herramientas e instrumentos rudimentarios pudo practicar un roto por donde acceder a la parte exterior del chozo y librar la puerta. Se acercó hasta el ganado. Estaban todos sin apenas moverse, como aletargados. No sería la primera vez que se encontraba algún animal muerto, tieso de frío. A pesar de que el instinto de conservación les hacía juntarse unos contra otros, así permanecían aguantando las inclemencias de estos rigores. También se observaban las huellas de alguna alimaña que había rondado el corral, aunque David había dispuesto toda clase de impedimentos para dificultar la entrada, seguramente serían huellas de algún lobo hambriento o de una zorra a la caza de alguna gallina. La vida se desarrollaba monótona y anodina, larga y tediosa, todos los días lo mismo, pero ello formaba parte de la vida de David que sin embargo al parecer era envidiada por más de uno... Como no hay bien ni mal que cien años dure, pasó el larguísimo y crudo invierno. Cesaron las nevadas, no el frío ni el viento que cortaba la cara y la sierra era un puro terrón de nieve. Tan sólo en las faldas de la montaña comenzaba a circular un sinfín de arroyos alimentados por el lento deshielo. Al salir de la choza, aún colgaban grandes chuzos de las escobas que formaban la techumbre en los costados más separados de la chimenea porque en el sitio y alrededor de la chimenea había una gran calva por el calor que ésta desprendía. Los árboles aparecían totalmente desnudos y todavía en las pingollas de las ramas había restos de nieve. El cielo aparecía azul, diáfano tirando a blanco, brillante, invadido levemente por unas hilachas de nubes que avanzan silenciosamente hasta confundirse con las humeantes cegallinas en los picos de la sierra. El suelo endurecido por las escarchas permite discurrir las aguas subterráneamente produciendo agujeros que hacen que la tierra parezca una esponja y que se hunda al pisar encima de ella ahuecada y seca. Todavía no ha aparecido sobre la superficie ni un atisbo de hierba ni un solo brote de planta alguna. Muchos días jadeante, echando vaho por la boca y nariz, también los perros, que con el hocico, entre blanco y mojado, acompañan a David en las incursiones hacia el monte, unas veces para buscar caza, otras algo de leña seca, las más para estirar las piernas y esparcir la vista, hasta donde las nieblas lo permitan, distraer la atención y romper la monotonía. C A P I T U L O IX Una tarde poco antes de oscurecer, los perros comenzaron a gruñir y a estirar las orejas, a ponerse tensos, intranquilos y acentuándose cada vez más estos síntomas y convertirse en auténticos alaridos más o menos fuertes. David no le daba importancia, no era la primera vez que los perros olfateaban el rastro de la caza avivado por el viento a favor. Pasados unos minutos cesaban en su apreciación y se quedaban nuevamente tranquilos. Sin embargo ahora, cada vez era más notorio el estado de excitación de los perros, hasta el punto de incorporarse y dirigiéndose a la puerta del chozo, pugnaban por salir. Ya eran alaridos amenazantes y sus puntiagudos colmillos se clavaban en la madera de la puerta. David no comprendía la causa que motivara aquel comportamiento pues todavía era bastante claro el día como para que algún animal salvaje pudiera acercarse al chozo, algo que ocurría más bien de noche y en circunstancias especiales que en ese momento no se daban... Casi obligado ante la insistencia pertinaz de los perros, que daban vueltas y se lanzaban una y otra vez contra la puerta dando saltos, en inequívoca señal de que algo estaba sucediendo fuera, que no era normal, David se levantó, cogió a los perros por el collar, apenas sí podía sujetarles, tal era el ímpetu con que los animales demostraban su interés en salir y ante el temor de que se tratara de algún animal que merodeara por los alrededores del corral, del ganado e incluso pudieran ser atacados en su ceguera por defenderse, les ató con un cordel y bien cogidos abrió la puerta apenas un poco, y fue arrastrado por los perros que dando grandes alaridos, enfurecidos, apenas podía sujetarles. David buscaba por todas partes algo que pudiera explicar aquel comportamiento. Miraba de arriba a abajo, a un lado, al otro, dirigiendo su atención hacia los corrales y suponiendo que el problema fuera realmente de allí. Pero no observó nada anormal que pudiera inquietarle. Sin embargo los perros no deponían su actitud. Fue entonces cuando observó y creyó oír un ladrido que provenía de la lejanía, más bien de la vaguada de la sierra, que se recortaba en el horizonte como el espinazo de una costilla de matanza. Al poco de estar mirando en la dirección en que percibía los alaridos al parecer de otros perros, ya cada vez con más nitidez, vio aparecer la silueta de dos personas que precedidos por dos perros se dirigían en efecto hacia la majada... Venían muy bien equipados como corresponde a cazadores que se adentran en la sierra, los cuales llamaban incesantemente a sus perros silbándoles y con ningún resultado, pues antes de que pudieran acercarse a David, ya estaban junto a él, quien hacía grandes esfuerzos para sujetar a sus dos perros tratando de evitar lo que sería un enfrentamiento a muerte. Llegaron los dos hombres, lograron hacerse con los perros, saludaron a David al tiempo que se excusaban por lo que a todas luces era una intrusión en su vida. David que no estaba muy familiarizado con las expresiones de los recién llegados, se dio cuenta de que venían con amabilidad y buenos modales, lo que era de agradecer dada la poca frecuencia con la que recibía visitas. Poco a poco, los perros fueron calmándose, olfateándose unos a otros cesando en su empeño en entablar pendencia y al parecer como si nada hubiera pasado, a la vista de lo cual David invitó a sus visitantes a pasar a la choza donde podían descansar y tomar alguna cosa si les apetecía. Una vez en el interior de la misma, comenzaron a despojarse de sus atuendos. Primero soltaron con cuidado la escopeta o carabina, que David no podría distinguir entre una cosa y otra, más bien le parecía que se trataba de la misma clase de arma, como las que llevaban la guardia civil, cuando habían coincidido por allí., Luego se quitaron una especie de chaquetón forrado por dentro de piel de borrego y aparecieron unos cinturones con tal cantidad de cartuchos y balas que jamás había visto David juntos, así como unos atrezos que David no había visto jamás, al igual que las botas que casi les llegaban hasta las rodillas y llenas de correas y hebillas por un lado. Parecían hechas de una sola pieza, " sin duda estas botas para andar por la nieve tenían que ser cojonudas", pensaba David y no como sus albarcas que en tiempo de invierno las tenía que reforzar con unas pieles de oveja porque se calaban en cuanto salía al campo. Entrando en conversación, al parecer los cazadores, sentían la necesidad de explicarle a David por qué se encontraban allí y cuál era su situación tratando de hacerle comprender que no les había llevado hasta allí el conocimiento de su majada, sino más bien todo lo contrario: que andaban realmente perdidos, ya atardecido sin saber para dónde tirar, y habían encontrado su chozo, algo que agradecían como una auténtica bendición. David cumplimentaba a sus invitados con cuanto estaba de su mano: les sacó pan recién cocido, cecina y vino. Los señores apenas querían cogerlo para no parecer que abusaban de su hospitalidad, y sobre todo porque eran conscientes de la precariedad de medios con sólo echar una ojeada a aquel lugar. Poco a poco se fueron explicando, sobre todo uno que era quién más hablaba y quién también más muestras daba de estar contento por haber dado con aquel sitio. Según explicaban, formaban parte de una expedición de caza mayor, o sea: jabalíes y ciervos; que eran de Madrid y que por la mañana se habían separado en un refugio de la sierra donde habían pernoctado para reunirse al atardecer, pero que no habían sido capaces de dar con el camino de vuelta, debido a una ventisca de aire y nieve y sin rumbo, habían aparecido allí. Esto no tendría mayor importancia si no fuera porque el señor, decía el que hablaba señalando al otro, no fuera quien es, es decir un alto cargo político de la nación y a buen seguro que estas horas se habría armado un gran revuelo al no haber aparecido a la hora señalada, y no habría un lugar en muchos kilómetros a la redonda que no estuviera siendo peinado palmo a palmo hasta dar con su paradero. Sin embargo, el señor, como había dicho el que estaba contando todo, al parecer estaba tranquilo, satisfecho y hasta contento. Se había quitado el pesado cinturón de las municiones y en estos momentos se estaba quitando también las grandes botas cerca de la lumbre seguramente para calentarse los pies y sin apenas hablar nada. Al rato sacó una especie de petaca y cogió un cigarro gordo y largo y con una rama de la lumbre lo encendió al tiempo que ofrecía uno a David quien agradeció el detalle pero diciendo que no fumaba... Este, el señor, fue entrando en conversación y haciendo preguntas a David, sobre cuánto tiempo llevaba allí, si tenía familia y mil cosas más, pero todas muy sencillas para ir dando confianza a David, quien no acababa de comprender la importancia que el otro daba a este hombre que parecía como todos; pero algo debería de tener en especial porque el que le acompañaba estaba constantemente pendiente de él. Cuando tuvo conocimiento David de la situación en que se encontraban ambos cazadores, les dijo que él podría acompañarles hasta el camino que más o menos les dejaría cerca del refugio. Que él había oído hablar y que sabía más o menos por dónde quedaba, pero que el tiempo no estaba para andar a ciegas: la noche cerrada, amenazante y sin tener seguridad exacta de dónde dirigirse era poco menos que una aventura intentarlo, que lo mejor era pasar allí la noche aún a sabiendas del problema que estarían creando a sus compañeros de cacería. Ellos eran conscientes de que no había otra elección y no les desagradaba del todo pasar allí la noche. Comieron y bebieron, unas veces de lo que David les ofrecía, y otras de sus provisiones que también alternaban los tres, en tanto la conversación fue adquiriendo un tono coloquial y derivando a la caza, terreno en el que David se atrevía a opinar como una auténtica autoridad en la materia. Les aconsejaba, les decía, que en esta época del año, los jabalíes suelen estar en las riberas de los ríos y no tan arriba de la sierra como ellos les andaban buscando, a lo que asentían dándole la razón. Pues aparte de perderse, no habían logrado dar ni un solo tiro. Fueron pasando de una conversación a otra sin apenas darse cuenta de que la noche estaba ya bien entrada, entonces David quiso obsequiarles con una bebida poco usual para ellos, pero que seguramente les gustaría, por desconocida. Echó mano a una botella de un hueco de la pared, la quitó las telarañas y se la ofreció al señor, que cogiéndola y mirándola de un lado y de otro, decía a David que le agradecía el detalle pero que la dejara para mejor ocasión, al tiempo que sacaba del interior de su chaleco, que por cierto tenía un sinfín de bolsillos y cremalleras, una especie de estuche como el de los cigarros pero con un tapón roscado, dorado que al quitarlo servía de vaso y ofreció un trago a David quien por no hacerle feo, se lo "endilgó" de un trago, quedándose de momento sin respiración, cambiando de color ante lo cual el acompañante le daba golpes en la espalda diciendo: - venga hombre, que no es más que whisky, y además del bueno. Será que no estás acostumbrado pero eso para nosotros es como el agua. A lo que David, que poco a poco recobraba el resuello contestó que solamente en una ocasión en el pueblo y seguramente para gastarle una broma, le dieron a beber algo parecido; pero él, que notó que se querían cachondear, le asestó un golpe con un taburete al que se lo había ofrecido que tuvieron que asistirle en el médico. Improvisaron en un rincón cerca de la gran lancha de piedra que servía de base a la lumbre, todavía con brasas, una cama en el suelo con hojato de maíz como colchón y varias pieles de cabra y oveja haciendo las veces de mantas. David tratando de ser amable, había ofrecido su camastro a los huéspedes, pero éstos prefirieron la novedad que para ellos representaba pasar una noche en el suelo, aunque acondicionado perfectamente, hasta el punto de dormir toda la noche de un tirón, motivado además por el cansancio de haber vagado por el monte. A la mañana del nuevo día, David, que estaba acostumbrado a madrugar, ya había despachado el ganado y tenía preparadas unas cazuela de migas con unos torreznos y varios huevos fritos que despertaron y estimularon la pituitaria de sus invitados, quienes frotándose las manos y rascándose la cabeza, daban las gracias a David porque habían dormido, decían, como los propios ángeles y ahora este desayuno tan opíparo, digno de reyes, por lo que se sintió David halagado. Tan a gusto se encontraban en el chozo que apenas daban señales de tener que marcharse, ante lo cual uno de ellos, el que llamaba excelencia al otro, se dirigió a éste recordándole que la mitad de la guardia civil estaría a esas horas buscándoles y la otra mitad tratando de calmar los ánimos del resto de la expedición que días atrás habían emprendido saliendo con sus Land- Rover y vehículos todo terreno dispuestos a dar una batida a los jabalíes de la sierra, a lo cual el señor dio la razón a su compañero con síntomas claros de fastidio. Se levantó y preparó todo para emprender la marcha. Todo eran ponderaciones y halagos hacia la hospitalidad recibida y echando mano a la cartera le entregó a David un billete de cinco mil pesetas junto con una tarjeta en la que figuraba (decía al dársela), su nombre, cargo de ministro y dirección y teléfono de Madrid, por si alguna vez necesitaba algo David de él y le pudiera ayudar en lo que estuviera de su mano. David, no supo resistirse y con poco de rubor, porque entendía que era un pago excesivo a sus atenciones, se guardó ambas cosas y dijo que él tenía costumbre de hacer lo mismo siempre que llegaban hasta su chozo alguien que se viera obligado a ello y de lo que podían dar fe los carboneros y leñadores quienes también se dedicaban a la caza como furtivos... El día no estaba claro, pero tampoco era de los más complicados, que por esas fechas suele ser lo habitual. Los dos hombres con sus perros de orejas grandes y caídas, echaron a andar camino adelante por el mismo sitio que habían venido, con la esperanza de dar con algo conocido y también con la seguridad de ser encontrados por las fuerzas de la guardia civil que les estarían buscando desesperadamente. David se les quedó mirando un tanto pensativo. Agradecía mucho que hechos como el ocurrido rompieran su monótona existencia y si además como en esta ocasión ello le proporcionaba un dinero para él muy importante, pues miel sobre hojuelas. Ya estaba haciendo proyectos sobre las cosas que podría adquirir en el pueblo el día que volviera. Tendría que ser pronto, pues había que quitar varias crías de cabras y ovejas, llevar picón, quesos y otras cosas antes de que pasara la época en que se vendían mejor. Pensaba comprarse unas botas que había visto en el escaparate de la tienda de "chino", porque las albarcas para el verano...- muy bien, pero ahora en este tiempo... Le salían unos sabañones que le traían por la calle de la amargura, y tenía que untarse todas las noches con un ungüento hecho de ajos y aceite para calmar los intensos picores que le entraban, sobre todo cuando se acercaba a calentarse a la lumbre. También quería comprarse una dulzaina a la que tenía echado el ojo de la casa de "tío sombrerero", donde vendían otros instrumentos propios de la zona como: tamboriles, zambombas, guitarras, armónicas; y otros que por Nochebuena tenían mucha aceptación entre las gentes del pueblo que formaban auténticas rondallas y con los dineros que le sobrara, haría un ahorro para alguna otra ocasión. Lo cierto es que él nunca había tenido tanto dinero junto y sobre todo un billete de tanto valor. Los tenía de cinco y veinte duros y alguno de mil. Monedas, eso sí, de todas, que conseguía vendiendo sus cosas en la Corredera y que cada vez que bajaba al pueblo se las llevaba y volvía sin un céntimo. Volvió a sus quehaceres tratando de dar por pasado todo lo ocurrido que para él no tenía mayor trascendencia. Continuó con sus labores en el campo, prestando atención al ganado y cuidando de su propia subsistencia, sin añorar nada de cuanto veía e iba conociendo, gracias a visitas como la recibida últimamente. C A P I T U L O X Habían pasado ya los rigores del invierno; la naturaleza comenzaba a despertar poco a poco, como de un profundo letargo, desperezándose del largo sueño. Empezaban a oírse el gorjeo de los pajarillos que como todos los años aparecían a los primeros cambios de la naturaleza. Los árboles con sus incipientes botones, pronto empezarían a llenarse de flores, los más adelantados, almendros, cerezos y melocotoneros, luego en acorde universal el resto de ellos, estallarían y brotarían sus hojas; comenzaría un nuevo ciclo, habrían parido los animales, continuaba la vida; crecerían los ríos, se produciría el desove de las truchas, se vestirían de verde todos los campos, tendría lugar la sementera, triscarían de nuevo los animales por el monte, se renovaría la vida y también David, sintiendo el vigor de la primavera en su sangre. Sentía la necesidad de verse con sus paisanos, palpar el contacto humano, andar, subir y bajar valles y recorrer como siempre, a través de lo que el consideraba sus tierras, con regocijo. Por eso y por cuanto ya no presentaban dificultades, como en invierno, los caminos para la jaca, preparaba una visita al pueblo. En esta como en otras ocasiones bajaría lleno de costales, de quesos pieles, crías de cabra, corderos y también el cofrecillo con sus nuevos hallazgos, para enseñárselo a Pedro y conocer su opinión sobre aquel asunto, sobre los símbolos extraños y que relación podía tener todo aquello respecto a la señal del suelo en la plaza... Dispuesto todo en la jaca, sus mochilas y demás, al día siguiente temprano, todo lo que la claridad del día permitió inició la marcha al pueblo, esta vez más fácil, pues aunque no pudiera ir montado en la caballería, al menos llevaba menos impedimentos que de costumbre, cuando bajaba el solo. Los caminos estaban mal, debido a las frecuentes lluvias que habían arrastrado consigo piedras, hojas, hierbajos y retamas haciéndoles impracticables, de tal manera que a veces había que dar un rodeo para salvar grandes trozos del camino empantanado, con lagunas y tirando del rabero de la jaca, iba poco a poco descendiendo de la sierra, adentrándose en la espesura del monte hasta conseguir enfilar lo alto de una colina y el camino desde el que ya se podía divisar el pueblo, aunque todavía quedaba un gran trecho hasta el mismo, hasta pisar sus calles, desde allí, desde un altozano, ya se divisaba prácticamente todo el pueblo, los campanarios de las iglesias, las variadas columnas de humo de las chimeneas en los innumerables tejados del barrio judío, entramándose, dibujando un tapiz de variantes formas y colores, las casas del pueblo alto, más nuevas, de construcción moderna, con arcos, ventanas y grandes terrazas, las filas de pisos de tres y más alturas, todas iguales, las urbanizaciones de chalets con sus jardines y piscinas; todo, todo se veía desde allí con diáfana claridad, también los valles, los campos, el verde incipiente del brote de su arboleda, los larguísimos surcos del campo preparado ya para la siembra y el río serpenteante, por entre valles y vaguadas apareciendo y desapareciendo a tramos. Fue acercándose hasta divisar el puente de Hierro y el paso a nivel y las ruinas de unas grandes fábricas de paños que antaño dieron vida a un gran número de familias y el batán, donde se preparaba la lana para la fabricación de mantas, de reconocido prestigio, que llegaron a coger tanta fama, como las de la vecina ciudad de Béjar, y actualmente aquellos locales estaban destinados a una industria chacinera donde se curan grandes hileras de chorizos, lomos y jamones con el puro y frío aire de Pinajarro, los muelles de carga en la planta baja, las cámaras frigoríficas en un incesante trasiego de camiones, cambiando por completo el olvidado lugar. Mientras va pensando y admirándose de todo esto, sin darse cuenta se ha embocado en la última calleja y aparece por la parte del río, por el puente de la fuente chiquita y poco después en casa de Pedro. David, remonta el pequeño teso del puente. Observa el machón que hay en medio del puente donde las buenas gentes del barrio afilan sus navajas y hocinos, y que le han proferido una mella. Suenan los cascos de la jaca en el empedrado del suelo, ya que está en pleno barrio judío. Entra por la calle del "Vao", estrecha, profunda con dos largas hileras de casas a ambos lados. Tan pronto aparece un lagar como un portal de una casa donde encima de una silla de tijeras se exhibe al público una banasta con membrillos y colgados de unas alcayatas ristras de ajos y pimientos secos. En lo alto de las fachadas con las tejas curvadas al revés, se pueden ver unos atados de higos ensartados por el rabo para que se vayan secando al sol. Más adelante doblando una esquina, David enhebra por otra tortuosa y empinada calle sin apenas luz donde los aleros de los tejados se tocan, se mezclan y las puertas de las casas están cerradas casi todas aunque un una de ellas se oyen a través del vano de la escalera voces de niños que salen corriendo y gritando hacia la calle. Sigue adelante y se cruza con una casa que tiene en el portal una parra de palancar que cubre toda la techumbre de una terraza y por detrás de la vivienda hay un huerto con todo tipo de árboles frutales y hortalizas. Más adelante y casi llegando a casa de Pedro, hay un gran portalón que da entrada a lo que llaman la almazara o cofradía. Allí es donde poco a poco con persistente goteo van llegando las bestias cargadas con banastas de aceitunas para ser molidas en un arcaico molino, por cuya función el encargado de esta labor cobra una cantidad como porcentaje de la remesa en especias, es decir al igual que ocurre con la molienda del grano, le pertenece una maquila o parte de la misma. Igual ocurre con la escoria o los hollejos de la molienda que en caso de las aceitunas se llama carrozo y en el de el grano salvado, que tiene gran aceptación para la cría del ganado casi siempre de cerdos que cada familia cría para la matanza. Una vez en la puerta de Pedro, David observa que hoy tiene trabajo de herrar, porque junto al portal en unas argollas previstas para este fin se encuentran atadas dos bestias esperando turno, mientras Pedro calza a una yegua, una vez alisado el casco con una especie de cepillo con el que va saneando la pezuña del animal y acto seguido de una fragua sale candente la herradura que presentándola en la parte inferior del casco va adaptándola a la medida sobre un yunque hasta conseguir que cuadre perfectamente en la pata del animal que trata de herrar y cuando presenta por vez primera la herradura hecha ascuas, sale de la pezuña un humo que huele a cuerno quemado. Pedro, que saluda efusivamente a David, al verle aparecer no suelta las tenazas con las que sujeta con una mano la herradura, al tiempo que mueve un fuelle que aviva la fragua con la otra. Sin embargo pese a lo ocupado que se encuentra en esta ocasión, no disimula su alegría de ver a su amigo y le invita a que pase, estará cansado del camino que también él conoce, le dice que tome asiento y que le de un tiento a la bota que cuelga de un garabato de madera que sobresale en un pie derecho sobre la que se sostriba la techumbre y el entramado de vigas del patio-taller. David primero descarga la jaca y aprovecha para que el maestro le eche un ojo y le diga si necesita herraduras o no. Pedro le dice que ahora tiene mucho trabajo pero que el negocio funciona con altibajos según la época que ahora hay días como hoy en los que tiene cola. Además se está pensando ampliar sus actividades y puestos a dedicarse a las caballerías, también realizar el esquilado del pelo que eso para él no guarda ningún secreto, pues está acostumbrado de cuando ejercía de pastor y tan pronto esquilaba a una oveja como le arreglaba las crines a los caballos y la cola a los mulos y a todo bicho viviente haciéndoles auténticas filigranas en el lomo, dibujos y hasta letras con el nombre del dueño para así distinguir un ganado de otro, de tal modo que se lo estaba pensando y sería lo más acorde con su oficio. Al ser ya la hora de la comida, Pedro dejó su tarea para dedicarse por entero a la preparación de la misma, hoy con doble motivo tiene que ser especial al tener un invitado. Mientras los arrieros aguardan el arreglo de las bestias en una taberna llamada "los conos", cuyo nombre le viene de unos grandes recipientes llenos de vino que los parroquianos van trasegando durante el año, y que pacientemente, sin prisa alguna, aguardan a que Pedro termine con su trabajo, ahora interrumpido por la comida. David colabora con su amigo en la preparación del menú. Para ello aporta un hermoso conejo, cazado en la tarde anterior que Pedro prefiere preparar más tarde al ajillo y con menos prisas que con el pan tierno del pueblo deberá estar para chuparse los dedos. Mientras discurre la comida como siempre con todo el tiempo del mundo por delante, regando las tajadas con un buen vino de pitarra en un puchero de barro, que nunca falta en la mesa, David va descubriendo ante Pedro los asuntos que tanta importancia tienen para él. Le habla del cofrecillo, de los pergaminos, de las telas, de todo cuando ha encontrado entre sus pertenencias y de la casualidad que la señal que hay en la mayor parte de ellos coincida con la de la plaza. Pedro que le escucha con atención pero como si conociera su descubrimiento como si no le extrañara en absoluto cuanto le estaba contando, él sabe perfectamente el ancestro de David, ya mucho se teme que tendrá que emplear bastante tiempo en explicarle una y mil cosas acerca de la vida de sus antepasados, que él conoce hasta el punto de haber tenido trato con los padres de David, siendo muy mayores y que David apenas puede recordar pues se había quedado solo en la majada, con la inseparable compañía suya, mientras los padres al igual que el resto de la familia tuvieron que emigrar, sólo Dios sabe, por culpa de una ley que expulsaba a todos los judíos sin excepción. David iba depositando encima de una mesa todos los artilugios al tiempo que Pedro le explicaba cuanto sus conocimientos le permitían y que no era mucho, solamente aquello que recordaba y que le comunicaba a David siendo consciente de que no le satisfacía plenamente dejando muchas preguntas en el aire, examinaban ambos las piezas y documentos y Pedro explicaba que no le resultaba extraño porque el padre de David y también su abuelo, llamado Leví, habían ostentado el cargo de Rabí en la sinagoga del pueblo judío durante los años en que formaron comunidad, que habían sido personas de reconocido prestigio, de lo más importante y que al igual que toda la comunidad tuvieron que abandonar el pueblo y refugiarse en las sierras más cercanas, huyendo como vulgares delincuentes un mal día con todas sus pertenencias más queridas y dedicarse al pastoreo del ganado y cuidado de las tierras, hasta que decididamente tuvieron que abandonarlo todo ante el temor de ser descubiertos por las autoridades, dejándole a él al cuidado de la familia de Pedro que por entonces era la que más confianza les ofrecía y que siendo tan pequeño no se atrevieron a llevarle consigo, sin saber a dónde irían a dar con sus huesos. Todavía recuerda Pedro, aunque niño, las escenas de dolor que se produjeron en la majada ante tan brutal separación que cogiendo lo imprescindible y acompañados por una recua de ganado sus familiares comenzaron el éxodo a otras tierras emulando a sus antepasados que igualmente se vieron obligados a ello. Se despidieron de los padres de Pedro, con lágrimas en los ojos, pues dado la avanzada edad de todos era como una definitiva despedida. Dejaron en el chozo muchas de sus pertenencias y ganado suficiente para procurar el mantenimiento de David, hasta que pudiera valerse por sí mismo, algo que llegaría años después, cuando Pedro ya mayor, sin padres y viéndose obligado por sus dolencias consideró que ya era lo suficiente hombre como para dejarle solo en la majada. Le contaba Pedro, que cuando decidió bajarse al pueblo estuvo meditando largamente por lo que suponía para él de ruptura con la vida en la sierra y porque debería de iniciar una vida llena de incógnitas y dificultades, él que solamente sabía cuidar del ganado. Al principio cuando bajó al pueblo, fue motivo de escarnio y mil bromas que tuvo que aguantar estoicamente hasta conseguir una buena convivencia con sus paisanos, tal y como podía constatar ahora por los clientes que tenía debido a su oficio. Todo este asunto explica por sí mismo que decidiera dejarle consciente de lo que le esperaba al volver al pueblo, donde en realidad encontró solamente una persona que le ayudó y quien gracias a la cual pudo salir adelante al tiempo que reponerse de las dolencias y achaques. A esa persona recurrirían también en esta ocasión, en la seguridad de que no serían defraudados, irían a verle si a David lo parecía bien, le llevarían todos los enseres y documentos del cofre, le pedirían parecer y consejo, pues era hombre de bien el tal Don Noé de quien Pedro nunca había dudado y ni tan siquiera se había planteado conocer quién era y de qué familia procedía. NO era necesario, hacía el bien a todo el mundo y esa era su mejor carta de presentación. Además se sabía que era un estudioso y entendido en asuntos relacionados con el pueblo judío y sus opiniones autorizadas ni se discutían. Gozaba de prestigio entre los habitantes del pueblo y sus conocimientos en la materia habían traspasado las fronteras de la localidad tanto en lo referente a su profesión como en lo concerniente a sus conocimientos en asuntos hebreos o judíos. Así pues a la mañana siguiente, que era sábado y por tradición Pedro no ejercía actividad laboral alguna, dedicaron el día a la investigación de aquellos documentos que parecía tenían su importancia. Entrada la mañana, subieron al pueblo para verse con Don Noé, que vivía en una casa grande de la calle de los comercios. Era ésta una calle que hacía honor a su nombre, pues desde que comenzaba en la plaza, donde existe el límite imaginario que separa el barrio judío del resto del pueblo, una puerta sí y otra también están dedicadas a tiendas de todo tipo. Una vez entrado en la calle que tiene por nombre oficial del Relator González, pero que todo el mundo conoce por la calle de los comercios, empieza con carnicería, frutería, tienda de electrodomésticos, ultramarinos, encuadernador, botica, droguería, churrería, estanco, panadería, pescadería, tejidos, y un largo etcétera, de todo cuanto se pueda necesitar, por ese motivo está siempre muy concurrida, no solo por los vecinos de la localidad, sino por un sinfín de compradores que habitualmente vienen de los pueblos limítrofes a realizar sus compras de calzados, embutidos y prendas de piel y abrigo de todo tipo que son de fama en todo el contorno y pueblos a la redonda. Hacia la mitad de la calle, vive Don Noé, que ejerce de practicante, de podólogo y a veces de sacamuelas, pero por lo que ahora vienen a visitarle no es para solicitar sus servicios como profesional de la medicina, sino por sus conocimientos en escrituras e historias sobre el pueblo judío. Entraron en el patio, cuyas puertas, al igual que casi todas las casas habitadas del pueblo, están siempre abiertas, subieron por unas amplias escaleras de madera hasta una estancia que hacía veces de recibidor, con unos escaños, varias sillas de tijera y un gran arcón de madera. Allí aguardaban dos vejetes para ponerse una inyección de las cajas que sostenían en sus temblorosas manos. D. Noé recibió con cierta sorpresa a Pedro y su acompañante a quien no había visto nunca. Después de ser presentado David a D. Noé, cayó en la cuenta de que debía se el hijo pequeño del Rabí Leví, que tuvo que dejar cuando fueron expulsados camino de Portugal, detalle este último que Pedro desconocía y por el que se interesó ante lo cual D. Noé empezó a explicarles que una vez que se juntaron en el pueblo llamado de La Abadía, todos los judíos dispersos por aquella zona, al frente del éxodo, nombraron jefe precisamente a Leví, por ser uno de los miembros más relevantes de la comunidad judía Rabí y además rico, condiciones que entendieron eran garantes de la buena marcha de la expedición y poco más se sabía al respecto, como no fuera que dirigieron sus pasos acompañados de enseres y animales a la vecina Portugal. C A P I T U L O XI Sin embargo, Don Noé adivinaba que no habían venido a verle sólo para hablar de David, les preguntó qué les traía por su casa ante lo cual Pedro, un tanto nervioso, comenzó a explicarle sin entrar en detalles cuanto le había sucedido a David, con la señal de la Plaza, y la coincidencia con lo encontrado en el chozo: los pergaminos que no entendían y poco o nada podían precisar acerca de ellos y que ese era realmente el motivo de su visita, que se lo traían tratando de encontrar algo de luz sobre el asunto. D. Noé, que acariciaba la idea de descubrir algo que ya sospechaba de antemano, cogió el cofrecillo con reverente asombro y les dijo: - vamos hasta otra dependencia donde estaremos más tranquilos, además ya ha pasado la hora de consulta y no vendrá ningún paciente. Entraron en otra sala llena de estanterías y libros sobre una gran mesa de nogal. Había libros por todas partes y en medio, un atril con un libro grande con repujados en oro en las pastas y en el lomo con símbolos y dibujos parecidos a los de los pergaminos. Comenzó a desenrollar los pergaminos con impaciencia al tiempo que ponía cara de asombro e interés. No decía nada, pero en sus ojos se notaba cierta avidez ante las expectantes miradas de su visita. Luego cogió la llave del cofre, las monedas y las palpaba y volvía sobre los escritos como tratando de encontrar la clave de todo. Repuesto de su primera sorpresa, trató de explicar a Pedro y sobre todo a David, como propietario de aquel tesoro, al menos en la apreciación de D. Noé, el significado que a primera vista entendía acerca de todos aquellos pergaminos, que no eran otra cosa que los valiosísimos documentos, pasados de padres a hijos durante varias generaciones que, al parecer, se trataba de unas escrituras en las que se confería al poseedor, que además figuraba con el nombre de David, el título de sucesor tanto en las funciones de la Sinagoga como en cuanto a la hacienda perteneciente a la familia de Leví, que como era de suponer, sería mucha a juzgar por lo que él tenía entendido de siempre. No obstante, esto era un comentario muy por encima. Tenía que estudiar más pausadamente aquellos pergaminos escritos en un lenguaje, que aunque hebreo, estaban como en clave y no lograba descifrar el sentido de todo ello. En cuanto al símbolo de la plaza, el reverso de las monedas y del cofre, efectivamente eran la misma cosa, o sea la famosa ESTRELLA DE DAVID, que había servido de bandera a todo el pueblo judío y que era la señal por la que se identificaban todos los asuntos relacionados con ellos. A partir de estas explicaciones, todo fue fácil de comprender para ellos, también para D. Noé, quien comenzaba a atar cabos y a entender muchas cosas, que llevaba años tratando de ampliar sus conocimientos y mira por dónde había encontrado el eslabón que daba sentido a su historia siempre incompleta. No obstante dudaba mucho de cuanto entendía a través de aquellos documentos, porque el hebreo, decía, es como la combinación de una caja fuerte, con infinitas posibilidades, pero solamente una es la verdadera y en eso consistía, en dar con la clave, que arrojara luz sobre todo ello, y para eso hacía falta más tiempo y posiblemente consultar con Don José el cura de la iglesia de Santa María quien tenía muchos conocimientos de asuntos hebreos y tratados bíblicos y con quien había contrastado en más de una ocasión opiniones y puntos de vista acerca de estos líos. Por esta razón aplazarían para más adelante una nueva entrevista tratando de tener algo más aclarado todo aquello. Se despidieron de D. Noé, agradeciéndole la atención de haberles recibido, quedando emplazados para una próxima ocasión que le haría saber a David. Cuando se quisieron dar cuenta ya era la hora de comer y hoy con la visita no habían preparado la comida, así que decidieron tomar unas vasos por los mil bares de las calles y junto con los aperitivos prescindir de ir a comer, por una vez y sin que ello sirviera de precedente. Se enrollaron por bares, mesones y tabernas, comieron y bebieron hasta entrada la tarde-noche, en la que iniciaron la bajada de nuevo al barrio judío, haciendo las correspondientes paradas en bodegas y tabernas que encontraban, con facilidad, a su paso y sin apenas darse cuenta, se encontraron en la Plaza de la amistad judeocristiana próxima a la casa de Pedro y donde tantas cosas y nombres empezaban a tener un nuevo sentido para David. Esa noche, cansados de vagabundear por el pueblo, apenas pudieron hablar, pero a la mañana siguiente ya Domingo, en el que David se proponía volver a su majada, comentaban entrambos las novedades que les sugerían las palabras de D. Noé, que a buen seguro estaban como siempre cargadas de razón y una inexplicable alegría embargaba el ánimo de los dos, como si de una premonición se tratara, de que algo bueno se estaba fraguando en torno a aquella historia de la que se sentían protagonistas, ahora con base más firme en la que apoyar sus teorías y pensamientos quizás porque el destino lo quería. Con pena, pero al mismo tiempo con gozo, ambos amigos fundidos en un abrazo, volvían a separarse por imperativos de la vida que a cada uno de ellos les tenía asignado. Destinos diferentes, no obstante Pedro intuía que de alguna manera pese a la separación, no solo en la distancia sino en la forma de vida, algo les estaba acercando cada vez más, hasta el punto de preguntarle a David, cuándo sería su próxima visita, a lo que le contestó que no se había planteado para cuándo, pero que sin duda sería pronto, con visibles muestras de pesar por esta nueva separación. David inició una vez más, pero distinta a todas, la vuelta a su entorno y a su vida diaria. Pedro vivía pendiente y en ascuas por tener alguna noticia acerca del asunto que celosamente guardaba en secreto en comunión con Don Noé quien tal vez intrigado, estaría en estos momentos mirando y consultando libros, manuales y todo cuanto pudiera servirle para descifrar aquellos pergaminos, tratando de buscar respuestas clarificadoras. Pedro apenas frecuentaba el pueblo y últimamente buscaba cualquier pretexto para subir a la barbería, a la ferretería con tal de hacerse el encontradizo con Don Noé, por si tuviera alguna novedad que comunicarle, pero éste parecía lejos de dar con algo definitivo. Buscaba en enciclopedias y tratados de historia algo que pudiera ponerle en camino de un asunto tan singular, fue a ver a D. José y entre los dos lograron sacar en limpio una leyenda que más o menos venía a decir: "En la villa de Hervás, comunidad de Leví, Rabino de la judería y principal en la sinagoga, declaramos mediante el presente escrito sea único heredero de nuestras pertenencias, así como el encargado del decoro y mantenimiento de la nuestra sinagoga, nuestro queridísimo hijo David, para quien dejamos nuestro sello y pertenencias herencia de nuestros antepasados y que con gran agrado y celo hemos guardado a través de los tiempos. También junto con estas obligaciones legamos a nuestro predilecto la morada junto al río, llamado Ambroz y las tierras de la margen derecha que lindan con la tal casa, para que sea disfrutada y usada en mayor honra de nuestro Dios Iahvé" En el reverso de estas escrituras figura un plano de situación tanto de la casa como de la sinagoga, punto central de la judería, y curiosamente trazando líneas rectas y uniendo los diferentes puntos es decir, la sinagoga, la casa, las tierras, la calle del Rabilero y el punto más oriental del barrio con el más occidental, es decir levante y poniente, se obtiene una estrella de seis puntas de diamante que no es otra cosa que la estrella de David. Todo esto habían deducido después de muchas horas dedicadas a leer el significado de los pergaminos y creían estar en el buen camino realizando más o menos una traducción libre inteligible para su dificultad y encontrándole cierto sentido muy aproximado, pues había signos que de ninguna de las maneras pudieron entender por tratarse tal vez de algún significado en sentido figurado, a lo que eran muy aficionados los escribas de entonces y que representaban auténticas claves de muy difícil aplicación que conducían a soluciones muy dispares entre sí, quedando siempre un trasfondo de dudas acerca de el contenido de cualquier traducción por muy trabajada incluso por estudiosos tan reconocidos como quienes ahora trataban estos documentos. No obstante estaban seguros de tener entre sus temblorosas manos documentos valiosísimos de una antigüedad indeterminada que nunca se hubiera encontrado sobre asuntos de los judíos y menos con los de aquella localidad que tan claramente hicieran alusión a la misma. Apenas podían contener la emoción de poder enlazar parte de la historia olvidada, con la de nuestros días y no obstante les nublaba la alegría las muchas dudas que les asaltaban acerca de la veracidad de aquella traducción que no de los documentos que a todas luces y dado el estado de conservación, había que andar con tacto para que no fueran a romperse, lo que significaría una pérdida irreparable, así como el único testimonio de cuanto estaban sacando a la luz. Tanto es así que decidieron no dar noticia acerca del asunto a nadie más que a Pedro el herrador para que le fuera comunicando a David lo que sin duda sería una gran noticia para él una buena nueva, como se acostumbraba a decir por el barrio judío. Don Noé, cuando bajó a comunicarle lo encontrado a Pedro, quiso corroborar estos datos "in situ" y en efecto en el punto señalado por el croquis o plano de la antigua judería, existía una casa grande con los cantones de sillería en piedra o cantería labrada, un zócalo de piedras de río hasta una altura de dos o tres metros y de allí para arriba al igual que el resto de las del barrio, las fachadas eran un entramado de maderas y adobes. De vez en cuando interrumpido por unas ventanas asimétricas, con marcos de madera, una repisa de madera y unos cuarterones que cerraban las mismas. El conjunto de la casa se encontraba en buen estado gracias a que la parte más oriental, por donde era atacada por los aires en el invierno y las aguas, estaban cubiertas por unas tablas atravesadas de un lado a otro. Eran costanos de roble y de castaño que enlazaban con una serie de tejas vueltas del revés, algo por otra parte muy frecuente por aquellos pagos y que rara era la casa que no lo tuviera en sus fachadas. Aparentemente desde la calle, no se apreciaban deterioros de consideración, además solamente estaba D. Noé observando, con cierto disimulo, para no levantar sospechas y tener que dar explicaciones que tal vez no fueran bien interpretadas, observaba más que nada la fachada principal y como distraídamente, para no dar pábulo a habladurías entre las gentes que a la menor desatarían leyendas e inventarían historias de las muchas que corrían de boca en boca sin fundamento alguno a pocos indicios que se tuvieran con asuntos relacionados con la historia de los judíos, aunque no era este un caso más, pues era sabedor de que estaba situado frente la casa de los padres de David comprobando que estaba cerrada y en las jambas de la puerta principal, talladas y desgastadas dos estrellas de David. Contemplaba el ojo de la cerradura y ganas le daban de romper el secreto metiendo la llave que encontraron en el cofre, pero no, eso sería como violar una tumba, como un sacrilegio, eso pertenecía hacerlo a David y a nadie más. Acto seguido se personó en el lugar de otra de las puntas de la supuesta estrella, que marcaba el plano y quiso ver en él lo que en otro tiempo fuera la sinagoga, de aspecto muy diferente al de la casa, habitada por gentes que lo más seguro es que ni sospecharan que estaban pisando lugares otrora dedicados al culto judío, a realizar circuncisiones y solo Dios sabe cuántas cosas más. Allí si que el paso del tiempo había dejado huellas, como en tantos lugares de la calle el Rabilero o de la sinagoga donde alternaban los adobes centenarios con los aluminios de las ventanas y balcones y las antenas de televisión de sus moradores, sin embargo eso sí, los tejados apenas habían cambiado, casi que no dejaban pasar la luz, lo cual le daba al barrio cierto aspecto triste a la vez que seguridad, para no ser visto, lo que se entiende perfectamente si se tiene en cuenta que la mayoría de sus antiguos habitantes lo que pretendían era pasar desapercibidos de las autoridades locales... D. Noé fue a contar todo lo concerniente al asunto a Pedro, con pelos y señales y le hizo saber las ganas que tenía de que viniera David, para proceder a la entrada de la casa, que sin duda guardaría más de una sorpresa y tendría la oportunidad de desvelar más de un intríngulis acerca de los judíos. Le faltó tiempo a Pedro para acercarse hasta la casa de un guarda forestal para pedirle que lo antes que le fuera posible a él o a alguno de sus compañeros, se acercaran hasta la majada de David y le comunicaran que bajara al pueblo lo antes posible, para darle noticias acerca del asunto que les ocupaba. El guarda quería disimuladamente conocer pormenores sobre el particular, diciéndole a Pedro que si era un asunto de tanta importancia, lo transformaría en asunto oficial y con permiso previo se acercarían con el todo terreno hasta casi las inmediaciones de la majada, Pedro en cambio quería restarle importancia para no tener que soltar prenda, pero como hacía poco había bajado David al pueblo, de no comunicarle algo en este sentido tardaría bastante en volver y el asunto más que nada quería hacérselo saber él de viva voz, total que el guarda no pudo sacarle nada en limpio. Ya había entrado la primavera, el campo reventaba en colores, las aguas del deshielo bajaban raudas por canales y arroyos, las nieves se habían trocado en flores, las praderas estaban alfombradas de margaritas, el canto de los pájaros se hacía presente en los amaneceres, todo presentaba un color verde recién nacido como de terciopelo, los robledales y castañares brillaban en la lejanía con sus puntas en las ramas por miles de brotes y los animales, la caza, la pesca, todo se renovaba una vez más, dando lugar al ciclo vital. Contemplaba David todo esto que no por ser ya conocido para él, dejaba de causarle admiración, quedándose una vez más boquiabierto ante tanta belleza, ante la grandeza que le presentaba la naturaleza... Llegó hasta él un guarda forestal acompañado en esta ocasión por un cazador que le había conducido hasta el chozo, pues la pista que circundaba los contornos del monte, aún quedaba más abajo de la sierra y pocas personas conocían la ubicación de la majada de los cabreros como la llamaban familiarmente por aquellos lugares. El guarda no quería encargar a nadie el recado que le había dado Pedro y había preferido que le acompañara el cazador, para dárselo personalmente y para algo más... En primer lugar, movido por la curiosidad y el deseo de saber algo de lo que le había apuntado Pedro, al parecer importante debía ser, cuando con tanto empeño le encargaba este asunto, y en segundo lugar porque aunque conocía muy por encima la vida de David, le llamaba la atención cómo se había aclimatado al lugar con las dificultades que entraña vivir solo y sin embargo podía decirse que se había acoplado al lugar como si ya formara parte de él mismo. En estas divagaciones se encontraba el buen hombre y aquí era a donde quería llegar, quería preguntar a David qué opinión le merecía a él un asunto que últimamente le traía a él y a la familia por la calle de la amargura. Una vez en presencia de David, intercambiaron saludos y presentaciones, se contaron anécdotas de caza, hablaron del tiempo en tanto daban buena cuenta de una bota de vino y un queso curado, que David como era costumbre había sacado a su inesperada visita. Charlaron de todo, el guarda comunicó su encargo a David, éste le agradeció la molestia que se había tomado, pero no hizo comentario alguno, inseguro como estaba de que aquel descubrimiento suyo tuviera trascendencia alguna, con lo cual el guarda se sintió un tanto frustrado, pues pretendía saber por David de qué trataba tan delicado asunto que había motivado el que Pedro, que era hombre poco dado a pedir favores a nadie, se hubiera lanzado sin ningún recato a pedirle semejante encargo... CAPITULO XII No se atrevió el guarda a preguntar a David de qué se trataba el encargo comprendiendo que sería algo particular entre Pedro y él, pero la hora de volver se echaba encima y él quería contarle a David su desazón por el problema que le tenía acogotado y se lanzó, aunque solamente fuera por desahogarse a contar en presencia incluso del cazador la causa de su angustia. Se trataba de un hijo suyo, que le había salido rana, decía el pobre casi entre sollozos y con palabras entrecortadas, nada menos que se había dado a la droga, estaba sin ocupación ni trabajo y últimamente en casa, habían tenido más de un disgusto a causa de esa situación que por otra parte se sentían impotentes para atajar el problema, ahora que todavía al parecer no había pasado a mayores aunque ya le habían advertido sus colegas de la guardia civil que su hijo andaba con mala gente, siempre en bares y pubs y tenían la certeza de que estaba metido en algún sucio negocio y que por la confianza que tenían con él le habían puesto sobre aviso, para que procurara por todos los medios separar a su hijo de tales compañías, si no quería verse envuelto el día menos pensado en un laberinto del que sería difícil salir. Contaba el guarda que se veía atado de pies y manos que lo peor no era eso, lo malo es que tenía una hija casi de la misma edad que el chico y temía que también la implicara y cayera en las mismas redes que el hermano, con lo cual la situación sería más que dramática. Contaba todo esto para desahogarse de tanta tensión como llevaba encima, pues de estos asuntos desgraciadamente no podía hablar con nadie ante el riesgo de que corrieran las voces y en nada favorecería ni su hijo ni a la familia, un asunto tan feo. Además estaba la madre, que como siempre no quería darse cuenta del peligro que estaba corriendo su hijo y estaba como ciega y para colmo no quería escucharle. Cuando trataba de explicarle el rumbo que estaba tomando el futuro del hijo y seguramente de la familia y no solo eso, sino que también procuraba darle al chico cuanto le pedía. Le decía todo esto a David, tratando de buscar ayuda en él, que aunque comprendía la dificultad en encontrarla, nada perdía con exponérselo, había pensado, continuaba, que al igual que ocurre, con esos centros a donde mandan a los drogadictos para rehabilitarse, algo que por otro lado no estaba al alcance de su economía, suplir este cometido, trasladando a su hijo previamente convencido y si a él le parecía bien hasta la majada y de esta manera tan sencilla le separarían de sus amigotes y de paso vería la vida, limpia, sin dobleces, sana natural como la de aquí arriba... Todo esto dejó un tanto perplejo a David, que pese a que tenía alguna noción de lo que llamaban las drogas, no llegaba a comprender el alcance del problema que representaba para la familia, que uno de sus miembros cayera en semejante trampa. Tal era el grado de angustia del guarda, que hablaba sin ningún remilgo sobre el particular tratando por todos los medios de convencer a David de lo que sería una solución al problema trayendo aquí a su hijo, que andaba por los 16 años cumplidos y que le ayudaría durante una temporada en los quehaceres diarios, que vería la vida de otra manera, aunque le tuviera incluso que pagar algo en concepto de manutención. A David, no le pareció prudente manifestarse en uno u otro sentido en aquel momento, le dijo que como bajaría al pueblo lo antes posible, ya hablarían sobre el particular, que fuera tanteando a su hijo no fuera que se encontrara con la oposición de éste y nada se pudiera hacer. El guarda, estuvo conforme con el comentario, que le indicaba la disposición de David en acceder a su petición, le aseguró que se encargaría de hacer ver a su hijo la necesidad de cambiar de aires y que cuando le hablara del sitio seguramente hasta le iba a gustar, pues cada día le encontraba más triste, aburrido y sin ganas ni tan siquiera de comer o de arreglarse, como no fuera ponerse esos pingajos con los que se vestía para ir de copas o lo que fuera, con sus colegas y amigotes casi siempre mayores que él, que eran quienes le estaban echando a perder. Llego la hora de partida de la visita y David quedó un tanto confundido, no solo por las noticias tan vagas que le traían de su amigo, sino también por el asunto que le acababa de confiar el guarda, quien a todas luces estaba muy afectado y desesperado. Lo que más le chocaba y también preocupaba era, que podía él hacer para influir en aquel chico al que por otra parte ni conocía y con qué autoridad podría hablarse de un tema que además solamente conocía de oídas, pero para nada dominaba y desconocía todo sobre el particular... No le importaba enfrentarse e intentarlo, además nunca había tenido compañía por largo espacio de tiempo y así podría ponerse al día en cuantos asuntos él deseaba saber a través de la convivencia con el muchacho, a cambio, le enseñaría a ordeñar, trabajar en labores del campo, el pastoreo, hacer trabajos de artesanía y hablarle de la niña rubia, porque le enseñaría la foto y hasta puede que la conociera, así le podría devolver el bolso y una talla que estaba haciendo en un madero de encina con el cuchillo que le había regalado Juanjo y que para este tipo de trabajo resultaba de lo más eficaz. Bajó David al pueblo tan pronto como le fue posible, dada la premura con que le había avisado Pedro y además dispuesto a visitar al guarda, conocer al chico y ver personalmente si estaba de acuerdo en ir con él a la majada, pero voluntariamente y no forzado por la familia. Cuando Pedro le explicó de qué se trataba el descubrimiento acerca de los pergaminos, David no podía dar crédito a cuanto estaba oyendo y ardía en deseos de ir con la llave a la casa y comprobar si en efecto, se trataba de una realidad porque como esto fuera cierto, el resto de la historia también lo sería. Fueron en busca de Don Noé, quien les entregó el cofrecillo con su contenido, felicitando a David y asegurándole y dando por cierto que cuanto allí se decía era totalmente verdad. Solamente faltaba llegarse a la casa en el lugar señalado, meter la llave y el resto era, sería otra historia. Faltaba saber cómo encajaría David la nueva situación, qué planes haría para su futuro, corría muy deprisa la imaginación de los tres... Antes había que dar ese primer paso y si no resultaba como esperaban, nada de entristecerse, aquí no había pasado nada. Para entonces, para cuando llegara el momento en que David quisiera comprobar si estaba en lo cierto, les decía Don Noé, él ya había andado algunos pasos, había ido al registro de la propiedad, porque el encargado era amigo suyo, no era esa la única vez que había ido a consultar legajos y libros de todo tipo, sin que le preguntara absolutamente nada, con lo cual sus consultas quedaban en el más absoluto anonimato, había podido comprobar que la casa señalada en el plano no figuraba en ningún sitio y que en el plano general del registro, a todos los efectos único y verdadero, figuraba el emplazamiento de aquel lugar como otros muchos, fuera de los llamados "dominios del concejo", con lo cual nadie podía reclamar la propiedad con documentos que acreditaran a tal finca, lo que le daba doble valor a los que poseía David, toda vez que eran los únicos que con exactitud indicaban la situación y pertenencia de tal casa. Como veía Don Noé, que estaba sembrando dudas acerca de la autenticidad de todo aquello, se invitó personalmente para acompañarles hasta el punto señalado y ser testigo de excepción y notario de cuanto allí pudiera suceder. David temblaba cuando estaba apuntando el ojo de la cerradura con la llave, que de tanto manoseo, presentaba aspecto de vieja, pero ya más limpia y parecía que encajara en efecto en aquella boca. Llegó el gran momento de la prueba, los tres personajes, cada uno con arreglo a su porcentaje de protagonismo, apenas podían contener la respiración, estaban escribiendo, tal vez, un nuevo capítulo para la historia, iban a desenterrar los secretos hasta entonces guardados muy celosamente por el tiempo, las leyendas a partir de ahora adquirirían categoría de historia, o tal vez serían testigos de la mayor decepción jamás pensada... Sin más, David introdujo la llave, giró hacia un lado, no pasó nada, giró hacia el otro, parecía sonar algo en el interior de la cerradura, no había que alarmarse, era mucho el tiempo pasado, eran muchos los vientos y humedades, los que al igual que en los clavos y maderas de los cuarterones de la puerta, habían hecho estragos y mella y llenado de óxido, herrumbre y orín los goznes y la cerradura, sería cuestión de maña, en estos dilemas se encontraban, cuando sonó un seco y brusco golpe, como el disparo de un muelle en el interior de la vieja cerradura, removido por la caricia de una de las guardias de aquella llave tan celosamente guardada durante tantos años... Fue un momento lleno de emoción, alegría y duda, de toda suerte de incógnitas, era como abrir un gran libro, olvidado y lleno de moho a través de los siglos. Ninguno era capaz de pronunciar palabra, penetraron en el interior de al parecer un gran patio, una oscuridad profunda no permitía ver absolutamente nada, un olor a humedad mezclado con mil más hacía que la respiración, alterada por la emoción fuera todavía más difícil. Poco a poco fueron tranquilizándose los tres, permanecían como petrificados, sin atreverse a decir nada, presos de la situación, confusos ante lo que se les venía encima. El aire de la calle penetraba como absorbido por el vacío, a medida que transcurrían los infinitos y largos minutos, se hacía la luz, empezó por penetrar en el patio, que como despertando de un largo sueño iba como si de una esponja se tratara empapándose de su luminiscencia, ya se adivinaba un tiro de escaleras al fondo de la estancia, ya la vista se acomodaba a la clara- oscuridad, ya empezaban a vislumbrarse siluetas de muebles, de enseres diversos. Junto a la escalera grande y de madera había un gran baúl, con telas y candelabros encima, con una capa de polvo, que había ido poseyendo poco a poco pacientemente todo cuanto encontraba a su paso. Para evitar tener que dar explicaciones, cerraron la puerta, quedándose tras ella, dispuestos a revisar y descubrir la casa por entero. Habían encendido dos velones que estaban insertos en el pie derecho de un candelabro enorme con siete brazos, tan familiar para David, que lo identificó de inmediato comparándolo con el encontrado en la majada. Fueron familiarizándose con la estancia, el patio presentaba un suelo de piezas de maderas nobles, la pátina del tiempo cegaba el brillo que otrora tuviera. En un lado casi detrás de la puerta de entrada, había una especie de trampilla con una argolla que se ocultaba y quedaba a haces con el suelo, gracias a una muesca hecha en la madera para abrir aquella trampilla, dando sin duda paso a lo que sería un sótano algo por otra parte muy útil a la hora de tener que esconderse. Tomaron las velas del candelabro, iniciaron la subida por la escalera, aún quedaban cosas atrás que revisar, pero ahora lo importante era dar una ojeada general, sin pararse mucho, para ver y ser conscientes de que aquello, no era un maravilloso sueño, sino una visible realidad, palpable, tan inesperada como cierta. Entraron en una gran sala, las escaleras daban directamente a la misma sin puertas o algo que se interpusiera, solamente la balaustrada de madera con hermosos remates torneados y brillantes a la luz de las velas, al fondo a través de las mermas de las maderas de los cuarterones entraban unos rayos de luz que bañaban la estancia, era una luz mortecina, como de tela de araña, sin fuerza como si no encontrara eco a su paso. A medida que se movían por la sala, iban quedando sus huellas marcadas en el suelo por el polvo que invadía absolutamente todo, el suelo, los muebles... todo. Con no pocos esfuerzos, pudieron abrir uno de los cuarterones de la ventana, el rechinar de los pernios daba lugar a que una catarata de luz invadiera el lugar, era como un amanecer, abrieron la otra parte de la ventana y poco a poco fueron afianzando su presencia allí identificándose con el entorno, apabullados, nerviosos, escudriñándolo todo, sobre todo D. Noé que no cesaba de descubrir cosas, enseres, pasillos, salas, todo, rápidamente como si el tiempo se le fuera a terminar, como temiendo despertar a una realidad distinta. David miraba a Pedro, que entusiasmado y conteniendo la emoción le miraba con los ojos inundados en lágrimas, ahora estaba reviviendo todo cuanto sus padres le habían contado, ahora se abría ante él un nuevo espacio de historia oculta y sin embargo existente, allí estaba, allí tenía la prueba de que los hombres pasan, la historia no. David no entendía nada, presentía que estaba ocurriéndole algo muy importante en su vida, para su futuro pero no era consciente como pudiera serlo Pedro de todo ello. D. Noé ensimismado y abusando de su colaboración, se permitía tocarlo todo. Había sobre una mesa varios rollos de pergaminos que con el permiso de David, estudiaría para profundizar más en su contenido, aquello sobrepasaba con mucho los hallazgos conseguidos en tanto tiempo sobre la materia. Siempre que aparecían vestigios en la comarca, él era el primero en saberlo, pero en esta ocasión transcendía a sus propias fronteras, tal vez habría que ponerlo en conocimiento de las autoridades competentes, pero de momento nada, se limitarían a mantener el secreto hasta tener controlada la situación y conocer todos los rincones palmo a palmo, esta era la opinión suya y que compartían por entero tanto Pedro como el propio David. D. Noé dirigiéndose a David, se felicitaba y le felicitaba dando por bien empleado el tiempo dedicado a descifrar los escritos, al tiempo que manifestaba la grandísima alegría que se llevaría Don José el cura, cuando tuviera conocimiento de cuanto allí habían encontrado. Mientras continuaban abriendo cuartos, examinando unos anaqueles como alacenas en los que había un sinfín de libros y montones de pergaminos, aquello parecía un museo , exclamaba lleno de júbilo, allí había auténticos tesoros y un montón de documentos que arrojarían luz sobre la desconocida historia y vida de los judíos, era mucho para él, seguramente más adelante habría que declarar todo aquello, pero antes tenía que hablar con D. José porque tenía cierto trato con los encargados de asuntos hebreos en Toledo, en fin, ya se vería qué convendría hacer... Pasaron a otra nueva estancia, esta daba acceso a otra escalera que arrancaba de uno de los extremos y ascendía sin tanta solemnidad como lo hacía la principal, al tercer nivel o planta de la casa, tal vez el zarzo, pero lo mejor sería comprobarlo viéndolo y hasta allí se dirigieron subiendo por la recién descubierta escalera, que gemía al soportar el peso de los nuevos habitantes, removiéndose en sus entrañas pues tanto tiempo hacía que no eran usadas y que no cumplían con su función. Una vez en el rellano tenía lugar un largo pasillo, que comunicaba con un corredor a manera de terraza, con una balaustrada también de madera muy deteriorada, pues se hallaba en la intemperie, el suelo de baldosas de cerámica color ocre, daba paso a unos grandes ventanales sin apenas cristales y con evidentes señales de haber sido víctima de las lluvias y el sol, los marcos torcidos y cuarteados. Sobre unas grandes zapatas de madera, descansaban las vigas maestras en la que se sostribaba el tejado, que también estaba herido igualmente por el paso del tiempo, sus vigas estaban curvadas, con el peso, el abandono y por las lluvias recibidas. A David, aquella parte de la casa era la que más le gustaba, se asomaba con precaución no fuera a hundirse el suelo de la galería en forma de balcón. Notó la presencia del río que lamía el zócalo de la casa por su parte trasera, desde allí podía contemplarse toda la sierra, pretendía adivinar por dónde quedaba más o menos su majada y los campos por donde triscaba el ganado, daba gusto contemplar hacia poniente, los almendros floridos de color de rosa mezclado con blanco y en levante el gran canchal de Pinajarro, todavía con nieve visible y de cuyas entrañas se alimentaba el río, que con un murmullo se deslizaba a sus pies pasando tranquilamente por el ojo del puente de la fuente chiquita. Aquí se sentía más a gusto, porque solamente tenía delante la propia naturaleza, a lo que estaba acostumbrado de siempre, el campo, la sierra, el río, eran elementos esenciales para su vida. Se les había pasado el tiempo volando, no era para menos, iban de sorpresa en sorpresa, descubriéndolo todo, aquello era una de las maravillas que solamente a seres privilegiados como ellos les depara el destino. Ahora venía la parte difícil, cómo demostrar que David era legalmente el propietario de todo aquello, en el pueblo nadie se opondría, pero los organismos oficiales estaban deseosos de incautar cuantas propiedades hubiera, de rango y categoría suficiente para considerarlo propiedad del Estado. De hecho David, no figuraba en ningún sitio, ni como persona física, ni como ente alguno. Estas y otras parecidas consideraciones les hacía Don Noé, a medida que descendían por decirlo de manera metafórica de las nubes y ponían nuevamente los pies en el suelo, en el empedrado de la calle, mudo testigo de cuanto estaba sucediendo. Volvieron a dejar todo casi como estaba, cerraron los cuarterones de las ventanas y la gran puerta, que ya funcionaba con más facilidad y se fueron los tres pensativos y David un poco disgustado porque comprendía el alcance de las palabras que como siempre tenían un contenido exacto y que Don Noé no quería disimular para no causarle decepción alguna. No obstante esto eran puras y simples especulaciones y más adelante se vería la forma de realizar legalmente lo que por naturaleza y ley le pertenecía y de eso si que no había la menor duda, pero ya se sabe, las autoridades tienen su propio código de conducta y no entienden de sentimentalismos ni concesiones gratuitas, van a lo suyo y había que andar con cuidado para no airear mucho el asunto y se tomaran interés en ello. Ya en casa de Pedro, cerca de allí, tomaron un vaso de vino y unos tacos de jamón que el dueño de la herraduría para celebrar el acontecimiento, sacó sobre una mesa en un plato, encima de un mantel a cuadros y estuvieron comentando pormenores acerca del descubrimiento de la casa que ni por asombro podía pensar, decía Don Noé, estuviera prácticamente como la habían dejado sus anteriores moradores, eso sí, lleno de polvo y suciedad, pero en buen estado de conservación, la pena era el tiempo que tendría que pasar hasta ver realizada la transferencia oficial a David, pero él personalmente movería cuanto estuviera en sus manos, para facilitar esta gestión. David en un arranque de generosidad y agradecimiento, metió la mano en el bolsillo de su chaleco y cogiendo la llave, se la dio D. Noé diciendo que obrara en consecuencia como si se tratara de su propiedad, ante lo cual Don Noé que había vislumbrado abundante material para sus investigaciones, se vio autorizado de esta forma y pagado en cierto modo, de cuanto había hecho y haría en el futuro ya que le daba David, plenos poderes para ello, Pedro asintió y le pareció una feliz idea el que se encargara de este asunto tan honorable persona, y de paso sintió cierto alivio porque se temía, tendría que ser él quien de alguna forma aclarara todo aquello y no se encontraba lo suficiente capacitado para poder ayudar a David en este terreno. Se marchó Don Noé contento, ilusionado por los momentos tan intensos que estaba viviendo y se dirigió a casa del cura a comentarle todo lo referente a la casa. David un poco más relajado, después de haber vivido momentos de intensa emoción, no acababa de ver del todo claro el asunto, además era consciente que para llegar a poder abrir aquella casa y usarla como tal, tendría que emplear tiempo y dinero, algo que no veía la forma de lograrlo. Pedro le anima diciéndole que por el momento no se atormentara con aquella idea, sin tratar de que las autoridades no pusieran pega alguna y al parecer ese apartado lo tenían bien resuelto con la colaboración del mejor defensor de todo lo que sonara o pudiera oler a asuntos de los judíos, que era D. Noé. David comentaba a Pedro el asunto relacionado con el guarda forestal, quería conocer su punto de vista y su consejo, sobre el particular, como atacar el problema contando con que el chico quisiera poner en marcha los planes que su padre al parecer veía como única tabla de salvación para sacarle de lo que podría ser su ruina. Pedro que ya tenía más detalles acerca de las secuelas de la droga, que había visto y oído más de un caso, pero así por encima, sabía que era algo muy difícil de superar, una vez que se mete uno en ello, y lo comparaba al tabaco o a la bebida, aunque estos últimos con efectos menos desastrosos, pero en cuanto a dificultada para salir de ello, era igual. De todas formas, por intentarlo nada se podía perder y a David no le vendría mal un poco de compañía y el chico conocería una vida para él ignorada, que podía presentarle la solución a su problema, así que no solamente le parecía bien, sino que le animaba a que siguiera adelante con el asunto y de esa manera no le quedaría la cosa de al menos no haberlo intentado. Salieron de casa, con idea de verse con el guarda, Pedro sabía dónde vivía, y allí se dirigieron los dos, fueron bien recibidos, les obsequiaron como era costumbre con un buen vaso de vino de pitarra, hablaron del tema, la madre conoció a David y vio que era una excelente persona y estuvo de acuerdo en sufrir la separación temporal del hijo, si era para su bien y podía evitar lo que presentía, sería pronto un infierno. C A P I T U L O XIII El chico a quien ya le había puesto en antecedentes su padre, dudaba que aquel experimento fuera a dar resultado, pero también era consciente de que tenía que intentarlo y nada se consigue sin sacrificio, así que estuvo también de acuerdo, diría a sus amigos que un improvisado viaje le tendría una temporada fuera del pueblo y así no tendría que dar explicaciones, que por otro lado caerían en saco roto... Todo dispuesto, temprano como siempre, se pusieron en camino, David con sus enseres de siempre, un zurrón, un morral y un callado y Dani, que así se llamaba el hijo del forestal, con una abultada mochila, cantimplora, y todos los artilugios que se usan para ir de acampada, incluido naturalmente ropa y saco de dormir, ante tal cargamento David, se dio cuenta de lo poco que él necesitaba para vivir, pero no quiso decir nada al chico para que no creyera que ya desde ahora iba a censurar sus costumbres y forma de vida. Ya se daría cuenta él solo poco a poco de que podía prescindir prácticamente de todo, si fuera capaz de utilizar todo cuanto la naturaleza ofrece. De una forma inesperada fueron entrando poco a poco en conversación por el camino que a Dani resultaba nuevo, y eso que en más de una ocasión había participado en excursiones y acampadas con sus amigos acompañados de un cura joven que se encargaba de todo; pero naturalmente el camino era otro, David conocía perfectamente atajos y vericuetos que solamente utilizaban los cabreros y algunos cazadores y leñadores que frecuentaban el monte. Cuando hubieron ascendido un buen trecho, pararon a descansar un rato sobre todo por el muchacho que cargaba con su abultado equipaje y jipando, no podía seguir los pasos de David, y eso que era mayor que él, por lo menos cinco años. Pero la destreza con que se movía el cabrero por aquellos valles y cañadas no podía compararse con ninguna otra persona. No hablaban mucho durante la marcha, que estaba resultando agotadora para Dani, sin embargo en los descansos, David procuraba conocer el parecer del chico, en cuanto al campo, al paisaje, los pájaros, tratando de descubrir seguramente si iba a encajar bien la nueva vida o por el contrario se tendría que enfrentar a una realidad bien distinta. El chico parecía un poco sorprendido, más que por la admiración que pudiera causarle la belleza del paisaje, algo que ya sabía de antemano, por la facilidad y primitivismo con que David se tomaba la vida y eso que conocía apenas nada de él, pero descubría poco a poco que de lo que no cabía la menor duda es que era un tío d'abuten, güay del Paraguay y otras expresiones propias de estos muchachos de ahora, mientras David que era consciente de que estaba siendo observado por su acompañante, en nada cambiaba tan siquiera su semblante, la serenidad que envolvía cuanto hacía, la destreza de sus pasos, la seguridad de saber hacia dónde se dirigían le daba total superioridad en aquel medio. Fueron avanzando entrada la tarde, un poco más que otras veces, ya remontaban los últimos tramos, el aire era limpio, denso, con una mezcla de olores de flores silvestres ruidos y sonidos insospechados para Dani, que caminaba absorto y boquiabierto siempre tras los pasos de David, esquivando piedras, canchales, abrojos, zarzales y matorrales que le zarandeaban en la cara, un tanto cansado con evidente sofoco y respirando con dificultad, parte por la altura a la que no estaba acostumbrado y sobre todo por el peso del maldito macuto que se le estaba entallando en los hombros y deseaba soltar cuanto antes... Llegaron a la majada, algarabía como siempre, los perros ladraban incesantemente y daban vueltas alrededor de Dani, éste con cierto miedo, sin disimulo, apenas reparaba en nada, David calmaba con su voz a los mastines, y ellos como comprendiendo, cesaron en su olfateo amenazador a Dani, descargaron el equipaje, entraron en el chozo, Dani no pronunciaba palabra, pero al parecer no le disgustaba el sitio, ni por asombro podía imaginarse tanta belleza: la sierra allí mismo que se podía tocar con la mano, a tiro de piedra, aquel arroyo corriendo a sus pies, el ganado, los campos labrados por David, el monte más abajo y la inmensidad del espacio libre hacia el horizonte, miles de árboles de todo tipo y por todos lados, aquello él no se lo esperaba... David preparaba algo de comer, la lumbre empezó a funcionar, era extraño pero cierto, por primera vez Dani, no había sentido la necesidad de enchufar nada, como le ocurría nada más llegar a casa y sin apenas saludar a nadie, como un autómata, empezaba a pulsar botones, ponía el casete a toda pastilla, enchufaba la televisión, cogía una revista y se hundía en un sofá sin escuchar música, sin oír nada del telediario o el culebrón de turno y sin enterarse de lo que venía en la revista, total una costumbre sin la que ya no podía vivir y sin embargo no le llevaba a ninguna parte, por eso quizás buscaba otro mundo, otras aventuras, otras emociones, ya empezaba a cansarse. Aquí Dani apenas echaba de menos nada de cuanto había dejado en su casa, ni tan siquiera había deshecho su mochila, David no le decía nada, no le insinuaba nada, esperaba que él fuera poco a poco haciéndose a la idea y organizándose a su criterio , él no le impondría nada, luego con el tiempo, cuando ya hubiera dado señales evidentes de aceptar todo aquello, le organizaría alguna actividad, para que se sintiera útil, pero de momento, nada más llegar, no quería angustiarle ni atosigarle con imposiciones ni horarios ni reglamentos ni obligaciones, no, no, poco a poco, aparte de que tampoco tenía la seguridad de que aguantara aquello mucho tiempo. Echaría de menos a sus amigos, a sus juegos, a sus pertenencias a todo, allí era como haber naufragado y estar fuera de la civilización y David no las tenía todas consigo y comprendía muy bien la situación de Dani allí, algo parecido a lo que él sentía cuando bajaba al pueblo y no deseaba otra cosa que volver a la majada. Comieron un preparado que David sin apenas darse cuenta había cocinado, en tanto Dani se percataba de cuanto rodeaba todo aquel espacio y pensaba que estaba bueno aquel guiso de patatas revueltas en un caldero, era un sabor diferente al de casa, a las que su madre preparaba, y eso que no era manca haciendo comidas, seguramente que sería por la materia prima, el caldero, la lumbre, el sitio y sobre todo el apetito que se había despertado en él, motivado por el esfuerzo del viaje, ese era sin duda el mejor condimento y todo lo que preparó David, le supo a gloria. Dani estaba siendo testigo del espectáculo más maravilloso que jamás hubiera podido soñar. Jo, tío, si pudieran ver aquello sus amigos, el Cele y el Nando y todos los demás, sin duda se quedarían asombrados como él y es que estaba presenciando una de las puestas de sol que desde allí eran únicas y eso a Dani, le llegaba pero que muy dentro. Se hizo la noche, Dani ayudó a David de intención más que de hecho, a echar pastos al ganado, a cerrar los corrales, a recoger los enseres de barro usados en la merienda-cena, en fin tratando de ser útil ignorando algo tan elemental como era que había que fregar los cacharros en el padrón antes de colocarlos en el vasal del chozo. Ya tranquilos, sin otra obligación por delante que no fuera la de dormir, entablaron un diálogo, rompiendo el silencio que se producía casi de una forma instantánea con monosílabos por parte de ambos, creando una tensa situación. Dani comenzó a contar a David a manera de confesión: Le contaba cómo sin apenas darse cuenta, había entrado en la mierda de la droga, no estaba enganchado del todo, pero de no cortar terminaría drogata perdido, tampoco culpaba por ello a nadie, era algo que propiciaba esta sociedad y precisamente tenía como víctimas a los más débiles a los que como él no tenía estímulos en la vida, sin trabajo, sin apenas estudios, como no fuera unos cursos que hizo en la escuela de formación profesional de donde le echaron por sus frecuentes faltas y no aprobar las mínimas asignaturas exigidas; además aquello era un rollo, él lo que quería era trabajar, ganarse las pelas, no sangrar a su madre para cualquier cosa; pero en el pueblo, como no fuera de carpintero poco más se podría pretender y para irse fuera, sin haber hecho la mili, era poco menos que una locura; en fin, que eran muchas las circunstancias que se daban, que facilitaban se reuniera con gentes de parecida catadura y con marcha; visitaban bares y pubs por las noches, hacían falta las pelas para los cubatas y lo más fácil era dedicarse al tráfico menor de papelinas, pero al fin y al cabo, tráfico, que te dejaban una pasta gansa, luego probabas tu también y ya estabas metido en un lío del que no te sacaba ni la madre que te parió. El se daba cuenta, continuaba diciendo Dani, mientras David trataba con bastante dificultad de coger cuanto decía, había palabras y dichos que no alcanzaba a interpretar. Decía Dani, que se estaba dando cuenta de cómo iba cayendo por una cuesta abajo, como cuando jugaba de niño con sus amigos y sobre un cartón o en una lata bajaban a toda leche sentados por un camino abierto gracias al roce de una y otra vez, por la empinada cuesta que servía de basurero y reunión de decenas de niños, para jugar y hacer todo tipo de diabluras. La cosa era tan seria, que hasta dudaba que cuando le viniera el mono y hubo de explicar a David qué era eso del "mono" diciéndole que eso era lo peor del mundo y que le podía pasar a cualquier persona, que ojalá si le llegaba, lo pudiera superar, que esperaba su colaboración, que tendría que estar preparado para todo; es, decía, como si te pusieran una venda en los ojos y lo vieras todo del color del humo blanco; no sabes ni dónde estás, ni quién eres, ni qué quieres, ni lo que necesitas; es un malestar que empieza con un pequeño dolor en el estómago y sientes que va engordando, necesitas vomitar, te dan escalofríos, no te puedes estar quieto en ningún sitio, si te metes en la cama, das vueltas con la cama y la habitación una y otra vez como si hubieras entrado en medio de un laberinto, como si fueras en un barco en medio de una tormenta, no oyes, no dices nada, no ves, no entiendes nada y lo peor es que sabes que lo único que te puede hacer salir de esa situación es una mierda de pinchazo o una raya, lo que sea y al precio que sea y entonces buscas y sabes muy bien dónde y quién te lo puede dar pero, hay condiciones ¡claro!, yo tengo que pagar y además hacer un pacto de silencio, si no la próxima vez no me harán caso y la próxima vez cada día está más cerca y cada día necesitas más y más y más dinero y como no puedes pagar te tienes que comprometer a vender cada día más dosis y así financiarte y asegurarte tu propio suministro y vas implicando a gentes que ni siquiera conoces, que has visto en la discoteca, en los pubs; hasta pruebas fortuna con tus amigos y hermanos y si llega el caso hasta con tu chavala y robas y haces cuanto se te ponga por delante con tal de conseguir tu ración de mierda... A Dani le empezaba a aparecer un sudor que le cubría la frente, los ojos, observaba David, tenían una luz como de fuego, no miraban de frente, estaban como en el infinito; David comprendía la angustia que embargaba a su amigo quien empezó a llorar, en silencio, pero sus lágrimas corrían por sus mejillas, por su aún imberbe cara; era consciente del lío en que estaba mentido, había dado un primer paso, tal vez el más difícil, pero dudaba de si resultaría eficaz, de si sería capaz de soportar aquella soledad, sobre todo cuando le llegara el momento difícil si, David no sabía lo que era aquello, ni siquiera sabía qué técnicas había que emplear cuando le viera bajo los efectos del síndrome de abstinencia, como se llamaba científicamente aquel estado, aquello que le pasaba cada vez con menos espacio de tiempo entre uno y otro ataque y si cabe con mayor virulencia, todavía recuerda el último... Le paso en casa de su amigo Félix, amigo o lo que sea, pues el fue quien poco a poco alimentó su vicio, seguramente porque encontró en él una presa fácil, dentro de la cadena de este negocio. No se olvidan fácilmente las convulsiones, los espasmos, la temblaera que te entra por todo el cuerpo, los vómitos, las alucinaciones, la pérdida de los sentidos, todo tirado por los suelos, revolcándote, suplicando, llorando, dispuesto a prometer lo que sea con tal de que te den una dosis de muerte, que hoy te salva y mañana te vuelve a matar, la mayoría de los drogatas, decía Dani, ya no se drogan por el placer que pueda proporcionarles, sino por no sufrir los terribles efectos que produce el mono, o sea todo un círculo vicioso para el que naturalmente todavía no se ha inventado nada para salir con vida. Este era el panorama que Dani le pintaba a David con idea de irle preparando y supiera a lo que se había comprometido aceptándole a su lado. Realmente lo que sentía David, era una gran tristeza ante el cuadro que Dani acababa de narrarle tan joven y tan complicado todo se volvía al parecer contra él y no parecía mala persona, era una de tantas víctimas, que gente sin escrúpulos se llevaban por delante con tal de ellos vivir. Estaba dispuesto a ayudarle, no sabía cómo pero le ayudaría y no sólo a él, sino que si aquella experiencia tenía éxito, a cuantos le necesitaran; ya buscaría la forma, le decía a Dani, al tiempo que éste se enjugaba las lágrimas. Cuando se sintiera mal se irían a cazar o de pesca, o con el caballo hacia la sierra, lo que fuera con tal de no verle acongojado; todo ello animaba a Dani, escéptico y temiendo que llegara el momento en que aquellas promesas se las llevara el viento, como la ceniza de un cigarrillo. Poco conocía todavía a David, pero mucho tenía que ser el sacrificio que habría de hacer; al fin y al cabo con alguien como él, que no le importaba a nadie y mucho menos a él con quien acababa de conocerse. Sacó Dani sus cosas de la mochila, David le dijo que habría que preparar una cama más para que en lo sucesivo no tuviera que dormir en el suelo, aunque el suelo era solamente el espacio, pues bien que acomodó a su invitado en un lecho de hojato y le facilitó cuantas pieles fueron necesarias para que se encontrara a gusto. De la mochila de Dani, iban apareciendo, como del sombrero de un mago enseres y achiperres que David sabía de su existencia, pero nunca había tenido tan cerca como ahora. Lo que más le llamó la atención, fue una radio, transistor, tan pequeña como un paquete de tabaco que además funcionaba de maravilla; allí en aquellas alturas no había interferencias, decía Dani entusiasmado con que hubiera algo que realmente interesara a David y se escuchaba como nunca. Esto no es nada, decía tomando la iniciativa y dándoselas de interesante; si vieras el Felipe tiene un aparato como dos veces este y hasta se ve la tele, eso sí que mola tío, si llego a saber que iba a venir aquí se lo hubiera pedido, aunque es un rollo estar siempre pegado al cacharrillo ese y total para lo que hay que ver... Junto con sus enseres también se había traído libros; un par de novelas, decía Dani, y unas revistas donde salían unas titis d'abuten. Colocó todas sus pertenencias por donde pudo, apagaron el candil que tenían cada uno cerca de su alojamiento y cayeron en un profundo sueño cada cual por razones bien distintas, Dani por el palizón que tenía encima del viaje y también por la angustia e incertidumbre de lo que se venía encima, ahora sin amigos sin líos, sin eso, total una leche... Y David cansado, pero tranquilo pensando en sus animales, en el campo, y también, cómo no, en la situación creada por la presencia de aquel chico a quién decididamente quería ayudar. Si todas las mañanas y amaneceres en la sierra eran perfectas bajo el punto de vista de la naturaleza, aquella a Dani le pareció la primera y única vez en su vida, en la que sintió que valía la pena vivir, aunque sólo fuera por contemplar un despertar como aquel... Había dormido toda la noche de un tirón, solamente cuando oyó el canto de un gallo y el sonido de las urracas, mezclado con el sin par murmullo de toda clase de pájaros, se percató de que estaba en un lugar diferente al habitual, miró a su alrededor en la chimenea ardían unos grandes tocones, raíces secas de encinas y de las yares, colgaba un caldero que debía contener un guiso especial a juzgar por la humeante y olorosa trenza que desprendía desde su interior. Hubo de frotarse los ojos tratando de adivinar que no estaba soñando. Se percató de que David no estaba en el chozo y se arrebujó entre las pieles. Una claridad envolvía la estancia, apetecía sin embargo quedarse un rato más en aquella improvisada pero confortable cama, pese a no tener sábana, el calor que producían las pieles y el olor a piel curtida artesanalmente no resultaba tan desagradable como pudiera pensarse; además aquellos ruidos de animales tan directos, tan nuevos y el calor del fuego invitaban a no moverse de allí para nada... Entró David en el chozo y comenzó a preparar las consabidas migas con torreznos y un par de huevos recientes; el olor invadió rápidamente la choza y Dani, por cortesía no tuvo más remedio que hacerse presente, agradecer a David que le hubiera proporcionado semejante alojamiento y ofrecerse incondicionalmente. David le dijo, que si era por enredar el tiempo en algo, que le encargaría alguna ocupación, pero que en esa época había poco que hacer y muchas las horas para realizarlo; con este comentario quería dar a entender que las prisas allí carecían de sentido, que había que apartarlas y el ritmo de vida era diferente a cuanto él conocía. Hablaron ambiguamente de cosas, de lo que resultaba novedoso para Dani, que prácticamente era todo lo que le rodeaba, a lo que David le contestaba, que efectivamente ésta la primavera era una de las estaciones más propicias para aquellos parajes y que no hacía falta más que tener sentido común para darse cuenta, pero que no siempre era así, que en verano y en invierno, había días pero que muy difíciles de soportar y solamente conociendo como él, el desarrollo del ciclo de las estaciones, podría sobrellevarse aquella vida, sin tirarlo todo por la borda y desertar del lugar, pero que en épocas como la de ahora, compensaban los sacrificios sufridos durante el resto del año. Salieron y estuvieron vagando por aquel paraíso natural, explicaba David a su acompañante pormenores, le aclaraba dudas, contestaba las preguntas que incesantemente le formulaba Dani con deseos de saberlo todo, en fin, no podía tener quejas de aquel auténtico maestro. Pasados los encantos y emociones de los primeros días, todo lo bucólico del lugar, la destreza en la supervivencia que por parte de David se manifestaba en todo, el buen yantar y mejor dormir, el silencio lejos del mundanal ruido, el sol, el aire, las estrellas, el rocío de la mañana, todo estaba muy bien, pero para los poetas... Dani estaba comenzando a ¿aburrirse?.... tal vez no, quizás algo peor, a desear otro tipo de emociones, a poder hablar con sus amigos, a salir por las noches, a tomarse los cubatas, a no sabía qué, pero tenía una especie de ansiedad que le estaba empezando a minar; no quería ni por un momento pensar que estaba sintiendo de nuevo el mono, no, no..., era todavía pronto para eso, sin embargo él sólo pensar en ello le producía escalofrío, miedo, desasosiego, terror.... En realidad David, no sabía qué encomendar a Dani para que estuviera ocupado en algo; a menudo le veía pensativo, unas veces con un libro medio caído sobre las rodillas y apoyado contra un tronco, pero con la mirada perdida por aquellos montes; otras con la radio pegada a la oreja, con un artilugio que él llamaba cascos, aislado de cuanto le rodeaba y sin embargo notaba que estaba ausente, no era feliz, no se sentía a gusto, no podía encargarle de nada relacionado con el ganado, porque tampoco necesitaban mucho, con darles rienda suelta por las mañanas y cerrar por la tarde el cercado quedaba todo resuelto y en el campo tampoco era tiempo de mucha labor con lo cual solamente quedaba el asunto de la artesanía y David lo dominaba, pero enseñárselo a otro era harina de otro costal, sobre todo teniendo en cuenta los paupérrimos utillajes de que disponía para el oficio. Se sucedían los días, crecía la confianza entre los dos pasando de ser conocidos a amigos. En un acto de sinceridad Dani le dijo a David que estaba harto de aquella vida, que no aguantaba más, que le agradecía su buena intención en distraerle pero que estaba hasta el gorro, que había hecho un esfuerzo apenas un mes por consideración a él, pero que no encontraba razón alguna para continuar ni un día más ni una hora más ni un minuto más... David observaba como a medida que le estaba hablando su tono se volvía más irritable, agresivo, desafiante, no entendía qué estaba ocurriendo y se temía lo peor. Seguramente Dani estaba siendo víctima de un ataque de aquellos que le contó cuando llego allí, no sabía cuál debería ser ahora su papel, había llegado el momento de la prueba, también el más temido y difícil porque dependía de su comportamiento salir adelante con éxito o no. Era un momento de mucha responsabilidad y habría de poner toda la carne en el asador. Mientras andaba en estas consideraciones, Dani se había alterado de tal manera, que seguramente cegado por la angustia había perdido las más elementales normas de comportamiento; había entrado en el chozo y al parecer, estaba reuniendo sus cosas esparcidas por todos sitios, con manifiesto enfado ¿contra qué?, ¿contra quién? , a saber... Recogía con rabia sus cosas y las amontonaba junto a la mochila, su cabreo iba creciendo y sólo hizo falta que David le preguntara qué se proponía para saltar como un regilete y decir: ¡que me voy!, ¡que no aguanto más!, ¡que todo esto está muy bien, pero para ti, que has nacido aquí, que has vivido siempre aquí, que no conoces otra cosa, pero yo no, yo quiero volar, correr mundo, hablar con gentes, vivir y viajar... y en tanto decía todo esto iba metiendo sin orden ropas, tenis, enseres, cosas, todo en un revoltijo inimaginable. David presenciaba impertérrito la escena, por un momento pensó que todo se había ido al garete, su fracaso era manifiesto, que no había sabido llevar bien el asunto, volvió la cara a Dani y cruzó la mirada con David, le enfureció verle allí, tan sereno, tan seguro de sí mismo, como si estuviera deseando que hubiera llegado aquel momento, no sabía cómo entrarle para desahogar su cólera contra él, no era fácil provocarle, pero al fin dijo: no creas que me voy huyendo de ti, es que no sé qué me pasa que no puedo soportar todo esto ni un momento más; de pronto cambió de semblante como transfor- mado ávidamente de uno de los bolsillos de la mochila sacó al tiempo que David no daba crédito a lo que veía un pequeño paquetito blanco como un azucarillo o al menos eso era lo que a David le pareció. El panorama cambió de repente, Dani con los ojos fuera de sí, miraba silenciosamente a David, comenzó a abrir la papelina, extendió su contenido encima de la mesa de tronco de roble, David permanecía perplejo sin saber qué postura adoptar, a Dani le temblaban las manos, hablaba entrecortadamente como consigo mismo, David veía que se le escapaba de las manos la oportunidad para que Dani saliera de aquella situación si no hacía algo, sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre la mesa y de un zarpazo dio por los aires, con el veneno que había encima de ella; Dani estupefacto por la acción, consciente de que aquel era su último recurso y viendo que había sido brutalmente destruido, reaccionó con violencia, se agarró con rabia a David y en un apretado abrazo, ambos rodaron por los suelos del chozo. Los perros que contemplaban la escena desencadenaron ladridos de toda naturaleza, aullaban más bien; David se defendía tratando de soltarse de Dani quien a su vez, vencido, dominado por el dolor que le producía, la pérdida de su codiciada dosis, se defendía con puños y pies gritando contra David increpándole, insultándole, profiriendo horribles juramentos y desesperado comenzaba a llorar; de su boca se desprendía una hilacha de espuma, todo propiciado por el desencanto sufrido. David mucho más fuerte que él redujo a Dani, que como un guiñapo se retorcía en un rincón del chozo lleno de hojarascas y polvo del suelo, asustado, sin esperanzas, con la mochila medio deshecha caída por el suelo después de la contienda. David visiblemente afectado no encontraba el modo de hacer algo útil en tales circunstancias; cogió un cuerno que colgaba de una tira de cuero, sacó un poco de vino de la calabaza y temblando se lo ofreció a Dani temiendo que se lo mandara de un manotazo por los aires. Al parecer Dani, agradeciéndole el gesto y también porque se garganta estaba seca y como un papel de lija, se lo tomó sin apenas respirar, como tratando de suplir de alguna manera aquello que a punto estuvo de dar al traste con su propósito. Pasados los primeros minutos que a David le parecieron eternos, Dani se levantó del suelo en dónde había permanecido turbado con visibles síntomas de cansancio, ante la desigual pelea, salió fuera del chozo; allí se encontraba David esperando su reacción, fueron momentos de mucha tensión y de inolvidable emoción también pues Dani dirigiéndose a David con la mano extendida, como pidiendo su ayuda fue recibido con ambas manos y le estrecho contra sí como hiciera un padre con su hijo; Dani gimoteando trataba de disculparse por lo ocurrido, le prometía, le juraba, no sabía cómo agradecerle lo que había hecho minutos antes por él, gracias a eso decía había ganado la primera batalla de ahora en adelante todo sería más fácil porque había aprendido a decir no, le pedía que le siguiera ayudando pese a no ser acreedor de ello. David para que el día le resultara más fácil y consciente del posible aburrimiento que sentía Dani, le propuso ir de caza; prepararon un zurrón cada uno con las viandas imprescindibles, se llevaron a los perros y dirigieron sus pasos hacia el canchal de Pinajarro, mientras, David para llevar entretenido al muchacho le iba contando el percance sufrido por el montañero el pasado verano, su posterior encuentro con sus compañeros, la pérdida del bolso de la niña, lo de la foto y cuanto se le ocurría acerca del particular. Llegaron al lugar que a David pareció más aparente para la caza... Pasaron el día entre temores de que se reavivara de nuevo el ataque sufrido por Dani, pero al parecer lo estaba superando, lo que indicaba que el éxito y primer paso para el abandono de su vicio estaba casi garantizado, además la novedad de la caza abrió nuevas expectativas a Dani, sobre todo teniendo en cuenta el modo tan primitivo con que contaba, a base de lazos y trampas que al final de la tarde dieron su fruto; sólo tenían que volver por el camino de ida e ir cobrando las distintas piezas en las trampas, lazos y cepos que el experto había tendido. Durante el resto del día no se volvió a hablar del incidente, sería como mentar la soga en casa del ahorcado y los dos sin pretenderlo eludían cualquier referencia sobre el asunto, quedando sepultado como bajo una pesada losa todo lo relativo al tema y con la satisfacción del éxito, al menos aparente, conseguido... C A P I T U L O XIV Los perros advirtieron a los habitantes de la choza, la llegada inminente, como siempre, de alguien extraño; ladraban al aire y enderezando las orejas, orientándolas como antenas parabólicas para detectar el movimiento, todavía distante, de un todo terreno que se estaba acercando lo más próximo posible a las tierras de David, sobrepasando en mucho los límites del monte por el que serpenteaban pistas y caminos que servían de paso y control a la vigilancia constante de los guardas forestales. Efectivamente, alertados David y Dani, vieron como a lo lejos todavía, avanzaba con gran riesgo de volcar por las empinadas rampas un Land Rover, que Dani reconoció de inmediato, pues era el que habitualmente llevaba el jefe de los forestales y al que acompañaba su padre, casi siempre. La alegría por la posible visita de su padre, al que igual que al resto de la familia y conocidos ya hacía bastante que no veía, fue manifiesta, como también por parte de David, quien adivinaba el júbilo del encuentro. Hubieron de abandonar el vehículo sus dos ocupantes y dirigirse el resto del camino hasta la majada, un buen trecho, por entre matorrales que la primavera entrante hacía espesos y difíciles, continuando el camino a pie, trabajosamente hasta la majada. Una vez allí, pasadas las efusivas muestras con que fueron recibidos comenzó el intercambio de palabras, preguntas y todo tipo de comentarios por una y otra parte, fueron agasajados con un buen plato de caza y vino que todavía quedaba del almuerzo. Tanto el padre de Dani, como su jefe, tenían dos objetivos, además de preocuparse por la marcha de Dani, con evidente sorpresa de verle quizás un poco más delgado, pero con unos colores que denunciaban su inmejorable estado de salud y no hacía falta preguntar lo que estaba a la vista, pues había mejorado hasta su mal humor, antes huraño y cetrino, ahora abierto y agradable; además llevaban como misión, si no oficial, si en atención a los cuidados que David había propiciado al hijo del guarda forestal, el advertir a David, de los proyectos que a corto plazo pondrían en marcha en el Patronato Forestal de Montes respecto a los alrededores, precisamente en los lugares por donde se desenvolvía la actividad de él. Tomando la palabra el jefe forestal, le decía a David que al parecer habían realizado estudios, que se completarían con un equipo de topógrafos, ecologistas, investigadores y diverso personal especializado de ICONA, para dotar a toda aquella zona de unas vías de acceso con el fin de repoblar las zonas, prácticamente vírgenes de la sierra, entre las que se encontraban las utilizadas por la majada, y continuaba diciendo: "por lo visto, quieren plantar toda la zona que sea posible, que abarca prácticamente desde la linde en que termina el monte hasta lo que permita el acceso hasta la sierra, de una clase de pinos que generarán además de mano de obra de su plantación, una riqueza forestal en cuanto a resinas, maderas, etc..." por lo que toda aquella zona, incluido el Canchal de la gallina, el acceso a Pinajarro y su entorno, en poco tiempo quedará, primero en manos de los encargados de las máquinas de obras públicas, que con los movimientos de tierra y apertura de nuevos caminos dejaran el terreno preparado para su posterior plantación de este tipo de arboleda. Luego requerirá cuidados, riegos y limpieza de abrojos, de lo que se encargará un equipo de ICONA, con lo que el futuro de David, quedaría un poco en la incertidumbre, algo en lo que él jamás había pensado. El forestal se daba cuenta del alcance y trascendencia que tendría para David, semejante información, trató de hacerle comprender que posiblemente le permitirían durante algún tiempo, seguir utilizando las tierras, con el ganado y el chozo, pero que en definitiva tendría que abandonar aquel lugar, no sólo porque entraba dentro del plan y el ámbito del proyecto, sino también porque la vida de allí dejaría de ser lo que hasta ahora, es decir un paraíso perdido en la sierra. Una vez hechas la pistas de acceso comenzaría una frenética actividad de maquinaria, vehículos de carga, que cambiarían drásticamente el paisaje y el modo plácido de vida en el lugar... No obstante, apuntaba el guarda, tratando de quitar hierro al asunto puedes trasladarte a otro sitio, que no este al alcance de éste proyecto, ignorando el guarda que las raíces de David estaban allí y que por muy bien que le pudiera ir en otro emplazamiento, nunca volvería a ser lo mismo... Cuando se quedaron solos David y Dani, comenzaron a tomar conciencia de la noticia que extraoficialmente les había adelantado, aquel amigo de su padre que disponía, como funcionario que era, de información de primera mano, y a buen seguro que con la mejor intención por su parte, había querido, evitar las consecuencias que para David se desprenderían de aquella acción y que presumiblemente serían desagradables pues a nadie en el Ministerio le constaba que existiera semejante situación y seguramente que cuando conocieran éste caso, de un simple plumazo borrarían los derechos, que por otra parte estaban muy en duda, que pudiera tener David sobre aquellas tierras, sería en todo caso una expropiación forzosa y problemas burocráticos de los que David no entendía absolutamente una palabra. Dani, encontraba ahora, el momento de tender una mano a su amigo y de esta forma pagarle en cierto modo lo que había hecho con él, se comprometió a ayudarle en cualquier decisión que quisiera o pudiera tomar al respecto, tampoco había necesidad de precipitarse, pues la decisión sería como muy pronto para dentro de tres o cuatro meses, seguramente aprovecharían el verano y todavía tenían tiempo para pensar qué sería lo mejor... Lo primero que quiso saber Dani, es si le asistía algún derecho con el fin de buscar una compensación por el trastorno que suponía para David tener que abandonar todo lo que hasta el momento había significado: su casa, su vida y cuanto poseía. David, no podía alegar ni demostrar nada que tuviera siquiera visos de legalidad, como para elevar una reclamación en regla ante los organismos oficiales y obtener una indemnización por daños y perjuicios o reclamar los derechos de una expropiación forzosa porque no había ningún documento que asignara la propiedad de aquellos terrenos, habitados por sus padres de siempre como no fuera que cuantos habían pasado por allí atestiguaran en su favor pero dudaba que tal circunstancia tuviera peso y validez legal. Fue entonces cuando David sacó la tarjeta que le había dado en una ocasión un señor ministro y se la enseñó a Dani quien al verla dijo que no había tiempo que perder pues de todos es sabido aquel dicho de que las cosas de palacio van despacio, así que bajarían al pueblo y tratarían de hablar con el ministro por teléfono y posteriormente personarse en Madrid si fuera preciso siempre con la esperanza de que le harían justicia una vez conocido su caso. Pero David no veía aquella salida precisamente muy clara y naturalmente sería cosa de comentarlo con Pedro, para, como siempre saber su punto de vista sobre el particular. Recogieron todo, dispusieron todo lo necesario para ir al pueblo, dejaron más o menos atendido al ganado y se pusieron en marcha, Dani con la alegría por ver a los suyos y David un tanto obligado por aquella nueva situación. Cuando estuvo enterado Pedro de todos los pormenores que le traían a David con tanta urgencia decía que en efecto, aunque la razón estuviera por ley de parte del ministerio, de ninguna manera podían dejar desamparados a una persona como David que no tenía otra cosa que su ganado, su chozo y sus tierras de siempre, pese a que no pudiera demostrarlo con escritos, palabra llena de buena intención pero vacía de toda razón, por lo que decidieron una vez más acudir a Don Noé, quien era para ellos como un pañuelo que enjugaba las penas de cuantos acudían a él con problemas y contenciosos de toda índole. Se acercaron pues al defensor de los pobres, como ya empezaban a llamar a Don Noé; les recibió como era costumbre en él, con agrado y con alegría; esta vez David había traído unos quesos de la majada para obsequiarle, cosa que agradeció Don Noé por lo que tenía de simbólico. El caso había que consultar con una autoridad en la materia, para saber la opinión de un experto en jurisprudencia, no le dio importancia alguna a la gestión telefónica que pensaban hacer con el señor ministro, que por otra parte, les dijo: _ eso sería como echar agua en un cesto, pues este tipo de personas a la hora de la verdad, de ello podía dar él fe, se quitaban el bulto de encima, pasándoselo al secretario, quien a su vez se lo pasaría al subsecretario y terminarían diciéndoles que lamentaban no poder hacer nada en este caso, por no ser competencia de su departamento, con lo cual habrían perdido el tiempo y posiblemente el dinero si es que decidían ir hasta Madrid, hasta esa jungla de oficinas ministeriales. David y su amigo empezaban a convencerse de algo que hasta entonces ni se habían planteado como era el tener que abandonar la majada, carecía de argumentos para resistirse, aunque moralmente la razón les asistiera en un caso de clara injusticia. Don Noé les comentaba acerca del asunto de la casa, que todo marchaba viento en popa, que no había ninguna traba al respecto aunque sí había que tomar alguna medida con relación a David en lo que afectaba por ejemplo a su empadronamiento en el ayuntamiento, sacarse el documento nacional de identidad y otros asuntos de menor importancia que no le causaría más trastorno que los propios de llevarlos a cabo. Como el tiempo avanzaba y David había decidido aconsejado por sus asesores y amigos, abandonar el campo, bajarse al pueblo en tanto se pusieran los papeles en regla, viviría en casa de Pedro donde había sitio de sobra y además le recibiría con alegría hasta que pudiera ir definitivamente a su casa donde David pensaba rehacer su vida y dedicarse por entero a sus artesanías mediante las cuales tendría que vivir sin perder la esperanza de volver a la majada, algo que por el momento veía lejano tal y como se estaban poniendo las cosas. Mientras Dani tampoco había perdido el tiempo, pasados los primeros días entró en contacto con sus amigos a los que miraba con cierta precaución consciente del peligro que suponía andar con ellos, pero con las ideas claras de lo que debía o no hacer. Trataba de echar una mano en el asunto de David, para lo cual se puso en contacto con un amigo estudiante para forestal en Cáceres, quien pudo constatar que en efecto se llevaría a cabo una planificación masiva de plantación por toda la sierra y especificando que afectaba a la zona donde se ubicaba la majada de David. Le aconsejó no tomara iniciativas en su defensa, pues dada la precaria situación en cuanto a papeles, no obtendría resultados positivos. Con cierto malestar, por parte de Dani, por lo que consideraba un atropello de los derechos de David, tuvo que abandonar la idea de seguir adelante con el asunto, sin embargo por esta razón ofreció a su amigo hacer por él cuanto estuviera de su parte, invitándole a su casa, presentándole amigos y dispuesto a ayudarle en todo. No solamente cambiaba el sentido y la forma de vida de David, sino que todo aquel asunto le situaba en manifiesta desventaja respecto a cualquiera de sus paisanos, ellos con una vida ordenada y más o menos resuelta y él de la noche a la mañana, como un extraño, sin nada, sin oficio ni beneficio, contando solamente con la ayuda de Pedro y Dani, ambos dispuestos a todo con tal de ayudarle porque se le venía encima el mundo entero. David, planificaba con Pedro su inmediata situación respecto a sus enseres, sus ganados y le aseguraba Pedro su asistencia en todo de una forma incondicional, comprendiendo lo traumático que le resultaría todo aquel embrollo e incluso se ofreció a ir personalmente con él a la majada para echarle una mano en lo que hiciera falta. Se presentaron en el chozo, Pedro advirtió las novedades y mejoras realizadas por David, a través del tiempo que hacía que no pisaba por aquellos lugares, prácticamente desde que vivía en el pueblo no había vuelto, puede que hiciera cinco años por lo menos; sintió pena de que David tuviera que abandonar todo aquello, aunque estaba convencido de que tarde o temprano, como le sucedió a él tendría que hacerlo por motivos de edad y porque no se puede vivir durante toda la vida en la más absoluta soledad; todo esto lo decía con idea de dar ánimos a David que estaba cabizbajo, pensativo, y un tanto asustado aunque se enfrentaba como era norma en él a aquella situación, con serenidad, con juicio y tratando de asimilar lo que el destino le deparaba, en esta ocasión sin duda sometiéndole a una prueba de auténtica madurez. Estuvieron durante un par de días haciendo a modo de inventario, todo lo que pudiera servir para bajarse al pueblo y de lo que había de deshacerse por difícil y duro que pudiera resultar. Prepararon un montón en la parte delantera del chozo, con enseres, cacharros y cachivaches de todo tipo; Allí podía verse desde una prenda de vestir raída por el paso del tiempo, hasta un mástil de guadaña con la punta rota, una criba con un agujero esperando ser reparada, sacos, envases de todo tipo y un sinfín de aperos, cuerdas, todo cuanto David había ido reuniendo pensando que algún día pudiera serle de utilidad; también aquellas cosas que habían estado toda la vida en el chozo: artesas, bancos de troncos de árboles, tajos para sentarse, calabazas, pucheros de barro, cacerolas, todo el ajuar. Fueron entresacando lo más útil dejando aparte las pertenencias más queridas por David que formaban parte de su pasado y también de su presente; la choza desnuda de sus improvisados colgados y sin el rústico mobiliario había perdido realmente su calor y confort, solamente en el arca fue depositando David, aquellas cosas, ropas o útiles más queridos y en un atado enorme equiparable al arca, como pareja de carga para equilibrar el peso en la jaca, las pieles y ropas imprescindibles. Quedaba el asunto de los animales, no sabían qué hacer con el ganado: si dejarlo a su libre albedrío o sacrificarlo junto con el montón del chozo, lo cual representaba una crueldad, pero lo que no podía pensarse era bajarlo al pueblo, primero porque carecían de medios para transportarlo y después de lugar donde encerrarlo y cuidar de ellos. David dejó el asunto para cuando estuvieran en el pueblo tratar de buscar alguna solución, al fin y al cabo, el ganado en esa época, aunque estuviera unos días solo, en nada les afectaría. En cuanto a los perros, sus fieles compañeros de toda la vida, no podía abandonarlos si bien representaría un problema tenerlos en casa de Pedro, pero ya darían con algún cabrero que se quisiera hacer cargo de ellos o algún cazador, pues de caza sabían un rato, y serían muy apreciados. Cargaron la jaca con cuanto pudieron y el resto lo prendieron fuego más que nada para olvidar en cuanto fuera posible lo que representaba todo y borrar de su vida parte de su pasado, para enfrentarse libre de ataduras al futuro inmediato e incierto. Ya en el pueblo, hablaron con Dani y su padre, sobre el asunto del ganado, por si ellos podían aportarles alguna solución y viendo la papeleta que tenían encima les ofrecieron una finca que tenían en el monte aunque distante de la majada, donde podían dar cobijo a los animales mientras decidieran que hacer con ellos y deshacerse de ellos de una forma racional y no dejarles abandonados en la sierra como única alternativa quedando a merced de lobos y descuidados. Dispusieron ir con el Land Rover hasta donde les fuera posible y echar los viajes que hiciera falta para transportar el ganado hasta la finca. De todo esto lo que más le preocupaba a David era el tinglado que estaba armando y además no veía la forma de poder llevar las dos vacas que eran grandísimas, como dos auténticos bueyes. No sabía David que el Land Rover se hacía camioneta quitándole una capota y aunque fuera una a una las bajaría. El resto del ganado, cabras, ovejas, gallinas, cerdos etc. Como ganado menor no representaban problema alguno, según la opinión del padre de Dani, que deseaba participar en la causa de David de alguna forma y era el momento de mostrar su agradecimiento por lo de su hijo que también se sentía encantado de poder ayudar a David y estaba dispuesto a encargarse del posterior cuidado ya en su propia finca. Además con eso encontraría de paso una obligación diaria, que como el acceso era más fácil iría todos los días con su "cabra", como llamaba cariñosamente a su moto Yamaha, con la que recorría vericuetos del monte siempre que tenía necesidad aire puro y huir de algo. Pusieron manos a la obra y en poco más de una semana David pudo definitivamente abandonar la sierra, seguramente en el tiempo más bonancible del año y con la seguridad de que tanto su chozo como sus campos tardarían algún tiempo en desaparecer, en morir, pues era inminente la llegada de cuadrillas y maquinarias que encontrarían un buen refugio en los calurosos días de verano en el chozo y durante algún tiempo lo conservarían. Realizado el traslado de los animales como si del arca de Noé se tratara, David pasó algún tiempo en casa de Pedro formalizando su vida de cara a los organismos oficiales. Se dio de alta en el ayuntamiento, se hizo el carnet de identidad, comunicó su situación en el cuartel de la guardia civil, indicando su domicilio, en una palabra tenía los papeles en regla y poco a poco fue deshaciéndose del ganado; unos los regaló definitivamente a Dani como pago de los cuidados, otros los vendió como pudo y la jaca se la regaló a Pedro junto con un perro de presa que se acomodó perfectamente a la vida de casa. Arreglados todos estos asuntos, David se disponía a vivir en su casa sin saber muy bien de dónde y cómo la iba a poder mantener y con qué medios viviría en lo sucesivo... C A P I T U L O XV De la noche a la mañana, David decidió ir a vivir a su casa. No es que le causara problemas a Pedro, todo lo contrario, se sentía encantando con la compañía de David, que hasta comenzaba a serle útil en el trabajo, pues era diestro herrando y esquilando como si lo hubiera estado haciendo toda la vida. Pero David sentía necesidad de habitar lo que por ley le correspondía, es decir, la casa de sus padres y de sus abuelos, casi seguro. Fue limpiando despacio las dependencias de la gran casa. Cada día adquiría una nueva imagen. Los salones habían dejado al descubierto unos maravillosos suelos de madera y los techos unos artesonados con laberintos de dibujos. La estrella se repetía por doquier, en suelos, paredes, artesonados y puertas. Era como el sello oficial de la casa. Una vez reparada, con arreglo a sus posibilidades, la casa, David invitó a D. Noé, a Pedro, a Dani y a sus familiares a cenar y quedaron perplejos de admiración ante la transformación que se había realizado en la casa, fruto de la constante dedicación de David y también de Pedro, que cada vez que tenía un espacio de tiempo, iba a su casa a colaborar en la limpieza y restauración. Más o menos la casa presentaba una confortable y agradable vista y el mobiliario, noble por naturaleza, estaba en consonancia con el ambiente que allí se respiraba. Había armonía en el conjunto. Chocaba sin embargo que un hombre que había pasado la mayor parte de su existencia en la sierra, tuviera tan buena mano para el cuidado y limpieza de los utensilios, muebles y demás accesorios de la casa. En lo alto de una vitrina o alacena que en un rincón formaba parte de la decoración natural del salón principal, sobre una viga que servía de dintel a la entrada, habían aparecido una serie de signos o letras, que D. Noé apuntó en una libreta, para tratar de traducir lo que luego resultó ser una leyenda que decía más o menos así: "David y toda la casa de Israel, iban danzando delante de Iahvé con todas sus fuerzas, con arpas, salterios, adufes, flautas y címbalos". Dijo D. Noé que era una cita sacada del libro bíblico de Samuel. Pues bien, dentro de aquella alacena, lo que hoy llamaríamos un armario empotrado, encontró David uno de los muchos tesoros, según la opinión del experto, que debería haber por toda la casa. Había dentro de las dos hojas del armario, de madera, con cuarterones tallados, una colección de instrumentos de música, compuesta por liras, arpas, guitarras, laúdes, varias flautas y tambores de percusión, los cuales eran de madera por fuera y con parches de vejigas... Dani visitaba con frecuencia a David, estaba encantado colaborando en el restablecimiento de la nueva vida de David, le ayudaba en todo e incluso le hacía compañía en ratos libres y poco a poco se iban estrechando los lazos de amistad entre ambos. David había adaptado una de las salas de la casa, de tal forma que le hiciera las veces de taller de artesanía. Pensaba que con el tiempo sería una especie de escuela-taller, con la que ganarse la vida. Dani alimentaba esta idea que tenía David, consciente de que en el pueblo había gente como él, chicos y chicas, que no dudarían en asistir y aprender las maravillas que David era capaz de fabricar sin contar apenas con medios, con rudimentario herramental y materias primas, poco menos que primitivas, pieles, huesos, etc. Sin embargo, estaba seguro que con el paso del tiempo y a medida que fuera descubriendo materiales nuevos, haría grandes avances en lo relativo a la artesanía, pues lo importantes eran las ideas. Y esas, a David le sobraban... Otra de las dependencias más queridas por David, y que había acondicionado para su uso, era la galería de madera, saliente por la parte posterior de la casa y que daba al río. Había repuesto los cristales que faltaban, retapado las grietas de la madera, enfoscado la fachada, arreglado las baldosas del piso, reparado el tejado,... En fin, todo estaba en perfecto orden. Además, aquel lugar era donde se encontraba más a gusto y pasaba la mayor parte del tiempo. Lástima no supera leer. Era un sitio aquel para, en las tardes otoñales y siempre, poder gozar del relax que produce la lectura de un buen libro, con el murmullo del río como música de fondo. David añoraba más el campo cada día que pasaba, el aire libre de la sierra y todo lo que echaba de menos. Allí, en aquel lugar de la casa, encontraba consuelo a su desazón y miraba a través de los cristales laterales del ventanal de la galería, su Pinajarro del alma. El monte y su mente viajaban a través de los picos y canchales volando entre las nubes, recordando cada uno de los valles y cañadas. Allí se sentía David alegre y triste al mismo tiempo, pasaba largas horas como traspuesto, viendo anochecer y cómo se ponía el sol en un horizonte que, aunque hermoso, no podía comparase con el que él conocía, cuando el sol se bañaba en el lejano pantano. Esta sensibilidad para lo bello, iba creciendo cada día más en David. Ya no solamente era la artesanía. Es que su modo de explicarse, sobre todo cuando se trataba de temas sobre la Naturaleza, las plantas o los animales, le conferían cierta autoridad en la materia y D. Noé, apreciaba mucho la forma de hablar y decir de David, lamentando no tuviera la suficiente cultura para poder expresar sus conocimientos a través de escritos y sobre todo de cuanto sentía y decía, que desde luego no era lo normal en una persona como él. Tanto interés se tomó en los asuntos de David, que dada la dificultad que podía suponer para aprender a leer y escribir, hasta lograr expresar sus ideas y su vena lírica, que le convenció para que, ya que esto no era posible, al menos empezara a pintar, algo que todo ser humano por primitivo que sea, si tiene intuición, sensibilidad y buen gusto, puede llevar a la práctica con cierta facilidad. No le desagradó la idea a David y comenzó a preparar la pintura, el lienzo y cuanto es necesario para el desarrollo de este arte. A propósito de esta nueva faceta, un día, acompañado por Dani, quiso visitar el Museo de Enrique Pérez Comendador, donde encontró cómo hilvanar sus sueños en aquello que se le antojaba, según sus propias palabras: "un oasis en medio del desierto". Aquel lugar le llenó de satisfacción, alimentó su espíritu, le trajo nuevas ideas. Comenzó a partir de aquella visita a ver con claridad cuán grande es la inteligencia del hombre, cuando dedica parte de su vida a la creación de arte. No salía de su asombro cuando iba descubriendo en su recorrido por una y otra salas en aquel fantástico museo, todo el arte que se encierra en él. Dani no daba crédito a sus ojos, al ver el interés y alegría que había proporcionado a su amigo con aquella visita, él que confesaba su temor porque le resultara un rollo como a casi todos sus amigos. Notaba cómo se extasiaba contemplando imágenes, esculturas, tallas, cuadros, útiles y todo lo que allí había. Parecía que estuviera fotografiando cuanto veía. Apenas hablaba, pero se le notaba inmerso en sus descubrimientos, como interpretando y asimilando todo, y decía que se encontraba en la gloria. Desde luego no sería la única vez que visitara aquel maravilloso lugar que había despertado en él un inusitado interés. Ni que decir tiene que a Dani este arrobo le causó una gran alegría, siendo consciente de que había dado en el clavo, y le prometió seguir dándole sorpresas, llevándole en otra ocasión a ver las singulares iglesias del pueblo, sobre todo el Convento. El, que era tan mañoso haciendo tallas, como las de los callados, vería con asombro el gran retablo barroco de la Iglesia y del Convento, con miles de columnas y pequeños angelitos revoloteando sobre una gran talla como centro del retablo, en el que se representa con todo lujo de detalles a varios coros de ángeles y tronos celestiales con instrumentos diversos cantando gloria y honor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo... También decía Dani que visitarían la Iglesia de Santa María, que hace muchos años fue castillo, rodeada de una gran muralla, con su campo santo dentro rodeando toda la Iglesia, que emerge como una isla en medio de un pantano, en medio del pueblo. Allí verás, le decía Dani entusiasmado por ser él ahora quien llevaba la iniciativa, una espléndida torre románica, con un campanario desde cuyos ojos de arcos se divisan los cuatro puntos cardinales, sin nada que se interponga de por medio, sobre los arcos de la torre, colgadas unas grandes campanas y en el viejo artesonado del techo, un tanto descuidado, anidar grandes bandadas de tordos y aves de rapiña de toda clase, que salen con gran alboroto al sonar las campanas y también cuando dan las horas del reloj, que puede verse desde cualquier rincón o esquina de las calles del pueblo, por estar a la máxima altura. En los días claros, continuaba diciendo Dani que había sido monaguillo en esa Iglesia y conocía como nadie la vida y milagros de ella, se ven infinidad de pueblos, confundidos entre las aguas del pantano al atardecer y también en las madrugadas a la salida del sol, los primeros rayos bañan la torre del campanario, mucho antes de que penetre en las serpenteantes calles del barrio judío, que desde la ventana norte, a través del arco puede verse en todo su esplendor, una interminable explanada de tejados con inclinaciones y planos inverosímiles, formando figuras geométricas inimaginables. Desde esta atalaya le decía Dani, puedes contemplar con sólo girar la mirada, a través de los diferentes arcos, como si se tratara de un periscopio, todo el pueblo por sus cuatro costados, como desde ningún otro sitio. Luego le enseñaría la Iglesia por dentro, los pasos e imágenes de Semana Santa, donde se representaba fielmente toda la vida de Jesucristo, que fue una especie de profeta pero con más categoría, que vino al mundo enviado por el Padre, para dar testimonio de vida y que los hombres tuvieran un modelo a seguir. David no conocía nada de cuanto le contaba Dani. Se interesó, y le decía que tenía que explicarle más despacio aquella historia, él, que sabía de cada rincón de la Iglesia como de su propia casa, le explicaría a su manera, como él lo había aprendido, el significado de cada una de aquellas imágenes, y David pensaba que algo muy importante debió pasar con aquel Jesucristo, para que después de santísimos años como decía Dani, todavía la gente se acordara y celebrara actos con la solemnidad que le estaba contando... Una tarde, David y Dani, decidieron ir a la Iglesia y de esa forma, sobre el terreno, comprendería cuanto le había contado por encima. Pidieron en casa del cura la llave, subieron por una gran calzada, en tiempos camino hacia el castillo, y David se iba dando cuenta de la altura en que estaba enclavada la Iglesia, desde una gran terraza frente a la puerta principal, se veía toda la parte norte del pueblo comprendida por la sierra de Pinajarro, el monte, el Canchal de la Gallina, muchísimo más que lo que se veía desde el mirador de la galería de su casa y todavía se veía más cuando subieron a la torre del campanario. Desde allí, David tomó conciencia de lo grande y bonito que era el pueblo. Se veía el puente de hierro, la plaza de toros, la estación, las filas de casas de nueva construcción, el parque, el monte, todo, todo,... Entraron en la Iglesia. Tenía como objetivo principal el que Dani le enseñara las imágenes y retablos de los altares. Comenzaron por los pasos de Semana Santa, que suscitaron en David toda clase de preguntas y especulaciones que Dani con dificultad iba contestando amparándose más que nada en los conocimientos adquiridos a través de tradiciones y dichos con poco rigor histórico. Cosas de sacristía. Comenzaron por la imagen de la Oración del Huerto. Aquí Dani, con autoridad le decía a David: "Mira, ¿Ves a Jesús? Está de rodillas rogándole al Padre que no le ponga a prueba". Luego pasaron al que llamaban el "Amarrao a la columna" y Dani continuaba: "Una vez que uno de los que seguían a Jesús en sus predicaciones por el pueblo le traicionó y le vendió a las autoridades que deseaban echarle mano porque traía revolucionados a todos, sobre todo a los más pobres, a los que llamaba bienaventurados y les prometía que les libraría de la esclavitud de la pobreza, la ignorancia y les predicaba en lo alto de una colina una serie de promesas diciéndoles: `bienaventurados los pobres, los perseguidos, los encarcelados, los que pasan hambre, porque de ellos es el reino de los cielos...' y curaba a los enfermos y predicaba en las sinagogas, que todos los hombres tienen que ser iguales y que no tiene que haber unos que manden sobre los otros, ni que vivan a costa de otros, y estaba siempre de un sitio para otro, con los pobres, los marginados, los desahuciados, los perseguidos y eso a las autoridades no les venía bien y por eso le prendieron, le juzgaron y al final le mataron". David escuchaba con atención aquellos relatos y no entendía cómo si le habían matado y era enemigo de las autoridades, podían encima tener imágenes de lo ocurrido, por lo que deducía lo importante que debería haber sido aquel a quien llamaba Jesús. Y siguieron más adelante viendo imágenes y pasos. Llegaron hasta la del "Cristo de la Victoria", el resucitado, y le dijo Dani: "Dicen que a los tres días de haber matado a Jesús, crucificándole en medio de dos ladrones, le enterraron y fueron a ver la sepultura y había resucitado. Esto es lo que representa esta figura". Siguió contándole que el día de Pascua que es como se llama a esta conmemoración, se hace muy temprano una procesión, en la que se lleva al Cristo resucitado, en privado a las afueras del pueblo, casi a las mismas puertas del cementerio y luego cuando ya se supone que han llegado al lugar llamado de las tres cruces, que además se ve desde el campanario, sale otra comitiva con la Virgen de los Dolores, en silencio, hasta el lugar que se llama del Encuentro, porque a lo largo de la carretera, cuando los que han llevado al Cristo, ven que se acerca la Virgen, se ponen en camino de frente a ella y según se van acercando, bajan las andas, en señal de arrodillarse ante la Señora, así tres veces por las tres caídas que sufrió Cristo camino del Calvario cargado con la Cruz donde le clavaron hasta morir. Una vez que ambas procesiones se juntan, le quitan el velo que lleva sobre la cara la Virgen y el manto negro es cambiado por otro blanco y empiezan las cofradías a tirar cohetes y a entonar cantos, mientras las campanas al vuelo anuncian que ya se ha pasado la Semana de Pasión y que es hora de alegría por la resurrección de Cristo. Las campanas siguen tocando a Gloria y la procesión vuelve hacia la Iglesia pasando por las calles engalanadas con colgaduras y flores, banderas y todo tipo de adornos, les echan desde los balcones pétalos de flores a su paso y la alegría, el bullicio y la fiesta rompe al tiempo que la primavera, y los mozos y las mozas se van de romería y en las casas, hasta en las más humildes no faltan los hornazos y las perrunillas para invitar a cuantos forasteros vienen esos días al pueblo... David se preguntaba una y mil cosas... ¿cuánto ignoraba?, ¿qué historias insospechadas...? Y de pronto le preguntó a Dani: "¿Y si resucitó, dónde está?... ¿Qué pasó luego?..." Y Dani con mejor intención que conocimientos le contestó, que una vez resucitado se fue al Cielo con el Padre, pero también se quedó en la tierra en forma de pan y vino y que cada vez que había una misa era como si le mataran y resucitara otra vez... Continuaron por la iglesia viendo retablos, imágenes de santos que Dani apenas conocía, solamente por las novenas que constantemente se estaban celebrando durante el año y que recordaba de pequeño. San Antón que era en Enero, la Virgen de las Candelas y San Blas en Febrero, en Marzo se celebraba San José, en Abril la Semana Santa, en Mayo la novena de las flores en honor a la Virgen, en Junio San Antonio el santo de los pobres y también de las muchachas que andaban buscando novio, en Julio no se acordaba muy bien, serían vacaciones decía con cierta sorna, en Julio se celebraba la fiesta del Apóstol Santiago, en Agosto la fiesta de la Virgen de la Asunción que era la patrona de la Iglesia, en Septiembre eran las fiestas del Cristo de la Salud que es cuando son las fiestas del pueblo y hay toros y verbenas, en Octubre la Virgen del Pilar, en noviembre la fiesta de Todos los Santos y de las ánimas benditas del Purgatorio y por último en Diciembre la Navidad o nacimiento de Cristo... David, se quedaba atónito ante tanto conocimiento por parte de Dani y es que el hecho de haber sido monaguillo le había dado, entre otras cosas, cierta cultura litúrgica y clerical. Además era fácil con sólo recordar delante de cada imagen las diferentes novenas, triduos y octavarios realizados durante el año. David le preguntaba qué significado tenían unos cuadros pequeños que había colgados de las paredes alrededor de toda la Iglesia que eran todos iguales pero con diferentes motivos. Dani le dijo que se referían a las estaciones del Vía crucis, en las que se representaba la Pasión de Jesús, cuando le llevaban camino del calvario para crucificarle... Entraron en la sacristía, Sancta Sanctorum de la monaguillería. Allí se guardan todos los accesorios y vestiduras para el culto, misales, vasos sagrados, candelabros, el palio, el incensario, las vinajeras, todo lo que tan familiar le resultaba a Dani que a medida que iban viendo, él explicaba a David con cuantos detalles estaban a su alcance. Pasaron al corral o patio, de donde arrancaban unas escaleras de granito que llevaban directamente al campanario. Subieron por ellas. Cada vez resultaban más empinadas y costosas de subir. Los peldaños, a medida que se estaban acercando al final eran de caracol cada vez más pequeños e inclinados de tal manera que cuando se coronaba la torre, con la sola luz de unas saeteras que cada tres o cuatro tramos había en una de las caras de la torre y que en tiempos, cuando era castillo, sirvieron para su defensa, se llegaba arriba al fin con cansancio y falta de aire. Era el campanario una estancia de unos 15 o 20 metros cuadrados, con el suelo de rollos de río, lleno de fusca de los pájaros que al hacer sus nidos, infinitos, iban dejando caer. Eso sí, merecía la pena el esfuerzo realizado para llegar hasta aquel lugar, desde allí se divisaba perfectamente el pueblo tal y como le había contado Dani a David. David estaba admirado de cuantos acontecimientos le sucedían con su amigo. Se estaba dando cuenta de una realidad bien distinta, era un nuevo descubrimiento de cosas en el pueblo para él hasta entonces ignoradas, en contraste con la soledad del campo, se daba cuenta de que existían atractivos llenos de emociones. Era una pena que le pillara un poco mayor, por ejemplo respecto a Dani. No podía insertarse en el ambiente que él frecuentaba de discoteca, bares, pub, etc. Hubiera sido una ventaja haber asistido a la escuela, pensaba David. Ahora estaría a la altura de las circunstancias. Pero dentro de esta situación, tampoco podía quejarse. Ahora, con la venta de casi todos los animales, había reunido un dinero que le permitía no solamente ir viviendo, sino incluso reconstruir un poco la casa, y ponerse al día en tantas cosas... Una tarde acordaron David y Dani hacer una incursión en el supuesto sótano de la casa, para lo cual, se prepararon con una palmatoria cada uno. Levantaron la pesada trampilla con dificultad y entre chirriar de goznes y un olor a humedad podrida que ascendía por un tiro de escaleras de peldaños de piedra, dejaron la trampilla sostribada contra la pared del patio. Comenzaron a bajar por las empinadas escaleras. A su paso tenían que ir apartando las telarañas que hacían las veces de auténticas cortinas. Una vez en el suelo del sótano, una nave grande como una bodega, que estaba cubierta por el magnífico suelo del patio con unas formidables vigas de enorme tamaño estaba llena de muebles viejos, unas tinajas de barro de grandes proporciones, tajos y banquetas cojas sin alguna de sus patas, arcas despellejadas, sillas de tijeras, un sin fin de maderas, puertas y cuarterones de ventanas y utensilios de todo tipo. Decidieron, visto todo aquello y dándose cuenta de la poca utilidad, sacar a la luz todo subiéndolo al patio y allí clasificar lo que pudiera servir y deshacerse de lo inútil para dejar el sótano libre. Dani preguntaba qué sentido tenía dejar libre el sótano si le sobraba prácticamente más de media casa, además estaba la dificultad para bajar a él y sin ventilación ni luz, en poco o en nada podía servirle, como no fuera para lo que estaba destinado, para guardar trastos y cosas sin uso. Lo que no sabía Dani era que David, después de mucho pensárselo, había decidido dar un paso importante en su nueva vida, aunque para ello contaba con la colaboración de él y formaba parte de sus planes así como el inapreciable asesoramiento de Pedro y D. Noé. A David le hubiera costado muy poco adaptar el gran sótano y el patio de la casa para montar un Bar o un pub o algo similar, con lo cual habría resuelto su vida para los restos... Pero las intenciones de David iban por otro camino, había comprendido que no podía ser uno más en el barrio, ya que el destino había querido darle otra clase de vida él no iba a poner trabas. En principio se trazó las líneas maestras de lo que en un futuro sería su vida, su medio natural para el desarrollo de sus inquietudes y sospechaba que iba a ser feliz a pesar de haber tenido que cambiar tan radicalmente de vida. Su pensamiento estaba en abrir una entrada en la cara de la casa que daba al río, además de dos ventanales para dar luz y ventilación a la hasta entonces bodega-sótano. Tenía perfectamente calculado el lugar exacto. Para no dañar la estructura, había dos vigas que sostenían el techo. Una vez realizada esta obra, pensaba poner nada menos que un taller de artesanía donde se haría de todo: forja en hierro para ventanas, balcones, farolas artísticas para jardines y terrazas. Otra sección para la artesanía más conocida por él. Había sitio suficiente para ello y se podían llevar a cabo varias activida- des, desde telares clásicos para alfombras y telas, hasta un banco para trabajar las pieles, los huesos y las piedras de colores. Luego se pasaría a la pintura, sólo había que poner entusiasmo, y eso a David le sobraba. Había hablado con D. Noé del proyecto, y éste le prometió colaborar con él en la traducción y publicación de los libros y pergaminos para darlos a conocer al gran público, con lo cual el futuro taller gozaría de prestigio y atraería a grupos de jóvenes de ambos sexos a seguir ese camino. Pedro se encargaría de los trabajos de forja, que para eso dominaba a las mil maravillas la fragua. De los trabajos de pintura se encargaría Dani y uno de sus amigotes que era un verdadero artista haciendo carteles y grafitis. Por último, David llevaría a cabo la cuestión de la artesanía, que aparte de proporcionarle el sustento, transmitiría sus conocimientos junto con el de sus colaboradores dando de esta forma nacimiento a la escuela taller que se llamaría escuela "LA ESTRELLA DE DAVID". F IN Madrid, 9 de Febrero de 1992 (Trigésimo sexto aniversario de la muerte de mi padre, q.e.p.d.) NOTADELAUTOR En todo cuento, ya sea basado en leyendas o cierto poso de realidad histórica, el autor juega siempre con la fantasía, sin tener en cuenta el rigor, tanto de fechas como de lugares e incluso de personajes, nombres y geografía. Acaso el agudo lector se haga entre otras muchas interrogantes de ¿cómo?, ¿por qué?, ¿Cuándo?, ¿Dónde? ha sucedido todo esto. Solamente una advertencia, que más bien quiere ser una sugerencia: olvídate de todo rigor tanto literario como argumental y déjate llevar por la fantasía hasta lugares que de otro modo, resultan insondables. Lo realmente sugerente de este cuento, puede ser que tal vez ocurrió... ¿y por qué no?... Seguramente que ocurra, hoy, cualquier día de estos, he ahí la grandeza y el enigma del personaje, DAVID, que puede estar entre nosotros y parafraseando al autor de un evangelio de revelación Divina diría: "Con vosotros está y no le conocéis....", "El vino a los suyos y los suyos no le recibieron..." RELATOS DE UN ABUELO (HISTORIAS DE UNA VIDA) DEDICATORIA A mi querido nieto Fran. Madrid, Marzo 1995 CAPÍTULO I El relato que aquí comienzo, sucede aproximadamente hacia el año 1940 recién terminada la guerra, mal llamada civil, pues es bien segu- ro que ninguna guerra puede ser civil, sino todo lo contrario. Ocurre el presente relato, en el lugar por el que corrían leyendas, historias fantásticas, e inventadas realidades. Eran tiempos de mutilados por la guerra, unos por accidente, otros cuentan que adrede para darse de baja y no tener que permanecer en el frente. Dicen que la forma de cómo se producían esta auto mutilación, consistía en ponerse el tradi- cional “chusco” de pan en el lugar que se pretendía efectuar la mutila- ción: manos, dedos, pies, rodillas... Una vez situada la pieza de pan se disparaba el arma atravesándola, para de esta forma, no se infestara la herida, que naturalmente dolía igualmente. Así de ésta forma tan rudimentaria y cobarde, más de uno se había auto liberado a riesgo de perder la vida, por no ser nada fácil de calcular exactamente el alcance de tan desesperada acción. Sin embargo a veces era preferible correr tal riesgo ante, la poca auto- estima a la que llevaba permanecer en las trincheras, en las que el tedio y la tensión llegaba a ser más difícil de controlar que un balazo tan brutal y a la vez tan poco digno. En todo caso, nada era comparable a las fatigas, carencias., sufrimientos y todo tipo de miserias que abun- daban en la clase no militarizada, es decir en la población de a pie, siempre depositaria de los desatinos de uno y otro bando en con- tienda. Eran los de siempre, los más débiles, los menos favorecidos quienes pagaban las consecuencias de tales guerras y las secuelas más inconfesables. Se sucedían largas colas de famélicos rostros en las puertas de los Centros de Auxilio Social, esperando saber, si se tenía derecho a una ración de leche, queso, chocolate, azúcar, harina o cual- quier otro alimento inalcanzable a persona que no tuviera influencias, sin trabajo, sin dinero, sin nada... El estraperlo estaba instalado de forma clandestina, aunque vergonzosamente permitido por las llamadas autoridades locales, públicas, somatenes y otras más o menos afiliadas al bando dominante. Siempre estaban quienes usando, abusando más bien, de su autoridad, se personaba en las colas, para poner “orden” e imponer su incierta autoridad, pistola en bandolera, aprovechando su condición para insinuarse a la señora de turno que estuviera de “buen ver” y median- te la concesión de sus favores, pasarla a los primeros puestos de la cola, algo que siempre era de agradecer pues, en casa esperaban varios hijos y abuelos, para ver que llevarse a la boca. En otros casos, la manipulación llegaba hasta extremos de procurarse una o varias cartillas de racionamiento, los famosos cupones que servían para, además de pagar cualquier cosa a “doblón” poder adquirir lo estrictamente necesario para el consumo de la familia. Así cada litro de aceite con borra, en el hondón del envase, cada kilo de azúcar mo- rena, más bien negra, cada kilo de garbanzos, judías o cualquier otro tipo de legumbres con “bichos” de todo tipo, tal vez una piedra que te hacía polvo un diente, eran motivo del uso de varios cupones, con lo que el día quince, la cartilla que estimaban las autoridades con- cesionarias debería durar todo el mes, llegaba a su término sin apenas darse cuenta. Había también quienes apretándose todavía más el cin- turón, vendía estas cartillas, las cambiaba en trueque por alguna prenda de punto cuya que su confección había costado horas de sueño a quien las ofrecía, otras veces se cambiaban por patatas, conejos, gallinas o productos de la huerta que con gran vigilancia, para no ser robados costaba sangre sacarles adelante, pues había de montarse una guar- dia pretoriana con turnos de relevo por todos los componentes de la familia, que pernoctaban en la casilla de la huerta para cuidar de las cosechas. Estas circunstancias daban lugar a quitarse el hambre como se podía, aguzando el ingenio para buscarse algo que llevarse a la boca aunque lo normal era recurrir al estraperlo, comercio clandestino no solo permitido por las autoridades sino en algunos casos colaborando con el negocio, permitiendo la venta a todas luces ilegal, de artículos que deberían ser distribuidos entre la población mediante establecimientos afines al tema. Pero eran tiempos difíciles y los “vivos” de turno hacían su particular Agosto. En otros casos, exist- ía la época llamada de “rebusca” que consistía en salir al campo y espulgar los árboles donde siempre quedaba alguna pieza, después de haber sido recolectados, o también entre los surcos de la siembra a la caza y captura de alguna patata, nabo o cualquier cosa con tal de ir tirando. Otro sistema era ir al monte a la rebusca de castañas, hier- bas comestibles, como los famosos “gamonitos” y de paso para no volverse a casa de vacío se apañaba una buena carga de leña, que se cambiaba en la tahona por un apreciado pan blanco o un par de chuscos de centeno, aparte de asegurarse un cliente para sucesivas ocasiones. Eran tantas las carencias y de tal índole, que en casi todas las casas, para poder comer pan reciente se procedía en la lumbre del suelo, que era habitual en casi la totalidad de las mismas, a cocer una masa de harina en un molde aprovechando el envase de una lata de sardinas donde se fabricaba ese pan nuestro de “no” todos los días, puesto que no siempre se lograba reunir todos los ingredien- tes, harina, levadura etc. Con lo cual lo más lógico era reunirse con otra familia o vecinos, lo que generalmente motivaba una tertulia, que servía principalmente para ahuyentar el hambre. Tiempos en los que cualquier cambio en la vida de una familia, por ejemplo que llamaran a filas a uno de sus componentes, o que se quedara sin trabajo, algo muy frecuente que sucedía cuando faltaba la “fuerza”, como se llamaba al fluido eléctrico que andaba escaso, incomprensiblemente pues la guerra poco podía afectar al salto de agua que producía la corriente para el pueblo. En un momento determinado, sin previo aviso le decían a uno en su centro de trabajo: “Oye mañana no vengas a trabajar en tanto no se regularice el asunto de la fuerza” y se quedaba sin el único medio de subsistencia él y su, por lo general, prolífica familia. Además la situación no daba lugar a reclamación alguna porque los dueños alegaban “causa de fuerza mayor”. En este cúmulo de dificultades, era normal ver al ama de casa echando horas en la de algún rico por la comida y por lo que ella, si se daba maña, pudiera conseguir para la suya. A veces eran prendas de vestir raídas y pasadas de moda, otras alimentos caducados o mal condimentados e incluso había quien se conformaba con las sobras o desperdicios de las comidas bajo el pretexto de que era para los lechones o las gallinas, cuando lo que ocurría en realidad es que una vez en casa, fuera del alcance de miradas ajenas, se es- cogía lo que se podía para el consumo y subsistencia de la familia y así se iba tirando, mal pero tirando. A estas precarias condiciones había que añadir el frío que “acariciaba” constantemente manos, cara y todo el cuerpo, a pesar de envolverse en ocasiones con va- rias prendas de abrigo y en los pies liarse orillos de mantas de las fábricas de paños que los familiares que trabajaban en ellas distribuían entre los suyos. Ello propiciaba el cultivo de unos sabañones que martirizaban al personal de forma inmisericorde. Estabas sentado al amor de la lumbre, que era el lugar junto al cual por lo general se reunía la familia y por las rendijas de puertas y ventanas entraban unos cuchillos que se clavaban en los riñones como dardos, así que todo ello unido al vacío del estómago daban definitivamente con los huesos del más pintado en la cama. Esa era otra, pues te metías en la cama y podías encontrarte, en el mejor de los casos, con toda suerte de artilu- gios que previamente se habían introducido en la misma para calentar- la y no quedarse tieso: botellas con agua caliente, cantimploras de aluminio, por aquello de que expanden muy bien el calor, ladrillos o piedras envueltas en papel de periódicos previamente metidas entre las brasas de la lumbre... todo ello para evitar coger una pulmonía doble o el garrotillo, como vulgarmente se llamaba a una ronquera persistente y casi crónica que padecían todos en mayor o menor grado. Las cir- cunstancias sociales hacían que los cambios fueran lentos y cualquiera que pretendiera cambiar de vida, solamente le quedaba una salida la emigración, algo por otra parte harto demostrado que tampoco servía para solucionar nada como no fuera la propia situación de quien emi- graba. Naturalmente si el que emigraba era el cabeza de familia creaba un problema todavía mayor pues raro era el caso en que éste ganaba suficiente siquiera para su propio mantenimiento. Así que co- mo es bien sabido “mal de muchos remedio de pobres”, se iba vivien- do capeando el temporal esperando tiempos mejores, siendo testigos obligados de una esperanza que tardaba en llegar. Solamente se ali- viaban, en cierto modo, estas penurias con la llegada del buen tiempo Mayo, Junio, el verano. Al menos ese frío que te atravesaba el alma desaparecía. El campo se vestía, los pájaros volvían a la torre primero y acto seguido poblaban los árboles, las gentes tenían otro talante, las mujeres iban de nuevo al río, a lavar los “enredos” decían, y decían bien, pues había que oír las conversaciones que mantenían mientras restregaban sobre una piedra las prendas que llevaban a lavar. Ponían en solfa asuntos al perecer bien guardados de la fulanita y del fulanito: “Que si les han visto... camino de la estación, que dicen que... hasta bien entrada la noche...”Se podía contemplar una retahíla de mujeres con la tajuela al cuadril y la banasta de ropa en la cabeza, cada cual camino de su casa al final de la tarde en donde les aguarda- ban otro tipo de enredos. Sin embargo como el tiempo climatológico cada día que pasaba era más caluroso, invitaba a tener las ventanas de las casas abiertas para soportar el bochorno, de tal suerte que al pasar por la calle podían escucharse canciones interpretadas por el ama de casa parecidas o como la siguiente:“¿Cuándo querrá Dios del cielo, que todo venga barato?... P’a que esta barriga mía, no pase tan ma- los ratos...Y también esta otra: ¡Ay las carillas y las patatas, que se terminan y vienen habas...! Vienen las habas y los guisantes, y que la gente tire p’a lante...Tarareando estas y otras letrillas de parecida factura, trataban de espantar el hambre pues es bien sabido aquello de: “Quien canta el hambre espanta”. La mocedad del pueblo sentía la necesidad, cuando llegaban estas fechas, de relacionarse con otras personas de su entorno y tratar de crear su propia pareja. Cualquier pretexto era válido: novenas, misas, paseos y sobre todo las invitacio- nes de boda que propiciaban estos encuentros. Estas, las bodas, eran tan celebradas que se comenzaba quince días antes de la fecha de la misma, lo que se llamaba la pedida, a su vez servía de despedida de solteros y se invitaba a todos los compañeros a un vino, dulces y viandas de todo tipo. Luego el día de la boda propiamente dicho, había desayuno, comida y cena. Al día siguiente la llamada tornaboda, prácticamente igual en cuanto a comida que el día anterior. En defi- nitiva de lo que se trataba, era sacar el cuerpo de mal año, a base de comer cuanto se podía. No en balde se dice que de la panza sale la danza de tal modo que se estaba estos días de bailoteo, cháchara y jolgorio. Quienes habían vuelto de la guerra y afortunadamente no habían sufrido mutilación alguna, cada día que pasaba iban afianzán- dose más en sus quehaceres, se les iba quitando el miedo a la vez que el hambre y la espada que pendía durante algún tiempo sobre ellos de poder ser llamados de nuevo, se iba diluyendo. Como conse- cuencia la vida volvía a tomar de nuevo el pulso otrora perdido, todo comenzaba a ser como siempre, los lugares de trabajo se reabrían , las tiendas abastecían de lo imprescindible, en los campos sus labores se reanudaban si cabe con más interés que antes habida cuenta de la patente necesidad que se había padecido. Por tanto las taber- nas, bares y demás lugares de encuentro reanudaban sus activida- des. Como ocurre siempre, la vida política en Ayuntamientos, Sindicatos, Guardia Civil y cualquier estamento dónde hubiera una gorra de plato, adquiría cada día que pasaba mayor cuota de autoridad y poder, por no hablar de las pequeñas y grandes venganzas de quie- nes habían estado, tal vez sin pretenderlo, en uno u otro bando de la contienda. Las diferencias entre las izquierdas y las derechas, se acen- tuaban más cada día y constantemente se restregaban unos y otros: errores, culpas y todo tipo de argucias con el fin de soliviantar los ánimos del contrario, como si la dolorosa experiencia de los años de guerra no hubiera sido suficiente para encima escarbar permanente- mente en las heridas. A pesar de todo cada día se consolidaba más la estabilidad y aparte de los juicios sumarísimos contra personas de marcado signo político, contrario al de los vencedores adictos al régi- men , se hacía más armónica la convivencia entre los vecinos y lo pasado, pasado... Siempre con sus excepciones, claro está. Las casas de la población pese a no haber sufrido , gracias a Dios, destrozos impor- tantes no obstante por aquello de “A río revuelto...” sí habían sufrido las iras de algún desaprensivo que nunca falta, que usando de su condición contraria al resto de los habitantes, había propiciado, cuando no obrado personalmente, el quemado y saqueo de iglesias. Otros, habían abandonado sus casas para enrolarse en las hordas marxistas actuando con refinada crueldad en contra de los bienes de sus antiguos amos, rompiendo todo lazo de unión con sus patronos y convecinos. No obstante, la mayoría convencidos de que la forma de salir adelante no podía ser otra que la unión de todos, se comenzó a trabajar codo con codo para tratar de componer el puzle desastroso que toda situación de enfrentamiento deja como consecuencia primera. De hecho volvían a verse las calles animadas, sobre todo a la hora de buscar empleo en las plazas del pueblo, donde los que buscaban mano de obra para las labores del campo, los talleres o las fábricas, sabían que encontrarían a los mejores obreros esperando. Aparte de esto, los talleres se estaban uniendo en Cooperativas, las fábri- cas, sobre todo las de tejidos, que durante la guerra no habían abandonado sus labores , más bien todo lo contrario debido a la gran demanda de mantas y tela “kaki, ahora necesitaban de todos los espe- cialistas que se habían tenido que incorporar al frente. Podían verse de nuevo en las fábricas las fumatas de sus grandes chimeneas, el batán funcionando, los tendederos de secado como un tapiz de colores con grandes montones de lana y borra que se ofrecía a los agricultores para el abono de los campos a bajo precio. Los bares y tabernas a la caída de la tarde se llenaban de hombres a la vuelta de sus traba- jos, donde se suscitaban conversaciones, se daba cuenta de la marcha de los negocios y se alargaba la tertulia hasta bien avanzada la noche. La construcción había comenzado la tarea de desescombro, calles, tejados, fachadas, de nuevo eran punto de atención por parte del Esta- do y el pueblo cambiaba adquiriendo una dimensión nueva y sobre todo un ritmo de vida cortado brutalmente por el conflicto armado. En los pequeños comercios de ropa, calzados, alimentación y enseres para el hogar daban facilidades a la clientela y amas de casa fiando las compras. En todas las tiendas existía un cuaderno de cuentas en el que se apuntaba una y otra vez todo cuanto se adquiría, a sabiendas de que la recuperación económica se produciría en seguida. No obstante las madres, con cierto descaro, enviaban a sus hijos a la compra y una vez realizada, venía aquello tan socorrido de: “Dice mi madre que lo apunte, que ya vendrá ella a pagar el sábado...” lo que no se decía de qué sábado se trataba, pero la tendera de turno con tal de hacer caja se prestaba al juego, sin tener garantía alguna de que fuera a cobrar. Todavía los domingos por la tarde, el personal, sobre todo los más jóvenes, tenían por costumbre pasear por la Estación de Ferrocarril porque aún pasaban convoyes con militares, unos a sus destinos, otros a sus casas, los más de maniobras que daban ese peculiar aspecto de provisionalidad, que las cosas aún no estaban en su sitio. Esto mismo también se apreciaba en la cárcel del pueblo donde sin saber muy bien por qué razón, cada día había más presos de toda índole: Moros, paisanos, gitanos, gentes de todo lugar y condi- ción. Eran días llenos de novedades, sucedían las noticias con rapi- dez, se formaban y estabilizaban los gobiernos militares y civiles, empezaban a funcionar las Oficinas Estatales: Correos, Ayuntamien- tos, Juzgados, Escuelas y la Iglesia. A pesar de todo y que paulatina- mente iban encajando todas las piezas, la gente no se fiaban unos de otros, solamente en círculos y ámbitos muy reducidos como en talleres o tertulias de amigos y de familia se atrevían a sacar con- versaciones de asuntos relacionados con la Política, había como un pacto de silencio para no hablar de la vergüenza que había supuesto el hecho de llegar al enfrentamiento a veces entre hermanos y desde luego entre paisanos y españoles. Pasó el primer verano de posguerra, las cosechas no fueron buenas del todo, la paz sin embargo se hacía realidad en casi todas las esferas de la vida social y en las familias. No obstante las heridas abiertas tardaban en cicatrizar y las venganzas se sucedían encontrando los métodos más refinados. Todo aquel que necesitaba pedir un favor, debía pensarlo dos veces, previa- mente tenía que saber y reflexionar si había algún asunto pendiente de índole política con la persona de quien pretendiera el favor. Había por el contrario, quien estaba dispuesto a realizar cualquier favor, a cambio del olvido y perdón de alguna fechoría que le había puesto en entredicho y de esta manera ir borrando la memoria del pasado...El primer año, después de la guerra, las fiestas patronales de Septiembre funcionaron como nunca hasta entonces lo habían hecho. El Ayunta- miento aportó una fabulosa colección de fuegos artificiales, el baile y las charangas por las calles junto al adornamiento de guirnal- das, farolillos y colgaduras de todo tipo, daban un aire festivo pocas veces visto en el pueblo. Las novilladas y charlotadas en la vieja y destartalada plaza de toros, hecha de maderas y escobas, los chozos con sus peculiares olores a fritanga, peces, bacalao, patatas escabe- chadas, chanfaina y ponche... Todo daba ánimo para ir olvidando los desastres pasados e ir tomando conciencia de lo efímero del tiempo. Grandes y pequeños se entregaban unos días al jolgorio y excesos en la comida y bebida, como queriendo sacarse la espina, resarcirse del pasado, temiendo volviera a ocurrir otro desenlace fatal en cual- quier momento. En este sentido, el “Parte” como se denominaban a las noticias de la radio, no eran precisamente tranquilizadoras. Se decía que aún quedaban pequeños grupos de insurrectos que en sus últimos estertores, no estaban por la labor del Gobierno y se refer- ían a éste, como que había llegado al poder mediante un golpe de Estado. Merced a estas circunstancias se exiliaban las mentes más preclaras, más lúcidas, los hombres de mayor reconocido prestigio y ello minaba los entresijos del Estado y daba una sensación de preca- riedad permanente, temiéndose siempre se reavivaran las cenizas to- davía candentes de la guerra. Llegó el mal tiempo climatológicamente hablando, aunque quien más y quien menos había acondicionado lo mejor posible su vivienda. Cuando empezaron las nieves y la niebla cubrió la sierra, un aire helado volvió a calar en los cuerpos, en las casas de nuevo las ropas de invierno, las lumbres y las estufas en la escuela de los niños volvieron a estar a la orden del día. Algunos hombres todavía en paro, sobre todo los que dependían de las faenas del campo, con el temporal de lluvias y nieves, apenas podían aportar nada a la economía familiar, más bien al contrario, pues para no estar todo el día en casa “como un cocinilla” decían, se iban a la taberna donde formaban una “corrobla” y apenas se daban cuenta de la hora en que debían volver a sus casas, eso sí bien templados una vez trasegada una buena parte de la pitarra, total para lo que les aguarda- ba...Otros en cambio con las ideas preconcebidas de “trepar” en el orden social, se personaban apenas terminado el trabajo de comercio o de oficina, lo que se llamaba una buena colocación, en el lugar más politizado del pueblo: El Casino, donde además de ilustrarse leyendo la prensa que llegaba todos los días, se tomaba el café en mesa con tapete verde para acto seguido entretener la tarde jugando la partida de cartas, lo que daba lugar al nacimiento de una clase privilegiada res- pecto al resto de trabajadores que tantos disgustos traería consigo. Había otra clase de hombres entrados ya en años, que su pasatiempo favorito era ir a tomar el sol, acomodándose al resguardo de unos canchales, fumando de la petaca que libremente ofrecía cualquiera de los que acostumbraban a juntarse en el lugar, contando y dando pábulo a innumerables leyendas, corregidas y aumentadas que a fuerza de repetirlas, corrían de boca en boca, convirtiéndose en sueños imposibles, dando rienda suelta a la fantasía más desbordante, creando mágicos viajes, batallas en las que jamás habían participado, alardeando de haber servido a grandes Jefes y Generales famosos, que tal vez en alguna ocasión estuvieron a kiló- metros de distancia y que ellos, merced a su imaginación, traían con facilidad inusitada hasta su propio Cuartel, a su Regimiento y en algún caso a tal o cual batalla o ciudad. Ese era el caso de un notable tende- ro, perteneciente al somatén del pueblo después de la guerra, que pre- sumía en cualquier momento que la ocasión se lo permitía sin que viniera a cuento, de haber estado en el frente de Teruel, nada menos que a las ordenes del General Franco. Los amigos que tomaban a mofa el asunto, le hacían repetir mil veces aquella ocasión en la que Fran- co visitaba la Capital de la provincia y todos los miembros de la lla- mada Vieja Guardia y simpatizantes acudieron en masa, con gran oropel, carteles, banderas y pancartas para presentarle honores al Cau- dillo. Cuentan, que este buen hombre, emocionado, movido por sus sentimientos de patriotismo rancio, al borde de las lágrimas gritaba entusiasmado, pensando que Franco le oiría: “Mi General, desde el Ebro no te veo”... Lo cual dio lugar a una guasa y cachondeo de por vida, cada vez que salía el tema a colación. Casi a diario, sobre todo los domingos y con absoluta seguridad en las fiestas seña- las del pueblo, había un individuo, vieja gloria de la guerra, a quien las secuelas le habían llevado a un estado de semiinconsciencia, motivado también por su afición al vino, siempre dando tumbos de taberna en taberna y a quien los niños, con su refinada crueldad andaban en pan- dillas tras él, provocándole y exigiéndole que cantara, pues su voz aguardentosa de barítono venido a menos sonaba como salida de ultra- tumba. El hombre sin embargo, en estado sereno, era una gran artista en el asunto de la ebanistería, profesión a la que se dedicaba y que estaba realmente muy extendida entre la población, que contaba con varias fábricas de prestigio e innumerables talleres de tipo familiar. Los sábados las diferentes barberías se llenaban de clientes, cada uno tenía predilección por una determinada que marcaba la distinción so- cial en función primero, de la ubicación y después porque allí se podía encontrar a fulanito de tal o a don mengano de cual. Lugar, sin duda, en el que se conocían los entresijos y las vidas y milagros de todo ser viviente, por muy privadas que estas fueran. Se decía, muy acertadamente, que los mejores trajes se cortaban en ciertas barberías, donde a pesar de ser solamente para hombres, se traían y llevaban chismes de todo tipo. Se levantaban bulos, se arrastraba la fama de quien le cupiera este especial honor en ese momento. Pobre de la mujer que fuera, por decirlo de alguna manera, un tanto despreocupa- da en sus relaciones, era de inmediato: Juzgada, sentenciada y ejecuta- da verbalmente y claro la fama perdida era difícilmente recuperada...El cine era otro de los alicientes e inventos de moda. Las gentes, sobre todo en invierno, acudían en masa especialmente los domingos, hasta el punto de recurrir la empresa y crear el asunto de los abonos, ello evitaba tener que guardar cola para sacar las entradas dadas las masi- vas afluencia de público que asistía a las funciones de cine.Todo quien tenía poder adquisitivo, sacaba el abono mensual, que le daba derecho en principio a las sesiones dominicales, que eran las que más público generaban y en las que realmente existía superior demanda que oferta. A pesar de todo, siempre quedaba el recurso de presen- ciar estas sesiones durante la semana, a veces en programas dobles y también en la modalidad de sesión fémina, es decir que una pareja podía pasar con sólo una entrada, lo de menos era si esta pareja estaba compuesta por un miembro de cada sexo, que era para lo que en principio se inventó este sistema, los porteros advertidos por el empresario hacían la vista gorda y no ponían reparo en la composición de género de las parejas. Durante la proyección de la película, había todo tipo de incidentes, con el consiguiente alboroto, cuando se corta- ba la película, cosa por otro lado muy frecuente, se armaba una tanga- na, que era casi más interesante asistir a ésta que a la propia película. Durante la proyección se consumían todo tipo de alimentos: pipas, cacahuetes, palomitas, bocadillos y toda suerte de alimentos que se pusieran a tiro. En alguna fiesta señalada, como por ejemplo San Antón o Todos Los Santos, ésta última en la que se celebraba la famosa moragá, consistía en estar todo el día en el campo, asar casta- ñas, tomar una buena merienda regada con vino de pitarra a todo “pas- to” para entrada la tarde-noche terminar la fiesta en el cine y compor- tarse como auténticos animales de bellotas. Presentaba un auténtico riesgo coincidir en la sala de cine con semejante piara. Era normal que en medio de la sesión sonara un potente pedo con el consiguiente jol- gorio del personal, sobre todo en gallinero donde este tipo de bromas eran aplaudidas sin dilación, dejando al margen el contenido de la cinta, por muy interesante que fuera. En ocasiones, los espectadores situados en las “peligrosas” filas de butacas que coincidían con el anfiteatro de gallinero, de ahí el éxito de los abonos para huir de cual- quier peripecia, eran bañados literalmente con una vomitona de al- guien que sin darse cuenta con el calor de la calefacción, los flujos y reflujos del vino trasegado en combinación con los calbotes, propiciaba un escándalo de tal calibre, que hacía imposible continuar con la proyección teniendo que intervenir los acomodares y dar satisfacción a las personas afectadas asegurándoles que los culpables serían expul- sados de inmediato. Ello hacía, que los señalados por esta expulsión, crecidos en su ego jaleados por sus amigotes, escalaran a través de las ventanas de la fachada principal del local haciéndose presente nuevamente en gallinero, gracias a las facilidades que ofrecían los grandes ventanales en forma de ojo de buey situados sobre una repisa en la que se colocaban los carteles de publicidad de las películas en exhibición. De nuevo en el patio de gallinero los provocadores de la gresca, asumiendo el riesgo que sus compañeros habían superado al escalar las ventanas con el agravante de la borrachera aún patente, les recibían con aplausos, vítores y todo tipo de alborozos, reconociendo haber burlado a quienes por el hecho de imponer orden les considera- ban y tachaban de pelotas y chivatos, es decir a los acomodadores, que por lo general eran guardias municipales contratados por la em- presa y que gozaban de una manía persecutoria que era corres- pondida de igual manera por el personal. Era notorio que estos em- pleados acostumbrados a dominar la situación en la calle, daban signos evidentes de autoritarismo debido a su condición ambivalente y que utilizaban en la primera ocasión que se les presentara, dentro o fuera del local, hacia aquellos gamberros que caían en sus manos CAPÍTULO II Una tarde de tantas, en un solar junto al río, tras unas ruinas de lo que quedaba de una fábrica de paños totalmente abando- nada a su suerte, un grupo de vejetes, como era costumbre para ellos, pasaban el rato tomando el sol y contando batallitas unos a otros. Algunos dormitaban, otros con la vista perdida allá en el horizonte de la sierra añoraban sus andanzas de jóvenes, días de caza, liber- tad para ir y venir a su antojo, sin reumas, sin ayuda de cayados, sin tan siquiera fatigarse dominando cualquier situación, no como ahora, achacosos, acabados tosiendo hasta el ahogo en cuanto fumaban un cigarrillo, a pesar que el tabaco es de hebra y con filtros, no los de antes que era sabe Dios de qué y había que elaborarlo para obtener picadura durante el año y luego liarlo y no como ahora que ya viene hecho y nada más hay que encenderlo...Estas eran las divagaciones de unos y otros y poco más daba de sí la conversación, como no fueran las que cogía el Sr. Guillermo, que ese si que era un buen orador y cuando se ponía a contar cosas era el único que mantenía prendida la atención de los presentes y al que no podían contradecir, pues amena- zaba callarse y como contaba hechos de la guerra de Cuba que a todos interesaba, le consentían este dominio de la situación. Guillermo mantenía con orgullo poder presumir ser de los pocos del lugar que habían cruzado el charco, él y otro del pueblo eran los privilegiados, siempre que la ocasión le era propicia lo sacaba a relucir. ¡Lástima! que ahora, se encontrara en situación tan precaria de medios, segu- ramente decía, se lo debía a la cosa de la Política y aclaraba que li- cenciado, viviendo en el pueblo después de haber pasado lo que no hay en los escritos, llegó una orden del Ministerio de Guerra, mediante la cual se le reconocían los méritos adquiridos en la campaña de Cuba y se le premiaba por ello con una paga vitalicia. Pero ocurrió que el compañero suyo, tenía un familiar en el Ayuntamiento, se trajinó al que llevaba la cosa de los papeles y la asignación le fue adjudicada a su quinto, al menos esta era la versión de Guillermo y de ahí no había quien le apeara y mientras él pasaba por grandes penurias dado que tenía familia numerosa. En cambio el compañero suyo vivía a cuerpo de rey, nunca mejor dicho por que junto con la paga le habían adjudi- cado un ascenso y pasó de ser un simple soldado raso nada más y nada menos que a Sargento. Había que verle, contaba con amargura Gui- llermo, en las fiestas del pueblo y en solemnidades por el estilo, vestirse con el uniforme, con las barras y condecoraciones que más bien parecía un General y que a él le quemaba la sangre, sabiendo a ciencia cierta del agravio que la situación suponía hacia su persona. En una ocasión invitaron a su compañero, nada menos que a presidir una novillada que se celebraba con motivo de las fiestas del Cristo y mientras Guillermo si quería ver los toros tenía que subirse a un castaño, aunque eran otros tiempos y eso para él era pan comido. Pero lo que más le jodía, era luego en el baile de la plaza ver a las muchachas como abobadas al rededor del militar, que aunque no era de mucha talla daba la impresión de crecer, lo que achacaba Gui- llermo a la gorra de plato. Lo cierto es que no paraba de bailar con unas y otras y tuvo que decidirse y declararse a una morena de grandes ojos, como almendras y negros como aceitunas, no fuera a ser que le entrara también la tontuna de bailar con el militar y se armaría la marimorena pues solo faltaba, que para postre le pisara a la hembra que él tenía echado el ojo desde niños. Diego, otro vejete contaba otra historieta relacionada con la caza, aquí era dónde más fantasía se desataba, situaciones jocosas, inventa- das, aumentadas, soñadas tal vez tanto que de puro deseo pasaban a formar parte de las inventadas realidades, lo cual daba pie para que otro amiguete hilvanara otro sucedido lleno de anécdotas siempre añorando tiempos pasados, ¡Tan distintos a los de ahora! ...Avanzaban los días y con ellos las estaciones del año, ya no era posible salir a los "Parrales" que así se llamaba el lugar donde se producían las reunio- nes, había que estarse en casa al calor de la lumbre y enterarse cuándo doblaban las, campanas de la muerte de algún compañero, que había abandonado para siempre aquella perra vida, como decía Guillermo. En los días grises, las tabernas se llenaban de hombres que debido al mal tiempo no podían ir a las labores del campo, tan siquiera al monte para buscar una carga de leña. Como consecuencia de ello se producía el encuentro con otros compañeros, en la misma situación e intercam- biaban opiniones acerca de la economía, etc . Se sucedían los días sin dar ni palo, sin que nadie les contratara y se pasaban al menos dos meses sin que entrara un sólo jornal en casa, unos y otros se consolaban esperando tiempos mejores. En una de esas tertulias, sentados alr ededor de una mesa, junto a unas grandes cubas quizás semillenas de vino de pitarra como el. de las jarras que se estaban tomando, pasaban horas y horas ante unos vasos testigos de la historia o leyenda, tanto da, que un buen hombre llamado Lorenzo con su verbo fácil, mantenía prendida la atención, no solamente de sus compañeros si no también la mía, que por azar del destino es- cuché y demostrando indiferencia fui recopilando poco a poco, detalle a detalle. Este verano, volví a la taberna tratando de contactar con este. buen señor para tratar de completar el relato, me fue difícil dar con él, pero al fin en la Taberna Judía., pude encontrarle, en un rincón, callado frente a un botellín de cerveza, fumando tranquilamente. Sin recato alguno me acerqué a él y le dije: ¡Hola!, ¿Cómo va la vida? ... Ti- rando me dijo ¿Y Ud ? Yo dije me tuteara, le di explicaciones para al propio tiempo tomara confianza conmigo, le hablé de mi familia y quien era yo mismo y en efecto conocía a mis padres a mis abuelos, etc. Fue una suerte para mí, que no se mosqueara, pues mis propósi- tos eran sacarle el resto del relato que comencé escribir el día que escuché sin pretenderlo, lo que a mi entender podía tratarse de una buen relato. Mandé nos sirvieran una consumición, no me anduve con rodeos y fui directamente al grano. Le expliqué los motivos por el que me había dirigido a él y no le desagradó la idea de colaborar con- migo para completar los datos que me faltaban acerca del asunto. En- tonces acordamos vernos, cuando a él le viniera mejor, que al parecer era por las mañanas y poco a poco recogiendo y recopilando datos, situaciones, fechas y acontecimientos y fui enjaretando la leyenda que pretendo narrar sin que ello suponga que tanto las personas, lugares y hechos, tengan rigor histórico alguno. Por cuanto quiero dejar constancia, de que cualquier parecido con la realidad, es pura casualidad. La historia se remonta, como tantas otras, a los años de guerra y posguerra, entre mil novecientos treinta y cuatro y mil nove- cientos sesenta, aproximadamente. Ocurrió, que estando Lorenzo en la mili, poco antes de que estallara la guerra, entró al servicio de un ofi- cial de artillería, con el cual el tiempo hizo que llegara a tener más que la confianza que da el ser un asistente, pasando a, ser un amigo. Una vez desencadenado el conflicto armado, fue destinado con su Ba- tallón y por tanto con sus oficiales al frente de Teruel, allí prestó sus servicios a su Oficial en Intendencia, con lo cual pese la dramatismo que toda situación de guerra conlleva, a él particularmente no le fue mal de todo, sobre todo al principio, porque al poco tiempo tuvo que pasar al. frente, a las trincheras y todo cambió tan drásticamente que la vida no valía ni una perra gorda. Se, sucedían los días, largos, y tedio- sos, ora en la sala de guardia jugándose hasta las pestañas a las cartas, ora en las trincheras pasando las de Caín y viendo cómo desgraciada- mente no se arreglaba y no hacían más que empeorar las cosas produ- ciéndose bajas en uno y otro bando. Las fuerzas, avanzaban tan pronto como retrocedían constantemente, andaban pendularmente de un lado para otro sin conseguir ningún objetivo posible. Las tropas se desani- maban viendo que su esfuerzo valía de poco, tantas guardias, tantas horas de marchas, tan poca comida, tanto frío y tanto malo de todo, para nada...Ello propició que llegara a tener auténtica amis- tad con su oficial, la camaradería era lo único que suplía la carencia de afectos en aquella sórdida situación. Llegado el momento en que aquello no tenía visos de terminar , se estrecharon más los lazos de Lorenzo y su Oficial y en una de esas conversaciones banales, tal vez por romper la monotonía de los días y tener algún aliciente que alegrara sus vidas, éste le espetó lo siguiente : " ¡Oye¡, ¿tú no conoces, en tu pueblo, alguna moza soltera pero que sea rica?... a lo cual Lo- renzo un tanto desconcertado le contestó que él pertenecía a la clase más humilde del pueblo y que ¿cómo iba a conocer a gente de otra clase que no fuera la suya,? Claro que había gente rica y muy rica, claro que había una solterona de unos treinta años más rica que vieja, que ya es decir, exclamaba Lorenzo con su habitual gracejo...¡Esa, esa, es la que me interesa para mis propósitos contestó el Capitán, me sirve, decía ¡...Como no parecía quedarse muy satisfecho Lorenzo con esta contestación, el Capitán Campos, que así se llamaba el oficial añadió: Mira, yo lo que quiero es escribir a esa señorita contándole las penas que aquí estamos pasando, entablar con ella una relación de amistad a través de las cartas y pedirle que sea mi madrina de gue- rra , que eso a las tías les vuelve locas y luego si la cosa se pone a tiro pues poco a poco la voy dando esperanzas de que cuando esto acabe, solo Dios sabe cuándo entablar una relación formal con ella y a lo mejor hasta llevarla a buen término. De tal manera, continuaba dicien- do, que. si se dan en ella las condiciones que me has enumerado, miel sobre hojuelas. Días después de haber pasado por mil peripecias, mar- chas y más marchas, trincheras, avances y retrocesos, cuando apenas recordaban aquella primera conversación, llegó una carta a nombre de Lorenzo, en la que además venía un sobre que decía: “Para entregar al Capitán Campos”. La carta la mandaba su novia a Lorenzo, como tantas veces, aunque en esta ocasión le comentaba que la “Señorita” como se la conocía a Antoñita, dueña de una, de las mejores haciendas del pueblo, le había llamado para contarle que había reci- bido por parte del Oficial de Lorenzo una carta en la que le ponía en antecedentes, de las calamidades que estaban sufriendo, algo por otra parte que ella ignoraba, pues para nada le había contado Lo- renzo algo relacionado en ese sentido. Antoñita le había anunciado a Josefina, su deseo de colaborar en lo posible con la causa y no sa- biendo muy bien como dirigirse al Capitán había recurrido a ella en la seguridad que como mantenía una correspondencia casi diaria con su novio Lorenzo, le haría llegar su carta al Capitán. Además en la carta Josefina, le pedía explicaciones a Lorenzo, no solamente del asunto de la carta de su Jefe, sino también acerca de su estado , que al pare- cer no era tan bueno como a ella le contaba en las cartas. Lorenzo un tanto preocupado por estas noticias se presentó a su Capitán diciendo: A sus órdenes, aquí le traigo una carta que ha llegado a través de mi novia para mi Capitán. Campos, que apenas recordaba el asunto, pues habían pasado casi tres meses se quedó un tanto perplejo, aunque enseguida añadió: ¡Ah sí, debe ser de mi madrina de guerra, que me ha contestado! ... La carta, que inmediatamente abrió Campos, decía así: “Querido amigo: Me perdonará que le trate como amigo, sin apenas conocernos y pese a su condición militar. Yo no entiendo de tratamientos ni de grados o rangos militares, como tampoco el porqué de esta guerra que está acabando con lo mejor de nuestros hombres. Ud. se ha dirigido a mi persona, ha tocado mi corazón contándome cuánto están pasando en el frente, que además hay que añadir la adversidad del clima. Yo rezo todos los días para que este conflicto llegue cuanto antes a su fin...En tanto, Ud. me dirá: ¿cómo?, ¿en qué?, ¿de qué forma? Puedo serle útil, pues estando a distancia, como no sea por carta como en esta ocasión, no veo la manera de poder ayudarle. Ahí le envío algo de dinero para que Ud. pueda tomarse algo en mi nombre. Espero poder seguir sirviéndole en la medida que Ud. demande mi ayuda.Con cariño: Antoñita. El Ca- pitán no daba crédito a lo que estaba leyendo, poco le faltó para dar un abrazo a Lorenzo, si no hubiera mediado la diferencia de rango y el cachondeo que se hubiera montado entre los compañeros, que al verle tan contento comenzaban a amontonarse junto a él. Unos reían las ocurrencias del Capitán, otros, hacían comentarios jocosos al ver la cara tan dura de Campos, mientras éste exhibía un billete aireándolo e invitando a todos a la cantina para celebrar semejante acontecimiento. Lorenzo, el pobre hombre, no salía de su asombro ¡Hay que ver lo que conseguía un tío con labia y cara como el Capitán ¡... con sólo una carta, había conseguido meter en el bote a una tía tan rica como aque- lla, porque tal y como se explicaba su Jefe, la cosa tenía carrete para rato. Claro que tal vez cuando el Capitán la viera, como era mayor que él, a lo mejor dejaba de interesarse por ella. Además con los asuntos de guerra, seguramente, hasta hubiera adelgazado, pues las hambrunas eran general en todos los lugares, aunque también había que tener en cuenta que la señorita vivía en una finca donde había de todo siembras, frutas, vides, ganados, de todo...Uno de los mejores empleos en el pueblo, era entrar al servicio de la casa de "Los álamos", nombre por el que se conocía la finca en el pueblo, pues dada su ex- tensión había caballos, vacas y ganados de todo tipo. Hasta un río atravesaba por la finca, donde abrevaba el ganado y tenía un gran paseo de álamos de donde le venía su nombre. En cuanto a la dueña, la señorita, poco se sabía dado el poco trato que mantenía con las gentes del, pueblo, aparte de que la finca en cuestión caía más bien lejos de la población y era la razón mayor por la que el contacto era poco. A veces se la veía, sobre todo los domingos, cuando subía a misa y se juntaba con otra, menos rica que ella, pero también de gente pudiente. Vestía con elegancia y distinción, siempre llevaba guantes fuera invierno o verano, iba acicalada con joyas y perifo- llos, olía muy bien cuando se pasaba al lado de ella, pero en el pueblo paraba lo imprescindible para hacer compras y cada vez que entraba en un establecimiento, por respeto o por lo que fuese se le atendía a ella antes que a los demás, sin por ello protestara, absolutamente na- die. Además la dependienta que la atendía sabía que pagaba siempre todo, sin el menor comentario. Calzaba casi siempre botas de montar y en su finca había dispuestos vehículos de todo terreno para despla- zarse de compras o arreglar distintos asuntos en el pueblo. Por ser una persona apenas accesible a la gente del pueblo, no gozaba de muchas simpatías, sobre todo entre las mujeres, que se morían de envidia cuando veían lo bien que vestía pues siempre estaba a la última moda de la capital y para nada se parecían sus atuendos cualquier moza del pueblo. Por las fiestas del pueblo, subía con un caballo banco precioso, vestida con traje de pantalón, chaquetilla corta., zahones, botos camperos y sombrero cordobés, dibujando una figura de ama- zona de películas. Pero Lorenzo, no quería ni pensar en esas cosas, que eran como de guasa por parte de su Capitán, un tanto golfo y al que siempre le iba la "marcha". El lo que quería era que se acabara aquel mal rollo de la guerra, volver a su tierra, a sus gentes. a su trabajo, que para eso era aserrador en una fábrica de maderas y casarse con su novia, que era la mujer más guapa del mundo, delgada, alta, con unos ojos que le bailaban en la cara redonda, el pelo largo y moreno, la mirada serena de las que dan confianza. y sacaba la foto y la besaba... ¡Qué lejos quedaba la última vez que estuvieron juntos! ... Casi un año para los toros y sentía, un escozor en los ojos, pero las guardias se le pasaban volando entregado a estos pensamientos...A veces recordando días de juerga y jarana, de merendolas como en las Pascuas, sentía una gran rabia, como cuando leía las cartas y una gran impotencia ante lo que le contaba Josefina, de lo estaban pasan- do, lo dura que era para ella la espera, las dificultades del día a día con las carencias y el. hambre y el frío y el miedo y todo eso que él también estaba sufriendo en propia. carne...No obstante, Lorenzo trataba de encontrar el lado positivo de las cosas, y dentro de las circunstancias en que le había tocado vivir, andaba siempre pendiente, como el resto de sus compañeros, de las noticias que corrían en el frente acerca de la marcha de la guerra. Al parecer se rumoreaba que no tardaría mucho tiempo en acabarse. Con la esperan- za y el ánimo que daba el escuchar noticias cada vez más firmes que el conflicto estaba entrando en buen camino para que se terminara, pasa- ban los días, llegó el buen tiempo, y con él, el verano. A las vicisitu- des de siempre, había que añadir las nuevas que se producían como consecuencia del calor : los tábanos., el sudor, el sofoco, la mínima higiene, la carencia de agua. etc... Todo contribuía a que el castigo fuera aún mayor y tanto daba que fuera verano, como otra estación del año cualquiera. Mientras todo esto sucedía, el capitán había contestado a Antoñita en los siguientes términos: “Mi queri- da Antoñita, mi querida madrina de guerra.No sabe Ud. lo feliz que me ha hecho con su cariñosa carta. Además de su espléndido regalo, el cual he apreciado en su justa medida, es decir, en mucho. Pues aquí en el frente abandonados a nuestra suerte, que alguien como Ud. se haya dignado acordarse de un servidor, es algo por lo que no puedo sentir más que agradecimiento y una distinción muy especial por parte de un corazón tan noble como el suyo. Quisiera decirle Antoñita, que me gustaría que nuestra correspondencia continuara, no se sienta Ud. obligada a mandarme nada, yo con sus calurosas palabras, me doy por satisfecho y es lo único que pretendo. Más ade- lante, cuándo las cosas se vayan estabilizando y continúen mejoran- do, como apuntan noticias, abrigo la esperanza de poder visitarla personalmente, por el momento le envío una fotografía, de antes de mi ascenso, es decir de teniente y también un poco más joven que ahora y más grueso, pues debido a las penurias por las que estamos pasando no parecemos ahora ni sombras de lo que fuimos. Aquí todo sigue igual es decir mal, nos consuela saber, que si hemos aguantado el invierno, seremos igualmente capaces de pasar el verano. Además ahora siento más ganas de tirar para adelante sabiendo que Ud. se preocupa por m persona. ¡Ojalá! Ud. me tenga tan presente, al menos como yo a Vd. Reciba un cordial saludo de quien siempre queda a sus órdenes. Ca- pitán Campos” Era una carta inteligentemente pensada para ahondar aún más en un espíritu, que a través de su carta se apreciaba bonda- doso, espléndido, cariñoso, y Campos estaba dispuesto a explotar aquella inesperada amistad. De ahí su insinuación a la edad, para darle confianza y conseguir que la buena Antoñita picara el anzuelo, seguro como estaba él que ella tenía una edad complejo por tener una edad próxima a quedarse para vestir santos. Había que tejer bien la estrate- gia para un buen ataque con éxito y en ese terreno Campos se movía como pez en el agua no era la primera vez que dejaba a alguna novia al pie del altar por no ajustarse a sus conveniencias. Por tanto pondría en Juego todos sus conocimientos de persuasión para que aquella palomi- ta cayera en sus redes, pues al parecer tenía todas las papeletas con las que había soñado siempre. A partir de aquí, se sucedían cartas infla- madas de amor por parte de ambos enamorados; se intercambiaban fotografías y a Campos ya empezaba a no parecerle tan mayor Antoñi- ta, además de observar en ella un aire distinguido, aristocrático empe- zaba a entrever que con la ayuda que le brindaba su ya declarada novia, podría escalar peldaños para él, hasta ahora prohibidos. Ganas y conocimientos no le faltaban. Los asuntos de la guerra toca- ban a su fin. Las noticias, cada vez eran más alentadoras. En el am- biente se respiraba el final de la contienda. Un buen día, sin que apenas se dieran cuenta, corrió la voz de que la guerra había terminado. Cesaron los disparos. Se acabaron las tediosas y largas horas de guardia en las trincheras. La aviación daba pasadas de reconocimiento, casi al ras del campamento. Una nube de gorras subía hacia lo alto cada vez que se producía uno de esos vuelos rasantes. La paz era un hecho... Campos recibió un despacho por el que se le orde- naba el traslado a Talavera de la Reina. Allí se haría cargo de una compañía de retaguardia y entraría a las órdenes de un General con- decorado en mil batallas. Por un momento temió perder la posibilidad del contacto con Antoñita, pero luego se llevó una agradable sorpresa al comprobar que su nuevo destino estaba a sólo unas horas de coche del lugar donde vivía amor. Solicitó de la superioridad llevarse a su asistente Lorenzo y le fue concedido, si bien se le advirtió que dicho asistente tendría que abandonar filas en muy corto plazo, por ser éste militar de reemplazo y no de tropa. Lorenzo accedió a la petición honrosa con la que su Capitán le distinguía, aparte de lo que significa- ba estar más cerca de su tierra, lo que le hizo no dudar un instante en aceptar, no obstante a sabiendas de que esta aceptación llevaría consi- go el tener que poner el máximo empeño en sacar lustre a las altas botas del capitán Campos El viaje hacia el destino fue duro, largo, pesado, en un convoy militar que cada dos por tres paraba para reparar las vías, pasar algún control, comer algo en alguna cantina, etc...Pero la alegría de la paz que se vislumbraba y se consolidaba cada día más, les daba ánimo para enfrentarse a los inconvenientes del viaje, que eran realmente muchos. Al cabo de tres días llegaron a su destino. Un cuartelón viejo y des- tartalado donde habían hecho mella los muchos impactos de la artillería y de la aviación. El capitán Campos se presentó a sus supe- riores, quienes le dieron una calurosa bienvenida, le invitaron a cenar en la sala de oficiales y éste comprendió de inmediato que había caído bien. Constató que los oficiales de rango superior vivían como reyes en aquel destacamento y por tanto el no podía hacer otra cosa que no defraudarles y hacerles los honores con su comportamiento. En tanto, Lorenzo intimaba con sus compañeros. Era intocable en lo que a guardias e imaginarias se refería y bien se encargó su Capitán de advertírselo al Sargento y Suboficiales de turno. Se aburría Lorenzo , tan sólo tenía que ocuparse de las pertenencias del Capitán, que más bien se sentía como su nodriza, por esa razón y por iniciativa propia, hizo amistad con el Cabo de Intendencia, que era lo suyo, un tal Portela. Se hicieron muy amigos, salían juntos a la ciu- dad cuando ello era permitido y debido a ésta amistad no le faltaba de comer cuanto quería. Como no hay bien ni mal que cien años dure, llegó la ansiada licencia y Lorenzo tenía que abandonar, por fin, la vida militar, eso sí, con la advertencia de que debería estar siempre en condiciones de incorporarse en cualquier momento que el Ejercito requiriese sus servicios, o lo que es lo mismo una libertad condicional. Pero al menos podría ir a pueblo, estaría con sus amigos, con sus familiares y sobre. todo con queridísima novia . Comería en su casa, dormiría en su cama y no tendría que levantarse al toque de corneta, que tanto le jodía...Las cosas, fueron bien distintas, a lo que él tenía planeado. Por qué cuándo esperaba partir a disfrutar su libertad, el Capitán no se sabe cómo, había parado la orden de licencia de Lorenzo, no estaba, dispuesto a prescindir de sus servicio que después de tanto tiempo ya conocía a la perfección sin que apenas tuviera que indicarle nada en ese sentido. Así pues, llamó al despacho a Lorenzo y le insinuó que se trataba de un error involuntario por parte del Oficial que tramitaba los papeles, que en unos meses él y otros muchos, todavía deberían permanecer en servicio, que la noticia no le causara trastorno alguno porque él se lo arreglaría cuanto antes y que para demostrarle que ello era cierto, le concedería días de permiso ya que se había hecho a la idea de ir a ver a su familia. Los días de permi- so que en principio eran ocho, al fin se convirtieron en veinte, a peti- ción de Lorenzo, que alegaba que con ocho entre el tiempo inverti- do en la ida y la vuelta apenas tendría tiempo para nada y que para ese “viaje” no necesitaba alforjas...Al tiempo, Lorenzo aprovechó la oca- sión, que ya esperaba el capitán, para ofrecerse a llevar alguna carta para Antoñita, el Capitán no solamente accedió a su ofrecimiento si no que le ordenó fuera a visitarla lo antes posible llevarle una carta y un pañuelo de bordados de Lagartera, precioso, muy popular por aque- llos pagos. También le advirtió no se fuera de la lengua y descu- briera sus intenciones, que ya no eran las de un principio, pues a través de las cartas que se habían cruzado, su amor hacia la señorita había crecido hasta el punto, de enviarle y de buena gana se cambiaría por él para así tener la ocasión de conocerla personalmente. Añadien- do: ¡Ojo!, me entere yo que vas publicando por ahí algo acerca del asunto, pobre de ti como se te escape algo acerca de mis senti- mientos. Lorenzo se despidió con un saludo y taconazo incluido, que hizo dibujarse una sonrisa halagadora en los labios de Campos. Una maña- na todavía noche, tomó Lorenzo el tren que le debía dejar en Empalme, estación donde tomaría otro tren que, una vez amanecido le llevaría a la estación de su pueblo. Lorenzo había partido con su uni- forme, sus distintivos militares de la IVª (Cuarta Compañía de Arti- llería) y un abultado petate con todas sus pertenencias, con el encargo de su capitán y un hermoso jarrón de cerámica de Talavera para su novia Josefina. CAPÍTULO III La llegada al pueblo de Lorenzo no fue recibida, precisamente en olor de multitudes. Entrada la mañana, tan sólo se apearon del tren Lorenzo y dos o tres viajeros más, que apenas puestos los pies en el suelo del andén, el silbato del Jefe de Estación ordenó la salida del mismo. Lorenzo contempló con nostalgia cómo se alejaba el tren y se perdía por la boca de un pequeño túnel próximo a la estación entre una oleada de vapor y chirrido de ruedas. Se encaminó pensati- vo, por cómo sería la reacción de los suyos al verle aparecer des- pués de tan larga ausencia. Se fue animando a medida que entraba en la población, vislumbró la torre de la iglesia, oyendo las campanadas de la hora del reloj de la torre que en el silencio de la mañana se repetían con eco en las calles del pueblo Tan solo vio algún que otro hom- bre que se encaminaría, seguramente a quehaceres en el campo. Ya en la plaza de la Corredera, recibió el saludo, tal vez por el uni- forme, de un guardia municipal quien sin conocer al viajero, no hizo falta preguntarle para saber que por su ropa y equipaje además de la hora de la llegada del tren, se trataba de un soldado que volvía de permiso, aunque ajeno a cuanto había tenido que pasar Lorenzo, hasta llegar a poder gozar de este día tan feliz. Pasó Lorenzo muy cerca del domicilio de Josefina, sin embargo no creyó oportuno por la temprana hora de la mañana hacerse presen- te, aunque notó que se le secaba la boca y quería salirse el corazón, por la emoción del momento. En la puerta de una taberna, donde había unos hombres tomando sus primeras copas de aguardiente, sintió un irresistible deseo de aprovechar la oportunidad de volver a gustar de aquel placer vedado hasta entonces para él. Entró, saludó a los allí presentes y, estos perplejos al verle aparecer de pronto intercambiaron saludos e inmediatamente entablaron conversación e invitaron a Lorenzo pese a que se resistía, lo cual supuso para él un reconocimien- to a priori de lo que era volver de la guerra. El dueño del establecimiento le decía a Lorenzo la alegría que se iban a llevar en su casa al verle, pues él no les había avisado, que eso bien valía una copa y tuvo que aceptar para no parecer desagrade- cido. Encaminado calle abajo hacia su casa, apenas minutos después se encontraba frente a ella. Era una sensación extraña después de tanto tiempo pensando en aquel momento y ahora la encontraba como siempre, tan vieja y ruinosa como la había dejado tiempo atrás, cuando un mal día le dieron la orden de incorporarse a filas, con la incertidumbre encima de una guerra que no había comenzado, pero se intuía, inminentemente estallaría. Poco después, cuando apenas había terminado el periodo de ins- trucción, fue destinado al frente de Teruel, para solo Dios sabía cuánto tiempo...Lorenzo recordaba los instantes de las despedidas, la de- sesperación de los suyos, las lágrimas de Josefina en el silencio de la desgarrada despedida la noche anterior a su marcha, las prome- sas que ambos se hicieron de guardarse la ausencia - ¡Hasta que la muerte nos separe ¡ - habían prometido y gracias a Dios, ahora todo volvería a ser igual, bueno igual no, mejor que antes, pues no había la menor duda de que tres años habían sido un buen cri- sol para poner a prueba su amor y lealtad, además de hacer a las personas más realistas y con los pies en el suelo. Llamó a la puerta, puro trámite, más que nada por no asustar, pues la puerta nunca se "atrancaba" como decían en casa. Además, aunque temprano todavía, su madre ya se habría levantado, estaría haciendo lumbre en el suelo, partiendo escobas y leña para preparar el almuerzo. Nada más golpear la puerta, a la señora Marcelina le dio un vuelco el corazón, pues, a esas horas... solamente, podía ser al- guien ajeno a la familia o que trajera alguna noticia, que no por espe- rada habría de ser necesariamente buena. El perro, el Canelo, co- menzó a ladrar y a menear el rabo, cuando su sentido hubo reconocido al miembro de la familia ausente tanto tiempo. Lorenzo para romper la tensión del momento, comenzó a subir las escaleras, como siempre de dos en dos, hablando casi a gritos dicien- do: - ¿Quien está aquí ?-¡ Vaya sorpresa!, ¿eh?- ¡ Esto si que no lo esperabais! Y llegó a la cocina antes de que su madre se hubiera repuesto del susto. Se abalanzó a ella, la vio tan pequeña como siempre, con las mismas ropas, fundidos en un abrazo apareció su padre en la cocina, también algunos hermanos a medio ves- tir y se armó gran alboroto, Los ojos se humedecieron, no se sabía muy bien si por la emoción del encuentro o por el humo de la lumbre que la señora Marcelina había dejado de atizar ante tal aconte- cimiento. De inmediato se pusieron a dialogar, se sucedían las pregun- tas, ansiosos todos por saber y conocer detalles. La conversación derivó, como no podía ser de otra forma, acerca de las penurias que les había sometido a la familia la guerra. Eran matrimonio y cinco hijos, tres varones, y dos hembras y habían pasado, estaban pasando las de San Quintín. Aparte de estar recordando a Lorenzo constantemente, en fechas tan señala- das como eran Navidad y los cumpleaños, aunque afortunadamen- te, ahora le tenían en casa, una boca más para alimentar pero también unos brazos más para trabajar, porque trabajo, sí había, mal pagado, pero había y en todo caso como decía el Sr. Guillermo, padre de Lorenzo: En la mesa de S. Francisco, donde comen cuatro, comen cinco...Su madre, con alegría desbordante, no sabía que hacer con el recién llegado, qué darle para comer, de qué tema hablar, aunque en el fondo estaba que no cabía dentro de sí. Ya iría ella a poner una vela al Cristo de la Salud, en acción de gracias por haberle devuelto a su hijo sano y salvo, porque algunos volvían pero lisiados, mutila- dos física y mentalmente, enfermos, enloquecidos a causa de la maldita guerra. Pasados los primeros momentos de euforia, la madre de Lo- renzo le preparó un buen tazón de sopas, desayuno obligado diario, junto con un huevo frito, esto ya sí excepcionalmente, dadas las cir- cunstancias de ese día. Sus hermanos se fueron aseando y atusando en la palangana del pasillo, que a Lorenzo se le antojaba presen- taba más desconchones o mataduras que antes, unos se fueron a los a los campos en busca del jornal, las muchachas a las casas, a hacer las limpiezas y su padre no tenía nada que hacer. Una vez solos, su madre le dijo que se acostara un rato hasta la hora de la comida, pues vendría cansado del viaje y sobre todo del madrugón. Lorenzo cogió el petate del ejército, lo abrió y comenzó a sacar co- sas de él como si fuera el saco de Papá Noel; Para algo había estado en intendencia, fue enumerando: Estas botas para padre, esta camisa para fulanito, este cinturón para menganito, este mantel para fulanita que ya estará preparando el ajuar y así para todos traía algo. Por último, tal vez por mantener prendida la atención de su madre, sacando un hermoso mantón bordado, dijo: Este, para Ud. Madre, que se lo me- rece todo. La madre se echó a llorar presa de la emoción diciéndole: H i j o , para que andas con nada, ya sabes que estoy cumplida. ¿Por qué no se lo llevas a Josefina...? Yo tengo suficiente con que hayas venido y que hayas tenido un recuerdo para todos. Entonces Lorenzo, le enseñó a su madre un paquete que venía envuelto entre virutas y le indicó que era el regalo que traía para su novia. Lorenzo entró en una de las dos alcobas donde estaban amontonadas las camas. ¡ Eran tantos y había tan poco sitio...! que tenían que apañárse- las. En cada cama dormían al menos dos y ahora que él se había acostumbrado a dormir en literas, pero sólo, no sabía que tal llevar- ía dormir con alguien más, pero era su casa, su cama de siempre, así que se metió en ella, todavía caliente. Cuando levantó la vista, todo le pareció lo mismo de siempre, igual de triste, igual de pobre, los desconchones del techo, uno tenía forma de fresa por algún caprichoso destino de la humedad que había con- formado esa figura, la cómoda de siempre en la que era casi seguro seguía atascándose un cajón, por más que su madre se empeñara en darle con jabón, donde se guardaba toda la historia de la familia, cajas con sábanas, colchas amarillentas por el paso del tiempo, fotos, medi- cinas, cubiertos semioxidados ... todo se guardaba en las cómodas. La cama, seguía quejándose al menor movimiento y eso que estaba él sólo, pero chirriaba como siempre y por la ventana se veía la sierra donde tantas veces había volado, cuando en alguna ocasión, pocas, la enfermedad le había hecho guardar cama, porque de noche apenas el ventanuco dejaba pasar un poco de cielo ...El panorama más bien le causó tristeza, en la casa nada había cambiado como no fuera que a sus hermanos les había encontrado más viejos, seguramente por la barba sin afeitar, las ropas raídas, esas chaquetas remendadas por las primo- rosas manos de su madre, pero remendadas. Por eso había decidido darle a uno de ellos, a quien más falta le hiciera, un "Chester" casi nuevo que había traído para él. Ojalá pudiera volver a estar en Intendencia para acaparar cuan- to le fuera posible, se daba cuenta de que la guerra había castigado, como siempre, a los más pobres y en su casa, bien se notaba...En un rincón del techo pegando con la pared, colgaba una media hoja de tocino, de la cual se iba tirando como si de una cuenta corriente se tratara, era cuanto quedaba de la matanza, por supuesto los jamones ni los habían visto, se cambiaban por aceite, ropas y otras necesidades para la casa. Encima de la cómoda, colgada de la pared, estaba la es- copeta del doce de su padre. Ahora también Lorenzo, que había dispa- rado mucho, eso sí, solamente en prácticas de tiro, podría ir de caza y cobrar alguna pieza que vendría muy bien en su casa. El asunto de la licencia de caza, estaba al margen y era bien conocido que su padre, pese a ser un cazador de primera, también lo era furtivamente. Algo que le parecía fácil a Lorenzo, era el asunto de encontrar trabajo, vol- vería a su puesto de tirante de aserrador, claro que tal vez ya habrían ocupado su puesto en la fábrica, pero buena gana de adelantar acon- tecimientos, estando en estos devaneos se quedó dormido... La señora Marcelina ya había hecho saber a toda la vecindad la llegada de su hijo y todo el mundo se felicitaba con ella, ahora todo sería más fácil o más difícil, dependía de lo que tuviera pensado hacer su hijo, con el que todavía no había hablado de su futuro inmediato. Esa mañana la madre de Lorenzo, para no dejarle sólo en la cama, se apañó con lo que había en casa para la comida, comerían el matrimo- nio y su recién llegado hijo. Mary Luz, la hermana pequeña de Loren- zo, había visto por la calle a Josefina cuando se dirigía al trabajo, ape- nas la vio corrió hacia ella para darle la noticia de la llegada de su hermano, novio de Josefina. Ella ya sospechaba algo y estaba al corriente por las cartas de Lorenzo, también sabía lo de su frus- trada licencia, aunque no pudo reprimir su alegría y estallar de júbilo abrazándose a la niña y casi en lugar de sonreír, los ojos se le llenaron de lágrimas, de alegría decía ella, que no cesaba de preguntar- le: ¿Cómo está? ...¿Viene muy cansado?... ¿Está muy delgado?... Y cosas por un estilo. Mary Luz contestaba a todas estas preguntas con gran satisfac- ción diciendo: Tranquila, que está más guapo que nunca. Y se despidió de ella con cierta complicidad, a la vez que admiración por su hermano que se presentaba ahora como un héroe de guerra, para ella que apenas entendía, nada de esas cosas tan complicadas de los novios, pero que intuía debería de ser algo estupendo. Aquella mañana Josefina, que trabajaba en un taller de costura, más por pasar el rato que por los beneficios que el oficio le pudiera reportar, fue la estrella del día entre sus compañeras; Unas con segundas intenciones le insinuaban preguntas capciosas, casi indiscretas, otras con cierto aire picante le aseguraban “cosas”, todas se congratulaban con ella y esperaban conocer de primera mano detalles de: ¿Cómo le había ido a su novio en la guerra, peligros y situaciones vividos e incluso, las más atrevidas, se interesaban por saber qué regalo, a buen seguro, le había traído su novio?... Sin tener en cuenta que Jose- fina todavía no había visto a Lorenzo. Total que la mañana. se le paso en un verbo... Cuando Josefina volvía a casa a comer, ya estaba Lorenzo es- perándola. No se había atrevido a subir a su casa, a sabiendas de que todavía no habría llegado, había esperado dentro de la tienda de un amigo que trabajaba con su padre y que durante los años de guerra habían subsistido de mala manera, aunque habían prestado ayuda a su familia en más de una ocasión. Este le contaba, una y mil vicisitu- des, pero Lorenzo al tiempo que le prestaba atención y escuchaba, estaba pendiente de la calle, desde los cristales de la tienda, sin pro- nunciarse, pues bastante tenía él con lo suyo y con lo de su casa... De repente el rostro de Lorenzo se iluminó, se transformó. Todavía no muy cerca en una esquina de la calle, apareció ella, Josefina, guapa como siempre, con ese frescor de los veinte años en la cara, negro pelo en forma de cola de caballo que le caía por un lado del cuello hacia adelante, con esos andares tan graciosos que hechizaban a Lorenzo y ese brillo en los ojos, que hacían refulgir toda su belleza aun en la distancia. Dejó la conversación casi monólogo, con su amigo, se plantó en medio de la calle para esperarla sin saber que ella ya estaba al corriente de su llegada y que la sorpresa que él pretendía sería, sí, agradable pero no tendría el efecto que él hubiera deseado. Cuándo ya podían tocarse con las manos, se fundieron en un abrazo, era la primera vez que Josefina no tenía en cuenta el entorno y que les vieran abrazarse en plena calle, a la luz del día, la ocasión era tan excepcional, pensó, que a nadie se le ocurriría criticar la escena. Con rubor manifiesto en el rostro, Josefina miraba a Lorenzo como a una aparición, le quitaba con los dedos el rímel que le había dejado en la cara debido al lagrimeo de sus ojos. Lorenzo cogido del brazo de ella, era el ser más feliz de la tierra en ese momento. Se encaminaron a casa de ella, cercana al sitio del encuentro, entraron en el patio, subieron las escaleras, Lorenzo no pudiendo resistir más, la cogió por la cintura y la subía en volandas besándola. Josefina, como siempre, en eso había cambiado poco, rehuía estas manifesta- ciones de cariño, por otra parte lógicas de Lorenzo. Llegaron a un pasillo de la escalera y en una sala de estar se encontraba la familia de Josefina a punto de empezar a comer, la eviden- cia de la mesa preparada denunciaba que esperaban la llegada de Josefina el matrimonio y una niña de unos 14 años. Intercambiaron protocolarios saludos y la alegría invadió el rostro de todos. Lo- renzo hizo entrega del paquete con el regalo a su novia que de inme- diato comenzó a desenvolver y las ponderaciones se sucedieron tanto por su parte como de los allí presentes, además de aquella maravilla de cerámica en forma de jarrón, veían en este gesto por parte de Lorenzo una continuidad formal en las relacio- nes con Josefina. Como no podía ser de otra forma, le invitaron a quedarse a comer, pero él rechazaba la misma arguyendo que no iba a dejar solos a los “viejos" el primer día de su llegada, máxime cuándo era conocido por ellos que sus hermanos comían dónde mejor les caía. Se despidió de todos, Josefina le acompañó hasta la puerta de la escalera, nuevamente Lorenzo trató de sujetarla por la cintura, la volvió a besar y quedaron para el atardecer en el taller de costura donde tantas veces en otros tiempos habían quedado para dar un paseo ...Llegada la tarde noche, Lorenzo con una camisa blanca que primorosamente le había preparado su madre, aunque con un pantalón de paseo del ejército y, botas, eso sí más limpias que nun- ca, se dirigió al taller donde le esperaba Josefina, con disimulo pero con unas ganas locas de salir, de pasear, de que todo el mundo les viera echando chispas de júbilo por los ojos, que a Lorenzo los de Josefina le parecieron dos carbones encendidos, él más erguido que nunca, con ese aire marcial adquirido en el ejército, con orgullo paseaba calle arriba calle abajo, más contento que otro poco...No en- contraba Josefina la forma de romper el silencio, eran tantas las cosas que se agolpaban en su mente, que no sabía cómo empezar. El la cogió de la mano, que era a lo más que podía aspirar, dada la educa- ción mojigata de las jóvenes de la época, solamente cuando la fecha de la boda estaba señalada y las evidencias apuntaban a un definitivo matrimonio, las novias accedían a que pudieran cogerlas del brazo y solo entonces... El paseo se llenó como siempre de jóvenes parejas, pandillas de solteras que siseaban al paso de Lorenzo y Josefina, eran la novedad del día, sentían como se clavaban las miradas en su espal- da cuando sobrepasaban algunas de éstas pandillas, que de inmediato comenzaban a hacer conjeturas, como era habitual, sobre todo si notaban un cierto aire de felicidad en las parejas, cual era el caso de ellos, y además se trataba de un recién llegado del frente algo que no ocurría todos los días. Todo esto a ellos les tría al fresco e iban paseo arriba y abajo embelesados, cruzando sus mirada constante- mente y prendida la atención el uno en el otro. Ajenos al monótono discurrir ya anochecido, Josefina tuvo la original idea de invitar a su novio al cine, algo que dejó realmente perplejo a Lorenzo por dos razones, primera porque a ella no se le escapaba que no tenía un duro y en segundo lugar porque lo habitual, lo tradicional, lo de siempre, lo establecido era que el novio fuera quien invitara y pagara, tanto el cine como cualquier consumición, y cualquier cambio en este sentido aparte de ser una novedad, no estaba muy bien visto. Todas las tardes se repetía la misma escena, Josefina se esmeraba en lucir sus mejores prendas de vestir, que para algo era ella costurera, Lorenzo con la misma ropa de siempre, eso sí limpia como las arenas, los días se sucedían como sospechaban debía ser la luna de miel. No tenían en cuenta que aquella situación podría acabarse, ni pensaban en ello, tanto que Lorenzo había ido a ver a su antiguo jefe de la serrería y habían acordado que en los días que estuviera de permiso podría ir al trabajo. Empezaría el Lunes, sin ningún problema, pues era un buen trabajador a quien el Sr. García apreciaba mucho por lo que sus puertas siempre estarían abiertas para él. Lorenzo, se había olvidado prácticamente del frente y cuanto rodeaba su vida en el ejército, nada más empezar a trabajar se sintió identificado con el ámbito laboral, satisfecho, tranquilo, con ilusión, esperando la hora de la salida para ir al paseo , al cine o tal vez al baile si era festivo, siem- pre pensando en su Josefina. Pasados los primeros veinte días de per- miso, Lorenzo dio por sentado que se habían olvidado para siempre de él y de su condición militar, seguro que el Capitán había encontrado otro asistente y le dejaría en paz de por vida. Pero estaba aún el encar- go de la señorita Antoñita, no sabía cómo llevarlo a efecto y sólo falta- ba que el Capitán pensara que no había querido hacerlo y entonces si que se le caería el pelo...Habló con Josefina del asunto y un domingo por la mañana, se dirigieron hacia la finca de la "señorita", como se la conocía en el pueblo, para dar cumplimiento a la orden del Capitán. Llegaron frente a un gran portalón de madera, la finca estaba rodeada de una pared de piedra , ese era el único lugar para entrar en ella en el que se encontraban en ese momento. No había llamador ni modo alguno de hacerse presentes, así que empujaron la puerta, sujeta por un gran aldabón, accedieron a un paseo largo, limpio, con un seto de evónimos boneteros a cada lado del mismo y a una altura de más de un metro que separa los parterres y tablas de sembrados. Se fueron aproximando, hacia lo que parecía una pagoda china o una enorme pajarera de hierro, cubierta de gran follaje y dónde se divisaba una mesa de piedra de granito y junto a ella unos sillones de mimbres con verdes almohadas. Al fondo del paseo, estaba la casa. Dos grandes puertas con cristales, bajo un porche sostenido por dos columnas hac- ían el frontis de una magnifica construcción. Una escalinata de forma oval, rematada con una barandilla de afiligranadas formas y balaustra- das de piedra de granito, daban una elegancia a la casa poco común por aquella comarca. La casa estaba rodeada de una exuberante vege- tación, las hiedras y madreselvas cubrían toda la fachada, solamente interrumpidas en los grandes ventanales y en el espléndido balcón del centro de la fachada a la altura de un segundo piso, que rompía con el verdor de las plantas dejando entrever sus blancas piedras de granito, las cortinas de encajes flotando al viento, a través de las tornasoladas vidrieras de sus puertas y ventanas. De una cadena que colgaba del badajo de una campanilla, pendía un triángulo, mediante el cual nada más tirar, se ponía en función un ingenioso mecanismo que producía un tilín, tilón, que informaba a los habitantes de la casa de la llegada de una visita y tan siquiera resultaba estridente en aquel silencioso lugar. Sólo unos ladridos obtuvieron por respuesta, si bien al segundo intento, apareció una sirvienta con uniforme y cofia, algo sorprendente para el lugar, es decir, una casa en el campo. La chica que era del pue- blo y conocía a Josefina, no tanto a Lorenzo, les hizo pasar a un hall, en tanto avisaba a su ama de la visita. El lujo al que no estaban acos- tumbrados la pareja, les deslumbraba, se encontraban como gallo en corral ajeno. Ahora constataban cuántas carencias tenían en sus pobres casas. Los espejos de las paredes y los de un perchero de maderas talladas, multiplicaban la luz de una lámpara de vidrio que colgaba del techo también decorado con dibujos y hojas de formas doradas y va- riopintas. El suelo de la estancia en la que se encontraban, esperando ser recibidos, era de maderas haciendo filigranas y fileteando siluetas de aves y laberintos, suficiente para quedarse extasiados en su contem- plación. Un gran ventanal con las vidrieras formadas de trozos de cristales soldados entre si, con filos de oro, haciendo dibujos de jarro- nes con flores de colores, dejaban entrar a través de ellos la luz de sol, produciendo una claridad y colorido en las paredes tan solo compara- bles y superando a las vidrieras de la iglesia del pueblo. Estando gus- tando de aquella maravilla, de pronto se abrieron las dos hojas de la puerta de entrada al resto de la casa y apareció ella, la señorita Antoñi- ta, envuelta en una finísima bata azul celeste, de raso, con puños cuello y los bajos de la misma que le cubrían hasta los pies rematados por una blanquísima piel como copos de nieve. Llevaba al pelo una redecilla que sujetaba su rubia melena y tenía la cara tersa y brillante, como las manos, que a Lorenzo, le parecieron cuando la saludó, como las truchas que se le escapaban de las manos, cuando de pequeño iba al río y trataba de coger una. Una vez concluido el trámite de los salu- dos y presentaciones, un tanto farragoso, Josefina repuesta de tanta grandeza en un acto de confianza para con la señorita y lejos de alabar el buen gusto por cuanto estaba contemplando, para no parecer ante ella como una palurda, entabló una conversación banal, sin trascendencia mientras pasaban a otro salón. Era el salón, un gran salón, amueblado como en las películas, con grandes divanes y sillones a juego con el color y las telas de las cortinas, remata- das estas por una legión de abalorios a través de las cuales se apreciaban unos riquísimos y dificilísimos dibujos de encaje que hac- ían otras cortinas interiores. En el centro del salón junto a la pared, había una chimenea de mármol y cantería, con dos cande- labros de bronce a cada lado rematados con una figura humana casi de tamaño natural. Todo el suelo, el que quedaba al descubierto de las alfombras, era de madera iguales a las de la entrada, el resto del salón estaba cubierto por una inmensa alfombra, sobre la que daban ganas de quitarse el calzado para no pisar. Las paredes estaban llenas de cuadros de distintos tamaños, espejos con copetes tallados, apliques de luces con globos de cristal fino imitando el cáliz de las azucenas, desparramando la luz sobre el salón haciéndole brillar sobremanera y al fondo de la estancia junto a un venta- nal un piano de cola con un taburete tapizado con tela grana de dibujos arabescos. Disimulando su asombro, mudo por el lujo, Lorenzo envidiaba los méritos de su Capitán por el sólo hecho de haber lo- grado atraer la atención de la señorita,aunque él no la cambiaría desde luego por su Josefina a pesar de la ostentación y el lujo que allí se respiraba. Lorenzo sacó del morral de la mili un paquete y lo entregó a la señorita, como le había ordenado el Capitán. Otra persona cualquiera, pensó Lorenzo, lo hubiera abierto en el acto, pero ella, lo dejó encima de un velador, con la encimera de mármol rosa y dio la impresión de que entre tanto cachivache, tal vez ni volvería a acordar- se del encargo, que a él en cambio le había traído de cabeza y había forzado la visita. La señorita, tiró de un cordón como el de las corti- nas pero rematado por una borla, de inmediato apareció la sirvienta de la cofia, con un delantal blanco rodeado de puntillas y contras- tando con el atuendo negro del uniforme. Les preguntó si querían tomar café, te o algún otro tipo de bebida en especial, como les daba lo mismo, ella mandó traer café y varias bebidas, con dulces. Apenas sabían cómo romper aquella situación que empezaba a resultar embarazosa, tensa y apabullante a la pareja visitante. La seño- rita consciente, tal vez, de que aquella visita era un tanto protocola- ria se dirigió a Josefina insinuándole que era una lástima no se produ- jeran aquel tipo de visitas con más frecuencia, diciéndole podrían ser buenas amigas, si a ella le petaba, podría leer, escuchar música, montar a caballo o cualquier otra cosa de su antojo y rogándole que no dejara de volver a visitarla, pues era muy de su agrado. Josefina por su parte, no quería comprometerse aunque tampoco se cerró en banda y dijo que más adelante todo se andaría...Lorenzo que escuchaba seme- jante conversación, para nada estaba de acuerdo en que, aquella seño- ritinga de alta cuna, entablara amistad con su novia. La quería libre y no quería meterla en el juego que había montado su Capitán sirviéndo- se de sus buenas intenciones. Dieron un breve recorrido por el resto de la casa, que era enorme y con muchas habitaciones, todas decoradas al estilo de las anteriores y de acuerdo al uso a que estaban destinadas. Llegaron hasta la cocina, donde además de brillar todo como chorros de oro, había armarios, alacenas con vajillas, cubiertos y vasos de cristal con repujados de hojas talladas en vivos colores. El suelo de baldosas, parecían haber sido pintadas de cómo brillaban. Salieron por una puerta de cristales al jardín lleno de rosales y plantas, era como un vivero, de la variedad de plantas que había, al fondo del mismo una nave cubierta de cristales tanto el techo como las paredes formaban un invernadero, donde según la señorita explica- ba, se cuidaban las infinitas plantas al resguardo de los fríos y hela- das de invierno, ahora se encontraba medio vacío, pues habían ido sacando las macetas para adornar el recinto de la entrada y los parte- rres, solamente quedaban dentro las especies que esperaban su temporada. De ello se cuidaba Rogelio que además de jardinero hacía las veces de chofer y mozo de servicio cuando las circunstancias lo requerían. Pasearon por la finca, había todo tipo de siembras, árboles frutales y un embarcadero junto al río que atravesaba la finca. A través de un artístico puente de madera, se pasaba a la otra orilla del río, en el que había un estanque natural con tencas y que además serv- ía para abrevar el ganado. Un poco más alejado una piscina cuidada, con un muro a la altura de un metro, enlosada alrededor con un ancho paseo y protegida por una barandilla niquelada que deslum- braba con los rayos de sol. Las azules y transparentes aguas recibían en una parte la sombra de dos viejísimos sauces y el resto del entorno estaba alfombrado por un cuidadísimo césped, merced a un dispositivo de riego por goteo de unas tuberías que a su vez hacían de soporte a un sin fin de silvestres buganvillas. CAPÍTULO IV La señorita acompañó hasta el pueblo a la pareja, que había pasado prácticamente la tarde con ella en tan idílico lugar. Con su coche todo terreno y en apenas diez minutos les dejó en la plaza del pueblo, se despidió de ellos afablemente y les pidió encarecidamente que no fuera esta la última vez en la que pasaran con ella una tarde tan agradable. La gente que les vio de tertulia con la señorita, no daba crédito al hecho e inexplicablemente se desataron todo tipo de especulaciones, sobre esta súbita amistad, que no entendían como se había podido producirse. Las amigas y compañeras de taller de Josefina, se sentían privilegiadas y ardían en deseos de que les fueran dadas explicaciones con pelos y señales, sobre el particular, nada menos que por la prota- gonista del asunto. A la mañana siguiente los comentarios corrían como la pólvora de boca en boca, tanto es así, que Felisa la maes- tra, como la llamaban cariñosamente las chicas a la dueña de la sas- trería, se decidió a preguntar a Josefina ¿qué había acerca del tema? ... ella sin soltar prenda se apañó como pudo dando la callada por res- puesta, pero ante la insistencia de las demás compañeras, no tuvo más remedio que contar su versión sobre lo concerniente a su inespe- rada amistad con la señorita, la cual se prodigaba poco o nada en este sentido, como no fuera con la señorita Marugán, otra solterona y también rica del pueblo con quien tenía una estrecha amistad. Josefina apoyaba su tesis de poder descubrir nada, para no dar muchas explicaciones, en que su novio y solamente él, sabía la trama del asunto en principio secreto entre la señorita y un Oficial del Ejército, Jefe de Lorenzo y que poco más podía ella aportar, como no fuera dar cuantas explicaciones quisieran acerca de los por- menores y en relación con la finca y la casona de campo, que aunque había sido una fugaz visita, fueron recibidos tanto ella como su novio con todos los honores. Que habían ido a entregarle un paquete de parte del Capitán, pero ignoraban su contenido. Que podían hablar de los mil y un detalles de la casa, del jardín, de la finca, de todo menos de los sentimientos de la señorita, pues ello pertenecía al secreto que ni si- quiera Lorenzo conocía. Aunque algo sospechaba, se estaba cociendo. Aquella mañana Josefina llevaba la voz cantante, en la siempre amena tertulia, entre las aprendizas y la propia maestra. No paraba de dar explicaciones y detalles del mobiliario, enseres, vajillas, alfombras, cortinas y todo cuanto la había deslumbrado, ¡Y de qué manera! , sobrepasando sus conocimientos sobre lo que ella consideraba, la antesala del cielo. Resaltaba y aumentaba la enumeración de cuanto había en aquella casa, palacio más bien, decía, y tenía prendida la atención de sus compañeras, que en el fondo sentían envidia de ese privilegio con que el destino y el azar al parecer, habían querido dis- tinguir a Josefina y a Lorenzo. Lo cierto es que ella había conseguido, en tan solo unas horas, vivir un sueño vedado para el resto de los mor- tales, cual era haber visitado la mansión de la señorita de "Los ála- mos", nombre por el que todas las personas del lugar la conocían. Lorenzo, fue llamado mediante la guardia civil al cuartel, para ser informado de que debería presentarse de inmediato a su Batallón, esta vez sin el miedo a la guerra, si no más bien, pensaba él, por el caprichoso destino de que un Capitán se hubiera fijado , un mal día, en la señorita de los álamos, ¡maldita sea ! ...Vuelta a recoger sus pertenencias en el petate, otra vez la dolorosa despedida, la incerti- dumbre acerca de cuándo volvería, el abandono del trabajo y los ingre- sos que habían venido muy bien en su casa. Sobre todo lo que más le dolía a Lorenzo, es que además tendría otra vez que ir a visitar a señorita Antonia, para decirle si quería algo para el Capitán, porque mucho se temía que si no lo hacía así, habría bronca y re- presalias, lo cual no traía a cuenta si quería disfrutar de otro permiso por las fiestas, ya en fechas próximas. Nuevamente la pareja se acercó hasta "Los álamos" , esta vez encontraron a la dueña en faena, es decir con unas tijeras de podar, guantes de trabajo, pantalones tejanos, una camisa a cuadros anudada a la cintura y un sombrero de paja con adornos de cintas y flores. Ella al verles sonrió, satisfecha viendo que había fidelidad a una incipiente amistad, que presagiaba ser definitiva... Después de afectuosos saludos, menos protocolarios que la primera vez, les pasó en esta ocasión, al merendero. La mañana era buena y mandó traer unos refrescos, mientras hablaban, les dijo, sobre la inesperada visita que por supuesto le encantaba, y del motivo que les traía de nuevo por la finca. Josefina aturdida por la situación y la inminente marcha de Lorenzo, comenzó a llorar, ante lo cual Lorenzo tomando la iniciativa explicó a la señorita la orden recibida a través de la guardia civil y que el motivo de haber venido era por sí quería algún encargo, esto lo dijo con cierto temor, o alguna carta para el Capitán a quien iba a ver a la mañana siguiente, sin duda alguna. La señorita, que notaba la amargura que les producía a la pare- ja la nueva separación, no cesaba de consolar a Josefina, diciéndole que ahora tenía en ella una amiga más en quien confiar y además no habría de preocuparse por el estado de la guerra, que con seguri- dad, se trataría de un puro trámite y Lorenzo volvería en breve. En cuanto a su ofrecimiento en llevar algún encargo al Capitán, en estos momentos, les dijo, no sabía , pero como todavía quedaba tiempo por delante, ella misma iría al tren a llevárselo ya que se presentaba esta oportunidad y una carta para Campos, decía quitándole el trata- miento de su rango, signo de confianza para con él. La visita resulta- ba un tanto embarazosa, por lo inesperada de la misma, además una vez conseguido el objetivo la pareja, lo que deseaba era pasar las últimas horas a solas y en privado, despidiéndose hasta no sabían cuándo... No consintió la señorita que volvieran al pueblo andando, llamó a Rogelio y le ordenó que acercara a la pareja en el Land Rover que estaba aparcado en la puerta de la finca. Se despidieron y Antoñita dijo a Josefina que no tardarían en volver a verse, pues tenía que hacerse algunas prendas de vestir y había pensado ir al taller de Felisa, ya que le habían dicho que confeccionaba muy bien la ropa, sobre todo de medidas especiales, decía sonriendo haciendo alusión a su talla más bien grande...Una vez en el pueblo Josefina y Lorenzo, quedaron citados para después de la comida ir al Cristo, pues ese día ya Lorenzo no había ido al trabajo con el fin de preparar el viaje. Ya en la ermita, entre sollozos, se juraron amor eterno ante la imagen del Cristo de la Salud, cogidos de las manos, gustando de la soledad, hasta bien entrada la tarde, ansiando pasara pronto aquella situación de separación que no acertaban a entender puesto que la guerra ya había terminado. Temprano, apenas despuntaba el alba, esperaban en el andén de la estación la llegada del "martero", nombre que se daba al tren mixto que dejaría a Lorenzo en el Empalme con la línea de Tala- vera. Estaba acompañado de su padre, pese a lo temprano de la maña- na, y de uno de sus hermanos que no había consentido que Lorenzo llevara el abultado macuto con sus pertenencias y cuidaba como si de él mismo se tratara. Lorenzo uniformado hasta la cabeza, un tanto nervioso por la marcha, divisó no muy lejos, el Land Rover de Anto- ñita, todavía con las luces encendidas que paraba en el muelle de factu- rar. Bajó Rogelio con un paquete, encargo de su señorita, dijo, y se lo entregó a Lorenzo para hacerlo llegar a su Capitán, al poco tiempo entraba por el puente el tren dando silbidos de aviso a los pasajeros. La gente era poca, pero casi todos viajaban a cercanías, mayormente a Plasencia que había mercado y en todo el entorno la población gozaba de mucha fama, precisamente por el mercado, grande, donde se podía adquirir de casi todo, en tiempos que casi no había nada y todos los vendedores vivían de un “estraperlo" que servía para enjugar las carencias debido a la recién terminada guerra. Como las despedidas, por lo general son tristes, Lorenzo abrevió en la medi- da de lo posible este trámite y enseguida subió al tren que le llevaría de nuevo al incordio del ejercito...Eran las cuatro de la tarde cuando Lorenzo se personaba a las puertas del cuartelón, viejo y medio hundi- do. Se presentó al Capitán, como mandan las ordenanzas, portando el paquete de la señorita Antoñita y dando por sentado que ello haría olvidar su retraso, aunque bien mirado no había tal, toda vez que la fecha de regreso había quedado un tanto en el aire, es decir de una manera indefinida. Campos le recibió, con cierto tono de cachon- deo, diciendo: ¿Qué, se estaba bien entre las faldas de mamaíta no?. . . Lorenzo, cuadrado ante él no profería palabra alguna, hasta que com- prendiendo que el Capitán, en el fondo, se alegraba de su presencia le contestó: ¿Si no manda Ud. nada? Aquí le dejo un encargo que me ha dado en el pueblo para Ud. mi Capitán...Ya más relajado el Capitán, le pidió que le contara con detalles cómo había encontrado a Antoñita, qué esperanzas podía abrigar respecto a sus pretensiones de continuar una relación formal con ella, pormenores acerca de su visita, qué con- cepto tenía ella de la incursión en su vida, etc...Lorenzo en tono más distendido, le contaba y no acababa acerca de su visita, del recibimien- to, de la grandeza de la casa, su patrimonio y entrando en detalles personales, como signo de confianza para con Campos, le insinuaba, que no le había parecido tan gruesa como antaño, ¡tal vez la guerra! añadió, había cambiado a las personas y como en este caso para mejor. Así que Campos alegre por aquellas explicaciones tan satisfactorias, echó mano a una navaja y delante de Lorenzo, se puso a deshacer aquel paquete sin complejo alguno. En él venía una carta, que puso encima de su mesa, un cuarterón de tabaco de picadura selecta, una botella de vino tinto, sin marca, probablemente cosecha pro- pia de la finca "Los álamos" y un morcón de lomo que brillaba co- mo una lámpara, por la manteca que se le pone exteriormente para su conservación. El Capitán le dijo a Lorenzo que podía retirarse y en agradecimiento le invitaría a un pincho y un trago en otro momento, en tanto de lo que allí había ocurrido, no tenía que decir ni media palabra como de los tejemanejes acerca de la historia con la señorita Antoñita. La despedida de Lorenzo ya no fue tan oficial como siempre, pues entre ambos, salvando las distancias, algo que tenía él muy en cuenta, se estaba produciendo una corriente de amistad lejos de los formalis- mos militares y diferencias de rangos. Nuevamente en la Compañía, caras conocidas, algunas nuevas, giró visita a las cocinas donde ya no estaba su amigo Portela, le habían destinado a otro cuartel le comentó el de semana, las cocinas desprendían un insoportable olor a rancho, las mismas letrinas de siempre, las literas, la taquilla donde fue depositando sus pertenencias, la colchoneta y sábanas que ya no eran las que él había dejado, alguien las había cambiado por otras mugrientas y arrugadas, en definitiva, el caos... El toque de diana acabó con el dulce sueño que se traía entre manos Lorenzo, cansado del viaje anterior, habiendo soportado tensiones y emociones. Le parecía mentira haber pasado en tan corto espacio de tiempo, de la libertad más absoluta al rigor más estricto que impone la vida militar, y eso que él no debería de quejarse, pues nada más levantarse no tenía que ir a formar como los demás, nada de guardias, imagina- rias, cocina y otras lindezas a las que estaban sometidos el resto de tropa. Todas las mañanas su primera obligación, consistía en pre- sentarse en la sala de oficiales, entrar a través de una destartalada escalera de madera en un largo pasillo, dirigirse hacia la habitación de Campos y comenzar la tarea de chacha, como sarcásticamente co- mentaba entre sus compañeros cuando en la Cantina comentaban y le envidiaban por el chollo que tenía con su Capitán y el cargo de asisten- te. Pasaba la mañana ordenándolo todo, las botas, los uniformes, los papeles y todo cuánto formaba parte de sus obligaciones y nunca tuvo que recibir queja alguna de su forma de llevar dichas obligacio- nes. El resto del día lo tenía libre para ir al pueblo, pasear o lo que le apeteciera. Las cosas cambiaban poco en la vida cuartelera, última- mente resultaba aburrida, anodina y triste, no se sabía muy bien y nadie daba explicaciones cual era el cometido del acuartelamiento de las tropas, no había perspectivas de futuro alguno, nadie sabía con certeza por cuánto tiempo se estaría allí, era una situación más pareci- da al olvido que otra cosa. Se pasaba el día, ociosamente, jugando a las cartas, haciendo ejercicios sin ton ni son, al libre albedrío, dependien- do siempre del carácter con que el Oficial de turno se levantara ese día. La pereza, la desidia estaba haciendo mella en la tropa, desanima- da, sucia, cabreada...Todos y cada uno de los militares necesitaban salir de aquella situación, pero nadie entreveía síntoma alguno de cam- bio a corto plazo, lo único que cambiaba era el tiempo, ya verano avanzado, el campo y las aves denunciaban el paso de las estaciones y pronto se sumiría todo el personal en un profundo letargo en aquel “secarral" si Dios no lo remediaba. Se sucedían los días al tiempo que las broncas, fruto de la inactividad y de hundimiento moral de la tropa. Los calabozos estaban a rebosar con arrestos que tronchaban los planes de los más despejados. Al atardecer de cada jornada, se daba permiso para salir a la ciudad de paseo, pero eran tantos los requisitos exigidos, que no valía la pena pasar por ellos, con lo cual solamente unos pocos se decidían a salir, ante el fastidio de quienes ese día tenían la difícil tarea de hacer de Policía Militar, quienes agudizaban sus exigencias para compensar el engorro que les habían producido, aumentando la vigilancia. CAPÍTULO V Una hilera de vehículos, compuesta por varias unidades, salía por el portalón del cuartel al despuntar el alba, con las azuladas luces de camuflaje encendidas. El convoy iba encabezado por un jeep comandado por el Capitán Campos, un Sargento, un Cabo conductor y Lorenzo que a través de un equipo de comunicación daban y recibían las órdenes sobre la marcha al resto del convoy militar. Nadie sabía que misión les habían encomendado y elucubraban si se trataría de una de las rutinarias y numerosas maniobras que con frecuencia rompían la monótona vida de aquel cuartelucho. A Lorenzo le había sorprendido, que su Capitán le ordenara preparar equipaje diferente además del de campaña, pues en el se incluían ropa de paseo y para diferentes oca- siones. Nada le daba derecho a preguntar a su Jefe de qué viaje se trataba esta vez y por tanto iba igualmente que al resto de sus compañeros ajeno al destino de aquella marcha por otra parte un tanto improvisada. Un coche cocina, toda la intendencia y equipo para lo que parecía ser una marcha de varios días, formaba parte de la comiti- va. Mediante las ordenes que Campos impartía como Comandante en Jefe de la expedición, fueron deduciendo se trataba de una mi- sión difícil y a la vez novedosa. Consistía la misión en un trabajo topográfico, mediante el cual deberían conseguir un mapa de comunicaciones de la región, para ello les habían de proporcionar en una localidad próxima, un equipo de expertos y aparatos de precisión para este trabajo, de tal modo que en apenas unos kilómetros se incorporaron al convoy dos unidades más, todo el equipo, dos Sargentos topógrafos y cuatro soldados Especialistas, todos bajo las órdenes de Campos. La primera jornada transcurrió, sin incidencias y en busca del lugar asignado para montar el cam- pamento, desde donde se realizarían las operaciones. No había tiempo previsto para llevar a cabo la misión, motivo por el que se actuaba sin prisa alguna y se planificaban las acciones con todo rigor y detalle para asegurar el éxito de la operación. Entrada la tarde-noche, montadas las tiendas, Campos ordenó reunir a los mandos intermedios para trazar las líneas maestras de trabajo. De acuerdo con los técnicos topógrafos convenía ir al punto más lejano de la zona y comenzar desde ella a trazar en los planos utilizando el sofis- ticado equipo y aparatos de medición, los caminos y vericuetos de aquel intrincado y sinuoso terreno, ora llano y desértico, ora montaño- so y abrupto. Mientras el resto de la tropa se iría familiarizando con los aparatos y forma de llevar el proyecto adelante. Durante varios días estuvieron realizando mediciones, cotas, tomando referencias y pasándolas a unos mapas clavados con chinchetas en unos table- ros precisos para este trabajo. Todos se habían acostumbrado a mane- jar con precisión los aparatos, entendían de regletas, periscopios y demás útiles hasta el punto de que bien podía asegurarse que el asunto se estaba llevando adelante con bastante éxito y en gran parte se debía a Campos, que no apremiaba ni interfería en la labor que desarrollaban los técnicos en la materia encargados del plan. Una tarde el Capitán llamó a Lorenzo y le puso en antecedentes de un imprevisto viaje. Le ordenó se pusiera la ropa de paseo y preparara lo necesario para ir a su pueblo, de visita, dijo con una sonrisa abierta, que Lorenzo entendía perfectamente. Tanto fue darle la orden, como estar de inmediato preparado Lorenzo, con todo lo suficiente para el viaje. Salieron sin más explicaciones con un jeep y el conductor del mismo. Cuándo ya estaban en la carretera, Campos le dio órdenes al conductor y se dirigieron al pueblo de Lorenzo. Éste cuando advirtió el motivo, no cabía de alegría y también de preocupación, alegría por volver ver a su Josefina y preocupación porque entendía que el Ca- pitán, se había propasado en sus atribuciones al personalizar el viaje por motivos solamente él conocía sobradamente y que se apartaban de la misión que les ocupaba. Por el camino el Capitán fue descubriendo el plan que había urdido para salir airoso de su visita a Antoñita, sin por ello poner en evidencia a nadie y ni siquiera él mismo. Había sali- do con el pretexto de reconocer oficialmente la parte más montañosa de la zona, tomar apuntes que más tarde servirían para enviar a los técnicos. Ello tranquilizó a Lorenzo quien no obstante no olvidaba ¿dónde y de qué forma se iban a hospedar?, dada la precariedad de su casa a la que consideraba fuera del rango de su superior. Cam- pos, que se distinguía, porque a veces parecía adivinar los pensamien- tos de los demás, le sacó de apuros de inmediato al preguntarle si había algún Hotel, Fonda u Hostal para alojarse él y el chofer, ya que suponía, y suponía bien, que a Lorenzo le apetecería quedarse en su casa a lo cual contestó aliviado Lorenzo, afirmativamente. Una vez en las proximidades del pueblo, Lorenzo acompañó a un Hostal en las afueras de la población al Capitán y él con el conductor se acerca- ron hasta el pueblo. La emoción que sintió Lorenzo al pisar de nuevo las calles, no se puede describir, llegar a la plaza principal, vestidos, de soldados y con vehículo oficial, era algo insólito que llamaba la aten- ción de cuantas personas paseaban por el lugar. Con aire marcial acompañado de sus enseres y pertrechos se apearon del vehículo e iniciaron la marcha hasta la casa de Lorenzo. La alegría de la familia era desbordante, los saludos y presentaciones del compañero que fue recibido con todos los honores y a quien enseguida la madre de Lorenzo, preparó un sitio donde alojarle, advirtiéndole previamente que la casa era pequeña, sin comodidades, pero que era muy agradable para la familia tener a un compañero de su hijo y se le recibía con los brazos abiertos deseándole se encontrara como en su propia casa. Co- mo aun no era muy tarde, una vez aseados se fueron a dar una vuelta por el pueblo, buscaron a Josefina y estuvieron tomando unas copas por los múltiples bares de la localidad. Una vez que ya se hacía tarde para Josefina, la acompañó su casa y se retiraron a descansar. Hubo que madrugar, siguiendo las instrucciones del Capitán le reco- gieron temprano en el Hostal, para entonces ya habían corrido las voces en el pueblo de la llegada de un coche oficial del Ejército con Lorenzo y había comentarios para todos los gustos. Esperaron unos minutos hasta que apareció Campos en el hall del Hostal, como pocas veces se le habían visto, elegantes como en ocasión alguna, tan sólo en la jura de bandera recordaban haberle visto vestido con tanta ornamen- tación de medallas, fajín, sable, correajes y unas botas altas que des- lumbraban de brillo, donde se apreciaba la mano de Lorenzo. Campos dio permiso al chofer del jeep y le dijo que no apareciera hasta el día siguiente. El y Lorenzo se dirigieron, como era de esperar, hasta la finca de los álamos. Durante el trayecto, se permitió Lorenzo, insinuar al capitán el susto que se iba a llevar Antoñita al verles aparecer de forma tan repentina, ante lo cual Campos reaccionó pidiéndole parecer, comprendiendo que realmente así de sopetón y sin previo aviso le parecía una desconsideración y él pretendía todo lo contrario, causar una buena impresión. Lorenzo, le comentó que dado lo intempestivo de la hora, tendrían tiempo de ir al pueblo, presentarle a sus padres y a su novia, que para él sería un gran honor y que luego dejarían el asunto en manos de Josefina, que para eso las mujeres, se pintan solas, entienden mejor que nadie y tienen un tacto especial para este tipo de ocasiones. Fueron a comer a un Mesón, invitó el Capitán, pero Josefi- na se dio maña para no acompañarles, sin embargo aprovechó el tiempo, fue a la peluquería, se puso su mejor traje y mira por dónde, cosas del destino, vio a Rogelio el chofer de Antoñita y le puso en antecedentes de la improvisada visita. ¡Cuánto agradeció a poste- rior¡ Antoñita este oportuno aviso por parte de Josefina! ...A media tarde, emprendieron camino hacia la finca "Los álamos". Para entonces Antoñita ya estaba preparada, pero dando constantemente paseítos de nerviosismo, atisbando por las ventanas y esperando emocionada el deseado encuentro. Ella tenía ventaja en el encuentro, pues desde el salón principal espléndido en ventanales, se divisaba perfectamente el camino que daba acceso a la finca y bien fuera vehí- culo, persona o animal, era distinguido antes de que se hicieran pre- sentes en el portón de la finca. En previsión había mandado preparar café, te, dulces, bebidas de todo tipo, como siempre que esperaba alguna visita, la mantelería bordada con encajes rematada con punti- llas, la cubertería de plata y todo en orden para una visita importante. Apareció el vehículo militar, lo conducía Campos que llevaba gafas oscuras y su imponente estampa militar, vestido de gala, con guantes blancos era una impactante figura. En el asiento contiguo Lorenzo, también con uniforme, y en el de atrás del vehículo descapotable, en esta ocasión venía Josefina, guapísima, con una gasa de color verde claro recogiéndole el pelo, un vestido precioso estampado con un cinturón ancho ciñendo su cintura de avispa y realzando aun más sus encantos naturales. No hizo falta llamar, el portón de la finca esta- ba abierto de par en par. Rogelio esperaba en el dintel y les hizo señal para que pasaran con el vehículo hasta el gran pórtico de columnas de la puerta principal. Allí con precisión de relojería, nada más poner los pies en el suelo, apareció ella, la señorita. Estaba radiante y a la vez sobria en el vestido, tenía eso sí un aire distinguido, pero a Josefina se le antojaba que no era de las veces que más deslumbrante la había visto. En cambio a Campos le pareció una diosa, allí encuadrada en la gran porticada con aquellos, jarrones que montaban guardia a uno y otro lado de la escalinata, la vio grande, corpulenta pero para nada gorda...Avanzaron los tres hacia la escalinata, Antoñita para no coincidir en medio de los pasos de escalera también descendió hasta el rellano, allí se sucedieron los encuentros, las miradas se cruzaron, apareció el rubor, las manos temblaron y campos con un militar taco- nazo y saludo, se quitó los guantes y extendió su mano hasta la tem- blorosa de Antoñita. Se había roto el hielo y Antoñita reaccionó di- ciendo: " No creía que era Ud. tan alto", Campos sonriendo respondió: bueno, en principio creo que eso me da derecho a proponer que nos tuteemos, si como presumo vamos a ser mucho más que amigos ¿no?..." Ella complaciente dijo: " Creo que tienes mucha razón, además de que es más incómodo el tratamiento de usted, para seguir hablando"... Pasaron al gran salón, Campos aunque anonadado, procuró no ma- nifestar sorpresa, pero en su interior algo le gritaba, que había dado un gran pelotazo. Era el momento de tomar una posición de disimulada alegría, como quitándole importancia al asunto, limitándose a decir lo que le parecía un cumplido: " Se nota la mano de una mujer con buen gusto en la decoración de la casa"...Corriendo el riesgo de que para nada hubiera intervenido Antoñita en ello , pero ella lejos de desairarle, le miró con una sonrisa de complicidad entendiendo la intención de aquel comentario y añadiendo, acto seguido: Si, hace ya tiempo que necesita una reforma, tal vez pronto llegue la hora. Ante este comentario Josefina se sintió desplazada y fuera de contexto, pues a ella le parecía todo perfecto, a su gusto un poco recargado en detalles, tal vez, pero para nada hacía falta reforma alguna. Se sirvió la merienda, estaban presentes los dos criados de la casa, es decir Rogelio y la doncella que en esta ocasión llevaba un traje de rayas blancas y azules. Tomaron café, pastas, bebidas, divagaron en las conversaciones. Campos pidió permiso para fumar y no solamente le fue concedido sino que Antoñita abriendo una caja de cuero repujado que había en una mesita próxima al sofá dónde se encontraban, le ofreció uno de sus cigarrillos preferidos y tam- bién un cigarro puro que había en otro de los compartimentos del estuche. Casi sin nadie darse cuenta, hubo de encenderse la luz arti- ficial, pues aunque el día era clarísimo, la puesta del sol comenzaba a declinar, el salón se vistió de oro, la gran araña central irradiaba luz y destellos de tornasoladas formas, volutas de humo ascendían con tirabuzones azulados y el ambiente le pareció a Campos sencillamente idílico ...Lejos de parecer una despedida, lo que ocurrió cuando les pareció al Capitán y sus acompañantes, que la visita sobrepasaba ya los límites de lo correctamente permitido, se levantaron y Antoñita con ellos diciendo, para sorpresa de todos, que continuarían la tertulia, si les parecía buena la idea, en el pueblo, cenando en el Hostal donde se alojaba Campos o tomando algo en el Casino, pero que para nada le apetecía dejar tan agradable compañía. La visita a Antoñita le había sentado muy bien y se sentía eufórica y dispuesta a continuar, sí bien no contaba con el beneplácito de Josefina, que era muy poco dada a este tipo de "juergas". Consciente de esta situación y dirigién- dose a ella, le dijo que pasarían primero por su casa para que pusiera en antecedentes a sus padres, ella también se percató que deberían echarles un cable a los nuevos "novios" y pasar por algún tiempo haciendo lo que se llamaba de "carabina" sobre todo por el que dirán de las gentes ... Todas las expectativas de los paisanos de Lorenzo quedaron rotas y minimizadas cuando vieron, anochecido ya, llegar a la plaza del pueblo a las dos parejas ya bien definidas. En el Jeep en los asientos delanteros el Capitán y Antoñita y detrás Josefina y Lorenzo. A nadie se le ocultaba que se trataba de un noviazgo impre- visto y no alcanzaban a relacionar que tenían que ver en ello tanto Lorenzo como Josefina. Pero dónde más impacto tuvo la pre- sencia inesperada de las parejas fue en el Casino. Todos los que esta- ban dentro, hombres y mujeres de toda edad y condición social, ya el Casino por suerte había dejado de ser para gente privilegiada, quedaron petrificados, asombrados, mudos. La entrada casi triunfal, sobre todo de la figura de Campos con sus aderezos militares, fue suficiente para que bajara el tono de voz que poco a poco se iba restableciendo y miles de interrogantes flotaban en el ambiente...Antoñita que dominaba la situación del comadreo permanente del Casino, no en vano había sido idea suya la de ir a tomar allí algo, segura como estaba que sucederían al pie de la letra la escena que ahora estaban viviendo en directo, se acercó con soltu- ra a una mesa, se sentaron e inmediatamente apareció un camarero para servirles, trató de explicar a Campos que en los pueblos una cosa como la que acababan de contemplar era moneda corriente y no había que darle mayor importancia. Durante el tiempo que permanecie- ron fueron el centro de todas las miradas y motivo de todo tipo de cuchicheos, sonrisitas de las señoras que especulaban y configuraban auténticas películas y fantasías que podían dejar cortos a los mejores guionistas de novelas rosa, siempre especulando sobre la nueva pareja, pues a Josefina y Lorenzo, ya le habían cortado el traje a medi- da en su día. Pasados dos días, Campos decidió que había que volver a sus obligaciones, así se lo comunicó a Antoñita prometiendo volver a visitarla tan pronto como le fuera posible. Fueron realmente días llenos de emociones nuevas, para ella porque Campos estaba de vuelta de esas cosas. La despedida no fue costosa, más que una despedida, según palabras de Campos, era un hasta pronto. Fue lo último que dijo cuando pasó por la finca ya vestido con ropas de campaña que tampoco disgustaron a Antoñita, a quien sólo le faltó , si no hubiera sido una cursilería sacar el pañuelo y airearlo a medida que el Jeep se perdía en el infinito ...Estaba tan ilusionada y tan contenta que le faltó tiempo para llamar a su amiga Magda, amiga del alma con quien tenía en común además de una gran fortuna, una soltería de por vida si Dios no lo remediaba. Quedaron para contarse con pelos y señales lo que al parecer había sido un milagro del cielo, en opinión de Antoñita. Anto- ñita y Magda permanecían sentadas en el mismo sitio de siempre del Casino, un lugar discreto semioculto a las miradas de la gente, pero como en una atalaya, desde la cual se podía divisar la calle y quienes paseaban por ella, lugar ideal donde tantas tardes grises de largos inviernos se habían abandonado a su destino, esperando tiempos me- jores ...Se habían citado para que Antoñita contara a su amiga, que la miraba expectante con los ojos abiertos como platos, todo lo concer- niente a sus relaciones con Campos , algo que al parecer a ella le esta- ba vedado. Todo eran elogios y halagos por parte de Antoñita que pintaba en sus alabanzas al Capitán, con todos y cuantos méritos adornaban a su Adonis: alto, rubio, ojos azules, buen porte, oficial del Ejército con mando en plaza, en fin un príncipe azul. Magda no daba crédito a cuánto le contaba su íntima, sólo le faltó pedirle, le diera la fórmula mágica por la que había encontrado semejante mirlo blanco; pero no hizo falta porque Antoñita comenzó a explicar- le como lo que en principio parecía una simpleza, lo de madrina de guerra y todo eso terminó, bien sabía ella, en lo que suponía lo mejor que le había podido pasar en su vida. Le contaba, los meses pasados abundando en todo tipo de detalles, las cartas recibidas infla- madas de amor, así como las enviadas por ella, con igual desati- no y locura fruto de dos almas gemelas. En tanto Campos días después tuvo una fuerte represalia por lo que a él le parecía una nadería. Sus Jefes superiores le pusieron en antecedentes de que había cometido una falta grave, abandonando el puesto de mando, abusando de su autoridad y haberse extralimitado en sus funciones. Lo peor fue que el General, seguramente por pasar una jornada vestido en traje de cam- paña, había salido de improviso a visitar la posición que se suponía ocupaba Campos, llevándose un gran cabreo, cuando al presentarse en el campamento nadie supo decirle dónde estaba su Comandante en Jefe. Esto provocó tal indignación en el General, que tenía una fe ciega en Campos, que de no haber mediado las amistades de las que gozaba Campos en las altas esferas, el hecho hubiera representado más que una represalia, tal vez un borrón en la limpia hoja de servicio del capitán y puede que un Consejo de Guerra. Esta situación determinó que Campos tomara una postura radical acerca de la vida militar, que se le antojaba un tanto ridícula e insufrible. Todo ello se lo contó a través de las cartas que casi a diario enviaba a Antoñita, sobrepe- sando su futuro inmediato y llegaron a la conclusión de que si era necesario, abandonaría la carrera militar. Ahora ya tenía claro Cam- pos cuál sería su futuro. Gozaba de la total confianza y amor de su novia y ella, le había aconsejado en más de una ocasión, que no tenía ninguna necesidad de estar aguantando carros y carretas en el ejército, sabedora de que tarde o temprano aquella vida no sería para él, pues tenía otros planes más acorde con su condición, caso de llegar a contraer compromiso de matrimonio con ella. Por tanto decididamente Campos rechazó un nuevo destino que consistía en mandar una Briga- da Especial que sus Jefes le habían creado, con el sólo fin según su opinión, de trasladarle a raíz del incidente con el General y así, en cierto modo, castigar su conducta y de paso satisfacer la demanda del General. Presentada su renuncia, fue llamado por el Jefe del Alto Estado Mayor, para que ratificara y argumentara su decisión, que fue irrevocable. Su decisión inalterable en este sentido al parecer de los Jefes no cuadraba con su ejemplar hoja de servicio, y no acertaban a comprender como por un incidente de poca importancia, de orden menor al fin y al cabo, había tomado una determinación tan grave. Campos fue inamovible, argumentó razones de tipo personal que nada tenían que ver con el servicio. Por fin fue liberado y dado de baja, a pesar de la insistencia del Coronel, que llevaba el asunto de su expe- diente que le aconsejó se tomara un tiempo muerto para ver con frial- dad su decisión. En cosa de un mes ya entrado el otoño, le llega- ron los papeles de su baja oficial en el Ejército a petición propia. Le ofrecieron puestos en las oficinas para prestar sus servicios como civil, pero él consciente de que más que otra cosa , lo que querían era pre- miar de algún modo su buen comportamiento, rechazó la propuesta. No obstante se sintió halagado y agradecido con quienes se preocupa- ban por él hasta ese extremo. Un día dio una comida a sus compañeros y Jefes más próximos, le homenajearon a la manera militar con una merecida despedida, dejando un montón de amigos, promesas y un puñado de buenos recuerdos enterrados para siempre. Su asesor le habilitó en situación de excedencia temporal, por si algún día se arre- pentía y pensaba volver al Ejército, con una paga suficiente para cubrir sus gastos en tanto iniciara alguna actividad en la vida Civil. Campos volvió con su enamorada, esta vez sin el boato y la parafernalia del primer encuentro, siempre muy bien recibido por Antoñita y ahora con motivo, pues ya estaban hablando de fechas para la boda. Animados con esta novedad, pasaban el día embobados, preparando todo para la boda, fecha, invitados, ropas y lo más importante ¿Dónde y cuándo se iban a establecer? ...A campos nunca le faltaría de nada, de ello estaba seguro, pero él quería ser útil y trataba de encontrar un camino. Por el momento nada le impedía jugar a ser el novio querido y deseado de una niña bien, pero esa no era una situación seria para él, templada en mil hazañas. La nueva vida tenía que ser de tal manera que supliera las ansias de triunfos que pensaba había tenido en el Ejér- cito que ahora abandonaba. A mediados de Septiembre de 1963, se celebró la boda. A ella asistieron por parte de la novia un buen número de invitados y familiares de rancio abolengo. Por parte de Campos, varios militares de alta graduación y pocos familiares un tanto des- concertados por tan súbita boda. Además asistieron, Lorenzo, Josefina como invitados de honor y Magda, que durante toda la cere- monia estuvo lloriqueando y moqueando de emoción, diciendo entre sollozos y dándose cuenta, que era consciente de perder a su única amiga, con la que no guardaba secreto alguno. El celebrante fue un Capellán Castrense, Capitán de la promoción de Campos, quien bendi- jo la unión, alegrándose porque había llegado por fin la hora de poner término a las calaveradas de tan afamado solterón...Durante el otoño permanecieron en la finca, haciendo planes, después de un viaje de novios por todo lo alto y mientras Campos iba poco a poco tomando conciencia de su nuevo estado. Paseaban juntos a caballo por el monte. Hacían una espléndida pareja, la gente consideraba el hecho como una auténtica historia de novela o de cine. Sobre todo cuando se les veía juntos, el llamaba la atención, tal vez porque era más novedoso verle erguido en su caballo, tan elegante con un pañuelo anudado al cuello, con chaleco de fieltro de cuadros escoceses, descubierta la cabeza con el pelo a cepillo, era un resquicio militar al que Campos no renun- ciaría jamás, probablemente el único recuerdo que conservaría siempre de su disciplina militar, así como sus brillantes botas altas con espuelas y una fusta en la mano que armonizaba tanto su figura, como desento- naba la de Antoñita, que resultaba un tanto rechoncha junto a la de él. La historia duró tres meses más o menos, según comentarios de la gente del pueblo, era obvio que aquel sueño idílico no podía durar mucho, no era posible que se diera tanta felicidad con tanta facilidad. Lo que en cierto modo venía a aliviar la pena que produce la envidia de la felicidad ajena por la que pasaban la mayor parte de las parejas del pueblo. Tanta frivolidad no podía tener un buen final, decían aseverando en el Casino las mentes más retorcidas. Todos estos co- mentarios que corrían de boca en boca, estaban motivados porque: "al parecer", "por lo visto", "según dicen", "cuentan" etc. habían puesto en la puerta de la finca "Los álamos" un cartel diciendo "SE VENDE" y ello había dado pábulo a toda suerte de comidillas en las que cada cual aportaba su granito de arena y de mala leche, vertiendo sus frus- traciones e inventando un fracaso que realmente no existía. La noticia fue aumentando como una bola de nieve y engordando tan exagera- damente que el propio Lorenzo, licenciado definitivamente de los deberes militares y viviendo en el pueblo, tuvo que intervenir para defender a su, ahora amigo otrora Jefe, de tanta habladuría y desmin- tiendo que hubiera desavenencias conyugales, nada más lejos de la realidad. Lo que se había producido era un drástico cambio de planes en el organigrama de la vida de la pareja. Lorenzo era conocedor del asunto, con pelos y señales, no en vano le habían propuesto a él entrar a formar parte del mismo y naturalmente a Josefina, quien presumi- blemente llegado el momento sería su esposa. Campos y Antoñita habían brindado a la pareja la ayuda necesaria para llevar a efecto su boda, conscientes de sus menguadas posibilidades económicas y una vez casados, hacerse cargo de la hacienda de la finca "Los álamos" en tanto saliera un comprador, toda vez que ellos tenían pensado mar- charse a Madrid, en donde también contaban y les prepararían trabajo a ellos. A Lorenzo no le hizo ninguna gracia tener que descubrir este pastel, pues era algo que todavía se estaban pensando la pareja y lo mantenían en secreto, pero se vio obligado a desvelarlo para que las malas lenguas callaran de una vez y dejaran de levantar tanto bulo ... CAPÍTULO VI Bien planificado el cambio, Antoñita descubrió ante su marido, como no podía ser de otra forma, a D. José como se le llamaba en el pueblo, la importancia de su patrimonio, de lo que ella nunca había presumido y le había tenido siempre sin cuidado. Sus posesiones en la capital de España, eran de tal calibre en extensión de tierras, en los extrarradios de la misma, que solamente se podían recorrer en coche o a caballo durante una jornada. Sin embargo ella no alardeaba de tal, más bien al contrario, desde la muerte de sus padres había perdido todo interés por ellas. Medio abandonadas y en manos de un administrador, antigua amistad de su padre a quien apenas pedía cuen- tas, para que no se sintiera vigilado, había hecho siempre de las haciendas el buen señor mangas y capirotes, sin que por ello jamás fuera recriminado. El pensamiento del nuevo matrimonio era, que una vez decidido a irse a vivir a Madrid, se harían cargo de las tierras y propiedades, recuperarían las actividades que el mantenimiento de ellas requiriesen y además para Antoñita había llegado la hora, con la inestimable ayuda de su marido, de iniciar una auténtica vida , casi cortesana, de acuerdo a su rango y posibles económicos a la cual había renunciado casi de por vida. La finca de "Los álamos" tuvo rápi- damente comprador. De esta manera Lorenzo encontró cierto alivio, pues por una parte no quería desairar la confianza que D. José había depositado en él y en Josefina, al ofrecerles hacerse cargo del mantenimiento de la finca, con total y absoluta libertad para hacer y deshacer y por otra parte a Josefina ¡Maldita la gracia que le hacía !, tener que vivir en una casa que no estaba ni mucho menos pensada para ella que le gustaban las cosas bien hechas y en una casa así, aun con la ayuda de Lorenzo, además de Rogelio y la sirvienta, habría trabajo para todos, y más ... La compra- venta se llevó a cabo ante notario, con un representante debidamente autorizado de la Caja de Ahorros, entidad que adqui- rió la finca para fines sociales. En ella se proyectaba, a corto plazo, establecer una colonia de verano para los niños y niñas más necesita- dos de la región. El lugar reunía las condiciones, según el informe técnico. Una mañana Antoñita seleccionó los mejores muebles, los enseres más personales y más queridos por ella, unos los entregó a Magda, como recuerdo de una larga amistad, los más, embalados los envió a Madrid, a su domicilio ubicado en una zona muy céntrica de la capital. El resto se pusieron en la escalinata del porche para sacarlos a pública subasta. Gentes del pueblo y de los alrededores de la comarca acudieron a por gangas sabedores de que encontrarían piezas inaccesi- bles para sus economías, de no ser aprovechando ésta ocasión. Los ganados se le entregaron a Rogelio así como el Land Rover en premio a su fidelidad y sus muchos años de servicio en la finca. Hay quien asegura que tanto a él como a la señorita de servicio, además de mil cosas, se les entregó una buena suma de dinero suficiente para rehabilitar sus vidas, además de ofrecerles la oportunidad, rechazada por ambos, de irse a Madrid con los señores. Lo cierto es que llegó el día de la marcha. Magda dada a la lágrima fácil, no encontraba consue- lo pese a la solemne promesa de Antoñita de visitarla con frecuencia. Además le ofrecía también poder ir a su casa de Madrid, dónde sería siempre recibida con los brazos abiertos. Pese a todo, desapare- cieron de la vida cotidiana del pueblo. Al principio se tenían noticias de ellos a través de Magda y Lorenzo, pero poco a poco el tiempo fue borrando su recuerdo y con el paso de los años, quedó en el olvido, que no en el corazón de Antoñita, que jamás olvidaría que gracias a aquel pueblo ahora se sentía inmensamente feliz y no podía pasar por alto lo mucho que le debía y lo que había supuesto en su vida la finca de "Los álamos”. D. José ya dominaba totalmente la situación. El paso de los años, no solamente le habían trasformado en padre de una parejita de hijos, sino que además le habían dotado de conocimientos más que suficientes y amistades importantes como para no necesitar para nada su antigua profesión. Había realizado un inven- tario de las posesiones ahora ya del matrimonio. Unas las vendió, otras compró para agregarlas a las que ya poseía con lo cual había compues- to un mapa, que abarcaba una auténtica comarca. Su cotización en el mercado financiero y bursátil fue aumentando a medida que sus gestio- nes de compraventa también lo hacían. Llegó a formar parte del Con- sejo de Administración de varias entidades bancarias, su potencial económico crecía por momentos, su buen ojo para las operaciones financieras era especialmente tenido en cuenta. En cuestiones de asesoría, a veces mirando sus propios, intereses, era una autori- dad. En los ámbitos en que se desenvolvía era tenido por un pez gordo. Todo ese afán por tener y por figurar, fue separando en gran medida al matrimonio, tan dispar en sus quehaceres. Antoñita convertida en madre y ama de casa, apenas tenía tiempo para seguir el frenético ritmo de su marido, que por influencias externas y en virtud de su trabajo, cada vez estaba más distante. Campos se fue desentendiendo de su mujer y de la educación de sus hijos que había delegado en los colegios de elite de la capital, bastante tenía él, solía decir, con las obligaciones que le imponían atender la hacienda, como además tener que ocuparse de los niños. La vida privada de D. José, empezó a ser cada vez más hermética. Formaba parte de un grupo financiero, que aprovechando la coyuntura del momento, el desarrollo de la construcción en Madrid y amparado por varios titulares de carte- ras ministeriales, configuraban un gran Grupo, del que llegó a ser uno de los principales accionistas. Nombrado presidente del grupo y no parándose en barreras, tuvo la feliz iniciativa de regalar unos terrenos a sus antiguos compañeros del Ejército, todavía conservaba enlaces entre sus antiguos colegas de cuartel, hoy ascendidos todos con pues- tos de máximo relieve y responsabilidad en la Administración. Todo ello le dio acceso para crear en torno a sus terrenos, varios acuartelamientos y residencias para oficiales, con lo cual los terrenos colindantes se revalorizaron pasando a ser de labranza o rústicos a urbanos en tan solo unos años. Su olfato para los negocios no conocía límites. Se hizo miembro de un grupo de construcción de viviendas planificadas por el Ministerio de la Vivienda, ofreciendo como apor- tación a la sociedad suelo urbano recalificado por el Ministerio. Grandes urbanizaciones y barriadas enteras que multiplicaron el valor de unas tierras que de no ser por ello hubieran continuado siendo de labranza. D. José Campos, no cabía duda alguna, había sobrepasado las fronteras en el mundo de los negocios, había demostrado tener conocimientos singulares, un golpe de vista para los asuntos relaciona- dos con las finanzas poco comunes y por ello era reconocido su presti- gio a la vez que su fortuna. Gozaba de un puesto, bien ganado, entre la crema de los adinerados y lejos de toda duda su palabra en asuntos de negocios era ley. Cada vez más alejado de su familia y de los proble- mas, domésticos, se limitaba a facilitar cantidades ingentes de dinero tanto a su mujer como a sus hijos, lo que hiciera falta, sin preguntar, lo cual le concedía cierta autonomía, lejos de ser controlado por Antoñi- ta, que cada día se encontraba más distante de lo ella había pensa- do sería una vida de matrimonio. Jóse, como ella le llamaba cariñosa- mente, ya no era ni sombra de lo que en un principio parecía. No es que no sintiera cariño por ella o por los niños, no, lo que ocurría es que se había entregado en cuerpo y alma al trajín de los negocios y la parcela familiar la había relegado a segundo plano. Sin embargo también había que reconocer, decía Antoñita, que en casa había abundancia de todo, no se escatimaba nada, servidumbre, dinero, todo cuánto se le pedía, sin dudar era concedido de inmediato. Tal vez ella no era consciente de que para D. José era más fácil echar mano de la chequera, que preguntar por ejemplo sobre la marcha del cole- gio de sus hijos... Ocurrió que un buen día, una de las que se llama- ban "buenas, amigas" de Antoñita, con motivo de una visita ca- sual, le espetó que corrían rumores acerca de que su marido fre- cuentaba en más de una ocasión lugares poco recomendables para su categoría y clase social. A lo que Antoñita no quiso dar importancia con el fin de no dar motivos a comentarios, entendiendo que semejan- tes puntualizaciones eran motivadas por envidia, pues jamás en su matrimonio había habido ni un solo incidente de trascendencia. Sin embargo, insinuaciones, llamadas telefónicas, cambios observados en el comportamiento marital de Jóse, hicieron ponerse en guardia a Antoñita, que por otra parte daba por bien empleado el tiempo pasado a cambio del bienestar que su marido le había proporcionado dándole dos hijos que conformaban toda su vida. No obstante estaba siempre atenta a los comentarios que pudieran minar el buen nombre y prestigio ganados a pulso por su marido. En contra de lo que ella creía, un mal día, que iba con una amiga de compras en un taxi, pudo comprobar y sufrir en sus propias carnes, la humillación de ver a su marido en un coche, que paró casi paralelamente al taxi, en él iba D. José con una morenaza de larga melena y unos ojazos negros muy expresivos. Iban tan acaramelados como permitía la conducción del coche por parte de su marido, todo demostraba, excepto el coche que debería ser de la señorita, que había una confianza más que de amigos entre ellos. Por mucho que quiso disimular su enojo Antoñita, no pudo por menos que prepararle una gran bronca a D. José, cuando este se presentó en casa, como siempre como si nada hubiera pasado. Cuándo se vio acorralado y las evidencias de aquel desliz eran innegables, toda vez que Antoñita aportaba datos tales como la hora, lugar y pelos y señales de la tal señorita, Jóse tuvo la ingeniosa idea, en eso era un maestro, de decir que en efecto la señorita a la que aludía en términos poco ortodoxos, era nada menos que la Secretaria de un ministro, que le traía a cuenta tener contenta, pues esperaba de ella favores tales como que le facilitara apuntes de muchísimo interés para sus nego- cios y que por ello se había limitado a llevarla a comer, lo cual pro- clamaba su inocencia, pues lejos de ocultarse de nadie, la prueba esta- ba en que lo había hecho a la luz del día. Al parecer este tipo de expli- caciones, si no tranquilizaron a Antoñita, al menos quitó hierro al asunto, que a todas luces y a priori le acusaban de infidelidad conyugal , como si él no tuviera ocasiones más propicias para realizar hazañas, de esta naturaleza... Otra cosa tendría D. José, pero palabrería para convencer a su mujer nunca le había faltado. Incidentes como este se repetía cada vez con más frecuencia y Antoñita, que a medida que había ido entrando en años también lo había hecho en kilos, no podía por menos que si no permitir, al menos entender de algún modo la conducta de su marido. También es cierto que él jamás dio notoriedad a sus deslices y nunca faltó a la dignidad que su matrimonio requería, estaban sus hijos que junto con su mujer eran, según sus propias pala- bras, su mejor patrimonio. Con manifestaciones de este tipo siempre salía al paso de comentarios que sus amigos constantemente le hacían, conocedores de su doble moral y de las correrías que preparaba mejor que nadie. Quizá para premiar la fe que su mujer tenía en él o para que no menguara, un día la invitó a la inauguración o primera piedra de una urbanización para la construcción de mil viviendas, en uno de los terrenos de su propiedad. Asistían Ministros, Alcaldes y autoridades del mundo de la banca, pero él sería quien llevaría la iniciativa en la ejecución. Para algo tenía más del cincuenta por ciento de la pro- piedad de esta promoción. La sorpresa que tenía reservada a su espo- sa, era que cuando se encontraban en el lugar, todos los interesados de la empresa esperando, apareció con su mujer, que desentonaba de las allí presentes, le cedió el honor, reservado para él, de ser ella quien pusiera la primera piedra y quien descubriera un cartel en el que se anunciaba la construcción de mil viviendas, que se llevaría el nombre de "Ciudad D.ª. Antoñita". Todos los aplausos y la distinción que provocó el hecho en Antoñita hicieron que se abrazara a su marido, emocionada y con los ojos llenos de lágrimas, haciéndole saber que era la mujer más feliz del mundo. Mientras, seguían los aplausos y vítores para D. José, quien era muy dado a estas situaciones teatrales para hacerse perdonar, lo que según él, no eran infidelidades sino gajes del oficio. El éxito, el dinero y el prestigio estaban de parte de D. José. Todo rodaba viento en popa. Los excesos en la comida, la bebida, la vida nocturna y algún que otro permitido desliz, dieron al traste con su salud. Un día se sintió indispuesto, inmediatamente fue atendido por el médico familiar, quien le diagnosticó, que debía cam- biar drásticamente en sus hábitos de vida, caso contrario la vida que llevaba daría con sus huesos en la tumba. D. José tomó realmente en serio la advertencia, trató de organizar su vida de una forma más coherente y delegar en su hijo, que ya tenía 20 años, parte de sus acti- vidades para ir poniéndole al día en sus asuntos, "Difícil tarea para tan tierno infante" decían sus allegados, pero el tiempo y la paciencia harían el trabajo. CAPÍTULO VII El destino quiso que D. José no conociera sus propósitos y un infar- to puso fin a su vida. A una vida que parecía hecha para la eternidad. La parafernalia del entierro, el majestuoso panteón familiar preparado desde siempre, el ofrecimiento de amigos interesados, los albaceas, los íntimos que siempre aparecen a última hora, no fueron motivos sufi- cientes para evitar que Antoñita se hundiera en la más profunda de las tristezas, teniendo en cuenta lo que se le venía encima, negocios, fami- lia, estatus…Su marido le había aconsejado de siempre, no confiar en nadie que no fuera D. Anselmo, Notario y amigo de la casa, que además de llevar los asuntos económicos, estaba al corriente de la vida privada de D. José. A él recurrió para ponerse al día de los asuntos concernientes a su hacienda, algo que hasta el momento no le había preocupado sobremanera a Dña. Antonia. A la vista de ello, pudo per- catarse de que su marido había incrementado notablemente el patrimo- nio familiar, al tiempo que descubrió algo que sospechaba, pero que nunca quiso pensar…D. José, su querido y ahora llorado marido, había tenido, lo que se llamaba en la alta sociedad, un desliz de juventud, y había un hijo de por medio, con pelos y señales, de la edad aproximada de su hijo José Ramón. Se sabía que vivía con su madre soltera, que gozaba de una pensión vitalicia a cambio de mantener el más absoluto secreto, bien guardado por parte de la madre, y buena prueba de ello era el hecho de que hasta el momento nadie, excepto D. Anselmo, conocía esta circunstancia. Existía una cláusula en la que se ponía de manifiesto que caso de ser revelado este secreto dejaría de percibir la importante asignación económica la parte afectada, por un hecho que se decía, había sido consumado antes del matrimonio de D. José con Dña. Antoñita, quedando así a salvo la dignidad y el honor de ella y de sus hijos, caso de que saliera a la luz pública. Efectivamente Antoñita pasó por alto este asunto, que vio estaba atado y bien atado. Analizó montones de documentos, escrituras, contratos, sociedades, acciones, etc ... Y resolvió que dada la complejidad del asunto y todo el embro- llo que para ella significaba aquella situación, continuaría depositando la confianza en la gestión de D. Anselmo quien además había demos- trado discreción absoluta, en un asunto tan delicado como el de su marido. Dña. Antonia quiso descargar su responsabilidad acerca de los asuntos de la familia en su hijo Moncho, para lo cual dio amplios po- deres para ser representada por su hijo, en cuantos fueros le demanda- ran su presencia, pues para nada le agradaba tener que estar práctica- mente a diario en bancos, notarías, etc. ... En el mismo documento notarial, hizo constar que gozaría la misma consideración de pleno derecho, su hija , para de esta forma no discriminarla en ningún sentido, si bien ésta declinó la responsabilidad en su hermano, con quien además le unía una auténtica relación de amigos. De esta forma José Ramón adquirió las responsabilidades que hasta entonces había ostentado su padre. Y José Ramón que tenía una dudosa formación, obtenida en los Jesuitas, pese a su poco interés en asumir el papel de cabeza de familia, tuvo de manera forzada y prematura que responsabi- lizarse de los deberes que esta nueva situación le deparaba, a raíz de la muerte de su padre. Lo suyo hasta ese momento habían sido las juergas, los viajes, los guateques y su pasión por los coches potentes. Nunca le había faltado dinero para dar rienda suelta a sus instintos, su formación forzada había llegado al Bachillerato Ele- mental y luego, la poca preocupación por parte de su padre, el poco interés de su parte por los estudios, una novia a temprana edad, una recua de amigotes que le seguían a todas partes, riéndole sus gracias y chupando del bote abusando de su proverbial generosidad, dejándose convidar constantemente habían hecho de él un esnob y creado un áurea de lujo a su alrededor, pero eso era todo. Ahora en cambio se enfrentaba a la vida, con todo tipo de problemas y situaciones que él jamás había soñado, todo ello le llevó a tomarse muy en serio y con especial interés los consejos que una y otra vez le daba D. Anselmo, quien poco a poco, haciendo gala de una exquisita delicadeza, disimulaba la poca o ninguna preparación de Moncho para asumir la rienda de los negocios de la familia. Las frecuentes llamadas de teléfono y larguísimas charlas con Dña. Antonia, siempre que le era posible, pusieron en antecedentes de la situación, que para nada estaba hecha a la medida de su hijo, un cordero entre una manada de lobos, le decía con sarcasmo D. Anselmo, lo que creaba gran preocupación en ella, que poco o nada podía hacer para remediarlo, como no fuera confiar en la Providencia algo que ya venía haciendo de siempre. Ramón pasaba la mayor parte de su tiempo, entre papeles y docu- mentos que apenas entendía, firmando cuánto le presentaban bien fuera de bancos, de Organismos Oficiales y sobre todo de la oficina de D. Anselmo, en quien tenía depositada toda su confianza y conocía perfectamente sus limitaciones a la vez que temía le cayera encima en cualquier momento una verdadera hecatombe. Moncho era consciente de la difícil tarea que tenía por delante y trataba a toda costa de invo- lucrar a su novia comentándole las dificultades con que se en- frentaba a diario. Margarita, que era lista, sabía sobradamente los límites y carencias de su novio, aprovechó la ocasión para resaltar los valores de su hermano Julio Serrano, adornándolo con todo tipo de argumentos como que tenía recién terminada la carrera de derecho, amplísimos conocimientos en temas mercantiles y una pasión desme- dida por los números y asuntos relacionados con la Bolsa e Inversio- nes, él era quien se ocupaba de los asuntos domésticos en lo tocante a la cuestión económica de la familia, pues su padre que era un afamado letrado, siempre estaba en la Audiencia Nacional y le tenía encomen- dado la administración de la casa. Bastó una simple insinuación de Marga para que Moncho, entendiera de la disponibilidad más absoluta de su futuro cuñado. Se pusieron de acuerdo, un acuerdo generoso por parte de Moncho, en la cuestión crematística y de la noche a la maña- na, D. Julio Serrano de la Riva, asumió las funciones de representante secretario, eso sí, sin poderes o firmas que pudieran comprometer la definitiva aprobación de Moncho en la gestión, pero todo se andaría... Sospechas confirmadas por D. Anselmo. Poco a poco, con paso fir- me, Julio fue ganándose la confianza de Moncho, no así la de D. Anselmo, quien veía además de un rival en él, un joven lleno de codicia y ansias de trepar a costa de lo que hiciera falta y advirtió a Moncho, cual era su punto de vista acerca de quien aprove- chando futuros lazos familiares, a poco que se descuidara le podía dejar literalmente en calzoncillos. Moncho que siempre tenía en cuenta , todo lo que viniera de parte de D. Anselmo, agradeció tanto interés en tenerle sobre aviso de lo que a él ni se le había pasa- do por la imaginación y que entendía lo hacía por la gran amistad que había tenido con su padre. Julio ocupaba prácticamente todas las horas del día el despacho, y también el sillón de Moncho, quien lejos de sentirse desplazado encontraba alivio a sus muchísimos quebrade- ros de cabeza y monótonas horas pasadas entre papeles, legajos, pla- nos y contratos se limitaba a estampar su firma, como siempre, con- fiando que obraban con él de buena fe. Además gracias a la confianza que Julio se había ganado, ahora tenía tiempo para dedicarse a sus amigos, a su novia a divertirse, que era lo suyo. En la familia de los Serrano, estaban encantados, toda vez que a medida que pasaba el tiempo, tenían más conocimientos acerca de la saneada situación económica de la familia Campos y del propio José Ramón, que era una buena persona, quizá un tanto lelo, que pasaba olímpicamente de aparentar aunque no le hacía ninguna falta. Dña. Asunción, mamá de la novia, se encargó de que “Monchito", como llamaba a su futuro hijo político, se decidiera a poner piso con vistas a la próxima boda. Ella con Marga, se encargaría de la decoración y de amueblarlo con arre- glo a su clase social. De esta forma tenía un buen pretexto para ocupar sus largas horas, además de asistir dos veces por semana al Ropero Parroquial. Hizo participar a sus amigas en la elec- ción de los muebles y enseres de la casa, más que nada para pre- sumir que el presupuesto no conocía límites. Localizaron un buen piso, grande, con mucha luz además cerca de la casa de los padres de Mar- garita, algo que a su madre le pareció de cine, si bien ahora solamente era un lugar que había que llenarlo de muebles, cortinas y cosas que configurarían lo que ella llamaba un hogar... Con relativa frecuen- cia la pareja de novios iban a la casa para ver la marcha del mobi- liario, el portero que controlaba el tiempo que tardaban en devolverle las llaves hacía conjeturas acerca de lo bien que se lo pasarían la pare- jita, todavía sin estar casados oficialmente, lo que daba motivos de largos comentarios en las tertulias de patio que formaban los porte- ros de fincas colindantes y que conocían, a veces mejor que los propios vecinos, con todo lujo de detalles lo relativo a sus vidas. El portero de D. José Ramón, era servil hasta el extremo. Tenía atribu- ciones para entrar y salir a discreción, cuando la situación lo requirie- ra, sobre todo cuando venían a traer algún mueble, cortinas, lámparas o cualquier otra cosa, para algo era él depositario de la confianza y de las llaves de su señorito y del piso, algo que por otra parte no le hacía ninguna gracia a Marga y D. José compensaba constantemente, por su "desinteresada" disposición. De esta forma, el portero llevaba cuenta de cuántos electrodomésticos, aparatos, muebles , alfombras, ense- res de decoración entraban en aquella casa y que siempre venían a cargo de la cuenta de D. José Ramón, no es que a él le fuera nada en el asunto, pero siempre las facturas pasaban a cobrarlas directamente al despacho que regentaba D. Julio, el hermano de la señorita Serrano. Aquel piso lejos de convertirse en nido de “amor" que Marga pretend- ía, era un lugar estupendo para fiestas, guateques, picadero para los amigos de Moncho, que lo habían tomado como suyo y era visitado con frecuencia por algunos de ellos. Paco el portero, siguiendo instrucciones del dueño del piso, entregaba las llaves a todo aquel que acreditara pertenecer al "clan" o bien previo aviso de D. José por teléfono para que permitiera el acceso al mismo. Al parecer Margarita queriendo acabar con aquella situación que no le proporcio- naba más que disgustos, proponía a su novio pensar en serio fijar una fecha para la boda, toda vez que no existía inconveniente alguno, tanto en lo afectivo como en lo económico. Todo esto venía propiciado porque en alguna ocasión, pese al cuidadoso y escrupuloso trato que daban al piso y sus cosas, quienes pasaban allí alguna velada, Marga había encontrado indicios fehacientes de que allí ocurrían "cosas" que no estaba dispuesta a soportar un día más Pero Ramón no estaba dispuesto a renunciar a su libertad y sus juergas con los amigos y no le apetecía para nada someterse al control férreo que apuntaba su querida novia. Ella por el contrarío, no se recataba a la hora de censurar la conducta de sus amigotes y que presumiblemente no estaba muy lejos de ser la misma de su novio, pero por miedo a contrariarle, no tenía más remedio que aguantar aquella situación. Todo se ponía a su favor, la casa ya estaba completamente amueblada, tenía todo lo nece- sario para empezar una nueva vida. Enseres, electrodomésticos, libros, divanes, cortinas, lámparas, vajillas todo de acuerdo con el talante de ella y de su madre que había colaborado "desinteresadamente" en esta ingrata labor, poniendo a su servicio su larga experiencia de tantos años de vida casada. En cambio en casa de Moncho, no había prisa alguna por que llegara ese día. Eran conscientes tanto la mamá como su hermana de la inmadurez manifiesta del novio y daban por seguro que Marga, una buena chica sin duda, lo que pretendía era cazar cuanto antes a Moncho. No cabe duda que la gestión de Julito Serrano, servía para que Moncho no solamente estuviera tranquilo respecto a la mar- cha de sus negocios, si no que dada la familiaridad que les unía, ape- nas aparecía por el despacho de la oficina en la que estaban centrali- zados los asuntos relativos a sus múltiples actividades. Solamente cuando Julio insistía, en que debía de firmar papeles, era cuando acud- ía después de muchas llamadas, recados y tiempo empleado en locali- zarle, lo cual daba alas a Julio para hacer y deshacer a su antojo, sin pasarse mucho para no perder la confianza. Con ocasión de salir en venta el garaje que ocupaba la planta baja del edificio en el que Moncho había adquirido el piso, Julio gestionó la compra por su cuenta y cuando hubo concertado las condiciones, y sólo entonces, ofreció participar a su futuro cuñado. Este que conocía las habilidades y olfato para los negocios de Julio, no dudó un instante en llevar a cabo la operación pensando que de esta manera quedaría vinculado de por vida, sino como cuñado, al menos como socio. Lo que no alcanza- ba a sospechar Moncho, es que fue él quien pagó la totalidad de la compra y que sin embargo era solamente dueño de pleno derecho del cincuenta por ciento de esta ganga, como decía con recochineo Julito Serrano en el circulo de sus amistades. Cada día era más la dependen- cia de Moncho de las gestiones de Serrano, que había establecido su cuartel general en el garaje, en el entresuelo del mismo, como una atalaya desde cuyas vidrieras estaba al cabo de cuanto entraba o salía del mismo. Obtenía mensualmente una buena renta de la estancia de vehículos que encerraban a rebosar el garaje, dado que la zona de ubicación era de alto poder adquisitivo y los usuarios permanec- ían abonados a perpetuidad. Sin embargo a la hora de efectuar la li- quidación de beneficios con Moncho, había gastos de: Personal, seguros, primas de riesgos, gastos de luz, teléfono, manteni- miento y limpieza, etc. Que cargaba a la partida de su socio... José Ramón, notaba que su cuenta de resultados no correspondía a su inversión, sin embargo lo daba todo por bien empleado, a sabiendas de que Serrano llevaba bien sus “papeles” a los que tenía verdadera alergia y representaban para él una misión imposible. Mientras tanto Marga que conocía bien las condiciones de su hermano para las ges- tiones de administración, deseaba a toda costa la aceleración de la boda y quería tomar en cierto modo las riendas de lo que a todas luces representaba un “chollo” para Julio. No estaba dispuesta, llegado el momento, a dar más cuerda al asunto aunque en definitiva, todo queda- ra en casa. Serrano había conseguido en corto espacio de tiempo, aun- que reconociendo que a costa de su trabajo, un estatus envidiable. Había adquirido un coche deportivo de importación, el cincuenta por ciento de la propiedad y explotación del garaje y se disponía a ahorrar, pese a su tren de vida, para un buen piso. Su hermana, le advirtió que sus ostentaciones, a todas luces escandalosas, no tendrían un buen final. Julio engreído en su éxito confirmaba que todo ello era fruto de su trabajo y que era él el primer interesado en tener sus cuentas al día y con meridiana claridad, opinión que desgraciadamente aseguraba D. Anselmo no compartir con él. CAPÍTULO VIII Dña. Antonia se había trasladado con su hija a otro piso, también muy céntrico aunque no tan grande y más moderno que el anterior. Un día recibió una sorprendente carta, por lo inesperada y porque además le traía recuerdos de su Juventud y tiempos de ensueños. Josefina le escribía suplicante, necesitando ayuda para un hijo suyo. A grandes rasgos le contaba a la señorita, para ella todavía, porqué se había atrevido a escribirle: Hacía seis años que había enviudado de Lorenzo, que murió con 45 años y dejo nada menos que tres hijos, dos varones y una niña. La niña tenía 20 años, más o menos la de su hijo, le decía, un varón de 16 años y otro pequeño con apenas 12, total que le había tocado una posición ante la vida nada fácil, trabajaba en una fábrica tratando de sacar la familia adelante con la inestimable colaboración de su hija mayor, que haciendo limpiezas y ayudando en casa, permitían que ella se dedicara a echar horas en la Fábrica de paños, cuando era posible. El caso que motivaba su carta, era pedirle si podía hacer algo en relación con su hijo Agustín, el mayor, que se había ido de casa, ante la situación y la carga que representaba para la familia, había decidido irse a Madrid por su cuenta y tratar de abrirse camino en la vida. Ella sabía por fami- liares que andaba de acá para allá sin encontrar trabajo estable, entre otras razones porque a raíz de la muerte del padre, se había visto obligado a dejar los estudios que merced a una beca cursaba interno en un colegio de curas. Su educación y su condición, no le permitieron seguir estudiando, pues a pesar de la beca, ello suponía un esfuerzo por parte de la familia que su conciencia no pudo consentir. De esta forma, al dejar los estudios, sin oficio ni beneficio llegó a la conclusión de solucionar el problema, tal vez de la forma más difí- cil, con la huida hacia delante. Una noche se marchó del pueblo sin dar explicaciones a nadie. Tantos recuerdos le traían a Antonia, aque- llas sinceras letras de Josefina que no pudo por menos de contestarle de inmediato. Y no sólo eso, sino que como era costumbre en ella, además de ofrecerle su incondicional ayuda, incluyó en el sobre dine- ro, para que le comprara cualquier cosas a los niños... Agustín andaba un poco perdido, angustiado y desesperado ante el panorama que la gran Capital le ofrecía. Lejos de resultar las cosas como él había soñado, habiendo dejado su casa, su pueblo, sus amigos, su novia, había sido engullido por la maquinaria de la Ciudad en la que tan difícil era llegar a ser otra cosa que un simple número más de los miles que pululan en ella. Agustín pensaba: ¡Qué distinto todo! ¡Qué difícil era lo que parecía en el pueblo tan fácil !, ¡Cuánta gente para tan pocos puestos de trabajo!, ¡Cuántos recuerdos!, ¡ Cuántas nostalgias! Hasta lágrimas le costaba todo aquel agobio, todavía reciente aquella Noche-Buena, en aquella pensión del tres al cuarto, con habitación interior, compartida con otra persona a la que siquiera llegó a conocer, porque tenía trabajo de noche y dormía durante el día, con lo cual nunca coincidió con él, y ni falta que hacía...No obstante, no podía volver al pueblo y ser el hazme- rreír de las gentes, no podía volver porque además su futuro allí era tan oscuro como el que tenía por delante, además con menos posibilida- des y también porque conocía muy bien el trato discriminatorio de que eran objeto, aquellos que por desgracia un día tuvieron que aban- donar la aventura que ahora él iniciaba, arrojar la esponja y volver con el rabo entre las patas, suponía publicar su fracaso a los cuatro vientos ...Agustín había tenido que recurrir a sus familiares, ya no le alcanzaba el poco dinero que ganaba, haciendo chapuzas, llevando encargos de las tiendas y puestos del mercado, arreglando cosas de carpintería, lo que le salía, es decir nada, tan poco que no podía ni pagar la pen- sión tan cutre como en la que vivía. Sus tíos le hicieron un hueco en su pequeña vivienda y además con familia numerosa, pero en estos casos los lazos, familiares están por encima de todo, cómo recuerda aquel refrán de su tía que decía: "Vale más una gota de sangre que cien años de amistad". No solamente le tendieron la mano, sino que además de mantenerle, buscaron un taller para él, donde en prin- cipio tenía asegurada una cantidad que le permitía colaborar a la economía doméstica, siempre resentida por el número de miembros que la componían. Como sus conocimientos en lo de la carpintería, eran muy primarios, debido a que había comenzado ya de mayor por haber tenido que dejar los estudios, poco menos que a la fuerza, no prosperó en el taller y le aconsejaron fuera buscando otra cosa, pues aquello no era lo suyo. De una forma muy suave para no herirle en su ego, el encargado del taller le comunicó a su tío, por quien había entrado en el taller, y hacía horas allí, que no podían estar pagando un sueldo, pequeño pero que no rendía beneficio alguno para la empre- sa, o lo que es igual que no interesaba. Como a perro flaco todo se le vuelven pulgas, se quedó nuevamente sin trabajo, sin dinero y lo que era todavía peor sin ánimos para seguir luchando. Esto le obligó a plantearse de nuevo su situación y recurrir a su madre, como siem- pre. Para entonces, para cuándo llegara ese momento, las madres que siempre están a la que salta, ya tenía medio concertada una entrevista con Dña. Antonia. Pues Josefina a través de varias cartas había llegado a la conclusión de que Dña. Antoñita, realmente estaría encantada de poder devolverle, por agradecimiento, los favores que en su día ella había recibido y así se lo había hecho saber en reiteradas ocasiones. Tragándose el orgullo, reconociendo su incapacidad para salir adelante por sus propios medios, como él hubiera deseado, no tuvo más remedio que una mañana, vestido con sus mejores galas, presentarse con una carta de su madre en casa de la tal Dña. Anto- ñita, de la que Agustín había oído hablar en alguna ocasión muy por encima, a quien tan siquiera conocía personalmente en quien sin embargo tenía puestas sus últimas esperanzas. En un lujoso aparta- mento, en lo más céntrico de Madrid, el portero mandaba aviso a Dña. Antonia de Campos y Fidalgo, como rezaba un letrero de la puerta del 3º A., de la llegada de un joven que preguntaba si podía ser recibido y llamarse Agustín. Mientras el portero a través de un teléfono interior solicitaba permiso para dejarle pasar, él se arreglaba el cuello de la camisa, ponía orden en su corbata ante la gran luna que estaba situada en el recibidor de la portería, con el fin de causar buena impresión en la señora, en quien esperaba encontrar fortuna para salir adelante en la aventura que hasta aquel momento no le había traído más que dolores de cabeza, disgustos, hambres y desengaños. De esta forma, rezando por el éxito de su entrevista, fue acompañado por el portero hasta las mismísimas puertas, de lo que a Agustín se le antojaban las puertas del Reino...En efecto, allí a la salida del ascen- sor, estaba esperando una muchacha de servicio con su uniforme im- pecable, quien acompañó a Agustín hasta un vestíbulo, amueblado a la última, con todo lujo de detalles: Espejos, cuadros y divanes, rogán- dole esperara un poco en tanto avisaba a la señora de su presencia. No se hizo esperar Dña. Antoñita. Apareció vestida con atuendos de lujo, pero de andar por casa, sin embargo, en opinión de Agustín de- notaban un exquisito gusto a pesar de su edad. Agustín se levantó co- mo una ballesta, una vez se percató de su presencia pues andaba un tanto distraído en la contemplación de un hermoso cuadro, que repre- sentaba una batalla y le había llamado poderosamente la atención. Previos saludos y sonrisas un tanto forzadas, la señora le indicó le acompañara a un saloncito anexo al recibidor y separado por una especie de fuelle o biombo. Agustín un poco aturdido, al darse cuenta de que era motivo de atención por parte de la señora, apenas reparó en que muy próximo a la estancia había otro salón contiguo más grande y en un sofá tendida cuan larga era, estaba una señorita. Se trataba de la hija de Dña. Antonia, que se entretenía en rascar más que tocar la guitarra que tenía entre sus brazos. Cuándo la señora quiso presentársela, ésta se levantó desperezándose y tratando de quitar importancia a la visita, pues enseguida volvió a tomar su posición anterior, como si con ella no fuera la cosa. La señora, que conocía el motivo de la visita de Agustín, seguramente que para darle confianza le decía:"¡Bueno! Así que tu eres Agustín... ¡No hacía falta preguntar de quien eres hijo! ... pues tienes la misma cara de tu padre... Agustín asintió con una sonrisa, que delataba su nerviosismo y el esfuer- zo que estaba haciendo para no parecer descortés, ante la situación que le colocaba en desventaja, pues venía a pedir y le caía la mar de an- tipática aquella señora, pero no tenía más remedio que aceptar. La señora continuó diciendo:" Ya me ha puesto tu madre en anteceden- tes de tu vida, de lo difícil y mal que está todo para un muchacho cómo tu, más educado para el estudio que para el trabajo y aún más difícil encontrar algo a tu medida”. Así que tú me dirás, en que te gustaría trabajar, si tienes alguna preferencia, y veremos el modo de poder ayudarte, dado que tenemos una lejana pero sincera amistad con tu madre. Es lástima que no viva mi marido, porque tenía muchos contactos e influencias y hubiera sido más fácil. Continuó la visita, un tanto protocolaria y forzada, por lo que Agustín tratando de acortar aquella situación tensa, tomó la iniciativa diciendo: "Bueno, si a Ud. le parece bien, le dejo la dirección y el teléfono de mis tíos, con quienes vivo ahora y cuándo tenga Ud. Alguna cosa para mi, me lo hace saber, yo en nombre de mi familia y en el mío propio, le agradezco de antemano su interés y las molestias que se tome y trataré de no defraudarla". La señora tomó estas últimas palabras como un cumplido de la buena educación que demostraba tener Agustín y prometió tenerle al corriente sobre el particular. En definitiva, que Agustín se fue como había ido, sus esperanzas frustradas y vuelta a empezar, otra vez los anuncios del periódico, llamar a los amigos por si había algo, etc....Total lo que más rabia le producía, era haber teni- do que claudicar y pasar por el bochorno humillante de suplicar a una señora que ni conocía y que probablemente ni se acordaba de su ma- dre, pues bastante tendría ella con sus problemas de casa y sus hijos. Vaya forma de perder el tiempo...El resto de la mañana la pasó deam- bulando de un lado para otro, sintiendo en lo más profundo de su ser la desesperación que produce no poder solucionar lo que para él era un problema crónico, lo del trabajo, lo de siempre. Además tener constantemente presente lo que representaba un trabajo en su vida, fuera bueno o malo, como único medio de subsistencia. Junto a él pasaban chicos de su misma edad, alegres, dinámicos, con una sonrisa de oreja a oreja, unos con el periódico bajo el brazo, bien vestidos, fumando. Otros con sus parejas, rebosando felicidad, contando las últimas incidencias del fútbol. En el metro, en esto Agustín se fijaba muy especialmente, veía a los chicos con atuendos a la última, bastaba un detalle, un cinturón, una pulsera, un llavero colgante, unos tenis o unos tejanos para enseguida hacer comparaciones y darse cuen- ta de lo lejos que estaba de parecerse siquiera un poco a ellos. Se sentía humillado, sólo, desgraciado, diferente y este tipo de encuentros acen- tuaba más sus complejos. ¿Durante cuánto tiempo tendría que soportar esta situación? ... ¿Cuánto habría de pasar hasta conseguir vivir como uno de aquellos chicos ?... Además estaba el asunto de su novia Inés, a la que poco menos había abandonado, pues a ella siempre le pareció un error de libro que dejara de la noche a la mañana, sin previo aviso su familia, su trabajo, sus amigos, todo. Pensaba Agustín que habría de pasar mucho tiempo para que tanto ella como su familia, entendieran que no había otra alternativa para él, llevando a cabo lo que había hecho y tal vez aunque nunca le perdonarían el tiempo le daría la razón. Además lo que tenía bien claro, es que no podía volver al pueblo y reconocer su fracaso, que a él no le importaría, pero pondría en evidencia y en ridículo precisamente a los seres que él más quería su familia, sus amigos y su novia, así que de momento pese a un nuevo fracaso, habría de intentarlo una y otra vez hasta salir con el empleo. Después de todo el día, por ahí, mascullando en su interior, su mala suerte, Agustín llegó rendido a casa, donde debía librar la batalla de todos los días, convivir de buen grado pese a sus problemas, con la familia, sus primos y tíos que no merecían tener que soportar además de sus propios problemas los de él, que al fin y al cabo, se los había buscado él solito y sin ayuda de nadie, por tanto se tenía que cuidar mucho de manifestar sus frustraciones y su estado de ánimo , que por otra parte no podía ser otro que el de una constante inquietud por su porvenir. Nada más llegar a casa, anochecido, su tía le espetó: ¿Dónde andas?, que han llamado preguntando por ti y no he podido darles razón. Agustín no le dio importancia, sería algún amigo y estaba él como para atender a amigos. Su tía mientras le ponía la cena, le dijo que había llamado un tal José Ramón, hijo de Dña. Antoñita, que quer- ía hablarle o verle, que se pusiera en contacto con él lo antes posible, que llamara al teléfono de su casa... No daba crédito Agustín a lo que estaba oyendo, cambió su cara, se iluminó su rostro, todo él vibraba emocionado, pensando, volando su imaginación, sin pararse a pensar que tan sólo se trataba de una llamada. Quería pensar, que se había producido el milagro. ¿Q u i é n se atrevía a decir que no existían los milagros? ... ¿Qué sentido tendría, si no era para hablarle de un em- pleo, que le llamara el tal José Ramón? ...Esa noche apenas pudo pegar ojo, construyendo castillos en el aire. Ya se veía a él mismo como a los chicos que tanta envidia le daban, ya iba a tener como todos ocupación fija, unos ingresos concretos, podría vestirse a la ma- nera de la ciudad, ir al pueblo en alguna ocasión, dar una sorpresa a su novia que nada más verle le perdonaría todo, la escribiría maña, eso ... mañana cuándo ya tuviera algo más concreto, la escribiría dándole la buena nueva. Pasaron las largas horas de la noche, llegó la mañana, no quería parecer deseoso de llamar que se le viera el plumero de su ne- cesidad, dejó pasar una hora y a las diez, no pudo aguantar más y llamó al teléfono de la señora. Le dijeron que no estaba D. José Ramón, pero había dejado el recado de que si llamaba le dieran el teléfono del despacho. No encontraba papel y bolígrafo para escribir el número de teléfono, le temblaban las manos, su tía que estaba en todo le fue tomando nota desde la cocina del número que él repetía para que ella anotara. Cuándo ya lo tuvo, pensó que mal principio era que , tal vez su futuro jefe, pensara que se levantaba a las tantas, cuándo él con menos necesidades o ninguna ya llevaba trabajando varias horas ...Lamentó Agustín no haberle llamado antes, puesto que de ninguna manera quería dar una falsa imagen y menos motivos para especula- ciones sobre su persona que en nada le favorecían. Llamó inmediata- mente, todavía no había desayunado, pero no quería perder más tiem- po y tal vez la gran ocasión de encontrarse, con un trabajo. Latía su corazón tan fuerte que se podía percibir a través del teléfono. Al otro lado del hilo, la voz de una señorita respondía: ¿Dígame?, sí, es el despacho del Sr. Campos, ¿Qué deseaba? y Agustín contestó: Dígale que soy Agustín, el chico de quien está esperando una llamada, que he llamado a su casa y me han dado este teléfono... Un momento por favor, volvió a contestar la señorita... Segundos que a Agustín le parecieron eternos, ahora pensaba estará en una reunión importante será el peor momento para ocuparse de mi asunto, pensará que vaya horas de comenzar el, día ... etc. Salió de sus pensamientos cuando al otro lado del teléfono contestó una voz, autoritaria o al menos acos- tumbrada a solucionar los problemas de un plumazo, que decía ¡Oye! ¿Puedes venir a verme?, me ha hablado mi madre de ti y tengo un asunto que tal vez pueda interesarte... a lo que Agustín sorprendido solo supo contestar: si, si... ¿Cuándo le parece que vaya a verle?... y él le contestó: pues ahora si quieres, todavía voy a estar aquí un par de horas a lo cual contestó Agustín: de acuerdo, voy para allá. Con la emoción y los nervios de la conversación, Agustín, se percató nada más colgar el aparato, que no sabía la dirección dónde debería presen- tarse antes de dos horas, sólo faltaba que en esta segunda oportu- nidad también fallara y sería el final...Tan imperativa le pareció la voz de aquella persona, que solamente le dio lugar a pronunciar mono- sílabos, tan siquiera se le pasó por la cabeza preguntarle dónde se en- contraba su despacho para no parecer pacato o gilipollas. Lo que más le dolió a Agustín era el tuteo con que le había tratado aquel señorito de mierda, que siquiera le conocía y le había tratado como a una per- sona de tercera categoría. Cuándo su tía le vio contrariado por no saber a donde dirigirse, le animo diciéndole que eso se arreglaba volviendo a llamar otra vez y la señorita le daría la dirección. Estaba tan nervioso y atenorado, que ni siquiera una solución tan fácil se le había alcanzado. Así lo hizo y la voz amable, pero ficticiamente amable, estudia- da, le puso al corriente de dónde debería dirigirse. Ya sereno y tranqui- lo en el metro con dirección a la calle indicada, Agustín, iba lleno de dudas, pensando de qué se trataría el asunto, estaba claro, al menos para él que no podía ser otra cosa que proporcionarle un empleo. Aunque no podía por menos que rebelarse ante la situación de inferio- ridad y el trato casi despectivo que le había dado el tal Sr. Campos. En todo caso dado su estatus, reconocía Agustín, que era normal su com- portamiento autoritario, denotando cierto poder y acostumbrado a mandar y resolver asuntos de una forma rápida, con seguridad, como los ejecutivos, sin pararse en barreras...Cuándo quiso darse cuenta, el metro había volado, estaba frente a la estación de su destino. Bajó maquinalmente, como casi siempre, salió a la misma calle que buscaba, trató de encontrar el número de la misma que le había facili- tado la señorita. En un instante se encontraba ante, ¿Su futuro ?... Tal vez... CAPÍTULO IX El lugar era un garaje, un enorme garaje, con una rampa pronun- ciadísima, una boca de lobo al final rematada por unos blancos azulejos hasta el techo y donde un operario estaba lavando un co- che, con una manguera a presión y calzaba unas botas altas de goma de las llamadas Katiuskas. En el entresuelo al que se accedía por unas escaleras de hierro, con peldaños de madera, se llegaba a una oficina con todo el frente de cristales, opacos a la altura de un metro. Agustín entró en el garaje, bajó hasta donde se encontraba el operario lavando un coche, le preguntó por D. José Ramón y este le indicó que tenía que preguntar arriba, señalando, en la pecera dijo, nombre familiar con el que conocerían la oficina. Allí se dirigió, subió las escaleras, pidió permiso para entrar y una señorita, probablemente la misma que le había atendido por teléfono, le dijo que pasara. Agustín se presentó como la persona que había contactado hacía unos momentos por telé- fono y deseaba hablar con el Sr. Campos. La señorita le indicó tomara asiento en uno de los sillones que había junto a una mesita baja repleta de revistas de coches. Mientras llamó por uno de los teléfonos que tenía encima de la mesa a otra dependencia y comunicó su presen- cia, debieron contestarla en sentido positivo, porque dirigiéndose a Agustín con exquisita amabilidad le aseguró, sería recibido ensegui- da. La señorita continuó con su trabajo, como si nada hubiera cam- biado, siquiera la presencia de Agustín, siguió atendiendo llamadas del teléfono con tal soltura y facilidad que llamó mucho la atención de Agustín, sobre todo cuando respondió a una llamada, diciendo: ¡No! D. José Ramón no se encuentra en estos momentos aquí, llame por favor más tarde... Lo cual desconcertó a Agustín que para nada entendía, como se podía mentir con tanto convencimiento, si no, a ver quién le iba a recibir a él entonces. Siguió hojeando revistas, esperando hasta que Dios quisiera... Miraba furtivamente las torneadas piernas de la señorita, que asomaban por debajo de mesa de trabajo, ahora escrib- ía a máquina, también deprisa y con gran facilidad. Se abrió de pronto la puerta de una dependencia contigua, había un despacho y Agustín pensó sería el lugar dónde sería recibido por el Sr. Campos. Un joven más o menos de su edad apareció semi espaldas a él, hablando con alguien que permanecía en el interior, mantenía la puerta entre- abierta al tiempo que continuaba hablando y sujetándola por la manilla. Se volvió, todavía sin cerrar la puerta, y dirigiéndose a Agustín, que trató de levantarse, le indicó permaneciera sentado, se sentó a su lado diciéndole: “No te levantes hombre, y fue directamente al grano, sin más explicaciones. Agustín tuvo que adivinar, por el tono de voz que se trataría del tal D. José Ramón a quien otros llamaban Sr. Cam- pos. ¡Bueno!, comenzó diciendo aquel joven, que ni siquiera se había presentado, daba por sentado que le conocerían sobradamente, quienes hablaban o eran recibidos por él. Continuó diciendo: ¿Así que quie- res trabajar, no? y sin dar tiempo a que Agustín dijera una sola palabra, dijo: Tengo aquí un sitio para ti, ¿Te gustará trabajar en el garaje?...Agustín, aturdido, anonadado contesto: si, si, claro, no era capaz de pronunciar otra cosa que monosílabos y no encontraba el medio de hilvanar una conversación, se le habían roto todos los es- quemas ante la arrolladora y autoritaria presencia de aquel tío que apenas le daba tregua a pensar o reaccionar. En fracción de segundos, Campos le dijo: Acompáñame voy a enseñarte el garaje y bajan- do las escaleras a velocidad de vértigo, le llevó hasta el lavade- ro, le presentó maquinalmente y por encima al empleado, que continuaba lavando coches uno tras otro. Entraron en una nave grande, iluminada pese a ser semisótano, gracias a unos lucernarios que daban paso a la luz de la calle y a una innumerable hilera de tubos fluores- centes, que producían el efecto de ser siempre de día. Casi sin respirar el Sr. Campos continuaba poniendo en antecedentes a Agustín, sin apenas mirarle a la cara, sin dejar de ir de una estancia a otra, ex- plicándole por encima en que consistiría su trabajo, que eso sí, le ase- guraba ser muy fácil. A él, le decía Campos, lo que le interesaba era tener en el garaje una persona de su confianza, confesándole, tal vez para animar a Agustín, que últimamente estaba mosqueado con la marcha del garaje, pese a que le insinuó lo llevaba su futuro cuñado y a quien ahora le presentaría. Le dijo que su trabajo consistiría en ser guarda de noche, lo cual le confería la facilidad de tener todo el día libre, eso sí, añadió: excepto los domingos, día en el que tiene que librar Paco, el otro operario a quien ya conocía de haberle visto en el lavadero. Las condiciones y el sueldo serían igual que las de Paco, pese a ser más antiguo y con experiencia, para compensarle que el trabajo fuera de noche y los domingos de día y de noche. Además, añadía Campos, aquí las propinas son espléndidas, sobre todo por Navidad y eso también había que tenerlo en cuenta. Luego le comentaba que para que la noche no se le hiciera tan larga y pesada, como podía parecer, había que limpiar y lavar una serie de coches que estaban abonados a limpieza. Tanto por fuera como por el interior. Campos, tratando de restar importancia a lo que a Agustín le estaba pareciendo, poco menos que una misión imposible, pues él nunca las había visto tan gordas ... Le daba confianza diciéndole, que ya le explicaría con todo detalle el Sr. Serrano el resto de sus funcio- nes. Subieron de nuevo a la oficina, esta vez le pasó dentro del despa- cho, donde estaba el Sr. Serrano, a quien le presentó al tiempo que le preguntaba: ¿Oye cómo te llamas, a todo esto, que no me he dado cuenta ?. A lo que Agustín con un disimulado abatimiento y haciendo de tripas corazón le contestó: Soy Agustín hijo de Lo- renzo y Josefina a quienes sus padres bien conocían... Bien pues eso es todo, respondió Campos, ya te llamaré para que puedas venir, el lunes, pues hoy es viernes y así empiezas la semana completa. En esta ocasión, le tendió la mano y Agustín, no supo ni se atrevió a decir nada, y menos a llevar la contraria a quien apabullándole le había puesto fuera de combate en todos los sentidos. Volvió al metro, en el silencio de su soledad, recapacitó y visionó la fugaz esce- na de la entrevista que había tenido lugar tan sólo hacía unos ins- tantes. No acertaba comprender, cómo en tan sólo unos minutos, se pudiera determinar el futuro de una persona. Ya se veía como aquel otro empleado... ¿Cómo se llamaba., Félix, Paco? ... qué más daba, con el rostro macilento, blanquecino, viejo, seguramente llevaría un montón de años, sin ver la luz del sol, en aquel sótano, lavando coches, con las manos agrietadas y aguantando lo que no hay en los escritos...Pero una cosa estaba bien clara, o lo tomaba o lo dejaba, aunque bien mirado el Sr. Campos, no le había dado ninguna oportu- nidad para pensárselo, ni para decir no, simplemente lo daba por hecho, como al parecer siempre eran las cosas para él. Llegó a casa, contó a su tía lo de la entrevista y ella le recriminaba que no estuviera contento, tan sólo por la seguridad de un trabajo fijo, de noche, pero que también tenía la ventaja de tener todo el día para hacer a su antojo y que tal y como estaban las cosas de los empleos, bien podía dar gra- cias a Dios por haber encontrado aquello. Agustín trataba de reponer- se de aquella manipulación de su persona, estaba en el fondo agra- decido a Dios y a ese D. José Ramón, de que por fin alguien se hubiera ocupado de él, pero también dolido por lo que a todas luces era una sumisión sin precedentes de sus principios, de su personalidad y cabreado consigo mismo por no haber tenido coraje para mandar a hacer puñetas todo aquel asunto y a aquel individuo que parecía tener dominio sobre todas las cosas... Después de comer se fue al cine, refugio de todos sus males, donde se encontraba menos discriminado que por ejemplo en el metro, siempre que no le tocara una parejita al lado, porque entonces además de sentirse discriminado sentía tal sufrimiento que le traía a su pensamiento a su novia Inés, a quien hacía varios meses que no veía y tampoco le había escrito, total para lo que tenía que contarle, más valía estar calladito ...Ahora en el cine se consideraba como uno más entre aquellos chicos a quienes él siempre se propon- ía como ejemplo, ya tenía prácticamente un trabajo honrado como todo el mundo, ¿Es que había algún trabajo que no lo fuera ? ... pensaba calculando la comparación de un lavacoches con otro cualquiera y queriendo quitar hierro al asunto que no dejaba de darle vueltas en la cabeza. Ello le permitiría poder ver la vida desde otro ángulo bien distinto, comprarse cosas, realizar alguno de sus sue- ños, aunque todavía estaba en el aire, quedaba pendiente compro- bar in situ, en qué consistía el trabajo y si podría desempeñarlo a gusto de su Jefe. Amaneció el sábado y Agustín no tenía prisa alguna en levantarse, tal vez fuera el último día en que podía quedarse en la cama sin la obligación de tener que ir a un trabajo. El lunes sería vida nueva, si todo iba bien y si el Sr. Campos le llamaba porque todo esta- ba como en el aire. Terminaba de desayunar y se disponía a dar una vuelta, como siempre, por el rastro madrileño y también para que la casa no le agobiara y su tía pudiera realizar los oficios con libertad. Bastante daba la lata como para además estar todo el día en casa, dándole vueltas siempre al mismo tema, el trabajo... Sonó el timbre de la puerta, como tantas veces al día, él ni se inmutó. De pronto la voz que oyó le resultaba familiar. Alguien preguntaba: ¿Es aquí donde vive Agustín?, a lo que respondió su tía diciendo: Si señor, ¿De parte de quién? y él dijo: Soy el Sr. Campos, que he venido por si estaba aquí, para que venga conmigo al garaje, pues Paco se ha puesto enfermo y el garaje está sólo, bueno está mi cuñado pero sólo. Agustín dio un respingo y salió al pasillo, entonces dijo a su tía que si- guiera con sus cosas que ya se encargaba él de la situación, y se fue con el Sr. Campos. En el portal de la casa se encontraba un vehículo todo-terreno en marcha y dentro del mismo una rubia, preciosa y muy bien vestida, que llamó la atención de Agustín. Campos le dijo que entrara en la parte de atrás y sin más explicaciones arrancó el vehículo, sin preguntarle nada y siquiera presentarle a la señorita, ni falta que hacía, pensó Agustín , pues todo hacía suponer se trataba de su novia , un ligue o vaya Ud. a saber. Por el camino, le fue explican- do a grandes rasgos, pues la circulación no permitía entrar en mucho detalle, el motivo por el cual se había visto en la necesidad de venir a buscarle. Ya le había explicado lo de la enfermedad de Paco, por lo que se había encontrado entre la espada y la pared y obligado a adelan- tar la fecha de su incorporación al garaje, algo que dejó perplejo a Agustín que comprobaba estupefacto, con qué facilidad resolvía los asuntos el Sr. Campos, su Jefe a partir de este momento. La señorita aprovechó la parada en un semáforo para sacar un estuche de su bolso y retocarse los labios, mientras Agustín pudo percatarse, que a través del espejito era observado por ella con disimulo, pero no quiso darse por enterado. Atravesaron todo Madrid, la distancia era gran- de, Agustín nunca había hecho un viaje por el casco de la ciudad a cielo descubierto, siempre viajaba en metro y rara vez cogía el au- tobús, pues el metro facilitaba más los enlaces para ir a cualquier sitio y salía más a cuenta. Serían las 12 de la mañana, Agustín pensó que lo más seguro sería que tuviera que empalmar con la noche su trabajo. En el garaje, el Sr. Campos acompañado de Serrano, colo- caron unos cuantos de coches que habían ido llegando y el caos era absoluto. Agustín en poco o nada podía colaborar, pues no sabía con- ducir. Una vez resuelto el problema, el Sr. Campos le dijo que no se preocupara por no saber poner en marcha los coches, que todo se aprendía con el tiempo y para darle ánimos le enseñó cómo po- niendo punto muerto y empujando, haciendo maniobras con el volante, también se podía mover el coche y situarlo adecuadamente. Al parecer lo importante era que hubiera alguien en el garaje cuando llegara algún cliente a traer o llevarse su coche. Había un tablero en un cuarto donde estaban todas las llaves y las matriculas de cada coche. La misión de Agustín consistía, le decía Campos, en darles o recogerles las llaves a los clientes y ellos ya sabían dónde deberían colocarlos. Así de fácil. Nada le dijeron sobre la comida, o la cena, si debía de quedarse allí aquella noche, etc.... Solamente el Sr. Se- rrano que era quien al parecer se encargaba de los asuntos del gara- je, le trajo un mono de trabajo, eso sí precioso, con listas de colo- rines por las mangas, bolsillos con cremalleras y algo, que sin saber porqué, le hizo gran ilusión a Agustín, tenía un anagrama bordado en rojo con el nombre del garaje. Se lo puso de inmediato Agustín aunque él sabía que el hábito no hace al monje, por lo menos pensó Agustín, ya perecía un empleado reconocible carente de expe- riencia aún, pero todo se andaría. Una vez que le enseñaron el manejo de las luces del garaje, se marcharon y se quedó sumido en un mar de dudas, sin saber si daría juego en sus funciones o no. El tiempo y su interés por conseguirlo harían el resto. Ya sólo, analizó su situación, investigó por los rincones, fue al baño, recorrió las dependencias del garaje, en una palabra tomó posesión. En el cuarto donde se suponía debería pasar la mayor parte del tiempo, había la ropa de trabajo de Paco, las botas de goma para el lavado de los coches, una estanter- ía con botes de pasta para limpiar las ruedas, gamuzas, bayetas, plume- ros y algunos repuestos para coches: Lámparas, correas, aceites, fil- tros, etc. Apenas se dio cuenta, hasta que la barriga no le avisó, que no había comido, eran las seis de la tarde y como se aburría salió hasta el dintel del garaje. Allí contempló la novedad que para él suponía la calle, las gentes que pasaban indiferentes, los coches en un constante ir y venir. Estando embebido en esta contemplación, el portero de la finca adyacente nada más verle, se le presentó diciendo: Hola, ¿Tu eres el nuevo, no? ... Agustín respondió: sí, el portero continuó diciendo: Yo soy Paco, portero de D. José, para cuánto se te ofrezca. Agustín agradecido correspondió igualmente ofreciéndose por si, necesitaba algo de él. Entablaron conversación, el portero se encon- traba en su medio natural y hablaba y hablaba sin parar. Le puso en antecedentes de su criterio sobre D. José, casi un dios para él, así como acerca de su futuro cuñado y de su novia, que no eran santos de su devoción. Le advirtió tuviera cuidado con Paco, que era un poco pelota y además tenía muy mala leche...Gracias a que llegó un cliente, Agustín tuvo que bajar rápidamente, dar la luz de la nave y entregar las llaves de un flamante Volkswagen que correspondía al cliente, con lo cual pensó se había librado del acoso del portero. Lejos de ello, tan pronto como hubo abandonado el garaje el cliente, Paco abordó nuevamente a Agustín y tomando la iniciativa, al parecer no tenía otra cosa que hacer, le explicó que el cliente que aca- baba de salir, se trataba de D. Julián, un solterón de oro, dueño y director de unos laboratorios farmacéuticos de renombre a quien él conocía sobradamente por las espléndidas propinas que con carácter casi permanente le soltaba, pues también era casualidad que viviera en su casa como D. José, que a la hora de las propinas tampoco era man- co. En estas andaban cuándo apareció el Sr. Campos, con su todote- rreno y entrando en el garaje, con la velocidad de un rayo, era lo habitual en él, dejaba boquiabiertos a quienes le conocían y daban fe del absoluto dominio y pasión que sentía por los coches. Pensó Agustín que tal vez al Jefe no le hubiera gustado verle de cháchara con el portero, pero no le dio ninguna importancia, enseguida bajo Agustín nada más verle y se puso a su disposición. El Sr. Campos le dijo que había venido para que se fuera a comer algo, porque Paco seguía enfermo y tendría que quedarse también por la noche, algo que ya se temía Agustín. Le dijo que al día siguiente domingo, se quedaría él en tanto se pusiera bien Paco. Le indicó había un bar próximo al garaje donde ponían raciones y bocadillos y en cosa de media hora Agustín estaba de vuelta. El Sr. Campos había puesto un coche en el lavadero y le enseñó, prácticamente como había que hacer para lavarlo de forma adecuada, aunque le sobraría tiempo para apren- der, la forma de hacerlo. Le dijo se pusiera las botas de goma, apenas sabía andar con ellas, sacaron las alfombras, las limpiaron y lavaron, luego los ceniceros, después bien cepillado los asientos y la tapicería, lavado por fuera y bien secos los cristales, crema para las ruedas y las llantas agua y champú para la carrocería, una vez bien secado con la gamuza de piel, todo el coche debería brillar como nuevo. Y así había que hacer al menos con doce coches, lo cual aseguraba que no tendría tiempo para aburrirse en toda la noche. A eso de las diez de la noche, se fue el Sr. Campos y le dejó el teléfono de su casa apuntado en un cuaderno que había en el cuarto, a mano por si tenía algún problema, pues vivía muy cerca del garaje. Además había una mesa y un destartalado sillón que otrora fuera de lujo, con los muelles del asiento saliendo por debajo. Le advirtió que a eso de las doce cerrara las puertas y si algún cliente venía ya sabía que debería llamar al timbre para entrar, era lo establecido. Agustín se quedó de nuevo sólo, ni siquiera se había percatado que había un teléfono público en una columna, que funcionaba con fichas y en un bote encima de la mesa había fichas, con un letrero que decía: "Fichas de teléfono a 2,50 Ptas.", negocio montado con toda seguridad por Paco, porque en la calle valían 2 Ptas. solamente. Trató de llevar un coche al lavadero, pero aquello no había quien lo moviera de su sitio, fue a otro y este sí funcionaba, comenzó a poner en práctica las recomenda- ciones que le había dado el Sr. Campos, pero no recordaba muy bien, si primero eran las alfombras o primero había que lavarlo por fuera ... Estando en estas divagaciones, sonó el timbre de la puerta, como un pato con las botas de goma, fue a abrir, no era un cliente, sino el sereno del barrio, un chico joven de unos 25 años, que según le contaba, pasaba allí la mayor parte de las noches haciendo compañ- ía a Paco y de vez en cuando salía para hacer la ronda. Por el deje de su acento, debería ser gallego o asturiano, no le causó mala im- presión a Agustín más bien al contrario, se daba cuenta de lo importan- te que era para él, no estar sólo, poder contar con la presencia y expe- riencia de aquel chico, aunque solamente fuera por la veteranía y el tiempo pasado con Paco, seguro que sabía más que él de todo lo rela- cionado con los asuntos del garaje. Agustín volvió a cerrar la puerta, continuó con el coche del lavadero poniendo en práctica los conse- jos que le daba "Toñito" como le dijo el sereno que se llamaba. Luego el sereno le confesó, que tenía por costumbre echarse un sueñe- cito dentro de uno de aquellos fabulosos coches que encerraban allí, siempre distinto para que no se notara, Paco nunca le había puesto ninguna pega a cambio le daba compañía y seguridad, caso de que alguien quisiera entrar con malas intenciones pues nunca se sabe, decía, porque en la noche hay gente para todo. A eso de las cinco de la mañana, Agustín que no estaba acostumbrado a trasnochar, se caía de sueño, la boca reseca, cansado y además solamente había lavado cua- tro coches, aunque a estas alturas ya sabía por qué el primero no anda- ba a empujones era que tenía el freno de mano echado. Toñito era un lince, le explicó cuánto había que saber para tratar los coches con cuidado, los trucos de como lavarlos rápidamente sin pararse en miramientos y tener tiempo para dormir. De madrugada a punto de rayar el día, se despidió el sereno, ésta escena se repetiría muchas otras noches en adelante con pocas variantes y Agustín se volvió a quedar sólo, pensativo, consciente de cuál era su porvenir...Serían las diez de la mañana, cuando llegó el Sr. Campos, ya era domingo y Agustín ni se había percatado de ello. Venía a hacer el relevo porque debería volver por la noche, aunque en el futuro los domingos, tal y como habían acordado, debería estar de día y de noche, para que librara Paco, pero por ser el primer día no quería el Sr. Campos se le hiciera muy pasado. Salió del garaje, con sueño, mal peinado, con hambre consciente de que en adelante éste sería el plan de su vida. Entró en una iglesia a oír misa agradecido a Dios por su nuevo empleo, a punto estuvo de quedarse roque durante la homilía, que el cura decía como un autómata. Cuando llegó a casa, no podía disimular su contrariedad, su tía no le dio importancia, pues conocién- dole le decía que eso de trabajar de noche con el tiempo se superaba y el cuerpo terminaba acostumbrándose a todo. Tomó un poco de café y se fue a dormir, porque a las nueve de la tarde tenía que volver a in- corporarse al trabajo. A grandes rasgos, Agustín se fue haciendo a la vida y costumbres que el garaje imponía, con la colaboración de Paco ya incorporado, y Toñito, que le enseñaron todas las triquiñue- las del oficio y no dar demasiada importancia aquello que le parec- ía una montaña. En todo caso tenía la sensación de estar perdiendo el tiempo y algo peor, haciéndose un vago. Esa era la sensación que tenía al disponer prácticamente de todo el día libre. Se había acostum- brado a ir al cine a la salida del garaje, a las llamadas sesiones matina- les, donde abundaba la gente del hampa y eso no le hacía ninguna gracia, después iba a comer y se acostaba hasta mediada la tarde. Fue habituándose a éste ritmo de vida y también aprendió a dormir en un buen coche la mayor parte de la noche. Como disponía de todo el tiempo libre del mundo, había escrito mil veces a su novia a la que tenía al corriente de su perra vida, también de sus proyectos y sueños inalcanzables por el momento. Sucedieron muchas cosas durante el tiempo que trabajó en el garaje, situaciones acciden- tadas, broncas y cosas más agradables, como por ejemplo haberse sacado el carné de conducir por cuenta del garaje en una autoescuela cuyo director guardaba allí su coche y se tomó un interés muy especial, en enseñarle bien por la cuenta que le traía. Las propinas eran efectivamente buenas y frecuentes, lo que hacía un complemento indispensable, ya que el sueldo precisamente no era muy grande. Agustín se acostumbró a esta forma de trabajo y aprendió a sobrelle- varlo, pero no veía fuera oficio para el futuro, ni para pensar en casarse ni, como medio de vida en definitiva. No obstante como no había otra alternativa, se decía para sí, que a falta de pan buenas son tortas, había que aguantar hasta que vinieran tiempos mejores. Tenía confianza con algunos clientes, a quienes supo caerles bien y granjearse sus simpatías. Un día uno de los clientes le insinuó le podía presentar a un amigo que se dedicaba a la alta costura y pases de modelos, tal vez, le dijo tu podrías aprender a pasar modelos, tienes buen tipo, buena presencia y creo que te vendrían bien un dinero extra. Pero a Agustín aquello le parecieron mariconadas del cliente, que era un poquito amanerado y apenas hizo caso. El tiempo transcurrió y la verdad es que todo marchaba sobre ruedas, el trabajo ya no le resultaba tan duro y monótono como al principio, además de tener mucho tiempo libre. CAPÍTULO X El Jefe de Agustín que no paraba de poner iniciativas en práctica, o se las proponían llevarlas a efecto. Una mañana le llamó a la oficina del garaje para comentarle si le interesaría trabajar de día en lugar de por la noche. Agustín sin dudarlo un instante le contestó afirmativa- mente, más que nada porque no encontraba la manera de trabajar como la mayor parte de la gente y además porque cruzó por su mente que cogería el puesto de Paco y traerían a otro nuevo para por la noche. Sin embargo los tiros no iban por ese camino. El Sr. Campos, le comentó que tenía pensado montar un almacén de recambios para coches, con un socio que era quien le había propuesto la idea, un socio un tanto raro al aparecer así de la noche a la mañana, que por esa razón tenía que pensarlo muy despacio, pero quería saber si podía contar con su colaboración. Agustín en su honestidad, le confesó a su Jefe, que él no tenía ni el más remoto conocimiento de los asun- tos relacionados con recambios, pero que si confiaba en él su disposi- ción era absoluta...Pasaban los días sin que la propuesta tuviera efecto, sin embargo Agustín observaba que en una calle adyacente al garaje se estaba habilitando un magnífico local propiedad del Sr. Campos, con dos grandes escaparates, un mostrador y todo tipo de decoración en consonancia con lo que pretendía ser una distribuidora de recambios para vehículos de importación, como rezaba en un letrero luminoso que ocupaba toda la fachada del local. D. José Ramón le contó confi- dencialmente a Agustín, que no quería adelantar acontecimientos, en tanto no fuera una palpable realidad, sin embargo le facilitaría catálo- gos y documentación para que se fuera orientando, en referencias, modelos, año de fabricación y despiece en general de vehículos prefe- rentemente de marca alemana. Al principio Agustín pensó que aquello era tan difícil como aprenderse de memoria la guía de teléfonos, pero poco a poco fu asimilando ideas, organizando su mente para ir descubriendo que sabiendo manejar los catálogos, no era necesa- rio saberse de memoria las referencias y modelos cómo a él podía parecerle. Todas las piezas tenían un código o referencia en catálogo y además en el mismo explicaciones tales como: la posición, fun- ción que desempeñaba la pieza de que se tratara, modelo exacto de vehículo, año de fabricación, el precio, etc. No habían transcurrido tres meses cuándo llegó el día de la inauguración de la tienda. Una tarde de sábado, se dio cita a los futuros clientes del gremio, se sirvió un vino español con abundantes canapés y oficialmente se puso en marcha la tienda. La tienda era un hermoso local, con secciones bien diferenciadas, en un lado frenos, en otra iluminación, en otro más al fondo motor, lubricantes, filtros etc.... En el sótano una galería llena de estanterías con innumerables cajas aún sin abrir, para reponer las existencias, además de despachos, oficinas montadas con todo lo necesario, máquinas de escribir, calculadoras, teléfonos, etc. ... Agustín formaba parte de la plantilla que en un principio era poca, él para el mostrador y tomar los encargos del teléfono, dos señoritas que harían una de secretaria del Sr. Campos, la otra llevaría la contabilidad y atendería el despacho del que sería Gerente el socio que había parido la idea, pero sólo eso. El dinero corría por cuenta del Sr. Campos que confesó a Agustín esperaba estuviera con los ojos bien abiertos, pues no se fiaba mucho de su socio el Sr. Pera- les, quien dominaba a la perfección la situación, no en vano procedía de un almacén similar dónde había estado de encargado general duran- te quince años y de donde se sabía, había tenido que salir, más bien por la fuerza que por propia voluntad. La marcha de la tienda era crecien- te, los pedidos iban en aumento, hubo que contratar representantes, repartidores, contables para la oficina y Agustín ponía el máximo empeño en hacerse con los mandos de la nada fácil tarea de llegar a ser encargado de la tienda. El Sr. Perales, le iniciaba con la idea de que en la medida que se fuera él liberando de las funciones del mostrador, tendría más oportunidades de ocupar el puesto de Gerente, que era lo que perseguía a toda costa. La empresa se fue haciendo grande, cada día venían más contenedores de Alemania, Francia, Italia, Suecia y naciones del entorno europeo. Agustín era el encargado de recepcionar el material, situarlo en las estanterías y dar salida a los diferentes artículos para los clientes, que cada día eran más numero- sos. La empresa se consolidaba, gracias a las inyecciones de dinero que el Sr. Campos constantemente aportaba. Agustín estaba loco de contento, por fin había dado con un trabajo, digno, remunerado, con categoría. De ello daba buena fe el hecho de que había renovado su ropero, calzado, etc... Incluso tenía previsto ir al pueblo a ver a su novia, familia y ami- gos, puesto que ya se consideraba uno más de los muchos que trabaja- ban en la Capital y cuándo les apetecía iban al pueblo. Tanta confianza llegó a depositar en Agustín sus Jefes que le encargaron, como máxi- mo responsable, abrir y cerrar la tienda a las horas que correspondie- ra. Ellos viajaban constantemente de acá para allá, nombrando distri- buidores, visitando clientes, haciendo gestiones de alta dirección. Agustín dominaba en lo relativo a la tienda la situación, hasta el ex- tremo de utilizar uno de los vehículos de reparto, a la hora de irse a comer a casa y muchas noches, porque se quedaba organizando la tienda hasta bastante tarde. A quien él consideraba realmente su Jefe, por quien había entrado en la tienda, era al Sr. Campos. El Sr. Perales, le ofrecía mínima confianza, o respeto alguno, era una per- sona vulgar y como tal le consideraba un "vivo" que había encontrado un mirlo blanco, pero había que echarle muchos redaños para igual que el Sr. Serrano del garaje, aprovecharse en el más amplio sentido de la palabra, de la candidez manifiesta del Sr. Campos. Un incidente perso- nal del Sr. Campos, vino a cambiar lo que seguramente era ya un hecho, es decir su inminente boda con la señorita Marga. Un amigo de Moncho, de los que siempre andaba medrando junto con otro puñado de parásitos, vino un día al despacho y le comunicó que su novia Marga se estaba divirtiendo de lo lindo en una playa, con un amigo común de ambos y se sabía era un Play-Boy. Aseveración tan atrevida e importante, podía dar al traste con la relación de Moncho y Marga, por eso le pidió a éste se mirara muy bien y midiera sus pala- bras, pues era bien sabido por todos los amigos de su inminente boda, con lo cual estaba quedando en evidencia. Tan seguro estaba de lo que estaba diciendo, que no podía por menos, le decía su amigo, que a pesar que era consciente le causaría un gran dolor, se había sentido en la obligación moral de ponerle en antecedentes, de algo que no era de oídas sino que él mismo había presenciado. El sábado, a la hora de cierre a las dos de la tarde, Moncho llamó a Agustín y le preguntó si tenía algún compromiso para el fin de sema- na. Agustín un tanto perplejo por la pregunta respondió, que lo habi- tual era ir al cine, dormir más de lo ordinario y poco más. Campos le invitó a ir con él a la playa, donde todos los fines de semana iba a pasarlo con su novia. Siempre iba los domingos y se volvía los martes, pero en esta ocasión adelantaba el viaje, porque quería comprobar in situ, cuanto le había comentado su amigo. Salieron a las tres de la tarde, comieron un bocadillo por el camino que era lo que menos le importaba a Agustín, pues observaba cara de pocos amigos en su Jefe, que apenas hablaba e iba a una velocidad que daba vértigo. Llega- ron al lugar de destino, fueron directamente a un apartamento, dónde a juzgar por el recibimiento, D. Ramón era bien conocido. Dejaron sus pertenencias y se pusieron en traje de baño. Aparecieron en la playa, que tan cerca se encontraba de la torre de apartamentos, que cuándo subían las mareas, las olas, lamían el zócalo de ella. Campos conocía el lugar donde más o menos acostumbraba Marga a permanecer tomando el sol. Allí se dirigieron entre una inmensa muchedumbre de bañistas y chicas que a Agustín los ojos le hacían chiribitas. De inme- diato Campos cambió de color, se tensó su rostro, lívido de indigna- ción pudo contemplar en efecto, como Gonzalo, uno de sus íntimos, yacía en una toalla semiabrazado a Marga quien a su vez le hacía ca- rantoñas ondulándole el pelo...¡Qué lejos estaba la parejita de saber que eran observados... !Moncho se acercó, se quitó las gafas de sol y cuándo estuvo a la altura de ellos, dijo con voz imperativa: ¡Marga! ¿Puedes venir un momento?... La pareja se levantó como impulsa- das por un resorte. Y sin mediar palabra Moncho arreó un bo- fetón a Marga, que fue a dar con su precioso cuerpo en la arena. Gon- zalo se abalanzó hacia Campos pero Agustín se interpuso entre ambos frenando el ímpetu de Gonzalo y Moncho que pretendían liarse sin más explicaciones. Moncho con lágrimas en los ojos, dolido en lo más profundo de su ser, avergonzado por la evidencia de los hechos y Agustín sin pronunciar palabra, volvieron sobre sus pasos al apar- tamento. Un profundo silencio presidió por unos momentos aquella tensa situación. Para nada cambió la serenidad y sangre fría de que hacía gala constantemente Campos, aun en situaciones límite como la presenciada por Agustín tan sólo unos momento antes en la playa. Pasado un rato de los incidentes mencionados, deseoso olvidar aquel mal trago, Campos invitó a Agustín a ir a cenar, diciendo sarcásticamente: Vamos a Ahogar las penas en vino. Fueron a un lujo- so restaurante, también allí le conocían por nombre propio y fueron objeto de un excelente trato. Pensaba Agustín, que solamente faltaba para completar el día, que aparecieran la parejita de marras y menuda se amaría otra vez...Como si sus sospechas se hubieran convertido en realidad, hicieron acto de presencia Marga y Gonzalo, que ahora vesti- dos aparentaban otra cosa, más elegantes y finos que viéndoles en la playa en traje de baño y tirados en la arena. Cuándo Campos les vio aparecer, lejos de perturbarse ni de cambiar un solo músculo de su cara, parecía estar esperando el momento. Se levantó al verles, Agustín también, aunque con distinto pensamiento interior ambos, Campos por cortesía, Agustín por si había que repartir tortazos...Una vez enfrente unos de otros, aun no se había servido la cena, se ofreció Campos a cederles un sitio en la mesa, pero Marga con los ojos inundados en lágrimas, solamente pronunciaba con frases entrecortadas: Perdón, Moncho, perdón, no es lo que tu crees... Déjame que te explique… A todo esto Campos no hacía el más mínimo caso. Gonzalo por su parte le decía: Estoy dispuesto a darte cuántas explicaciones sean necesa- rias, para deshacer el entuerto, ya se, continuaba diciendo que todas las evidencias que acompañan al asunto están en mi contra, pero te juro que no es lo que a primera vista pudiera parecer, y continuaba diciendo: Casualmente coincidimos aquí hoy, pues mañana tengo billete de avión para marchar a Francia dónde sabes que me espera mi familia como todos los años, con lo cual nada de lo que parece es cierto, sino ficción ... Producto de una maldita coincidencia. Moncho ni siquiera contestó, llamó al camarero y sin haber empezado a cenar, se marcharon él y naturalmente Agustín, sin más explicaciones que una displicente y sardónica sonrisa. Continuaron de marcha durante la noche, de club en discoteca y bien entrada la madrugada volvieron al apartamento a dormir unas horas antes del regreso a Madrid. En el suelo, junto a la entrada de la puerta del Apartamento había una nota de Marga, en sobre color rosa, Moncho la cogió y la rompió directa- mente sin leer su contenido. A las doce del mediodía, Moncho dolido en lo más íntimo de su persona y Agustín con la espalda quemada por el sol de la playa a la que no estaba acostumbrado, volvieron a Madrid sin apenas intercambiar palabra y con la discreción que distinguía a Agustín, quien habiendo sido testigo presencial de los hechos no necesitaba más explicaciones puesto que los acontecimientos hablaban por sí solo. Todo marchaba indiferente después de aquella odisea para Campos en relación con Marga. Ella llamaba frecuentemente por telé- fono y Agustín que era quien atendía las llamadas, pese a su buena voluntad, no pudo conseguir que Moncho comunicara con ella. Marga estaba definitivamente borrada de la lista de Moncho para siempre. Había dado instrucciones a Paco el portero para que facili- tara la entrada a su ex novia y pudiera llevarse sus pertenencias per- sonales. En cuanto a su ex cuñado el Sr. Serrano, después de una lar- guísima conversación en la que le puso en antecedentes, le dio un plazo de tiempo suficiente para que abandonara la asesoría y las múlti- ples ocupaciones que le unían a él. De nada valieron las explicaciones de Julio, que consideraba el hecho como una chiquillada sin mayor importancia y cuántos argumentos se le ocurrían para quitar hierro al asunto, veía se le iba de las manos, por una tontería de su hermanita, que solamente sabía meter la pata constantemente y era un poco cabe- cita loca. Campos vendió su parte en la propiedad del garaje y nunca más quiso saber, a pesar de las frecuentes mediaciones de sus amigos, de la familia Serrano, que como solía decir con displicentes comentarios, para él aquella familia, había muerto. Cansado de vagabundear por círculos en los que antes se presentaba siempre acompañado de su novia Marga, convertido en un soltero de oro apetecible más por su posición económica que por su valía personal, Moncho fue pasando como una pelota de tenis de una a otra de las muchas amigas que no habían perdido la esperanza de cazarle, pero su reciente experiencia en el terreno amoroso le puso en guardia y se dejaba querer, pero a la hora del compromiso formal no había nada que hacer. Esta situación creó en él un inusitado interés por el negocio, incluso bajo la influencia del Sr. Perales, acordaron montar una empresa paralela de importación de vehículos deportivos de prime- ras marcas internacionales. El primero que vino de Inglaterra, fue para Moncho. Era el bautismo en el negocio y quiso ser el primer cliente, esperando cundiera el ejemplo en su entorno, toda o casi toda gente de alto poder adquisitivo. Aburrido de la monótona vida de juergas y amigotes, quiso dar un giro a su vida y con tal fin le propuso a Agustín la oportunidad de ir a su pueblo con él, a probar uno de aque- llos fabulosos coches de importación. Agustín que ardía en deseos de ver a su novia, vio el cielo abierto ante tal proposición aceptó sin demora para que no hubiera lugar a arrepentimiento por parte del Jefe. El primer sábado por la tarde que fue posible, las dos, más o menos, bocata de tortilla preparado por Dña. Antoñita, carretera de La Coruña, vehículo deportivo potente de dos plazas, Moncho y Agustín, cada uno con un interés bien diferente, se presentan en el pueblo, entre el pulular del gentío en la carretera, pues nada menos que estaban en fiestas y los paseos a eso de las nueve de la tarde, estaban en pleno apogeo de su concurrencia. Quiso el destino o el azar, que nada más entrar en las inmediaciones de la población, apareciera Inés, novia de Agustín. Abrazos, caras de sorpresa y emoción, rubor y las consiguientes presentaciones: Aquí mi novia, aquí mi Jefe, etc...Inés llena de orgullo y también de sorpresa, no quiso separarse de Agustín y Moncho, la acomodaron en medio del biplaza, para nada práctico, y dieron un recorrido por el pueblo. Fueron a casa de Agustín, Josefina su madre daba gracias, a Dios y al hijo de Dña. An- toñita, por lo bien que al parecer estaban tratando a su hijo, buena prueba de que eso era así, era el hecho de que hubiera querido traerle a su pueblo. En el fondo Agustín estaba avergonzado de las excesivas muestras de agradecimiento que daba su madre, pues él era consciente, de los motivos inconfesables que habían propiciado aquel viaje, pero todo lo daba por bien empleado viendo el rostro radiante de alegría de su novia y la cara de satisfacción de su madre, que ahora ya estaba más tranquila viendo que su hijo había sabido estar a la altura que ella siempre había esperado y sabiendo tenía a su lado un buen protector. Anochecido salieron al son de charangas y estallidos de cohetes, animados por el bullicio de las comparsas de gigantes y cabe- zudos y un baile que la Comisión de Festejos del Ayuntamiento cele- braba en la plaza del pueblo. El lugar no podía ser mejor, la noche agradable, las fiestas en todo su esplendor, la situación invitaba a pres- tarse y dejarse llevar por el ambiente y Moncho no estaba dispuesto a dejar pasar la ocasión. Como en la plaza había mucho bullicio y albo- roto, aparte de que a Inés le daban verdadero pánico las tracas y fue- gos artificiales, sobre todo una amorcillada ristra de tracas que adorna- ban las paredes de los soportales de la plaza, decidieron ir a una de las pistas de baile al aire libre, en una terraza sentados donde pasarían el resto de la velada. En el fresco ambiente de la terraza, con la pista de baile a sus pies, fueron intercalando los tres, bebidas con bailes, mien- tras eran punto de mira de afiladas miradas, que insistentemente se preguntaban ¿Quién sería aquel joven rubio, que acompañaba a Agustín? ... Al día siguiente domingo por la mañana, espléndido sol, toque de diana, música de charangas en las calles, cohetes , cabezudos y olor a churros que impregnaba la calle de Agustín y su casa, improvisado Hostal esa noche para su Jefe, pues los alojamien- tos andaban muy solicitados por ser fiestas. Sonaban las campanas de la Iglesia próxima, casi pegando con la casa, Josefina preparaba con primor el desayuno digno de un magnate. Era tanto el agradeci- miento a la familia Campos, que no escatimaba nada para agasajar a quien tenía como huésped. Agustín al despertar, temía que todo fuera un sueño, pero la voz de su Jefe que ya andaba hablando con su madre, le sacó de dudas, era una alegre realidad. Desayunaron, cogieron el deportivo, estuvieron en mil sitios siempre acompañados de su inseparable Inés. Campos estaba realmente entusiasmado, visita- ron los chozos que ponen por las fiestas en el castañar, tomaron pon- che y peces, sacaron las entradas para los festejos taurinos de por la tarde. Agustín presentó sus amigos a su Jefe y éste encajó de inmediato en la panda, al menos eso deducía Agustín a juzgar con la familiaridad con que trataba con ellos. Por la tarde, ya en la plaza de toros, pequeña pero coqueta, adornada de fiesta lo que menos había que ver era el espectáculo taurino como tal, pues ni el cartel ni el ganado servía. En cambio Moncho no perdía el tiempo, estuvo todo el tiempo cruzando miradas con una niña, de ojos achinados, rubia y tostada por el sol de la piscina, con una pamela amarilla, que contrastaba con el resto de su atuendo. Ella, lista como una ardilla, no apartaba la mirada de él. Se puso unas grandes gafas de sol que llevaba a manera de turbante recoge pelos, para de esta forma, aunque la dis- tancia no era mucha, mirar sin ser vista, analizar y escudriñar las fac- ciones para nada desagradables de aquel para ella príncipe azul, que para su fortuna se fijaba en ella de manera casi permanente. Ella anda- ba ya entrada en años y como se decía en el pueblo, no se había comi- do una rosca. Campos, lejos de atender las farragosas faenas de la lidia, andaba con el tejemaneje de entablar un sordo dialogo con la muchacha. Intercambiaban gestos que solamente la química del ena- moramiento entiende. Permanecían atraídos por un magnetismo espe- cial, que iba a mayores. Al terminar el festejo, del que Moncho ni se había enterado, preguntó con mucho interés a Agustín acerca de aquella chica de tejanos y sombrero amarillo, a lo que éste informó con todo detalle, pensando que había sobrados motivos para que saltara la chispa entre ambos. Le explicó que era una niña bien, hija de una numerosa familia en la que ella era la única hembra, todos los herma- nos cuatro o cinco la mimaban y cuidaban como a la niña de sus ojos. Su padre tenía una fábrica de muebles de prestigio y la posición de la familia en el ámbito del pueblo era realmente distinguida. Agustín, recordaba cuando niño, haber tenido trato con ella en el Colegio de Monjas, en los ensayos de las comedias que representaban en el centro de Acción Católica, lo que le daba cierta licencia para al menos poder presentársela. No hicieron falta más argumentos, para que Moncho le pidiera nada más salir al paseo se la presentara en la primera ocasión propicia. Fueron a buscar a Inés y le propusieron el plan de ir juntos las dos parejas, si ella aceptaba, y también contando con que se pusiera a tiro aquella chica que Moncho pretendía conquis- tar. Inés la conocía muy por encima, pero no tuvo reparos en aceptar la invitación si Chelo aceptaba, consuelo es lo que yo necesito, decía irónicamente Campos...En el paseo de la carretera, todo era bullicio y jolgorio, las tómbolas y carruseles para niños, el tío Vivo, los tenderetes iluminados con carburos, las colgaduras de guirnaldas y farolillos de papel daban un colorido y alegría al paseo fascinante. De fondo, se percibía el son de las orquestas de las pistas descubiertas en las discotecas. Con tres amigas apareció Chelo, ensartadas del brazo como de costumbre. Moncho la vio primero y le dijo a Agustín: Ahí viene, venga, preséntamela...Se lo decía en un tono casi tan autoritario como a el que estaba acostumbrado, aunque con cierto aire de ruego, no como una orden seca y tajante. Inés en un aparte, llamó a la chica por su nombre, tenía confianza con ella, como con el resto de la pan- da, pero no de amistad sino de verse con la frecuencia que ocurre en una localidad pequeña. Chelo a quien no cogió de sorpresa la cuestión, pues las mujeres intuyen¿Cuándo y por qué ? ocurren estas cosas, se separó de sus amigas quienes entendiendo las circuns- tancias del momento continuaron su paseo quedándose Chelo con Inés. En tanto Agustín procedía a las presentaciones pertinentes, que por otra parte estaban casi de más. Tomaron mesa en una terraza con baile. Se estableció rápidamente un aire de camaradería que fue su- biendo de tono medida que se sucedían las piezas de baile. Chelo hacía desigual pareja con Moncho, era más bien bajita pero bien proporcio- nada, sus altos tacones disimulaban de alguna manera esa diferencia pero al parecer no era obstáculo por parte de Campos, que cada vez se le notaba más acaramelado y sin prisa de que pasara aquella primera noche. Al día siguiente, la amistad era un hecho, habían que- dado la pareja en verse y estar juntos toda la mañana en la piscina y así lo hicieron. Moncho no había quedado para ir a comer con Agustín y su familia. Algunos amigos de Agustín aseguraban haber visto el coche camino de un Restaurante en las afueras del pueblo. ¡Cosas del destino!... Resulta que aquel Restaurante., otrora Hostal, refor- mado y puesto al día, era el mismo en el que el Capitán Campos, se había alojado el primer día que vino a conocer personalmente a Anto- ñita, como también parecían cosas del destino que ahora ambos hijos estuvieran recreando sin pretenderlo, una situación parecida a la que años atrás protagonizaran sus padres ...Inés y Agustín contentos por haberse librado de continuar haciendo de carabina, en su ambiente con sus amigos, se lo pasaban a lo grande. Fueron a los toros por la tarde con toda la panda y estando dentro de la plaza, se unieron a ellos Moncho y Chelo, que al parecer ya se trataban públicamente como una pareja en relaciones formales. Continuaron el resto de la tarde-noche juntos, montaron en el coche cuántos pudieron, iban por el pueblo cantando entre las Peñas de las diferentes agrupaciones, eran recibi- dos e invitados en cualquier bar o mesón que entraban y se esta- bleció una corriente de amistad a la que Moncho sucumbió hechizado por el magnetismo de Chelo y por la campechanía con la que le trata- ban los amigos de Agustín Pero a la mañana siguiente había que partir ...Las obligaciones, sobre todo de Agustín, no podían esperar. Chelo no quería desprenderse de Moncho, temía fuera una fiebre de verano, y todo quedara en el olvido. También a Inés le ocurría otro tanto, pero tenía muy claro, que lo primero era el deber, si querían en un futuro próximo, poder llegar a casarse y estar siempre juntos, sin estas desga- rradoras separaciones. En todo caso la despedida fue triste, larga y difícil. A eso de las cuatro de la mañana, rendidos, cabizbajos pero el ánimo encendido, emprendían regreso a Madrid quedando atrás unos días grandes, inolvidables, de juerga, así como un camino abierto para sucesivos encuentros que a Agustín le venían a pedir de boca. Y así fue, llegado el sábado siguiente, se repitió de nuevo el viaje, bocadi- llos incluidos y a partir de ese día, fue una continuación sistemática de viajes, encuentros y planes de futuro para ambas parejas. Moncho ya se alojaba en un Hotel y algún que otro día se quedó dormido, excusa que ponía para prolongar su estancia en el pueblo con Chelo, era cuándo Agustín tenía que volver en tren, lo que significaba llegar tarde al trabajo, pero nunca se atrevía a decir nada a su Jefe, comprendiendo que éste no iba a alterar su vida para darle a él facilidades. El negocio marchaba viento en popa, como para pensar en el futuro con optimis- mo y en este sentido Inés y Agustín hacían planes a corto plazo. Pero de lo que no cabía ninguna duda era de la buena marcha de las relaciones de Chelo y Moncho, tanto es así que empezaban a hablar de boda y ap enas llevaban un año de novios, además con visitas esporádicas de los fines de semana, eso sí daba lo mismo que lloviera o nevara. Lo de los viajes llegó a ser como un acontecimiento perma- nente no por ello menos esperado, cada poco con un modelo de coche diferente, lo que tenía muertas de envidia a las amigas de Chelo, que constataban que además de haber encontrado el hombre de su vida, era además un ejemplar único en su género en cuánto a su realidad económica, de eso se encargaba la mamá de Chelo , lo divulgaba pre- sumiendo de que su hija había encontrado lo que merecía y adornándo- la de todas las virtudes habidas y por haber. Decía que Dios, por fin, había hecho justicia con su hija y que nunca es tarde si la dicha es buena. El anuncio de la boda se hizo realidad pública, para Septiembre dijeron los novios, aún quedaba medio verano por delante, viajes, las fiestas, todo...Inés y Agustín en cambio recibieron la noticia con pesar, se acababa el chollo a que se habían acostumbrado, eso de ir y venir todas las semanas al pueblo, era algo que necesariamente no podía salir tan redondo. Y eso que Agustín colaboraba a su medida, conduciendo siempre al regreso de noche, mientras su Jefe dormía aunque le importaba en absoluto, pues gracias a esta circunstancia se soltó en la cuestión de conducir que de otra manera hasta se le hubiera olvidado al no tener la ocasión de practicar. En casa de Chelo los preparativos de boda en marcha, los muebles que corrían, como no podía ser de otra forma, por cuenta de su padre iban a ser los mejores que nunca se hubieran visto. Se encargaron trajes para toda la familia y del vestido de la novia se encargó personalmente una amiga, que tenía boutique de ropa de señora, presumía tener contactos con las mejores firmas para este tipo de eventos y prometiendo a Che- lo no defraudarla. Mientras esto ocurría, en cambio en casa de Moncho apenas hubo que preparar nada, solamente poner en orden la casa que hacía varios años estaba dispuesta para vivir en ella, un toque de actualidad y poco más. Dña. Antonia, vivía momentos de emoción y recuerdos viendo reproducirse en su hijo con inusitada exactitud sus propias vivencias y situaciones, trataba de convencer a su hijo de que estuviera bien seguro del paso que iba a dar, no fuera a ser que actuara por despecho e influido por lo que le había ocurrido con Marga y le estuviera pesando toda la vida. Moncho la tranquilizaba dándole razo- nes suficientes de que había encontrado la mujer de su vida y se había formulado todo tipo de consideraciones antes de dar el paso definitivo que le llevaría al matrimonio. También en casa de Chelo ante la decisión de la boda, tuvieron ciertos reparos para aceptar, pen- saron era una decisión un tanto precipitada y trataban de disuadir a la “niña”, haciéndole ver que una relación tan corta y esporádica como la suya con Moncho, podía traerles amargas consecuencias y su padre precisaba sentencias como: “Quien lejos se va a casar, o va engañado, o va a engañar ". Sin embargo Chelo estaba, totalmente convencida de que su amor no era pasajero, ni la pasión había puesto una venda en sus ojos. Presumía de conocer a Moncho, que era para ella como un libro abierto y no había más que hablar. Todos y todo se preparaba para tal acontecimiento. En la empresa de Moncho, corrió la voz de que el Jefe se casaba con una chica del pueblo de Agustín. Todos querían conocer pormenores, del asunto, hasta entonces guardado con sigilo. En el pueblo se esperaba el gran día con curiosidad y cierto morbo. Las chicas soñaban con bodas imposibles, ahora les era más fácil pensar que todo era posible, también ellas podían encontrar algún día por mor del destino un príncipe azul , como Chelo que a pesar lo que se le venía encima no daba síntomas de nerviosismo alguno. Se sentía punto de referencia entre sus amigas, que andaban como locas, exaltadas, de aquí para allá, con los preparativos, con las invitaciones, con sus trajes y mil detalles...Lo único que no parecía ponerse de acuerdo con las circunstancias era el tiempo, amenazante y sombrío contrastaba con las ilusiones y preparativos de los familiares y ami- gos. Y así fue como llego el día del gran acontecimiento, ya avanzado Septiembre. El pueblo se llenó de vehículos de todo tipo, el lujo de los mismos daba fe de que la boda que se celebraba era de campani- llas, de alto copete decían en el pueblo. La ermita del Cristo estaba a rebosar de flores y engalanada con la solemnidad de los días grandes de fiestas. Un desfile de camareros, con el protocolo requerido pasaban por los invitados a la salida de la ceremonia, corta pero inten- sa. Las presentaciones de los familiares, que se conocían en aquel acto, estaban a la orden del día. El ir y venir de coches de la ermita al pueblo, solamente era comparable a los días de las fiestas patronales. El banquete, sorprendente tanto por el servicio como por el menú encargado en Madrid, fue un éxito rotundo, al igual que la or- questa que estuvo amenizando el banquete. Después continuó el baile hasta entrada la noche en la terraza del Hotel. Agustín e Inés habían olvidado todo protocolo, asistían a la boda, como preludio de la suya. Eran momentos intensos y salvando las distancias, en lo refe- rente a lo económico, para nada envidiaban a la pareja de recién casa- dos. Ellos también lo llevarían a término en el momento que tuvieran resuelto lo de la vivienda, para algo tenía Agustín echado el ojo en una urbanización, a un piso que parecía estar hecho a su medida. Se acabó la boda, acabó la juerga, se despidieron los comensales invita- dos, quedaron los más íntimos con los recién casados. Pasó la euforia, el lujo de los vestidos, la solemnidad de la ceremonia, los amigos y familiares volvieron a sus vidas. Moncho y Chelo, aquella misma noche, se marcharon a Madrid. Lágrimas por parte de ella ... ¿ De Júbilo?... ¿De pena por tener que separarse de los suyos? ... ¿ ? Quien sabe...Una vida nueva se abría para ella. Anochecido, Agustín tomó los mandos y el volante del coche que les llevaría hasta Madrid. Los novios se quedaron en un Hotel a pocos kilómetros de la capital y él continuó viaje hasta entregar el coche en el garaje. La única diferen- cia a partir de ese momento, importante para Agustín, era que ya no habría viajes al pueblo todos los fines de semana. Tal vez por Navidad o fechas muy señaladas, como todo el mundo, pero sólo eso...Empezó el lunes su trabajo, con el ánimo bajo, sin gozar del privilegio que le otorgaba la presencia de su amigo Jefe. A partir de este momento Agustín trató de organizar su vida de una manera más austera en cuan- to a gastos, con el único objetivo de ahorrar, y acelerar la llegada de su unión con Inés. Moncho, después de su larguísimo viaje de bodas, apenas aparecía por el despacho, habiendo quedado la empresa en manos del Sr. Perales, que iba escalando y consiguiendo cotas de po- der, a medida que Campos se iba separando del control del negocio. Y eso era lo peor que le podía ocurrir a Agustín que solamente luchaba por encontrar una estabilidad suficiente para organizar su vida y su futuro, siempre pensando en su Inés como objetivo último. NOTA DEL AUTOR Cualquier parecido, del presente relato, con personas, nombres o lugares, en la vida real, es pura casualidad. Hervás, 5 de Junio de 1995. ÍNDICE CAPÍTULO I 3 CAPÍTULO II 18 CAPÍTULO III 31 CAPÍTULO IV 46 CAPÍTULO V 55 CAPÍTULO VI 69 CAPÍTULO VII 76 CAPÍTULO VIII 84 CAPÍTULO IX 94 CAPÍTULO X 107 NOTA DEL AUTOR 123 ÍNDICE 125 CIEGO POR UN DÍA FLORENTINO SANTOS BARBERO DEDICATORIA Para todos a quienes nunca alguien les ha dedicado un li- bro, una flor, una canción o cualquier muestra de Amor... Floren PREÁMBULO Papá: Escribe una novela que tenga trama, me pedía mi hijo Paco en un e-mail esta mañana... Acaso sea este el motivo por el que comienzo este escrito. Porque realmente otra cosa no me mueve a ello no siento atrac- ción alguna, no solamente en esto de la escritura, además última- mente he perdido interés por otros muchos asuntos sin duda sín- tomas de vejez, de vejez galopante, no en vano ya he cumplido los sesenta y cuatro. Y dicho sea de paso, tampoco hace falta tener mucha imagina- ción o viajar a países exóticos y disponer de un buen relato, etc. para obtener un guion o lo que es lo mismo disponer de una tra- ma novelesca, basta simplemente fijarse en lo que ocurre en nuestro entorno a diario, tener un mínimo de sensibilidad, obser- var con cierta atención y tendremos la mejor novela de la historia. En este sentido me llamó mucho la atención, hasta el punto de conservarlo todavía, un artículo escrito por Umbral en La Esfera de El Mundo, página 16, sábado 2 de Enero de 1999. Se titula: El imperio o Rudyard Kipling. Dicho artículo es una crónica sobre el Nobel Kipling, en el que se dicen lindezas como: “Hacia los quince años publica Kipling sus primeros poemas, y luego una novela, que más vale olvidar, La luz que se apaga, con el sugestivo y fatalón tema de un pintor que pierde la vis- ta”...Y sigue Umbral diciendo: “sabido es que toda novela, drama o película con traumatismo corporal es necesariamente un engendro. El sentar como base de una historia una enfermedad grave, y mejor irremediable, no revela sino falta de imagina- ción, y pocas escapan a esta ley”... Comienzo pues mi novela “CIEGO POR UN DÍA” Pese a todo, faltaría más, usando de mi cinismo al más puro esti- lo socrático, voy a continuar con el asunto, mal que le pese a Um- bral o a quien encuentre en el camino. Con tales premisas, sin pedir permiso a nadie, siguiendo un de- seo esta vez confesable, de agradar a los míos y más concretamen- te a mi hijo Paco, que como queda dicho así me lo ha solicitado, me dispongo por primera vez en esto de la escritura, delante del ordenador, en directo, sin apuntes previos, sin guion alguno, sin fichas y nada de nada para engendrar algo que por lo menos me sirva para ocupar mis muchas horas de ocio ¡A ello vamos...! Marzo de 2004 CAPÍTULO I Julio es un ciego que vende cupones en la calle Bravo Murillo de Madrid. Todos los días se levanta temprano para ir a recoger las tiras de cupones que debe tratar de vender a diario puesto que el sustento de su persona y sus exigencias en el orden económico dependen en gran medida de la venta de dichos cupones. Julio que nació ciego tiene un concepto de las cosas, la vida, las personas, los animales y de la ciudad muy particular. Entre sus negros sueños, negros porque carecen de color, presiente que no todo es así es decir de color negro, ya con la edad que tiene, veintidós años cumplidos, intuye que la vida no es tan lineal como para él se representa. Ha de tener color, for- mas, sonido, tamaño, volumen y medidas que a él se le escapan. Cuando aparece la Primavera esta constatación se hace más evidente, el trino de los pájaros, el perfume de las chicas cuando pasan cerca de él, el ruido motorizado de la ciudad, que aumenta en intensidad al tiempo que la bonanza meteorológica se hace pa- tente y se consolida, todo le hace saber que existe un mundo tan diverso y diferente que solamente intuye a través de las conversa- ciones y palabras que la gente le dirige cuando se acercan para comprar el cupón. También cuando el involuntario contacto de la mano de alguna fémina al comprar el cupón, hace vibrar algo recóndito en su inte- rior. Él sabe que toda sombra tiene al menos el color de su propia existencia, la corporeidad de la sombra hace que esta tenga forma y por tanto cierto color. Cuando nació Julio en un lejano pueblo de Asturias, en su casa nada hacía presagiar que fuera ciego. El embarazo transcurrió con toda normalidad, el parto se desa- rrolló bajo la vigilancia de su abuela y del médico local y la noti- cia del nacimiento de un nuevo hijo en el seno de la familia fue muy bien recibido por todos sus miembros. Una rara e incipiente enfermedad que fue desarrollándose a medida que avanzaban los días confirmó que el niño de pocos meses no veía, que era ciego. Como la esperanza es lo último que se pierde la familia no es- catimó en gastos y siguiendo los consejos de su médico de cabe- cera, se trasladaron a Madrid pensando con buen criterio que si allí que disponían de todos los medios posibles para el trata- miento de la enfermedad no sacaban adelante el asunto, difícil- mente en el pueblo podrían hacer nada al respecto. Fueron días, meses y años de grandes esperanzas a la vez que de grandes frustraciones, lo cierto es que fue pasando el tiempo y el problema de la ceguera de Julio se hacía patente. Los médicos que trataban su enfermedad no arrojaban la toalla, y tam- poco le daban el angustioso veredicto de: “no hay nada que hacer”. Una vez en Madrid y apoyándose en lo conocido, es decir su familia, se disponían a sufrir cuanto hiciera falta y fuera necesario con tal de lograr la curación del niño. Al principio estuvieron alojados él y su madre, en casa de unos familiares con numerosa prole, con problemas de desempleo por parte del cabeza de familia, con recursos muy limitados y con una mínima aportación por parte de ellos pues la gente que ve- nía del pueblo disponía de lo mínimo imprescindible. El tiempo transcurría, sin que nada cambiara para bien en lo concerniente a la visión del chico, todo eran promesas, falsas expectativas y dar largas en el tiempo. El padre de Julio y una de sus hermanas ya mocita, se plantea- ron ir a vivir a la Capital puesto que el tiempo avanzaba, y a ins- tancias de la abuela se proponían ir a echar una mano en el asunto a su mujer y hermano a sabiendas de que ese paso les llevaría a tener que afrontar con valentía una situación para la que duda- ban estar preparados. Efectivamente con una formación primaria, sin oficio definido y con escasos medios para salir adelante, pudo más el corazón que la razón y emprendieron la ardua tarea de acompañar en la aventura a su familia más querida. Fueron tiempos difíciles ya lo eran para quienes habían nacido en la capital, así que para ellos a quienes habría de sumarse la novedad de una vida tan diferente a la del pueblo la dificultad de moverse con la soltura precisa, el cambio en los hábitos de vida, enfrentarse todos los días a problemas que jamás habían soñado, aunque siempre motivados por la esperanza de la curación de Julio que les daba alas para enfrentarse a todos los inconvenientes del diario discurrir. El padre pidió trabajo en la construcción como peón, pues tam- poco tenía conocimientos específicos que le hicieran acreedor a otro empleo, lo suyo de toda la vida había sido las labores del campo y lo relacionado con el cuidado y cría del ganado. Luisa una hermana de Julio encontró trabajo en la casa de unos señores que veraneaban en su pueblo, mediante credenciales del cura local. La vida de estos improvisados huéspedes, que se hizo in- sostenible en casa de los familiares en la que vivían en precario, dio lugar a liarse la manta a la cabeza y entrar de alquiler en un piso próximo al de sus parientes que por tratarse de gente conoci- da y del barrio, tuvieron la delicadeza en admitirles sin las garan- tías pertinentes de tener que adelantar dos mensualidades, algo por otra parte imposible de cumplir por parte de los advenedizos arrendatarios. El chico seguía pese a todos los esfuerzos meritorios por parte de los facultativos sin ver... y poco a poco se fueron haciendo a la idea en el seno familiar de que la curación de Julio si esta fuera posible, sería a largo plazo y ello les fue llevando a admitir de una manera inexorable que Julio sería ciego de por vida. Una recomendación por parte de los señores donde servía Luisa, facilitó la entrada del chico en un Centro Especial para Ciegos (ESCI), donde además de recibir una educación permanen- te y adecuada a sus minusvalías recibían el tratamiento específico en cada caso, según el grado que exigiera cada enfermedad. De tal manera que todos los días la madre de Julio tenía que desplazarse hasta el mencionado Centro para dejar al mucha- cho y recogerle al atardecer, esto significaba además de un gasto difícilmente soportable, una dedicación y empleo de tiempo que restaba al trabajo en casa para atender a la casa y a su marido. Como Dios aprieta pero no ahoga la mujer encontró solución a su problema porque un día le propuso el Gerente del Centro de la ESCI trabajar en las labores de limpieza y ella muy gustosa aceptó. El chico crecía y se adaptaba a su situación que por otra parte no le era ajena ni nueva, puesto que había nacido con ella, y con el transcurso del tiempo la familia se fue afianzando a la situación de la ciudad lo que dio lugar a que se plantearan recuperar al res- to de la familia, otros dos hijos en edad de dar problemas, una niña de dieciséis años y un mozalbete de dieciocho, trayéndoselos a Madrid. Ni que decir tiene que las penalidades que pasaron hasta hacerse a la vida de la capital fueron tan variadas, como los días que transcurrieron hasta que Julio parecía valerse por sí mismo. El Chico avanzaba en sus conocimientos académicos a la vez que recibía lecciones de cómo comportarse respecto a las demás personas, sus propios compañeros y técnicas para suplir en la me- dida de lo posible la carencia de su vista. Fueron años de preparación que dieron como resultado una formación muy superior en algunos casos, a la de chicos de su misma edad y sin discapacidad alguna. La concentración en el aprendizaje del Braille fue una dedica- ción muy especial por parte de Julio, sabedor de que en gran parte y gracias al inventor francés de este sistema su vida y su futuro dependerían de ello. Mediante el dominio de esta forma de lectura/escritura, se fue aficionando a escritos que le facilitaba el Centro, obteniendo con- ciencia de la existencia de además de su entorno más inmediato, de un mundo por descubrir de: colores... amaneceres... estrellas... mares... ciudades... etc... Su interés por saber tuvo resultados inmediatos, le concedieron en el Centro licencia para establecerse como vendedor de cupones, algo que a todo quien se dedicaba a ello le solucionaba la vida al menos en las exigencias más necesarias. De tal forma que Julio ya no tenía que acudir al Centro con tanta frecuencia, como no fuera por interés personal para seguir estudiando, recabar información o entrega de cupones sobrantes. Su independencia se hizo notoria apenas necesitaba del apoyo de su familia y se desenvolvía en la vida como una persona válida, colaboraba con los gastos de la casa como otro más y se permitía obsequiar con regalos en cada ocasión propicia a los miembros de su familia, consciente del sacrificio que habían llevado a cabo buscando la solución a su vida. En la ESCI le consideraban como uno de sus vendedores modelo, fruto no sólo del empeño que Julio había puesto en salir adelante, sino también de la dedicación específica por parte del Centro en este tipo de enseñanzas, lo que corroboraba el éxito y finalidad del mismo. A Julio desplazarse todos los días desde la periferia a la ciudad le resultaba engorroso aunque a la vez gratificante. Le habían educado en la ESCI para ser una persona cortés y amable, cordial, refinada y que cayera bien a todo quien le tratara. Y sobre todo le habían inculcado entre múltiples disciplinas, la de tener un aspecto físico, pese a sus limitaciones, para resultar atrac- tivo a la vista de los demás. Las facciones de su cara que por carecer de modelo pudieran resultar menos agraciadas de lo que en realidad eran, habían sido trabajadas en el Centro con el fin de que aparecieran serenas, dul- ces y suaves. Lejos quedaban las muecas e intentos por controlar la falta de visión, exponer las cuencas de los ojos ante los demás con el des- agradable encuentro de unos ojos glaucos, unas arrugas en la cara y el rostro fruto de no saber el efecto que producirían en los de- más. Gracias a este trabajo diario por parte de los preparadores del Centro, Julio presentaba facciones agradables y sutilmente agra- ciadas y limpias, además sus oscuras gafas le daban ese... aire un tanto interesante, cuando no, un aspecto intelectual lejos de toda duda. Su porte educado, la forma de vestir diríase que impecable, la empatía que despertaba con cuantas personas se relacionaba, le hacían ser acreedor a un trato recíproco, y conseguía que inmedia- tamente sintieran quienes tenían ocasión, el deseo de entablar con- versación con él. Julio en esto del trato con la gente no tenía prejuicios. Tanto le daba fueran altos o bajos rubios o morenos, blancos o negros, con bigote o calvos, hombres o mujeres, con todos trababa una cordial conversación a nada que apreciara en el otro un míni- mo interés en el asunto. Se dejaba ayudar muchas veces más de lo que en realidad ne- cesitaba, era bastante autónomo en esta materia aunque no despre- ciaba la atención que pudiera dispensarle alguna persona, con tal de no defraudarla, sobre todo cuando tenía que cruzar alguna calle, subir al Tren, etc. Cuando iba sentado en cualquier medio de locomoción y si al- guien no lo conocía, tan siquiera podría darse cuenta de su minus- valía. Elegantemente vestido sin lujos pero limpio y bien aseado, con su incipiente barba bien cuidada, el pelo cortado al cepillo, sus zapatos impecablemente limpios daba aspecto de un gentleman más que un ciego inválido. Solamente su plegado bastón telescópico blanco delataba la realidad de su situación. Pero donde daba la nota sobresaliente Julio era en su modo de ser, su interior, la personalidad labrada a fuego que durante años de semi-internado en el Centro de la ESCI, habían logrado que fuera una persona de una integridad nobleza y honradez a toda prueba. Estaba adornado de virtudes tales como: Inocencia, Candidez, Puntualidad, Simpatía, Honor, Gracejo, Etc. Sabía escuchar al tiempo que trataba de aprender de toda situa- ción y de todos con quienes tenía ocasión de entablar conversa- ción. Se interesaba particularmente por los deportes, preguntaba por los resultados de los partidos, a veces con la sola intención de iniciar una conversación y que los demás, no él, se sintieran en sintonía con su presencia y daba argumentos y pautas que tal vez ni sentía, es decir su comportamiento denotaba que en definitiva era un dechado de virtudes. Pero a Julio se le estaba haciendo cuesta arriba tener que tomar todos los días el Tren, luego el Metro y a veces el Autobús para ir al Centro a recoger los cupones, aunque lo estaban progra- mando para realizar entregas semanales y empezaba a darle vuel- tas, de cómo solucionar aquel problema. Él no tenía asignado como otros muchos minusválidos, un sitio concreto para realizar la venta de sus cupones, había elegido la calle de Bravo Murillo a pesar de que cada doscientos metros exis- tía un Kiosco de venta de los mismos, pero era tal el flujo de gente que a diario transitaba por esa calle que para nada condi- cionaba el éxito de su trabajo así como tampoco el hecho de que hubiera otros vendedores. Su programa sin apenas variación era prácticamente todos los días el mismo. Salía de su casa a las ocho de la mañana tomaba el Tren de Cercanías que le dejaba en Nuevos Ministerios, subía la Calle Raimundo Fernández Villaverde hasta Cuatro caminos y se adentraba en Bravo Murillo hasta Tetuán, donde discurría su labor. Acostumbraba a desayunar en el Bar El Zafiro, tenía su cliente- la con la que intercambiaba además de los cupones todo tipo de comentarios acerca de la actualidad de las noticias que estaba al corriente, pues era un gran aficionado a escuchar la radio y también aficionado, aunque menos, a la televisión pese a “go- zar” como decía en tono jocoso, de no ver las imágenes, de tal manera que estaba siempre a la última en lo concerniente a la marcha de la liga de fútbol, deportes en general y sobre todo de la vida política en particular. Para tomar el Tren, el Metro o el Autobús, quedaba de acuerdo con algún colega de una minusvalía inferior a la suya, es decir con una visión parcial apreciable y de esta forma valerse de la mejor forma posible, esta era una recomendación general hecha por parte de los responsables de la ESCI, la de coincidir siempre que fuera posible en los desplazamientos con algún colega de una minusva- lía mínima aunque tenía el inconveniente de tener que compartir con él sus experiencias o los avances en el asunto de la venta de los cupones y estrategias que a Julio no le interesaba descubrir, pues dependía en gran medida no airear su pericia en la captación de clientes, salvo que mediante estas confesiones correr el riesgo que su compañero le hiciera competencia. Por todo eso estaba en condiciones de buscarse un apartamento que le hiciera más cómoda la vida, sin el engorro de los desplaza- mientos. Lo que ocurría era, pensaba Julio que proponer en su casa se- mejante decisión habría de llevarle tiempo, no quería que su fami- lia que precisamente había arrostrado todo tipo de sacrificios con tal de seguir junto a él pudiera sentirse ninguneada porque decidie- ra irse a vivir por su cuenta. Aunque bien pensado tal vez se decía Julio, sería un problema menor para la familia y una boca menos que tener en cuenta, aunque también echarían de menos su colabo- ración económica para nada desdeñable de su parte. Pero sobre todo era importante para él sentirse “normal” al contrastar su manera de comportarse su forma de vivir, sus crite- rios personales, su “visión” de la vida, etc. Y esto solamente lo podía saber a través del criterio de alguien que como él se encon- trara en la misma o parecida situación. Conocía el recorrido diario con precisión milimétrica y se des- plazaba con una naturalidad extraordinaria, conocía los baches de la calle, postes, farolas, contenedores de basura, que además de su putrefacto olor en alguna ocasión le había costado algún tro- piezo al ser cambiada su ubicación, algo que también le ocurría con las vallas protectoras de cualquier obra y que frecuentemente y casi a diario aparecían en su camino, además de las zanjas para la canalización del Gas, etc. Sin embargo Julio cada día afianzaba más su comportamiento social alternaba con más personas, expandía el ámbito de sus amistades que en muchos casos era algo más que el simple trato de vendedor y comprador, participaba en tertulias donde era admitida su opinión en algunos casos muy autorizada y empezaba a notar que su condición de ciego, apenas mermaba su capacidad para relacionarse con la gente de su entorno habitual, en una pala- bra, que no se sentía en ningún caso discriminado por su condi- ción disminuida. En cambio la servidumbre a que se veía sometido todos los días y cierta dependencia de su acompañante, no evitaba que la amistad que hacía con él y que casi a diario se producía en sus desplazamientos fuera creciendo con este semi-invidente, y le ha- cía programar su vida sobre todo en los fines de semana de una manera diferente. Además le servía para comprobar a Julio, que existían otras personas con inquietudes muy diferentes a las suyas, pues descu- bría en el amigo, según confesiones que este le realizaba, que su objetivo era ser escritor y que se dedicaba a lo de la escritura de una forma autodidacta y además tenía un repleto repertorio de escritos en Braille que algún día le enseñaría. Este amigo-colega le informaba de que en el Centro de la ESCI existían lugares de encuentro especialmente acondicionados y de- bidamente programados para satisfacer las necesidades de sus so- cios y que en él se organizaban fiestas, bailes, guateques, excur- siones y un sin fin de actividades lúdicas que Julio empezaba a descubrir en la parte más gratificante gracias a las extensas ex- plicaciones que recibía por parte de su ya compañero Enrique... el invidente que se había convertido en su lazarillo. A Enrique le encantaba entrar en el desconocido mundo de Ju- lio y pulsar sus opiniones, sus formas de entender las diferentes ocasiones en que coincidían físicamente, porque mentalmente es- taban a cien años luz, el uno del otro. Quería recabar datos y sensaciones, formas de sentir de su compañero, sueños irrealizables, obsesiones, etc. En una palabra estaba tratando de introducirse en el interior más recóndito de Julio como un auténtico experto en psicoanálisis, con el propósito de verter estos conocimientos en sus futuros es- critos. La vida de Julio se vería alterada por esta nueva experiencia de contar con un inesperado colega, que estaba dispuesto para ayudarle en todo lo que él le permitiera y asiste con él a una es- pecie de Discoteca del Centro, donde amén de buena música hay otros atractivos tales como son las bebidas a bajo precio, la com- pañía de otras personas condicionadas como él y sobre todo el descubrimiento de otros invidentes del sexo femenino. Además en éste nuevo lugar para Julio, se programan juegos específicos a su condición y donde tiene ocasión, esto es nuevo para él, el descubrimiento del cuerpo de una chica. El tacto desarrollado especialmente en los invidentes al igual que el sentido del oído y el olfato, en esto la naturaleza pareciera haber querido suplir la carencia de la vista dando máxima calidad con ello a quienes sufren esta pérdida, en Julio era notorio. Lo cierto es que Julio en uno de esos juegos-bailes coincide con una chica se tocan, se reconocen, se huelen, se sienten... Se en- cuentran... Un nuevo concepto una nueva experiencia tiene lugar en ese momento que sería el principio inolvidable de una agradable sensación de la que Julio no había tenido noticia hasta entonces. Se establece una comunicación además de corporal, verbal, se cuentan e intercambian modos y formas ininteligibles para el resto de los mortales y concurre en ellos eso que ha dado en llamarse filling, que no es otra cosa que una coincidencia de caracteres y una corriente de amistad algo más de lo normal. Julio entra en una nueva interpretación y versión de la vida. Ha encontrado un soporte más en el que afianzar sus sueños, en negro como quedó dicho anteriormente, pero esta vez con una luz especial que bien pudiera dársele el color rosa como en las novelas y películas de amor. Más adelante sin que los días cuenten para él, solamente le sa- can de su rutina los momentos de encuentro cada vez más espera- dos con Lucía. -Qué incongruencia se decía así mismo Julio- ella tiene el mismo nombre de la Patrona de los ciegos, tal vez por ello les pusieron este nombre, que a Julio se le antoja el más bonito del mundo. En la ESCI organizan estos encuentros para que al tiempo de que sean lo más frecuente posible, también sirvan para conocerse mejor entre las parejas y si las coincidencias en lo que a gustos, proyectos, ilusiones, afinidades en definitiva se dan entre ellos, con vistas a establecer una relación algo más que de amistad, tam- bién sirva para alimentar esta nueva situación. Ella es decir Lucía en versión de Julio, está adornada de mu- chos favores y condiciones que la naturaleza le ha regalado que no por el efecto del enamoramiento a priori le pasan desaper- cibidos, sino todo lo contrario, encuentra la persona con la que se siente más identificado a la vez que le ofrece un espacio de confianza y un asidero que hasta el momento en que la conoció nunca había tenido. ¡En definitiva la vida para Julio ha cambiado y de qué mane- ra...! Muchos días entre semana pero sobre todo los Sábados Do- mingos y fiestas, cada vez pasan más tiempo juntos. Sus encuen- tros se producen además de en el Centro en lugares que a ambos les parece más obvio, El Retiro, Parque del Oeste, algu- na cafetería y casi siempre en lugares de poco bullicio donde puedan intercambiar conversaciones sin ser escuchados, en plazas y medios de transportes en los que pueden dominar la si- tuación, restaurantes que previamente han sido aconsejados por otros miembros invidentes en los que tienen una atención especial para con ellos. Pero donde realmente se encuentran más cómodamente es en la “Disco” de la ESCI, porque además de estar debidamente acondi- cionada para los invidentes se dan todas las peculiaridades e intimidad necesarias para el conocimiento personal y corporal de las parejas. Tanto Lucía como Julio se están descubriendo en una faceta a la que no están acostumbrados es decir en el conocimiento físico... Lucía descubre en Julio un ser: varonil, fino, atractivo, amable en sus expresiones, culto en sus argumentos, alegre en su compor- tamiento y muchos detalles que solamente la intuición femenina puede llegar a desvelar sin necesidad de ver con los ojos de la cara estos y mil rasgos que a cualquier persona digamos “normal”, pu- dieran pasarle inadvertidos. Además las cálidas palabras de Julio sin llegar a ser promesas de nada, le hacen abrigar y gustar de unas sensaciones nuevas que confirman los múltiples sueños de llegar a sentirse como una per- sona normal dentro de sus limitaciones y de componer el futuro de su existencia con unas nuevas ilusiones que constata mediante el desarrollo y la fluida conversación de Julio que se ven plasmadas con el asentimiento de ambos. En estos escarceos amorosos al igual que Lucía, Julio va des- cubriendo las formas del cuerpo de ella y recorre el contorno de todo él, ambos se precipitan en localizar las zonas erógenas que más les llama la atención e intercambian toques paralelos tratando de descubrir las diferencias que para los dos resultan ajenas, entran en una dinámica hasta entonces desconocida pero que les resulta gratificante y Julio se entretiene especialmente en la cara de Lucía. Diríase que encuentra tanta novedad en su entorno que le parece poco el tiempo que dedica a descubrir sus cejas, sus pes- tañas, los pómulos de su cara, el arranque de su cabello, los oí- dos... que repasa con sus ágiles manos una y otra vez... Sus la- bios que de manera irresistible aproxima a los suyos, los be- sa, acaricia, nota el temblor de Lucía al acercarse a ellos y un olor especial feromonal, hasta ese momento ignorado impregna a la pareja, como queriendo formar parte de tanto descubrimiento. De lo que no cabe duda es que comienza un capítulo nuevo de encuentro para la pareja y son conscientes de lo que les está ocu- rriendo que es algo más que una simple amistad y ahora ya se hace “palpable” la sintonía entre ellos, que significa más que la coincidencia de compartir una ceguera de por vida y la conjunción de pensamientos y sentimientos, de gustos paralelos que van des- cubriendo a medida que sus encuentros se hacen ya imprescindi- bles, frecuentes y absolutamente necesarios. Se van desencadenando en los dos, además de sus muchas afinidades también sus pequeños o grandes defectos (el tiempo lo dirá), como es el hecho y la tendencia que tiene Julio, y que Lucía considera desproporcionada, a magnificar pequeñeces tales como que se retrase más de cinco o diez minutos en sus citas, sin entender que este retraso es consustancial con la condición feme- nina, aparte de que en una gran ciudad es poco menos que imposi- ble ser puntuales hasta ese extremo y ella le declarará in- conscientemente, que siente celos de la amistad que le une con Enrique a quien hace responsable de que sus encuentros se prodi- guen menos que al principio de esta relación. En efecto la amistad de Julio y Enrique ha llegado a tomar tal intensidad que ya programan sus visitas turísticas a lugares pro- puestos por el Centro sin contar con Lucía, quedan los dos para realizar excursiones por la ciudad y para el verano pretenden ir al pueblo de Julio que se encuentra en Asturias. Ya se “ven” reali- zando este viaje y gozando de la gastronomía local, así como acu- diendo a lugares que Julio conoce, tabernas, playas, etc. Y es que Julio se siente cómodo, arropado y seguro con Enri- que y así se lo confiesa a Lucía. La visión parcial de Enrique ofrece a Julio conocimientos y de- talles que de otra forma a él se le escaparían, hasta el extremo de interesarse tanto por sus vivencias que permanentemente le inquie- re para que le hable del desarrollo diario de su vida y quiere cono- cer pormenores de su familia, entorno, amistades, lugares que fre- cuenta cuando no está con él y todo porque, de una manera in- consciente pretende crear un paralelismo con su propia existen- cia, que le indique en aquellas facetas en las que debe cambiar o mejorar su propia conducta. En una palabra ha sublimado la amistad de Enrique por encima de todo. Sin embargo Enrique partiendo de una idea kafkiana y tal vez envidiando la forma de ser de su amigo y su desenvolvimiento en la vida, sus relaciones con las personas, que no se le escapa está muy distante de las suyas, pretende y así se lo propone a Julio un desmesurado plan. Consiste en que Julio le cuente sus deseos, frustraciones, conquistas en el plano profesional, ambiciones, sueños, propuestas de futuro, autonomía económica y asuntos relacionados con su nueva compañera Lucía. Para que Julio no desconfíe de cuáles son sus propósitos e in- tenciones en este asunto de inmediato le aclara, que se trata de un intercambio mediante el cual contrastaran sus dos formas de vida y que él plasmará, con su inestimable ayuda, en una especie tesis o tratado que está preparando con la supervisión de su Preceptor, que es una reconocida autoridad en la materia y profesor emérito de la ESCI, quien se encargará de dirigir su trabajo para la obten- ción del título preceptivo, si como él pretende, llegar a ser Profesor de dicho Centro. Le aclara que ha decidido realizar un trabajo que titulará “Cie- go por un día” una especie de estudio en el que se contem- plarán facetas hasta el momento no investigadas, que será un estudio realizado en el plano afectivo e interiorización del pen- samiento de las personas que como ellos tienen una difícil forma de expresión y que él será el máximo exponente en este estudio, porque mencionará su nombre en aplicación de la ley vigente, que contempla la participación libre y voluntaria de las personas para la publicación de trabajos de esta índole. Enrique le explica que la diferencia entre los dos se basa es- pecialmente en que él ve, poco pero ve, que en consecuencia de esta gran diferencia, continua diciéndole, él tiene concien- cia de lo que percibe y siente rubor, recato, vergüenza, mie- do ante situaciones de intimidad que a Julio se le escapan y que las vive con la luz del velador apagada, es decir de una manera natu- ral. Trata de hacerle comprender que en eso consistirá su estudio, en la diferencia de pensamiento y de comportamiento ante una misma situación del uno y del otro, le explica Enrique que él por tanto tiene ante sí un problema de autocensura que en cambio a Julio le pasa desapercibido. Será todo un análisis de la forma de vida de dos personas muy diferentes aunque a la vista del resto de los mortales, pueden parecer dos vidas paralelas. Más adelante le comenta que cuando se encuentre dicho es- tudio en fase avanzada le dará a conocer el borrador, que con- feccionará en Braille como es preceptivo por parte del Centro, supuesto que de ser aprobado servirá de material de estudio para el resto de los alumnos del mismo y con el fin de que le dé su apro- bación si merece su confianza. Enrique pretende ahondar en las intimidades tanto de Julio co- mo de las propias, con el fin de realizar un estudio comparativo de las necesidades y aspiraciones que un ser privado del sentido de la vista, al igual que les sucederá a los sordos u otros mi- nusválidos, y que no encuentran un foro de reconocimiento para sus limitaciones en la sociedad actual, que si bien no pone zanca- dillas en el desenvolvimiento diario de estas personas limitadas, tampoco facilita o apoya las reivindicaciones que de manera per- manente estos llevan a cabo y que son echadas en saco roto por parte de esta misma sociedad. Pero Enrique se encuentra, y esto le asusta, conque ha de en- frentarse ante el reto de escribir, el solo hecho de tener que elegir un tema, el estilo narrativo, la ortodoxia establecida en los medios literarios, la localización de las palabras que expliquen sin ambi- güedad sus ideas, el engaño verdadero que ha de tener toda narra- ción para ser creíble y que sin embargo no descubra una autobio- grafía, cosa muy frecuente, le traen de cabeza. Ha de encontrar la coherencia y consistencia en el relato, para no despistar, hasta el punto de resultar aburrido, y todo esto no es fácil llevarlo al terreno de la práctica. Para ello quiere interpretar la vida de Julio y establecer las diferencias con lo que cree saber y conocer de la propia. En ese sentido le confiesa a Julio que envidia su capacidad de abstracción debido a su ceguera total, algo que él echa en falta y considera necesario para engendrar cualquier escrito. En todo este tipo de disertaciones intercambian opiniones, pensamientos, modos de “ver” las posibles soluciones a sus pre- tensiones, pero sobre todo tratan de descubrirse uno en al otro y qué hay de común en sus formas de vida al parecer iguales. Sin embargo Julio es consciente de que la vida de Enrique res- pecto a la suya tiene diferencias muy notables. De hecho su de- pendencia en el asunto de sus desplazamientos es indicativo que así como Enrique puede pasar perfectamente sin su compañía al menos para estas funciones, a él le es indispensable contar con esta ayuda. No obstante ha conseguido meter en su conciencia la idea de que por primera vez alguien se toma interés por su persona por una razón distinta a la de la compasión, que era la idea que hasta el momento prevalecía en su mente. Pese a todo él sabe que los sentimientos no son objetos siempre estáticos e inamovibles, son variables como lo son los estados de ánimo y las circunstancias que lo rodean. Entiende que eso de la literatura es un puro artificio y que en la medida que Enrique sea capaz de hacerlo creíble, o disimulará este invento o descubrirá el engaño medido, controlado y no servirá de nada. Julio que no se considera un paciente, descubre que está a pun- to de realizarse como persona, máxime cuando alguien como Enrique a quien él admira desde lo más profundo de su ser, se va a tomar la molestia o el trabajo de estudiarle a fondo, con sus virtudes y defectos, pero sobre todo, con ánimo de que su tra- bajo produzca el efecto deseado, que no es otro que la ayuda para otras personas que se encuentren en sus mismas circunstancias. Por tanto a partir de estas conversaciones Julio promete a Enri- que que todo serán facilidades, y que le abrirá su corazón hasta límites solamente por él conocidos, y que en reciprocidad espera por su parte el mismo tratamiento. Dada la importancia y la eufo- ria que produce en Julio esta propuesta aceptada de antemano, siente el deseo de comunicárselo a Lucía en la primera ocasión que se presente. Pondrá en su conocimiento el nuevo proyecto animado tal vez, para sí ella quiere formar parte del mismo, porque sería un trío ideal y como tal, una nueva aportación y riqueza a este tratado. Sin embargo no le suena bien a Lucía esto de descubrirse públicamente y poner a la luz sus intimidades, máxime cuando no sólo el recelo que le produce Enrique, porque le conoce poco, sino tanto más porque sus palabras le desconciertan y percibe en él un aire de autosuficiencia, supremacía, egolatría y otras “virtudes” de las que constantemente hace alarde, y también porque ésta com- plicidad con Julio es la causa de que cada día perciba que a veces, permanezca distante a ella fruto tal vez de que sus pensamien- tos no son los que al principio ella conocía, ahora más bien se siente como objeto de estudio por parte de ambos y como si estuviera siendo analizada y sirviendo de conejillo de Indias viviendo como en un escaparate. Le hace saber a Enrique para que no crea que es una indocu- mentada, el sentido que para ella tiene eso de la literatura, que últimamente parece estar de moda y que magistralmente ha defi- nido Vargas Llosa diciendo aquello de: “La ficción es una mentira que encubre una profunda verdad”... Por eso la obsesión rayana en la enfermedad que vive Enrique por el asunto, que le hace sentir la necesidad de escribir tanto co- mo de alimentarse, a ella esta postura le parece excesiva. Lucía abunda en ello y le hace ver a Julio que no todo ha de ser tema de estudio, que también existe una fantasía desbordante por parte de quienes nutren sus escritos, y que en definitiva todo el que escribe, está de algún modo hablando de sus propias experiencias y de esta forma pretende vivir sueños y realidades ocultos a través de personajes inventados, que le permiten materializar situaciones que quisieran haber sido y no pudieron ser. Julio no daba crédito a las explicaciones que con tanto conven- cimiento y coherencia le estaba dando Lucía, un nuevo descubri- miento que le alentaba cada vez más, en su percepción de estar ante un ser, cuyo resultado era excepcional y sobrenatural. En este sentido una tarde que se encontraban en la Biblioteca del Centro estudiando Lucía y varias compañeras más, hubo un momento determinado en el que coincidió en el Baño con Laura, una compañera muy especial con quien le unía algo más que com- partir clase, le cuenta cuáles son sus temores acerca de su relación ya conocida y pública con Julio. Le hablaba de la nueva propuesta por parte de Enrique a Julio y requiere su opinión, puesto que se consideran amigas íntimas y no guardan secreto alguno. Laura consciente de que no es el lugar ni el momento para ha- blar del asunto le dice: Mira Lucía, creo que tenemos que tratar este asunto adecuadamente... Por eso, le dice Lucía ¿Qué lugar más íntimo que el Baño...? Pero... ¿No te das cuenta que aquí pueden oírnos, sin que nos enteremos...? Será mejor que a la salida de clase, nos veamos y hablemos del tema... dice Laura De acuerdo... contesta Lucía. A la salida nos vemos... ¡Ciao!... Nunca se hizo tan larga aquella hora de estudio a Lucía que por otra parte aprovechaba siempre con dedicación exclusiva en el avance de sus conocimientos, sin que significara para ella esfuerzo añadido conseguir calificaciones que estaban a la altura de sus trabajos, como bien se encargaban sus profesores de hacerlo saber al resto de sus alumnos, pues constantemente la estaban po- niendo como modelo. La salida de clase y del Centro suponía llenar la calle de colori- do muy especial y la alegría del deber cumplido, se notaba en las manifestaciones de las chicas y chicos que con un controlado alboroto se dejaba sentir en el ambiente, unos se reunían para ir al bar próximo que conocían como su segunda casa y en el que pa- saban largas horas de charleta hablando: de sus inquietudes, espe- ranzas y avances o atrasos en sus estudios, exámenes finales y todo tipo de conversaciones que hacían referencia precisamente a la condición de compartirlo todo. También conversaban acerca de los inconvenientes y privacio- nes, desaires y problemas de todo tipo que encontraban en el de- senvolvimiento de sus limitadas vidas teniendo en cuenta que mu- chos de los que pertenecían al Centro eran residentes provisiona- les en la Capital, pero sus lugares de origen distaban a veces cien- tos de kilómetros con lo cual el desafío era aún mayor. Otras veces, y en reducidos grupos, se juntaban para comentar sus avances en cuanto a sus vidas sentimentales, y si alguien se sentía con alguna novedad que compartir o digna de ser tenida en cuenta. Pero Lucía y Laura, que se encontraron inmediatamente como habían acordado, se separaron y despidieron del resto de sus com- pañeras con un cosquilleo que rondaba sus entresijos por abordar el tema que tenían pendiente, y ello les hizo abandonar el lugar casi precipitadamente, hasta el punto de que pudieron ser víctimas de atropello por un autobús, si no hubiera mediado la pericia y precauciones del conductor que conocedor de la zona, sabía de la existencia en aquellas inmediaciones de un lugar para la rehabi- litación de ciegos. Repuestas del incidente Laura propuso a Lucía dirigirse a su casa por la proximidad, y también porque encontrarían el lugar propicio para lo que parecía una confidencia que exigía las máximas precauciones e intimidad. Pocos minutos más tarde se encontraban frente a la casa de Laura, que por primera vez iba acompañada como en esta ocasión por una amiga. La cosa prometía y valía la pena romper el secreto celosamente guardado, pues nadie sabía que vivía tan próximo al Centro al que acudía para realizar sus estudios. Entraron en un ostentoso portal de mármoles y celosías y al di- rigirse al ascensor les abordó el Conserje, que dando muestras de servilismo y dirigiéndose a ellas dijo: “Buenas tardes señorita Laura, enseguida llamo el ascensor” Laura consciente de la superioridad que ella tenía respecto al por- tero, tan siquiera contestó, lo que a Lucía le pareció una desconsi- deración por su parte, aunque no le reprochó nada en esta ocasión por sentirse desplazada. Subieron varios pisos Lucía calculó tres o cuatro, entraron en un hall donde Laura se manejaba con tal facili- dad, que quienquiera que la observara nunca podría pensar pade- ciera una minusvalía y ésta fuera la ceguera. Dejaron sus prendas en una percha y cuando se dirigían al Sancta- Sanctorum de Laura, fueron interceptadas por la mamá de ésta, extrañada de que le acompañara otra chica, pues no era cos- tumbre por parte de Laura llevar a casa compañía. Previa presentación protocolaria que a Lucía le pareció escasa y poco cariñosa, y desde luego no a lo que ella acostumbraba, se adentraron en un recinto al parecer espacioso, y en el que notaba algo raro Lucía nada más ubicarse en la misma, cual era que se trataba de una insonorización muy superior a la que habitualmente tenían en el Centro y que confirmó Laura al explicarle, que les había poco menos que “exigido” a sus padres una acústica perfec- ta en su cuarto de estar que a Lucia se le antojaba salón, pues en el espacio se topó con que había un tresillo grande, además de varias butacas y enseres, así como también una mesa con aparatos de sonido y un escritorio para Braille. Lucía empezaba a sentir arrepentimiento por haber dado pábulo a su amiga acerca de sus interioridades, y sobre todo porque sentía una inferioridad manifiesta, si comparaba su cuarto con aquella estancia que suponía y suponía bien, eran una sola pieza de las muchas que habría en la casa. Desconocía que el papá de Laura era un reconocido Magistra- do, perteneciente a una saga de juristas de tradición y presti- gio lejos de toda duda. Pese a que el motivo que les había traído a casa de Laura no era otro que Lucía le pusiera al co- rriente de lo parecía el idilio del año, no tuvo reparos en enseñarle lo que al parecer a Lucía deslumbraba tanto. Notó Laura al tomarla de la mano que temblaba y jadeaba ante la novedad que representaba todo aquello y la llevó hasta una li- brería repleta de tomos encuadernados en sistema Braille, difíci- les de adquirir por su alto costo y junto a ellos, en otro estante, una colección de discos de vinilo, apenas ya utilizados, y una torre interminable de CDs clasificados por temas y autores, mediante una señal o banderola con signos para ciegos, determinando el título de la obra. De entre ellos destacaban muchos de música clásica, con una solapa o banderín en Braille, que Lucía desgranaba emocionada entre sus dedos. Laura era una autoridad en materia de música, y especialmente en música clásica, tenía obras de: Haydn, Liszt, Mendelssohn, Bach, Tchaikovski, Korsakow, Bruckner, Berlioz, Mozart, Beethoven, Mahler, Grieg, Chopín, Vivaldi, Strauuss y muchas otras que le pareció prolijo enumerar a Lucía que debería sentirse abrumada, sin duda por la exhibición de los medios y co- nocimientos de su amiga. No obstante a ella también le sonaban algunos de los au- tores que le había ido citando Laura, recreándose en sus conoci- mientos y confesándole que era muy aficionada a la música clásica porque, le venía de familia y que además su mamá era una virtuosa de la música y en un salón anexo, que más tarde si tenía interés le enseñaría, había un piano traído expresamente de Alemania, donde pasaba ratos inolvidables con su mamá y que también ella se limitaba a “porrear” de vez en cuando. Le recordaba a Lucía que el verano anterior su mamá había participado en una especie de convocatoria-concurso de música para piano, que se celebraba todos los años en Santander, precisa- mente el lugar en el que tradicionalmente pasaban las vacaciones veraniegas y el lugar que también a ella más recuerdos le traía, porque allí vivía su abuela, de la que tenía una memoria inolvida- ble. Lucía apabullada por cuanto estaba sucediendo y queriendo no parecer mojigata se atrevió a opinar acerca de la música de Vival- di. Le contó a Laura como en una ocasión estando ella en casa en su habitación y con las ventanas abiertas, de pronto percibió el sonido de un violín que interpretaba la Primavera de Vivaldi, ante tal música se transportó de inmediato a lugares que soñaba a su manera, pensó en cómo serían los ríos, los campos, las aves, etc. y ello le creo una especie de violencia en su interior muy difícil de explicar. Una vez repuesta de tanta novedad retomaron el asunto que les había traído hasta la casa de Laura. Lucía entró en el tema y comenzó hablando de Julio con tal en- tusiasmo y profusión de detalles que Laura mantenía la respi- ración contenida para no suspirar, pues ese idilio le tenía su- gestionada y sentía algo novedoso en su interior algo parecido a la envidia. Continuaba Lucía contándole cómo había descubierto un mun- do nuevo desde que se relacionaba con Julio, y del cambio en su propia vida, de la manera de “ver” los acontecimientos y las cosas y cómo sus pensamientos se habían visto alterados al contrastar sus intimidades personales con las de Julio. Les parecía ser dos almas gemelas pero con muchas y notorias diferencias y habían mantenido conversaciones de cara al futuro, que ya no se en- tendía si no era en conjunto. Hablaron ¡cómo no!, de la proposición de Enrique que a ella no le parecía adecuada, dado el poco tiempo de relaciones entre ellos y que le parecía un atropello a todas luces, con un pretexto que se le antojaba inventado y que lo único que pretendía tal vez, era mediante esta intromisión en sus vidas, encontrar refugio a sus frustraciones como escritor, que eran notorias y públicas, toda vez que a nadie se le ocultaba las veces que había intentado obtener del Centro que le financiaran y publicaran: boletines, guiones de teatro, relatos cortos, etc. sin conseguirlo. Lucía animada por la atención que despertaban estas confiden- cias en su amiga, descubría ante ella proyectos inmediatos y a largo plazo que tenían la pareja, incluso algo que aún no estaba muy maduro pero que andaban negociando, unas vacaciones en Asturias de donde era Julio o tal vez en Andalucía de donde era la familia de ella. Recordaba de cuando era niña, que sus padres la llevaron va- rios veranos a Huelva de donde eran oriundos, y pasaron una tem- porada allí, visitaron familiares y amigos, pero ella lo que re- cuerda con más cariño fueron los días de playa que pasaron en un camping junto con otros familiares de sus padres, así como que entabló una gran amistad con una niña de su edad. Con Deli que era el nombre de esta niña, vivió días inolvida- bles, compartieron sueños y deseos, se bañaban en la playa, pasa- ban largas horas tumbadas en la arena escuchando el sonido de las olas, solamente interrumpido por el ladrido de algún perro o el volumen de un aparato de música, que les sacaba sobre todo a ella, de su arrobo y de un sueño imposible, que le transportaba a confi- nes imaginarios... volando...volando... De nuevo y aterrizando, como decía Lucía cuando se pasaba el tiempo pensando en estas cosas, volvió a la realidad de los hechos. Se les había ido el tiempo rápidamente y era hora de volver a casa y tal vez precipitadamente, pues a Laura le hubiera encanta- do enseñarle otras dependencias de la casa, la acompañó hasta el portal y se despidieron eso sí, prometiéndose repetir la visita. Otra vez volvía Lucía a establecer comparaciones con su vida y la de los demás. Siempre le embargaba una especie de angustia que ella sabía disimular, pero que en el fondo de su corazón se manifestaba constantemente, a nada que viviera situaciones parecidas o iguales que las que acababa de tener. Ella era consciente de que sufría un mundo cifrado de incógni- tas, una fatalidad que idealizaba aunque de una forma efímera, pues de inmediato la vida le hacía ser realista y volver de sus fan- tasías a la realidad de los hechos y de su oscuridad. En su intimidad vivía y añoraba otra vida diferente y con otras claves distintas, sobre todo para entender los sonidos que se pro- ducían a su alrededor, el movimiento de las gentes, el tráfico, las caras de las demás personas, sus formas y volúmenes y tantas y cuantas incógnitas como existían en su pensamiento. Por eso ahora tal vez quiere, inventarse historias y vivir situa- ciones como las que comparte con Julio, que es quien únicamente la interpreta en su realidad, quizás porque al propio tiempo sea la persona que debido a sus mismas carencias, entienda mejor que nadie cual son sus aspiraciones y sueños irrealizables. De ahí que cuando escucha la radio se transporte a lugares ig- notos, que gracias a su desbordante fantasía ella convierte en una realidad diferente y es capaz de traducir esas imágenes amorfas en otras, legibles para personas como Julio y Laura, que son quienes comparten con ella al mismo tiempo que sus vidas, tam- bién su ceguera. En una palabra comparten experiencias con las que van en- riqueciendo sus vidas a través de las vivencias unos de los otros y se produce una transmutación de sueños-realidades que combinan con la rutina diaria y que les sirve como tabla de salvación. Lo que no entiende es el cambio súbito que está apreciando en Julio. Ya no es el mismo que en principio conoció y ahora le en- cuentra hosco y más callado, pensativo, oculto, como abstraído. Piensa que en el mejor de los casos, no se debe a su injerencia personal en la forma de vida que él lleva, pues ella apenas le im- pone nada y cuando quiere proponerle algo, lo hace con la habili- dad y destreza suficientes como para que él no tenga necesidad de sentirse obligado a tener que claudicar de algunos de sus princi- pios. Siempre que programan ir algún sitio, es previo consenso y sin alterar para nada el orden y rutinas que ambos tienen establecidas por tanto, supone Lucía que algo que se escapa a su conocimiento está sucediendo para que Julio se manifieste de esa otra manera que ella aún no ha descifrado. De lo que no tiene duda alguna es que su comportamiento respecto a ella, no es el mismo que cuan- do se conocieron, que si Julio no se encuentra a gusto co- mo al principio debe ser por causas ajenas a ella, y de lo que más segura está es que si Julio hubiera encontrado algún porqué, conociéndole como creé conocerle, ya le habría manifestado algo en ese sentido. Lo que más incomoda a Lucía a la vez que le preocupa, son esos largos silencios que se producen cada vez con más asidui- dad, y que merma el calor de su relación. No entiende por más que trate de analizar, a que se debe este cambio por otra parte sin motivo aparente. Tal vez piensa que la influencia de Enrique es más perniciosa que lo que ella esperaba. CAPÍTULO II Enrique está encantado con los progresos que realiza res- pecto a la amistad con Julio. La amistad que cada día se consoli- da y que no es otra cosa que la coincidencia con una persona en la que no hay dobleces, malicia, segundas lecturas, sino todo lo con- trario. A medida que avanza el tiempo está más convencido de que Ju- lio ha entendido perfectamente que la experiencia que preten- de llevar a cabo y contar en un escrito a través de la confronta- ción de sus vidas, no persigue otra cosa que en primer lugar, encontrar los argumentos necesarios que en el Centro le piden para acceder a formar parte de la plantilla como Monitor en prime- ra instancia y más adelante como Preceptor o Conductor en la formación de inválidos totales. Julio se ha acostumbrado a ver a través de Enrique y su vida en cierto modo depende de su amigo en tanto no decida cambiarse a un lugar más céntrico y que le libre de la tiranía diaria que su- pone para él la utilización de los medios de transporte. Aprecia en la medida que le es posible el esfuerzo que está rea- lizando su amigo para llevar a cabo, no solo el estudio de su pro- pia vida sino más bien lo que persigue con ello, que no es otra cosa que ahondar en lo que significa la minusvalía que él mismo tiene respecto a la de un ciego total. De paso si este asunto pros- pera se librará de esta servidumbre, de la venta de los cupones que cada día anda más puteada, en palabras de Julio. Enrique sabe que son muchos los inconvenientes que han de soportar los ciegos para ganarse la vida, y todavía recuerda el in- cidente de cierta importancia que le ocurrió a Julio, no hacía tanto tiempo y que le tuvo postrado en cama una semana. Ocurrió que un día como cualquier otro, al salir del Bar El Za- firo donde desayuna Julio, fue literalmente arrollado por una turba que corría sin mirar calle arriba huyendo de la policía. Se trataba de un grupo numerosísimo de “manteros” que alertados por la proximidad de la “pasma” y recogiendo lo más aceleradamente posible sus bártulos corrían en desbandada sin mirar hacia dónde y llevándose por delante a Julio que irrumpía en la calle en ese mo- mento. No tuvo mayores consecuencias que unos moratones en la cara, una semana de inactividad y la constatación de que cada día era más difícil ganarse la vida en la calle y los peligros a que estaba sometido. Aunque reconocía Julio, que en este sentido él no podía quejarse, muchos ciegos se sabía habían sido objeto de robos me- diante el clásico “tirón” cuando no a punta de navaja. Todo ello le llevó a Julio a acelerar la cuestión muy medi- tada de la solicitud para que le fuera concedida la compañía de un perro guía. Los trámites eran engorrosos y las condiciones que debía reunir el solicitante poco menos que imposibles, el costo elevadísimo para una economía tan precaria como la suya, aunque no le falta- ban argumentos para dicha solicitud y en opinión de Enrique, no debía perder la esperanza pues lo sucedido tenía una alta valora- ción en puntos para la consecución del perro guía y debería explo- tarlo. Ello le motivó hasta el punto de apuntarse a un cursillo de adaptación, en el que entre otras exigencias se analizaba el carác- ter del solicitante, pues no todos los invidentes eran compatibles para semejante empeño. Lo cierto es que este cúmulo de asuntos, circunstancias y enre- dos, le fueron si no mermando la relación con Lucía, sí al menos un enfriamiento en su comportamiento que comparativamente con el del principio era manifiestamente diferente. Lucía como suele decirse no se apeaba del burro y achacaba es- ta forma de actuar por parte de Julio, a que Enrique le estaba “co- miendo el coco”. Vanos eran los esfuerzos por quitarle esa idea a Lucía de la cabeza tanto por parte de su novio como de su amigo, pues curiosamente se habían convertido el uno en la sombra del otro y esto le producía una especie de celos que sin llegar a ser punzantes, sí tenían todos los ingredientes para llegar a serlo. Además decía Lucía cuantas veces tenía ocasión, manifestaba que su relación con Julio ya no era lo intima, exclusiva, privada como al principio y ahora tenía la sensación de estar siempre sien- do observada, vigilada, examinada y ello le producía una incomo- didad difícil de soportar y sobre todo de explicar. Julio estaba dispuesto a reconocer que su amistad con Enrique había llegado a tales extremos que la verdad, era difícilmente compatible con un noviazgo y se habían convertido en trío en lu- gar de pareja y cuando él le hacía alguna carantoña a su novia era correspondido por ella pero de una manera diferente, sin ese calor que al principio desprendían sus caricias y llegó a pen- sar que realmente estaban condicionados por esa especie de “carabina” que sin darse cuenta se les había metido en sus vidas pegándose a ellos como una lapa. Todavía no era demasiado tarde para arreglar el asunto y aún no habían tocado fondo. Lucía abrigaba esperanzas de que Julio entendiera mediante es- te tipo de mensajes, como eran los que manifestaba últimamente de frialdad, desinterés, poca conversación, etc. que no era otra cosa que toques de atención muy meditados, para hacer caer en la cuenta a su novio que el asunto era cosa de dos no de tres, y en privado le decía aquello de: “dos son pareja, tres, multitud” espe- rando que Julio que era ciego pero no sordo, entendiera por donde iban los tiros. Aunque Enrique no se daba por vencido pese a la actitud de Lucía, se deshacía en explicaciones y presentaba todo tipo de ar- gumentos tratando de convencerla de que era una situación muy puntual y que en el momento que tuviera recopilados los datos necesarios para emprender su trabajo, prometía no darles tanto la vara y sería un amigo más, sin la omnipresencia que en aquellos días él era el primero en reconocer, resultaba un tanto asfixiante e incómoda. Pero a Lucía lo que le podía satisfacer, no eran las palabras sino los hechos, y ella estaba siendo testigo de excepción de cómo apenas contaban con ella para realizar planes, si no... ¿Cómo podría explicarse entonces que tuvieran poco menos que programadas las vacaciones de verano en Asturias sin que hubieran contado con ella para nada y tan siquiera para excluirla de dicho viaje...? Porque ambos amigos tenían efectivamente muy avanzados los preparativos de lo que prometían ser unas vacaciones inolvidables y llenas de encanto, en las que para nada entraba el nuevo compromiso adquirido con Lucía por parte de Julio y especial- mente provocadas por Enrique, con vistas de avanzar en su trabajo y de esa forma poder presentarse a la convocatoria del nuevo cur- so en Septiembre. Por esa razón hubieron de convenir en disimular ante ella no dando detalles o pormenores del viaje, y tratando de convencerla que lejos de ser un olvido, no habían querido decirle nada porque le reservaban tal sorpresa. Con lo que no contaban ellos es que Lucía también tenía sus planes y que para nada decía iba a alterarlos, sobre todo porque la dependencia que aún tenía con sus padres, le obligaba a formar parte muy importante de la programación que estaban diseñando respecto a las vacaciones. Sus padres que por cierto todos los años con pocas diferencias, realizaban sus vacaciones en Huelva y este año no iba a ser dife- rente. Allí tenía Lucía además de sus amistades de todos los años la amiga del alma de toda la vida, Delia, para con quien no tenía secreto alguno y con la que compartía sus sueños y medias reali- dades a través de sus esporádicas visitas. Efectivamente esta discordancia en el programa vacacional re- presentaba un nuevo problema, que por parte alguna se presentaba de fácil solución. Julio considerando que la situación creada en buena medida, se debía a su falta de tacto, buscó lo que en principio podría llegar a ser un buen plan. Partirían las vacaciones en dos, una parte la pasarían juntos en Asturias y la otra mitad en Andalucía, solamente habría que acomodar las fechas a la familia de Lucía, que en principio no sabía si estarían de acuerdo con esta nueva proposición. Pero desde luego a Lucía no le pareció nada fácil convencer a sus padres de la presencia de Julio en el periodo de vacaciones o... tal vez... ¿También sería la de Enrique..., se preguntaba...? De ninguna manera... Contestó éste, consciente de que ya había causado sufi- cientes problemas, como para además añadir otro, sin que signi- ficara en absoluto que esta decisión fuera definitiva para encontrar si no el perdón de Lucía, al menos una aceptación sobre el asunto. Pasaban muchas horas en disertaciones semejantes, Lucía esta- ba ya hartándose de tener que “tragar” tanto y apenas encontraban momentos de intimidad y la privacidad que requiere una relación amorosa y estaba dispuesta a tirar por el camino de en medio, si esta cuestión no llegaba a término más pronto que tarde... Un acontecimiento vino a cambiar la situación, no se sabía si para bien o para mal, lo cierto es que en algo cambiaría sus vidas. Julio después de meditarlo mucho y hablarlo en su casa, cambiar impresiones con Enrique y sopesar cuánto de positivo y de negativo pudiera tener el asunto, decidió cambiarse de casa para vivir de manera autónoma en un apartamento tal y como llevaba rumiando desde hacía tiempo. Lucía estaba de acuerdo con el nuevo cambio pues pensaba que así se verían más frecuentemente y viviría más estrechamente la relación, toda vez que ella vivía con su familia en el centro de la ciudad y consideraba que la cercanía de la vivienda de Julio pro- piciaría los encuentros. Además esta era una buena fórmula para librase del “pesado” de Enrique, aunque por un momento cruzó por su mente la hipótesis de si no se irían a vivir juntos los dos amigos al mismo apartamento, en cuyo caso decidió Lucia, todo habría terminado. Sin embargo no fue así. Enrique animaba a Julio a dar este paso que consideraba muy beneficioso también para él, pues se quitaba de un plumazo tener que acompañarle casi de forma permanente todos los días, mu- chas veces teniendo que esperarle hasta la desesperación, lo que condicionaba en cierto modo también su vida. No estaban tan de acuerdo en casa de Julio con esta solución, pero su padre decía, que era mayor de edad y muy cabal para tomar las propias decisiones. La hermana mayor de Julio, Dorotea, animó en este asunto a Julio como no podía ser de otra manera, pues además de ver en el asunto una cuestión de carácter puramente doméstico, cuál era el cambio de habitación que suponía se realizaría a su marcha, ya que llevaba compartiendo con su hermana pequeña un cuarto desde hacía muchos años, tampoco era ajena que ello suponía una emancipación y autonomía que tenía bien merecida su hermano, merced a los esfuerzos que todos los días llevaba a cabo con la venta de los cupones de la ESCI. Toda la familia colaboró en el traslado de los enseres de Julio a la nueva residencia. Pocos... algunos libros, muchos discos, aparatos de música, bastante ropa y calzado, objetos de aseo personal, etc. El nuevo apartamento estaba situado en una calle céntrica de Madrid, próxima a lo que Julio había dado en llamar su lugar de trabajo, es decir la calle Bravo Murillo. Tenía un Conserje que en principio a la familia de Julio le pa- reció de lo más conveniente, pues una persona como él necesitaba de alguien que tuviera en cuenta su invalidez y colaborara hasta habituarse a la nueva casa. El apartamento como tal, físicamente era pequeño, aunque suficiente para vivir una persona, lo cual alegraba a Lucía sobre- manera pues enterraba el demonio de los celos al menos en este terreno, de que fuera a compartirlo con Enrique. Disponía de una especie de cocina que llamaba americana, con puertas de corredera que la mantenían fuera de la presencia del salón aunque prácticamente formaba parte de la misma pieza. Tenía una habitación con ventana a un patio interior, pero un patio que nada tenía que ver con los conocidos por patios inte- riores de cualquier vivienda, hasta el punto de abrigar en su interior una pérgola con bancos de piedra y rodeado de plantas y flores de todo tipo y una fuente artesanal en medio del jardín, en una palabra un lugar ideal para tomar el sol en invierno y el fresco en verano. El baño era pequeño pero funcional, el salón con un armario empotrado suficiente para colocar los enseres y ropas personales. El apartamento estaba completamente amueblado y con electrodomésticos: sofá en el salón convertible en cama, una mesa de estudio, teléfono, dormitorio con una cama grande y el cuarto de baño eso sí equipado con lo mínimamente exigible. Existían unos estantes de obra (Pladur) en el salón, donde Julio colocó sus discos, los libros en Braille y algunos recuerdos muy personales de acampadas o fiestas conmemorativas del Centro y que componían la totalidad del apartamento. A Lucía le encantaba el apartamento, además no era necesario coger el ascensor pues era un primero, lo que facilitaba aún más el paso al mismo. Ella también se había fijado en una esporádica visita a la que le invitó Julio, que en todo el tiro de escaleras había una baranda, que estaba como a propósito para personas discapacitadas y además no había obstáculos en el camino pese a que eso desgraciadamente no se tenía en cuenta siempre, así como tampoco había una rampa que ya en algunos edificios se comen- zaban a construir y que los arquitectos tenían presente para facili- tar el acceso a personas disminuidas. Julio quería dar una fiesta en el apartamento para celebrar el cambio y tal vez, pensó, que podía matar dos pájaros de un tiro pues el cumpleaños de Lucía estaba muy cercano a la fecha. Lo que ocurría es que no sabía por dónde empezar y proponér- selo a Lucía significaba, que ella se percatara que pretendía al tiempo que inaugurar su independencia, dar por celebrada la fiesta de cumpleaños y ella no estaría dispuesta a perder ni un ápice de protagonismo, mezclando su cumpleaños con algo tan banal como mudarse de casa. Lo que menos esperaba Julio es que Lucía se le fuera a adelantar en la jugada y su sorpresa fue notable, pues cuando le exponía el proyecto de la fiesta, al tiempo de pedirle su colaboración en el asunto, le sorprendió ella diciéndole que sí, que había estado pensando en ello y además, aquí es donde entraba la novedad, tenía el propósito si a él no le parecía mal de invitar a su amiga Laura con la idea decía, de ver si se animaba Enrique y creaban una nueva pareja. Lucía no pensaba en otra cosa que fuera la de cómo volver a recuperar la confianza de Julio, que últimamente no parecía ir por buen camino. Tan siquiera había logrado un intercambio de pre- sentaciones familiares, y no porque ella no lo hubiera intentado, pues con motivo del traslado de Julio al apartamento, habían teni- do más de un buen pretexto para que este encuentro se produjera y ambas familias sabían perfectamente de la relación formal que mantenían, pero este paso que a Lucía le parecía de máxima nece- sidad, el de las presentaciones formales, aún no se había produci- do. Y es que en casa de Lucía se había vuelto a desenterrar el re- cuerdo de una relación frustrada por parte de la niña, como la lla- maban cariñosamente, y era como mentar la soga en casa del ahorcado, remover el recuerdo de un pasado e infortunado noviaz- go. Había tenido lugar unos seis meses atrás, y lo más grave, era que Lucía no había hablado todavía con Julio sobre el particular. Fue esta una relación de las de olvidar, a pesar de que duró más o menos un año, tiempo durante el cual Lucía fue muy desdichada, pese a que Roberto como se llamaba su pareja, siempre mantuvo sino un exquisito trato al menos se esforzaba en ello, mientras se mantuvo dicho noviazgo. El hecho era que personalmente tenían caracteres muy encon- trados y al perspicaz talento del que podía hacer gala Lucía en el terreno intelectual se encontraba por el contrario el de Roberto también invidente, que era lo que se dice un auténtico zote. Apenas se podía mantener una conversación coherente con él de cualquier tema que no fuese el trabajo, porque además al ser invidente Roberto acudía a diario al Taller del Centro de Rehabili- tación de la ESCI, donde se impartían cursos de mecánica y otras artes y oficios para alumnos que como él, apenas sentían atractivo alguno por el estudio. Era rudo en su trato con Lucía y no podían intercambiar opiniones acerca de sus estudios, pues nada tenían en común el fresado o torneado de piezas que él realizaba, con los avances en la carrera de ella. En el aseo personal dejaba mucho que desear y olía mal con frecuencia y su boca exhalaba un aliento que había que eludir a toda costa. Sin embargo nadie le había regalado un gran ramo de flores por su cumpleaños a Lucía, como el que trajeron de parte de Ro- berto a su casa, aunque en este sentido tampoco podía presupo- ner que con Julio no fuera a ser así, puesto que era el primer cumpleaños que iba a pasar con él. Estos detalles de su novio impresionaron tanto a Lucía, que un día le invitó a comer a su casa y le presentó a sus padres. Roberto dio sobradas razones de mal comportamiento y falta de tacto, co- mo para que sobre todo la mamá aconsejara a Lucía, no seguir adelante con aquel noviazgo. Por estas y otras apreciaciones ahora con Julio, con quien al pa- recer todo era diferente, no quería precipitarse y correr el riesgo de llevarlo a casa y volver a fracasar, mejor sería espe- rar algún tiempo hasta ver en que quedaba el asunto con Enrique y luego ya se vería si le presentaba a su familia o continuaba co- mo hasta ahora, casi clandestinamente saliendo con él. Además de haber puesto en conocimiento de sus padres que te- nía una relación estable con Julio, éstos sentían el deseo de saber algo más de él, sobre todo porque habían notado cambios extraños en su hija. En alguna ocasión en que se retrasaba más de lo acostumbrado para volver a casa, sobre todo en los fines de semana, Lucía tenía la coartada perfecta diciendo que se había entretenido en casa de Laura, repasando apuntes, cuando en realidad había estado con Julio. En todo caso su mayoría de edad pese a su invalidez, le da- ba derecho más que suficiente para hacer de su vida lo que mejor y más conveniente le pareciera. Sin embargo, sus padres andaban un tanto preocupados, pues estos retrasos se producían cada vez con más frecuencia. Para que la idea de crear una nueva pareja con Laura y Enrique pudiera prosperar Lucía se había trazado un plan, que necesaria- mente habría de dar resultado. Como había puesto en antece- dentes de sus sospechas a Laura, sobre el comportamiento de Enrique respecto a Julio y no había sido precisamente muy com- prensiva con la idea de éste, lo que procedía ahora era quitarle hierro al asunto para de esta forma no espantar a Laura de Enrique pues además y en defensa de sus recónditos intereses, estaba el lograr apartarlo de su novio y así emparejados, juntos pero no revueltos, sentirse más independiente y profundizar en la relación con Julio adecuadamente. Lucía puso manos a la obra y hablo primero con Enrique, a quien no le pareció una idea descabellada, pues fueron tales las credenciales que le presentó Lucía de su amiga, que “vio” a una persona en Laura como si fuera un auténtico dechado de virtudes, ya se encargó Lucía de exagerar sus cualidades y minimizar sus defectos, que a decir verdad tampoco eran muchos. Lástima confesaba Lucía a Enrique, no le fuera mucho lo de la música porque entonces sí que lo hubiera tenido fácil, pero salvo en una ocasión que le invitaron a un concierto, añadía Enrique, poco más se podía decir de su afición al bello canto. En todo caso coincidirían sin duda en lo de la literatura, y le hablaba de los vo- lúmenes que había “palpado” en casa de Laura, y del status social de su amiga que desde luego no era una chica al uso, sino una niña bien. Una “pija” decía Enrique, tratando de quitar importancia a las descripciones que hacía Lucía de su amiga, y queriendo pasar de lo que realmente sentía, que era algo muy distinto en su fuero interno y que le estaba proporcionando un regusto e interés inusi- tados. Las preguntas a Lucía que se producían por parte de Laura, crecían a medida que avanzaban los días, esperanzada de que para el cumpleaños ya estuviera confirmada la asistencia de Enrique al guateque. Lucía en esto tenía la convicción absoluta, de que el chico no pondría pegas, pues tampoco eran tantas las oportunidades que se le ofrecían a Enrique como para rechazar esta oferta. Debidamente trabajado el asunto respecto a Laura de ello se encargaba Lucía, y como una nueva experiencia le decía a Enrique, que no estaría mal un intento de relacionarse con una persona del sexo opuesto, toda vez que aún no había pasado por ello en este campo, aunque tampoco al parecer, es que estuviera muy interesado. En cambio Laura no olvidaba fácilmente las trifulcas que se vi- vían con frecuencia en su propia casa por parte de sus padres, lo que hacía que su interés sobre esta posible relación, fuera un tanto puesta en cuarentena. Las relaciones de pareja en opinión de Laura, eran un simple camino para el fracaso en la convivencia, y tenía suficiente materia de juicio, como para opinar en este sentido. No había más que recordar un enfrentamiento de sus padres gordísimo y que ella había tenido ocasión de contemplar y vivir días atrás. Una noche, en que ella permanecía en ese duermevela que le acompañaba casi permanentemente, y que además no se explicaba muy bien porqué le ocurría esto, oyó desde su cuarto una desco- munal bronca por parte de sus padres, que terminó como casi siempre, en un amargo llanto de la madre. Ella quiso saber y profundizar de que se trataba esta vez, que no era la primera, y se pasó con cautela al cuarto de la chica de servicio contiguo al suyo y más cercano al dormitorio del matrimonio que se encontraba vacío esa noche, porque Adela la sirvienta, había tenido que ir a su pueblo a la boda de un her- mano suyo. Laura escuchó esa noche lo que nunca hubiera querido escu- char, asuntos que se temía eran la causa de estas zaragatas y los reproches de su padre, que se lamentaba siempre levantando la voz más de la cuenta, y que aquella noche al parecer ya había sobrepasado el tope y la capacidad de aguante del mismo, quien se manifestaba con una explosión incontrolada, hasta el punto de, al parecer, tomar una determinación de carácter irreversible. El asunto según deducía Laura venía de atrás, de muy atrás, de cuando eran novios, pues la pareja había permanecido inalterable, es decir había sido fiel a su compromiso hasta el presente y de ello hacía ya más de cuarenta años. Las quejas de su padre estaban según sus propias palabras más que justificadas. Llevaba años el buen hombre tratando de hacer cambiar los principios pacatos mojigatos y morales de su esposa, estrecha por naturaleza y puede que un poco frígida. Los errores de convicciones religiosas, la falsa moral imbuida en el Colegio de las Madres Monsesinas, y la Catequesis recibida en un pueblo más preocupado por él “¿Qué dirán?”, que por la auténtica formación de criterios, había hecho el resto... Y el resto consistía en que su madre no entendía el matrimonio, como no fuera bajo el prisma de la procreación, principio religioso que había condicionado la felicidad del matrimonio, porque a par- tir del nacimiento de Laura y debido a su ceguera, ya no había posibilidad de correr riesgos, al menos por parte de su padre, de traer otra criatura a este mundo, otra desgraciada… Estas y otra muchas cuestiones que en esa noche se desvelaron, por otra parte una de las más dolorosas para Laura, condicio- naron y alimentaron en gran medida, su rechazo a emparejarse con alguien de distinto sexo, y aún más con idea de mantener una relación de cara a un futuro matrimonio, lo que fue motivo suficiente para huir de cualquier ocasión que propiciara un encuen- tro de este tipo. Esa vez Laura se prometió, que nunca sería como sus pa- dres, quienes con una actitud hipócrita pactada de cara a la gale- ría, pasaban ante los demás como un matrimonio feliz, pese a que de puertas adentro se vivía una auténtica tragedia. Laura tenía muy claro que nunca sería ni viviría como sus padres y se sentía, si no rechazada, sí al menos aceptada como un castigo que les había caído a la familia y ella era el producto de ese castigo, sus padres no habían tenido más remedio que soportar la invalidez con la que había nacido, aunque su crianza había corrido siempre por cuenta de Adela que en opinión de Laura era una santa y su auténtica ma- dre. Laura al compararse con Lucía no encontraba explicación, a que unos padres, tal y como le había contado su amiga, pobres, inmigrantes, con una abultada familia y siendo Lucía una de las hijas que ocupaba un lugar intermedio, habían optado sin em- bargo por tener más hijos, a pesar del nacimiento de ella con ceguera. No es que se sintiera infravalorada por sus padres, pero sí se sentía como una carga que había que aceptar, una cruz que diría su religiosa madre. Pero su padre que realmente la quería pese a todo, de lo que se sentía herido realmente, no era del hecho ya aceptado de haber tenido una hija con esa desgracia, sino que su mujer estuviera ce- rrada a toda relación conyugal, que no fuera la del estricto cum- plimiento del deber marital en el sentido más aséptico del término. Aún con estos antecedentes, Laura se comprometió con Lucía, al menos a tratar de ser cortés con Enrique y no descon- siderada, entendiendo que era una coartada de Lucía para desenre- darse de él, aunque tampoco pensaba darle facilidades, en una primera entrevista antes del día del cumpleaños. Lucía que sabía ya por su propia experiencia, que los primeros contactos no tienen que ser siempre los definitivos, albergaba la esperanza de que al menos le sirviera a Laura este primer encuen- tro, para sentar las bases de una futura relación. En este sentido Lucía no tuvo recato en comentarle, tal vez para que le sirviera a Laura de referencia, cómo había sido su primer noviazgo, con Roberto. Le puso en antecedentes de los motivos por el que se había roto esta relación, también y además fruto de que su madre buena conocedora del comportamiento de los hombres, había de- tectado que no era buen partido para su hija y esas eran las causas que ella llamaba de fuerza mayor. Roberto tenía como único programa encajado en su cerril tes- tuz, el valor de la parte del cuerpo que procedía estrictamente de cintura para abajo de Lucía y en eso radicaba todo su encanto, y lo que realmente significaba para él. Lucía se había dado cuenta de que el objetivo que perseguía Roberto solamente consistía, en sacar provecho propio de sus en- cuentros, saciar sus bajos instintos, que sin embargo ella fue poco a poco domeñando, la desmesurada pasión que demostraba en todo momento su novio y esa falta de tacto, junto con el descono- cimiento de los tiempos, hasta conseguir un equilibrio, que fuera dosificando los ardores del mismo y que ella tenía que controlar, cómo y cuándo podía y que para su desgracia no era siempre... Le puso en conocimiento a Laura que lo normal en los chi- cos, es que si no encuentran a una chica fácil, a los dos días están cansados de ella y buscan otra que oponga menos resistencia, así manifiestan ellos su orgullo machista en la conquista y se sienten realizados cuando caen rendidas a sus deseos y de esa forma tan sutil alimentan su ego. Con estas y otras explicaciones, trataba de llevar al ánimo de Laura que, porque salieran una o varias veces juntos, no tenía que formalizarse necesariamente su relación con Enrique. Ella por no ir más lejos decía, estuvo saliendo o viéndose con Julio de una manera informal casi cuatro meses, hasta que se libró de la persecución a que le sometía Roberto, que se empeñaba en que antes de romper su relación quería darle una serie de explica- ciones, de porqué su comportamiento era tan ordinario. Lucía le dio tiempo a explicarse, aunque su determinación en esta ruptura, que como queda dicho venía acompañada por los consejos de su madre, ya estaba tomada de antemano. Al parecer en el Centro que también asistía Roberto como in- vidente, tampoco era un buen ejemplo de conducta, en opinión de sus maestros. El Psicólogo se había tomado especial interés por analizar di- cho comportamiento, le había sometido a varias sesiones de tera- pia y había logrado descifrar, lo que motivaba un trato rebelde por parte del chico para los estudios, y lo que era peor, una actitud si no negativa, sí un tanto pasiva en el aprendizaje de una profesión que le diera cierta autonomía en un futuro. Los responsables y tutores de dicho Centro habían adquirido una larga experiencia en casos de rebeldía y de conductas inade- cuadas, falta de adaptación familiar, rechazo a toda ayuda, etc. Era el común denominador en una tarea que se presenta- ba siempre difícil, pues el tipo de chicos y chicas que asistían a el centro tenían además de su minusvalía, una serie de experiencias y connotaciones que habían vivido en el seno y el entorno familiar, totalmente negativas, cuando no realmente traumáticas. Se sentían chicos diferentes, víctimas de tratos a veces vejato- rios y ello configuraba una manera de ser, que en algunos casos resultaba de difícil solución cambiar. Roberto estaba avanzando de forma espectacular en este te- rreno a partir de las confesiones que su médico/psicólogo había “arrancado” de él y se sentía cada vez más querido por sí mismo, pues una de las razones de su comportamiento según decía el psi- cólogo, era que no sentía aprecio alguno por su propia persona, pero a raíz de varias conversaciones ya empezaba a sentirse, poco a poco, como los demás. Las sesiones a que fue sometido como el resto de los pacientes, de este tipo de comportamientos, eran llevadas a cabo por profe- sionales propios del Centro que eran ciegos, y sabían muy bien los resortes que debían tocar para despertar en los chicos las reaccio- nes deseadas, con el fin de controlar su temperamento y conseguir que su disposición fuera más abierta, y de esta manera hacerles más receptivos a las directrices, que ellos conocían mejor que na- die, llevaban a buen puerto. La cuestión de su problemática comentaba Roberto con Lucía, partía de su niñez y así se lo había confirmado el médico que le estaba tratando. La forma de comportarse con respecto a los demás era una rechazo natural, por los maltratos y abusos que ha- bía sufrido en una época de su vida, casi en su infancia. Cuando tenía entre ocho y diez años, en el pueblo lo normal era como ocurría todos sus amigos, con los que se relacionaba a pesar de su ceguera, y con quienes compartía juegos y colegio, era andar por la iglesia, hacerse monaguillo, empleado en la BBC (bodas, bautizos, comuniones), decían con cierto cachondeo los chavales, asistir a los bautizos, bodas y entierros, y de paso disponer de algún dinerillo que el cura les daba en atención a sus ser- vicios. Pero quien realmente ordenaba de acólitos a los muchachos, era el sacristán, un chico de unos dieciocho años que llevaba la voz cantante en estos asuntos. Este individuo compartía esta actividad, con la de ayudante de mancebo en la botica del pueblo, además era acomodador en el cine, remendaba calzado en el taller de su padre, era aprendiz de todo y maestro de nada. A propósito de lo de maestro, también ayudaba en alguna ocasión a una de sus tías solterona, que tenía una escuela de párvulos o de los “cagones”, que se decía en el pueblo, con lo cual no había palillo en cuanto actividades, que hubiera dejado de tocar. Pues bien, él era quien determinaba qué monaguillo era el que estaba preparado o no, para entonar el “Confiteor... el Introito ad altarae Dei... el Réquiem... el Suscípiat... etc. Quién debía tocar la campañilla en la Consagración, el que debía llevar el crucifijo o la manga en los entierros, quién debía atender al incensario o tocar las campanas, preparar las vinajeras de misa, y toda la liturgia, que estaba depositada en sus manos por parte del Sr. Cura, quien en estos menesteres de orden menor, había encomendado sus funcio- nes al sacristán. Por tanto esta prerrogativa y supremacía, en los asuntos rela- cionados con el desempeño de las acciones previas a cualquier ceremonia, siempre dependían de la voluntad del sacristán. Ello, como todo poder, conducía a la corrupción... Quién no se sometía a los caprichos de dicho sacristán, era re- legado y ninguneado hasta lograr su deserción. Bastaba un informe por parte del sacristán, Gilterio, que así se llamaba ese auténtico hijo de puta, para que el sacerdote diera por terminado el contrato verbal de los subalternos. El peaje que habría de pagarse para pertenecer a este desgra- ciado club de elegidos, era pasar por el aro de las aberraciones a que sometía este indeseable a los pobres monaguillos, que unas veces consistían o eran toques, manoseos, arrimos, besuqueos, masturbaciones y otras, la cosa llegaba hasta felaciones, que este pederasta obligaba a realizar a los niños. Todo ello unido a la minusvalía de su ceguera que ya de por sí relegaban a un segundo plano a Roberto, habían hecho de él esto se lo descubrieron en el Centro, un auténtico renegado de las bue- nas costumbres, cuando no manifestaba un resabio casi natural a todo lo que le sonara, a buen trato y consideración y sobre todo si este comportamiento era administrado por alguien superior. Este descubrimiento que fue tardío por parte de Roberto, ya había configurado en él una manera de ser, que se manifestaba en su trato negativo para con los demás y resultaba difícilmente com- patible con una relación de pareja. Por tanto no tenía nada de extraño que Lucía permaneciera en guardia avisada después de esta experiencia casi traumática, moti- vo por el que quería poner en antecedentes a su amiga Laura, para que aprovechara la sabiduría que ella había adquirido, y que le sirviera para no equivocarse. En todo caso, quedaba de manifiesto la condición humana, que pese a una experiencia negativa, no tenía sin embargo es- crúpulos, como era el caso de Lucía, en anteponer sus motivos personales para la consecución de un fin, aprovecharse de la situa- ción aún a costa de herir sentimientos, levantar susceptibilidades y clavar más el aguijón, como en el caso de Roberto, de su infortu- nio o sentirse victima involuntaria de un abuso... De esta manera el asunto del cumpleaños quedaba más o me- nos amañado, solamente faltaban las correspondientes invitacio- nes, pues habría de ser un cumpleaños inolvidable, ya que no to- dos los días se cumplen veinticinco abriles... Julio comentaba con Lucía que le parecía poco ortodoxo cele- brar dos acontecimientos en un mismo acto, que era poco menos como mezclar las churras con las merinas, además estaba el asun- to del espacio en el apartamento, que para dos personas estaba muy bien, pero para más gente resultaría agobiante. Tampoco le parecía muy correcto que apenas aterrizado en el mismo llegara a ser motivo de comentarios, por montar juergas y seguramente en nada le favorecería la prórroga en el alquiler, si recibía alguna queja en este sentido el dueño del apartamento. Lucía se percataba por estas declaraciones sorprendentemente, que al referirse a dos personas, para nada pensaba Julio invitar a este evento a su inseparable amigo, y no obstante la ingeniosa idea de juntar a su amiga con Enrique para nada era desechable, pues aunque en esta ocasión sirviera de poco, no faltarían otros eventos en que les resultaría más rentable. De cualquier forma no creía oportuno Lucía dejar fuera del convite a su amiga, y suponía que tampoco quedaría muy satis- fecho Julio con la exclusión de Enrique, porque ello significaría como una pequeña traición y no reparó en considerarlo con él. Trataron ampliamente del particular, Lucía le expuso su plan para ligar a sus respectivos amigos y cómo si lo conseguían, serían un poco más autónomos, más como fue al principio, decía con cierta nostalgia Julio no aprobaba ni desaprobaba el plan, aunque le parecía un poco descabellado, desproporcionado y basado en unas apreciaciones por parte de Lucía, con las que no estaba para nada de acuerdo. Encontraba en este “plan” una revancha, por parte de su novia en la que él no quería tomar partido, no obstante y tratando de darle un voto de confianza, le dijo que lo pensaría y más adelante ya se vería qué convenía hacer. En lo que sí estuvieron de acuerdo, era en el asunto de realizar una cena de inauguración de su apartamento ellos dos solos, luego lo del cumpleaños, si a Lucía le apetecía como manifestaba cele- brarlo de manera solemne, ya habría forma de arreglarlo. En este sentido proponía Julio celebrarlo por ejemplo en el Centro, y para ello podían hablar con Pepe que era el Conserje del Bar y contratarían un “fiestón” por todo lo alto, reservando ese día el Bar y la Discoteca para sus amigos e invitados, aunque para ello tuvieran que hablar con la Dirección del Centro. Por tanto queda- ba claro que la cena sería en intimidad, los dos y en el apartamen- to, un día diferente al cumpleaños. De tal manera que Julio se encargó de preparar lo que sería una cena romántica, con flores, velas (aunque estas sobraban), cham- pán y un catering, basándose en platos chinos y delicias muy espe- ciales de un restaurante donde Julio solía comer y cenar en varias ocasiones. A Lucía le parecía demasiado que nada más entrar a vivir en una casa, lo primero fuera una fiesta de esa índole, desde luego nada de ruidos pero ya se sabía que a Julio no se le podía contra- decir, salvo que se cabreara hasta el extremo de dar por zanjada toda la cuestión y ella no quería volver a sufrir otro abandono, esta vez por la parte contraria. Esa noche llegó pronto Lucía al apartamento, que se encontraba adornado con varios centros de flores y velas en las mesas, una cubitera para cubitos de hielo de las bebidas, vinos y cham- pán, platos combinados con diferentes tipos de canapés y una especie de sarcófago que guardaba en su interior, unas especiali- dades de comida china calientes que le había recomendado el chef del “Chino” donde Julio había hecho el encargo. La tenue música componía y ayudaba a la creación de un idíli- co ambiente. Nada más llegar Lucía, Julio la recibió con una copa de vino en la mano para brindar por tan novedoso motivo, y al mismo tiempo que depositaba en su cara un intenso beso de bienvenida, la acompañó con extremada delicadeza hasta la mesa preparada con todo lujo y detalles: cubiertos, servilletas, artilugios de todo tipo y el calor de las velas en el centro de la mesa que les acompa- ñaría durante la cena. En opinión de Lucía fue una tarde-noche inolvidable, pues la cena que dio comienzo a las nueve, terminaría bien entrada la ma- drugada. Ello motivó que Julio no consintiera que Lucía a esas altas ho- ras de la noche saliera para ir a su casa. Al principio hubo un poco de reticencia por parte de ella, que decía todo consistía en llamar un taxi, que además debería madrugar y mil excusas pero enseguida se disiparon ante la insistencia de Julio y también por- que se encontraba contenta y eufórica, fruto de la rica mesa china y seguramente por la falta de costumbre de tomar bebidas que no fueran Coca-Cola o de semejante factura, así que no supo oponer- se y sólo le quedó aceptar. El problema principal para su oposición, para quedarse en el apartamento, no era otro que el que todas las mujeres arguyen en circunstancias parecidas: “No he traído ropa para dormir, ni para cambiarme, además de los potingues, desmaquilladores, lacas, etc.” aunque en el caso concreto de Lucía, este neceser se simpli- ficaba en extremo pues su condición de invidente, le hacía no descuidar su aspecto desde luego, pero tampoco tener que prestar esta dedicación exclusiva durante horas, que a casi todas las mujeres le es imprescindible. En todo caso era una excusa que se veía obligada a dar, para no parecer una mujer fácil, y que se entregaba sin más a los capricho- sos deseos de Julio, que dicho sea de paso le había requerido en más de una ocasión, es decir en lo de pernoctar juntos. Es muy normal en casi todas las mujeres, excepciones siempre hay, ha habido y habrá, no ceder en primera instancia, aunque sería su mayor deseo, a las proposiciones de un incipiente noviaz- go, solamente cuando ya está consolidado, cuando se tiene el firme convencimiento de que el novio es el hombre de su vida, y cuando quedan apenas horas para entrar en la Vicaría, entonces y sólo entonces, se entregan en la medida que ellas consideran necesario para mantener el fuego del deseo encendido. Julio le proporcionó uno de sus pijamas, más que nada por cortesía porque no habiendo pasado más de media hora, sobraba el pijama de él y el de ella. Por otra parte lo del pi- jama en el caso de dos invidentes, era un artificio protocola- rio puesto que nada había que ver, aunque sí mucho que to- car. Una música especialmente preparada para el acontecimiento con especial dedicación por parte de Julio, que tenía unos clientes dueños de una tienda de discos, y en la cual debidamente docu- mentado recopiló siguiendo los consejos de uno de los dependien- tes, una selección de música muy aparente y adecuada para una noche de amor, hizo el resto. La noche resultó idílica, inolvidable, única y ello estrechó y afianzó más esta relación que se presentaba definitiva. Salieron juntos del apartamento bien entrada la mañana y saludaron al Con- serje para que éste entendiera que eran una pareja, de las llamadas estables y anunciándole con esta confirmación que el hecho se repetiría en más de una ocasión. Ya en el Centro de la ESCI acudieron a Pepe, para ponerle en antecedentes de sus pretensiones de celebrar la fiesta y tantear qué posibilidades tenían de éxito, pues quedaban pocas fechas para el cumpleaños de Lucía. Por parte del encargado del Bar desde luego todo fueron facili- dades pues el evento se prometía de cierta importancia, los benefi- cios se verían incrementados y además se crearía un precedente, que a él le parecía de extraordinario interés. Quedaba solamente pendiente conseguir el permiso de la Dirección, porque no se podía excluir a nadie que en esa fecha quisiera utilizar los servi- cios tanto del Bar como de la Discoteca, pero de eso se encargaría él, que conocía como presentárselo al Director para que entrara al trapo sin remedio. Ese mismo día Pepe les confirmó que tenían campo libre para su macro- fiesta, mini-fiesta corrigió Lucía, aunque en esto tampo- co estaban muy de acuerdo los dos novios, pues Julio dejó libre la iniciativa a Pepe para que él considerara cual debería ser el tamaño de dicha fiesta quién a su vez les dijo, que si dejaban el asunto en sus manos se comprometía a no hacerles quedar en mal lugar. Hicieron una carta de invitación personal a los amigos comu- nes, pues ya todo les parecía cosa de los dos, y Julio estaba entu- siasmado con que su novia le considerara por fin como parte inte- grante en su vida. A Enrique le preparo Julio, para que recibiera de buen grado el emparejamiento con Laura y ella no abrigaba en el fondo ninguna esperanza de continuidad ya que apenas lo conocía y esperaba al menos de él un respeto y tratamiento de acuerdo a los conocimientos y cultura que Lucía le había anunciado y que éste hacía gala permanentemente, sobre todo delante de las fémi- nas. Esa mañana, la del cumpleaños de Lucía, en su casa no entendía la razón por la que se hubiera levantado tan temprano que además era Domingo y esperaban celebrarlo en familia con desayuno, comida y todo el día en casa con ellos. Sin embargo Lucía tenía otros planes en los que no entraban para nada su familia. Sonó el timbre de la puerta y al abrir, apareció Julio vestido con sus mejores galas y un ramo de flores, tan grande que oculta- ba la mitad de su cuerpo. Lucía no dejó escapar el momento por ella esperado, para pre- sentar el novio a sus padres y familia. Era una oportunidad con todo a su favor, primero el acontecimiento del cumpleaños motivo por el que los padres jamás iban a contrariarla en nada que le pu- diera disgustar y en segundo término, porque la encontraban muy feliz. En casa aceptaron de buen grado este tipo de atenciones, que distaban tanto de las anteriores manifestadas por Roberto de triste recuerdo. Y les pareció de lo más natural, que Lucía celebrara con su prometido semejante acontecimiento. Lucía preparada de manera muy especial, ese día estaba radian- te y contenta, también se sentía un poco apabullada, por las mues- tras de cariño de todo quien se cruzaba con ella y la saludaba, no había pensado por un solo instante que un cumpleaños gozara de la trascendencia que parecía tener, hasta que descubrió en el asunto la mano de su amiga Laura, que había realizado unos letre- ros en Braille invitando a todo quien lo leyera, al acontecimiento que tendría lugar en la Disco ese día, con entrada y barra libre para quienes quisieran participar. Las dos parejas al parecer de una manera provisional, y pa- ra no desairar a Lucía ese día, fueron al restaurante chino a comer juntos por primera vez. No parecía ir mal la relación de Enrique y Laura, a juzgar por cómo se estaban desarrollando los hechos y en un intermedio mientras servían los postres, fueron al Baño, (parecía fuera el lu- gar pretendido para este tipo de confidencias), comentaban entre ellas, y contrastaron en que nivel se desenvolvía el encuentro que era a plena satisfacción de Laura. Por cierto, al propio tiempo en la mesa, el motivo de charla por parte de Julio y Enrique, como no podía ser de otra manera, era sobre el mismo tema. El resto de la tarde hasta bien entrada la noche, transcurrió co- mo estaba previsto en la Discoteca de la ESCI, hubo un reci- bimiento tan emotivo por parte de los invitados, que más que un cumpleaños pareciera una boda y todos invitados y asistentes a la llegada de las dos parejas, prorrumpieron en unánime aplauso y la música en la que reconoció Lucía la mano de su amiga, otra vez presente en la elección de los temas, sonaba como nunca y se en- cendieron bengalas con el consiguiente riesgo de incendio, aunque para ello ya estaban advertidos Pepe y su cuadrilla, manteniendo el control sobre este improvisado homenaje. Lucía no salía de su asombro, ni remotamente habría podido en sus alucinantes sueños imaginar, semejante recibimiento y ello jamás lo olvidaría, era fruto de la dedicación y muchas horas y dinero que su amiga había querido dedicarle en fecha tan inolvida- ble. A Enrique también se le encendieron luces en su interior y cada vez aproximaba más sus apetencias a las de Laura, que para nada quería resultar absorbente y había descubierto en ella, no el clásico ligue de un día, el asunto era de índole diferente a otras veces, y creía que en esta ocasión había encontrado un mirlo blan- co y a su peculiar belleza, que con su media vista Enrique vislum- braba, también había descubierto una belleza oculta que alucinaba a este impenitente don Juan. Eran muchas las coincidencias que encontraba en ella respecto a la imagen que él había idealizado, acerca de cómo debería ser la mujer que le conquistara para siempre. Una tarde como la que estaba viviendo con Laura había disipa- do las dudas, que en un principio albergaba acerca de este provi- sional encuentro. Él, que se dedicaba y pretendía hacer centro de sus actividades en eso de la literatura, encontraba fascinante los conocimientos que podía compartir con Laura, a cerca de autores tanto clásicos como contemporáneos y es que Laura le ponía en antecedentes, de que además de sus estudios en el Centro, compartía co- nocimientos adquiridos en su casa a través de sus padres y amista- des, que frecuentaban la misma y en donde tenían lugar tertulias a las que ella prestaba especial atención, pues se hablaba de Política, Historia, Finanzas y mil asuntos más, entre cafés, tés, güis- quis y pitanzas, que su madre preparaba para este tipo de tertulias y que se prolongaban en el tiempo. En su casa se daban cita desde renombrados artistas de cine, teatro, ópera, autores de comedias, escritores, pintores a otros mu- chos artistas de las artes que eran fieles amigos de sus padres y a quienes éstos rendían tributo de admiración, cada vez que tenían la deferencia, y estas eran muchas, de visitar su casa Al abandonar la casa, estas visitas, era tal el ambiente y olor de tabaco que se había generado en el salón, que se hacían necesario abrir las ventanas para purificar y despejar el sitio, lo que daba idea del tiempo que estas tertulias dedicaban a estos encuentros. Además Enrique que para nada era tonto, se daba cuenta del es- tatus social a que pertenecía Laura, que nada tenía que ver con el resto de las personas con las que él trataba habitualmente, lo dela- taba su forma de vestir y las marcas de sus prendas, la disponibili- dad de dinero en efectivo muy superior a lo que ellos manejaban y siempre la primera en pagar consumiciones, en regalar perfumes, en comprar tiras de cupones que eran invendibles, y sobre todo que Laura no tenía necesidad de trabajar ni vender las tradiciona- les tiras, para llevar el tren de vida que era notorio, aprecia- ciones que él percibía gracias a su media vista que estos casos suponía un privilegio. En este sentido siempre estaba alardeando Enrique de su buen humor y pronunciaba con solemnidad el dicho conocido de: “En el país de los ciegos el tuerto es el rey...” que lejos del dra- matismo que pudiera ocasionar en su círculo de amigos tal co- mentario, era recibido como una ingeniosa ocurrencia más del intelectual. Por tanto el éxito en el experimento de Lucía estaba asegurado, el objetivo estaba cumplido, ya no tenía que temer por su intimi- dad con Julio pues era evidente, que la nueva pareja seguiría su trayectoria y no se inmiscuirían tanto en su pareja, como hasta el presente había sucedido. Las visitas al apartamento se hicieron más frecuentes y pro- longadas en el tiempo, en él encontraban la intimidad y segu- ridad suficientes para dar rienda suelta a sus sentimientos, que a Lucía le estaba pareciendo que no eran los mismos que al principio y esto le provocaba una desazón que Julio empezó a no- tar. Pensó éste que tal vez no era conveniente someter a Lucía a sus febriles propósitos, y que ello motivaba disgusto en su novia, que tal vez se estaba precipitando y estas cosas de los amoríos requie- ren tiempo, y una labor de persuasión y camelo que él había pro- vocado y acelerado, tratando de conseguir, en un corto espacio de tiempo, lo que requería de ella, y más le apetecía a él y eso no era positivo para la relación. Consideraba Julio que se encontraban en una edad, en la que ya no había que andarse con tonterías, y que había que enfrentarse a los hechos con la consideración que merecen, que las pamplinas estaban bien para bisoños y adolescentes, pero ellos andaban me- tidos en una edad en la que a poco se descuidaran, como solía decirse hablando de estos asuntos, se les pasaría el arroz. Así que trataba de hacer entender a su novia que el comporta- miento que en alguna ocasión, tal vez pudiera parecerle impropio por su parte, estaba motivado por la pasión y la elevada tempera- tura que suponía el roce y trato con ella. Quería llevar a su ánimo que su comportamiento a veces bruto, no era más que la manifestación de su cariño desbordante hacia ella, que entendía era la mujer de su vida, y mil declaracio- nes en este sentido, que Lucía trataba de interpretar como lisonjas y no ataques a su intimidad. El cortejo debería contar con medir muy bien los terrenos amo- rosos en que se mueve toda relación. Julio se prometía un comportamiento más acorde, con el tiem- po que llevaban de relaciones, pero se le olvidaba, en cuanto se producía el encuentro con Lucía a quien consideraba como una conquista definitiva y no albergaba duda alguna respecto a esta situación. Pero Lucía como toda mujer que se precie, le daba una de cal y otra de arena, de tal manera que Julio andaba hecho un lío, pues tan pronto le parecía que caía rendida a sus encantos naturales, como se distanciaba años luz de él. Tanto que a veces a través del trato con ella, apreciaba una es- pecie de experiencia, que le creaba cierta inquietud o mosqueo porque ella, sabía cómo medir el tiempo y administrar las conce- siones sin hacer abandonar las esperanzas en el avance del encuen- tro amoroso, sabía cuándo tenía que decir no rotundo y sin pa- liativos, y por el contrario había ocasiones en las que parecía disolverse como un azucarillo en el café y su trato meloso para con él, lograba llegar hasta cotas incalculables, en una palabra que este comportamiento a Julio le traía por la calle de la amargura, pues nunca sabía qué ocurriría o que no, y esto le desconcertaba enormemente. Todo se iba a aclarar en el momento en que Lucía, temiendo que Julio descubriera por terceras personas que había mantenido en secreto su relación con Roberto, y que le había ocultado a Julio pensando que sería improcedente hablarle del tema, salvo correr el riesgo de espantarle y ella para nada quería entrar en ese juego. Pero estaba dispuesta a confesar la evidencia, y se hizo patente que no podía dejar pasar más tiempo sin manifestarle a Julio sus verdaderos propósitos, que no eran otros que demostrarle que es- taba olvidada y bien olvidada aquella anterior relación con Rober- to. Julio a raíz de estas explicaciones, que ella trataba de ampliar, ya entendía muy bien la pericia y práctica que demostraba tener Lucía de las situaciones límite a que había llegado con él. Ahora se explicaba muy bien, cómo sabía dosificar sus entregas para tenerle siempre en el borde del delirio, sin pasar a mayores. Además se consideraba un tanto estafado por haber permitido a ella ser poseedora de sus sentimientos, y no ser correspondido en la misma medida. ¿Era ciertamente una experta en estos devaneos, y en sopesar hasta dónde podía llegar y de dónde no podía pasar...? Él en cambio se entregaba a ella siempre que la ocasión así lo requería en alma y cuerpo, y ahora ¡Ay! se encontraba con que muy a su pesar no era compensado de igual forma. Las lágrimas ante las confesiones de Lucía, aparecieron en los inexistentes ojos de Julio y rodaban por sus mejillas, y ella que palpaba con delicadeza su cara, conmovida por estas manifesta- ciones fue consciente de que llevaban a Julio, hasta el borde de la desesperación. No dudó por un momento en sentirse responsable, y le decía que no interpretara su confesión como un acto premeditado, para herirle y causarle celos o cualquier otro sentimiento negativo, sino que lo entendiera como realmente era, una acto de valen- tía por su parte para que no quedara ninguna duda respecto de su entrega a él que quería ser una afirmación en su amor y se des- hacía en hacerle entender que si de otra manera hubiera tenido oculto este hecho, que además no tenía más importancia que la de haber sido un capítulo ya borrado de su vida, sería una verdadera traición, a su sincero comportamiento la ocultación del mismo. Pero Julio no estaba para gaitas. Por mucho que se esforza- ba Lucía en explicarle estos y mil detalles más, no lograban con- vencerle de que había sido un simple fracaso sin más trascenden- cia y que no había habido mucho más. Julio prefería no pronunciarse y por el momento se hizo el mártir y le creo un estado de culpabilidad a Lucía, que esperaba manejar a su antojo en el futuro y sacar provecho de esta situa- ción. Ello no suponía una ruptura, pero sí un quebranto en sus rela- ciones ante un acontecimiento, tan inusitado como inesperado por parte de Julio. En todo caso se decía así mismo, que había llegado la ocasión de demostrarle a su novia, que él realmente tenía una gran capacidad de perdón aunque no de olvido, al fin y al cabo a él no le había conocido hasta después de Roberto y por tanto no podía considerarse una traición a algo inexistente. Pero ese poso de saber que su novia no era de estreno, le tenía un tanto descolocado, aunque eso de no ser de estreno era mucho afirmar y en esto estaba siendo injusto, pues su comportamiento para con él, que ya se había consolidado como una pareja estable, para nada había resultado ser tarea fácil y había que habérselo trabajado y hasta qué punto... Por tanto Julio decidió pasar página y disimular los muchos ce- los que se le venían encima, dar por sentado y apreciar el valor que realmente tenía la declaración de Lucía, y considerar una vez más, que su grandeza de alma consistía en no guardar para con él ningún secreto, lo cual debería sopesar de manera positiva. Trató de hacérselo comprender a ella, aunque también conven- cerla que entendiera, que para un hombre no resultara fácil entrar sin más, en compartir sus sentimientos y no ser correspondido en la misma medida. Lucía entendió que asumir por parte de Julio estas declaracio- nes suponía, además de tener buenas entendederas, poseer un gran corazón como el que tenía su novio. También la tranquilidad de ánimo con la que ahora se encon- traba Lucía bien merecía el disgusto que habían tenido que afron- tar, sobre todo Julio, al conocer y hablar ampliamente de su rela- ción con Roberto para despejar toda duda y todo secreto lo cual le confortaba de manera muy singular. CAPÍTULO III ¡Y llegaron las que se prometían ser vacaciones del siglo...! Después de tanto devaneo tuvieron el acuerdo de no desenterrar nunca más el hacha de guerra y olvidar y dejar aparcado el per- cance, por llamarlo de alguna forma, de la relación anterior de Lucía y continuar adelante como si nada hubiera ocurrido... Por ello se empezaron a preocupar de la cuestión de las vacaciones que ya estaba, como quien dice, a la vuelta de la esquina. Ahora el asunto empezaba a tener que planificarse de otra manera a como tenían más o menos hilvanado Julio y su amigo, las cosas habían cambiado, puesto que la nueva pareja compuesta por Laura y Enrique parecía ir viento en popa y cada día era más notorio el avance en esta relación hasta el punto de haber adquiri- do cierta estabilidad e independencia, con lo cual planificaban sus salidas y encuentros sin contar con sus amigos en más de una oca- sión. Sin embargo las vacaciones no podían ser de otra manera que programadas por las dos parejas en conjunto, lo que representaba una auténtica novedad y deberían prepararlas con todo lujo de detalles y el protagonismo debería ser al cincuenta por ciento. En una cafetería una tarde se reunieron para hablar acerca del tema. En principio pensaban ir dos semanas al pueblo de Julio en Asturias y más tarde irían a Huelva, aunque en este sentido tanto Laura como Enrique también tenían mucho que decir. Efectivamente, los planes que proponían ellos eran totalmente diferentes a lo previsto. La sorpresa vino por parte de Laura al proponer dejar para me- jor ocasión ir a Huelva y Asturias y disponerse a pasar una tempo- rada sin límite en el tiempo y en una casita que sus padres tenían en Torrevieja, junto al mar, con una parcela de proporciones más que considerables en el lugar que ella había pasado varios vera- nos y donde tenía amistades desde su niñez y añoraba desde hacía algunos años volver por allí. Explicaba que estarían las dos parejas solos, aunque con la inestimable ayuda del ama de casa, es decir de Adela, que se ocu- paría de la intendencia y otras labores que de otra manera sería imposible llevar a cabo, que sus padres ni aparecerían por allí puesto que tenían un apretado programa de verano y con la asis- tencia de su padre a un Congreso en Estados Unidos y la “Semana de música de Santander” de su madre, que nunca se perdía. Lo había propuesto en casa y al parecer todo habían sido facili- dades por parte de sus padres, ella pensaba que tales facilidades eran recíprocas, pues ellos se libraban de tener que llevarla a todas partes y Laura también salía ganando afirmando cada día más su propia independencia, ya que estaba hartándose de la protección a que la sometían sus padres permanentemente y tal vez motivada por su minusvalía. Lucía parecía entusiasmada y desde luego mucho más segura con la presencia de su amiga y ya pensaba en voz alta diciendo, que tendría que comprarse un bikini nuevo, pues el que tenía hacía dos años que no le daba uso, debido a que le parecía fuera de moda y en eso ella era muy exigente y coqueta. No hacía falta decía Laura , ella tenía en Torrevieja un ajuar verdaderamente importante, tanto de ropa de verano, como de bañadores, zapatillas, complementos, etc. además había echado culo decía con disimulado candor y más pecho, así que segu- ramente ya no podría ni ponérselo, en cambio a ella le ven- drían que ni pintado puesto que era algo más menudita. Otro problema consistía en el desplazamiento apuntaba Julio, pues ya el viaje de cinco personas no era lo mismo que el de dos, pero hasta eso estaba previsto por parte de Laura. Adela se adelantaría unos días para acondicionar la casa, llenar la nevera y asuntos de orden menor, de tal forma que el chofer y ellos cuatro, irían unos días después. El alborozo no pudo ser mayor por parte de todos, que en todo también estuvieron de acuerdo. Nunca habían imaginado que unas vacaciones que había que preparar con tanto detalle, hubie- ran sido en esta ocasión de tan fácil resultado. Vacaciones que además se presentaban llenas de emocionantes novedades, pues era la primera vez por parte de todos, que goza- rían de auténtica libertad y camaradería inusitadas, fuera del pa- ternalismo familiar y esta vez en compañía de más que amigos, colegas. Pese a todo Lucía no quería renunciar a sus vacaciones planifi- cadas y soñadas con sus padres, y le parecía además una traición a su amiga Delia, de la que conservaba un recuerdo entrañable y que solamente podía verla en periodo de vacaciones y además en esta ocasión que tenía tanto que contarle... Julio mediaba en el asunto haciéndole “ver”, que habría tiempo para todo, también él ardía en deseos de llevarla a su pue- blo a conocer a los suyos, era cuestión de repartir bien el mes de vacaciones de que disponían. Las vacaciones se presentaban por tanto muy diferentes a las anteriores, para todos ellos. Laura impuso su criterio, convenció a sus amigos de que no se trataba de ningún tipo u orden de prioridades, sino de que había que ser prácticos y aprovechar el espacio de tiempo del que disponían en tanto sus padres estuvieran en el extranjero. Pusieron manos a la obra y en unos días estuvieron ubicados en un chalet, que en principio reunía todos los requisitos necesarios y sobrados para el desenvolvimiento de personas minusválidas como ellos. Sus padres se habían encargado a lo largo de los años de pro- veer tanto las instalaciones peligrosas, como podía ser la piscina, los accesos a las habitaciones de la planta alta, así como a las es- tancias principales, de todo tipo de artilugios, asideros, pasamanos, etc. que hicieran normal la estancia de Laura y ahora les venía al pelo también a sus amigos. Tanto los padres de Lucía y más aún los de Laura, estaban encantados de que las dos amigas encontraran acuerdo ante esta circunstancia de pasar por primera vez las vacaciones juntas, pues sin duda se sentirían más acompañadas, aunque en ningún mo- mento pusieron en antecedentes a sus padres, de que también compartirían estas vacaciones con sus parejas, motivo este por la que debieron advertir ampliamente a Adela, para que no les fuera con el cuento a los padres de Laura. Todo resuelto, se disponían a pasar los mejores días de sus res- pectivas vidas, olvidar el trabajo diario, la venta de los cupones, los estudios, la rutina de casa, todo... En la casa -chalet- no faltaba nada, el ambiente se prestaba a todo tipo de encuentros por parte de las parejas, y Adela disi- mulaba aquellos arrumacos que presenciaba de forma permanente y continuada y le parecía de lo más natural, que dos parejas jóve- nes llenas de vitalidad se recrearan en este tipo de afectos y que ella, soltera de nacimiento y sin posibilidad de cambio, añoraba y comprendía esta forma de comportamiento, que quisie- ra para sí misma. Los días se sucedían de fiesta en fiesta, unas veces en la casa, otras invitados por amigos de Laura, que tenían el encargo especí- fico de sus padres de congeniar e invitarle a ella y sus amigos, para que no se sintieran discriminados y además por interés perso- nal de algunos de ellos que iba más allá de lo puramente amistoso, pues tenían tiendas de comestibles y las compras por parte de la familia de Laura suponían y formaban parte del “Agosto”, ya que eran de tal importancia que no podían renunciar a ellas por causa o disgusto alguno. Alguna noche Laura preparaba con la inestimable ayuda de Adela, que en ocasiones tenía que recurrir a reclutar asistentes, una cena con guateque incluido, con lo que trataba de correspon- der a las atenciones que tenían para con ella y sus amigos los co- nocidos del pueblo. Enrique que alucinaba con el trato que recibían, tanto en casa de Laura como por parte de sus amistades, no las tenía todas con- sigo porque observaba que en ocasiones no estaba tan sólo como sería deseable, tenía la sensación de que alguno le estaba tratando de pisar el terreno. Con sus gafas oscuras a muchos les pasaba por alto, que él no era ciego totalmente y se permitían ciertas licencias para con Laura, que él interpretaba como atrevimiento, por parte de los conocidos de ella, que pensaban él no se enteraba. Los celos aparecieron, aunque Laura no creía dar motivos para que así fuera y lejos de convencer a Enrique que no eran otra cosa que manifestaciones de cariño por parte de algunos de sus amigos, éste entendía que ella consentía en ese tipo de acciones, porque seguramente en su manera pura y limpia de ser, no entraban este tipo de consideraciones, pero que sin duda estaban adquiriendo carta de naturaleza y que para nada se parecían a las tiernas ma- nifestaciones de cariño que en su infancia pudieran haber compar- tido. Sobre todo, decía con cierto dolor, las que había observado en Adolfo, un chico fornido con aspecto atlético y tostado por el sol de la playa, sabedor de sus atributos y encantos para con las muje- res y admirado por una pléyade de amigas que alimentaban su ego y que para más inri, esto lo confesaba con cierto dolor Enrique, tocaba la guitarra como los ángeles... Y una noche en la oscuridad de la terraza, cerca de la piscina, junto al jardín que embriagaba con su aromática brisa el entorno y tocando la guitarra, fue testigo de cómo Laura se acercaba a él y le estampaba un beso, mientras éste dejando la guitarra aparte, correspondía con un abrazo que significaba algo más que una simple amistad. Tanto Laura así como también Lucía y Julio al ver muy contra- riado a su amigo, trataban de quitar hierro al asunto porque la cosa no tenía más importancia que la que se le quisiera dar, su- puesto que al cabo de pocos días este tipo de tertulias tocaría a su fin y aquí paz y después gloria. Precisamente le decía Laura que en el fondo se sentía muy ha- lagada con este tipo de manifestaciones, y la lectura que ella hacía de este tipo de comportamientos no era otro que el esfuerzo que hacían los amigos del pueblo en caerles lo mejor posible, tanto a ella como a sus padres, pues precisamente los familiares de Adol- fo regentaban el mejor Supermercado de la localidad y ellos eran en verano uno de sus principales clientes. Pero este toque de atención por parte de Enrique solo pretendía poner en claro, que caso de ser aceptado por Laura, sería él y sólo él, dueño de sus sentimientos y de su persona, algo que se temía Laura al ver la reacción que había suscitado en él un simple y lim- pio abrazo de amistad. Lejos de sentirse contenta con estas manifestaciones, una turba- ción y desasosiego le embargaba respecto a las maneras que ma- nifestaba Enrique, lo cual podía llegar a poner en riesgo la conti- nuidad de su relación con él. Comenzaron a prepararse para continuar las vacaciones, como tenían previsto, en principio en el pueblo de Lucía y acto seguido en Asturias concretamente en Cazones, un lugar paradisíaco según las explicaciones que se apresuraba a dar Julio, y que para nada le parecían suficientes, más bien decía , se quedaba corto... Las cosas no ocurrían siempre como se deseaba. Los padres de Laura enterados, no se sabía bien por parte de quien, no consentían que se continuara con este tipo de conducta, es decir en conciencia de la mamá de Laura, esta forma de convivencia reuniones o como se quisieran llamar tenían un nombre y era pura y simplemente un amancebamiento o una comuna... Y para nada estaban dispuestos a consentir que su hija viviera de esa manera. Mediaron los padres de Lucía, que ante la contrariedad a los planes de su hija, no tuvieron reparo en hacerse cargo de la situa- ción y haciendo ver a los padres de Laura, que en su casa además de ser muy pequeña y solamente poder albergar a las dos niñas y ellos, no cabía ni entraba en sus planes, permitir que les acompa- ñaran los dos chicos, por muy novios que estos fueran. Al fin consintieron los padres de Laura ante los plantea- mientos de su hija, y se encontraban más tranquilos con la pre- sencia de los padres de Lucía, no como ellos que habían propicia- do el desencuentro con su hija, debido a su permanente ausencia, anteponiendo la vigilancia de la hija a los proyectos profesionales del matrimonio a pesar de la importancia que pudieran tener para ellos estos acontecimientos. En todo caso las advertencias y preámbulos que imponía la mamá de Laura eran de tal calibre, que difícilmente podrían cumplirse en su totalidad. Quería saber en todo momento, cuál era la situación no ya geográfica, que también, sino cómo se iba a cuidar, qué iba a comer, dónde se iba a vestir, qué cama iba a utilizar, qué libros para repasar los estudios se iba a llevar, qué médico le iba a atender caso de ponerse enferma... y así una lista interminable de cuidados y requisitos, que no solamente a Laura le hacían maldita gracia, sino que sus amigos se desternillaban de la risa, al comprobar cómo su “mamá”, cuidaba de ella hasta el ex- tremo de pretender ser acompañada por el ama Adela. A los padres de Laura la convicción de que su hija en definitiva sería dueña de su vida y de sus actos, les creaba una sensación y un vacío que les hacía presentir que algo no habían hecho bien, y que en algo habían fallado y ello les producía una autentica sen- sación de impotencia y un traumático estado de ansiedad, casi de desesperación. Laura era consciente de que su madre nada tenía que hacer con las advertencias que le estaba imponiendo, respecto a su rela- ción con Enrique y que al contrario, de lo que a ella pudiera in- teresarle, esto era cosa suya, que mayormente lo que le preocupa- ba con sinceridad eran sus cuidados físicos, le aseguraba por acti- va y pasiva que no le daría motivos para temer nada, y que sabía desenvolverse en este asunto como corresponde a una persona madura como ella, que además contaba con la inestimable presen- cia de su amiga, al parecer entendida en este tipo de materias, así como la vigilancia permanente de sus padres. El reto a que ahora se enfrentaba Laura era constatar por sí misma si iba a ser capaz de valerse, prescindiendo de la ayuda de cámara de Adela, que se había convertido en su niñera desde pe- queña y le había creado una dependencia de mayor, por lo que necesitaba saber si podría prescindir de su tutela, sería una auténti- ca prueba de fuego, si al terminar el periodo de vacaciones, había sido capaz de superar con éxito y sin ayuda de Adela, las dificul- tades que debido a su ceguera se veía sometida todos los días… Sería una prueba definitiva, pues ella que encontraba siempre en su habitación y en la casa todo dispuesto ropas, zapatos, peina- do, baño, todo... Ahora quería enfrentarse prescindiendo de esta ayuda como hacía Lucía, que en ese sentido era totalmente autó- noma y se sentía plenamente realizada sin apenas ayuda de su madre. El padre de Laura aunque solamente fuera por esta expe- riencia, estaba de acuerdo en lo del viaje, pero exigía de Laura un permanente contacto telefónico y le comentaba, que si más allá de sus posibilidades en algún momento, se encontraba perdida o no controlaba la situación, solamente con indicárselo, iría personal- mente a buscarla. Tanto Julio como Enrique entendieron muy bien esta postura por parte de los padres de Laura, que sin embargo los padres de Lucía no compartían completamente, pues consideraban que sus hijas tendrían que tener el recato y el comportamiento, acorde con la formación que estaban recibiendo y además pesaba también la mayoría de edad, que respetaban completamente. En este sentido depositaban plena confianza en el comporta- miento de su hija Lucía, no era la primera vez que había abando- nado su casa, para ir a formar parte de algún Congreso, aunque siempre acompañada por Monitores del Centro y había dado muestras suficientes de saber defenderse en la vida, sin apenas ayuda por parte de sus padres. En cambio, y tal vez por esta razón, comprendían muy bien aunque no lo compartieran, la postura de los papás de Laura, que la habían mimado hasta el extremo de ser dependiente para todo y entendían también la postura de la niña, de querer saber por sí misma si sería capaz de defenderse en adelante, sin la pesada sombra de sus padres. Diez días, ni uno más, podían disfrutar en las playas de Huelva que eran muchas, y cada cual con características bien diferentes si como habían pactado, querían pasar el resto de las vacaciones en Asturias. Lo primero que hizo Lucía fue contactar con Deli, su íntima amiga, quería compartir con ella además de los pocos días de va- caciones, la novedad de presentarle a Julio, de sentirse una más, pese a su condición de invidente, de convivir y compartir con ella esta nueva experiencia y demostrarle que era muy feliz... Una vez en el pueblo y ya instalados, de la mejor forma posible en casa de los padres de Lucía, ahora se enfrentaban al hecho de tener que buscar alojamiento a los dos chicos, novios a todos los efectos de las niñas, pero que al parecer en el pueblo se hubiera visto como un escándalo, si se hubieran quedado bajo el mismo techo, algo totalmente imposible, pues la casa de los padres de Lucía disponía tan solo de una habitación y un cuarto en el que apenas cabía la cama donde se alojarían Laura y Lucía que aunque apretadas, por un corto espacio de tiempo podía pasar. A Julio y sus amigos no les pareció mal la idea de Delia, que les había hecho una invitación para que fueran a visitarles a su chalet, junto a la playa y conocer a sus padres que se dedicaban a la pesca formando un equipo con sus tíos y hermanos. Además en su casa decía Delia, había sitio para alojar a los chicos, sin ningún problema. Sus padres de condición humilde, así como sus hermanos, to- dos dedicados a las faenas de la pesca eran acogedores y bue- na gente además muy alegres y formaban al atardecer unas juer- gas inolvidables. Prácticamente todas las tardes después de haber pasado el día con la familia de Lucía, se reunían las dos parejas en casa de De- lia, con sus padres y hermanos, en el porche del hermoso chalet, cuyos cimientos eran acariciados por las olas de la playa. Allí podían contemplarse maravillosas puestas de sol, por lo que contaba Delia, que eran únicas e inolvidables. Delia pro- curaba en honor a su amiga y también de sus compañeros, que no les faltara de nada, pese a su condición más bien humilde, ella era quien preparaba con esmero los pescaditos fritos y los mariscos de la pesca diaria de la que vivían. Su padre sacaba el mejor de sus vinos, traídos de La Palma del Condado y guardados para ocasiones como aquella y los hermanos tocaban, uno la guitarra, el otro las castañuelas y el menor canta- ba fandanguillos y flamenco, de una forma envidiable al tiempo que muy en línea y dentro de los cánones establecidos en este arte. En este estado de casi éxtasis, les llegaba la hora de ir a casa sin apenas darse cuenta y Luis, uno de los hermanos de Delia tenía que coger su furgoneta y llevar a las chicas hasta su casa, pues esto era lo convenido. Unas veces iban también acompañadas por Delia y otras se turnaban Julio y Enrique, con el fin de que a la vuelta no viniera sólo el conductor. Pues bien, en uno de esos desplazamientos nocturnos, Luis le propuso a Enrique dar una vuelta por un lugar que decía conocer y que estaba lleno de turistas, mochileros... le decía con recochineo Luis a Enrique, pues se refería a ellos con cierto desprecio ya que se trataba de un tipo de turistas hippie, con poco poder económi- co y precisamente no eran muy bien vistos, pero en cambio había unas niñas también extranjeras que estaban de puta madre. Enrique en un acto de sinceridad le decía al hermano de Deli, que él estaba enamorado de Laura y que para nada quería disgus- tarla ya que consideraba una traición visitar esos lugares, y que además a él con su media vista de poco o nada le servirían y sin embargo para no desairar al hermano de Delia y su familia, a quienes debían el alojamiento y atenciones, además de forma de- sinteresada, tuvo que ceder a su propuesta o no supo negarse. Luis había querido pulsar las intenciones de Enrique con aque- lla proposición, aunque para nada quería forzarle y menos aún sin que en la casa supieran que su retraso pudiera deberse a una esca- pada y no a cualquier tipo de accidente que por aquellos andurria- les eran muy frecuentes en tiempo de verano y que además de noche se producían fruto del exceso de bebida de los conductores, pues en la mayor parte de aquellos parajes pernoctaban en tiendas de campaña y cerca de las playas, multitud de turistas sobre todo extranjeros. Pero el anzuelo por parte de Luis estaba echado y no fal- taría ocasión para llevarlo a efecto, era cuestión de tiempo y pa- ciencia y en este terreno como buen pescador que era, Luis tenía mucha pericia. Y es que los planes de este pescador, eran mucho más pretenciosos que lo que a Enrique pudieran parecerle e iban mucho más lejos... Luis se había fijado de manera muy especial en Laura que in- cluso pese a ser invidente, le parecía una persona angelical y pura, guapa y con clase, elegante en su porte y fina, con respecto a lo que él estaba acostumbrado a tratar en su pueblo, muy parecida a las chicas de la capital (Huelva) de las pocas veces que Tenía oca- sión de visitar las discotecas, pues su pueblo distaba un largo trecho de la capital y además las labores de pesca, salvo en tempo- radas de descanso, apenas le daban tiempo para frecuentar estos ambientes. En las intenciones o planes de Luis para poder acercarse con éxito a Laura, estaba en primer lugar, si no separar de ella a su novio sí al menos crearles un estado de enfado que propiciara cierta distancia entre la pareja, con esta forma primaria de enten- der las relaciones sentimentales por parte de Luis, pretendía que cuando se enterara Laura que había sido traicionada por su novio, en su desesperación se enrollaría con el primero que le ofreciera una oportunidad con tal de devolverle la pelota, y ahí es donde entraba Luis, con el campo expedito y libre y con una Laura de- sencantada y enfurecida, a poco que él se lo propusiera caería en sus brazos o en sus “redes” y como no podía ser de otra forma, allí estaría él para prestarle un hombro donde poder llorar su do- lor... No contaba Luis con la fidelidad y el juramento que se habían hecho la pareja y tampoco con que Enrique, que no se fiaba de nadie vigilaba muy de cerca a quien se pudiera aproximar a un kilómetro de Laura porque todavía tenía clavado en el corazón el intento, bajo su punto de vista, el flirteo del tal Adolfo allá en To- rrevieja. Pero ya se sabe que cuando a alguien se le mete entre ceja y ce- ja alguna cosa, no para hasta conseguir llevar a cabo su empeño y Luis que no olvidaba fácilmente las facciones agraciadas de Laura, cada día se acentuaba y aceleraba más en él, el hecho de satisfacer esa necesidad o al menos intentarlo, de ahí tanta planificación en hacer caer a Laura. Los días pasaban a tal velocidad que ya estaban pensando en la vuelta a casa y emplear el resto de vacaciones, en Asturias, como tenían planificado y Luis se había propuesto llevar su plan de con- quista adelante pese a todo y cuanto antes. De tal manera, que habló con su hermana Delia para que tratara de convencer a sus amigos, que con el fin de facilitarles la vuelta a casa e incluso el viaje a Asturias, él se prestaba voluntario para llevarles hasta don- de fuera preciso, pues apenas tenían equipaje lo que facilitaba el uso de su furgoneta. Decía que así de paso, conocerían Madrid porque si no se mo- rirían “burros”, como decían en su entorno, acerca de aquellos quienes nunca habían pisado la Capital, y después de realizar este viaje podrían presumir entre sus amigos, tanto él como su herma- na, de al menos haber visitado y pateado la Capital de España. El ofrecimiento en cuanto al viaje, fue muy bien acogido por los invitados, pero no estaban dispuestos a consentir semejante esfuerzo y no les parecía de recibo, que además de haber sido objeto de mil atenciones por parte de la familia de Delia ahora además tuvieran que cargar con este nuevo. En cambio Delia veía también una buena fórmula para pasar más tiempo con su inse- parable amiga Lucía, podría ella entrar en el juego y aunque se trataba de su hermano y no pudiera considerarse pareja al uso, ello no impedía que les pudiera acompañar e incluso intercambiar unos días de vacaciones todos juntos. De esa forma a la vuelta a su pueblo, su hermano Luis tampoco se encontraría sólo. Sin habérselo propuesto Delia había dado con la solución que a Lucía le parecía hecha a su medida. Como todo eran facilidades por parte de Luis, éste incluso se disponía a poner a punto la furgoneta, una MB (Mercedes) del año del hambre decía , pen- saba llevarla al taller para darle un repaso, cambiar el aceite, fil- tros, etc. Lo que se dice prepararla para un largo viaje, pues hacía bastante tiempo que la pobre furgoneta no gozaba de un respiro, siempre del pueblo a Huelva, que era el viaje más largo que tam- poco con muchas frecuencia se producía, lo normal era dentro del pueblo para repartir el pescado en las tiendas y bares, que eran sus clientes habituales. Además, decía Luis, la llevaría al taller de un amigo, donde la lavarían por dentro tratando de quitarle el olor a pescado y que habitualmente lo hacían a vapor porque daba unos resultados excelentes. Salieron con dos días de anticipación a lo previsto porque de esta forma , pasarían por Sevilla pararían para visitarla despacio y también por Córdoba que tenía mucho que “ver”, descansarían en donde más les apeteciera, y así sin prisas hasta Madrid, con lo que encontraban una nueva excusa para hacer turismo de una forma inesperada. Estaban dispuestos si era preciso a dormir en Camping e incluso en la furgoneta la cuestión era aprovechar el tiempo, de estas novedosas vacaciones que poco a poco tenían trazas de llegar a ser inolvidables. Las intentonas de Luis por conquistar a Laura cada día eran más visibles, rayaban en el ridículo, pues incluso le había llegado a proponer a Laura, realizar el viaje en el asiento del copiloto y es más había procurado que Delia coincidiera en el asiento trasero junto a Enrique y de esta manera tratar de conse- guir que éste, en algún momento del largo viaje apoyara la cabeza en el hombro de su hermana, para dar una cabezadita y él vigilaría por el retrovisor para ver si se producían progresos en el sentido que esperaba. Con un día de adelanto llegaron a Madrid y con tiempo sufi- ciente para organizar el viaje a Asturias, ahora un tanto más com- plicado por haber aumentado el número de veraneantes. Julio propuso que para alojar a la nueva pareja nada como el sofá cama de su apartamento, pero Laura que disponía de un case- rón inmenso y la habitación de Adela libre, con sus padres en el extranjero e instalaciones perfectas, con varios cuartos de baño, no podía consentirlo y acordaron que sería allí donde pernoctarían los invitados. Enrique estuvo conforme con el acuerdo, si bien exigió también él formar parte de la ocupación de la casa de Laura, ya que de esta forma pretendía avisar a Luis que se encontraba al tanto de sus aviesas intenciones y que no era de fiar. De tal forma y dado que la casa de Laura reunía las condicio- nes óptimas, convinieron en que los días que faltaban para el nue- vo viaje y mientras organizaban todo, estarían sin separarse como una familia y como continuación de las vacaciones todos en la casa, donde además había piscina, habitaciones de sobra y todo lo necesario para sentirse cómodos. Efectivamente la casa era el pa- raíso, y excepto Laura todos estaban alucinados de los pormenores y detalles de que podían gozar en aquellas instalaciones, de pelícu- la decía Luis, p u e s tenía hasta garaje para la furgoneta. El verdadero problema que se le venía encima a Julio, era có- mo poder alojar tanta gente en su pueblo, su casa era pequeña y para una pareja mal que peor sí podían apañárselas, pero la cosa había cambiado en cuanto al número de personas y de qué manera. Lucía que también vivía las preocupaciones de su novio como propias, le facilitó la solución, comprarían una tienda de campa- ña para los chicos y ellas se apañarían como fuera en su casa, pues además el tiempo se presumía sería bueno, dada la estación del año y en cualquier camping serían bien recibidos. No le hacía mucha gracia a Julio tener que compartir el sue- ño, con al fin y al cabo un desconocido, pero el intercambio de favores se imponía y el detalle de llevarles en la furgoneta bien valía el esfuerzo. Enrique estaba encantado con esta novedad además él, decía, había toreado en plazas peores, y recordaba en voz alta, sobre todo un verano que fue de campamento con otros alumnos de la ESCI y el hacía las veces de Monitor. Le tocó dormir con cuatro alumnos que tenían de todo menos aseo personal, y un insufrible olor a pies embriagaba todo el entorno en diez metros a la redonda de la tienda, así que él después de aquella experiencia, no pondría ninguna pega a tal decisión. Luis tampoco dijo nada, siempre le quedaría el recurso de dormir en la furgoneta, pero fue consciente de que las cosas se le ponían un tanto difíciles para la conquista que se había propuesto, aunque tal vez, pensaba eso sería lo mejor...Pues cada vez era más consciente de las dificultades que entrañaba tal empresa, de que el novio de Laura estaba con “ojo avizor” a cuanto sucedía alrededor de ella y que le había dado muestras de que no se fiaba ni de su padre, por tanto vano era su empeño. A Julio le esperaba una sorpresa con la que no contaba. En el buzón de su Apartamento había una carta de la ESCI, en ella le comunicaban se personara lo antes posible en el Centro. Asuntos relacionados con la adjudicación de un perro guía, reque- rían su presencia para darle instrucciones y se hiciera cargo del mismo lo antes posible. Lejos de suponer para él una alegría pues no era fácil la consecución de un perro de estas características, además de estar muy solicitados, le creó una especie de angustia, saber que tendría que acomodar su vida a la de este improvisado compañero. Eran momentos realmente especiales y emocionantes, espera- dos y aunque por otro lado, estaba lo del viaje con prácticamente todo preparado, quedaba por saber que pegas o inconvenientes encontraría en sus amigos para que aceptaran esta nueva situación. Pero la cita era ineludible y cuando tuvieron sus compañeros noticia del asunto, todo fueron felicitaciones y parabienes, ellos también entendían la contrariedad que suponía el mantenimiento de un animal, que a pesar de estar debidamente entrenado y edu- cado para la convivencia con un invidente, no por ello dejaba de ser un problema añadido. Sin embargo estaban dispuestos, sobre todo Lucía, a compartir el cuidado de Nemo que así se llamaba el perro, y a recibirlo como un miembro más de la familia. Aunque las cosas no iban a ser tan sencillas, cuando se presentó Julio en el Centro para hacerse cargo de Nemo, las condiciones eran entre otras muchas, que debería pasar algún tiempo en un Centro de Adaptación con el animal hasta familiarizarse con sus costumbres y cuidados, y que habría de habituarse a su voz, su paso y forma de caminar y entrenarse con un preparador especial para andar por la ciudad y mil y un requerimientos, que a priori no podían darse con facilidad. Todo ello truncó de manera definitiva el asunto del veraneo en Asturias. La contrariedad mayor era para Luis y Delia que se verían obligados a tener que posponer este viaje o renunciar defi- nitivamente a él pues, al menos en quince días no le permitirían a Julio hacerse con los mandos del perro. En todo caso decía Julio para suavizar la situación, siempre se ha dicho que veranear en Madrid y con dinero, era la mejor forma de pasar unas vacaciones, así que pasarían los onubenses estas vacaciones frustradas, con las dos parejas y en definitiva sería lo mismo, pues ellos el mar y la playa lo tenían siempre a pie y junto a su casa. Julio se personó en casa de Laura con Nemo y tres entra- das para el fútbol nada menos que en el Bernabéu, También con la obligación que había adquirido de asistir todos los días a la Es- cuela de Especialización en Adiestramiento de perros para invi- dentes. Estaba convencido que su interés, aceleraría el periodo de adaptación, para que en lugar de un mes fueran quince días, en los que lograra le concedieran la licencia pertinente para ser dueño de un perro guía. Se había comprometido a progresar en el cumplimiento por su parte de las normas establecidas, poniendo el máximo interés y las horas precisas para obtener el certificado de aptitud, en el menor espacio de tiempo posible, para de esta forma, pensaba Julio, no dar al traste con las vacaciones de sus compañeros, sería como... prorrogarlas un poco y el verano era largo con lo cual habría tiem- po para todo. Luis no cabía de gozo dentro de sí, Julio le obsequiaba con una de las entradas al Bernabéu, y para una vez que venía a Madrid nada menos que iba a tener la oportunidad de visitar el campo del equipo de fútbol de sus sueños, el Real Madrid, él que no ha- bía tenido la ocasión de verlo como no fuera en la tele, como le ocurría con el Recreativo que era su segundo equipo, y mira por dónde se le presentaba esta ocasión, cuando lo contara a sus ami- gotes no se lo iban a creer... El problema que se le presentaba a Julio consistía en que no había entradas para todos, había sido francamente difícil conse- guirlas pese o tal vez por esa razón, es decir ser verano. Julio tenía un amigo camarero que le facilitaba entradas y en esta ocasión haciendo un gran esfuerzo le proporcionaba, nada menos que tres. Así que previo consenso con las mujeres, se decidió por una- nimidad que como el fútbol, al parecer les interesa más a los hom- bres, asistirían ellos tres, mientras las féminas estarían en la Dis- coteca de la ESCI y así de esta manera enseñarían a Deli, donde pasaban la mayor parte de los días de ocio. CAPÍTULO IV Luis no podía creer lo que estaba viviendo, el Bernabéu que tantas veces había visto en la televisión, no tenía nada que ver con lo que ahora pisaba, observaba, vivía, se emocionaba, le acojonaba en una palabra... Joder.... con el Bernabéu, decía... Nunca podía haberse imaginado que tales proporciones y ade- más con el césped tan verde y reluciente, pudiera encontrarse en un sitio tan cerrado y tan céntrico de la ciudad... y con esa canti- dad de gente que se veían como muñecos en las gradas de enfren- te... y en los fondos, el famoso Fondo Sur... del que tantas veces había oído hablar y tantas entradas de acceso, tantas escaleras, y los ascensores, y el control, con medios desconocidos, electróni- cos, las pantallas de televisión de proporciones gigantescas co- mo las de cine... Pero lo que más le llegó al alma a Luis, fue cuando encendie- ron las luces y se hizo el día. Esto no podía asimilarlo, tanto que a punto estuvo de que se le saltaran las lágrimas, y el vocerío que aumentó y el himno que comenzó a sonar y por las troneras que se encontraban cerca del terreno de juego comenzaron a salir: jugadores, árbitros, utileros, una enorme patulea acompaña- dos de toda la parafernalia que antecede al encuentro, un encuen- tro que a él se le antojaba de menor importancia, hasta el extremo de no conocer nada acerca del rival visitante. Ahora comprendía muy bien algo que trataba de explicarse a sí mismo, y para lo que no encontraba respuesta y es que entendía perfectamente, porqué dos ciegos asistían a un encuentro de fút- bol, aunque fuera solamente por el gozo que deberían sentir, al estar inmersos en este ambiente y a él se le abrían nuevas vías de entendimiento y supo en ese momento, que no todo lo que entraba por la vista era siempre lo más importante. Ante tal descomunal novedad y emoción Luis, apenas compar- tía sus sensaciones con los dos invidentes, que parecían encontrar- se en el ambiente como uno de tantos espectadores y sin que para nada se notara la ausencia de su vista, Enrique estaba provisto de sendos auriculares conectados a un transmisor de radio por los que seguía el desenlace del partido. En cambio Julio con la agudeza característica de su oído, estaba en otros asuntos. Imprevisible- mente habían coincidido junto a dos personas, que deberían ser muy amigos a juzgar por la conversación que estaban llevan- do a cabo, era una conversación que a Julio se le antojaba de una importancia y trascendencia inusual. En medio del bullicio Julio se percataba de las confidencias que realizaba uno de los dos, al otro que al parecer no se atrevía a interrumpirle dada la seriedad del asunto. Deducía Julio se trataba de una confesión muy grave y el pro- tagonista de la misma trataba de explicar, a su homólogo lo que le estaba ocurriendo... Nada menos estaba siendo víctima de un chantaje por parte de su jefe. Se deshacía en explicaciones en medio del vocerío y pitos que en ese momento se estaba produciendo, por la hinchada del Real Madrid que había sido objeto de una sanción, por parte del árbi- tro, y que el público consideraba injusta, lo que propiciaba que Julio se percatara todavía mejor de la conversación, porque los conversadores se veían obligados a tener que levantar el tono de voz. Todo parecía indicar, según continuaba explicando este buen señor, que estaba viviendo una auténtica tragedia en su familia. El jefe que además también lo era de su mujer, le había colocado en un brete, debería aceptar un trabajo mejor remunerado, pero fuera de Madrid con lo cual se tenía que ausentar por una temporada también de su mujer, que por arte de birlibirloque, había ascendido al puesto de Secretaria personal del mismo, tal como cuenta la Biblia que hizo el rey David con Urías, uno de sus generales, cuando situó a éste ante el peligro en primera línea de batalla para que lo mataran, y así encontrar el terreno libre para enrollarse con Betsabé su mujer decía compungido, pero con cierto aire de mofa a su amigo. Si no aceptaba se vería relegado e incluso perdería su puesto de trabajo, además de correr el riesgo de que su mujer no entendiera semejante postura y tal vez se viera abandonado, pues ella estaba viviendo los mejores momentos profesionales de su carrera y por un infundado temor de su marido no pensaba abandonar este cho- llo. El amigo que le escuchaba con la atención y el esfuerzo, que para nada facilitaban el ruido y el ambiente, no sabía que respon- derle, porque según deducía Julio de sus palabras, la mujer era un cañón de tía, un pibón como dicen ahora los chavales que estaba para mojar y para nada le extrañaba que su jefe, con el poderío económico que disponía le hubiera tendido una trampa tan sutil, con el fin de encontrar el terreno libre y propicio para sus propósitos que no eran otros que llevársela a la cama. Este incidente le tenía a Julio un tanto desconectado del partido y de la atención que debía a sus compañeros. Pero la gravedad de la situación de la que estaba siendo testigo justificaba su au- sencia. El marido que se encontraba a punto de ser abandonado y de- sesperaba porque no encontraba solución a sus problemas, apunta- ba como solución dar muerte a su jefe, a su mujer, y llegado el caso la del propio suicidio. El amigo le apuntaba que no era necesario llegar a niveles tan drásticos, que nadie merecía morir por una causa de traición, que la indiferencia era la mejor moneda de cambio que podía ofrecer a su mujer ante esta conducta, desde luego reprobable, aunque que- daba por demostrar que las cosas fueran exactamente como conta- ba su amigo y no una ceguera por su parte, producida por los ce- los. De todas formas para consolarle el amigo, le proponía una rela- ción fácil con una conocida suya, que sin duda no le defraudaría porque era público y notorio que los resultados siempre estaban a la altura de las exigencias del consumidor. En cuanto a lo de via- jar no le quedaba más remedio que aceptar, pues las novedosas normativas del derecho de los trabajadores contemplan la movili- dad geográfica a gusto del mandamás de turno. Así las cosas, el partido llegó a su fin sin que a Julio le impor- tara en absoluto el resultado del mismo, pues él se encontraba dándole vueltas al asunto identificándose con la desgracia de aquel pobre hombre, que al parecer le había cambiado la vida sin comer- lo ni beberlo. También el asunto de hacerse cargo del perro tenía a Julio ata- do de pies y manos, además era consciente del trastorno que había causado a sus amigos y quería arreglarlo a toda costa. Se dio cuen- ta de que a pesar que sus avances e interés por conseguir acelerar el adiestramiento del perro, eran vanos sus esfuerzos para de un tiro matar dos pájaros, o renunciaba a las vacaciones con sus ami- gos, o suspendía la adjudicación y entrenamiento de Nemo. Por otra parte estaban Luis y Delia que tenían pocos días para disfrutar de vacaciones y habían renunciado a estar con sus familiares de- mostrándoles, que muchas veces la amistad también une como los lazos de sangre. Estaba dispuesto a dejar clara su postura, después de una larga conversación con Lucía determinaron que suspenderían las vaca- ciones a Cazones, pues el asunto del perro bien valía la pena el pequeño sacrificio que suponía aplazarlas por un mes. En cambio no quisieron manifestar sus propósitos al resto de la pandilla para no disgustarles, pues estaban realmente ilusionados con los preparativos y la compra de la tienda de campaña, aco- piándose de víveres y todo lo necesario, con el fin de no perder tiempo que pensaban aprovechar al máximo en la playa. Al fin y al cabo la idea había surgido antes del inconveniente del asunto del perro, y para nada estaba previsto que hubieran de cambiar de planes la panda por esta causa. Cuando el resto de los componentes empezaban a inquietarse porque no se definía el viaje por parte de Julio, éste puso las cartas boca arriba y comentaba, que por un garbanzo no se deja de cocer la olla y que para nada debería interferir en sus proyectos el hecho de que él no pudiera acompañarles, es más, añadía que estaba dis- puesto a que Lucía les acompañara y él se incorporaría en cuanto le fuera posible. Ante tal proposición obtuvo como respuesta un largo silencio por parte de todos, menos de Lucía, que de inmediato revindicó su derecho a decidir por sí misma, y poner de manifiesto que ella se incorporaría cuando Julio lo considerase oportuno, pero que de ninguna manera le dejaría en la estacada y a este comentario se unió su amiga Delia, que decía que a ella lo que realmente le im- portaba era estar con Lucía, con lo cual el asunto se ponía en claro y quedaba en manos del resto. Ya empezaba a disolverse la camaradería de días pasados cada cual con sus mezquinos intereses anteponían sus apetencias sin tener en cuenta, lo que significaba de trastorno para Julio la si- tuación creada y que para nada estaba en su ánimo, sembrar dis- crepancias y el plan que pretendía no le parecía tan descabellado. Al día siguiente sin nada decidido Luis y Delia, habían pen- sado que lo mejor era volverse a Huelva, y si les apetecía podían acompañarles Laura y Enrique y más adelante cuando todo se hu- biera resuelto volverían a juntarse nuevamente todos. No estaba mal pensado en opinión de Lucía y Julio, así les quedaba bien claro hasta qué punto, estaban dispuestos sus amigos a sacrificarse por ellos y que muy al contrario ellos en su lugar habrían obrado de forma bien distinta, pero tampoco todos los días se tienen vacaciones y comprendían muy bien esta decisión. Lucía acompañaba al día siguiente a Julio a la Escuela de Adiestramiento, se había encariñado con Nemo de tal manera que no tenía ninguna duda haber elegido estar con él antes que las va- caciones. Nemo al olfatearles y verles daba síntomas de alegría me- neando el rabo y lanzándose en carrera a lamerle las manos, al tiempo que era recibido con igual alegría por parte de la pareja y administrándole todo tipo de caricias, hablándole como si formara parte de ellos mismos. El Director les informaba que había surgido un imprevisto, cual era que el encargado de las prácticas de entrenamiento, había sido internado para una operación quirúrgica de emergencia, un caso que le tendría relegado en cama al menos durante un mes. Por tanto se suspendían los entrenamientos y a menos que qui- sieran llevarse al perro, podían dejarlo allí en la Escuela hasta reiniciar nuevamente los ejercicios. La cara de satisfacción de Julio demostraba que se quitaba de encima un gran peso, porque había quedado a medias tintas resuel- to el asunto de las vacaciones con sus amigos. Lucía le animó para que se llevara el perro también de vaca- ciones, y así lo propusieron al director, este accedió advirtiéndoles que procuraran que no estuvieran mucho tiempo en ciudad, para lo que aún no estaba preparado el perro, e incluso le vendría bien la convivencia con un grupo y más en el campo o en la playa como le explicaban. Asunto resuelto, todo volvía a ser como tenían pensado y sin cambiar un ápice de los proyectos que habían personalizado, ade- más el perro fue admitido como uno más y todos se prestaban para atender sus necesidades, lejos de representar una molestia se con- vertía en una agradable compañía, por eso aludía Julio el perro es el mejor amigo del hombre ante tal comentario todos dibujaron sus mejores sonrisas. Pese a que se había puesto difícil el asunto del viaje a Cazones, muy temprano para que el día diera de sí, se encaminaba la furgo- neta de Luis con todos los macutos, avituallamiento, Nemo, las tiendas de campaña, que eran dos, no una como habían pensado, en fin decía Enrique que aquello se parecía más a una furgoneta de marroquíes a su paso por el Estrecho, que a unos felices veranean- tes. La alegría que acompañaba a la pandilla se manifestaba en la cara de todos ellos y Delia que también rascaba como decía ella la guitarra, acompañaba las canciones que entonaban durante la larga travesía, que sin ningún plan previsto discurría con toda normali- dad y que la “Camella” como denominaba Luis a la furgoneta, se estaba portando, además añadía que jamás le había dejado tirado y esta vez no tenía por qué ser de otra manera. Delia iba alojada en el asiento del copiloto, con lo cual el plan previsto por su hermano había fracasado, además de dejar al descubierto cuales eran sus intenciones y avisado por Enrique que estaba dispuesto al menor desliz a partirle la cara a Luis si era preciso. En todo caso ante la proposición hecha personalmente a Laura ésta le había dejado bien claro, que ella prefería ir junto a su novio como no podía ser de otra forma, y que semejante invitación ha- bría estado bien hacérsela a una persona que no fuera invidente, pero que a ella tanto le daba ir atrás o adelante, aunque prefería ir junto a Enrique por encima de cualquier otra consideración. Du- rante el camino hasta llegar al destino que se hacía realmente largo hubo tiempo para descansar, tomar bocadillos y bebidas, cantar y para todo lo demás... También para que Julio hablara de la conversación escuchada durante el partido de fútbol, de forma involuntaria pero que era algo que le tenía realmente preocupado, hasta el extremo de insistir en escuchar las noticias que dan por la radio, en la creencia de que el individuo del Bernabéu llevaría sus amenazas hasta sus últimas consecuencias. Enrique le seguía la corriente y aprovechaba la oportunidad pa- ra poner el énfasis en comentar, que el asunto de la llamada vio- lencia de género, se había convertido en el pan nuestro de cada día y que la escala de valores dentro de la sociedad actual ya no era la misma que años atrás ya que la permisividad social en asun- tos relacionados con temas de familia educación, tolerancia, ma- trimonios de hecho, la homosexualidad, el amancebamiento y mil lacras más, se habían alojado en el seno de la sociedad de hoy día y apenas se le daba importancia a temas como el que había oído en el Bernabéu. Buena muestra de lo que comentaba, era el tipo de solución que le había aportado el amigo, a quien buscando tal vez ayuda le hacía estas dolorosas declaraciones, y nada más simple, le había dicho: te juntas con otra pareja y hasta que dure... Julio podía entrever por el ardor que ponía su amigo en estas apreciaciones, un tono exacerbado como si la cosa le afectara a él de manera muy personal y no olvidaba que tenía muy hondo el estigma de los celos, pero en cuanto se rozaba aunque fuera por encima el tema, acudían a él y quedaban de manifiesto y a flor de piel y se consideraba una víctima más de tantas, un engañado en situaciones que apenas podía controlar, no dominaba el pensa- miento ni los sentimientos de Laura y esto le provocaba un estado de tensión difícilmente controlable. Por el contrario Laura apenas había tenido en cuenta la invita- ción hecha con segundas intenciones por parte Luis, así como tampoco el incidente que solamente había sido apreciado por En- rique ocurrido con Adolfo. Ella estaba encantada con el asunto del viaje y con la camaradería que reinaba entre sus amigos, y lo que para ella era más importante, que se estaba dando cuenta de que podía prescindir perfectamente de Adela que se había convertido en su sombra, que realmente sentía que estaba siendo autónoma, y que sus padres apenas le traían tan siquiera un recuerdo, en una palabra cada día se encontraba más libre y aunque pudiera parecer una cursilada como suele decirse, más realizada. Julio estaba realmente dichoso aunque con la obligación ines- perada de tener que atender a Nemo, sin embargo contaba con la ayuda de Lucía, que estaba decía ella exagerando el tono, enamo- rada del perro, nunca había sentido la sensación de seguridad que tenía cuando le llevaba del collar y que el perro parecía com- prender correspondiendo recíprocamente a sus atenciones. Las preocupaciones de Julio por el alojamiento habían quedado disipadas con la adquisición de las tiendas de campaña y tan siquiera tendría que molestar a sus familiares, aunque le pare- cía una grosería no ir a visitarles y eso sí tenía muy claro, que haría felices a los suyos al presentarles a Lucía y también a sus amigos. Llegaron bien anochecido a Cazones y se dirigieron a un Cam- ping que a Julio le merecía todas las garantías, aunque hubo un gran inconveniente con el que no contaban, cual era que se encon- traba cerrado, no sabía Julio si por la hora tardía en la que llega- ron, o tal vez, y aquí las dudas se convertían en temor, porque debido a lo avanzado de la temporada ya estuviera definitivamente cerrado. En todo caso siempre les quedaba el recurso de las tiendas de campaña para lo cual, era necesario encontrar un lugar, seguro, limpio y con agua y para ello, Julio contaba con el ofrecimiento de un gran amigo de la infancia Félix, un poco tímido pero con quien siempre había hecho buenas migas, tal vez porque con él se sentía superior al tratarse de un minusválido y eso le creaba una sensa- ción de superioridad que motivaba que la amistad hubiera ido cre- ciendo a lo largo de los años. En alguna ocasión había visitado Julio con sus padres la finca de Félix, que tenían muy cerca de la playa, y en la que había una casita perfectamente habilitada para pasar unas vacaciones sin ningún problema, y más de una vez le había recordado a Julio que no dejara de venir por el pueblo en vacaciones, por no tener ape- nas familiares con quien compartirlas, que para eso estaban los amigos y que él le ofrecía tanto su propia casa, como la finca, por si quería gozar de mayor independencia. Gracias a este ofrecimiento, que le constaba a Julio lo hacía de corazón, el miedo a no saber donde alojar a sus amigos quedaba resuelto. De todas maneras saldrían de dudas en un espacio de tiempo re- lativamente corto, sólo había que esperar unas horas y todo queda- ría aclarado. En tanto se dispusieron a pasar la noche de la mejor forma po- sible, se acercaron hasta una playa no muy alejada del Camping y allí con los sacos de dormir, toallas, anorak y cuantos jerséis pu- dieron reunir prepararon un círculo donde pasarían la noche. El lugar a medida que amanecía fue tomando vida y se llenaba de ruidos y gorjeos de aves, chillidos de gaviotas y el chocar con- tinuado del mar, en las finísimas arenas de la playa, el incipiente sol que bañaba el espacio, ponía al descubierto un peñasco enorme bajo el cual habían habilitado el improvisado albergue. No podían haber elegido mejor sitio al abrigo de los vientos, casi lamiendo la orilla de la playa y con la sombra del imponente canchal, de tal forma que hasta bien entrada la mañana, nadie tenía prisa por despertar arrebujados en sus sacos. Decidieron que aquel lugar era ideal, pero que había que buscar solución para las comidas y el aseo personal y para dormir y nada mejor que en el Camping, que además estaba la seguridad, que en aquel paraje, al parecer deshabitado y alejado del bullicio humano, podía suceder cualquier cosa. Luis no se fiaba de haber tenido que dejar, aunque sin perte- nencias, la “Camella” que se encontraba bastante alejada incluso de su vista, y estaba de acuerdo en la decisión de ir al Camping. En efecto pudieron comprobar que el recinto del Camping se cerraba a las doce la noche, si bien quedaba de guardia un encar- gado y solamente había que avisar mediante un timbre para acce- der al mismo, este detalle para ellos desconocido, hizo que pasaran la noche a la intemperie, pero en opinión de todos, había valido la pena... Las instalaciones eran las necesarias y exigibles en este tipo de emplazamientos, se pagaba una cuota mínima y un plus adicional por el aparcamiento y vigilancia de vehículos, pero se tenía dere- cho al uso de todos los servicios de la instalación: cafetería, pisci- nas, baños, servicio de lavandería, supermercado, etc. Además por tratarse de personas con minusvalía, tenían dere- cho a un descuento relativamente importante, así como acceso a un determinado tipo de instalaciones reservadas para este me- nester. Al propio tiempo se disponía de un servicio de catering para excursionistas, que por una cuantía bastante económica pre- paraban una bolsa de viaje o de picnic muy interesante. Mira por dónde cosas del destino estando tramitando el asun- to de la estancia, de los días de permanencia y cuestiones admi- nistrativas, así como la asignación del lugar para acampar con las tiendas, etc. De repente apareció un joven, con chaquetilla de camarero, que al oír la voz de Julio se acercó a éste con una gran alegría, se trataba nada menos que de Félix, el amigo íntimo de Julio desde la infancia, éste le explicaba a Julio, que había regañado en casa con sus padres, y se había independizado y trabajaba accidental- mente, hasta encontrar otra cosa le decía a Julio de camarero en el Camping. Daba grandes muestras de júbilo por el encuentro y decía es- to hay que celebrarlo... y Julio le presentaba a sus amigos también con alegría desbordante, presumiendo sobre todo de su Lucía, que a Félix se le antojaba bonita de verdad, con sus enigmáticas gafas oscuras y un pañuelo al estilo francés alrededor de su cuello que le conferían cierto toque y aire de modernidad, que a Félix le llamó mucho la atención. Les prometía que mientras él estuviera allí esperaba que por poco tiempo no les faltaría de nada y les recomendaba que le tuvieran al corriente de cualquier incidencia y que estaba encanta- do de haber dado con ellos. Ya se reunirían decía para hablar más despacio con Julio, acer- ca de porqué había decidido marcharse de casa, de esa forma tan poco ortodoxa y además quería convivir el tiempo libre del que dispusiera con ellos, con el fin de pasar un buen rato juntos como los que añoraban y recordaban con cierta nostalgia, en sus tiempos más inolvidables. De tal manera que ahí quedó la cosa, aunque a decir verdad, todos estaban encantados de esta novedad y contentos de poder disponer de una ayuda muy especial en cualquier momento. Félix le comentaba a Julio que tenía proyectos respecto a su vi- da, que pensaba marcharse a la Capital y que ya le pondría al co- rriente de cuáles eran sus intenciones. Todos, o casi todos los días, pues algunos amanecía con esa llovizna característica, que llaman tanto en Asturias como en Gali- cia orvallo, se acopiaban de la correspondiente intendencia y se iban al sitio que habían descubierto por casualidad el pri- mer día, lo habían tomado como cosa propia, en él se habían afianzado y se encontraban tan cómodamente que no tenían nece- sidad para nada, de cambiar de lugar. Habían dado con el paraje perfecto, hecho a su medida y pasa- ban la mayor parte del día tumbados en la arena de la playa alternando los baños, con momentos de relax y charla y algunos dormitando con absoluta comodidad. En uno de esos momentos después de la comida, en el que todo se vuelve cansino, solamente alterado por el monótono sonido de las chicharras, cuando el calor aprieta y todo el mundo se entrega en los brazos de Morfeo, estaba a punto de ocurrir al- go, que cambiaría el rumbo de los acontecimientos y de sus vidas. Todos permanecían durmiendo encima de las toallas, bajo la som- bra del quitasol, acariciados por la brisa de la cercana orilla de la playa y muy cerca del Camping donde guardaban todas las pertenencias de uso menor. Se encontraban relajados, en traje de baño, silenciosos, aban- donados y ajenos al discurrir de la vida, que además allí tenía es- casa presencia, salvo algún pescador o paseantes que habitaban en el Camping y se acercaban accidentalmente, por aquel lugar apar- tado aunque no lejano. Lucía permanecía alejada del resto de los amigos, porque la noche anterior no había pegado ojo, debido a una urticaria que le llevaba por la calle de la amargura, y achacaba ella estaba produ- cida por haber ingerido parte de una lata de anchoas, pues recor- daba que en alguna ocasión había sufrido este tipo de intoxicación a la que era propensa. La cuestión es que se había separado del grupo, con la pretensión de dormir sin ser interrumpida por la conversación, sobre todo de Luis, que como buen andaluz estaba permanentemente contando chistes, chirigotas y sucedios, como decía él. Estaba tumbada de una forma desenfadada y había perdido la conciencia, dejando a la vista parte de su anatomía desnuda. La toalla de baño que cubría su cuerpo, se había desplazado y dejaba entrever prácticamente su totalidad, además del azulón de su biki- ni, que por cierto en opinión de Enrique y también de Luis, le sen- taba maravillosamente, de lo cual se alegraba Laura su anterior propietaria. Una gran parte de su cuerpo rosado y enrojecido por el sol de varios días, permanecía a la vista de todo quien pasara por el lugar, algo por otra parte nada llamativo, pues al fin y al cabo es- taban en una playa. En un momento determinado notó como alguien, sin duda para ella del grupo, se acercaba y recomponía su ropa echándole por encima una cazadora, aunque la sorpresa la obtuvo acto seguido, cuando sin apenas darse cuenta, notó que una mano amordazaba su boca, ahogando sus gritos con los que en ese preciso instante comenzaba a tratar de alertar al resto del grupo, mientras otra mano descendía por sus muslos y bajaba su ropa interior, con fuerza y violencia... el resto del atropello se consumó antes de que tuviera conciencia, y hubiera podido conseguir deshacerse del in- truso, y gritar con todas sus fuerzas y sobreponerse de la agre- sión... Pasados los primeros instantes de estupor por parte de Lucía, no le cabía duda alguna de que había sido objeto de una violación en toda regla, pues pensaba que si se hubiera acercado a ella Julio, como habitualmente lo hacía con idea de mantener con ella con- tacto sexual, en primer lugar, la hubiera despertado y segundo sus métodos eran más persuasivos, que el aquí te pillo y aquí te mato, puesto que existía una complicidad y una donación voluntaria y libre por parte de los dos y en tercer lugar, no le hubiera tapado la boca, ni agredido con el ímpetu y premura con que se habían pro- ducido los hechos. Así pues Lucía se encontraba con que había sido agredida sexualmente y, tan siquiera podía decir quién era el autor de semejante brutal atropello. Solamente una cazadora vaquera, que en la huida del atacante había quedado tirada cerca del lugar de los hechos, podían ofrecer alguna pista sobre la persona implicada, aunque cazadoras de esa hechura había tal cantidad, que pensaba Lucía sería como buscar una aguja en un pajar. De tal manera había ocurrido el hecho y en tan corto espacio de tiempo que, tan siquiera pudieron enterarse ninguno de los miembros del grupo, así que Lucía decidió no hablar del asunto, y se levantó sobresaltada, arregló lo mejor que pudo su poca ropa y se dirigió a la orilla de la playa para componerse, refrescarse, res- pirar hondo, muy hondo y de paso tratar de salir de su asombro. Estaba dispuesta a guardar silencio sería lo mejor en su opinión y aprovechar que ninguno de sus amigos había sido testigo del asunto. Solamente quedaría en su interior y en el del violador, aunque le sobresaltaba sobre todo, que hubiera sido alguien conocido por- que empezaba a bullirle en la cabeza, una descabellada idea que tal vez pudiera tener relación con el asunto. Dos días antes al de autos, como dirían los técnicos judiciales, habían dado un paseo por el pueblo de Cazones visitando tabernas de pescadores, que a Julio le traían gratísimos recuerdos de su niñez y juventud, habían estado visitando monumentos y escu- chando conciertos de gaitas, habían tomado en un “chigre “la famosa sidrina y mira por donde, se tropezaron en el más amplio sentido del término, con una excursión procedente de Avilés, que tenía la particularidad de estar promocionada por la ESCI, como indicaba unos carteles colgados a los costados del autobús. Esta excursión estaba propiciada, porque en el Centro tenían programado abrir una especie de Escuela-Taller, o sucursal de la Organización de la ESCI, para lo cual habían reclutado a una serie de aprendices avanzados en la cuestión de mecánica y los Talleres serían apropiados a la tradición siderúrgica de Avilés, que tenía una importancia relevante, desde que se instauró en la localidad la empresa más importante en esta materia, es decir ENFIDESA. Habían pensado en la dirección de la ESCI, que sería muy im- portante, la creación de un Centro en la localidad, con idea de dar cabida a los numerosos casos que tenían solicitada su en- trada en la Entidad, sobre todo casos de accidentados en ex- plosiones de las múltiples minas del entorno asturiano. Quedaba poco para la inauguración de este Centro, pero los maestros y alumnos más avanzados, habían sido invitados para dar el espaldarazo y veredicto final de las instalaciones. Eran una treintena de chicos, acompañados de sus monitores, todos ellos disminuidos semi invidentes que en un descanso de la actividad que el programa les brindaba, habían decidido visi- tar la costa asturiana y saborear los maravillosos mariscos y sus bebidas y como aún estaban en periodo estival, aprovechar la bo- nanza del tiempo para gozar de los merecidos baños en las playas. Esta excursión también incluía cosas del destino al tristemente célebre para Lucía, el tal Roberto, que lejos de disgustarse por encontrarse con ella, tan bien acompañada, por el contrario se llevó una gran alegría, lo cual resultaba sorprendente para los demás y sobre todo para la propia Lucía, dada la circunstancia de su fracasado anterior noviazgo. No obstante, ella no le negó el saludo, sobre todo porque sería inútil puesto que los monitores, al observar un grupo en el que se encontraban varios invidentes, quisieron personarse ante ellos y preguntarles e indagar, qué hacían por aquellos pagos, así como informarse de qué lugares deberían visitar y cuales no mere- cía la pena, en fin era una presentación ineludible y además agra- dable, hasta que apareció la pesadilla de Roberto que revolvía las entrañas de Lucía. A la vuelta al Camping ese día los silencios por parte de Julio eran evidentes, pues estaba realmente disgustado por haber tenido la desafortunada ocasión de conocer al Roberto ese de los cojones decía malhumorado, y sin querer cargar las tintas sobre el asunto del fortuito encuentro. Pero ahí en sólo eso, se quedó todo. En cambio en la cabeza de Lucía ya empezaban a formarse to- do tipo de conjeturas, sin pies ni cabeza unas y con cierta presun- ción otras. ¿Y... si Roberto hubiera indagado por su cuenta y localizado el lugar en el que se encontraban, para aprovechar el descuido y realizar algo que a Lucía, no le cabía duda, era muy capaz de lle- var a cabo como venganza a su negativa a continuar un frustrado noviazgo...? Porque... ¿Quién si no se hubiera atrevido a semejante tropelía...? Y seguía pensando: Julio por supuesto que no, ese no era su estilo y además sólo tenía que pedírselo, sin necesidad de violencia y se hubiera visto correspondido... Luego... La idea que rondaba por su cabeza, no era tan descabellada a no ser que... bueno esto ya le parecía a Lucía rayar en la alucina- ción...Quedaban de los allí presente Enrique y Luis... Pero... Enrique permanecía como siempre, enroscado literalmente y abrazado a Laura... ¿Y Luis...? De ninguna forma, jamás hubiera producido semejante afrenta, ya no a ella, sino a su hermana Delia... De tal manera que Lucía no sabía cómo entender, de parte de quién había sufrido este ataque, que además de la desazón que naturalmente sentía, así como el asco de sentirse sucia y manipu- lada, extorsionada, forzada, violentada... le quedaba ese come- come, que no sabía muy bien a donde le podía llevar. En principio su silencio le resultaba fácil, pero poco a poco se fue haciendo insoportable, y terminó por contárselo a su amiga Delia. Ésta no daba crédito a cuanto le relataba, y podía asegurarle que tanto Enrique, como su hermano, habían permanecido bajo la sombra del parasol todo el tiempo, pues ella había estado re- pasando una revista de “chismes” del corazón y en contadas oca- siones había cerrado los ojos para dar una cabezadita. Pero el problema de Lucía era otro... no sabía muy bien, si de- bía decírselo a Julio y a el resto de la pandilla, o por el contrario debía seguir manteniendo silencio, porque la cosa tenía ciertamen- te tal gravedad, que en opinión de su amiga Delia, incluso podría constituir materia de delito, motivo por el que tal vez se viera en la obligación de denunciarlo ante las autoridades locales. Eso no quería ni pensarlo Lucía, que se vería obligada a tener que dar explicaciones, de porqué se había apartado del resto de sus amigos, y qué hacía allí sola, o tal vez insinuarían que estaba propiciando el ataque y en definitiva, a ella con este tipo de aclaraciones ya nadie le iba a devolver, su intimidad robada a trai- ción y con violencia. Lo que no tenía muy claro y, en esto si que le pedía consejo a su amiga, es si debería contárselo a Julio o por el contrario perma- necer callada como una tumba, aunque... ¿Y si se enteraba...? ¿No sería mejor contarle toda la verdad...? ¿Cómo reaccionaría...? Tal vez... seguro que la abandonaría... Pues a punto estuvo de hacerlo cuando, le confesó lo de Roberto y en estas circunstancias y con la aparición de los mismos días atrás, sería fácil pensar que había vuelto a las andadas... Desde luego comentaba con su amiga lo que a ella le ocurría no le ocurría a nadie... Y lloraba de amargura como hasta aquel preciso instante jamás lo había hecho... La pandilla ajena a la tragedia que vivía Lucía, despertó de su letargo y entonaron como de costumbre canciones, merendaron, pasaron el resto de la tarde entre baños y juegos y se hizo la no- che... Aunque para Lucía oculta tras sus gafas oscuras, para ella siempre era de noche, la negritud de los acontecimientos vividos aquella tarde fatal, le hacían sentir más aún su triste y oscura exis- tencia. Y... ahora… Se debatía entre confesarle a Julio su situación y correr el ries- go de perderle para siempre, o disimular cosa que resultaba real- mente difícil, y guardar en su interior aquel atropello del cual ella se sentía víctima y perjudicada, o definitivamente como le apunta- ba su amiga, ponerlo en conocimiento de la autoridades, con lo cual daría paso a una Investigación y que se aclararan los he- chos... Pero al mismo tiempo propiciaría con sus declaraciones, un es- cándalo de proporciones más que significativas. En esa larga noche que Lucía quisiera hubiera pasado lo más rápidamente posible, también volvió a ella la agresión en forma de pesadilla. Un sudor frío invadía su frente, y despertó bruscamente y todos los presentes en la tienda de campaña fueron testigos de una espe- cie de histeria, que jamás habían tenido ocasión de contemplar. Lucía parecía estar endemoniada, y daba gritos y alaridos inin- teligibles y se revolcaba, como si algo le estuviera produciendo un intenso dolor, y Julio que permanecía asustado a su lado, no sabía que le ocurría, no atinaba a qué hacer, sorprendido como el resto pensó que tal vez se trataba de un ataque producido por exceso de sol o nuevamente la manifestación de la intoxicación sufrida recientemente. Alarmados llamaron a las asistencias del Camping, que prestos vinieron a sus tiendas, donde Delia ya tenía a Lucía sujeta en sus brazos, pese a todo no podía impedir que su cuerpo entrara en una fase de temblores intermitentes que era incapaz de con- trolar. Los facultativos prescribieron se trataba de un ataque de ansie- dad sufrido tal vez, por los la novedosa forma de pasar el tiempo y por haber permanecido más de la cuenta, a la exposición del sol o también por una alimentación a la que no estaban acostumbrados, etc. Es decir nada grave que pudiera preocuparles, en todo caso le administraron un calmante vía oral y todo pareció volver a la normalidad. Julio sin embargo se quedó muy preocupado, y cuando Lucía volvió en sí de su arrebato, le propuso ir al médico quién por cierto decía era muy conocido de su familia y recibirían un trato preferente... Pero Lucía que no paraba de gimotear y suspirar, se revol- vía diciendo que todo pasaría y que no era necesario visitar el mé- dico por una nadería. Solamente su amiga Delia, estaba al tanto de lo ocurrido y tam- poco ella estaba decidida a tomar alguna medida con respecto al asunto, porque entendía correspondía la iniciativa a Lucía, que era la indicada en dar los pasos que creyera conveniente. Lucía quería parecer tan normal como siempre, pero no le re- sultaba fácil permanecer en el silencio que se había impuesto, y esto le estaba creando una situación en la que ya nada le pa- recía igual, tanto le daba propusiera la pandilla ir o venir a tal o cual sitio, comprar esto o aquello para comer, ella que con Julio habían llevado siempre la iniciativa en todo, sintiéndose un poco anfitriones de sus invitados, en cambio ahora dejaba que recayera sobre su novio esta obligación y parecía estar ausente y nada le parecía ni bien o mal, a todo otorgaba, no se pronunciaba, y Julio se desesperaba pensando que el trastorno sufrido le parecía estar durando demasiado tiempo. Delia que permanecía todo el tiempo posible junto a ella, pero con tacto para no levantar sospechas, de este súbito interés, le da- ba ánimo y sobre todo le decía, que debía abrir su corazón y sus sentimientos a los amigos, en particular a Julio y confesar lo que había sucedido, algo en lo que ella realmente no tenía ninguna responsabilidad, pues quedaba claro que en este caso era la vícti- ma y que, por otro lado tarde o temprano se vería en la necesidad de llevar a efecto, pues no encontraba otra forma de cerrar esa herida que no fuera desembuchándolo todo. Pero Lucía para nada estaba dispuesta a dar ese paso, prometía a su amiga cambiar de actitud y disimular aún más lo sucedido, tratar de enterrar definitivamente el caso, y hacer de su vida aun- que con un esfuerzo sobrehumano, que pareciera como siempre de lo más natural. Haría de tripas corazón decía. Se enfrentaría a una labor nada fácil, para lo cual reclamaba la colaboración de Delia así como su discreción, y si era posible el olvido de lo sucedido. Lo que sí le pedía más encarecidamente era, que jamás dejara escapar de su boca algo que pudiera poner en guardia y levantar sospechas en su amiga Laura, porque esta sería la mejor forma de que nunca llegara a saber Julio nada de lo sucedido, pues la confianza que tenía con Laura era bien diferente de la que man- tenía con ella, y no la conocía en ese sentido, además pensaba que en este tipo de situaciones lo mejor era la discreción, pues no sa- bía cual podía ser su reacción al enterarse de lo sucedido. En cuanto a Enrique quedaba claro, que con su media vista in- terpretaría las cosas de una forma diferente a ellos, y con su des- bordante imaginación crearía si no una novela, sí un folletín, que perjudicaría en todo caso las relaciones de ella y su novio. De quien al parecer no había ninguna duda era de Luis, pues si como decía su hermana, había permanecido todo el tiempo junto al resto no había porqué hacerle sospechoso y además pensaba Lucía ella no era su tipo más bien si lo ocurrido hubiera sido con Laura entonces sí que hubiera sido el principal sospechoso. Y volvía a darle vueltas y más vueltas al asunto... ¿Y si Luis en un arrebato de los que ellos los chicos llaman un calentón y teniendo una presa fácil al alcance sin sospechas, sin testigos al medio, hubiera aprovechado el descuido...? Desde luego era para volverse loca y otra vez volvían los de- monios a su imaginación y la tristeza pese a sus propósitos de di- simulo hacían de nuevo presencia en ella pues para nada servían los juramentos que con Delia se había hecho... ¿Por qué era ella tan desgraciada...? ¿Sería que estaba obrando mal, fuera de los cánones esta- blecidos y esto era un castigo a dicha conducta...? Una y otra vez volvía a remachar sobre el tema, no encontraba sosiego a sus inquietudes, pensaba que sería imposible soportar esa carga ella sola y no daba medio euro en si sería capaz de aguantar aquello por mucho tiempo. Los días de vacaciones estaban siendo intensos, muy del agrado por parte de todos e inolvidables, en todos los senti- dos, todo resultaba muy favorable pero se estaban acabando y había que apurar hasta el último hálito de los días. Ya empezaban a preparase haciendo planes para la vuelta que sería a Madrid y luego Luis y Delia se volverían a Huelva. Lucía se apuntaba inesperadamente, a continuar sus vacaciones con De- lia y Luis. Julio que no acababa de comprender a qué se debía semejante giro copernicano, que había notado un comportamiento al menos extraño en Lucía en los últimos días, comenzó a hacerse preguntas a las que no encontraba respuestas satisfactorias. Ella en cambio daba la callada por respuesta a las múltiples in- terrogantes que por parte de Julio se producían acerca de que “al- go” le estaba sucediendo y que su cambio de actitud con respecto a él había sufrido un giro negativo que notaba cada vez que se acercaba a ella, que sentía como un distanciamiento, una frialdad, un estado de pasividad, que notaba de manera especial cuando reclamaba su atención en el aspecto íntimo de su relación. Pero todo hacía suponer que seguía igual se esforzaba Lucía en hacerle comprender que para nada habían cambiado sus senti- mientos hacia él y que tal vez se había sentido mal últimamente debido a trastornos a que las mujeres estaban expuestas, etc. Y bla... bla... bla... explicaciones que para nada dejaban tranqui- lo a Julio, sino todo lo contrario. Comentaba Julio a su amigo Enrique, con idea de encontrar al- guna respuesta coherente al comportamiento de su novia, la acti- tud que en los últimos días tenía para con él y le ponía en antece- dentes por si él había observado algo en este sentido o tal vez su novia Laura le hubiera comentado algo al respecto, pues entre las mujeres según le parecía a él no había secretos en esto de los noviazgos, aunque solamente fuera para darse envidia de lo bien que iban las relaciones y a pesar de que a veces fuera todo lo con- trario, ellas lo hablaban siempre todo. Sin embargo no solamente no le disipaba sus dudas su amigo, sino que aún le envolvía si cabe en otra nebulosa más sorprenden- te, cuando le dijo que sí, que él que lo veía todo decía con reco- chineo, había notado que desde el día que se encontraron en el pueblo con su inesperado ex, había notado como Lucía experi- mentó un cambio hasta en su forma de vestir aprovechando decía las prendas que Laura le había regalado junto con los bi- kinis, que por cierto no le estaban nada mal... Ello creó en Julio un estado de incertidumbre y de pesar difícil de asimilar, pues pensaba que de igual modo que levantaba admi- ración en Enrique fiable bajo todos los puntos de vista, la forma de vestir de su novia también provocaría la misma sensación en cuan- tos la vieran y sobre todo en el cabrón de Roberto, que igual que su amigo veía poco, pero veía lo suficiente. Y continuaba Julio elucubrando: ¿Mira que si se ha vuelto a despertar en Lucía la bestia ne- gra de su antiguo noviazgo...? ¿Y si se están viendo a mis espaldas...? ¿Y por qué de súbito se le ha metido en la cabeza a Lucía irse a Huelva con Delia...? ¿No sería que tenía allí alguna cita...? Estos y mil pensamientos descabellados unos más en línea que otros, le llevaban a Julio por la calle de la amargura, probable- mente serían cosas del enamoramiento, se decía así mismo, tratan- do de encontrar un poco de paz en su interior que atravesaba una verdadera tormenta. Félix volvió a entrar en escena, esta vez cariacontecido, porque decía que su jefe había prescindido de sus servicios, senci- llamente le había despedido, por otra parte con toda razón aunque sin motivo aparente, pues actuaba como provisionalmente se había propuesto, es decir trabajaba en eso pero bien, cumpliendo todo cuanto se le encargaba y mientras encontraba otra cosa y no pen- saba para nada hacer carrera, en ser un barman de un Camping además, de temporada corta. Había pensado como le insinuó en otra ocasión a su amigo abandonar definitivamente el pueblo e irse a Madrid para buscarse la vida. Julio le animaba diciendo que para eso son y están los amigos que no tuviera ninguna duda de que lo que estuviera de su parte sería puesto de inmediato a su servicio y que contara con él para todo. Félix muy agradecido por la oferta, le indicaba que por el momento lo que necesitaba era desplazarse a Madrid y aprove- chando que el Pisuerga pasa por Valladolid si no les resultaba muy engorroso le podrían acercar hasta la Capital cuando ellos tuvieran previsto el viaje de regreso. Eso era cosa de Luis, le decía Julio, quien era el dueño de la furgoneta pero tenía la certeza de que no pondría pega alguna si Félix por su parte estaba dispuesto a colaborar con los gastos del viaje en la medida que acordaran. Aunque eso era lo de menos, le decía Julio, lo importante es que haya plaza pues más bien iban justos con Nemo, el equipaje y todos ellos. Luis apañó en la baca de la “Camella” todo lo que daba lugar para dejar vacante un sitio a Félix, ya que la furgoneta estaba auto- rizada para nueve plazas con el conductor y por tanto no habría el menor problema. A Nemo le colocaron en la parte trasera de la furgoneta y en el asiento inmediatamente siguiente Julio Lucía y Félix, en el delantero posterior al del conductor y copiloto en el que viajaban Luis y Delia, se situaban Laura y Enrique que alternaban para estirar las piernas con Félix. Por el alojamiento en Madrid, hasta que encontrara otra co- sa, no tenía que preocuparse pues en el apartamento de Julio tenía un sitio que de momento, sin las comodidades a que estaría acos- tumbrado, podía valer perfectamente, además en la Capital había que apañárselas como mejor Dios diera a entender a ello se acostumbraría en poco tiempo le comentaba Julio tratando de ponerle en antecedentes de lo que le esperaba tener que afrontar y que no era fácil dejar el pueblo así sin más, que tendría que en- frentarse a mil y una vicisitudes, que con el tiempo se iría acostumbrando y como todo el mundo a la vuelta de dos días se habría acostumbrado a este tipo de vida realmente muy dis- tinta de la del pueblo... No entendía muy bien Julio esa huida de su amigo acomodado en una familia bien del pueblo, con la vida resuelta para su futuro, si no ricos sí bien situados socialmente, sin hermanos con quienes tener que compartir la hacienda y una serie de prerrogativas a las que renunciaba de un plumazo con esta escapada. Trataba de hallar alguna explicación a la conducta de Félix, pe- ro este dejaba entrever que su marcha se debía principalmente a un fracaso tenido con una chica que no le había comprendido en sus intenciones y que se había mofado de él dándole celos con otro y que no había podido soportarlo lo que había motivado ade- más de su desencanto su marcha del pueblo de aquella manera tan improvisada. A Julio no le cabía ninguna duda pues conocía la timidez de su amigo que era notoria en el ámbito de los chicos y chicas del pue- blo y que por mucho que hubiera cambiado todavía le quedaba un gran trecho por recorrer en este terreno de las relaciones con el sexo opuesto. El viaje transcurría con toda normalidad y el nuevo acompa- ñante lejos de representar un problema constituía una novedad que servía para paliar el tedio que producían las muchas horas en aquel recinto cerrado, que se estaba llenando a medida que pasaban los días. Félix trataba de caer bien a la concurrencia, contaba con la im- pagable ayuda de Julio, que le hacía recordar situaciones de niños y aventuras que interesaban poco a los demás pero que a Julio le traían gratísimos recuerdos, vividos en su pueblo, sobre todo en las vacaciones en casa de sus abuelos paternos, en el campo, la playa, y mil peripecias que a titulo anecdótico, llegaban a formar parte del interés de los presentes. Contaba Félix que era un técnico muy cualificado en cuestiones de informática y que dominaba todas las disciplinas más co- rrientes y también tenía conocimientos de alto grado en el asunto de programación y muy superior en tratamientos de textos, gráfi- cos, etc. Con lo cual le aseguraba sobre todo Enrique que con aquellos conocimientos no le sería difícil encontrar trabajo en Madrid. En ese sentido le daba Enrique grandes esperanzas, pues le de- cía que él conocía a unos amigos que se dedicaban a lo de maque- tación y composición de textos, junto con un local dedicado a fo- tocopias y todo tipo de trabajos de esta naturaleza y que andaban buscando alguien con características muy similares a las que decía poseer, que ya hablaría con ellos y probablemente tendría trabajo antes de lo que él imaginaba. Lucía en cambio aunque hacía grandes esfuerzos por pasar desapercibida, para no demostrar que tenía un problema, y com- portarse como siempre, con la alegría que le caracterizaba, no lograba llevar tranquilidad a Julio que obstinadamente le pregun- taba una y otra vez que algo le estaba ocurriendo y que a él no le pasaba inadvertido. Algo debió de percibir Laura, pues según comentarios que En- rique le manifestaba a Julio, todo daba a entender que sí, que su novia también tenía esa sensación de que algo había cambiado bruscamente en Lucía, que últimamente la notaba como más in- trovertida, más suya, menos abierta y además todo el grupo había notado que no tenía esa frescura y ese talante, que tan buenos ratos les hacía pasar con ella. Su alegría había sufrido un nublado que a juzgar por Luis se le notaba hasta en la cara, no era la misma, no sabría muy bien que decir pero algo había cambiado el rostro de Lucía. Todos hacían conjeturas, todos opinaban a espaldas de Lucía pero ninguno se atrevía a manifestar su opinión a las claras delante de ella y menos delante de Julio, a quien también notaban alterado y contrariado, incluso a veces de mal humor y que achacaban a que como habían terminado las vacaciones, sería una víctima de entre tantas, de lo que se había dado en llamar crisis postvaca- cional. CAPÍTULO V Ya solo faltaba la opinión de Nemo y la iba a dar ¡cómo no!... En una de las múltiples paradas que se veían obligados a reali- zar paradas técnicas, que denominaba Luis, para que la “Camella” recuperara el resuello ahora sobrecargada o para hacer pis y para echar un trago y desentumecer las piernas, etc. Nemo apareció jugueteando con lo que parecía una prenda de vestir, había sacado todo lo que contenía un petate que llevaba en su apartamento, y jugueteaba con ella a punto de deshacerla, al principio no le dieron importancia pero Enrique enfurecido, cogió una piedra con idea de asustar al perro aunque jamás se la hubiera tirado, porque se había dado cuenta de que se trataba de su cazadora vaquera, que aunque hacía días la había dado por extraviada, mira por donde volvía a aparecer y de aquella manera tan original siendo objeto de los jue- gos de Nemo. Lucía cuando oyó que el perro jugueteaba con una cazadora vaquera cambió el color de su rostro, y se sintió a punto del des- mayo, por un momento creyó ser descubierta, porque ella había recogido y guardado la cazadora de marras, tal vez en la esperanza de que algún día sirviera de prueba y cargo del delito. Delia que observaba esta alteración en su amiga, de inmediato quiso cambiar de tercio, se dirigió a Enrique diciéndole que no valía la pena recuperar la prenda, sobre todo después de mordis- queada y restregada por los suelos por parte de Nemo y sin perca- tarse de la importancia que para Lucía tenía el asunto de la cazado- ra. Cuando decidieron emprender camino, Lucía en un aparte le pidió a su amiga que no permitiera que la prenda quedara aban- donada y que más adelante le explicaría el significado que esta cazadora tenía para ella, a lo que sin mayores complicaciones accedió Delia que se hizo cargo de la susodicha y la guardó entre sus pertenencias de mano y aquí paz y después gloria. Por la noche ya en Madrid cuando el reparto de todos los cam- pistas se producía, Lucía invitó a su amiga Delia a ir a su casa, primero para de alguna manera devolverle el favor recibido en Huelva y en segundo lugar, lo que más convenció a Delia para decidirse, fue que andaba en ascuas esperando la explicación acer- ca de aquello tan importante sobre la cazadora que Lucía le había prometido, que le tenía en una intriga permanente de la que deseaba salir cuanto antes. Se alegraron de nuevo en casa de Lucía al ver a su hija un poco más delgada, pero sana y con aspecto sa- ludable por el color que había tomado del sol en la playa. También se alegraron de tener entre ellos a la que consideraban en esto no se equivocaban a la mejor amiga de su hija y querían cum- plimentarla por haberla tenido alojada en Huelva. En la habitación de Lucía comenzaron las confidencias y de- talles acerca de la cazadora, que se había guardado para sí misma, le explicaba a Delia, que se trataba de la cazadora que había sido abandonada por la persona que le había forzado, que ella al salir corriendo hacia la playa estuvo a punto de caer al suelo al enre- dársele entre los pies, que la guardó con idea de si hubiera una investigación presentarlo como prueba y tirando del hilo, tal vez se llegara a saber quién había sido el culpable y le dieran merecido castigo, pues su vida se había visto alterada y de ¡qué manera!. Pero lo que más asombro le había causado a Lucía y es lo que le produjo aquel arrebato, que a punto estuvo de descubrir públi- camente cuales eran sus secretos, fue la inesperada reacción de Enrique que todo apuntaba a que la cazadora era de su propiedad, que la había dado por extraviada y que indicaba con total seguri- dad dado el empeño en rescatarla, que para él tenía más importan- cia que el simple encuentro de una prenda dada por perdida. Delia no sabía qué opinar, trataba de llevar un poco de sosiego a Lucía, pues notaba como se estaba alterando, otra vez al borde de un ataque como el sufrido en el Camping. Le decía que si las cosas fueran como ella sospechaba, para na- da Enrique se hubiera descubierto públicamente, le hubiera arrebatado la cazadora a Nemo y nadie le hubiera dado mayor importancia eso, decía Delia le descartaba por completo de haber participado en la acción... En cambio Lucía estaba segura que el atropello del que había sido principal protagonista, necesariamente se tenía que haber pro- ducido por alguien que supiera de su incapacidad, de su ceguera, porque de esa forma el delito quedaría impune al no poder recono- cer al autor de tal felonía. Pero ella no quería arrojar la toalla, en el Centro había una sec- ción de investigación, conocía a uno de los profesores y le confe- saría su problema, que además le serviría para desahogo de su corazón que estaba al borde de un ataque, allí investigaban entre otras cosas, la composición de los alimentos a raíz de una pequeña molécula, los materiales, empleados en los talleres, su tolerancia ante los esfuerzos requeridos y las prestaciones óptimas para el trabajo de diversos materiales así como todos los factores que se requieren de un Laboratorio de esa naturaleza. Casi todas las semanas aparecía en dicho Laboratorio, una fur- goneta, con tierras, rocas, piedras de distintas procedencias y en él se analizaba, tanto su composición, como las características útiles para el empleo en la construcción o trabajos de cualquier naturale- za, también se analizaban lodos de pantanos, tierras húmicas y se definía que a través de su composición, cuál era el tipo de degra- dación en algún caso, o que remedio habría de emplearse para la recuperación de aquellas muestras. Tenía la esperanza de que cuando pusiera en conocimiento de aquel profesor, por el que tenía auténtica devoción, pues le había ayudado en sus clases de física y química como nadie lo hubiera podido hacer, gracias a lo cual había obtenido en esta materia unas calificaciones sobresalientes, además en justa correspondencia le prestaría la ayuda y atención necesarias, sobre todo pensaba Lucía que ante su requerimiento, dicho profesor tomaría conciencia del abuso a que se había visto sometida, lo haría cosa suya y sin duda aportaría alguna solución al caso. Delia tampoco sabía qué opinar acerca de las sospechas que a todas luces señalaban y acusaban a Enrique, no cabía la menor duda de que la prenda era suya, por otra parte... ¿Qué interés podía tener en rescatar una prenda que según todos los indicios le acusaban...? Lo fácil hubiera sido no darse por aludido, y todo hubiera con- tinuado en el anonimato. En estas divagaciones, llegó la mañana en la que había quedado reunirse para tomar el aperitivo en casa de Laura, todavía podían disponer durante unos días de las instalaciones de su casa, sus padres aun tardarían en volver. Julio quedó con Lucía para ir al Centro a informarse de la fecha de reanudación de las clases de entrenamiento para el perro, ha- bían llegado en el momento justo, las clases empezarían en uno o dos días y convenía que Nemo no perdiera ni un ápice después de haber estado al libre albedrío, lo que no era nada bueno para un animal, aún sin terminar el proceso de su educación. Tal vez por encontrarse otra vez en el ambiente de costumbre, porque se sentía acompañada de la familia, o sencillamente porque el tiempo lo entierra todo, Lucía presentaba otro talante más acorde con el que ella hacía gala siempre, sonreía, se arreglaba con más esmero, daba facilidades para entablar conversación con ella y todo esto a Julio no le pasaba desapercibido, aunque no era el momento de profundizar en la crisis sufrida recientemente, ya encontraría él la fórmula para enterarse a fondo de lo ocurrido, si es que había ocurrido algo, porque con las mujeres, se decía nunca se sabe, son como las veletas... Julio comenzaba su vida rutinaria de nuevo, ahora tenía el deber de asistir a la terminación del primer ciclo de formación de Nemo, acudía todos los días y los progresos en este sentido eran espectaculares. Cuando salía a la ciudad con el perro, notaba la gran ayuda que representaba para él, ya no dependía de que alguna persona le avisara o incluso le ayudara para pasar en los semáforos, el perro con una instrucción adecuada sabía cuándo había de detener- se y cuando se podía pasar, Julio alucinaba con este tipo de deta- lles que se manifestaban no sólo en los pasos donde había semáfo- ros sino también en los que no había. Además este tipo de perros guía, estaban acompañados de una identificación o permiso para entrar en todo tipo de estable- cimientos, sin ninguna restricción, tanto en Metro, Autobuses, Taxis y cualquier tipo de locales o locomoción públicos. En el Bar ya había hecho sus amigos, no faltaba quien le ofre- ciera un trozo de una porra de churro a la hora del desayuno, pero curiosamente el no la aceptaba, hasta no recibir la orden de Julio, lo cual propiciaba todo tipo de comentarios, ensalzando las características de aquel singular animal. En el apartamento, con la presencia de Enrique y algunas veces con la de Félix, el perro se manifestaba de una manera extraña con gruñidos y un aparente mal humor, era una sensación de enemis- tad la que manifestaba, enderezando las orejas y con una disposi- ción como preámbulo de un inminente ataque, sin embargo cuando venía Lucía e incluso Laura la alegría era manifiesta. Este hecho sin aparente importancia le hizo a Julio tenerlo muy presente a la hora de comentarlo con los preparadores, siguiendo las indicaciones de los mismos, que habían advertido a los alum- nos pusieran en conocimiento cualquier comportamiento cambian- te, distinto, de agresividad, etc. que pudieran detectar en los pe- rros, pues era muy corriente que los animales en proceso de adap- tación sintieran celos de otras personas, o manifestaran algún comportamiento de enemistad en circunstancias que la casuística de sus archivos pondrían en claro. De tal manera que Julio puso en conocimiento de su entrenador, el comportamiento observado en la presencia de determinadas personas, quienes le corroboraron que ello podía deberse a varios factores, a que le hubieran amena- zado o pegado, algo que Julio descartaba, pues muy al contrario todos los que convivían en su entorno inmediato apreciaban y da- ban constantes muestras de cariño para con el perro. También le apuntaban a Julio, porque detectara algún olor que en el subconsciente del perro le trajera malos recuerdos, de hecho se conocían casos y así estaban registrados en los archivos de la Institución, de perros que habían descubierto verdaderos enigmas en delitos que la policía no habrían sido capaces de descubrir si no hubiera sido por la mediación de los perros que también ellos adiestraban allí, para la detección de estupefacien- tes, explosivos o cualquier cosa a que quisieran dedicar el adies- tramiento de los perros. No había más que contemplar el comportamiento de un perro “estrella” que habían entrenado y educado en el Centro, para lle- var a cabo papeles en la televisión y en bastantes películas, por lo que habían tenido muchas felicitaciones por su trabajo. Sin embargo Julio no lograba compaginar el comportamiento del perro y la relación que pudiera tener con sus amigos, aunque era extraño que con Luis y con Félix, no se diera esta casualidad, tal vez pensaba Julio, porque apenas hacía unos días les había co- nocido... En tanto Lucía había tenido una larga conversación con su an- tiguo Preceptor, encargado del Laboratorio e investigador muy reconocido en medios ajenos al Centro. No era la primera vez que le requerían para el análisis y vere- dicto de materiales, que en casos muy dudosos, de hurtos en los que el delincuente no dejaba huellas, por un simple trozo de tela de una prenda de ropa olvidada, era capaz de determinar la natu- raleza del individuo, aunque no era tan simple según explicaba a Lucía, que le había contado como si de un confesor se trata- ra el asunto del que había sido víctima. El doctor en la materia le había recomendado, que para él po- der intervenir de manera legal, debería constar una denuncia en el Departamento de Policía, sin este requisito, a cuantas conclusiones pudieran llegar, que sin duda podrían ser válidas , sin este requisito insistía, de la denuncia en la Policía, las pruebas valdrían poco o nada ante un juez. Una vez denunciado los hechos, solicitaría del correspondiente Departamento de Policía, donde él tenía verdaderos amigos que además le debían favores, autorización para llevar adelante el asunto. Pero a lo que Lucía se negaba precisamente era a eso, a poner una denuncia, que no traería más que problemas a ella y sus ami- gos, pues las circunstancias que envolvían el tema eran de tal opa- cidad, que en el mejor de los casos inculparían a alguien que tan siquiera tuviera que ver en el asunto. Además estaba la publicidad que se le daría al aconteci- miento, con lo cual su secreto mejor guardado para con Julio, se desvanecería y perdería en ella su confianza y sus amigos al verse envueltos en este escándalo, la abandonarían sin remedio. Todo este asunto lo comentaba con Delia, no sabía qué hacer, si olvidar definitivamente todo, o tirar por el camino de en medio cayera quien cayera... Su amiga no le apuntaba respuesta alguna, además se estaba preparando para volver a su pueblo y no podría mantener con ella este tipo de confidencias, se quedaría sola ante la situación y de no contárselo todo a su novio con pelos y señales, no le aconsejaba diera ese paso tan definitivo sin antes medir muy bien las conse- cuencias. Todo parecía estar en contra de Lucía, nadie parecía interpretar su angustia y quien más quien menos se quitaba de en medio, a todos a quienes le contaba lo sucedido, éstos le daban una de cal y otra de arena, pero lo cierto es que el problema estaba ahí y cada día que pasaba se veía de más difícil solución. Ella estaba dispuesta a renunciar a todo, pero algo en su inte- rior le invitaba a no ser cobarde, a denunciar este caso de abuso que además se encontraba rodeado de una singularidad pocas ve- ces contemplado, se trataba de un abuso que contaba con el agra- vante de haber sido perpetrado en una persona minusválida, lo que en su opinión le daba aún más trascendencia al asunto. La vida de los componentes de la pandilla había vuelto a su habitual ritmo, Julio con la venta de sus cupones y con las clases de adiestramiento de Nemo, Enrique igualmente con la venta de cupones y su vida rutinaria, ahora menos complicada pues ya no tenía la obligación de acompañar todos los días a Julio, Luis y Delia poco menos que subidos en la “Camella “para emprender viaje de vuelta a Huelva y Laura en su casa ya con la omnipresen- cia de Adela, que se quejaba del montón de ropa acumulada du- rante su ausencia, con sus padres a punto de volver y la casa decía hecha unos zorros. También Félix, parecía haber tenido contactos positivos para su trabajo y no precisamente por las recomendaciones de Enrique, él solito se las había apañado y había entrado en una Compañía que se dedicaban a la Industria Informática, además con posibili- dades de alcanzar metas de altos vuelos. Sin embargo la ubicación de Lucía parecía estar en el aire, mientras que la vida discurría en su entorno, de manera ruti- naria y normal, ella estaba siendo presa de sus miedos y además comenzaba a dar síntomas de unos trastornos nuevos para ella. Desde luego, la indecisión por su parte de confesarle a su novio lo sucedido, le estaba creando una situación de angustia, que po- cas veces había sentido, se encontraba en la tesitura de que si se lo decía mal y si él se enteraba peor, lo que le creaba una inestabili- dad emocional que no encontraba la forma de dar con la salida en este auténtico laberinto de Dédalo, sin la ayuda de un Íca- ro... Lucía que era de carácter enfermizo, había pasado por situacio- nes realmente graves y se había enfrentado a ellas, luchado y ven- cido, pero lo que ahora sentía era como un rechazo a continuar viviendo, era miedo a enfrentarse con sus propios demonios, se había encerrado en un círculo del que estaba convencida, era difícil salir sin ayudas, su sentimiento de culpabilidad la tenía ate- nazada y era incapaz de dar con la clave para solucionar su pro- blema. Su madre que estaba ojo avizor al comportamiento cambiante de su hija, notaba como estaba pasando por estados de verdadera preocupación, rehusaba hablar de lo que le pudiera pasar, no soltaba prenda en cuanto a si su relación con Julio marchaba por buen camino o no, las comidas que más le apetecían de siempre ahora le causaban náuseas, apenas quería salir, verse con sus amigos y un sin fin de motivos, que la madre se vio obligada a comentar con su marido. Lo sorprendente era que Lucía mantenía un aspecto físico, di- gamos que envidiable, pese a todas estas contradicciones, sin embargo en el aspecto de su relación con los demás, era evidente que había un cambio sustancial, apenas hablaba si no se le interpelaba, la música en su cuarto era menos frecuente que antes y la asistencia al Centro, procuraba fuera la mínima exigible, siempre presentaba el alegato de que no se encontraba bien de salud últimamente y con eso tapaba la realidad de su estado aními- co. La preocupación creciente de su madre, logró convencerla de que era necesario y tenía que ir al médico, ella en principio se ne- gaba pero ante la insistencia materna, al final accedió. La sorpresa fue mayúscula tanto para la madre como para la propia Lucía... estaba embarazada... El médico, que en un principio sospechaba que algo así podría sucederle, que su embarazo ajeno tal vez a ella misma, era la causa principal de su estado, y que la preocupación de su madre nada tenía que ver con este asunto, no encontraba la manera de hacérselo saber, era consciente de que podía crearles un nuevo problema, que sin duda agravaría aún más, el que pare- cían tener en ese momento y no encontraba el modo menos trau- mático, para darles semejante noticia sin que se derrumbaran toda- vía más... En efecto Lucía confirmó que había tenido dos faltas, que achacaba a los trastornos sufridos con motivo del ajetreo de las vacaciones y que de hecho su estado anímico que tanto preo- cupaba a todos, tal vez se debieran a esos trastornos, pero no que- ría darle mayor importancia. Lo que no podía, ni estaba dispuesta a aceptar era lo del emba- razo, pues ya se sabe de las precauciones que los jóvenes toman hoy día y en su caso, no quedaba duda sobre el particular. En cambio el médico, decía que los hechos eran tozudos y que su evidente embarazo, confirmado por los síntomas y la na- turaleza de su estado no dejaba lugar a dudas, sin embargo y para que a ella no le quedara duda alguna, le prescribiría un análisis en profundidad remitiéndola al tocólogo, quién confirmaría su estado de buena esperanza. A Lucía se le vino el cielo encima, se le cayeron los palos del sombrajo, ahora sí que la había cagado y bien... Su madre con tacto, pero con autoridad le pedía explicaciones, ella que había confiado en primer lugar en la madurez de su hija y en último término en la hombría de Julio, que le había parecido un muchacho de una integridad absoluta, así como en casa tenían una altísima valoración por su valía en conocimientos muy variados en distintos terrenos y temas de la vida, exigía ahora les fuera aclara- do el asunto de inmediato. Lucía quiso cerciorarse de su estado y acudió al especialista, como prescribía su médico. Quiso ir al médico de su Mutua, don- de recibían un trato personalizado por ser invidentes. Previa exploración el medico confirmó su embarazo. Lucía deshecha en llantos con desesperación extrema, sufrió uno de sus ataques de histerismo, el médico presente le calmaba diciéndole que para nada le venía bien en su estado ese tipo de comportamiento, que debería estar contenta, pues todos los datos de la exploración habían concluido con un buen diagnóstico y na- die se muere por estar embarazada. Cuando se hubo calmado, el médico le hizo la gran pregunta: ¿Quieres continuar adelante con el embarazo, o no...? ¿Sabes que existen métodos, para interrumpir el embarazo...? Pero Lucía en un mar de lágrimas, sollozaba por toda con- testación, lo cual propició que el médico entrara en detalles, te- miéndose lo que ella le confirmaba, que había sido forzada, y vio- lada. El cambio del médico fue instantáneo, demudó las facciones de su cara, un estado de nerviosismo y enfado invadió su ánimo hasta entonces en calma, como si la agresión la hubiera sufrido él mis- mo, o mejor, su propia hija... Ahora ya no había vuelta atrás, se veía en la necesidad y obli- gación de poner el caso en manos de la Justicia, emitiría un Parte Oficial a la Policía y al Juzgado, esto no podía quedar en el anonimato aparte de una agresión, significaba mucho más, un atropello a los derechos de un minusválido y esto estaba aún más penado por la Justicia, además de representar un delito a to- das luces despreciable, etc... Lucía ya se veía ante un Tribunal aportando en su declaración pelos y señales de lo acontecido, eso precisamente era lo que ella trataba de evitar, pero ante la situación nueva del embarazo ya no tenía ninguna duda de que perdería a Julio y sería en el Centro considerada como la “violada”... Le esperaba una ardua tarea por delante. Su madre, que como toda madre, comprendía muy bien la si- tuación en la que se encontraba su hija, quiso mostrarle todo tipo de atenciones, había sido muy injusta con ella dando por sentado que voluntariamente, o tal vez por descuido, había provocado que ahora estuviera en estado. Quiso convencer una vez más, a su hija de que lo mejor era se- guir las indicaciones de los doctores, dejarse guiar en el caso por expertos en estos temas y más adelante ya se vería, cuando todo se desarrollara como era de esperar. Por la crianza de lo que había de venir, no tenía que preocuparse, ella se haría cargo de todo... Con todo esto quería calmar a Lucía que no paraba de sollozar, respiraba entrecortadamente, entre hipos y se sonaba una y otra vez la nariz, hecha un mar de lágrimas y sin vislumbrar solución alguna. No sabía si ya era tarde para contar con la ayuda de Julio, a quién le había ocultado todo, si era irreversible decírselo o no, si cambiaría en algo que le confesara todo o tal vez, por eso mismo provocaría su huida de ella. Estas y mil consideraciones de parecido trazo, hundían a Lucía en un abismo de difícil salida. A los pocos días se personaron en su casa, dos Agentes desco- nocidos, eran una mujer de unos treinta años y un hombre poco mayor que la anterior. Se presentaron como Agentes Judiciales de lo Penal, quienes habían sido asignados para el “caso” y deberían recabar todo tipo de detalles, aunque a Lucía le parecie- ran banales, sin importancia y sin relación alguna con lo ocurrido. Lucía, ahora sí, ahora ya comprendía en el lío que andaba me- tida, hasta las cachas decía. Ella que había estado luchando por no sacar a la luz todo el asunto se veía comprometida y cualquier cosa que pudiera decir, no le cabía duda, sería interpretada asépti- camente, sin consideración, sin medir la repercusión que pudiera tener para su relación con Julio e incluso en el círculo de sus amis- tades más allegadas. Pero los Agentes Judiciales tenían que instruir un Informe pre- vio, aportar pruebas si las hubiere y una exhaustiva declaración jurada por parte de la víctima, le prometían que todo el caso sería y estaría rodeado del más absoluto secreto, por cuanto ella nada tenía que temer y nada trascendería fuera del ámbito de lo estric- tamente judicial. Una vez realizada la Instrucción pasaría a la Jueza que se haría cargo del caso, se aportarían pruebas médicas, se aportarían nom- bres de personas, lugares y fechas que concurrieron el día de au- tos, y así hasta completar una declaración que a Lucía y a sus pa- dres les pareció prolija pero muy completa y que no dejaba nada en el tintero. Aquel Informe representaba para Lucía volver a vivir, toda la tragedia, significaba también que sus amigos se vieran mezclados sin su consentimiento en un asunto que ella, demostrando falta de sinceridad les había ocultado, y pensaba que sería muy difícil que entendieran lo sucedido, y que pudieran perdonarle esta falta de confianza y sinceridad. Pese a todo siempre tendría a su amiga Delia, que estaba al co- rriente de todo y ella sería su principal fiadora ante los amigos de que su comportamiento, había sido fruto de una colosal cobardía, y nada más. Mientras la Instrucción del caso avanzaba, los días pasaban y Lucía empezaba a sufrir los síntomas de su estado, por las maña- nas se ponía malísima, devolvía, sufría mareos y náuseas y todos los inequívocos desarreglos que acompañan al embarazo, conoci- dos unos, menos conocidos otros. Su madre se había convertido en su sombra, no la dejaba en ningún momento en tanto su hija no diera razón de haber aceptado su nueva situación, por otra parte nada fácil. Julio había notado un cambio tan radical en su novia, que ya no podía disimular más su agobio, además ya no convivía con él en el apartamento su amigo Félix, que se había ido a vivir en una Resi- dencia con otros compañeros, unos eran estudiantes y varios tra- bajaban en la Empresa Informática en la que estaba escalando puestos a velocidad inusitada. Por esa razón a Julio se le ocurrió que la mejor manera de acla- rar todo, era invitar a su novia a una cena romántica, como la que todavía perduraba en su recuerdo, olvidar toda sospecha por parte de los dos y volver a llevar una vida normal, como la de antes de las vacaciones, en las que al parecer todo se había vuelto del revés. La negativa por parte de Lucía fue rotunda, alegaba que se encontraba en un estado de enfermedad casi permanente, que su- fría vómitos y mareos y que estaba en tratamiento médico, lo que no le permitía siquiera abandonar su casa y los cuidados de su ma- dre. A Julio no le convencían este tipo de argumentos, y un día se presentó en su casa, primero para comprobar si realmente se en- contraba allí o era una excusa para rehuirle, y en segundo término para interesarse ante sus padres por la salud de su novia y tratar de aportar con su presencia parte a la solución a la misma. Sus temores de que estaba siendo víctima de un engaño, se confirmaron, pues Lucía no estaba en casa y eso que era una hora avanzada, las diez de la noche. Esta evidencia chocó con el asombro por parte de los padres, que descubrían, cómo él era ajeno de la asistencia a unas clases de relajación para embarazadas por parte de Lucía. Él no tenía cono- cimiento ni remoto del estado de su novia, se preguntaba cómo era posible que no le hubiera hecho sabedor de su embarazo, pues que él supiera decía en esto del embarazo siempre hay dos partes, a no ser que... Y se produjo un elocuente silencio, que durante unos segun- dos llenaron de dudas su corazón... Pensaba que tal vez habrían sufrido un descuido, un accidente, pero eso no era motivo para ocultar los hechos, que además a Julio no le parecía algo dramático y mucho menos traumático, como todo indicaba y ahora empezaba a comprender, que era lo que le estaba sucediendo a su novia. Los padres de Lucía ya no pudieron seguir más tiempo guardando silencio, ante la confusión de Julio que una vez más daba sobradas razones de que era un hombre de palabra, dispuesto a cargar con las consecuencias de sus actos y que denotaba una grandeza de corazón fuera de toda duda. Lo difícil para ellos era dar el primer paso, hacerle comprender al pobre chico, que él nada tenía que ver en el asunto del embarazo, contarle la tragedia y entonces sí que comprendería la postura de Lucia, querían llevar a su ánimo y hacerle comprender que su novia no había tenido el suficiente cuajo para contarle toda la verdad ante el temor de verse abandonada por él, querían entrar en detalles que solamente cono- cía su hija, pero que a través de las declaraciones, que en algún momento ellos habían podido presenciar y conocían, tenían más o menos una idea de lo que ocurrió el fatal día en que su hija había sido violada. Julio se hundió en el más oscuro y profundo de los abismos, ahora se abrían ante él todos los enigmas, sus fundados temores de que algo ocurría en su relación con Lucía, su extraño y brusco cambio en el comportamiento y sobre todo, esto era lo que más le dolía, la falta de confianza de su novia al ocultarle lo ocurrido aquel día y enterarse ahora, a estas alturas... Pensaba que si ella hubiera dicho algo en el momento en que ocurrieron los hechos probablemente ya habrían dado con el violador, hubieran cursado en su pueblo la correspondiente de- nuncia, él hubiera hablado con amigos de su familia, entre quienes se encontraban abogados, y hasta un conocidísimo amigo suyo que era policía municipal y a nivel de pueblo hubieran dado con el autor de tal ignominia y no que aquí en la Capital, pasarían años entre legajos y papeles, citaciones y Mandamientos Judiciales para al final, tal vez tan siquiera saber quién había sido el au- tor de los hechos... Todo esto lo estaba diciendo en voz alta, al tiempo que para desahogarse, para que los padres de Lucía entendieran que él asu- mía las consecuencias de los hechos, aunque a Lucía no le entrara en la cabeza que también el asunto era cosa suya, todo cuanto le sucediera a ella para bien o para mal decía , me atañe muy perso- nalmente y no entiendo como Lucía, ha sido capaz de no contar conmigo en este asunto de tan grave importancia. Eran más de las doce y Lucía no aparecía por casa, Julio igual que sus padres empezaban a ponerse nervioso, pues todos los días volvía a eso de las diez y media, más o menos. Llamaron al Cen- tro, pero nadie respondía el teléfono, un temor escondido en lo más hondo del corazón de la madre le decía que “algo” estaba ocu- rriendo. Conocía muy bien a su hija y sabía de su capacidad de sufrimiento, estaba acostumbrada a encajar con filosofía el des- precio y ninguneo por parte de la gente, pero también sabía de su flojera para aceptar un caso que sobrepasaba con mucho su capa- cidad de aguante y no sabía, o quería no pensar, que hubiera toma- do la decisión de hacer alguna tontería... Pusieron en conocimiento de su amiga Laura el retraso, por si hubiera ido allí, cosa que realizaba con frecuencia cuando decía que iba a pasar la noche “estudiando”, pero la negativa por parte de ésta confirmó, que en efecto era de suponer que le podía haber ocurrido algo serio para que no apareciera. Laura dijo que la había visto, normal dentro de lo que a ella le parecía, en la clase de las cinco, pero su madre sabía que la asis- tencia a los ejercicios de gimnasia tenía lugar a partir de las ocho treinta de la tarde. Julio pensó por un momento, aunque decía era una idea desca- bellada, que se hubiera podido marchar a Huelva con Delia y Luis, aunque cayó en la cuenta de que ya hacía días se había producido el viaje de regreso, o tal vez de cualquier otra manera; pero a esas horas, es decir después de las cinco en que había sido vista por Laura, le parecía imposible, además su madre compro- baba que no faltaba nada de sus enseres, que no fuera el petate que habitualmente llevaba todos los días a clase. En este estado de cosas, con los nervios alterados por parte de todos, no quedaba otra salida que poner en conocimiento de la Policía la (no aparición) tan siquiera se atrevían a pensar en la desaparición de Lucía. En aquel preciso instante, sonó el teléfono su padre se precipitó sobre la mesita en que se encontraba el aparato, antes que dejara de emitir la señal de llamada, al otro lado del hilo telefónico una voz trataba de llevar calma a su interlocutor, poniéndole en ante- cedentes de que su hija había sufrido un accidente y se encontra- ba ingresada en un Hospital, nada importante, pero debería per- manecer unas horas en observación dado su estado decía la anónima voz.. ¿Pero a qué estado, se refería...? Preguntaba el padre. ¿A un estado grave, debido al accidente, del que desconocían detalles, o a su estado de embarazo...? La persona que informaba no quiso o no pudo entrar en deta- lles, lo cual produjo un estado de tensión aún mayor en todos ellos, que decidieron sin más dilación, llamar un taxi y personarse en el Hospital lo antes posible. Durante el recorrido del camino, que se hizo eterno aunque el tráfico era fluido, cada uno de los ocupantes del taxi pensaba para sus adentros de manera bien distinta. Julio pensaba que Lucía había podido ser atropellada por algún vehículo, pues últimamente andaba un poco distraída y como sonámbula, lastima se decía no tuviera la ayuda de un perro co- mo la que él gozaba y le estaba dando verdaderos y positivos fru- tos. La madre quería abandonar la idea que rondaba por su cabeza y creía a su hija muy capaz de cometer una tontería tan grande, esto le rondaba intermitentemente por su cabeza, como la de quitarse la vida, pues una situación como la que ahora sufría Lucía po- día dar al traste con la entereza de la persona más equilibrada. Y por último el padre de Lucía, que no salía de su asombro por los acontecimientos que le tocaba vivir, se culpaba de no haber prestado la atención debida a su hija, inmerso en el debatir diario del trabajo, tener que cuidar de la manutención de la familia, los gastos de la casa, los gastos del recién pasado verano, el coche, las pagatelas de todos los meses, que caían como agua y por el contrario el sueldo que se evaporaba como humo... A la llegada al Hospital, en la UVI, se encontraba Lucía a quien no se le permitían visitas y excepcionalmente dejaron a Julio y su madre unos segundos, más que nada para que comproba- ran que se encontraba bien, dentro del trauma sufrido al caer por las escaleras del Metro... Era la primera explicación que aportaban en el Hospital, todo quedaba claro Lucía había tropezado, rodado literalmente por las escaleras del Metro, un gran revuelo se preparó al darse cuenta la gente de que era invidente, sus pertenencias desparramadas por el suelo, las negras gafas rotas que dejaban al descubierto el hueco en las cuencas de sus ojos, el pelo alborotado, alguien con un mó- vil para llamar al 112 y salirse a las inmediaciones de la boca del Metro porque dentro la cobertura era mala, la llegada del SAMUR con sus luces y sirenas en marcha, la expectación de los curiosos y gentes que de pronto llenaron el recinto, el posterior análisis por parte de los facultativos, la inmovilización del cuerpo por si hubiera alguna rotura grave y por fin el traslado a toda mar- cha con Lucía al Hospital Gregorio Marañón, entrada por urgen- cias y todo esto ocurrido en un santiamén... Aquella noche la pasaron en espera del alta de Lucía que se re- cuperaba favorablemente, había sido explorada y detectado su estado de embarazo, con las consiguientes precauciones que re- quería el caso. La administración de fármacos que prescribió el médico de guardia, eran acorde con su estado, de pronto... un desasosiego que alarmó a quienes estaban de guardia, reclamó la presencia del Jefe de Planta, le instalaron un gotero, comenzó de nuevo una ex- ploración más rigurosa que la anterior, Lucía en cambio comenza- ba a dar gritos que más bien parecían alaridos y aun con tales pre- cauciones se desencadenaron una serie de convulsiones y temblo- res precedentes a lo que los médicos llaman, un aborto... Una involuntaria interrupción del embarazo que inevitablemen- te dieron al traste con su estado de buena esperanza. De los presentes ante esa noticia, la única que se sintió decep- cionada fue la madre de Lucía, que había soñado con el momento de tener a la criatura en sus brazos, bajo su protección, había in- cluso pensado en lo que todas las abuelas..., si sería rubio o mo- reno, niña o niño, si tendría vista o le volvería a traer a la memoria el sufrimiento inenarrable, de cuando nació Lucía y le pusieron en antecedentes de que probablemente su hija tendría un defecto de vista de por vida, que poco a poco se fue confirmando cuando pudieron apreciar de manera palpable que carecía de la misma... Julio se notaba aliviado al poder constatar que la vergüenza que podía suponer para Lucía, declararle su embarazo sin que él apa- rentemente tuviera nada que ver con el mismo, y pensaba en lo de aparentemente porque: ¿Cómo podía Lucía asegurar que ese embarazo no era suyo... ¿Qué constancia podía tener ella, de que no estuviera embara- zada, antes de haber sufrido el atropello de la violación...? Y le daba vueltas y más vueltas tratando de encontrar, algún ar- gumento que le sirviera a Lucía y a él mismo, de que lo sucedido era obra del azar y que como tal el desenlace había tenido lugar de la misma forma. En el Hospital le ponían en antecedentes a los familiares de que antes de ser dada de alta, tendrían que pasar por el despacho de la Administración a cumplimentar la documentación pertinente al caso. En esta documentación de la que el padre de Lucía se hizo car- go, se daba cuenta, de cómo habían ocurrido los hechos, así como que durante la asistencia se había producido un aborto, todo ello confirmado por el Jefe de Guardia de esa noche en el Hospital, al tiempo que se ponía en conocimiento al Juzgado, remitiéndose copia de dicho parte. Lucía repuesta del accidente fue trasladada a su casa en una ambulancia, con la recomendación específica por parte del doctor, de guardar cama durante un tiempo suficiente, hasta encontrarse recuperada debidamente. Cuando se supo lo del accidente de Lucía, sus compañeros y algunos profesores la visitaron en su casa, sobre todo su amiga Laura, que entre otras cosas, mediante declaraciones más o menos veladas por parte de Lucía, intuyó que había algo más detrás del accidente que una simple casualidad, propiciada en parte por la invalidez de su amiga... Para que a Laura no le quedara duda alguna de su verdadera amistad, y cuando Lucía le hubo puesto al corriente de todo lo sucedido, esta vez también de su secreto mejor guardado, lo de la violación y detalles tales como lo de la cazadora de Enrique, Laura descubría, que parecía que su amiga albergaba dudas de quién había sido el autor de la violación, y que todo apuntaba a su novio o al menos las pruebas como la cazadora así lo confirmaban, ca- zadora que por otra parte ella conocía muy bien, pues en alguna ocasión la había tenido entre sus manos, y reconocía per- fectamente una especie de bordado de águila imperial hecha con remaches que tenía en una de las mangas de la misma, que por cierto a Laura le parecía una extravagancia hortera y Enrique para no desagradarle procuraba ponerse en contadas ocasiones dicha prenda. Al propio tiempo, le decía su amiga que si ella quería podía ha- blar con su padre, Magistrado en la Audiencia de Madrid, por si llegado el caso, estaría dispuesto a prestar ayuda a Lucía en estos hechos, a lo que respondía ella, que ya había causado demasiadas molestias a todos como para además implicar a su padre. En todo caso decía Laura, ahí quedaba la oferta por si consideraba necesa- rio, en algún momento de la Investigación, la intervención de su padre. Laura inmediatamente que tuvo ocasión quiso aclarar con su novio el asunto de la cazadora. Apenas se “vio”, con él, le faltó tiempo para pedirle explicaciones sobre el asunto de la cazadora, le pedía explicarse por qué había demostrado tanto interés en re- cuperar una prenda, que sabía de antemano a ella no le hacía nin- guna gracia, le recordaba haberle pedido en más de una ocasión que se deshiciera de ella, pues además de muy ajada por el uso y el paso del tiempo, tenía aquel anagrama, o lo que fuera, de rema- ches que para nada iba con el carácter intelectual de Enrique. Enrique a su vez, que no salía de su asombro al conocer con detalles lo sucedido a Lucía, se manifestaba ajeno a toda aquella película, que además le introducía como protagonista sospechoso en el guion de la misma. Lamentaba profundamente que tanto Lucía como el propio Ju- lio no le hubieran comentado algo acerca de lo sucedido, ignoraba que el propio Julio se había enterado a raíz del accidente de Lu- cía y que por tanto esa era la causa, no otra, de no haberle co- mentado nada. En cuanto a la cazadora, Enrique decía que él fue el primer sor- prendido, cuando vio a Nemo jugueteando con ella, puesto que hacía unos días desde que llegaron al Camping, que la había dado por perdida, y cuando por fin creía haberse deshecho de ella, la sorpresa fue encontrarla en semejantes circunstancias. Continuaba diciendo que además, tan siquiera la había vuelto a tener en su poder, que no sabría decir donde había ido a parar y mil explicaciones que demostraban que no le había dado la impor- tancia que al parecer ahora tenía la prenda de marras. Laura le explicaba en tono acusador, todo lo que su amiga le había confesado, que fue un individuo quién la tapó con la cazado- ra que ahora se demostraba era de él, que tenía que explicar con toda claridad porqué se encontraba ese día y en su círculo de amis- tades el único vestigio físico de la agresión a Lucía, que ya habían puesto en conocimiento de las autoridades el caso, que no tardan- do mucho serían requeridos para prestar declaración y mil porme- nores que sembraban de inquietud y dudas su relación. La frialdad con que se comportaba Julio daba que pensar a Lucía, o estaba realmente afectado por los hechos, que la ver- dad eran muy difíciles de asimilar, o tal vez y eso es lo que más le preocupaba, estaba tramando algún tipo de venganza, para con quién señalaban todas las evidencias había sido el autor de la vi- llanía. Pero ya se sabe que la venganza es algo que se sirve en plato frío, Julio no soltaba prenda al respecto, solamente que se encon- traba muy afectado, diríase que como engañado, en ridículo, pensaba que con razón el engañado es siempre el último en enterarse y en esta ocasión, quedaba bien patente que así era... Las citaciones del Juzgado, llegaron días más tarde, una gene- ral a todos los que habían estado inmersos en el día de los hechos para prestar declaración de forma individual, y otra personal a Lucía para testificar delante de una Juez y contrastar dicha decla- ración con la de sus compañeros. Lucía contaba con la asistencia jurídica de un abogado del Cen- tro, que además era miembro honorario de la ESCI, célebre por sus actuaciones y muy conocido en los medios de comunicación, como la televisión y la radio. La implicación en los hechos de los amigos de Lucía y Julio, había dado como resultado un legítimo distanciamiento de ellos, ya no se encontraban con la asiduidad que hasta el momento acos- tumbraban, se había creado entre ellos un muro de separación casi perceptible por quienes les conocían, habían dejado de frecuentar la Discoteca, eran la comidilla en el Centro y quien más y quien menos, hacía una interpretación de los hechos a su medida, unos aumentaban y otros sembraban carnaza para dar morbo al asunto, la cosa se desbordó y estaba llegando a unos extremos, que los responsables del Centro “aconsejaron” a la pareja afectada, deja- ran de asistir en lo posible a las actividades programadas, hasta que pasara la tormenta. En realidad en la vida de Julio y Lucía aparentemente nada ha- bía cambiado, aunque en el fuero interno de Julio una nube presa- gio de tempestad se estaba fraguando y ni él podía medir sus con- secuencias. Se había jurado tomar venganza del autor de la violación de su novia, tenía en mente trazado un plan que daría justo castigo al autor de su desgracia, tenía que ser un plan que actuara al margen de la Justicia, pues ya se sabe que ésta es lenta y tardía, cuando no ineficaz. Había hecho que el objetivo de su vida fuera la venganza, aunque le fuera en ello la vida, total decía ya estoy muerto... Cada día que pasaba se enconaba más en su alma, la rabia, la impotencia y aumentaba su rencor. Ya no tenía la ilusión por Lu- cía de siempre, aunque sabía que en lo ocurrido, nada tenía ella que ver. Tampoco se atrevía a abandonarla en la estacada, de ningu- na manera, pero sus sentimientos le delataban y era incapaz de comportarse con la alegría y franqueza con que venía actuando hasta el fatal momento. En esto Lucía no se equivocaba, en casa era con frecuencia presa de ataques que le llevaban al borde de la desesperación por la impotencia, en uno de esos ataques y de una estantería que se encontraba repleta de recuerdos comenzó a romper objetos que otrora representaban para ella lo mejor de sí misma y de su vida, discos, libros, diplomas de reconocimientos de sus altas califica- ciones en los estudios, todo volaba por los aires, destrozando en un ataque de ira cuanto encontraba a su mano, en casa nunca la habían visto en este estado e incompresiblemente para sus padres quería desesperadamente borrar con su destrucción, recuerdos que formaban parte de su propia vida. Quería olvidar su pasado, su presente y posiblemente su futuro y no encontraba otra forma más apropiada que destruyendo todo lo que representara algún recuerdo en su vida. Sus padres no encontraban algo que pudiera servirle de con- suelo, se esforzaban por no contrariarla y ello posiblemente le llevaba al delirio, pues ella entendía que tanta complacencia, era sencillamente compasión. Las dolorosas declaraciones a que se tuvo que someter, remo- vían sus entrañas, por muy suaves que estas pretendían ser, la aportación de detalles que solamente ella podía presentar, las pre- guntas que a ella le parecían dobles intenciones, las descripciones con todo el rigor en detalles, rayando la intimidad más absoluta, las dudas que sembraba en sus declaraciones y que insistentemente por parte de la Juez debería puntualizar más, ella como mujer sa- bía muy bien las teclas que tenía que tocar para llegar a lo más cerca posible de la realidad de los hechos, hacían que cada decla- ración fuera un auténtico infierno para Lucía. La policía por su parte, estaba siguiendo un camino paralelo Al de la Investigación Judicial. Se había personado en el domicilio de cada uno de los testigos, si no oculares, sí a los menos presen- tes en el caso. Comenzaron por un registro exhaustivo en el apartamento de Julio, indagaron y recabaron datos acerca de su forma de vida con el Conserje, siguieron sus pasos y se enteraron de su vida privada como jamás nadie hubiera supuesto. No tenían prisa en aclarar lo que a todas luces tenían resuelto en su opinión, pero necesitaban pruebas fehacientes para inculpar al autor de los hechos y conocían a la Jueza que se encargaba del caso, que era muy solícita y tenía como norma no dar una prueba por buena, si ésta no estaba bien documentada. Visitaron la casa de Laura en busca de lo mismo, alguna pista, algún objeto, algo que les llevara a inculpar a alguien, que en este caso se trataba de un varón pero para nada descartaban la partici- pación de una mujer que tal vez por odio o por envidia, hubiera tenido participación en el caso. También se llevaron de casa de Lucía la cazadora que prácti- camente señalaba a Enrique, como el autor material que contaba con más papeletas. Faltaba el contrastar todo lo reunido con Delia y Luis, el hecho de que estuvieran fuera del ámbito de la Policía Judicial, no era motivo necesario para que abandonaran recabar cualquier infor- mación, de tal manera que para no causarles trastornos de despla- zamiento, cursaron la oportuna Orden para ser interrogados en Huelva. Sin que ello significara que abandonaban la posibilidad de hacerles comparecer en juicio público, que previamente les anun- ciarían. Solamente quedaba, el posterior Informe que la Policía Cientí- fica presentaría del análisis de la prenda, que tan de cabeza traía a Enrique, que tan contrariada tenía a Laura, que tantas sospechas levantaba en Lucía, y que tan claro tenía Julio... En el laboratorio de la ESCI, habían examinado la prenda con anterioridad, previo consentimiento de la Policía Judicial, dado que así tendrían dos versiones de la misma y servirían para casar los resultados. Las pruebas que aportaron en este Laboratorio del Centro, que se mantenía por indicación de la Policía en el más absoluto silen- cio, arrojaban después de un escrupuloso análisis, como resul- tado final algo tan ambiguo como interesante. Dicho informe decía así: “Habiendo sido analizado el tejido de la prenda objeto de es- tudio, por parte de nuestros técnicos, en el Laboratorio de esta Entidad minuciosamente, diríase que milímetro a milímetro, se han encontrado restos de sustancias de al menos cuatro conteni- dos diferentes… En primer examen se percibe una sustancia, que bien pudiera ser sudor corporal, con un característico olor diferenciado de otro, de similares características e incluso otro más, que suma algún que otro componente distinto, cual es una sustancia sali- na probablemente de agua de mar, lo que explicaría muy bien su estancia en una playa. En segundo término, se han encontrado composiciones minera- les de un determinado tipo de tierra muy localizada, es decir res- tos ferruginosos, material procedente de un tipo de sal de hierro o tierra conteniendo ferrita, lo que demostraría que el perro restre- gó con virulencia la prenda en un suelo, cercano a una instala- ción minera de estas características. Ante tales pruebas, no queda duda alguna que la prenda y las circunstancias que le acompañan, determinan definitivamente que ha sido “protagonista” del hecho, en el caso que nos ocu- pa” Firmado el Jefe del Departamento: Manuel Osorio En todo caso, reunidas y vistas las declaraciones posteriores de todos los implicados, las pruebas presentadas y contrastadas por la Policía Científica, el Informe del Médico Forense que atendió a Lucía en el accidente, la prueba pericial llevada a cabo por la ES- CI, y cuanto se pudo recabar acerca de los hechos y por parte de todos los testigos, aún faltaba algo que la Jueza descubrió a través de estudiar concienzudamente los informes periciales de las pruebas presentadas. No se había prestado atención a la declaración que Julio hiciera en su día del comportamiento de Nemo, respecto a Enrique en el apartamento del primero. La declaración de Julio, cuando se efectuó al principio y no se conocían tantos datos como fueron recopilándose después, era clara y precisa, el perro había demostrado un comportamiento extraño, hasta aquel momento desconocido, y consultado con sus preparadores, éstos daban por seguro que algo intuía el perro, que delataba de algún modo la implicación de Enrique. Se volvió a repetir la escena que Julio había presenciado, esta vez en presencia de la Sra. Jueza, con taquígrafos y varios testi- gos, con el fin de dar fe de la misma. Se citó a Julio a declarar con la asistencia de su perro, sin ad- vertirle previamente que Nemo sería objeto de atención por parte de los jueces así como su comportamiento, al mismo tiempo fueron citados Enrique y también Lucía, para que las sos- pechas no recayeran definitivamente en alguno de ellos. Estaba a punto de procederse a lo que a todas luces parecía un denominado “Juicio de Dios”, que en el Medioevo se utilizaba con mucha frecuencia, sobre todo en casos de difícil solución. Abierta la Sesión, pública y previamente anunciada, un Policía presentó a Nemo la cazadora, celosamente custodiada como prue- ba esencial del caso, el perro olfateó la cazadora, siendo todos los presentes testigos, de cómo se encrespaba su pelo y enderezaba las orejas, no cabía duda de que reconocía aquella prenda, quedaba por descubrir con qué persona, objeto, o lugar podía casar este comportamiento del perro. Hicieron pasar primero a Julio y acto seguido a Lucía y sin mediar palabra, al personarse por orden del Ujier de la sala Enrique, el perro comenzó a dar síntomas aún más evidentes, amenazante comenzó a gruñir de la forma en que había descrito Julio en sus declaraciones y la cosa llegó aun a más, pues co- menzó a lanzar ladridos inequívocos al ver a Enrique. Los comentarios empezaron a surgir de entre los asistentes, un murmullo acusador señalaba que el caso quedaba resuelto, la Sra. Jueza pidió silencio y amenazaba con desalojar la Sala si volvía a producirse cualquier tipo de interrupción, por parte del público presente. CAPÍTULO VI No quedaban dudas, el olor que desprendía la cazadora era el mismo que percibía Nemo en la persona de Enrique, sin que ello significara que la prueba fuera definitiva, al menos había una pista de trabajo para continuar con el caso de forma más exhaustiva, teniendo como principal sospechoso a Enrique, propietario de la prenda. La Jueza dictó encarcelamiento cautelar para Enrique, la prensa se hizo eco del caso, un juicio paralelo comenzó en los medios, los titulares no se hicieron esperar y toda esperanza de permanecer en el anonimato por parte de Lucía se vino abajo, a partir de aquel momento se había convertido en la protagonista necesaria de una noticia que tenía todas las trazas de ser portada de periódicos y revistas: Era la Ciega violada, por un compañero, también ciego... A Enrique se le asignó un abogado de Oficio, pero la ESCI, quiso mediar en el asunto y consiguió que un miembro de su Ga- binete Jurídico, tomara parte en la defensa del mismo, con el fin de aclarar y sacar a la luz la realidad de los hechos en primera persona, y también por lavar la cara de la Institución, que se veía envuelta en un escándalo sin precedentes. El come-come que sentía Julio, ya no encontraba límites, por fin se hacía justicia se confirmaban sus temores, sus conjeturas habían llevado a lo que él más temía el cabronazo de su mejor amigo le había traicionado de la manera que solamente los cobar- des como él podían hacerlo, cargándose lo que él más quería, el honor y la honra de su novia con la que tenía previsto un futuro envidiable por vivir. La desbordante fantasía literaria de su amigo, le había llevado a pergeñar el más horrible de los crímenes, abusando de la con- fianza sin límites de quién se consideraba su mejor amigo, acaba- ba de escribir la página más repugnante de su historia. ¡Pero no se quedaría el asunto terminado, así como así...! Se perjuraba Julio y repetía... que, el tiempo lo diría... Quince días separaban el gran juicio, desde que Enrique que permanecía en prisión preventiva, hasta que se nombró una nueva vista en la que ya estaban todos citados por la Juez. Sería un juicio casi televisado, pues había tal expectación que los periodistas trataban de buscar acreditación para estar presente, en ésta que parecía ser la vista definitiva del caso ya denominado: “La ciega violada”. Despertó tanto morbo, que en los medios, no se hablaba de otra cosa, era la noticia de actualidad y se seguía con todo el inte- rés posible. La Jueza que para nada estaba dispuesta a hacer un circo de este lamentable acontecimiento, no se pronunciaba en señalar la fecha definitiva de la vista, los abogados de Enrique estaban con- vencidos de que éste era inocente. No pudieron encontrar contra- dicción en ninguna de sus declaraciones, que al comparar una con otras, coincidían siempre en lo principal, con escasas diferencias de matices, pero siempre de fondo permanecía la insistencia de Enrique de que él no había tenido nada que ver en el asunto, a pesar de que las pruebas confirmaran que era el principal sos- pechoso, juraba y perjuraba por lo más sagrado, que nada tenía que ocultar acerca de su participación en los hechos, que se con- fesaba inocente y así lo seguiría manteniendo, aunque fuera con- denado. Los abogados que llevaban el caso solicitaban de la Jueza el aplazamiento de la vista, hasta recabar más datos aunque no lograron que fuera excarcelado, como prevención y posible huida según indicaciones de la Sra. Jueza, muy estricta en la aplicación de la Ley en este sentido. Mediante el repaso exhaustivo palabra por palabra, párrafo por párrafo, los abogados encontraron una situación, que Enrique se- ñalaba como importante y que apenas se le había dado relevan- cia, porque todo apuntaba que lo más fácil era cargarle a él con la sospecha, que por otra parte, se testimoniaba con las pruebas pre- sentadas. Decía Enrique y decía bien que apenas se hablaba y se in- vestigaba acerca del asunto de Roberto, de su aparición súbita en el escenario de los hechos, en los días que se encontraban en Cazones, de su antiguo noviazgo con Lucía, del rechazo de ella y su familia, de su media vista de la que gozaba igual que él, Rober- to. Les hablaba del saludo más que sospechoso, que con un rictus sarcástico en su cara delataba cierto aire de venganza, que sólo él pudo percibir y un sin fin de detalles sobre esta aparición, que en opinión de Enrique y también de los abogados, no habían sido investigados, ni poco ni mucho, sencillamente no habían sido in- vestigados. Volvieron de nuevo sobre sus pasos, Policía Científica, aboga- dos de la causa, la propia Jueza y abrieron un anexo al proceso, para dar una oportunidad última, antes de condenar definitivamen- te a Enrique, con el fin de recabar nuevos datos sobre el personaje que ahora aparecía, también como implicado. El día que tuvo lugar la excursión de la ESCI al pueblo de Ca- zones, donde casualmente se encontraba la pandilla compuesta por Lucía y sus allegados, coincidía en efecto con la fecha en que se cometió el delito que se estaba juzgando. Nadie ponía en duda el encuentro que tuvo lugar en dicha lo- calidad, así como la alegría aparente que demostraba Roberto al encontrarse con una antigua amistad, con la que había algo más que una simple... eso, una simple amistad pues a juzgar por el comportamiento de ambos, existía un profundo conocimiento y las efusivas muestras de alegría propiciadas sobre todo por parte de Roberto, indicaban esta realidad. En lo que no estaban para nada conformes los Técnicos Moni- tores, que aquel día acompañaban entre otros a Roberto, era en la acusación y su implicación en los hechos. Era totalmente comprobable que el chico no se había separado del grupo en ningún momento, había tomado parte en todas las actividades programadas para el día de la inauguración del Centro que habían ido a visitar, igualmente había participado en la comi- da, actos y demostraciones de las máquinas que se inauguraban junto con los locales ese mismo día. Además existía documentación gráfica abundante, en la que se podía demostrar su presencia, durante la hora en que se suponía habían ocurrido los hechos, solamente tenían que hurgar en los vídeos y fotografías que formaban parte del viaje y encontrarían una amplísima presencia en ellas de Roberto. Sus Preceptores po- nían, como no podía ser de otra forma, todos sus archivos a dispo- sición de la Policía. Por tanto todo apuntaba que aunque no fuera descartado Rober- to como sospechoso implicado, tenía la coartada perfecta para no ser imputado en los hechos. A los amigos de Lucía ya no les cabía duda de que las sospe- chas, confirmadas paso a paso, daban como principal sospechoso muy a pesar de todos a Enrique... El comportamiento que tenía en su relación con Laura, ponía de manifiesto, que aunque aparentemente todo discurría por cauces “normales”, en realidad no era así. Laura esquivaba el temperamento impetuoso de su novio y en más de una ocasión, éste se veía rechazado por ella, pero no tenía prisa alguna sería una ardua tarea, al final estaba seguro de conse- guir la entrega total de su novia, que se resistía a darle lo que Lu- cía facilitaba a su amigo sin rechistar, es decir perdía la cabeza por él como le comentaba a Laura en tono amenazante, diciéndole a Laura: ¡que, quién era Julio más que él!... para que su novia ape- nas pusiera pegas a la hora de requerir sus caricias, que eran pú- blicas y notorias y en cambio, él se veía obligado a trabajar- se, hasta un simple y mínimo beso, que más bien tenía que arrancárselo y siempre estaba comparando el acaramelado com- portamiento de Lucía con respecto al suyo. Por tanto a nadie que conociera este estado de cosas, le extra- ñaba que Enrique en un ataque de celos y también de envidia, hu- biera aprovechado una ocasión propicia, como la de convivir to- dos juntos, en el Camping, en la playa, sin apenas testigos y haber abordado brutalmente a Lucía, que mantenía una conducta permi- siva con su novio y que Enrique consideraba y así lo esperaba, también tuviera para con él. Lucía estaba convencida de que así habían ocurrido los hechos, que en opinión de la Jueza, no abrigaba duda alguna y además encontraba a Enrique muy capaz de llevar a efecto una cosa así, pues en alguna ocasión, como suele decirse le había tirado los tejos, y cuando se encontraba con la negativa por parte de ella, éste aludía que lo hacía para probar la fidelidad que decía tener a su querido amigo Julio, que no había mejor cosa que confirmar esta fidelidad con uno de sus más reconocidos amigos y que la prueba la había superado, con nota. Por otra parte pensaba Lucía que de mucho tiempo atrás Enriquehabía notado la influencia de Lucía, respecto a la mengua de amistad con su novio, sentía como Julio cada día estaba más tiempo cosa por otra parte natural, con ella que con él, y esta merma de protagonismo le tenía relegado a un segundo puesto. Por esa razón a Lucía no le cabía la menor duda, de que quisie- ra romper la armonía que existía entre ella y Julio, aunque fuese a costa de perder también su amistad, aquello que repetía como una frase lapidaria Enrique tan aficionado a las citas literarias: “hay que morir, matando”... y que en esta situación tenía tan infe- liz aplicación. Aunque el auténtico problema lo tenía Julio, que era incapaz de asumir que su mejor amigo hubiera sido condenado, aunque fuera preventivamente, acusado por el delito de violación de su novia. No podía conciliar el sueño y se juraba que algo tendría que hacer él, para que no quedara impune semejante afrenta. Sus amigos más íntimos, los Preceptores que le habían ayudado durante el transcurso de su formación en el Centro, su familia y la misma Lucía, le advertían constantemente de que la situación a que se veía sometido Enrique, no quería decir que se diera por hecho que había sido el autor del delito. Era uno de los pasos previos que se seguía en la Investigación y aunque las pruebas presentadas en el caso, respondían a señalar a Enrique como autor de los hechos, todavía faltaba la condena definitiva y entonces y solo entonces podía darse por bueno que el condenado fuera su amigo. La intervención de los abogados que defendían el caso por par- te de Enrique habían dado como resultado que Roberto, no podía tan siquiera ser imputado en el caso, pues era irrelevante para la causa, que se hubiera encontrado “accidentalmente” con Lucía el día de autos. Por tanto y siguiendo el consejo de la Sra. Jueza, se habían visto en la obligación impuesta, de no molestar más al mismo. El tiempo pasaba sin que alguna novedad llevara otra versión acerca del caso que la que se conocía, los medios informati- vos perdían interés por el caso, los amigos de Lucía y Julio cada uno estaba ya inmerso en sus obligaciones, Laura sumida en un mar de dudas respecto a la autoría, que si no se demostraba lo con- trario, daban como culpable a su novio. Laura visitaba con cierta asiduidad a Enrique, aunque una tarde que se disponía a visitarlo, le anunciaron que había sido trasladado sin más, a otra prisión a las afueras de Madrid, nada menos que a la cárcel de Alcalá Meco. El tiempo que un detenido en los cala- bozos de los juzgados puede permanecer como preventivo, se ha- bía sobrepasado y las instalaciones deberían ser ocupadas por otros imputados. Julio, definitivamente convencido de la culpabilidad de su ami- go, al ser trasladado a una cárcel de ámbito penal, corroboraba lo que para él no tenía duda alguna, comenzó a elucubrar el plan ur- dido en su cabeza y que ahora encontraba la posibilidad de mate- rializar y llevar a cabo. Julio sabía, que es opinión extendida en- tre el público en general, que a los presos que son condenados por delitos de violación o estupro, los internos no les miran con buenos ojos, no les perdonan lo que ellos consideran, que además de ser un delito, supone una vejación de tal calibre comparar lo suyo con aquello que consideran una bajeza y un crimen realizado con cobardía y burla, y no perdonan tener que compartir con semejantes individuos el resto de sus vidas. Por tanto nada más enterarse del motivo de la condena, les someten a los más feroces castigos y vejaciones, haciendo de ellos chivo expiatorio de sus penas, al tiempo que vengarse de la sociedad de alguna manera por lo que les ocurre. Aquí encontraría Julio el terreno mejor abonado, para llevar a buen término su plan... En una de las disimuladas visitas que le llevaron a visitar a En- rique, que aún gozaba del privilegio de un régimen especial de visitas, al no tener todavía una sentencia en firme, Julio tenía dis- puesto entrar en contacto con alguno de los penados, para propo- nerle un plan que su opinión no podía fallar. En primer lugar debería familiarizarse con el ambiente, para lo cual era absolutamente necesario, visitar asiduamente a su “ami- go” y de esta forma no levantar sospechas respecto a la autoría de su plan. Después quedaba elegir y proponer un “trato”, por el que su venganza se llevara a efecto, con las máximas garantías de éxito, para lo cual era necesario tener conocimiento de la persona a quién encargar el asunto, algo que dado su estado de invalidez no le resultaría nada sencillo, sin descubrir sus intenciones y buscar ayuda. Sería a través de uno de los abogados, encargado de la defensa de Enrique, buscaría la fórmula de entrar con él en el Estableci- miento Penitenciario a través de las visitas mediante una autoriza- ción específica de la Jueza, que entendía la postura de Julio como una manifestación de perdón y acercamiento a su amigo en este trance tan penoso para todos. Había buscado la complicidad de Lucía, para que estuviera de acuerdo con él en el sentido, de perdonar pero no olvidar, de tal manera que nadie pudiera tener el más leve pensamiento de que el plan urdido por Julio, tuviera nada que ver con la venganza. No era fácil encontrar, tanto el momento, como la persona, idó- neos para llevar a cabo el asunto. Pero el azar y el destino se aliaron con Julio, en una carambola que él jamás hubiera podido pensar. Un guardia del Centro Penitenciario, era nada más y nada me- nos que un conocido semi invidente, con quién había impartido las clases de adiestramiento de Nemo, durante el cursillo que tenían establecido para la concesión de los animales. Habían compartido durante tres meses que duró el cursillo de adiestramiento de los perros, mesa y mantel, además de coincidir en las clases tanto teóricas como de prácticas, pues siempre procu- raban emparejar un invidente total con otro parcial. Cuando descubrió a Andrés Fernández Quijano, que así se lla- maba el guardián en cuestión, con un perro amaestrado que con- trolaba la entrada de paquetes, enseres y ropas que los familiares llevaban a los presos, pensó que los dioses, ansiosos como él por hacer justicia, le habían propiciado tal encuentro. Después de los saludos de rigor, compartido también por el abogado, que encontraba un aliado en esta persona, para por lo menos aliviar las colas de los cacheos, el paso por el arco de segu- ridad y un sin fin de requisitos a que se veían sometidos, cada vez que se personaban en las instalaciones de la cárcel, quedaron él y Julio en verse, para celebrar el acontecimiento del feliz encuentro, aunque en opinión de Andrés, era triste haberse visto en circuns- tancias que se le antojaban, como poco, desgraciadas. No había tiempo que perder y Julio permitió que el abogado abandonara las instalaciones sin ser acompañado por él, ha- bía quedado en verse con Andrés en la Cantina, habilitada para dar servicio de todo tipo, tanto de cafetería como res- tauración, a los muchos visitantes, familiares y gentes de toda índole, que a diario transitan por aquellas dependencias penitencia- rias. Explicado los motivos que le habían llevado a Julio hasta aquel lugar, poniendo en antecedentes a Andrés de lo que significaba el caso para el resto de su vida, aseverando que la pena que le pudiera caer a su amigo, nunca satisfaría plenamente tanto a Lucía su novia, como a él, y que como no confiaba para nada en la Justicia, estaba dispuesto a pactar con el diablo decía si así fuera necesario, para tomarse la justicia por su mano. Andrés, que convenía con él, en asegurar que entendía muy bien su postura y su pena, tratando de convencerle de que conside- raba un desvarío las declaraciones de Julio, en cambio se apresuró a decirle que le hablara con total confianza, de “ese” plan que de- cía tener concebido, por si pudiera ayudarle en algo, aunque sin comprometerse, pues le adelantaba que él estaba allí por su com- portamiento probado y que no dejaba lugar a dudas, que había sido elegido entre un numeroso grupo de aspirantes, para ejercer de vigilante con el perro adiestrado y por ser semi invi- dente, lo que le confería unos puntos a su favor en contra de lo que muchos pudieran pensar. Pero que en tanto, en cuanto estu- viera en su mano, sin rozar tan siquiera la legalidad, estaría dis- puesto a colaborar con él. Tenía sus dudas respecto a abrir su corazón Julio, al parecer a éste escrupuloso amigo de la Justicia, pero había que encontrar- se en su pellejo, y ya se vería como actuaría cualquiera otro en su caso. En primer lugar advirtió a Andrés, que esperaba el más abso- luto de sus juramentos, para guardar discreción acerca de lo que le iba a revelar, confiaba en su moralidad, al parecer a prueba de bombas, y que si su plan no le parecía pensado a la medida de su conciencia, no comprometiera su acción con lo que le habría de revelar y echara por tierra los esfuerzos y las horas de sueño roba- das, para llevar a término un plan que se le antojaba, tenía prepa- rado hasta el último detalle, una obra de artesanía decía con cierto triunfalismo. En ascuas Andrés esperaba con impaciente expectación los de- talles y pormenores, de un plan que ni remotamente se le ocurría pudiera llevar a cabo un invidente en una cárcel de altísima segu- ridad, con los más sofisticados medios de control, alarmas, siste- mas de video con cámaras internas y externas, en fin un desplie- gue de medios como para desanimar al más pintado... La sorpresa vino cuando Julio relataba los pormenores, a quién pretendía hacerle cómplice en su plan, para “eliminar” a Enrique, a su amigo. Andrés pensaba que lo que le iba a proponer era su excarcelación, con algún rocambolesco plan urdido en el silencio- so mundo interior de los ciegos, conocía las famosas películas de fugas de cárceles de alta seguridad, pero aquella propuesta le co- gió de sorpresa y en principio su reacción fue la de estupor, la de alguien cogido fuera de juego, no sabía cómo reaccionar, qué decir, se quedó fuera de combate. Como disculpa inmediata y sin que Julio se sintiera ofendido, ventaja de la que disponía Andrés al estar tratando con un ciego total, le insinuaba que para que su colaboración en el asunto fuera eficaz necesitaría, conocer con pelos y señales ese plan del que estaban hablando y sin que ello supusiera de entrada que estaba dispuesto a ser parte activa del mismo. Quiso aclarar Julio de inmediato, que no le iba a pedir nada que atentara contra sus principios, tanto morales como de lealtad debi- da a su cargo, que en nada le iba a implicar de lo que tuviera que arrepentirse, pero que sí había una cantidad importante de dinero dispuesta, para llevar el plan a buen fin. El plan consistía en: Encontrar una persona dentro de la cárcel, que por dinero, es- tuviera dispuesta a terminar con la vida de Enrique, haciendo pa- recer que éste había sufrido un percance o accidente, que por otra parte al ser medio ciego, era aún más fácil de realizar que con una persona sin este problema añadido. Que había pensado en todo, en la discreción por la parte que le tocaba, es decir él depositaría el dinero, que era una canti- dad importante, en un lugar o cuenta, o se lo entregaría a la perso- na designada por el preso que llevaría a término su encargo, sin preguntar absolutamente nada. Que por su colaboración y, aquí entraba en el negocio Andrés, también recibiría otra importante suma, al menos era ese el con- cepto que tenía él, del premio de unos cupones del sorteo de la ESCI, que se quedó con ellos y tocó. Como tantas veces había pensado, tenía este dinero en previ- sión de su futuro, aunque el asunto de ahora parecía situarlo en primer lugar de importancia, lo había preparado con el fin de re- solver la papeleta de vivir con Lucía con desahogo y sin la de- pendencia de tener que contar a toda costa de la venta de cupones, todos los días. Una vez encontrada la persona dispuesta al trato, que Andrés elegiría mejor que nadie, consumada la muerte de Enrique, aquí paz y después gloria, nada ni nadie podrían descubrir lo que a to- das luces había sido un desgraciado accidente. Suponía Julio, y aquí ya recababa información necesaria por parte de Andrés, que sin duda habría sitios peligrosos, donde un traspiés, un inesperado empujón, una zancadilla oportunamente puesta a Enrique, daría los frutos esperados. Andrés no salía de su asombro, primero por la meticulosidad y el aporte con todo lujo de detalles con los que le apabullaba Julio, había pensado, no en una sino en varias intentonas, hasta conse- guir el objetivo, y por otra parte el plan urdido no dejaba huellas o rastros detectables, aun sometiendo el caso a una buena investiga- ción, pues no había sujeto posiblemente sospechoso de delito, por tratarse de un preso de pocos días de internamiento y ello hacía suponer, que apenas hubiera tenido tiempo para enemistarse con alguien, además la minusvalía de la víctima, facilitaba la creencia del accidente. Este era en principio el plan, en líneas que denominaba Julio como maestras y que si lo consideraba de interés podía perfilar más, con minuciosidad de relojero, si Andrés requería más preci- sión. Andrés no quería ser tajante a la proposición de Julio y le pro- metió pensarlo, e incluso le puso fecha para contestarle, un par de días, no fuera que en opinión de Julio, por cualquier razón cambia- ran la estancia un tanto precaria de Enrique y su encuentro “provi- dencial” con él, quedara en el olvido. Como las visitas de Julio tampoco daban que sospechar, sino más bien era de pensar, que lo hacía movido por demostrarle a su amigo que pese a todo, entendía que lo ocurrido había sido fruto de una pasión incontrolada, el abogado le invitaba tanta veces co- mo pasaba a recabar información de Enrique, ello propició que el encuentro con Andrés fuera frecuente y le informara de los avan- ces en el asunto, que casi en clave le aseguraba marchaban por buen camino. Andrés había contactado con el Jefe de Celdas, en las que se encontraban los presos más peligrosos y extremadamente vigila- dos, de condenas a varios años de prisión por delitos de toda índo- le. Por regla general, los internos eran carne de presidio, con un vocabulario patibulario, sin moral ni conciencia, difícilmente recuperables para la sociedad y estaban allí aparcados, sin espe- ranzas de volver a ser libres, al menos por muchos años. Sin embargo al funcionario al que habló Andrés, le parecía en opinión de éste, y le comentaba que proponer un hecho así a cualquiera de los presos, era echar todavía más mierda sobre estas víctimas, a veces por culpa de la sociedad, era un deli- to aún mayor, aunque este no estuviera tipificado como tal. Su conciencia le decía, que aparte de ser una canallada la utiliza- ción de uno de estos deshechos humanos, que se adocenaban co- mo guiñapos y aprovechar su estado para llevar a cabo la satisfac- ción de una venganza, le parecía de tan cruel y refinado compor- tamiento, que solamente a un descerebrado pervertido se le podía ocurrir.. .Claro que como el dinero mueve montañas, cuando este sujeto supo que se trataba de una considerable suma, que vendría a aliviar la precariedad de sus mensualidades, no dudó por un mo- mento en señalar a quién reunía todas las papeletas para llevar adelante y con facilidad el negocio, que podía dar por conseguido y con éxito, pues conocía a la persona que por un puñado de euros, mataría a su propio padre y a su madre si fuera necesario. El plan pues estaba en marcha... La persona, que en opinión del Jefe de Galería, reunía las con- diciones adecuadas para llevar a término con eficacia el crimen, era el “Genio”. Eugenio López Oñate, alias el “Genio”, diminutivo de su nom- bre y también por su aspecto y semejanza con la del genio que se representa en las ilustraciones de cuentos infantiles saliendo de la maravillosa lámpara de Aladino, un gigante calvo con coleta, con gran mostacho, de aspecto terrorífico, condenado por una cantidad de años, que para cumplirlos tendría que nacer varias veces, con un currículum que ponía los pelos de punta, fichado y considerado como altamente peligroso, había cometido todas las tropelías, que durante su larga carrera se pueden cometer dentro de un Centro Penitenciario, le habían sido retirado todos los privile- gios, que los penados pueden conseguir por su buena conducta, había infringido todas las normas establecidas, era pendenciero y dominaba la situación de intendencia clandestina, como ningún otro. Por tanto, no cabía la menor duda de que sería el candidato prefecto, el ideal, pues era un individuo sin conciencia y sin es- crúpulos, sin nada que perder, además aceptaba cualquier encargo, siempre que hubiera al medio compensación económica o en es- pecia, pues era el Capo de las sustancias llamadas sicotrópicas, que en el recinto corrían como el agua. Convenía determinar para la buena marcha del encargo recor- daba Andrés la cuantía, o gratificación asignada en cada caso y en orden a la participación y riesgo de cada persona que tomaría parte en el crimen, en la faena, puntualizaba Andrés, para quitar la connotación peyorativa del término “crimen”, así que Julio se vio en la necesidad de cuantificar el valor económico a que ascendía el premio para tan siniestra faena. En principio había pensado en diez mil euros, si le parecía bien a Andrés, pues tampoco estaba muy seguro de que fuera sufi- ciente y podía elevar la suma hasta los quince mil, si fuera nece- sario. Así se lo propuso a éste, quién no soltó prenda de si le pare- cía mucho o poco, tenía que convenir con su socio en este nego- cio, y pensaba que en principio no debía decirle nada al respecto. Ya se frotaba las manos Andrés, pues esa cantidad para reunir- la, tenía que pasar mucho tiempo y que al Jefe de Galería le ven- dría que ni anillo al dedo, para cumplir con un capricho al que se estaba aficionando más de la cuenta y en su casa ya sospechaban algo, se había enrollado con una sudamericana y todo el dinero disponible para su conquista era poco. Por otra parte convino con Andrés su cómplice, que al “Genio” con dos mil euros, que habría que traducírselos a pesetas, unas trescientas treinta y tantas mil, en números redondos, iría más que servido y conforme, pues apenas tenía necesidad de nada, ya que dominaba la situación de los negocios privados mejor que nadie, ambos sacarían pues una buena tajada sin apenas esfuerzo y lo que era mejor, sin levantar sospechas por parte de nadie, pues la discreción de la que gozaba el “Genio”, quedaba fuera de toda duda. Julio andaba preocupado por el tiempo, el abogado de Enrique insinuaba que llevaba el caso tan avanzado, que probablemente en menos de un mes, quedaría visto para sentencia y era muy proba- ble, según su opinión profesional, que saliera libre de cargos bajo fianza. Lo cual colocaba a Julio en el disparadero y si quería llevar su plan adelante debería obrar con celeridad, así se lo hizo saber a los secuaces que llevarían a cabo la acción y éstos le aseguraron, que en breve tendría noticias en este sentido. Julio había cumplido con su parte en el trato, retiró de sus aho- rros la cantidad acordada con el asentimiento de Lucía, los deposi- tó en una bolsa de ropa, que presumiblemente había solicitado Enrique y el resto fue coser y cantar. No habría entrega de ropa, pero sí el reparto del botín y en un par de horas quedó resuelto el encargo. En la Galería Tres, corredor Uno, en el que una fila india con- ducía a los reclusos en la hora de salir al Patio, encontró el mo- mento propicio el “Genio” para llevar a buen fin su crimen. Enrique ocupaba uno de los últimos lugares de la fila, vigilados cada poco más de diez metros por un guardia armado, corredor adelante hacia las escaleras de bajada al patio, el “Genio” per- manecía en su celda hasta que la fila y el lugar donde se en- contraba Enrique coincidió con la puerta de entrada de la celda, la puerta había sido previamente calzada, para que no se cerrara totalmente dejando espacio para que pudiera salir y colocarse de- trás justamente de Enrique, su verdugo, el “Genio”. Tenía premeditado el plan de arrojarle de un empujón, en un descuido del vigilante, que ya quedaba en último lugar de la fila, por la barandilla de la galería, era fijo que con la altura considera- ble que había desde la Galería hasta el piso bajo, quedara muerto en el acto, además podía interpretarse como un suicidio, pues no sería la primera vez y tampoco la última, que un preso se aprove- chaba de esta circunstancia para quitarse la vida y de los sufri- mientos que acarreaba la vida carcelaria. Por si no encontraba la ocasión propicia y fallaba en el intento, algo que debido a su reputación no se podía permitir, el “Genio” tenía otro plan para llevar a cabo, ya una vez en el patio organi- zaría una gresca, cosa muy común entre los internos, cerca del lugar donde se encontrara Enrique, aprovechando el caos, el “Genio” se acercaría y le asestaría una certera puñalada con un punzón que privilegiadamente había conseguido, se dis- persaría entre el bullicio y nunca podrían inculparle, pues se en- contraría en un lugar fuera de sospechas, ya no era la primera vez y con toda probabilidad que no sería la última, que este plan había dado resultados satisfactorios. Pero primero había que agotar las intenciones puestas en mar- cha con el primer plan, y el “Genio” situado tras Enrique le puso delante de los pasos de éste, a manera de zancadilla, sus plantí- grados pies, con los que tropezó Enrique, que además andaba con cierta dificultad debido a la poca luz de la Galería y ayudado por un ligero empujón se encontró precipitado al vacío... en un momento y sin mediar grito alguno quedó literalmente planchado en el piso de la salida al patio, rodeado de una incipiente mancha de sangre, que iba aumentando poco a poco... El Guardia que ocupaba el último lugar, inmediatamente pul- só el botón de alarma, las puertas quedaron bloqueadas automáti- camente, todavía con algunos reclusos en la galería y otros ya en el patio, todos los guardias permanecían estáticos, apuntando con sus rifles para entrar en acción al menor movimiento de sospecha por parte de algún interno. Las alarmas concentraron en el espacio del patio y de las gale- rías, a un significativo número de guardias armados. Los sanitarios, con las sirenas de la ambulancia a toda mar- cha, se hicieron presentes en la escena, que todos contempla- ban con estupor, hasta que los internos fueron conducidos de nuevo a las celdas. En un primer examen los facultativos pudieron comprobar, que Enrique todavía mantenía la respiración, aunque la cantidad de sangre perdida daba idea de la gravedad de la situación, fue de inmediato trasladado a la ambulancia y acto seguido al Hospital más próximo. En ningún momento se supo en el Centro el periplo que reco- rrió Enrique en busca de salvar su vida, en un primer paso fue intervenido en el Hospital y de inmediato una vez estabilizado, con transfusiones de sangre y goteros fue llevado a una unidad específica, pues al parecer debería ser operado de urgencia, prác- ticamente las lesiones internas sufridas eran de tal consideración, que sería un milagro que saliera indemne. Julio tuvo conocimiento del hecho, por parte del abogado, que comunicaba a sus familiares y amigos el doloroso “accidente” y que en principio, no podía aportar detalles dado el secreto en que se estaba llevando la operación aunque todo apuntaba, según le habían informado en el Centro a que había sido un intento de sui- cidio. Laura permanecía incrédula, ante la forma en la que se estaban desarrollando los acontecimientos, el encarcelamiento de Enri- que, que según opinión de su padre, opinión autorizada de un profesional, decía que era excesiva, ante un delito que todavía no estaba totalmente probado ni sentenciado y más aún, sin que hu- biera pruebas fidedignas de que él fuera el autor de los hechos que se le imputaban, ahora el accidente, en circunstancias que estaban por determinar, el aplazamiento conseguido por los abogados para la nueva vista de la causa, todo le parecía que se estaba ocu- rriendo en un contexto un tanto irregular y que no conducía al es- clarecimiento de los hechos. Por otra parte había algo que también le daba vueltas en la ca- beza a Laura, observaba una frialdad e indiferencia hacia ella y sobre todo hacia Enrique por parte de Lucía, que daba por sentado que la condena de Enrique venía a poner las cosas en su sitio. Todo hacía presagiar que con la muerte de Enrique, quedaría saldado el asunto de la violación de Laura, ya no haría falta remo- ver más el asunto, el aplazamiento del juicio ya no tendría sentido, si no había culpable, no era necesario tal juicio, además las prue- bas eran contundentes y la Jueza tenía otros casos de más enver- gadura que aquel, con lo cual lo que procedía era el cierre del Su- mario. Pero la Justicia, que evidentemente es lenta, no siempre es in- eficaz... La Jueza había recabado el Informe de los hechos acaecidos en la cárcel referente al caso de Enrique. Le habían aportado el Parte pericial de los facultativos que le atendían, no había muerto y por tanto seguía habiendo caso. La frustración de Julio, no se hizo esperar, aunque ya no tenía sentido verse con los secuaces que habían acordado con él la “desaparición” de Enrique, no lo habían cumplido en los términos esperados. Por esta razón su disimulo se convertía en una actitud, de pena ante lo sucedido, como correspondía a la pérdida de un amigo en definitiva, aunque en realidad en su fuero interno, él estaba caria- contecido por haber fallado en el intento de llevar a sus últimas consecuencias su plan y además haberse tenido que desprender de una importante cantidad de dinero, para nada... Los abogados volvieron a darse cita, los imputados nuevamen- te fueron llamados al Juzgado, se abría de nuevo el caso, que en principio parecía haber tomado otros derroteros, pues los testigos desconocían que a sus espaldas, se habían producido citas y decla- raciones de manera individual, registros en las casas de los testi- gos en busca de pruebas, incluso las aportadas por Delia y Luis eran para ellos desconocidas, hasta aquel momento, en que se retomaba el caso. En una de las declaraciones, de las denominadas rutinarias o de puro trámite, Lucía había asegurado y aportado un dato nuevo, cual era que el agresor llevaba el reloj en la mano o el antebrazo derecho, algo inusual y que en efecto correspondía tal característi- ca y costumbre también de Enrique. Este nuevo descubrimiento, era de por sí sólo, tan importante como para dar por zanjada la causa, que se estaba dilatando en el tiempo, sin embargo, en opinión de los abogados, no era una prueba concluyente, aunque admitían que era de mucho peso y como tal entendían, que el encarcelamiento de Enrique había esta- do más que justificado. Por otra parte, y esto era algo que dejaba entrever la Jueza, de lo poco que se conocía del sumario, ninguno de los testigos usaba habitualmente reloj, debido a su minusvalía, en cambio Enrique sí porque como se sabía, conservaba parte de su visión y acercándose mucho el reloj percibía la hora. Todo pues seguía en pie, a la espera de que Enrique saliera o no adelante del accidente ocurrido en la cárcel. Los informes aseguraban que se encontraba en estado grave, sedado, semi-inconsciente e incapaz de facilitar datos acerca del percance que había sufrido. Los médicos como es habitual no se pronunciaban acerca del estado del herido, simplemente esperaban que su juventud y los cuidados que le administraban dieran con una salida satisfactoria, pero la gravedad de las heridas inter- nas, que afectaban principalmente a un pulmón dejaban una inte- rrogación sin respuesta en el caso. Había pues que esperar esa mejoría, si se producía, para poder reiniciar el juicio, debía ser con Enrique presente como princi- pal imputado y eso era para largo. Los amigos se reunían siempre que la ocasión se presentaba propicia para ello, aunque ya no era lo mismo de antes, las suspi- cacias de unos hacia los otros habían levantado un muro, entre ellos, difícilmente superable. Pero muy a su pesar tenían que permanecer unidos pues cualquier incidente o separación aunque fuera involuntario, podía ser interpretado como una huida y motivo de sospechas por parte de la policía, que aunque parecía haber archivado el caso, nada estaba más lejos de la realidad. Ahora lo principal se centraba en los hechos ocurridos en la cárcel, una investigación secreta estaba teniendo lugar analizando las circunstancias que rodeaban el caso, se investigaba escrupulo- samente datos tales como: personal que ese día se encontraba de servicio, vigilantes con nombres y apellidos, relación de los cambios de guardia en la que se estudiaba, si había variación res- pecto a otros días y una serie de comprobaciones y rutinas por donde encontrar alguna anomalía. Todo parecía encontrarse en orden, nada había cambiado apa- rentemente como para llamar la atención del grupo que seguía la investigación, pero el chivato de turno que los agentes de la segu- ridad siempre tienen introducidos como topos, habían detectado una euforia un tanto especial del “Genio”, que hacía ostentación de poseer más dinero de lo habitual, e invitaba a sus amigos a unas rayitas gratis y a otros, les facilitaba paquetes de tabaco, que por lo general había que conseguir con un grandísimo esfuerzo. Siguiendo este camino, comenzaron a tirar del hilo. Solamente había que dar un poco más de tiempo, esperar que los topos fueran recopilando datos, comprar la integridad de los amigos más pró- ximos al “Genio”, aunque eso era realmente difícil e improbable, así como el de algunos testigos directos en los hechos, pero era tal el miedo que tenían del “Genio”, que solamente un loco o conde- nado a morir, se atrevería a dar ese paso y hacer de chivato. Recordaban algunos a lo que se atrevía el “Genio”, desafiando todas las normas establecidas, bastaba una orden en cualquier sen- tido para que él y su grupo de allegados hicieran todo lo contrario, de nada servían los castigos que pretendían ser ejemplares, más bien al contrario, cuando esto ocurría y era llevado a la Celda de Castigo, salía aún más reforzado en su calidad de burla- dor de las normas. En otra ocasión fue internado en una Celda oscura, sin agua, apenas con aire ni ventilación durante seis días, porque había presumido ante su “clac” de admiradores, cogiendo a un hermoso gato del Director de la Prisión nada menos, entre sus manazas, pisó el rabo del mismo y estirando hasta conseguir in- movilizarlo, con una mano le retorció el pescuezo, hasta causarle la muerte, la cosa no quedó ahí en un ataque de bravuconería se acercó hasta el despacho del Director y arrojó el cadáver del gato en la mesa, entre una montaña de papeles. Pero su poco talento, su primaria forma de comportamiento, el infantilismo que demostraba tener, aun después de haber cometido una fechoría como la de Enrique, denotaban la poca malicia con que actuaba en todos los casos, daba la impresión que lo hacía por diversión, para romper la monotonía y el tedio que producía la permanencia tan dilatada en el tiempo de la cárcel y en casi todos los casos empujado por su proverbial fama, que le obligaba a permanecer permanentemente en el candelero. Ese era precisamente su punto débil, que no consideraba como grave lo que acababa de perpetrar y presumía de ello en la pri- mera ocasión que tuvo, no tenía sentido para él si no llegaba a ser de conocimiento público que el autor de los hechos había sido él, para nada estaba dispuesto a permitir que se le adjudicara tamaño hecho a otra persona que no fuera él mismo, su prestigio y su fama podían verse mermados y para nada estaba dispuesto... Por tanto comenzó a dar explicaciones, sin que nadie se las pi- diera, para que se extendiera por todo el Centro la noticia de que él había sido el autor de lo que pensaba había sido un asesinato, craso error, porque el Director que no dudaba por un momento que en efecto fuera el responsable del hecho, había sido alertado por los agentes que llevaban el caso para que no tomara medidas en el asunto, con el fin de recabar pruebas suficientes e imputar al autor, y a tenor de lo ocurrido le habían “ordenado” al Director, dejara tiempo suficiente para que quien hubiera perpetrado la au- toría del frustrado crimen, “cantara” y sobre todo tener la certeza absoluta de cuáles eran los motivos que habían propiciado un cri- men, que sin duda nadie entendía, dado el corto espacio de tiempo de la presencia de la víctima en la Prisión. Como el “Genio” no encontraba eco suficiente que le elevara a la admiración y él necesitaba para mantener su ego que así fuera, empezó a señalar al Jefe de Galería, e insinuar que: “m á s de uno sabía muy bien de que estaba hablando”. Poco a poco se fue cerrando el cerco de la Investigación y llegó la hora de interrogar al Jefe de Galería, éste había tenido en pocos días más llamadas telefónicas que de costumbre, que el denominaba de casa, pero que habían sido registradas en un libro y seguidas con el olfato que la Policía tiene en estos casos. Se había descubierto, el derroche que había tenido con la sud- americana, los regalos ostentosos con que le había obsequiado en pocos días y al mismo tiempo el despecho de ésta, motivo por el que le llamaba con tanta frecuencia, al sentirse engañada nada menos que con una de sus hermanas. Declaraciones que estaba dispuesta la dolida amante, a llevar hasta sus últimas consecuen- cias, con tal de perjudicar a quien le había traicionado. La Policía estaba configurando un puzle en el que los persona- jes investigados, estaban tomando una posición concreta en el ta- blero, pero faltaba alguien más para completarlo y nada mejor que interrogar al “Genio”, primero para que se sintiera importante y en segundo lugar para que, mediante una treta de la policía, se sintiera traicionado, de esa manera el “Genio”, no les cabía la me- nor duda cantaría hasta quedarse afónico si era preciso. Pusieron el plan en marcha, llevaron al despacho del Director al Jefe de Galería y cuando se personaban con el “Genio” en el des- pacho, sacaron del mismo al Jefe de Galería, no sin antes percatar- se que el “Genio” observara, cómo se le llevaban esposado. Picó el anzuelo, cantó y contó, lo del soborno, lo del ciego del perro que venía a ver a la víctima, el dinero que había cobrado y repartido en un santiamén, la participación en el negocio del Jefe de Galería, pormenores de cómo llevo a cabo la acción de arrojar por la baranda de la Tercera Galería a la persona que le habían señalado y que tan siquiera conocía y todos los detalles de la ope- ración que le fueron requeridos. Pero lo que más indignó al “Genio” fue enterarse, de que ade- más de que su confesión coincidía al pie de la letra con la del Jefe de Galería, cosa totalmente incierta, pues éste apenas había conta- do nada, tal vez por dignidad y pundonor profesional, fue enterarse que Enrique no había muerto y que su intento había fracasado, aunque reconocía que era la primera vez que le hacían un encargo tan fácil de llevar a efecto y fallaba, se prometía poner más esme- ro en la próxima ocasión y contestaba con una frialdad, que tenía fuera de sí al propio Director y a cuantos se encontraban presente en aquel acto. En consecuencia efectuó una declaración de auto culpabilidad, que despejaba cualquier duda. Se le situó en la Celda de Castigo al “Genio”, y por toda la cár- cel corrió la noticia, a nadie extrañaba que viniendo de parte de tan afamado y sanguinario autor, no se fuera a tomar una medida de escarmiento que sirviera de lección al resto de los presos, con lo cual ni se alegraban del asunto, ni querían hacer comentario alguno, en evitación de sufrir algún correctivo, si demostraban simpatía, como había pasado en otras ocasiones de parecida traza. Julio fue detenido ese mismo día, y conducido en presencia de la Jueza que instruía el caso de Lucía, y que ahora se veía en la necesidad de abrir un anexo con el asunto de la cárcel. La Jueza tenía ante sí las declaraciones confirmadas, tanto del “Genio”, como de los dos funcionarios de la cárcel. Advertía a Julio de que a partir de aquel momento, queda- ban en suspenso todas las declaraciones, que bajo juramento ha- bían realizado, si bien ello no eximía de la condena que pudiera imputarse, por perjurio y ocultación de pruebas en el caso. Igualmente la Jueza dispuso fuera detenido en los calabozos del Juzgado, en prevención de juicio y en tanto no tuviera lugar la vista del caso. Eugenio López Oñate, alias el “Genio”, Andrés Fernández Qui- jano y Julio Menéndez Aguilar, encausados en el mismo auto fue- ron requeridos para ser juzgados en vista pública, a los ocho días de los hechos, como rezaba en el tablón de anuncios del Juzgado de lo Penal, Nº 18, Sala B, de dicho Juzgado. Otra vez los medios de comunicación, familiares y cono- cidos de los encausados, todos los amigos implicados en el caso de Lucía, incluidos Delia y Luis, citados por si se precisaba su declaración y que obligatoriamente tuvieron que personarse, con un abogado de oficio. El caso se había complicado con nuevos delitos, perjurio, ex- torsión, intento de asesinato, homicidio frustrado, soborno y un montón de artículos del Código Civil y Penal conculcados que daban lugar en aquella vista. CAPÍTULO VII El día del juicio... Como era de esperar, las miradas que se cruzaban entre los asistentes eran de muy diferente índole, todos buscaban la presen- cia de la persona de Enrique, que en principio no se sabía si acu- diría a la vista o no, pues al menos la presencia de su abogado en la Sala creaba esa duda. De inmediato y antes de que apareciera la Jueza, esta vez asistida por dos letrados, en una silla de ruedas apareció Enrique, cabizbajo, más delgado que de costumbre, con un gotero aplicado a su brazo, en el que se descubría para que no quedara duda el reloj efectivamente en el antebrazo derecho, junto a él dos policías encargados de su custodia, que a indicaciones de la Jueza tomaron asiento junto a él, uno a cada lado. Dio lugar el comienzo de la vista, esta vez la solemnidad del auto, se manifestaba por las togas, tanto de la Jueza, como de sus acompañantes, con puñetas y emblemas o distintivos del Cuerpo del Colegio de Jueces del Estado. Un Crucifijo junto con la Biblia componía el Tribunal, en una superficie más elevada del resto del estrado. Enfrente del Tribunal, había una especie de púlpito para to- mar declaración a los testigos y acusados, una señorita con apara- to de taquigrafía, completaba el resto de la Sala que también apa- recía repleta de personas, familiares de los encausados y periodis- tas. La Jueza advirtió a Lucía, que fue la primera en ser inte- rrogada, que antes de prestar juramento, pensara en las conse- cuencias de perjurio a que podía exponerse, delito tipificado, caso de producirse, con varios meses de cárcel, exigencia que hacía extensiva a cuantos iban a prestar declaración acto seguido. Lucía entre sollozos comenzó su declaración, alegando que además de ser ella la víctima, ahora se encontraba imputada en un nuevo caso, en el que su participación involuntaria había sido in- ducida por la tardanza en hacerse justicia, esto lo decía aleccio- nada por su abogado que quería sentar como premisa, que su participación en el caso de intento de asesinato de Enrique, tenía como causa principal el tomarse la justicia por su mano, ante la desidia de los Tribunales de Justicia, que no terminaban con un veredicto final. La reacción de la Jueza, así como de uno de los Magistrados que se encontraban en el tribunal, exigieron de Lucía que se abs- tuviera de hacer comentarios, y solamente contestara a lo que se le preguntara por parte de los abogados de la acusación y de ella misma. En cambio Lucía o no quería entender o parecía estar dispuesta a ser expulsada del estrado, porque continuaba con su alegato, de que no se quería hacer justicia con ella, tal vez, decía levantando el tono de su voz porque era una pobre ciega, sin recursos, sin abogados de elite y porque su caso apenas tenía importancia. Recriminada y advertida nuevamente, decidió no contestar a las preguntas que le hacían, tanto a las puramente técnicas, como las que directamente le afectaban y trataban de saber, hasta qué punto ella había participado en el caso de intento de asesi- nato de Enrique, su negativa fue tan rotunda, que tuvieron que prescindir de seguirle interrogando. Se llamó acto seguido a Julio, que como el resto de los citados, permanecía en una sala contigua a la que se llevaba a cabo el jui- cio. Apareció esposado, sereno, acompañado por una señorita con uniforme de policía, le fueron leídas en alto las mismas adverten- cias que a Lucía, tomo posición en el estrado y comenzaron a rea- lizársele las preguntas, con poca variación, que le acababan de hacer a su prometida. Le fueron leídas las declaraciones, en los puntos más importan- tes que habían realizado los funcionarios asignados en el caso, en la que su colaboración como promotor no dejaba lugar a dudas y solamente la Jueza, quería corroborar en aquel acto, las que había realizado también él en presencia de sus abogados. Julio admitió, como no podía ser de otra manera, que en efecto cuanto allí se mencionaba, correspondía con lo ocurrido, y que en su descargo tenía que decir, que había obrado cegado por la ira, el deshonor, la venganza y en definitiva la impotencia, ante tan criminal acto, como el que se había cometido con su novia. Nada más hubo que añadir por parte de los abogados y presen- tes en el Tribunal, ante una declaración que se presentaba, con una claridad meridiana, respecto a la participación de los hechos por parte de Julio, Llegaba el turno de Enrique, quizás el más esperado, sobre to- do por los reporteros de diferentes medios, que se encontraban en la Sala Ayudado por los policías que le daban escolta, fue llevado hasta la parte frontal del Tribunal, con la silla de ruedas y la para- fernalia de los goteros y vendajes que componían una estampa de Enrique patética. Apenas levantaba la voz, posiblemente porque su enfisema pulmonar se lo impedía, ante lo cual la Jueza se prometió ser breve y solamente quería saber su aportación en el caso del que había sido víctima, sobre todo quería descubrir, si se trataba de un intento de suicidio, un atentado en toda regla, o simplemente un accidente, que había provocado el estado en el que ahora se encon- traba. Enrique se limitó a decir, que apenas recordaba otra cosa que fuera la del momento en que se vio volando sin motor y terminó acto seguido en un aterrizaje forzoso... y que poco más podía de- cir. Ante tales manifestaciones, se dibujó una sonrisa en los asisten- tes, al comprobar que la brevedad de sus palabras contestaba al preámbulo de la Jueza, con total contundencia. Tocó el turno a Laura, que más que declarar sobre los he- chos, lo que hizo fue opinar, seguramente siguiendo los consejos de su padre, ampliando tal vez, lo que su novio no pudo o no quiso decir: “que habían sido muy rápidos en condenar a Enrique, con unas débiles pruebas y que sin embargo, en esta ocasión en la que existían pruebas más que sobradas, todavía no existía una condena en firme”... En cuanto a la declaración de Luis y Delia, podría decirse que carecía de relevancia, al menos en el caso que ahora se juz- gaba pues tan siquiera estaban presente, en el día que se pro- dujeron los hechos, por tanto quedaba en puro trámite adminis- trativo su presencia en el juicio, aunque naturalmente les había ocasionado trastornos, también es cierto que la compañía que su- puso para Lucía su apoyo, en momentos tan difíciles como los que estaba viviendo, bien valía la pena tanta molestia, que ellos daban por bien empleada. Lo que realmente todo el mundo estaba esperando, eran las declaraciones de los funcionarios de la Prisión, autores materiales de los hechos y dónde se encontraban las claves de todo el tin- glado montado para llevar a buen puerto el atentado contra la vida de Enrique, no solamente la expectación levantada por la concatenación con los hechos anteriores, que afectaban a Lucía mayormente si no porque, ahora se esperaba por parte de los me- dios, un escarmiento ejemplar de la Justicia, ante la corrupción evidente que suponía para la Administración, el encausamiento de dos funcionarios. La sorpresa vino cuando un Ujier del Juzgado, recibió la orden de desalojar la Sala, ahora lo que iba a tener lugar, en opinión de los componentes del Tribunal, debería llevarse a término a Sala cerrada, con la presencia solamente de los imputados, abogados y el propio Tribunal, más los miembros del Cuerpo de Seguridad del Estado allí presentes. Pasó a la Sala en primer lugar el Jefe de Galería, venía con uniforme y todos los atributos, emblemas e insignias y distintivos correspondientes a su cargo y años de prestación de servicios. Contrastaba su figura en medio de dos policías armados y tam- bién uniformados, aunque había que observar que tal vez en atención a su cargo, éste no permanecía esposado. Antes de subir al estrado para serle leídas las instrucciones impuestas por el tribunal, sin que hubiera mediado palabra alguna, en un rápido movimiento, apenas percibido por los allí presentes, el Jefe de Galería arrebató de la pistolera el arma reglamentaria de uno de los guardias que le daban escolta, sin que éste pudiera ha- cer nada para evitarlo, salió huyendo por la puerta que le había conducido hasta la Sala, mientras todos se quedaron petrificados, ante lo ocurrido delante de sus propias narices. Antes de dar alcance a la puerta de salida, alertados de la fu- ga de un preso, que no era la primera vez que se producía, los guardias de seguridad y los policías que, en número necesario, vigilan las dependencias, dieron al traste con las intenciones del Jefe de Galería abriendo fuego, y sin distinguir un objetivo claro, éste cayó... de un certero disparo, que terminó con su loca huida y muriendo en el acto. El juicio pese a todos estos incidentes, cuyo alcance tan solo conocían los componentes del Tribunal, los policías, y nadie más, continuó con su vista, esta vez tomando todas las precauciones, como era de esperar, ante la presencia y el turno del “Genio”, quien gozaba de una reputación, que obligaba a tomar todo tipo de medidas. Con una serenidad rayando en el desafío, apareció la figura im- ponente, gigantesca, chulesca y hasta sonriente del “Genio” en la Sala. Una mirada profunda, de perdonavidas, que dirigió a la Sra. Jueza, estremeció las profundidades más recónditas y los entresi- jos de ésta, que no podría decir si se sintió amenazada, halagada o presa de la mirada fría y calculadora, de lo que a todas luces era el prototipo de asesino que no figuraba en los tratados de psico- logía más recientes. El “Genio” dio tales muestras de conformidad de lo que allí se estaba cociendo, que sorprendía su asentimiento, a los cargos que se le estaban imputando, casi sin pestañear y sin negar naturalmente la mayor, estuvo de acuerdo, en admitir haber sido el autor de los hechos y nada tenía que alegar... Cuando fue preguntado acerca de su complicidad con el Jefe de Galería, escupió al suelo como toda respuesta, y nada respondió al preguntarle acerca de si conocía o no al vigilante, medio ciego que andaba por las dependencias penitenciarias, como tantos otros vigilando sobre todo los exteriores y accesos a la cárcel. Solamen- te quedaba la declaración de Andrés, de quién al parecer el único cargo que pesaba sobre él, era haber facilitado tanto el acceso del dinero para el soborno, como haber mediado en el trato de Julio con el Jefe de Galería y éste, no negó en ningún momento esta participación, aunque lo que realmente buscaba el Tribunal, era saber si su participación directa en los hechos había sido premedi- tada o sencillamente, como quedó probado, solamente una colabo- ración necesaria en el asunto. El único que realmente salió perdiendo en todo el asunto, fue el Jefe de Galería, que murió en el intento de fuga perpetrado en los pasillos de las dependencias judiciales. Así rezaba el documento que acompañaba su cadáver hasta el Anatómico Forense, donde le sería practicada la correspondiente autopsia, antes de que sus restos fueran trasladados a su localidad natal. También Enrique no había salido bien parado en este asunto, pues aparte de haber estado a punto de perder la vida, todavía se debatía por salir adelante y si no llegaba pronto un trasplante de pulmón, su vida aparte de correr serio peligro, dependería siempre de asistencia hospitalaria. Por otra parte la sentencia que pudiera caerle a Julio, a Lucía, a Andrés y sobre todo al “Genio”, estaba aún por dictar y un nuevo intervalo de tiempo se abría, lo que significaba que esto era como el cuento de nunca acabar, en opinión de Laura... Se sucedían los días, pero cada vez parecía estar más liado todo el asunto de Lucía, ahora con las complicaciones y con lo nuevo de Enrique, ella como los demás, tenía la sensa- ción de que su caso había perdido vigencia, ante la importancia del caso de Enrique, que se encontraba en fase de solución, y quien sabe si como le había ocurrido a ella, un nuevo aconteci- miento no daba al traste también con este. Se estaba dando cuenta que su caso, realmente comparado con el de su ex amigo, carecía de importancia, si bien le había costado la pérdida de su novio y encontrarse encausada en unos hechos que todavía no sabía hasta que punto le podrían complicar su vi- da, había perdido la amistad y estima de su amiga Laura y en defi- nitiva lo que comenzó siendo un tropiezo por parte de Enrique, había terminado con auténticos tintes de tragedia. Lucía que contaba con la colaboración del Centro, recababa in- formación por parte de los abogados que se habían personado en la causa, tratando de ver si era posible retirar los cargos, para que al menos Enrique se sintiera aliviado con esta decisión, aunque de poco le valdría a su novio tomar semejante postura, sin tan siquie- ra consultarlo con él. Era una decisión poco meditada, y como le indicaban sus abo- gados, fruto seguramente de los días de angustia a que se habían visto obligados a vivir todos los encausados, por otra parte en nada cambiaría tanto la vida de Enrique principal imputado, que se enfrentaba a una lucha sin cuartel por salvar su vida, así como la de Julio que se sentiría frustrado, defraudado y sin dinero al haber intentado limpiar el nombre de una novia, ultrajada, man- cillada y violada. Retirar los cargos, a estas alturas de la causa, sería poco menos que convenir en dar la razón a Enrique, que en ningún momento se había declarado culpable, a pesar de que todas las pruebas apunta- ban y demostraran lo contrario. Además con ello no conseguiría acelerar el proceso, que mar- chaba en opinión de los letrados viento en popa, pues ellos tenían casos pendiente de veredicto que llevaban años esperando, y éste a raíz de lo sucedido en la cárcel, tenía visos de ser re- suelto en menos tiempo de lo previsto. Le daban la razón en una cosa, y es que comprendían perfec- tamente el hastío a que había llegado con tanto embrollo, las com- plicaciones añadidas al caso, lo sucedido en los Juzgados, todo el trámite de una complejidad inteligible, para ellos que eran letra- dos, cuanto más para la gente de la calle, la evidente puesta en escena por parte de los medios, que habían mellado la convivencia entre los amigos y en las propias familias, que se encontraban se- ñaladas públicamente. Todo ello llegaba a causar tal deterioro en la vida corriente y ordenada de la gente, que no les extrañaba lle- garan a tomar decisiones como la que ahora apuntaba Lucía, con tal de acabar con este tipo de alteraciones, que habían hecho cam- biar su vida de manera determinante. Sin embargo le aconsejaban se lo tomara con calma y cierta fi- losofía, los pasos ya estaban dados, lo que fuera a suceder ya no estaba en sus manos cambiarlo, tenía que estar preparada para todo, incluso para ser condenada por perjurio, ocultación de da- tos o cualquier imputación documentada que pudieran aportar sus Señorías. Lo mejor era olvidar, que no abandonar, el asunto por una temporada, el tiempo todo lo allana decía uno de los abogados y cuando menos se lo esperara vendría la solución a sus proble- mas. Lucía les preguntaba a sus abogados, si tenía que permanecer en Madrid por si era requerida o podía ausentarse durante una temporada, tal y como le estaban aconsejando, con el fin de olvi- dar o mejor aparcar, todo el tema. Habían pensado tanto Luis como Delia, que podía aprovechar el viaje de vuelta, una vez testificado ante el Tribunal, lo que le daría cierta calma que en estos momentos necesitaba, para refle- xionar y llevar un poco de paz a su conciencia. Uno de los abogados dijo, que siempre que dejara constancia de los motivos por el que se ausentaba y también el lugar y la dirección exacta en la que pudiera ser localizada, creía que no se- ría difícil conseguir de la Jueza, dadas las circunstancias, un per- miso por un determinado número de días y bajo la responsabilidad de sus abogados. Así se tramitó y Lucía se comprometía a estar de nuevo en Madrid, en un espacio no mayor de quince días hábiles, a presen- tarse diariamente en la comisaría o Cuartel de la Guardia Civil de la localidad donde ubicaría su residencia temporal y a guardar secreto de la vista y no efectuar declaración alguna en medios de comunicación y sobre todo, le hacía la Sra. Jueza res- ponsables del incumplimiento de alguna de estas normas a los abogados, que ella libre y voluntariamente había asignado para su defensa. Lucía aunque eran muchos los requisitos que se obligaba a cumplir, quiso contar con la aprobación de Julio, pero le fue dene- gada la entrevista por estar incomunicado, por orden de la Jueza que llevaba la causa. Aunque le parecía una traición, abandonar aunque fuera por un tiempo mínimo a su suerte a Julio, decidió darse unos días de descanso con su amiga Delia, que estaba encantada con esta deci- sión y prestarle toda su ayuda sin condiciones. Mientras en los despachos de los abogados de las partes, se es- taba recibiendo el veredicto de las sentencias para cada uno de los imputados, era verdaderamente sorprendente la celeridad con que se habían resuelto las mismas y no recordaban en sus muchos años de carrera, que asuntos tan enrevesados, se hubieran solucionado en tan relativamente poco tiempo, por lo que se alegraban, pues todos tenían material suficiente en que ocuparse y un alivio de esta naturaleza era muy bien recibido. Las sentencias quedaban a la espera de ser impugnadas o ele- vadas a otras Instancias Superiores, entiéndase al Tribunal Supre- mo o similar, por cuanto tenían un carácter puramente informativo y oficioso a los letrados, no pudiéndose hacer uso de las mismas, hasta que fueran públicas y comunicadas a los implicados. Eran sentencias en opinión de los juristas sujetas a ley, de difí- cil aplicación y muy trabajadas y meditadas, teniendo en cuenta la imputación en los hechos de varios funcionarios, y la posterior incidencia, con resultado de muerte por parte de uno de ellos, lo que podría llevar a tener que abrir un nuevo expediente por lo ocu- rrido en el Juzgado y que retrasaría en extremo la causa. Por tanto había que felicitarse, en primer lugar por haberse con- seguido la resolución del caso, y después porque las penas pro- puestas para cada uno de los imputados, daban como consecuen- cia la magnanimidad de la Sra. Jueza, que sin duda se había cu- rrado bien el caso. El documento oficial que se remitió a los abogados decía así: Juzgado Nº 18, Sala B “El Juez en Primera Instancia, Titular del Juzgado de lo Penal, hace saber”: “Que, vista la causa por la que se imputa a los abajo seños, acusados en la participación de los hechos y cuyas circunstan- cias, lugares y fechas se indican, juzgados en vista pública y se- gún los artículos requeridos por la ley para este tipo de encausa- mientos, tiene a bien formular y formula la siguiente sentencia”: “QueelacusadoD.JulioMenéndezAguilar,comoautor-induc- tor de los hechos imputados, que dieron como consecuencia el acto criminal, llevado a efecto en la Prisión de Alcalá Meco, en las circunstancias que se describen en folio aparte, es res- ponsable de hecho ycohecho, siendo sentenciado en aplicación de la ley vigente, queparaestedelitoseencuentra tipificadoenlosar- tículos, que aparte se mencionan, y correspondientes al Código Civil y al Código Penal. Vengoacondenarycondenoalimputado:a Sieteañosdepenamayor, eindemnizaciónalavíctimaosusfamilia- res,enlacuantíadeseismil euros”. “Al acusadoyjuzgado D.EugenioLópezOñate,aliasel“Genio”, reincidente, autor material de los hechos, en cumplimiento de va- rias condenaspordelitosimputadosconanterioridadaloshechos, con el agravante de alevosía, premeditación y estando privado de libertad. Vengoacondenarycondenoalsusodicho:aDiezySeisaños y un día de prisión mayor, y a la indemnización de doce mil euros en conceptodedañosyperjuiciosalavíctimaosusfamiliares”. “Al acusado y juzgado D. Andrés Fernández Quijano, em- pleado Vigilante en Funciones de la Prisión de Alcalá Meco, igualmente al imputadoenloshechos,selecondena:conladestitu- ción delcargoe inhabilitación paraostentarcargopúblico, porun periodonosuperior a Diez años y a indemnizar a la víctima o sus familiares con la cantidaddetresmileuros”. El caso desgraciado del funcionario, que a petición de sus compañeros, no se alude ni se hace público su nombre, no existen pruebas concluyentes de su causa, al ser interrumpida la misma por loshechosdesgraciados,acaecidosenelpropioJuzgado. Todo lo cual pongo en conocimiento de Vuecencias, cuyas vidas guarde Dios muchos años. Firmado: La jueza del Tribunal Laura herida en lo más profundo de su corazón, sin tener toda- vía nada claro en la participación del asunto de Lucía por parte de su novio, algo que en cambio todo el mundo daba por sentado, fue avisada desde el Hospital en el que se encontraba ingresado Enri- que, siempre con la compañía de un policía, que era relevado cada ocho horas por otro nuevo compañero, del empeoramiento de En- rique. Sus constantes vitales habían variado en cosa de pocas horas, nada se podía hacer, como no fuera mitigarle los síntomas que acompañaban a su respiración cada vez con más complicaciones. El esperado trasplante que pudiera salvarle la vida, tardaba en llegar y el desenlace final, se presentaba en cualquier momen- to como definitivo. Esta vez acompañada por sus padres, se personaron en el Hospital, donde todo fueron facilidades, para presentarles la documentación requerida por parte del padre de Laura, que pare- cía interesarse por fin, en el asunto que tanta tristeza causaba en su hija. También estaban allí familiares y allegados a Enrique, que se- guían la trayectoria del caso, que apenas habían tenido ocasión de conocer a Laura, y ahora ya era tarde, pues en los pasillos corrió la voz de que Enrique había fallecido... La indignación de Laura y la emotividad del momento hicieron que montara un número de tal envergadura, que gracias a la mediación de su padre no llegó a mayores, pues ésta amenazante, se enfrentaba a facultativos, policías y a quién cayera en su ca- mino. Abandonaron el recinto, no sin antes personarse en el des- pacho de la Dirección del Hospital, presentarse con sus credencia- les el padre de Laura y exigir un informe exhaustivo y completo, del tratamiento seguido en el caso de Enrique, que debería estar disponible en la mesa de su despacho, en un espacio no superior a dos días, con tal contundencia pronunció este requerimiento, que el propio Director del Hospital, se comprometió personalmente a hacérselo llegar lo antes posible. Al despedirse de los familiares de Enrique, el padre de Laura que comprendía la tensión del momento, quiso llevar a su ánimo un poco de esperanza, haciéndoles saber que se iba a hacer cargo del asunto aunque, desgraciadamente como le ocurría a su hija, nada ni nadie podía devolverles a su ser querido, pero al menos sí se haría justicia en un caso, que en opinión de su hija, de él mismo y a la vista de los acontecimientos, se había obrado con bastante negligencia, algo que él debido a su cargo, no iba a permitir ni podía dejar pasar por alto. La noticia del fallecimiento de Enrique principal encausado en el delito de la violación de Lucía, corrió como la pólvora en los medios y se abrió de nuevo el filón, ya a nadie se le ocultaba que la trama y complicación que había adquirido el caso, era digno de un buen guion de cine o por lo menos de novela. El culebrón estaba servido, era cuestión de prolongar en el tiempo el asunto, midiendo y dosificando la información, aunque los titulares de los periódicos aquel día eran evidentemente ten- denciosos y espectaculares y más aún en los medios tenidos por sensacionalistas y pasto sobre todo para revistas del género. En efecto la publicidad de los medios, la televisión y la radio, pusieron en la primera plana de los tabloides, la noticia a grandes titulares aunque con una mínima explicación, con el fin de alimen- tar y dar largas a lo que se prometía una interminable fuente de noticias. Los periódicos de ámbito nacional aquel día aparecieron con ti- tulares parecidos o casi iguales al siguiente: “CASO DE LA CIEGA, VIOLADA POR UN COMPAÑERO“ EL PRINCIPAL SOSPECHOSO ACUSADO Y EN LA CÁRCEL, MUERE EN UN HOSPITAL ASESINADO POR UN SICARIO SOBORNADO, EN LAS PROPIAS DEPENDEN- CIAS PENITENCIARIAS” Este era uno de los muchos titulares, aparecidos en la prensa y manipulado por un avezado periodista, que manejaba los hilos y la forma de llamar la atención de los lectores con singular maestría. En cambio no daba nada nuevo en el texto de su columna, que no fuera ya de dominio público, se dedicaba, abundando en lo cono- cido, a elucubrar, a dejar caminos abiertos, a sembrar dudas, pero no aportaba nada sustancial o primicia alguna. En una palabra especulaba con lo que probablemente, nunca podría saberse, como era el hecho de que si faltaba el primer im- plicado, sobre quien recaían las sospechas, tal como habían de- mostrado las pruebas, ya difícilmente se podía probar algo por otra parte innecesario, cual era saber si había más cómplices en la agresión salvaje sufrida por parte de la víctima, la ciega. Otra vez se abrían las heridas en la pobre Lucía y su nombre volvía a aparecer en las portadas de periódicos y revistas, aun- que ella no pudiera verlo, las noticias le llegaban íntegramente y con tanto detalle, que le parecía estar viéndolas escritas, sobre todo en los titulares que dado el tamaño y color de los mismos aparecían espectaculares, como anuncios de cine, le decía su ami- ga Delia, que a petición de la propia Lucía no quería le fuera ocul- tado nada. Gracias al menos que su imagen permanecía en el anonimato, su nombre podía ser relevante o no, pero su imagen nunca sería identificada con la de los titulares, aunque en un lugar tan pequeño como el pueblo donde se encontraba y dado la trascendencia del asunto, muchos de los habitantes de aquel lugar se preguntaban si ella no estaría empeñada, al menos, en conocer los intríngulis del asunto, aunque solo fuera por empatía con su estado y lo que en todo caso le había ocurrido a una persona como ella, limitada en sus funciones por causa de la ceguera. Para no tener que dar explicaciones a las personas que ya co- menzaban a hacerse preguntas, en el parecer de Delia totalmente impertinentes, y por otra parte no poner en evidencia a sus ami- gos, que estaban en todo momento informándole de cómo se estaban desarrollando los acontecimientos, Lucía tenía previsto abandonar el pueblo, además de acudir al sepelio de Enrique, que se presumía sería doloroso para todos y para ella aún más, porque en cierto modo se sentía culpable de todo lo ocurri- do, a pesar de ser ella también una víctima. Se encontraba en el dilema de que si no acudía, su falta podía dar lugar a que pensaran, se trataba de una venganza frustrada por encontrarse su novio en la cárcel y condenado por algo que a na- die se le escapaba, había sido preparado en colaboración con ella, a pesar de que no se hubiera podido probar nada en este sentido que hubiera podido inculparla. Por otra parte si asistía al sepelio, se encontraría en una situa- ción bien comprometida, primero respecto a los familiares de En- rique, que sin duda tendrían muchas preguntas que realizarle, y en segundo término la presencia ineludible de la prensa, que la inter- pelarían para sonsacarle si ya se sentiría satisfecha y si creía que se había hecho justicia, aunque se hubiera llevado por delante a su ser más querido a Julio, quien en último extremo había pagado las consecuencias de ser víctima y verdugo, y cosas de parecido corte, a las que tendría que enfrentarse. Todas estas consideraciones, que comentaba con sus amigos, que por supuesto estaban dispuestos a acompañarla, así como el dispositivo dispuesto para que un blindaje por parte de la Poli- cía lograra la privacidad de los asistentes a los Oficios fúne- bres, hicieron que la decisión de Lucía estuviera tomada, con todas sus consecuencias, para presentarse en el entierro de Enrique. Sin otras consideraciones Luis y Delia prepararon la “Came- lla”, esta vez para algo bien distinto, a lo que habían vivido el ya remoto verano. Ahora de nuevo se verían con sus amigos, algunos como Julio, encarcelado y condenado a una pena que daría al traste con todos su proyectos e ilusiones, con Laura a la que sin comerlo ni beberlo le habían arrebatado el amor de su vida y seguramente que con Roberto, que se había visto de forma tangencial envuelto en el asunto, aunque para su fortuna había salido indemne en el asunto. Pero... ¿Qué había sido de Félix, de quien nunca se había hablado...? Curiosamente Luis había recordado, que cuando se imputó a Enrique el asunto del reloj en la mano derecha, él creía recordar que también Félix tenía esa costumbre. Lucía dio un respingo en el asiento de la “Camella”, interpelando a Luis y preguntán- dole: ¿Cómo has podido tener oculto un dato tan significativo...? ¿No te das cuenta, de que este pequeño detalle, podía cambiar el curso de los acontecimientos...? Y continuaba diciendo, un tanto excitada: Suponiendo que Félix, nada tuviera que ver con relación a los hechos... ¿Por qué, no se ha mencionado nada de este personaje, en el que nadie ha pensado... y que ahora aparece en escena...? Luis se defendía como mejor podía, de lo que parecía tomar cuerpo de acusación por parte de Lucía, poco menos pareciera que él fuera un encubridor y se esforzaba en hacerle comprender a su amiga, que el comentario, se le había ocurrido de golpe, al pensar en la asistencia al entierro de todos los que habían compartido las vacaciones, sin más... Todas estas y mil preguntas de parecida traza, empezaron a vo- lar sobre sus cabezas, estaban de acuerdo que aunque pareciera mentira, a ninguno se les había pasado por la imaginación implicar a Félix , que solamente les acompañó durante el via- je de regreso de vacaciones y a quien le unía una estrechísima amistad con Julio desde su niñez, además, si alguien tenía que haber mencionado a Félix, era precisamente Julio, quien convivió con él una temporada, aunque corta, en el apartamento y quien más datos conocería de su íntimo amigo. De nuevo, volvieron a cabalgar los fantasmas, las suspicacias, las dudas... Estaban tan hartos y hastiados de todo este asunto, que no vol- vieron a tocar el tema en todo el viaje... CAPÍTULO VIII La “Camella” hacía acto de presencia ante un numeroso grupo que se apiñaba a las puertas del Instituto Anatómico Forense, cerca del Hospital de San Carlos, donde había pasado sus últimos días Enrique y también no muy lejos del Centro de la ESCI, así como de la casa de Laura. Se estaba organizando el cortejo fúnebre para dar sepultura a los restos del infortunado. Junto a estos restos se encontraban sus familiares, una infinidad de coronas y ramos de flores, con cintas alusivas al nombre e identidad de sus donantes, entre los presentes destacaba sobre todos una señora muy compungida, que por su aspecto y edad bien pudiera ser la madre de Enrique. No muy lejos de ella, acompañada por un Preceptor se encon- traba Laura, llorosa, afligida, y junto a ellos también se encontra- ban otros invidentes más, así como varios números de Agentes del Cuerpo de la Policía. Lucía abrigaba todo tipo de temores en cuanto al recibimiento, pensaba que sería objeto, al aparecer allí de sopetón, de todo tipo de especulaciones, pero estaba preparada para todo..., incluso para darse media vuelta y desistir de su empeño en asistir al sepelio de Enrique por quien en el fondo sentía una profunda pena. Nada pareció alterarse en el orden ante la aparición de Lucía Delia y Luis. Lucía se adelantó de los tres, y pidió a Delia le llevara delante de Laura, esta al notar su presencia se fundió en un abrazo, sollo- zando con su amiga a la que daba por perdida y en aquel acto pa- recía recuperar de nuevo, se sucedieron los saludos con Delia y Luis y la que parecía la madre del difunto y que efectivamente lo era, dando un paso adelante, armándose de valor se deshizo de quienes estaban consolándola, y dirigiéndose hacia donde se en- contraba Lucía, sin mediar palabra, le propinó un bofetón, que estuvo a punto de dar con ella en el suelo, al tiempo que elevan- do su lastimera voz la increpaba diciéndole, que ella era la causa de tanta desgracia, algo que Lucía ya se le había pasado por la mente pudiera ocurrir. Sin mostrar síntomas de enfado o malestar, entendiendo la postura de esa madre, que había perdido a su hijo en circunstan- cias realmente trágicas, Lucía no pronunció palabra se hizo un elocuente silencio, entre todos los presentes y no fue el asunto más allá. Laura disculpaba el comportamiento de la mujer, y decía que sus actos eran producto de la desesperación le quitaba importan- cia, pues de hecho ella también era la primera vez que tenía cono- cimiento de su existencia y no había cruzado palabra alguna con ella. Cuando se hubo organizado el cortejo fúnebre tanto Laura como Lucía y sus amigos de Huelva, decidieron no hacerse pre- sentes en el acto de cremación, pues no tenía sentido clavar más hondo el puñal de su dolor. Acompañaron a Laura a su casa, ésta vez no por cortesía, sino porque necesitaba del desahogo con sus amigos, Laura insistió en que le acompañaran el mayor tiempo posible, al menos hasta que iniciaran el viaje de vuelta a su pueblo. No supieron negarse a esta invitación, hecha por Laura con la vehemencia y el acompañamiento de sus lágrimas, Luis y Delia quedaron realmente sorprendidos de la grandeza y lujo que por todas partes se apreciaba en la casa, entendiendo ahora mejor que nunca lo sincera que era al compartir amistad, con personas como ellos y la propia Lucía, que ni en sus mejores sueños po- drían compararse con tanta opulencia, que además y en eso reco- nocían la humildad de Laura, jamás había hecho ostentación alguna de ello. Consiguió Laura convencer a sus amigos, para que el resto de ese día compartieran con ella y su papá la mesa, pues era prácti- camente la hora de la comida, y tanto ella como su papá decía se sentirían muy honrados de comer con ellos. Tanto atrevimiento creó un estado de nerviosismo en ellos que Laura apreció de inmediato, tratando de hacerles entender que la presencia de su padre no perturbaría para nada la sinceridad que ellos tenían entre sí, decía Laura para calmarles que tenía tal con- fianza con su padre, que conocía perfectamente por las descrip- ciones que ella le había dado acerca de sus amigos, quienes eran unos y otros. A propósito de sinceridad, decía con cierta gravedad Laura, dirigiéndose a Lucía: Quiero que sepas Lucía, que papá va a tomar cartas en el asunto de Enrique... Está dispuesto a petición mía, llegar hasta sus últimas conse- cuencias, lo que significa que con toda probabilidad se volverá a reabrir el caso, tu caso, porque para nada ha quedado claro que fuera Enrique tu violador, aunque las pruebas presentadas por la Policía así lo atestiguaran. Dice papá continuaba Laura que ha encontrado muchos de- fectos de forma en la Instrucción del Sumario y que su gabinete, que estudia el caso, ha encontrado suficientes pruebas como para revocar el mismo. Tanto Lucía, en cuanto afectada principal, como sus amigos, escuchaban estas declaraciones de Laura, como suele decirse con la boca abierta, pues ellos habían dado el caso por zanjado, máxime cuando como en su caso, su novio Julio en un arrebato y llevado por la lealtad a ella, había cometido un delito, de la enver- gadura que todos conocían. No sabía por tanto qué contestar Lucía a su amiga, no sabía si tenía que alegrarse por la buena nueva que le anunciaba, o por el contrario, pensar en verse envuelta una vez más, y con esta ya sería la tercera vez, en los titulares de los periódicos, que sus auto- res como buitres aprovecharían para arrojarse contra ella una vez más. Sonó la puerta de entrada y Adela recogió el maletín de mano que traía el señor, éste se adentró en el salón donde se encontra- ban los amigos y Laura, comenzaron las presentaciones, que aun- que obvias eran de rigor, y pudieron contrastar los visitantes que el padre de Laura tenía un temperamento, sereno y abierto y una dulzura y educación en sus palabras, que recordaban necesaria- mente a Laura. El padre de Laura y sus invitados, ya sentados a la mesa para comenzar la comida, que serviría Adela, comenzó disculpando la ausencia de su esposa, que se encontraba reunida con unas amigas organizando la Campaña de Postulación contra el Cáncer, de la que formaba parte como Presidenta. Decía alegrarse, al tiempo que les agradecía su presencia, de tener ocasión de conocerles y más concretamente en su casa, pues como suponía que su hija ya les habría puesto en antecedentes, en cualquier caso el encuentro se produciría no tardando mucho, puesto que se iba a encargar de abrir nuevamente los casos, tanto de Enrique como el de Julio, porque decía, y aquí prestaba aún más atención Lucía si cabe, tanto en uno como en otro, y aunque formaban parte del cuerpo de la Instrucción ambos, había encon- trado una serie de negligencias cometidas, desde luego sin nin- guna intención, que puede que hasta la pena que le habían pues- to a Julio pudiera verse alterada, para disminuirla por supuesto, toda vez que no había quedado claro que Julio obrara en sus caba- les, sino más bien motivado y sufriendo lo que en términos legales se denomina, locura transitoria, que de probarse psiquiátricamen- te, podrían hacer variar su condición en el caso de manera muy sustancial. Lucía que ya admiraba al padre de Laura, por la cadenciosa manera que tenía de hablar, por su tono mesurado y sus palabras que parecían escogidas, y que ella percibía sin verle el rostro, que debería ser de una serenidad sin paliativos, además su esmerada educación que se percibía nada más darle la mano para saludarle y mil detalles más, ahora quedaba tan a flor de piel esta admiración, que sintió deseos de abrazarle y llenarle de besos. Ahora se abría ante ellos, ante todos, la posibilidad de hacer justicia, de medir muy bien la parte de culpabilidad que hubieran tenido cada una de ellos en los hechos, los mil y un detalles que saldrían a la luz de mano de un personaje, del prestigio y cate- goría del padre de Laura, que se prestaba a llevar este caso de forma voluntaria, aunque la especialidad principal de su carrera, fueran los asuntos relacionados con las Finanzas y la Hacienda pública. Al término de la comida pasaron al salón, donde sobre una mesita se encontraban varias bandejas con café y tés prepara- dos, junto con una bandeja de dulces y bombones y otra, con lico- res de varios gustos. Volvieron sobre el asunto, hablaron de la situación creada para Julio, a instancias de Lucía, que encontraba la ocasión propicia, aunque inesperada, para darle vueltas al asunto. Ahora le contaba al papá de su amiga, algo que habían descubierto recientemente, cuando iniciaban el viaje de venida a Madrid para la asistencia al entierro de Enrique, (q.e.p.d.) decía Lucía santiguándose. Se trataba del descubrimiento novedoso, de la existencia de un personaje nuevo, que todos habían dejado pasar por alto, y que mediante una observación por parte de Luis, a ella le parecía, po- día tener cierta importancia. Tal personaje se trataba de un amigo de la infancia de Julio, con el que había mantenido una amistad relativa, pues Julio se fue del pueblo siendo niño y ahora al cabo de los años, casualmente apareció nada menos que en el Camping, lugar en el que ocurrie- ron los hechos desgraciados que desencadenaron toda la tragedia, que ya conocía y sería prolijo enumerar. Félix como se llamaba el personaje en cuestión, conti- nuaba diciendo Lucía, les facilitó su estancia en el Camping el pasado y desafortunado verano, a veces se presentaba en sus tien- das de campaña con un surtido de bocadillos para todos, obsequio de la casa decía, y otras con botellas de bebidas, artículos de aseo y limpieza de uso frecuente en el Camping. Nada tenía de extraño aquel comportamiento por otra parte, pues la amistad con Julio como queda dicho, era desde la infancia, que alimentada por las esporádicas visitas al pueblo por parte de Julio, aún permanecía viva. Luego por desavenencias familiares, Félix decidió acompañar- les en su viaje de regreso a Madrid, donde estuvo conviviendo en el apartamento de Julio una temporada, hasta que se colocó en una empresa de Informática, se fue a vivir a una Residencia y nunca más apareció en sus vidas. Chocaba este comportamiento, con un asunto que dada la pu- blicidad en los medios del caso, y conociéndoles aunque fuera de poco tiempo, no dejaba de ser extraño, no haber hecho acto de presencia, sobre todo ante la condena de Julio y los acontecimien- tos de tanta gravedad, aireados a bombo y platillo. Para el padre de Laura, que escuchaba con atención cuanto allí se estaba relatando, no había lugar a dudas que ese era un elemento de principal importancia, que debería ponerse en cono- cimiento de las autoridades, como aportación de nuevos testigos y posibles pruebas, lo que sin duda conformaba materia suficiente para reabrir el caso. Pidió a Lucia y a los dos amigos que acompañaban a su hija, si estaban dispuestos a prestar declaración en el Juzgado, les prome- tía que sería rápido, pues su presencia en el mismo era definitiva para abreviar la declaración y luego podrían emprender viaje. En cosa de media hora, se encontraban prestando declaración ante el Juez de Guardia de los Juzgados de Plaza de Castilla, con la pre- sencia del padre de Laura que se prestaba a ser Instructor, como letrado para el nuevo caso. Prometió el padre de Laura continuar con el asunto, hasta sus últimas consecuencias, asegurándoles al propio tiempo que serían molestados el menor número de veces posible, que instruiría el caso un colega suyo de eficacia probada y, que él por su cuenta, recabaría de las autoridades de Oviedo, cuantos informes pudieran aportar sobre el currículum del tal Félix, que tal vez no tuviera nada que ver en el nuevo caso, pero que era lo que preten- día probar, para descartar o empapelarle, caso que existieran prue- bas de su participación o colaboración, en los lamentables hechos que tuvieron como víctima a Lucía, ahora a Enrique y colateral- mente a Julio. La policía había seguido las instrucciones de sus superiores, cursadas oficialmente por D. Daniel Conde Oteruelo Magistrado de la Audiencia Provincial de Madrid, en las que decía literalmen- te: “Se declara en busca y captura a D. Félix García Serrano, va- rón de unos veinticinco años, moreno, de un metro setenta de al- tura aproximadamente, unos ochenta kilos de peso, natural de Cazones (Asturias), posiblemente en la actualidad se encuentre residiendo en Madrid, en paradero desconocido y que su última residencia ha tenido lugar en la calle Castilla nº. 28 de la capital, habiéndose perdido la pista por un espacio de entre cinco a seis meses. No es peligroso ni está armado, se le requiere para prestar declaración en hechos, posiblemente, imputables al individuo en cuestión... ”Seguía la petición, aportando algunas circunstancias más, que pudieran dar con el paradero, tal como el nombre de sus amistades, lugares que posiblemente podía frecuentar, dadas sus aficiones a la práctica del juego de bolos, y una innumerable lista de datos, que habían sido facilitados por el Ayuntamiento de la localidad de Cazones, a instancias del Secretario del Juzgado de Oviedo, compañero de estudios de D. Daniel, padre de Laura. Las investigaciones y pesquisas de la policía dieron como re- sultado el paradero de Félix. Un domingo por la mañana, cuando se encontraba jugando, precisamente a los bolos, con varios paisanos en el parque del Retiro de Madrid, fue requerido por dos miembros de la Policía, que iban de paisano y previa identificación, procedieron a la de- tención de quien parecía ser la persona buscada. Momentos antes en los vestuarios del recinto, en el que además había un Restaurante típicamente asturiano, recabaron los datos necesarios para efectuar con garantías la detención de Félix. Solamente tuvieron que realizar una comprobación en los fi- cheros del Local, en el que se encontraban inscritos los participan- tes de la Federación Nacional de Bolos, en cuyo censo aparecía la identidad de Félix, que además respondía a la descripción exacta de que disponía la Policía Judicial. La detención se llevó acabo sin llamar la atención de los pre- sentes, sobre todo porque en principio, solamente pesaba sobre el una más que justificada sospecha, pero solamente eso... Deberían probarse los cargos que le fueran imputados, lo que requería un exquisito comportamiento por parte de los agen- tes de seguridad en su detención, que además tuvieron que hacer uso de la fórmula legal para este tipo de detención, que no ofre- cía ningún tipo de resistencia por parte del detenido. Le fueron leídos sus derechos al detenido D. Félix García Se- rrano: a permanecer callado, a solamente pronunciarse en presen- cia de un letrado y advirtiéndole que quedaba a disposición de las autoridades judiciales para ser interrogado. Conducido a las dependencias de los Juzgados de la Plaza de Castilla le fue incoado un expediente, previa declaración efectuada en presencia de un abogado de oficio, en turno de guardia. La declaración de Félix no aportaba nada nuevo, corroboraba su amistad con Julio, daba por sentado que eran íntimos amigos, que no estaba al corriente de los cargos que se le imputaban en la agresión sufrida por parte de Lucía, y que en efecto el día de autos él prestaba servicio en el Camping cercano a donde se decía haber ocurrido los hechos, que acompañó a la pandilla en varias ocasio- nes con motivo de celebraciones de juergas, y que éstas duraban hasta bien entrada la madrugada, que conocía a Lucía novia de su amigo, porque él se la había presentado, que negaba con ro- tundidad su participación en lo que parecía ser una violación, que vino a Madrid en compañía de toda la pandilla y que el compor- tamiento tanto de parte de Lucía, de su amigo Julio, así como del resto de los amigos, fue siempre de lo más atenta que jamás hubie- ra él imaginado, hasta el extremo de haber pernoctado desde esa misma noche, y durante algún tiempo en el apartamento de Julio, lo que denotaba que para nada él pudiera estar implicado en la tropelía. Declaraba con tal contundencia, que el Juez que le tomaba de- claración encontraba todo en su lugar, le decía que si realmente era inocente nada tenía que temer, pero que debería quedar a disposición judicial, para lo cual tenía que facilitarles su domici- lio y teléfono si ello era posible, para tenerle localizado en cual- quier momento. Félix les facilitó todos los datos precisos: lugar donde vivía, donde trabajaba, teléfonos a los que podían llamar, caso de tener que ser localizado, horarios de trabajo y pormenores que le fueron requeridos. Sin embargo el Juez quedaba un tanto perplejo ante las decla- raciones de Félix, que no tenía conocimiento al parecer, de todo el drama que antecedía a su detención y no acertaba a comprender como un caso que le afectaba tan de cerca, que había sido inten- samente aireado por los medios de comunicación de todo tipo, no le había podido salpicar en modo alguno, tratándose de una amis- tad como todo indicaba, muy cercana a una de sus víctimas, en este caso ya de dos, o según se mirara, de tres o más... Cuando Félix abandonaba las dependencias, después de haber prestado declaración, no le quedaba ninguna duda de que él había respondido a las preguntas que se le habían efectuado, con total sinceridad y también con contundencia, así se lo hizo saber su abogado cuando le presentó la declaración para que la firmara, asegurándole que posiblemente no sería requerido de nuevo ante tales declaraciones. Lo que ignoraba Félix, es que a partir de aquel momento, en el que de nuevo pisaba la calle, dos agentes de paisano distintos a los que habían procedido a su detención, se convertirían en su sombra, le seguirían durante un tiempo, para tratar de cogerle in fraganti en algún error, y como señalado, como sospechoso de un caso, esto del seguimiento era una práctica llevada a cabo y algo que se hacía con todo individuo que fuera tenido como posible implicado en un caso cualquiera y más partiendo la orden de quien venía. Lo que más preocupaba a Félix era en el estado que había quedado su reputación el Club de Bolos, al que asistía con asidui- dad y donde se encontraba con sus paisanos, formaba parte de un Campeonato y había dejado colgada una partida, pero apenas se percataron que lo que se producía era una detención, algo que pudo arreglar a su vuelta, cuando alegaba que se había visto impli- cado en una pelea de discoteca y había sido requerido para prestar declaración como testigo. Todo quedó arreglado en el Club, pero la sorpresa vino cuando al llegar a su casa, el portero le anunciaba que dos Agentes, con un Mandamiento Judicial, habían procedido a efectuar un registro en sus dependencias, si bien le habían comunicado, que para no inter- ferir en la labor de la justicia, lo mejor sería que permaneciera ajeno a este registro, pero sobre todo, que de ninguna manera le informara de este registro legal, al inquilino del apartamento. Naturalmente le faltó tiempo al portero para ponerle al tanto a Félix, quien quitándole importancia al asunto, volvía al alegato que había utilizado en la cancha de bolos y que al pare- cer había dado buenos resultados, en todo caso el agradecimien- to materializado en una buena propina por parte de Félix por esta información no se hizo esperar, algo por otra parte muy habitual en el caso de los porteros que pretenden sacar tajada de cualquier situación. Lo que ahora preocupaba sobremanera a Félix, era si se les ocurría investigar en su entorno laboral. Ahí sí, ahí tenía Félix algo que ocultar y muy probablemente rayando la ilegalidad, si no el delito. Junto con un compañero de la empresa, aparte del trabajo en la misma, llevaban el mantenimiento de los ordenadores en una entidad bancaria fuera de las horas de trabajo, pero naturalmente en paralelo a la actividad que desarrollaba la empresa, que debi- do a este tipo de acciones llevadas a cabo por empleados sin escrúpulos, estaban siendo víctimas de una competencia desleal, desde todos los puntos de vista. De lo que no tenía conciencia Félix, era de que uno de los agentes que había visitado su casa, llevaba la orden de hacerse con una prenda, a poder ser de invierno para que esta no fuera echada en falta por parte de su dueño, con el fin de mandarla al Laboratorio y establecer una comparación cualitativa, con los restos de sudor de la cazadora que se encontraba en el Juz- gado, prueba principal en la acusación y condena de Enrique. Cuando D. Daniel tuvo el correspondiente informe del análisis de esta prueba, que era concluyente en el sentido de que corres- pondía una parte del análisis llevado a cabo con la cazadora, o al menos decía el informe, había sido usada por la misma persona que la anterior, ya no le cabía duda alguna que Félix tenía algo que ver en el delito y que para su desgracia se confirmaba lo que él llamaba un hecho de “libro”, como era que se había dado por evidente una prueba que no ofrecía ninguna duda de que perte- necía a Enrique, aparte de que él siempre sostuvo que en efecto era suya, aunque durante algún tiempo la había echado de menos. Junto con este informe D. Daniel, tenía otro tan revelador como el primero. Se trataba de un exhaustivo estudio llevado a cabo por el Secretario del Juzgado de Oviedo, colega suyo en los estudios de derecho, el cual había dado las órdenes oportunas para recabar de las autoridades de Cazones, todo aquello que tuviera que ver con Félix García Serrano, así como muy especialmente, las que pudieran proporcionarles en el Camping, donde había estado pres- tando sus servicios como camarero. Todo apuntaba a que Félix había sido despedido del trabajo, por alguna anomalía que no se apuntaba en el informe, incluso no se tenía constancia, como era lo más normal cuando se producía un despido improcedente o no, pasara por la Oficina del INEM, y allí tampoco había antecedentes de ese despido, por cuanto con- cluía el informe, se había producido una irregularidad a todas lu- ces. La mesa de despacho del padre de Laura se encontraba repleta de documentos relativos al caso, no quería hacer de menos a sus compañeros, por lo que pidió reabrir el caso y dar todo lo an- terior por zanjado. Sería un nuevo caso, con aportación de nuevas pruebas e inclu- so nuevos testigos, con lo cual no hubo problemas de competencia con sus anteriores compañeros. Le fue adjudicado el caso, nombró nuevos abogados de oficio, inició la citaciones y comenzaron los careos; incluso a Julio le comentaba su abogado, que para su fortuna habían vuelto a reabrir el caso, esta vez de la mano del padre de Laura, lo que le parecía a Julio que lejos de ser para él una buena noticia, más bien todavía le podía caer aún más el peso de la ley. Su abogado trataba de hacerle comprender que una sentencia dictada, solamente se podía ver afectada para ser disminuida e incluso en algunos casos, elevadas a Instancias Superiores, revocadas mediante un indulto. No le podía asegurar que su caso fuera ese, pero el hecho de nuevas pruebas, si acaso, le podrían ser favorables, pues caso con- trario no hubieran removido otra vez un asunto dado por zanjado. Y claro que había nuevas pruebas, nuevos testigos y nuevas de- claraciones, tan contundentes como las aportadas por Luis, Delia y Lucía en lo referente a la posición del reloj por parte de Félix en la mano derecha, detalle por otra parte que había de confirmarse en presencia de las partes, toda vez que el impu- tado podía cambiárselo de mano en el momento preciso en que se fuera a dar fe de esta prueba. Por ello y para obrar con cierta astucia, que no pudiera alertar al sospechoso, se le citó al Juzgado con la asistencia de un letrado, para prestar una declaración ya con carácter resolutorio y que se suponía fuera concluyente, antes de incoar expediente en la causa. A la puerta de entrada del Juzgado, como es preceptivo, to- das las personas, testigos, acusados, profesionales e incluso per- sonal autorizado, deben depositar sus pertenencias para pasar por el arco de seguridad, antes de personarse en la Sala a la que han sido citados. Detrás del mostrador, en el que se depositan las pertenencias, se encontraba sin identificarse nada menos que D. Daniel, pen- diente en observar en vivo y con dos abogados, que le acompaña- ban para ser testigos del hecho, que tenía la seguridad se iba a pro- ducir. En efecto Félix depositó, al igual que sus predecesores, todas sus pertenencias en una bandejita, efectos que le eran reintegrados una vez traspasado el arco de seguridad del detector de metales. Cuando esto hubo ocurrido, los observadores pudieron com- probar que tanto al entrar en el arco, como al salir de éste, cómo Félix se quitaba el reloj de la mano derecha y luego volvía a po- nérselo de nuevo en le mismo lugar, con una familiaridad que de- lataba era habitual esa posición. El abogado de Félix tuvo que aceptar, aun haciendo constar que los medios empleados no eran los habituales, que efectivamente quedaba demostrado, que Félix llevaba siempre el reloj en la muñeca del antebrazo derecho, con lo cual el imputado se reafir- maba en asegurar que así era, los cuales no entendían que aplica- ción práctica tuviera que ver el asunto del reloj con el caso de la violada. Además el abogado alegaba que si eso le implicaba, habría que analizar cuantas personas, en gran número también tienen esa cos- tumbre, ante lo cual el Fiscal no pudiendo contener más sus ga- nas de inculpar a Félix en el delito, empezó a enumerar lo que ni el propio Félix pensaba sería del dominio del Tribunal. Tal era el caso de la coincidencia del olor y sudor de la caza- dora con otra prenda... más haber desaparecido del circulo de sus amigos cuando el imputado fue consciente de lo que había provo- cado entre la pandilla... haber sido expulsado sin indemnización del trabajo del Camping... su ausencia inesperada del apartamento de Julio... y que si quería más pruebas, todavía podía aportarle al menos media docena que formaban parte del Sumario. Ante la evidencia de lo que allí estaba ocurriendo, Félix que comenzaba a derrumbarse, ahora sí, que no encontraba salida, ni coartada, ni nada que lo salvara y aconsejado por su abogado de- cidió hacer una confesión voluntariamente, bajo juramento, de su implicación en los hechos, ante la promesa por parte del Tribunal, que le serían tenidas en cuenta en forma de atenuantes, y en bene- ficios que pudieran darse en su defensa. CAPÍTULO IX Félix contó con pelos y señales: cómo, cuándo, dónde y porqué ocurrieron los hechos. Explicó con todo lujo de detalles, cómo movido tal vez por la envidia que le causaba ver a su amigo invidente, con una novia que aún invidente también, representaba para él algo inalcanzable, que en ningún momento se le pasó por la cabeza hacerle aquel daño, tanto a su amigo como a la propia víctima a quien co- nocía tan solo de unos días... “Que, trató de acercarse a ella halagándola, con pequeños deta- lles de golosinas y cosas que hurtaba de la intendencia del Cam- ping y de un pequeño supermercado que había en el mismo...“ Que, había tratado en las pocas ocasiones que tuvo de hacerlo, conquistarla por lo legal, pero que ella no le prestaba la menor atención...“ Que, harto de tanto desprecio, lo intentó por la vía rápida y para ello robó la cazadora de Enrique, pensando que sería de Julio, con el fin de que si era descubierto en su intento, recayeran las culpas sobre su novio, quien al parecer no tenía ninguna necesidad de forzarla, pues él había espiado sus arrumacos y atenciones que se dispensaban como pareja lo que avivaba todavía más sus deseos y no desesperaba pensando, que en cualquier momento le pudiera confundir con su novio, de ahí lo de la cazadora, y accedería a su capricho... “Que, la ocasión se presentó propicia precisamente el día que su jefe le pilló robando una botella de champán, lo que colmó su paciencia y produjo como consecuencia su despido sin más, pues tampoco quería provocar un escándalo y trascendiera en el pueblo su conducta, para no avergonzar a sus padres... D. Daniel que escuchaba atentamente, mientras una Secretaria tomaba toda la declaración, sin perder una tilde ni una coma de la misma, interrumpió para dirigirse a Félix diciéndole: si era cons- ciente de las declaraciones que estaba realizando y que luego de- bería firmar, a lo que Félix respondió, que sí, que era mucha la carga que llevaba soportando durante todo el tiempo transcurrido y que la única forma que contemplaba para salir de la situación, era haciendo que cayera sobre él todo el peso de la Ley. Ante lo cual y haciendo un inciso, quiso quedar claro D. Da- niel, y le recordaba a Félix que se encontraba prestando decla- ración, sin ser coaccionado y con total libertad, al tiempo que ordenaba a la Secretaria, que así constara en Acta. No quisieron los componentes del Tribunal entrar en detalles de cómo se produjo la violación, para no abundar en lo que había quedado definitivamente claro y las propias declaraciones de Félix así lo corroboraba al propio tiempo que su abogado, ante lo cual no había más que añadir. No obstante y debido a la nefasta experiencia del proceso se- guido anteriormente por sus colegas, y ante la evidente publicidad que se daría al caso, al tener que celebrase en vista pública tal y como exigía el caso, quisieron asegurarse bien, por cuanto ordena- ron fuera realizada una prueba de ADN al nuevo testigo - inculpa- do, para ser comparado con las muestras obtenidas de semen, en las ropas de Lucía, que afortunadamente no habían sido des- truidas, y que junto con la cazadora, formaban parte del inventario en poder del Laboratorio de la Policía. Esta prueba sería la que definitivamente limpiaría de toda sos- pecha el desgraciado nombre de Enrique, aunque a él desafortuna- damente le serviría de poco, si bien la familia lo agradecería so- bremanera. Ya en casa, D. Daniel mantenía una conversación que conside- raba imprescindible con su hija, ya que pocas veces le había de- dicado tanto tiempo y ahora estaba convencido que era absolu- tamente necesario, sobre todo por las peni-glorias que estaba pasando. A Laura lo que más le preocupaba, era ver el nombre de su amiga de nuevo en boca de todo el mundo, como si ya no hubiera sufrido y pasado por este infierno antes, así que le pedía a su padre que en lo que fuera posible, no le llamaran a prestar declaración al menos públicamente, lo cual decía D. Daniel no estaba en su mano, pues un caso que venía rebotado y con los antecedentes y el sensacionalismo que había despertado, era difícil que no se hiciera público, aparte que la Ley así lo exige. De lo que más satisfecho se encontraba el padre de Laura, que repetía, que si el éxito que se había logrado en parte era fruto de su interés en el caso, sin duda se debía mucho más a su colaboración, y también estaba el hecho de hacer justicia al buen nombre de Enrique por quien ella, su hija, había sentido algo más que amis- tad y pretendía borrar de su pasado, esto que más bien tenía que entender, como un mal sueño o una pesadilla que estaba a punto de concluir. Otra cosa bien distinta era la situación a la que se enfrentaba su amiga Lucía, que si bien por fin se sabría quien había sido el autor de su violación, para nada cambiaba la realidad de los hechos, quedaba marcada en su integridad para toda la vida y el hecho de haber perdido a su hijo, aunque fuera fruto de una violación, y sobre todo tener a su novio con una condena a cuestas, que le tendría apartado de ella un importante número de años, era poco menos que una condena de por vida también para ella. Por todo ello se prometía, y prometía a su hija, darle una fiesta que le hiciera olvidar todo este asunto, ante lo que Laura no mos- traba gran entusiasmo, pues se decía para su interior que ya nada sería lo mismo, que una vez terminado todo el Proceso, lo más probable es que ni se volvieran a ver, pues la pandilla se en- contraba destrozada por tanto acontecimiento desgraciado y estan- do siempre en el punto de mira de los medios, que como cuervos, solamente esperaban el desenlace final fuera el que fuera, eso a ellos es lo que menos les importaba. ¿Y Nemo, que habría sido de él...? Se preguntaba Laura..., tal vez podía ella hacerse cargo del pe- rro, en tanto saliera Julio de la cárcel, aunque claro eso le corres- pondería decidirlo o bien al Centro, o en segundo término a Lucía... en estas elucubraciones Laura se quedó dormida y su padre le puso una manta por encima, junto con un beso en la mejilla... El gran juicio se presentaba ahora con las novedades apunta- das, como el Juicio del año y en los medios se frotaban las ma- nos, pues aparte de que se iba por fin a sacar a la luz un caso, que dado el tiempo transcurrido ya había sido, si no olvidado, sí quedado en un lugar fuera del interés del público, pues eran cons- cientes los redactores que unas noticias suceden a otras. Pero precisamente los nuevos elementos aportados, desperta- ban de nuevo el interés tanto del público, que seguía con entu- siasmo este tipo de eventos, así como los propios profesionales de la judicatura, que estaban deseosos de saber de qué manera se desenvolvería el caso para no perjudicar y tan siquiera manchar el buen nombre de la Institución Jurídica Colegiada. A esto dedicaba precisamente sus últimos retoques en el caso D. Daniel, que era consciente del cuidado con el que había de pasar por el mismo, para no crear una sensación de desidia en sus predecesores y quería presentar el asunto, como un caso nuevo y no continuidad del anterior, aunque los protagonistas casi todos fueran los mismos. Por ello apoyaba sus alegatos siempre, basándose en el nuevo testimonio presentado por Lucía, así como en las declaraciones del imputado, que era nuevo en escena para todos. El día que se celebraba la vista, Félix se presentaba con sus mejores galas, tal vez animado por las esperanzas que le había creado su abogado, estaba increíblemente tranquilo y presentaba el aspecto de un auténtico ejecutivo, aunque su rostro cambió y quedó lívido, ante la entrada en la Sala de Lucía y Laura que se ayudaban de Nemo, el perro guía que se encontraba bajo la pro- tección y cuidados de Lucía. Las dos avanzaron hasta colocarse en el lugar asignado y acompañadas por un Auxiliar de Sala. Nada más pasar junto a Félix el perro, comenzó a olfatear, a gruñir y ponerse incómodo y nervioso algo que advirtió Lucía, que pudo intuir que su violador andaba muy cerca de donde pasaba, Laura arrastró literalmente, a su amiga al darse cuenta que dismi- nuía el ritmo de sus pasos, tratando tal vez de enfrentarse con el autor de sus desgracias. Cuando estaba todo el Tribunal formado y el público más o menos en silencio, los medios en una parte especialmente reservada para ellos, los abogados de la defensa en sus lugares y todo a punto de comenzar, por una puerta lateral a la Sala y coin- cidente con el Estrado desde el cual prestaban declaración los testigos e imputados, apareció la figura hierática de Julio, con su traje negro, diríase que a tono con la solemnidad del momento, sus gafas oscuras, su bastoncillo blanco, su cara de un pálido apreciable, bien arreglada su barba, su impecable camisa blanca con corbata oscura, le daban realmente un realce muy especial, sobre todo porque contrastaba con los brillantes grilletes que ligaban sus manos. A su aparición, Félix notaba como le recorría una corriente eléctrica por todo el cuerpo, le resultaba inquietante su presencia, pues ya conocía como se las gastaba su amigo y la prueba más patente era lo ocurrido con Enrique. El Juicio comenzó con precisión y dentro de la hora en que es- taba anunciado, las máquinas comenzaron a tabletear y dar fe de lo que allí estaba pasando. Tomó la palabra el Sr. Presidente del Tribunal, D. Daniel, ha- ciendo las advertencias oportunas, tanto a los abogados y jueces, así como a los testigos y acusado, se dirigió al público en general y a los reporteros de los medios de comunicación en particular, advirtiéndoles de guardar compostura y cumplir las normas indi- cadas, diciendo que sólo lo haría una vez, y que no tendría reparo alguno en mandar desalojar la Sala al mínimo incidente. Siguiendo el orden establecido, el Sr. Presidente llamó al Es- trado a Lucía, quien juró y se reafirmó en las declaraciones que públicamente leía una Secretaria, acto seguido dio lugar a la in- tervención de Julio, que permanecía sentado con dos guardias ar- mados uno a cada lado, quienes acompañaron a Julio hasta el Es- trado, éste solamente dio fe con su presencia de que todo cuanto acababa de corroborar su novia, era cierto y no tenía más que decir, una vez concluida su comparecencia, de nuevo fue sacado de la Sala. Lucía tuvo que hacer un gran esfuerzo para retener a Nemo, que luchaba por desasirse de ella con el fin de seguir a Julio, esta iniciativa por parte del perro, vino a poner una nota nostálgica entre los asistentes, que de inmediato se identificaban con la tra- gedia que significaba también para el perro la separación de su amo. Llegó el esperado turno de Félix, que subió al Estrado con so- lemnidad, casi con descaro y sin perder en ningún momento la serenidad y compostura, solamente cuando se le preguntó si cono- cía a la testigo y volvió la cara para encontrase de frente con Lucía y Laura, sintió la misma inquietud, que al descubrir en la Sala a Julio, Delia y a su hermano Luis. Se mantuvo y reafirmó en sus anteriores declaraciones, sin enmendar nada de lo que le fue leído, aunque en su descargo añadió, previo permiso del Tribunal y aconsejado por sus aboga- dos, que quería hacer constar, que su acto fue una calentura de la que había dado suficientes signos de arrepentimiento y que apro- vechando la presencia de Lucía, quería pedirle disculpas pública- mente por el daño que le había ocasionado, que además, y aquí saltó la sorpresa, estaba dispuesto a reparar el daño que le había ocasionado, si ella consentía... casándose con ella... en ese instante aumentaron los murmullos en la Sala, y el Presidente obligó a guardar silencio, algo que ocurrió de inmediato. Continuaba diciendo Félix con voz patética y balbuciente, ya a punto de romper en llanto, que estaba locamente enamorado de Lucía..., que se arrepentía de la barbaridad que había cometido, pero que fue mayor el atractivo que supuso para él, pasar por el lugar de los hechos y contemplar la dulzura y el candor con que se encontraba allí..., en la arena, dejando al descubierto parte de sus encantos naturales, a la vez que dejaba ver su ropa inte- rior y que... no pudo resistir el irrefrenable impulso de arrojarse sobre ella... Ante semejante declaración interrumpió D. Daniel, preguntán- dole, que cómo podía explicar entonces, si fue como declaraba una casualidad el encuentro con Lucía, el robo de la cazadora y las circunstancias que acompañaban el caso, así como el permanente acoso a que sometía a Lucía cada vez que la ocasión era propicia, si todo lo ocurrido no era más bien producto de una maquinación premeditada, qué motivó que se apartara de la pandilla desapare- ciera de casa de Julio, el hecho de no haber aparecido ante los incidentes, que dieron con Enrique en la cárcel, etc. etc. etc... A la vista de lo cual Félix ya sí, inmerso en un elocuente sollo- zo, no sabía o no podía contestar... Lucía irrumpió en lágrimas ante el cuadro que se representaba ante ella, con toda crudeza a la vez que con todo realismo y brutalidad. Laura trataba de consolarle aunque eran vanos sus esfuerzos. El juicio quedó aplazado hasta dar veredicto, y Félix fue incul- pado y declarado convicto y confeso, hasta pronunciarse sen- tencia definitiva en el caso, fue detenido y llevado en prisión preventiva. No fueron necesarias las pruebas de ADN, que en todo caso D. Daniel se había encargado personalmente tenerlas al día, y que por otra parte arrojaban una información, que no dejaba lugar a dudas en cuanto la autoría de los hechos. Las pruebas de ADN realizadas a Félix, daban como resultado, que en efecto comparadas con las prendas examinadas, correspondían a la misma persona. Además la confesión de Félix eliminaba cualquier duda al res- pecto, quedaba saber si este hecho, es decir el de su confesión es- pontánea, representaría algún atenuante en la sentencia que se le aplicara por el delito cometido. Tanto el Fiscal como los abogados, estuvieron de acuerdo en convenir, que lo mejor sería dejar en manos del Jefe del Tribunal D. Daniel, quien tenía sobrada y probada carrera a sus espaldas, para discernir cual debería ser la sentencia y las penas correspon- dientes en un caso, que se decían, estaba siendo analizado con lupas. De nuevo la prensa se hizo eco, esta vez quitando hierro al asunto y esperando de la benevolencia del Tribunal, apuntaban que sin duda, se habrían tenido en cuenta, no solamente el arre- pentimiento del acusado, sino también y muy especialmente la disposición del mismo para reparar el daño efectuado, llevándolo hasta sus últimas consecuencias, es decir tal y como había hecho saber, casándose con la víctima, si esta accedía a ello naturalmen- te. Pero Lucía y también sus amigos no estaban para gaitas y les parecía que lo que Félix había logrado era hacerse, debido a su puesta en escena, sino una víctima, sí al menos conseguir caer en gracia a cuantos presenciaron su “actuación”, decía muy enfa- dad Lucía. Por el contrario, los abogados y sobre todo Félix, como él mismo declaraba a la prensa, estaba dispuesto a aceptar el cum- plimiento de las penas que le pudieran ser impuestas por los jueces del caso, y una vez cumplidas mantenía su promesa de casarse con quien consideraba el amor de su vida, aun reconociendo el error de haber tirado por camino más corto y también el más erró- neo para llevar a buen fin sus deseos. Los periodistas con tal de alimentar este auténtico filón, le insi- nuaban a Félix, que si había pensado en el consentimiento tanto de Lucía, como de Julio su novio, pese a estar preso por un tiem- po, a lo cual respondía totalmente convencido, que eso era lo que menos le preocupaba, pues su amor salvaría cuantas barreras se pudieran poner en su camino y que no desesperaba, que algún día Lucía le correspondiera en la misma medida. El padre de Laura estaba realmente satisfecho del curso que ha- bía seguido la causa, y decía que por fin se sabría públicamente que la Justicia aun cuando pueda equivocarse, no siempre falla, que estaba pensando en una sentencia que aparte de ajustarse a Ley fuera especialmente modélica en su género. Sabía que tenía que ser ejemplar, justa, proporcionada y sobre todo conforme a Ley, para que no pudiera ser recurrida y crear jurisprudencia llegado el caso. Al padre de Laura no le resultaba fácil llegar a estas conclusio- nes, porque al ser parte interesada en el caso, corría el riesgo de dejarse llevar por los sentimientos de su hija, e influenciado por estar viviendo las consecuencias del delito, casi en primera perso- na, con la permanente presencia de Lucía en su casa. Inesperadamente de esta forma llegó a la conclusión y así se lo hizo saber a sus colegas, que no dictaría sentencia en el ca- so, que expondría sus razones en el Colegio de Jueces del Estado, para a petición propia, ser relevado en el caso por alguien ajeno al mismo. Fue nombrada una Comisión de Expertos en estos temas, ya que el caso personalizado por D. Daniel, en efecto tenía las perni- ciosas consecuencias de ser juez y parte en el asunto, de manera que les pareció a los miembros colegiados una posición de hones- tidad y la tomaron, como una de las muchas virtudes que adorna- ban la profesionalidad del padre de Laura. Evidentemente la Prensa apremiaba permanentemente, con in- sinuaciones tales, como que la Administración daba largas para dejar enfriar el momento de la sentencia, que esperaban ansiosa- mente para ver si era una sentencia salomónica, o por el contrario sería una venganza, llevada hasta las últimas consecuencias, por parte de un Juez que se sabía era inflexible ante la Ley en casos de muy ajenos a su persona, pero en esta ocasión, afectaba muy de cerca a su hija y el entorno de la misma. La vista para la sentencia se produjo dentro de los plazos que están estipulados para este tipo de casos. Nuevamente reunido el Tribunal, ante la sorpresa de los me- dios, esta vez presidido por un Magistrado de la Audiencia Pro- vincial de Madrid, uno de los llamados Jueces Estrella, muy conocido en los medios, por haber llevado a cabo intervencio- nes de ámbito internacional, detenciones de bandas armadas, narcotraficantes, etc. y tratándose de una vista pública, todo hacía suponer que sería el boom de la noticia. Afortunada o desgraciadamente, según se mire, no fue así y la vista se desarrolló en un más que discreto acto, apenas en unos minutos, se dictó una sentencia, que fue inesperada para unos, mínima para otros, justa para los más, pero que a nadie dejó indiferente o impasible. Desde luego los abogados, jamás pensaron, que unos hechos como los que allí se estaban juzgando, fueran merecedores de una pena de seismeses y un día, debían haber pesado y mucho en el ánimo de los jueces, el arrepentimiento demostrado por Félix, para conseguir pasar por alto, más de uno y de dos de los artículos del Código Penal, infringidos flagrantemente en opinión del Fiscal, pese a lo cual nadie opuso recurso alguno y se dio por concluida la vista. Félix ingresó en la cárcel ese mismo día... Fue conducido a un Centro Penitenciario de la provincia de To- ledo, lo que no impidió que a su llegada todo el personal de la Prisión, así como gran parte de los internos estuvieran al corriente del caso de Félix, gracias a la ventolera desatada por la prensa y los medios de comunicación de todo tipo. Habían dispuesto los responsables de la Prisión, que a la llega- da del “nuevo” y dadas sus características personales, por lo mí- nimo de su sentencia, así como por el conocimiento que se tenía de él, fuera ubicado en la Galería de Preventivos, Celda. 72- con el Nº. 784 de orden. Consideraban razonable, que dado que permanecería en la Pri- sión por un espacio corto de tiempo, no contaminarle con otros presos que tenían un dilatado currículum, proporcional a las con- denas de muchos años de penas que cumplir. No tardó mucho Félix en hacerse acreedor al trato privilegiado del que estaba siendo objeto, se ofreció voluntariamente a colabo- rar en la Oficina de la Prisión y en ella puso al día la mecánica funcional de los ordenadores, algunos prehistóricos decía en rela- ción a los que él estaba acostumbrado a manejar. Creó formularios para estadísticas, listados, etiquetas para los archivadores, partes diarios de incidencias, cartas modelo oficial y un sin fin de innovaciones, que tuvieron como resultado un cam- bio completo del aspecto de la Oficina de la Prisión, que ahora parecía un despacho de ejecutivo y no una ratonera, estado que sugería antes de la intervención de Félix. Julio por el contrario se removía en una tormenta que daba lu- gar en el interior de su conciencia, muy superior a lo soportable por una persona humana. Era tal el cúmulo de datos que bullían en su cabeza referente al asunto seguido con singular interés del nuevo caso, que le pa- recía que estaban cometiendo con Lucía y con él, un atropello de proporciones que jamás hubiera podido llegar a soñar, tan siquiera en sus frecuentes y negras pesadillas. No podía entender como una persona que había violado en can- tidad y calidad un montón de artículos del Código Civil, del Códi- go Penal y de todos los códigos morales, tanto divinos como hu- manos, hubiera podido salir prácticamente ileso de tanto desatino. Se sublevaba al comprobar, cómo quedaba manifiestamente explícito, por los muchos artículos de opinión que generaba la Prensa, que el autor de los hechos había burlado la Ley, y máxime cuando su expediente “gozaba” de todo tipo de agravantes: Alevo- sía, violación, abuso sexual, abuso de confianza, ocultación de pruebas, fuga, hurto, y todo tipo de tropelías cometidos con su novia. Pero él para nada estaba dispuesto a permitir que el autor de los hechos se fuera de rositas... En el silencio, impuesto por las muchas horas pasadas en la celda, estaba tramando la más espectacular de las venganzas que jamás hubiera parido persona humana alguna. Julio tenía como compañero a un individuo de etnia gitana, que llevaba por alias el nombre de Fitipaldi, “Fiti” le llamaba todo el que trataba con este personaje. Pesaba sobre él una larga condena por haber cometido un delito tipificado como Crimen Pasional y en los anales históricos de la Prisión existían numerosos casos de esta índole, aunque ninguno revestido de la frialdad y crueldad, con que había llevado a término su acción el “Fiti”. El “Fiti” había sorprendido a su mujer in fraganti en su propia cama, en el tálamo nupcial, como decía su informe técnico lleva- do a cabo por un abogado de su misma etnia. Un mal día en que tuvo que volver a casa, a deshoras ya que le había surgido un “ne- gocio” de trapicheo y necesitaba un dinero que no llevaba encima, cual no fue su sorpresa, al llegar a su casa y encontrarse con que su mujer, que nunca le había dado motivos tan siquiera de celos, se encontraba “enroscada” a un payo, que más le valiera no haber nacido... Se había tomado la justicia por su mano, algo que en el código gitano se interpretaba como haber hecho verdadera justicia. El “Fiti” había segado de un certero tajo la yugular de quien había mancillado su hombría, al tiempo que su honra, como suele decirse sin despeinarse, y en el mismo acto a la mujer que le su- plicaba de rodillas perdón, pues al parecer el individuo le había sometido contra su voluntad, amenazándola con llevarle a los Tri- bunales por una deuda contraída por la familia que era incapaz de liquidar, a ésta la cogió por los pelos, la arrastró hasta la calle y desnuda en medio de un charco de sangre, la dejó a la vista de todos. Esto en el ambiente carcelario se denominaba, echarle un par de cojones y era bien visto, por lo que el“Fiti” gozaba de conside- ración, respeto y reputación por parte de los presos, que demos- traban admiración hacia la persona autor de este tipo de “haza- ñas”. Todo ello había propiciado que Fitipaldi gozara de cierta liber- tad en sus movimientos dentro de la cárcel, amén de ser un buen mecánico y de tener al día la puesta a punto de los vehículos de los funcionarios y algún que otro Jefe de la Prisión. Además se encargaba de las chapuzas, que en todo colectivo se producen y es imprescindible disponer de una persona de variopin- tos conocimientos en la rama del bricolaje, mecánica casera, albañilería y cuanto se le ponía por delante. Y esa persona era el “Fiti” quien reunía todas las características y hacían que fuera el idóneo para estas funciones. Julio sabía que tenía que entrarle con la astucia y prudencia ne- cesarias, para no ser rechazado por Fitipaldi en un asunto de la envergadura que tenía pensado llevar a cabo. No se le podía comprar al gitano así como así, pues la integri- dad del “Fiti” estaba fuera de toda duda en ese terreno, si bien co- nocía su lado flojo, es decir podía decirse que la similitud de los hechos una violación en toda regla, que había sufrido su compañe- ro y la suya reunían tanta semejanza, que si alguien tuviera que juzgar la importancia de los hechos y el sufrimiento que causaba esa persona sería sin duda el “Fiti”, al haber sentido en propia carne el lacerante impulso de la venganza... A él recurriría Julio para proponerle llevar a cabo una vengan- za, que dadas sus limitaciones físicas, nunca podría llevar a buen término sin su colaboración. De esta manera llevaría a cabo la que Julio denominaba la ven- ganza del siglo... Durante todo este tiempo... Ya no podía Lucía soportar más tensión debido a los meses pa- sados en permanente punto de mira, no solo por parte de los me- dios sino también por parte de compañeros, amistades, familia y quienes se cruzaban en su camino a diario. De tal manera que quiso, como suele decirse, poner tierra de por medio. Habló con Delia quien por enésima vez estuvo de acuerdo con ella en que se fuera a su tierra a pasar una temporada y de esta manera olvidarse si no del todo, si aliviarse de tanto re- cuerdo nefasto como estaba viviendo últimamente. A Luis tampoco le desagradó la idea, ahora podría ser en cierto modo él también protagonista adjunto en su pueblo, en el que se estaba al día habida cuenta de lo sucedido con Lucía, su novio, los amigos, la muerte de Enrique y pormenores que se habían aireado en todo tipo de revistas, sobre todo de las llamadas Revistas del corazón, lo que había hecho que los asuntos relacionados con el caso de Lucía, hubieran adquirido tintes de novela, más bien de culebrón. Pasaron varios meses sin que ninguno de los de la pandilla tu- viera noticias unos acerca de otros. Laura había retomado sus clases, pertenecía a una Coral Poli- fónica que había sido creada en el Centro y se programaba un Concierto con motivo del décimo aniversario de la fundación del Centro. Laura en su afán por recuperar de nuevo la amistad un tanto deteriorada con la pandilla, se propuso invitarles personalmente a todos para el evento, que se presentaba con tal motivo y ade- más ella como parte activa en la Coral en la que protagonizaba varios números en solitario, pretendía tener junto a sí a quienes más le conocían en esa faceta, es decir a sus amigos. Así lo hizo, y hete aquí que Lucía se presentó con Luis ya co- mo su nuevo novio formal, algo que sorprendió aunque agrada- blemente a Laura, que entendía muy bien que se hubiera refugiado en él, después de haber pasado tantas situaciones desagradables. Sin embargo la presencia de Félix que también asistía al con- cierto desató todo tipo de comentarios, a nadie se le ocultaba que la situación era un tanto delicada, sobre todo para la pobre Lucía, que sin duda volvería a revivir de algún modo la tragedia que nun- ca podría olvidar. Félix había cumplido su condena y además gozaba de un ex- pediente en el que de manera muy significativa, se le tenían en cuenta los servicios prestados en la Prisión y no solamente esto, si no que le habían propuesto de manera formal, pertenecer a la plantilla de funcionarios de prisiones, con un mínimo examen de ingreso. Félix se estaba planteando esta posibilidad que ahora le ofrecía nada menos que ser funcionario del Cuerpo de Prisiones, pues su trabajo en la anterior empresa, así como sus colaboraciones extra- laborales se habían ido al garete, con motivo de su detención y tiempo pasado en la cárcel. Una vez fuera de la cárcel, quería reanudar su vida en primer lugar pidiéndole perdón a Lucía, y tratando de hacer realidad la promesa de casarse con ella, tal y como había manifestado en sus declaraciones e inculpaciones del juicio que le había condenado a prisión. Entre Luis y Félix se produjo un encuentro, desde todos los puntos de vista muy negativo, Lucía había abierto su corazón a Luis y para nada quería saber de los sentimientos, arrepentimien- tos, o vaya usted a saber qué, por parte de Félix, que tan siquiera logró ser escuchado por ella. Luis dejó con claridad meridiana a su ex amigo, cuál era la postura con relación a su novia y también cual debería ser la suya, para que no le cupiera duda a Félix, le prohibió tan siquiera le fuera dirigida la palabra a Lucía, caso contrario se tendría que ate- ner a las consecuencias. Delia procuraba mediar entre su hermano y Félix de una ma- nera decía ella civilizada, para evitar el choque que se venía ve- nir, ante lo cual tuvo que esgrimir una situación, que salvaría cualquier obstáculo si es que existía. Pese a que la pareja recientemente compuesta por Luis y Lucía parecía preparada para evitar exclusivamente el encuentro des- agradable con Félix y también con Julio, nada más lejos de la realidad, era una relación de pareja de las denominadas estable y además tenía muy claro que llevarían esta relación hasta sus últi- mas consecuencias, es decir estaban hablando de casarse. Laura confidente de Lucía, recibía la primicia de su íntima, al saber que esperaba un hijo, esta vez deseado y cuyo responsable era Luis. Delia también tenía noticias del asunto, pero no estaba autorizada a manifestarlo, en tanto el asunto de su hermano con Lucía no estuviera consolidado, cosa que al parecer, a partir de aquel momento era un hecho sin alternativa o vuelta atrás. En casa de Lucía habían perdido toda esperanza de recuperar a su hija, ahora ya no sabían en que forma le habían afectado los asuntos que a ellos les parecía que podían haber condicionado su vida y que tal vez obraba motivada o movida por la venganza hacia Félix y puede que hacia Julio, con quienes les había unido el destino, tal vez sin ella proponérselo y ahora con este nuevo noviazgo, que ellos ni aprobaban ni ponían pegas, se encontra- ban de nuevo con un embarazo que podía complicar, además de la vida de su hija, la de ellos mismos... En tanto Julio planificaba su desquite, de la manera más burda e inquietante, sin duda motivado por las noticias que le llegaban de parte de un amigo de la ESCI, el abogado que no pudo conse- guir librarle de la cárcel y que ahora se había convertido en confi- dente, gracias a las dádivas que Julio con frecuencia le ofrecía, para alimentar el hecho de que le tuviera al día de los movimien- tos, tanto de Félix como de Lucía, a quien había perdido para toda la vida. Sus conversaciones con “Fiti” al parecer iban por buen camino. El último informe que le había proporcionado al respecto, decía que “Fiti” tenía contacto con una exprostituta, que le estaba sir- viendo de gancho para llevar a cabo las acciones que habían plani- ficado, la ruina de Félix, y que la exprostituta se la conocía con el nombre de “Maca”, es decir Macarena. En efecto conociendo las debilidades en el terreno sexual de Félix, esta profesional, que por cierto se estaba rehabilitando en un Albergue de Reinserción, patrocinado por los Servicios Sociales de la Comunidad de Madrid, Había vuelto a las andadas, es decir al comercio carnal de su cuerpo, pues la tal Macarena era mucha hembra para rechazar una oferta, sustancialmente económica, aun- que también con promesas de relaciones, como la que le había ofrecido el “Fiti”, motivo por el que tenía que demostrase así misma, que todavía era capaz de volver loco a un tipo, como al que le habían señalado debería seducir. Félix que al verse en libertad se había hecho todo tipo de bue- nos propósitos, aún a su pesar, no supo o no pudo resistirse a los encantos de la “Maca”, que apareció en el club del que era asiduo Félix, una de tantas noches. Macarena le tendió una trampa, le trastornó y le dio todo tipo de facilidades para que entrara al trapo, hasta el extremo de lograr hacerse hueco en la vida de Félix, de tal forma que el plan pre- visto solamente dependía de las órdenes que el “Fiti” quisiera darle, para llevarlo a término. Ya tenía a su víctima en el bote... Lo que Julio quería y hacía saber a “Fiti” era eliminar a Félix definitivamente, y esta vez sin dejar rastro que pudiera incul- parle, aunque decía tampoco es que le importara mucho, pues cualquier cosa que le pudiera ocurrir a Félix, el primer sospechoso sin duda alguna sería él, con lo cual había que tomar todas las precauciones posibles. Ya que disponían de la confianza de Macarena, quien estaba dispuesta a llevar a cabo la acción, el asunto tenía que parecer un auténtico accidente de los que a diario ocurren en las calles de Madrid, antes de que la amistad de ésta pudiera ser notoria y pudieran enlazar esta circunstancia con “Fiti” y como consecuen- cia con Julio. Así que se le ofrecía un millón de las antiguas pesetas a Maca- rena y otro a “Fiti”, por servir de enlace en el crimen, eso sí, Julio esta vez exigía las garantías suficientes de éxito, antes de soltar un duro, a lo que le respondía “Fiti”, que por su parte, ya podía ir encargando los funerales de su amigo, pues tenía plena confianza en Macarena, además de la más absoluta discreción, tanto es así que se comprometía a no cobrar nada, mientras no quedara resuelto el “trabajo”. Una mañana cuando Félix se disponía a atravesar la ca- lle de Bravo Murillo, próxima a la de su apartamento, una moto de gran cilindrada se lo llevó por delante, siendo poste- riormente arrollado por un coche que circulaba en sentido contra- rio. La moto que era conducida por una persona, no se sabía si mujer o varón, según declaraciones de los testigos presenciales de los hechos, se dio a la fuga, una vez cometido el atropello... Félix fue conducido urgentemente por una unidad del Samur a un Centro de Urgencias, donde quedó ingresado en estado muy grave. Estuvo varios días debatiéndose entre la vida y la muerte, a las seis semanas y tras dolorosísimas intervenciones y una larga es- tancia en el Hospital, rehabilitaciones, gimnasias y todo tipo de atenciones médicas, fue diagnosticado como tetrapléjico severo, dependiente por tanto de atención para cualquier función vital, e internado en un Hospital especializado en este tipo de tratamien- tos. La Policía que comenzó haciendo todo tipo de conjeturas, no perdía de vista la posible participación en los hechos de Julio, tal y como él había supuesto, aunque relacionarle con aquel accidente era poco menos que imposible, dada la pulcritud con la que se ha- bía efectuado. No obstante Julio quería rebajar la cuantía en el pago del en- cargo, pues si bien se había producido una rápida intervención por parte de “Fiti” en el tema, también era cierto que el éxito no era el esperado, aunque “Fiti” decía que dado el estado en el que había quedado la víctima, era todavía peor que si hubiera muerto y que por tanto se consideraba acreedor a recibir la cifra de dinero pactado, máxime habiéndole prometido a la “Maca” su parte, que ésta sí que no se andaba con tonterías y que de no cumplir con ella con lo pactado, la encontraba muy capaz de cor- tarle... lo que hiciera falta. Todavía después de estas manifestaciones, se resistía Julio a cumplir con su parte en el trato, pero “Fiti” le dejó bien claro, apuntándole con la punta de una cheira al cuello, recordándole cuál era su especialidad para terminar con aquel asunto, ante lo cual Julio estuvo de acuerdo en el pago, no sin antes tratar de con- seguir dos por uno, es decir le proponía a “Fiti”, que ya que no se habían producido los hechos a su entera satisfacción, para resarcir- se de ello le ofrecía la oportunidad de acabar también con la vida de Luis, por el mismo precio. Tal era el grado de locura de Julio, que en su venganza, no reparaba en el daño que pudiera acarrear a Lucía, tanto desmán y sobre todo tanta sangre. Pero “Fiti “decía, que eso era y formaba parte de un capítulo nuevo, que le aflojara lo convenido y que luego ya se vería si se llevaba a efecto o no. Las transferencias del banco podían dar al traste con el anonimato de Julio en el asunto de Félix, debía obrar con pruden- cia al tiempo que no podía retrasarse más en el pago, pues “Fiti” se lo recordaba de manera inmisericorde todos los momentos del día y de la noche llegado el caso. ¿Cómo retirar dinero de una cuenta sin que figure en el extracto el movimiento del mismo...? Esa era la gran pregunta que Julio realizaba a su abogado, con el fin de no declararle abiertamente, que necesitaba una can- tidad importante, algo así como dos millones de pesetas, para el pago de un trabajo encargado. Existían varias fórmulas, como le apuntaba el abogado, entre las que se encontraba la de retirar diariamente una cantidad que al cabo de un tiempo resultaría importante, tenía el inconveniente que debería realizarse mediante reintegros en el Cajero automáti- co, lo cual significaba tener que hacer uso de la tarjeta de crédito además del nº secreto de la misma, algo a lo que Julio no estaba dispuesto a acceder. Solamente mediante una transferencia, a un supuesto Centro Benéfico y luego rescatarlo, se podría justificar un desembolso de semejante cuantía, aunque existía otro medio decía el abogado cual era realizar una inversión en la compra de Bonos del Esta- do, que luego se podían traspasar o vender sin levantar sospe- chas. La cosa es que Julio dejó en manos del experto este reintegro, que naturalmente en opinión del abogado, generaría una serie de gastos a los que debería hacer frente Julio. La cuestión es que los dos millones se vieron incrementados en otras quinientas mil pesetas más, en concepto de gastos de nego- ciación, eso sí, con todos los justificantes necesarios de la transfe- rencia. De esta manera logró saldar cuentas con “Fiti”, que le amenazaba no solo con delatarle, sino rebanarle el pescuezo cuan- do estuviera dormido. Pero el problema estaba más bien ahora en Macarena, que ha- bía subcontratado los servicios de un guardacoches de un Carre- four, un melenudo delincuente habitual, ex drogata, ex legionario, y con unos antecedentes, capaz de hacer cambiar el color del ex- perto policía más templado. Este delincuente exigía a Macarena además de las doscientas cincuenta mil pesetas acordadas, un polvo, algo en lo que Maca no tenía ni ponía reparo alguno, y además el arreglo de la pintura de la “cabra”, su moto, que había quedado dañada en el choque con Félix, y aquí es donde existía desacuerdo, porque el “Pelos” decía que otras cien mil de vellón, o iba con el cante a la “madera”, con lo que Macarena apenas resultaba agraciada, como no fuera con la pedrea... Con todo este movimiento y situaciones, Julio andaba un tanto descolocado, había abandonado su propio aseo personal, su barba entrecana había crecido desmesuradamente, sus lentes oscuras presentaba uno de sus cristales con una rotura parcial, aunque eso a él no le suponía más trastornos que el de su aspecto, y poco a poco estaba abandonando, lo que para él había significado, parte de su personalidad. La mayor preocupación de Julio consistía en encontrar la forma de redondear su “hazaña” y ahora para terminar con su propósito tenía que ajustar cuentas con Luis, otro traidor hijo de puta, que aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, se había apoderado de los sentimientos, de quien otrora ocupaba su corazón todas las horas del día, de Lucía. Si bien entendía, que tal vez, había tratado de consolar a su po- bre ex, aunque el fruto de este consuelo había quedado bien patente, pues Lucía estaba de nuevo en estado de buena esperan- za y esta vez porque así lo había decidido ella. “Fiti” encontraba que el dinero que había recibido por parte de Julio, para nada solucionaba sus problemas, se había esfumado en poco tiempo y viendo lo fácil que le había resultado sacarle una buena cantidad, quiso tentar de nuevo a la suerte y le pro- ponía a Julio que le hablara del asunto de Luis, del dos por uno, que le había mencionado. Aunque Julio ya estaba harto de tanto trato, que entre otras co- sas, le estaba costando la ruina y apenas le prestaba aten- ción, tampoco quería hacerle más daño a Lucía, pues al parecer, cada vez que tomaba iniciativas en el asunto, la última perjudicada siempre era ella. Por una aparte “Fiti”, luego Macarena, y por último el macarra guardacoches, todos se habían quedado sin blanca antes de lo que ellos, que ya se consideraban ricos de por vida, se hubieran dado cuenta, estaban en la misma situación de siempre y querían más, de tal manera que no cesaban de presionar a Julio, para que les encargara un nuevo trabajo, y constantemente le extorsiona- ban, mediante la intervención de “Fiti”, diciendo que si no les daba más oportunidades le delatarían, con lo cual sus penas se verían incrementadas hasta el infinito. Una mañana... Julio apareció en su celda, que era la misma que la de “Fiti”, colgado de los barrotes de la pequeña ventana, por la cual, sola- mente se podía intuir que afuera en la calle, hubiera algo más que el cielo que se contemplaba desde la colchoneta, en la que pasaban largas horas, tanto en la oscuridad de la mente de Julio, como el la retorcida de “Fiti”. El caso no tuvo más trascendencia, que la que se le da a un he- cho que se repetía, de vez en cuando, entre la población carcelaria, el suicidio, sin que se pusiera en duda la naturaleza del hecho y su autoría. CAPÍTULO X Lo que tenía visos de terminar como una tragedia griega, en la que muere hasta el apuntador, ahora se convertía en una triste realidad. El caso que necesariamente era retomado por el abogado de Ju- lio porque además de ejercer de defensor, también era su amigo, tenía todos los tintes de haber sido una venganza, o un ajuste de cuentas llevada a cabo por algún interno, o tal vez por encargo. La familia quiso llegar hasta las últimas consecuencias, saber por qué Julio, había dispuesto de una importante cantidad de dinero en un corto espacio de tiempo, ya que sospechaban que todo era porque había sido víctima de un chantaje y que significa- ba la causa que había motivado su muerte. No se pudo aclarar nada en este sentido, pero existían sobradas razones para pensar, que tanto el accidente de Félix, que había terminado prácticamente con su vida, así como la muerte de Julio, no eran fruto de la casualidad, sino un plan urdido con mucha ca- beza y que solamente una mente privilegiada y retorcida, había podido llevar a cabo. El abogado decía, que ya no encontraba motivos coherentes pa- ra continuar con una investigación, que además de que se escapa- ba de su cometido, sería necesario contratar un detective y eso costaba mucho dinero y tiempo, y tampoco se podía asegurar, sir- viera para esclarecer los hechos. La familia de Julio en cambio, no lo creía así, pensaba que den- tro de la cárcel existirían suficientes pruebas o datos para inculpar a un asesino a sueldo, pues las cantidades retiradas de la cuenta de Julio, correspondían efectivamente a las fechas en que habían sucedido los “accidentes”, con poca diferencia entre los hechos y los reembolsos de la cuenta y ellos estaban dispuestos a sacar a la luz todos estos datos. Un descubrimiento que daría mucho que pensar a los abogados y también a la policía, era que la cuenta principal de Julio estaba además a nombre de Lucía... Por tanto no se podía asegurar, que las cantidades retiradas de dicha cuenta, fueran realizadas de común acuerdo, por parte de los titulares de la misma, o no. Ahí quedaban las dudas… ¿Sabía Lucía de la trama que seguía Julio...? ¿Era cómplice de su venganza...? Cuando Enrique fue asesinado, porqué Lucía lejos de verter una sola lágrima, ¿sintió que un peso se le quitaba de encima...? ¿Qué significado tenía aquella llamada registrada en su telé- fono, cuyo número correspondía a una cabina de la Prisión de Alcalá Meco, que había descubierto la policía...? ¿Por qué Lucía en las fechas en que ocurrieron los hechos de la muerte de Enrique, no se encontraba en Madrid y sin embargo su móvil tenía varias llamadas realizadas desde la citada cabina...? Según la policía todavía quedaba mucha tela que cortar en los casos que se seguían y cualquier hipótesis no debía ser desechada. Laura recibía la noticia del nacimiento de una niña de Lucía y Luis, la alegría era todavía mayor, pues se le invitaba a participar en el acontecimiento tomando parte activa en él, es decir le pedían fuera la madrina de la niña en el bautizo que se anunciaba en un mes más o menos. Lo más rápido que le fue posible, comunicaba Laura, a Luis y Lucía que se sentiría muy honrada en apadrinar el fruto de su amiga, para lo cual aportaba el nombre de la misma, si no habían pensado en otro y que le gustaría fuera el de Laura. Mil felicitaciones por parte de Laura y también de sus ami- gos colmaron de felicidad y cambiaron el dolor por la alegría a Lucía, que se había aclimatado y hecho a la vida de su marido y de la familia del mismo y gozaba de la inestimable ayuda de De- lia, su cuñada y amiga y la vida aunque difícil para ella, trans- curría sin mayor dificultad. Atrás habían quedado, tiempos de amargura, de pesar y ame- nazas. Aunque en esto de las amenazas, Lucía confesaba a su mari- do, que de vez en cuando recibía llamadas de una voz anónima de mujer, exigiéndole cantidades de dinero, a cambio decía, de guar- dar silencio en un asunto, en el qué podía verse implicada una vez más. En cambio el padre de Laura, no tenía muchas ganas de conce- der a su hija un capricho más, de los que estaba acostumbrada. Le parecía una solemne tontería, que después de tanto acontecimiento y escándalo, volviera a desenterrar la amistad con su amiga Lucía, después del trastorno que había causado y ahora que tan siquiera vivía en Madrid, de nuevo volver a las andadas. Para no contrariarla, le propuso que se tomarían unas vacacio- nes, los tres miembros de la familia, y que serían en el extranjero, lo que motivaría una excusa para rechazar la invitación, que en opinión de D. Daniel, Lucía se había visto obligada a ofrecerle, en señal de agradecimiento. Además el desplazamiento hasta Andalu- cía en verano no era precisamente del agrado, tanto de la mamá de Laura como de él mismo, con lo cual el asunto quedaba zanjado. La Policía abundaba en la Investigación sobre la muerte de Ju- lio, que por obvia que pudiera parecer, existían dudas razonables, que se hacían evidentes, a la vista de los resultados de la autopsia realizada sobre el cadáver. Al parecer, según los informes del forense, todo apuntaba que no se trataba de un caso de suicidio más, el cadáver presentaba signos inequívocos de haber sufrido una agresión antes del óbito, es decir no había muerto precisamente por ahorcamiento, como indicaban todas las pruebas, posiblemente decía el informe , se cuestionaba que hubiera sido asesinado antes colgado posterior- mente, pues unas marcas que aparecían en el examen minucioso de sus órganos internos, daban como resultado, una muerte por asfixia, con unas diferencias muy notables a la muerte por estran- gulamiento, que se producen al ser colgado el cuerpo. Pero este no era el estilo clásico del “Fiti”, primer sospechoso por ser el compañero de celda de Julio, por cuanto la Investiga- ción seguía por otros derroteros, tratando de hallar nuevos datos que arrojaran un punto de luz en un caso, que se presentaba más que complejo, ante las manifestaciones vertidas en el informe del médico forense, que había practicado la autopsia. La Policía no abandonaba cualquier hipótesis por absurda que esta pudiera parecer, comenzó un exhaustivo análisis de cuantos documentos pudieron recabar del Juzgado, la cárcel, el hospital, la ESCI, etc. no dejaron títere con cabeza. En la cárcel, donde habían tenido lugar los hechos que termina- ron con la vida de Julio y que tocaba investigar en primer lugar, se solicitó la entrada de un “topo”, que durante un tiempo y con el consentimiento del Director de la misma, trataría de recopilar la mayor información posible sobre el caso. Este topo fue alojado, como no podía ser de otra forma, en la celda que otrora ocupara Julio, aunque “Fiti”, fue trasladado para no levantar sospechas. Los primeros días, que al “topo” le parecieron de auténtico in- fierno, pudo comprobar la cerrazón y hermetismo, por parte de todos los internos. Existía un código de honor y los chivatos eran eliminados de inmediato, por lo que nadie quería correr el riesgo de ser escabechado en cualquier rincón de la prisión. Durante días y semanas el policía camuflado, tuvo que pasar por las vicisitudes de cualquier penado, tales como comer la bazo- fia del rancho que allí se administraba, mediante lo cual había encontrado un clarísimo fraude, por parte de los intendentes, que mermaban y sustraían cantidades destinadas a la alimentación de los presos y que a las claras demostraban su interés para no cambiar bajo ningún concepto en el puesto de los relevos, para así continuar con tan sustancioso negocio. Al mismo tiempo el “topo” tampoco era liberado de las faenas más bajas que le correspondieran en el “Diario de Cargos”, como eran las de limpieza de letrinas, barrer y fregar las dependencias del comedor, ropería, arreglo de parterres y campos de césped, limpieza de cristales, fregar hasta dar brillo a las galerías kilo- métricas, y mil funciones, que ponían a prueba al más duro de los reclusos y todo ese esfuerzo prácticamente, a cambio de nada... Pero la preparación física y mental del funcionario introducido, no dejaba lugar a dudas, tras pasar por las aberraciones más fla- grantes, el objetivo que llevaba impreso en su mente, le daba alas para superar las mil y una vicisitudes a que se veía sometido cons- tantemente, el premio sería el reconocimiento de sus superiores y el ascenso a punto de serle concedido, hacían que este funcionario, profesional del tratamiento del delito, pasara desapercibido para la pacata mente de la mayoría de los internos, aunque a “Fiti” le re- sultaba un tanto extraño que este nuevo, habiendo sido puesto en antecedentes de lo ocurrido, tan siquiera en el comedor, que era donde mayormente se podían intercambiar confidencias, a cambio de la ración escasa de comida o cualquier otra chuchería de postre o golosina, no le hubiera hecho preguntas, aunque fuera por simple curiosidad, pues toda la prisión estaba muy alterada por lo ocurrido con el ciego, que al parecer gozaba de las simpatías de quienes se habían cruzado con él, en las pocas ocasiones que se tienen con determinado tipo de penados. Fiti” se acercó hasta el lugar donde parecía no querer tomar parte el “topo”, en los juegos que se desarrollaban en el patio y que casi sin proponérselo, los internos acababan en tumulto y riña, en las que se saldaban pendencias y pequeñas deudas, casi siempre de honor, con heridos a veces graves y sin que los funcionarios de la prisión pusieran mucho empeño en ordenar y evitar este tipo de escaramuzas, que estaban, si no consentidas, al menos disimula- das, por la mayor parte de ellos. Cuando el funcionario infiltrado entre los internos vio venir ha- cia él al “Fiti”, una especie de escalofrío recorrió la espina dorsal del mismo, no sabía qué intenciones se traía el “Fiti”, del que conocía al dedillo su amplísimo currículum vitae y aunque le pilló en guardia, temía ser descubierto, pues el instinto de quie- nes permanecen años en la cárcel, les hace desarrollar un olfato muy especial, para descubrir cualquier forma de impostura que pueda darse, y esto el funcionario lo sabía, era una cuestión que se aprendía en los libros. ¿Tío, tienes un pito...?, le espetó el “Fiti”... No, contesto el funcionario casi con la voz apagada, es que no fumo... El “Fiti” recorrió con su torva mirada todo el tallaje de su inter- locutor, escudriñándole, observándole, no dándole lugar a que se rehiciera de su inesperada presencia y apabullándole con más pre- guntas... ¿Cuánto te ha caído...? ¿Por qué te han trincado...? ¿Necesitas algo...? Y mil preguntas, que estaban produciendo en el funcio- nario un deseo de partirle la cara, solamente por la costumbre de no tener que aguantar preguntas, pues era él quien las hacía en todos los casos. Pero el oficio había que demostrarlo en situaciones precisamen- te como la que estaba viviendo pensaba el “topo” , algo para lo que nunca está uno suficientemente preparado, pues de la teoría a la práctica, existe una notable diferencia y bien que lo es- taba constatando. En todo caso, ese era el momento para el que se había estado preparando de manera muy especial, asistido por psicólogos y peritos en esta materia y había llegado la hora, de poner en prácti- ca sus conocimientos al respecto. Tratando de que no se le viera el plumero, el funcionario “to- po”, optó por entrarle de frente, para no crear dudas acerca de su presencia en la cárcel, y respondió al “Fiti” diciendo: ¿A ti que cojones te importan mis asuntos...? ¿Dónde huevos dice, que tenga yo que explicarte a ti, mi situa- ción?... Además, tanto te importa a ti lo mío, como a mí lo tuyo así, que aire... “Fiti” se dio media vuelta y el “topo” respiró hondo, hasta ese preciso instante, no las tenía todas consigo, por menos, el “Fiti” le había cortado el cuello a más de uno. Así que el funcionario a partir de aquel momento, se dijo a sí mismo, que debería nadar y guardar la ropa cuidando de su culo, en cualquier momento esperaba una agresión, pues nadie se había atrevido a tanto, en tan poco tiempo. En el comedor “Fiti” logró, nadie sabe cómo, ni a través de qué mecanismos, sentarse justo enfrente del “topo”. Cuando tuvo conciencia de la realidad de su presencia el “to- po”, en un acto reflejo, miró hacia donde se encontraba el funcio- nario armado más próximo a su ubicación, pues mucho se temía se prepararía cualquier reyerta, para ajustarle las cuentas, el frus- trado “Fiti”. No ocurrió así, más bien todo lo contrario, el “Fiti”, con as- pecto sumiso, le dirigía la palabra, aunque era consciente de que el “topo” no le prestaba la menor atención, para hacerle saber, que su intromisión había sido motivada sencillamente, porque su anterior compañero y él mismo, habían ocupado la celda, donde ocurrieron los hechos que tal vez él no conocía, y a él se le había metido en el caletre, que algo no cuadraba en la muerte de Julio. Que al estar todo el tiempo sin poder acceder a la celda que an- tes ocupara, no podía investigar si todo se encontraba en su sitio, si algo no encajaba en la fotografía que pudo contemplar, la maña- na en que Julio apareció fiambre en la celda. Y...continuaba hablando y hablando y le insinuaba, precisa- mente lo que el funcionario quería saber, que tenía fundadas sos- pechas, confirmadas en la autopsia de Julio, que al parecer..., se- gún dicen..., en opinión de algunos..., Julio había sido asesinado y luego llevado a la celda, donde le colgaron de la reja, que a él esa noche, debieron echarle algún potingue, pues no fue consciente hasta bien entrada la madrugada de lo ocurrido, que si tal, que si cual, etc., etc. En un acto de valentía, premeditado por el “topo”, le miró des- caradamente al “Fiti”, sabiendo lo que se jugaba y también para confirmar de nuevo, que era un interno con sus propios pro- blemas y que nada le importaba el caso de Julio y armándose de valor le dijo al “Fiti”: Me tienes hasta los mismísimos de tanta charla, no sé cómo cojones te voy hacer entender, que bastante tengo con lo mío, como para encima tener que escuchar tanta película... Así, que olvídame, y ve con la música a otra parte, ¿Vale...? Pero el “Fiti”, lejos de arrugarse, cogió lo primero que tenía a mano y como un resorte saltó sobre la mesa, con el consiguiente alboroto, se lanzó contra el “topo” y a punto estuvo de estran- gular a aquel individuo, que se había atrevido a faltarle el respe- to... Las cosas habían ido tan deprisa y tan lejos, que el Director de la prisión, llegó a temer por la integridad física del funcionario, e hizo llevar a este ante su presencia, para tener conocimiento de primera mano de lo ocurrido en el comedor, con el popular “Fiti”. El “topo” le confesó al Director, que todo formaba parte de una estrategia debidamente calculada, y que tal y como él tenía previs- to los acontecimientos habían transcurrido al pie de la letra, eso sí, en lo sucesivo, procuraría medir bien sus cebos y llegado el caso le demostraría al “Fiti”, que él también tenía dos manos, no en balde era cinturón negro de judo, manifestaciones que devolvieron la confianza al Director, que pese a todo le advertía, no po- dían estar todo el día pendiente de sus asuntos, pues la cárcel daba trabajo hasta dejarlo de sobra, como para ocuparse específicamen- te de algo concreto. Ante la actitud de desprecio que manifestaba el “topo”, “Fiti” usando de una estratagema, que sabía no le podía fallar, abusan- do tal vez de la libertad de movimientos de la que gozaba entre los Internos, se hizo con una toalla de baño y esperó al “topo” a la entrada de las duchas, fue visto y no visto, se lanzó a él, le cubrió con la toalla, casi amordazándole, le condujo arrastras hacia los baños y cuando todo parecía resolverse a favor del asal- tante, en un inesperado movimiento el “topo” se hizo con la situación y cambiaron las tornas, el “Fiti” rodó por los suelos, el “topo” le inmovilizó con una llave, muy propia dentro de las artes marciales, que dejó boquiabierto al agresor y también a los pre- sentes y quedando a merced de éste, cuando todo el mundo espe- raba que la respuesta sería romperle la cara y deshacerse de él de una vez por todas, el “topo” lo soltó tendiéndole la mano, si no en señal de amistad, sí al menos tratando de llevar a la mente de su agresor, que esta sería la última vez en aguantar sus impertinencias. Todos los presentes, estuvieron de acuerdo en que “Fiti” había encontrado la horma de su zapato, no faltó quien dijo: a todo cerdo le llega su San Martín y el asunto quedó zanjado. Ahora sabía el funcionario que había quedado clara su postura, había eliminado toda duda acerca de porqué se encontraba entre gente de su misma calaña y estaba dispuesto llegado el caso, a enfrentarse con el matón de turno, y evidentemente esa demostra- ción de poderío era siempre bien vista y apreciada por la población reclusa. Naturalmente él no había ido allí para echarse flores, ponerse medallas o quedar como un machito delante de gente, de la que a él le importaba un pimiento, tanto que se pudrieran allí, o que les tocara la lotería. De tal manera que para no espantar las posibilidades de llevar su trabajo adelante, cambió de actitud, se familiarizó con el en- torno del “Fiti”, tratando de controlar a cuantos le vitoreaban y aplaudían sus hazañas, a cambio de un cigarrillo la mayor parte de las ocasiones. El “topo” dio sobradas muestras de confianza a “Fiti”, como pa- ra que éste empezara a cantar por “soleares”, corría el riesgo de si ponía demasiado interés en el asunto, se mosqueara el “Fi- ti” y entonces sí que no darían ni un euro por su pellejo. Ahora era el funcionario quien se hacía el encontradizo siempre que tenía ocasión con “Fiti”, aunque no quería tirarle de la lengua, quería que fuera él quien diera el primer paso, le prestaría poca atención y así “Fiti” descubriría sus cartas. Una mañana de tormenta, en la que apenas se podía salir al pa- tio, el tiempo de esparcimiento tuvo lugar en dependencias cerradas, bibliotecas, salas de juegos, de música, etc. El “topo”, encontró el momento propicio para juntarse con “Fiti”, como en una inesperada casualidad, éste se sintió honrado y de inmediato mandó retirase a un compañero, que en ese momento se encontra- ba con él, con la autoridad que le caracterizaba en este tipo de acciones, ofreciendo ocupar su puesto al funcionario infiltrado en la cárcel. Comenzó el “topo”, casi pidiéndole disculpas por lo ocurrido y a punto estuvo de pronunciar la fatal palabra perdón, aunque se tuvo buen cuidado, pues ello hubiera supuesto un evidente signo de debilidad, que “Fiti” hubiera podido interpretar como una claudicación. Una vez medidas las posturas, y asegurada la supremacía por parte del “topo, enseguida comenzó “Fiti” a confesarle: “que tal vez no hubiera interpretado bien cuáles eran sus intenciones, y que la conversación que había iniciado con él, no tenía más objetivo, que sacar adelante unas sospechas, que como le había anunciado, tenían mucho fundamento”. Pero al tiempo le contestaba el “to- po”: que no lograba entender en qué, o cómo, podría a él intere- sarse en el asunto. Y, aquí vino la gran respuesta esperada... “Fiti” le decía al “topo”, que si quería asegurarse una buena estancia en la cárcel, por el tiempo que tuviera que pasar allí, cosa que a él no le importaba un carajo, debería hacerse con un dinero extra que él estaba dispuesto a conseguirle, a poco que colaborara con él, en el esclarecimiento de los hechos ocurridos recientemente. Continuaba contando, que el abogado de Julio le había prometido una “paga extra”, si encontraba al culpable o in- ductor del suicidio de Julio, aunque a él, al abogado no le cabía ninguna duda que había sido un suicidio, a pesar de que el parte del forense insinuara que había sido un asesinato. “Fiti” estaba dispuesto a compartir con el “topo”, parte de sus prebendas, si como estaba tratando de llevar a su ánimo, colabo- raba con él en el esclarecimiento de los hechos, no en vano seguía manteniendo, que en la celda a la que le habían prohibido el acce- so, tenía que estar la clave de lo sucedido. El “topo”, que se encontraba en la fase que más interés desper- taba para él, estuvo sosteniendo la mirada penetrante al “Fiti”, tratando de hacerle entender que por ese camino, sí estaba dispues- to a colaborar y diciéndole: ¿De qué cuantía de dinero, estamos hablando...? “Fiti” pensando, que ya le tenía en el bote le decía: De varios miles de euros... Y el “topo” respondía: Déjate de coñas Fiti... ¿de cuánto estamos hablando...? Y “Fiti”, picando el cebo dijo: A mi hace bien poco, por un “trabajo” en el que ape- nas tuve que intervenir, me dieron un kilo, de las antiguas pese- tas... Así que estoy seguro, que la familia de Julio y también su abo- gado, pagarán lo que se les pida, si encontramos la punta del hilo que les ayude a desmadejar el ovillo en que encuentra envuelto este asunto. ¿Pero quién paga, dijo escéptico el “topo”: el abogado, la familia, o la madre que lo parió...? Ante lo que “Fiti” dijo, que anteriores ocasiones, pues había habido varias, unas veces le traían el dinero entre las ropas del lavadero, otras el mismo abogado, cuando venía a tomar de- claración a Julio, y a veces lo recibía de gente, que previamente él señalaba en la calle, donde tenía dispuesto muchos y buenos con- tactos. El mismo camino que sigue la “yerba” decía ya confiado el “Fiti”, pues le hablaba al “topo” como si ya est e se hubiera pro- nunciado y ya no hubiera vuelta atrás. El funcionario se daba cuenta que se estaba metiendo en una especie de arenas movedi- zas y descubría ante las declaraciones de “Fiti”, que la corrup- ción entre los funcionarios, que hacían la vista gorda, en muchas ocasiones llegaba más lejos de lo que él había supuesto, que los cacheos en las visitas eran selectivos y no como mandan las orde- nanzas con lo cual los abogados y gente oficial entraban y sacaban a su antojo, cuanto les fuera a proporcionar algún beneficio eco- nómico. Pero el asunto de la Investigación no había hecho más que em- pezar y ahora que tenía ganada la confianza de “Fiti”, este le pon- dría en antecedentes, con el pretexto de colaborar con él, de deta- lles que jamás hubieran trascendido, de no ser de esta manera tal vez, pensaba no la más ortodoxa y limpia, pero tocaba jugar en un terreno en el que no caben contemplaciones. “Fiti” le contaba, que el día de los hechos, que acabaron con la vida de su compañero de celda Julio, éste tenía en su poder un paquete con una suma importante de dinero, que al parecer le ha- bía entregado su abogado, no entendía muy bien con que objetivo, y que por más que había mirado en la celda, antes de que le trasla- daran para realizarle la autopsia, buscando en aquellos lugares, que sólo conocían Julio y él, no había podido dar con el paquete, que al ser trasladado de la celda y no pesar sobre él sospecha algu- na, tenía la completa seguridad que todo era fruto de una trama, llevada a cabo por los funcionarios y ahí es donde él empezaba a atar cabos. El día anterior a los hechos, había encontrado a Julio al borde de la desesperación, pues su abogado le había hecho saber, que su ex novia había tenido un hijo, con un compañero con el que vive en la actualidad, y eso le produjo una tristeza y le hundió en una depresión y que a partir de ese momento no quiso ni probar boca- do ese día. Seguía entonando una ristra de informaciones “Fiti”, que al “topo” le parecieron excesivas, y que no le llevarían a ninguna parte en la Investigación, pues eran cosas del ámbito personal que no le interesaba saber, así que interrumpiendo a “Fiti”, se adelantó a decir: Bueno vamos a ver... ¿Cuál sería mi trabajo específico en este asunto...? Porque joder, no veo en qué puedo yo ayudarte, si no eres más explícito ¡coño!... A lo que contestó “Fiti” Mira yo llevo dándole vueltas, como te he dicho, al asunto, sospecho que los funcionarios ocultan algo y que aquí está “pringao” hasta el Director, así que si recurro a ti, es porque no sé ni por dónde cojones empezar...! ¿Me entiendes?... Y bien dijo el funcionario ¿Por dónde empezamos...? A lo cual respondió “Fiti”: Mira, mañana toca lavandería, yo puedo enchufarte como ayu- dante mío y tu observas mientras yo cargo la ropa en las máqui- nas, si alguno de los funcionarios maneja algún paquete, no impor- ta que meta, como que saque y a partir de ahí verás que fácil resul- ta todo... Miedo le estaba dando al “topo” enredarse en este tipo de In- vestigación, que a poco que se dedicara a ello, dejaría con el culo al aire a más de un compañero, pero tampoco podía ahora echarse atrás y desairar la confianza que había depositado en él, nada menos que el “Fiti”, el más prestigioso delincuente que nunca hubiera pisado la cárcel. Así que a la mañana siguiente, sin conocer los resortes que “Fi- ti” había tenido que tocar, estaba en la lista de los encargados de la Lavandería, donde en opinión de éste, estaba o se encerraba la clave de la muerte de Julio. La labor del “topo” consistía, en controlar los movimientos tan- to si eran sospechosos como no, de los funcionarios que vigila- ban el recinto y eso para un profesional no representaba pro- blema, aunque bien mirado, era como descubrir algo que ya se sabía, pero se quería mantener oculto, el trasiego sobre todo de estupefacientes, que para nada le parecía al “topo”, fuera a arrojar luz sobre el asunto de su incumbencia en aquella prisión. Todo transcurría con la monotonía y parsimonia con la que se toman el trabajo los internos, coincidente en esta faceta con la de los funcionarios: rutina, desidia, ambigüedad, desgana y cualquier cosa, menos algo que despertara el interés del funcionario “topo”. Por la noche en lugar discreto, fuera del alcance de miradas inquisidoras “Fiti” y el “topo”, que formaban el tándem perfec- to para la Investigación (quien lo diría) pensaba el funcionario, cambiaban impresiones aportando algo que ya se sabía, como era que lo único que les preocupaba a los vigilantes, no era otra cosa, que la hora de salir del trabajo y poco más. La desilusión por parte del “topo” empezaba a minar sus entre- sijos, tal vez pensaba había sobrestimado la valía, de quien era al fin y al cabo un delincuente, por mucho renombre que gozara en la cárcel, pero este le juraba que más bien pronto que tarde, darían con alguna pista que les llevaría a desentrañar el crimen y era cosa de saber esperar la ocasión y tenían todo el tiempo del mundo por delante... Lo tendrás tú hijo de puta, pensaba el “topo” , que estaba ya empezando a dar síntomas de cansancio a la vista de lo poco que avanzaba la Investigación, y no sería por que estuviera acostum- brado a pasar horas frente a un edificio, esperando alguna anoma- lía en el discurrir de una puerta, o en el cambio de posición de una ventana, o un coche que aparcaba durante más o menos tiempo del previsible, etc. Un nuevo día en la lavandería, un funcionario más de la cuenta según los cálculos del “topo”, porque algo se estaba cociendo y es aquí donde fue alertado por “Fiti”, de que en todo el tiem- po que llevaba prestando “servicio “en la Lavandería, jamás ha- bían mandado a uno más o distinto del que había esa mañana, lo que daba como consecuencia que había que prestar mayor atención a los movimientos de todos los funcionarios que eran cinco, y muy particularmente a los movimientos del “nuevo”. Nunca en los años que “Fiti” llevaba en el establecimiento ha- bía visto llevarse una colchoneta, que no estuviera deshecha, me- dio quemada, rota por los cuatro costados... Sin embargo el hecho es que, estaban cargando en un furgón celular de la Prisión, la colchoneta que había estado viendo duran- te tanto tiempo en la celda y que pertenecía a Julio. La identificó nada más verla, pues tenía una funda o sobrecu- bierta muy singular y Julio que se las daba de señorito, había conseguido permiso para que le trajeran, no sólo una funda del colchón, sino también de la almohada, para cubrir la mugre que decía no podía soportar, sobre todo su olor, que como es sabido en él era una característica superior. Hasta ese momento “Fiti” comentaba con el “topo” que no en- contraba explicación posible a tal transporte y además el “topo” corroboraba, que efectivamente correspondía a su colchón y a su funda y que pediría le fuera devuelto inmediatamente, si encontra- ba alguna diferencia al volver a su celda, en menoscabo de su co- modidad. No hubo lugar a reclamación en la celda había no una, sino dos, la de él y de su compañero, exactamente iguales a las del transpor- te al parecer clandestino. Ahora la cosa se complicaba todavía más porque... ¿Adónde habían ido a parar la colchoneta y la almohada...? ¿Tal vez allí estaba la causa de la muerte de Julio... y por esa razón querían hacerlo desaparecer...? ¿Y si lo ponía en conocimiento del Director, no levantaría la liebre y si te he visto no me acuerdo...? Por otra parte si no obraba con celeridad, puede que llegara tar- de a la hora de tratar de recuperar la prueba de... no sabía qué, pero que sin duda se trataba de algo anormal y diferente a la rutina de la cárcel. ¿Por dónde empezar...? Tenía la confianza más absoluta por parte de su Jefe, quizás el único que estaba al corriente de los progresos del “topo”, así como de las miserias, que se veía obligado a soportar para conse- guir alguna pista. Esa noche pensaba llamarle para no levantar sospechas, desde el móvil que llevaba camuflado entre sus pertenencias y bien guardado a la vista, incluso de los funcionarios, algunos ni tenían conocimiento de que era un agente infiltrado, lo que dejaba todavía más libertad a éstos para obrar a sus anchas, aún delante de sus narices. El jefe ordenó un seguimiento a dos agentes especialistas en estupefacientes, les puso en antecedentes de qué se trataba y que seguramente encontrarían algo que no tuviera que ver con drogas y de que ahí radicaba precisamente la Investigación. A la mañana siguiente, el Furgón Celular de la Prisión desvió su ruta habitual, que consistía en ir a los Juzgados, esperar a la salida de los presos y volver a la Prisión, pero ese día cambió el contenido de los presos, por una colchoneta y una almohada, aun- que las precauciones y simulacro del transportes de presos, seguía con la parafernalia habitual: sirenas, luces azuladas, y una escolta policial motorizada guardando carrera. El itinerario y destino se vio alterado, esta vez se dirigía hacia la calle Velázquez de Madrid, aparcamiento subterráneo del nº 18 de dicha calle y el Parking público que se encontraba en los bajos de la finca. Por tanto esto supuso una llamada de atención muy concreta, al grupo que seguía con todo tipo de medios, tanto hu- manos, como de transmisión de datos, voz e imágenes, pues toda la operación que se llevaba a cabo, estaba siendo grabada en video, por orden expresa de los superiores. Apenas media hora fue suficiente para llevar a cabo una transacción, que se presumía era desde todos los puntos de vista ilegal, si no delictiva. Los agentes tenían orden de no intervenir, de dejar hacer, se trataba de llevar el asunto con tanta discreción como fuera posible y reunir cuantos más datos, circunstancias, y personas que inter- venían en la acción, lugar y hora exacta y mil datos que se pudie- ran aportar. Nada más abandonar el Parking el Furgón Celular, los agentes especiales procedieron a una Investigación de forma clandestina, para no levantar sospechas. Entraron en el Sótano de la Entreplanta, aparcaron su vehícu- lo y comenzaron una exhaustiva inspección, Planta por Planta, por si encontraban algo anormal. Ahora realmente es cuando empezaba la labor de Información del “topo”, ahora era cuando a decir verdad, su vida podría correr peligro, si se descubría qué pintaba en este episodio, del que esta- ba empezando a ser protagonista junto con el “Fiti”. Una llamada de su Jefe Superior le puso sobre aviso, para que no hiciera concesiones, en cuanto a tener al día al Director de la cárcel y para que sus avances en la Investigación, no delataran a ningún funcionario, era advertido de que si algo tenía que aclarar respecto a la conducta de alguno de los funcionarios, solamente hablara del asunto con él, exclusivamente con él, que si por cual- quier razón veía su vida correr algún peligro, sería relevado auto- máticamente, etc... “Fiti” estaba negro con el asunto de la colchoneta, a el funcio- nario “topo”, le parecían apreciaciones novelescas por parte de su “colega”, alucinaciones de películas le decía en tono jocoso, lo que enervaba a “Fiti” y se defendía diciendo, que él no sabía de la Ceca a la Meca, que si conociera detalles, que solamente Julio y él conocían, no pensaría de esa forma y que si patatín y patatán, a lo que prestaba una atención muy especial el “topo”, disimulando no tomar interés en el asunto. ¿Y a qué estás esperando si realmente quieres que te ayude, decía el “topo”, para contarme todo lo que sepas...? El “Fiti” cayendo en la trampa comenzó a desembuchar, que si D. Manuel Montoya Regalado, el abogado de Julio para acá, que si Macarena Jiménez Bautista, la puta que ayudó a llevar a tér- mino el crimen de Félix para allá, que si la señorita Laura y que su padre, que si esto y lo de más allá... El “topo” iba atando cabos, sin todavía tener respuesta exacta a sus múltiples preguntas, que soltaba descaradamente, al compro- bar que “Fiti” era una enciclopedia viviente en toda la trama. Así que se lanzó a saber, qué tenía que ver el abogado de Julio en todo este asunto, a lo que “Fiti” contestó, que todo... Pues él era quien realizaba los pagos en efectivo que Julio or- denaba para llevar a buen puerto sus venganzas, porque conti- nuaba diciendo “Fiti”, Julio había depositado en él toda su con- fianza y tenía poderes para manejar sus cuentas bancarias, para retirar dinero, efectuar depósitos, en una palabra era dueño y señor de la situación de Julio. Tanto que Julio le comentó en una ocasión, que estaba un poco escamado del comportamiento de D. Manuel, porque él había dispuesto dejar la mitad de todos sus bienes a Lucía y el abogado le trataba de convencer, contestándole que eso era, como ser puta y pagar la cama, algo que a Julio no le hizo mucha gracia, pero ya se sabe que cuando alguien da toda la confianza a otra persona, pierde la posibilidad de enmendar la plana. El día que sucedió lo que sucedió, es decir la muerte de Julio, continuaba largando “Fiti” lo primero que hizo el abogado, fue presentarse en la cárcel, para tratar de recuperar el paquete de di- nero que Julio había exhibido en su presencia el día anterior. Si tendría poder el abogado, que un funcionario le acompañó hasta la celda de Julio y tras un reconocimiento de los rincones salieron, “Fiti” esto no podía asegurarlo, si con el paquete de di- nero o no. “Fiti” que de tonto no tenía un pelo, le había preguntado el día antes a Julio, que para qué tenía tanto dinero y este contestó que para pagar a uno que le estaba amenazando, y que ese uno era nada más y nada menos que el “Genio”, que se había percata- do que el abogado se había quedado con parte del botín, que Julio había dispuesto como pago de su trabajo, así que andaba amenazando a Julio que se atuviera a las consecuencias si no pa- gaba. Tanto embrollo apenas cabía en la cabeza del “Fiti”, pero el “topo” empezaba a dar forma a todo el asunto, aunque era pronto para sacar conclusiones, todavía tenía que conocer de primera mano, qué pintaba en este concierto, Laura y su famoso papá... El informe de lo que conocía, le fue pasado de inmediato a su Jefe, este que tenía más datos que los que conocía el “topo”, co- menzó a darse cuenta de que las piezas de este rompecabezas em- pezaban a encajar. Las piezas principales eran: D. Manuel Montoya Regalado, Colegiado nº. 280 del Colegio de Abogados de Madrid, había sido el nº. 1 de su promo- ción, y su emérito profesor, nada menos que D. Daniel Conde Oteruelo, ahora Magistrado de la Audiencia Nacional. Que el tal D. Manuel Montoya regalado “casualmente” vivía en la calle Velázquez, y tenía su despacho de abogado en el nº 18 de la misma, que además compartía con otro, en el Centro de la ESCI. Por tanto obviamente las pesquisas relacionadas con el caso de la cárcel, apuntaban a buen camino, solamente era cuestión de tiempo, depurar implicaciones, en el, o en los casos ocurridos, y un sujeto con acceso a los ciegos, de reconocido talento, harto demostrado en su trayectoria, al parecer sin escrúpulos, era el can- didato idóneo para ser motivo de un exhaustivo seguimiento. ¿Pero qué relación existía entre el caso y la colchoneta...? ¿Qué otra cosa significaba sino una corrupción, por parte de los funcionarios de cárcel, que en principio usaban de los medios públicos, al parecer para intereses privados...? ¿Tenía o no conocimiento de lo que estaba sucediendo el Di- rector de la cárcel...? ¿No serían un cúmulo de casualidades, como había ocurrido otras veces y que al ser puestas en claro, se quedarían en aguas de borrajas y nada tenían que ver con el tema...? Estas y otras muchas preguntas tenía entre manos el Jefe de la Investigación, y no le dejaban de dar vueltas en la cabeza a el “topo”, pensaba que la clave del asunto, podía estar en cual- quiera de los personajes, que estaban siendo objeto de la Investi- gación y que en muchas ocasiones, que él conocía debido a su oficio, las pruebas que aparentemente se presentaban con indiscu- tible contundencia, no siempre habían arrojado como resultado final ser las definitivas, como consecuencia, no debería precipitar- se en sus conclusiones y continuar con el asunto adelante. La presión que ejercía el “topo” sobre su confidente el “Fiti” iba por buen camino, éste le soltaba, una tras otras, suculentas declaraciones como las que estaba contándole en la Lavandería: Decía “Fiti” que sabía de buena tinta, y él tenía información de primera mano..., que Julio se había negado a seguir siendo extor- sionado con cantidades importantes de dinero..., que el “Genio” de nuevo había comenzado a disponer de “pasta”, como si le hubiera llegado una remesa nueva..., y que al parecer, según sus fuentes, este dinero le había sido proporcionado por el abogado y en co- mún acuerdo con el Director de la cárcel, que... de nuevo citaba sus fuentes , el día que Julio apareció ahorcado en la celda, el “Genio” fue internado en la Enfermería para que le operaran de un quiste, que llevaba en su cara de toda la vida, que casualida- des de la vida... el abogado ese día, fue visto en una animada conversación con el Director de la cárcel..., que los funcionarios obedecían órdenes del exterior al trasladar la colchoneta y la al- mohada, con la excusa de que tenían orden de ser analizadas por los expertos en la Investigación... Que entre la población reclusa, existía la creencia de que Julio fue asesinado, porque había descubierto algo turbio, que eviden- ciaba la falta de integridad en los funcionarios de la prisión... que estaba seguro de estar dando pasos que le conducirían a la acla- ración de los hechos... y que era cosa de días, dar con el autor o autores, pues a estas alturas, no se podía descartar nada acerca de los hechos, que acabaron con la vida de Julio. El “topo” comenzó a entender que el “Fiti”, o no le contaba to- do lo que sabía, o era tan listo que no daba explicaciones así porque sí, la cuestión es, que sin duda se estaba acercando a la solución del problema, que le había traído hasta la cárcel y no se sentía contento con su participación, ya era hora de mojarse y de dar su opinión válida o no al “Fiti”, con el fin de hacerle enten- der a éste, que él también tenía alguna idea al respecto. La Policía conocía todas las circunstancias que habían rodeado la muerte de Julio, y en sus informes figuraban los datos que “Fiti” estaba aportando, aunque tenían que ser contrastados y ratificados ante un Juez, para tener valor de imputación. Era cuestión de se- guir dejando hacer al “topo” su trabajo y en el momento opor- tuno, cerrar la red con todos los sospechosos y someterles a un intenso interrogatorio, comparar declaraciones y efectuar careos entre los implicados y con toda seguridad dar con la solución del caso. El “topo” tenía que ganarse lo que “Fiti” le había prometido, si no ponía interés en demostrarle a “Fiti” que su labor era exclusi- vamente buscando una prebenda, éste que era muy listo empezaría a dudar de su colaboración y todo el plan se iría al garete. El jefe de el “topo” le había dado órdenes muy concretas para que dejara caer información privilegiada... cual era, el curso que se había seguido respecto a la colchoneta y la almohada, sacadas clandestinamente de la cárcel. Con ello se conseguiría hacerle llegar la noticia al Director y de paso que “Fiti”, confiara plenamente en el “topo”, con el fin de que confesara todo lo que sabía, si es que sabía algo más, pues hasta el momento presente, apenas había concretado nada de verdadera importancia. En un alarde de conocimientos e inspiración, el “topo” le con- fesaba a “Fiti”, que el asunto de la colchoneta encerraba algo más que la implicación de unos pobres funcionarios, a quienes no les alcanzaba el dinero a fin de mes. En la colchoneta había además de las pruebas inculpatorias de los ejecutores de la muerte de Julio, como quedaba demostrado en los informes del forense que había realizado la autopsia, do- cumentos que le habían sido facilitados a Julio por el abogado, en los que se recogían de manera... como en “clave “encubierta, los planes para llevar a cabo la venganza, por lo ocurrido a Lucía, novia de Julio. “Fiti” escuchaba con la boca abierta las revelaciones que le ha- cía su colega, no acertando a comprender, de que medios se había valido que a él se le escapaban, por los que había llegado a estas conclusiones, que intuía pero no podía asegurar fueran exactas, pues Julio en este terreno había sido muy hermético con él y, ape- nas soltaba prenda. El funcionario “topo”, queriendo rizar el rizo, le decía a “Fiti”: Mira si yo dispusiera de cierta cantidad de dinero, podría avanzar en la búsqueda de nuevos datos, que estoy seguro arroja- rían luz sobre el asunto “Fiti” respondía: Eso no es problema... ¿Cuánto necesitarías...? El “topo”, consciente de que su plan marchaba por buen camino le dijo: Ahora en este momento, no te lo puedo decir... Pero mañana, cuando haya hablado con mi contacto, podré sa- berlo...Tampoco quería correr el riesgo de adelantarle una suma, sin que su Jefe tuviera conocimiento de ello, pues habría que hacer un seguimiento, a la forma en que “Fiti” conseguía los recursos y eso era un juego paralelo, al que él no tenía acceso. Pero “Fiti” se había quedado noqueado con las confidencias de su interlocutor y sin más preámbulo le espetó: ¿Oye...? ¿Y tú, como sabes esas cosas, acerca de la colchoneta...? Por un momento, el “topo” sintió temblar el suelo bajo sus pies, ahora era uno de esos momentos, en los que su respuesta, aparte de ser rápida, debería ser concreta, creíble, y sobre todo simple para no despertar dudas acerca de su colega. El “topo” no lo dudó un momento, y dijo: Me lo ha revelado el “Genio”... Al “Fiti” le habían nombrado la “bicha”, la cuerda en casa del ahorcado, la competencia, el espejo en el que se miraba todo delincuente que se precie, para él representaba lo inaccesible, el ejemplo a seguir, el modelo por antonomasia, lo más... Tan siquiera se paró a pensar en cómo había establecido con- tacto el “topo” con la jerarquía que representaba el “Genio” y su entorno en la cárcel, sencillamente se había quedado sin palabras, él que pensaba llevar la dirección del caso, ahora comprobaba, que tras todo el embrollo, se encontraba la mano maestra del “Genio”. Fue suficiente esta información, para no querer saber más, y enseguida quiso retomar el protagonismo y continuó diciendo: Pues casualmente el “Genio”, en mi opinión, y en la de los que colaboran conmigo, es parte implicada en la muerte de Julio... No sé si sabrás continuaba , que el día anterior en el que ocu- rrieron los hechos... el “Genio” fue visto con el abogado de Julio y nada menos que en el despacho del Director y en presencia de éste..., por lo que se puede sacar en consecuencia, que no estarían hablando de la operación de su quiste, que formaba parte del mapa de la cara del “Genio”y además todos los datos confirman, que recibió una cantidad de dinero a cuenta, pues ese día todos fumaban: unos maría, otros tabaco rubio y algunos hasta en pipa, lo que significa que hubo una remesa de “yerba”, y eso no se adquiere así como así... Con esta nueva aportación el “topo”, descargaba su disco duro a su jefe, que estaba componiendo un mapa, tan difícil de escudri- ñar como significativo, ya no había duda que en toda la trama existía una cabeza coordinadora, una mente refinadamente crimi- nal, con una frialdad y experiencia muy calculada, y fruto de un ansia de venganza o desquite, digno de figurar en los anales de la criminología más reconocida. Efectivamente en la colchoneta que fue depositada dentro de un vehículo cuya propiedad se hallaba en vías de Investigación, se descubrió un paquete, que contenía además de un sobre con dine- ro, un atado de cartas y documentos que se estaban analizando, y un saquito en forma de funda de almohada vacío, pero con un olor a marihuana, que al grupo de policías expertos en estupefacientes, no les pasó desapercibido. No quisieron requisar nada de lo depositado en el vehículo, hasta realizar un seguimiento, de cuál sería el destino o destinata- rio de dichas pruebas, y con ello conseguir, llegar más lejos en la Investigación. Ase le facilitó una información parcial para no poner la Investi- gación en evidencia, de tal forma que se le iban suministrando datos, de escaso relieve policial, aunque suficientes, para sembrar inquietud y fijar la atención de “Fiti” en el asunto, y seguir gozan- do de su colaboración. Al Jefe, que se sentía eufórico y orgulloso de su personal, so- lamente le faltaba una última fase, a punto de llevarse a cabo, cual era, saber el destino exacto de la prueba del Parking, para lo cual había ordenado una guardia permanente en dicho Parking, con la orden expresa de mantenerle informado al instante, de cualquier cambio que pudiera producirse relacionado con este asunto. CAPÍTULO XI El “topo” se vio obligado a dar la cara ante “Fiti” y le dijo: que necesitaba quinientas mil pesetas, para comprar una información que les llevaría a un avance importante en el asunto. “Fiti” cabrea- do por la conversación mantenida con anterioridad le dijo: ¿No será para entregárselas a ese hijo de puta del “Genio”...? A lo que respondió el “topo”: Por ahí van los tiros, pero no es exactamente para el “Genio”, sino para uno de sus secuaces, que está dispuesto a cantar, a espal- das de su jefe... Esta declaración colmaba de alegría a “Fiti” que veía, como el “mito” de su vida, quedaba reducido a sufrir las miserias de todo ser humano, iba a ser, estaba siendo traicionado, por uno de su guardia pretoriana que se ocupaban, entre otros asuntos, de mantenerle bien resguardado en el patio, en el comedor, en las duchas, en todos los sitios, para que el muy cabrón se pudiera lle- nar de gloria con sus hazañas y ahora, en cambio tenía la posibilidad pensaba el “Fiti” , de ponerle en evidencia ante los suyos y de bajarle del pedestal y hasta tal vez poder él aspi- rar a ocupar su puesto... La cantidad de dinero que había solicitado el “topo” no era problema, al día siguiente la tendría en su poder y “Fiti” en su locuacidad, ya viéndose encumbrado a lo más alto de la fama car- celaria se dejó escapar: Además mañana Miércoles viene “D. Abogado”, decía con cierto tonillode segundas intenciones, y no habrá problemas. No tenía muy seguro el “topo” que el abogado de Julio, fuera quien proporcionaba el dinero y tal vez, pensaba que el título de (“D. Abogado”) correspondiera a otro personaje, a quien le hubie- ran bautizado con ese nombre, pero no le pareció oportuno pre- guntar la procedencia del dinero, pues con “Fiti” había que obrar con todo tipo de precauciones y sin embargo si le pareció opor- tuno poner este detalle en conocimiento de su Jefe, quien al parecer sí le dio bastante importancia a esta información. En la cárcel todo continuaba igual, con sus rutinas, horarios, es- caramuzas, singularidades del “Genio”, y todo normal, excepto que el “topo”, efectivamente y tal vez tratando de no ser pillado en un renuncio por parte de “Fiti”, y que este le buscara las cos- quillas, había aproximado su postura al grupo del entorno del “Genio”, que como si de un personaje de película o un capo se tratara, había que pedir audiencia antes de ser recibido. Se presentó el “topo” con el cuento de que sabía algo acerca del caso de la muerte de Julio... que además había sido primado con dinero, por parte de la familia, que estaba interesada en des- cubrir de qué forma se había producido su muerte y que estaba en disposición de llegar a cualquier trato, para desenmascarar, a los culpables... Todo esto le sonaba al “Genio” a música celestial, y no tuvo in- conveniente en reunirse en el patio con semejante personaje, que hasta aquel momento, sabía que era quien ocupaba la celda del desaparecido Julio, pero nada más, también que había sido visto en alguna ocasión en compañía de “Fiti”, pero como tantos otros libre de cualquier sospecha, sobre todo porque su presencia en la cárcel había pasado desapercibida, hasta aquel instante para él. El “Genio” hombre hermético y de pocas palabras, le dijo que fuera al grano de su proposición y se dejara de mariconadas, que a él no le iban. Con este primer envite dejó prácticamente al “topo” sin argumentos, y rehaciéndose del primer golpe bajo, le dijo: Mira si no es de tu interés, me voy con la música a otra par- te... pues no faltará quien me escuche... Nadie se había atrevido a hablarle en ese tono, por pri- mera vez al “Genio”, y fue eso precisamente, lo que le hizo en- trar en razones diciendo: Bueno es que ya sabes, me vienen con cada cuento..., que para qué...,así que no te molestes, y di lo que tengas que decir...Este cambio de tono y de actitud, dio cierta confianza al “topo” que comenzó diciendo: Dispongo de quinientas mil pesetas, para quien pueda propor- cionarme alguna información, o pista que lleve al descubrimiento de la muerte de Julio, el ciego que apareció colgado de la ventana en su celda, y que por cierto ahora ocupo yo, con otro interno..., tiene que ser una pista fiable, no un farol, y por eso acudo a ti, que según mis informaciones, eres de fiar... El “Genio” crecido en su ego, consciente de que su fama tras- cendía extramuros de la cárcel, viendo que su prestigio había ido en aumento, a pesar de haber sido acusado de la muerte de Enri- que y que ahora venían hasta él, a su presencia, no entendía muy bien a través de qué sistema, pero lo cierto era que él jugaba con ventaja y le dijo al “topo” que sí..., que él sabía muy bien y cono- cía con detalles la muerte del ciego..., y que con éste van dos..., decía sonriendo y dejando al descubierto su mellada dentadura, alternada con dientes enfundados en oro unos, y en acero inoxida- ble otros... El “topo” le hizo saber, que en virtud de la importancia de su información, la cantidad de dinero ofrecida a cambio sería en fun- ción de la misma, por cuanto debería ajustarse a presentar alguna novedad que alterara en algún modo, lo conocido hasta la fecha. El “Genio”, una vez más, cegado por el brillo del dinero, le dijo que para él estaba claro, que todo había sido una trama lle- vada a cabo por el Director en connivencia, palabra que él había oído aunque no entendía muy bien el significado, con alguno de sus funcionarios y que precisamente, estaban situados en la La- vandería, por ser el lugar donde más tiempo permanecen los fun- cionarios sin ser relevados del cargo..., que tenía datos concretos de la participación de gente de la calle..., que todo apuntaba, a que era obra del abogado que llevaba la causa de Julio y le había trai- cionado..., pero que a él le constaba que no..., que el abogado pu- diera ser que fuera manipulado..., pero para nada estaba en el ajo de la cuestión... El “topo” estaba siendo testigo de unas declaraciones, que aun- que las conocía, no podían ser fruto de un acuerdo tácito entre “Fiti” y el “Genio”, pues todo el mundo sabía que eran acérrimos y antagónicos enemigos, y no se podían soportar el uno al otro y que por tanto la verosimilitud de la confesión, de la que estaba siendo testigo directo, tenía toda la credibilidad posible. Abundaba en el tema el “topo” diciendo, que si estaría dispues- to a firmar una declaración ante el Juez de cuanto le estaba contando, que mañana tendría su dinero y tal vez la posibilidad de una propina por su disposición a declarar ante la Justicia. Que para ello debería contar con su palabra de honor, que no es que él la pusiera en duda, pero puede que los familiares sabedo- res de quien era el que estaba haciendo este tipo de manifestacio- nes, no se sentirían muy conformes, algo que entendía muy bien el “Genio” pero no le hizo ninguna gracia. El “Genio” aseguraba que, el abogado a quien se refería “Fiti”, como “D. Abogado”, efectivamente era D. Manuel Montoya Re- galado, quien se encontraba en la “pecera” hablando con el Direc- tor y para sorpresa del “topo” “Fiti” fue llamado al despacho y le fue entregada la cantidad que había solicitado el día anterior. El “topo” temblaba de miedo, era sabedor que estaba jugando con cartas marcadas y a dos bandas, en terreno muy peligroso, sería observado por al menos una docena de personas, entre ellas: “Fiti”, el “Genio”, los guardias, el propio Director, los guardaes- paldas de ambos contrincantes y tal vez por quien él menos pudie- ra imaginarse. Había por tanto que andar con pies de plomo, no ser pillado in fraganti, tanto recibiendo el dinero, como dándoselo a el “Genio”, en una palabra, se encontraba realmente en una delicada situación, en la que no solo peligraba su persona sino toda la operación. Durante todo el día “Fiti” estuvo esquivando la presencia del “topo”, así no se vería obligado a entregar el dinero sin más. Ha- bía sido advertido por sus “superiores”, de no entregar el dinero a el “topo” sin que hubiera la presencia de alguno de sus allegados, con ello querían confirmar dos cosas, primero a quien le era entre- gada esta suma y segundo que “Fiti” no se quedaría con ella. Todo el día anduvieron jugando al perro y el gato, pues el “to- po” tenía instrucciones muy concretas, de no recibir ni dar el dine- ro públicamente, pues era obvio, que estarían controlando sus mo- vimientos, de tal manera que se vio obligado a poner en conoci- miento de el “Genio”, que ya tenía el dinero en su poder, aunque no era cierto y requerir de él, que le indicara el lugar dónde se lo podía entregar, a lo que éste le contestó, por medio de uno de sus subalternos, que se lo entregara a él mismo y a nadie más. Pillado en un auténtico renuncio, el “topo “no tuvo más reme- dio que emplearse inventando, que el “Fiti” había localizado el lugar donde tenía el dinero preparado para la entrega y se lo había robado, que ahora tendría que entenderse con él o renunciar a di- cha cantidad. Era la ocasión propicia para entablar un enfrentamiento con ambos matones, que se verían obligados a saldar sus muchas cuen- tas pendientes y en un acto, que al “topo” le libraba de paso de la presión a que se estaba siendo sometido por los dos. Tan rápido se habían desencadenado los acontecimientos, que no había tenido tiempo de comunicar a su Jefe la nueva situación creada, así que obró por su cuenta, sin medir las consecuencias que esta acción podía provocar. Aquella tarde, efectivamente se desató un alboroto, como los que habitualmente se producían en el patio, y llamó la atención de el “topo”, que se personó en el punto donde tenía lugar una singu- lar pelea y que todos llevaban años esperando, el enfrentamiento de los dos personajes más sanguinarios del Centro Penitenciario, que jamás se hubiera podido encontrar en otro sitio. El Director desde la ventana de su despacho contemplaba la es- cena y no solamente eso, sino que además había alertado a los vigilantes de no intervenir hasta bien desarrollada la pelea, que se presentaba emocionalmente, necesaria, decía , para el bien de los internos, que precisaban encontrar de vez en cuando un acon- tecimiento que sacudiera su aburrimiento. “Fiti” esgrimía sus puños apretados como dos garfios, el “Ge- nio” un punzón artesanal, con un rudimentario mango de un trozo del palo de una escoba, ambos se lanzaron a muerte intercambian- do mandobles en el vacío, parecía estuvieran haciendo esgrima, pero permanecían atentos a los movimientos felinos, tanto el uno como el otro, el menor descuido o la mínima falta de concentra- ción, podía dar con uno de los dos contendientes en el duro sue- lo de cemento del patio. Sin saber cómo, a los pies de “Fiti” apareció una cuchilla de zapatero, que en manos de éste se convertía en un arma mortal de necesidad, el “Genio” advertido de esta anomalía, se lanzó a pecho descubierto sobre su adversario, quien en un brusco movi- miento clavó la cuchilla en el abultado vientre de su enemigo, el “Genio” herido seguramente más profundamente en su pundonor, que en su físico, antes de caer al suelo, se agarró con fuerzas a su contrincante y le clavó el punzón en la espalda, ambos rodaron por el suelo como dos pingajos, sin apenas moverse, los silba- tos de los vigilantes comenzaron a emitir sonidos agudos, que los internos conocían y que deberían interpretar como una llamada al orden, tal como lo hicieron retirándose de inmediato del lugar de los hechos. El Director abandonó el despacho y dio instrucciones, se pre- sentó una patrulla especial armada hasta los dientes en el patio temiéndose lo peor, un motín o algo parecido, al tiempo una am- bulancia hizo presencia en el lugar de la escaramuza, fueron eva- cuados los dos cuerpos, dejando un corro de sangre en el cemento. El Agente infiltrado, el “topo” D. José Pedrosa Aguilar, Subinspector Especialista en Homicidios, perteneciente a la Divi- sión de Estupefacientes, a punto de ascender a Inspector, daba por terminado su cometido a la vista de los acontecimientos, aunque ello dejara tantas dudas, como jamás hubiera podido ima- ginar. Su jefe ordenaba el traslado inmediato, mediante un documen- to ficticio y oficioso dirigido al Director de la Prisión, ante la evi- dencia de los hechos y para que su integridad física fuera librada del peligro que suponía su permanencia en la cárcel. El Director obrando en función de su autoridad y con el debido conocimiento de los Jueces, firmó dicho traslado, simulando para no despertar sospecha alguna, la estancia de aquel interno como la de uno más en sus dependencias y que por orden superior, aho- ra se le enviaba a otra Prisión, algo que por otra parte habitual- mente ocurría a diario. Pedrosa fue conducido ante la presencia de su Jefe, quien se adelantó en primer lugar a felicitarle por su trabajo, concediéndole unas merecidas vacaciones a la vez que su nuevo rango y ascenso a Inspector, dentro de su actividad en el Escalafón del Cuerpo. Habían ocurrido tantas cosas y en tan corto espacio de tiempo, que se hacía necesario recapitular, reunir toda la documenta- ción, hacer un examen minucioso de los acontecimientos y clari- ficar la participación de sospechosos, colaboradores necesarios, testigos, funcionarios, fechas y datos que una vez contrastados y depurados llevaran alguna luz en un caso, que se había ido com- plicando y había ido creciendo como las ramas a un árbol. Para ello, en opinión de los expertos que manejaban los hilos del caso, nada mejor que nombrar una Brigada Judicial especiali- zada en este tipo de embrollos y ajena a cualquier otro trabajo que les pudiera restar tiempo, dedicada exclusivamente al caso y a quienes el Jefe de la Investigación les pasó, esta auténtica pata- ta caliente. CAPÍTULO XII En el Juzgado se preparaba la Instrucción del caso, con abun- dantes pruebas testificales y declaraciones juradas de parte de los implicados, pruebas materiales de los hechos y cuantos requisitos se habían recabado por parte de los agentes judiciales que llevaban el caso. Esta vez el juicio se llevaría a cabo, a puerta cerrada, por ex- presa orden del Presidente del Tribunal, ante el circo mediático que se presumía iba a tener lugar, al relacionar el nuevo caso con los anteriores. Sin embargo era inevitable la asistencia y cita a la vista, de los protagonistas implicados en los casos anteriores y eso le daría un nuevo morbo, difícil de evitar. La vida de los involucrados en los hechos pasados y que de nuevo ocupaban los titulares de los tabloides, se había reorganiza- do y en muchos casos, alguno de ellos habían tratado de pasar pá- gina. Todavía sin desenvolver el crimen, o suicidio de Julio, se había comunicado a quienes aún tenían algo que decir, o lo que es lo mismo, a los amigos y familiares de Julio, el fallecimiento de éste, sin especificar las causas o los motivos, ni tan siquiera la forma en que fue encontrado su cadáver... todo se encontraba bajo Sumario y el secreto en el caso era total. Se cursaron las citaciones de nuevo, motivadas por un nuevo caso y se convocaba, a quienes de algún modo ya se habían visto enredados en otras ocasiones, con hechos de similares característi- cas y por guardar cierta relación con el mismo... Este nuevo caso desencadenó, en Lucía sobre todo, unos sentimientos que solamente ella podía entender. Ya no solamente se trataba de la muerte de Julio, que tanto ha- bía significado para ella en su vida, significaba un dolor y una frustración que se unía con al deseo de manifestar, que ella era la única responsable de toda la cadena de acontecimientos, que había provocado, desde aquel infortunado día en el que se le ocurrió separarse de la “peña”, para tomar el sol por su cuenta. Por su mente pasaron las escenas de la película de los hechos en blanco y negro, sin adornos ni perifollos, en su más cruda realidad, de nuevo volvió a sentirse sucia, manchada, sin derecho a consideración alguna, motivo y causa de los males que había provocado su nefasta existencia, y mil y un epítetos, que ella se apropiaba, en su desesperación por no haber podido evitar tanto dolor... Nada podía sacarla de su abismo, solamente el calor del cuer- pecito de su niña, el recuerdo de aquellas jornadas en el Centro de la ESCI, el amor de sus amigos y sobre todo de Laura, a quien no había vuelto a oír sus risas, ni sentido su buen humor, co- mo tampoco había tenido ocasión de apreciar su delicadeza en el trato, de volver a admirar sus conocimientos, de revivir los ratos pasados en la discoteca del Centro y en su casa, su olor... todo, le traía tan buenos recuerdos y le causaban tanta tristeza, que tenía que hacer un esfuerzo supremo para disimular ante los suyos. Para su desgracia de nuevo se reavivaban todos estos recuerdos ante un hecho, que más dolor le producía... la muerte del hombre que más había amado en su vida..., la muerte de Julio, junto a la que ella misma moría también un poco... Tenía que volver a enfrentarse otra vez, a lo mismo de siem- pre... Aunque esta vez, lo que menos le preocupaba, era la forma y el cómo, dónde, cuándo y porqué de la muerte de Julio... No quería conocer detalles, ni nada que hubiera rodeado la muerte de su “ex”..., quería correr un tupido velo en todo el asunto y terminar cuanto antes..., no volver a verse envuelta en los titula- res y tan siquiera conocer pormenores..., quería vivir su dolor a solas y sin espectadores ni plañideras...,ella con su recuerdo y na- da más... Pero los jueces, que abundaban en los documentos, y trataban de llevar luz sobre un caso, que se había enconado, como pocas veces ocurría, la mezcla de tantos ingredientes, la participación de tantos Departamentos, la Oficialidad de las pruebas que afectaban a tantos Estamentos Públicos, hacían realmente difícil pasar de puntillas sobre el caso, y necesitaban de la colaboración de toda persona o lugar que tuviera, aunque solamente fuera un ligero roce con todo ello. El abogado de Julio fue citado a declarar ante el Juez, lo que llamó la atención del mismo, pues en pocas ocasiones se había visto a la otra parte de la Justicia, aunque como en este caso fuera solamente para declarar. Una vez se hizo presente, pudo comprobar “in situ”, la cantidad de documentación reunida en torno a un caso de muerte, que se le antojaba una más, y que con frecuencia había contemplado en su despacho, pero en esta ocasión, le daba el “olor” de que no se trataba de un caso más, y que su singularidad había llevado al Juez a contemplar la implicación de cualquier persona, que hubiera tenido algo que ver con el fallecido. Las preguntas que le hizo el Fiscal, algunas en su opinión cap- ciosas, no dejaban lugar a dudas al abogado, que andaban tras alguna pista todavía no desentrañada, y deducía que algo tenían que ver con su actuación, acerca de la administración de los bienes materiales de Julio. El Fiscal le hacía preguntas tan concretas como las siguientes: ¿Es cierto que su amistad con el fallecido, le había llevado a gozar de su confianza, hasta tener poder de firma en sus cuentas...? ¿Qué saldo arroja la cuenta del fallecido en la actualidad...? ¿Cuál era el saldo de la cuenta inicial...? ¿Cómo se explica que los diferentes reembolsos de las cuentas del finado, hayan tenido lugar precisamente, en fechas cercanas a los hechos ocurridos, que terminaron con resultados de muerte...? Ante tal catarata de preguntas, el abogado dando señales de no perder la calma, contestaba con coartadas debidamente preparadas, para no incurrir en contradicción y poder al tiempo salvaguardar su estado profesional, aunque para nada le resultaba fácil conven- cer al Letrado, que continuaba diciendo: ¿Qué relación fuera del ámbito profesional, le une a Ud. con el Sr. Director de la Prisión, y con el cual se le ha visto en más de una ocasión...? Ninguna... Contestó el abogado, a punto de perder la serenidad. Y enlazando con la anterior, volvió a preguntar el Fiscal: ¿Y con D. Daniel Conde Oteruelo...? Aquí tuvo que hacer un gran esfuerzo el abogado, para no de- mostrar la sorpresa que suponía para él, que de pronto le pregunta- ran, por quien él más admiraba, como catedrático y profesional del Derecho, e inmediatamente respondió: Una sincera admiración en el campo profesional y me honro con su amistad personal e insoslayable... Pero el Fiscal insistía: No me refiero en el terreno profesional, sino con relación al caso que nos ocupa... A lo que respondía de manera contundente el abogado: ¿No entiendo a dónde quiere ir a parar su Señoría...? Pues está bien claro decía el Fiscal , A que si mantenía Ud. o no, algún trato o negocio fuera del orden jurídico, es decir a título personal, con el citado Magistrado... Conteste, sí, o no... Sí, contestó, un tanto compungido, el abogado. No hay más preguntas Sr. Presidente, concluyó el Fiscal. Puede retirase el declarante, terminó el Presidente... Una vez en la calle, repuesto del asedio a que se había visto sometido por parte del Fiscal, el abogado comenzó a tener con- ciencia que algo que se le escapaba de su conocimiento, y se esta- ba creando junto a él un cerco, que no entendía muy bien a qué era debido, y por más que estrujaba su cerebro, no conseguía enlazar las preguntas tan directas y concretas, que le había formulado el Fiscal y que al parecer estaban dispuestas, previo consentimiento del Presidente del Tribunal, que instruía el caso... Los dos imputados más “potables”, como se denominaba a quienes eran pruebas fiables ante un Tribunal, es decir “Fiti” y el “Genio”, todavía coleaban en un Hospital, aunque eran duros de pelar, cada cual con sus heridas producidas por unas armas, que además de peligrosas, gozaban del agravante de que al ser clan- destinas portaban todo tipo de gérmenes de carácter infeccio- so, por causa de ser éstas ocultadas en los sitios más recónditos del cuerpo para no ser descubiertas, es decir que si no te morías al ser agredido de una puñalada, quedaba el peligro añadido de coger una infección de difícil cura. En ello se encontraban ambos presidiarios, al parecer “Fiti” era el menos grave, aunque respiraba con dificultad ya el punzón ha- bía atravesado una costilla, algo nunca visto decían los médicos, porque tenía perforada, como si lo hubieran hecho con una aguja, el hueso de una de ellas, sin tan siquiera romperla es decir lim- piamente, pero tocando a la salida parte de un pulmón y de ello se estaba recuperando inusitadamente el “Fiti”, quien quedaría en pocas fechas listo para su reinserción en la cárcel y poder aportar un testimonio, más importante de lo que siquiera él podía imagi- nar. En estado más grave se encontraba el “Genio”, pese a su corpu- lencia, la puñalada asestada en el vientre, había evolucionado in- teresando en su trayectoria parte del intestino grueso, había sido operado y vuelto a intervenir a los posos días, de una infección que se presentaba como muy grave y de muy difícil solución, aunque en estos asuntos los médicos nunca abandonan y tampoco se pronuncian en establecer un diagnóstico definitivo. Mientras esto sucedía... Un vehículo oficial, hacia acto presencia en la calle en la que se encontraba el domicilio de D. Daniel Conde Oteruelo, a bordo de este vehículo, además de dos guardias armados, uno de los cuales era el propio conductor, se encontraban el Presidente del Tribunal, el Fiscal y una Señorita Taquígrafa. Habían concertado una entrevista privada, aunque reuniendo toda la formalidad que requería el caso, para que el Magistrado prestara declaración, en un asunto, que en opinión del Juez Ins- tructor, “algo “tenía que ver, el citado Magistrado y para no dar que hablar a los medios, habían propuesto este cauce, que además de legal, se utilizaba en casos de muy concretos de re- nombrados personajes. Fueron atendidos personalmente por D. Daniel, que daba mues- tras de la tranquilidad y serenidad que proporciona el oficio, sabía que se trataría de un puro trámite, que se veían obligados a llevar a cabo, quienes se habían hecho cargo del caso de la muerte de Julio. Quiso el Magistrado obsequiarles con alguna bebida en señal de que eran bien recibidos, pero el Presidente, haciéndose eco de la voz de todos rehusó, agradeciéndole la gentileza y diciendo que para nada querían alargar aquel acto, que se encontraba en la obligación de ejecutar, muy a su pesar. Aturdidos por la magnificencia de la casa, los funcionarios ad- miraban el recargado, aunque funcional despacho, barroco en to- dos sus términos, con ediciones de auténticas joyas literarias, co- lecciones de códigos encuadernados en piel, los estantes que cu- brían las paredes del despacho estaban llenas de tomos de libros, bien alineados por ediciones, tal vez únicas en su género, por ma- terias, por autores, por fechas de edición, todo en un orden tan perfecto, que nadie podría dudar de que aquel lugar, fuera un san- tuario de la Ley. En el mismo despacho podían contemplarse, en el poco espacio que dejaban libre los libros en las paredes, auténticos originales de cuadros de pintura, de autores bien conocidos, con sus dorados letreros al pie de los mismos y una candileja, que difuminaba una tenue luz en la cabecera de cada uno de ellos, una gran mesa de despacho a tono con la decoración y repleta de un ordenado mon- tón de carpetas, documentos en perfecto orden, un escritorio de piel repujada, tintero de cristal tallado, varios sillones de piel ne- gra, que conferían al despacho una categoría a tono con tan alto mandatario. Se le hacía realmente difícil al Presidente, que tenía la misiva de realizar una serie de preguntas a D. Daniel relacionadas con el caso, pensar tan solo por un instante, en la implicación sospe- chosa por parte de tan cualificado y exquisito Magistrado, era una temeridad, a la que nadie en su sano juicio, quisiera enfrentarse. Pasaron al capítulo de preguntas y aquí llegó la turbación de D. Daniel. En tono solemne preguntaba el Presidente: ¿Podría su Señoría indicar, que relación le une al Sr. Director de la Prisión de Alcalá Meco, que no sea la puramente profesio- nal...? Y al igual que hiciera el Fiscal, con el abogado, continuó el Presidente diciendo: ¿Y con D. Manuel Montoya Regalado...? ¿Tiene su Señoría algo que decir acerca de un vehículo, to- do terreno, sito en el Parking de la C/ Velázquez, nº. 18...? ¿Cómo es que figura a nombre de su hija, si su hija perdone su Señoría no puede conducir...? Ante estas preguntas, para las que desde luego no tenía contes- tación su Señoría, que era consciente de lo comprometidas que resultaban, máxime cuando la Señorita, que tomaba apuntes, te- cleaba su aparato de taquigrafía en todo momento, tomó aliento y se dispuso a responder, no sin antes establecer como preámbulo, que esperaba estuviera bien justificada, la presencia de aquella comitiva en su casa y que las respuestas a las preguntas, que sin dolo alguno realizaría por su parte, podría hacerlas buenas en cualquier momento y ante cualquier Tribunal, de Instancias Supe- riores que fuera requerido, de esta forma un tanto sibilina, quería dar a entender, que aunque ahora declarara lo que fuere, podría ser recurrido en cualquier momento ante el Tribunal Supremo, dado el carácter y categoría de su cargo. No obstante haciendo gala de su mucho oficio comenzó dicien- do: Solamente conozco al Director de la Prisión, de referencias por la prensa, en casos que nada tienen que ver conmigo, tan siquiera profesionalmente y por supuesto personalmente nada tengo en común con tal persona... Respecto al Sr. Montoya continuaba diciendo el Magistrado Aquí sí, que además de una relación profesional, pues fui su maestro, tengo una especial amistad, sobrevenida después de los lamentables sucesos, en que me vi involucrado y como sabrá su Señoría abandoné, al rozar el caso con mi persona y la de mi hija y evitar una supuesta incompatibilidad, que hubiera podido ser interpretada como connivencia en aquel caso... Por último, solamente me queda aclarar... que en lo que se re- fiere a el vehículo, que su Señoría ha mencionado, puedo ates- tiguar con documentos, que en la actualidad no pertenece a mi hija ni a ningún otro miembro de mi familia, aunque efectivamen- te, fue un regalo “sentimental” a mi hija, a sabiendas que ella nun- ca podría conducirlo, aunque sí su mamá y yo mismo, cuando iba de caza... El Presidente quiso dar por concluida la visita, no ahondar más en puntos, que para él estaban muy claros, no se pronunció en ningún momento durante el trayecto que les devolvía a los Juzga- dos. Nada más entrar en su despacho y una vez verse librado de tan intempestiva visita, el Magistrado D. Daniel padre de Laura, daba instrucciones a la Gestoría, en el sentido de simular un cambio o extravío de documentos del vehículo y que se hicieran responsa- bles de un olvido o atraso, en hacer la transferencia, a un com- prador que previamente estuviera limpio, pues no quería ha- cer aún más difícil la Investigación, que sin duda se llevaría a cabo acerca del vehículo. Se trataba de hacer desaparecer una prueba testimonial, que le acercaba y comprometía con un delito, cual era, ser propieta- rio de un vehículo que servía para camuflar pruebas, drogas, o no estaba muy claro qué... Había que demostrar con papeles, que el vehículo había sido transferido con anterioridad a los hechos, y que por desidia o error de la Gestoría, aún se encontraban sin confirmar, tiempo más que suficiente para que un buen gestor, y en esto D. Daniel no abriga- ba duda alguna, tuviera ocasión de poner todo en orden, aunque para ello hubiera que falsificar datos, fechas, nombres, o lo que hiciera falta. Era mucho el trabajo que le proporcionaba D. Daniel a la Gestoría, directa o indirectamente y el Gestor titular de la misma, no podía negarse ante esta petición personal del Magistra- do. El Director de la Prisión, había sido puesto en cuarentena y vi- gilancia permanente, sin que él mismo tuviera conciencia de ser punto de mira, por parte de un funcionario, que aspiraba a ocupar su puesto caso de este ser destituido, si como parecía estaba en- vuelto en la trama de la muerte de Julio. Todo el asunto pues se encontraba en el aire, nadie se atrevía a hincar el diente a un caso, que sin duda habría de resolverse, me- diante la dedicación de muchas horas de trabajo y poniendo en entredicho muchas de las funciones, que son tenidas por modéli- cas, en los medios e Instituciones del Estado. En tanto... Lucía la principal protagonista de todo el culebrón, se había ca- sado con Luis, el hermano de su mejor amiga, ahora también su cuñada. Además fruto de esa matrimonio, tenían una preciosa niña que llevaba por nombre Laura, por expreso deseo de quien iba a ser su madrina, aunque desafortunadamente, (Un viaje imprevisto al extranjero con sus padres, se lo impidieron), lo cual no fue motivo suficiente para evitar que Laura se hiciera presente, me- diante el envío de un regalazo, que a Lucía le hizo muchísima ilu- sión. Le había hecho llegar nada menos que una canastilla acompa- ñada de un ajuar con todo tipo de ropas y prendas personales, jabones, perfumes y colonias de baño, en tal cantidad que seguramente en dos años Lucía no tendría que preocuparse de nada. También para la mamá ¡cómo no!... Detalles muy personales e íntimos, que solamente Lucía interpretaba en toda su dimensión, y que denotaban una delicadeza, que una amiga como Laura, en su condición de niña bien, tenía como costumbre hacer para con sus amigas preferidas. Pero a Lucía le era muy difícil olvidar lo que en poco menos de dos años le había ocurrido, los acontecimientos que habían hecho y cambiado por completo su vida y constantemente se la notaba sumida en una profunda tristeza, de la que solamente se reponía, cuando tenía entre sus brazos a la niña, que nunca podría ver... Antes del mortal desenlace de Julio, prácticamente a los pocos días de nacer su niña, Lucía un buen día había recibido una carta de parte de D. Manuel Montoya Regalado, abogado de Julio e íntimo amigo de este, en la que se le manifestaba, entre otros asuntos, el deseo por parte de Julio, su ex novio, que aceptara una cuantiosa suma de dinero, como regalo al nacimiento de su hija y en concepto de ser perdonado por el daño, irreparable que en muchos casos, había producido su conducta. Lucía consultó con Luis esta novedad y aunque a él le pa- recía que en este asunto, ella era quien debería tener la última palabra, tratándose del porvenir de su niña, no dudó en aceptarlo y de paso dar por zanjada la amistad o el recuerdo con Julio. Pero a Lucía le era poco menos que imposible enterrar tantas ilusiones ahora frustradas, haber tenido que abandonar precipita- damente la Capital para irse a vivir a un mísero pueblo, casarse con un hombre, que aunque bueno, jamás le vería el rostro, ape- chugar con tanta ignominia, como se había vertido en los periódi- cos, acerca de su implicación en los casos de muerte habidas, y sin embargo ella quería seguir creyendo en las personas y la prueba la tenía allí mismo... Julio antes de ser el más perjudicado en todo este asunto, había querido tener para con Lucía, con quien todavía guardaba un gran recuerdo de amor y que solamente por el hecho de escribirle ya demostraba que pensaba en ella, además quería tener la delicadeza de reconocer, que el fruto del que a él le hubiera gustado formar parte una hija, ahora pertenecía a otro hombre, lo que no mermaba para nada su cariño, sino al contrario y quería premiarlo acompa- ñándolo con un buen regalo, que serviría para que jamás fuera relegado al olvido… El abogado requería la presencia de Lucia, para firmar una es- pecie de testamento o últimas voluntades, en el que las perte- nencias de Julio y parte del dinero de unas cuentas, en las que solamente él figuraba como titular, quería fueran puestas a nombre de la niña Laura, con lo que el reconocimiento explícito por parte de Julio no dejaba lugar a dudas, del amor que aún le profesaba a título post mortem. Entre las pocas pertenencias que Julio dejaba a su ex, había una especie de diario precintado, con una taxativa nota que decía: “Para ser entregado a Lucía Hidalgo Cosculluela, en caso de que se produzca mi muerte de forma ocasional, fortuita o moti- vada por fuerza mayor”... Siguiendo sus últimos deseos, el abogado ejerciendo de notario, se había citado con Lucía, para hacerle entrega de semejante misi- va. Cuando Lucía fue puesta al corriente, de las circunstancias en que se había producido la muerte de Julio, una profunda tristeza invadió su ser, y algo le decía en su interior, que ella era en gran parte la causa de tanta desgracia, no obstante le consolaba saber, que su ex también había sido víctima, como ella, de un cúmulo de situaciones, que habían desembocado en los hechos, por todos lamentablemente conocidos. El paquete que Julio había ordenado fuera entregado a Lucía, era el mismo que había ocultado entre sus pertenencias, y más concretamente en la colchoneta, en la que había dormido du- rante su permanencia en la Prisión. Su contenido era de absoluto secreto y probablemente contenía las pruebas, de tanto desatino y el último cabo que atar, para desenredar la trama de esta tragedia, que había dado como resultado final tanta desgracia y tanto mal para todos. Pero este paquete era también la prueba, que como consecuen- cia de una Investigación llevada a cabo por un equipo de especia- listas, gozaba y formaba parte del secreto del Sumario y estaba en poder del Juez, no se había hecho público su contenido, era cono- cido solamente por tres miembros, que componían el Jurado que tenía el encargo de custodiarlo y abrirlo en presencia de Lucía, a quien iba dirigido y había que respetar la última voluntad del finado. Por tanto se requirió, mediante Mandamiento Judicial, la pre- sencia de Lucía acompañada de un abogado, en su caso el muy conocido por la Audiencia, D. Manuel Montoya Regalado, que ejercía las veces de albacea de la familia de Julio Méndez Aguilar y de Lucía. El momento gozaba de toda la solemnidad que estos casos re- quieren, en una Sala en presencia del Presidente, nombrado para el acto, siguiendo las instrucciones que marca el Protocolo para este tipo de asuntos y acompañados por los familiares directos del fi- nado y por la propia Lucía, se procedió a la entrega de un paquete, que no era otra cosa, que una caja de hojalata forrada de papel y con una cinta bien anudada a su rededor. A Lucía le temblaban las manos y todo el cuerpo, cuando le en- tregaban dicho encargo, no sabía si debería abrirlo allí, en presen- cia de las personas que se encontraban en el acto, o por el contra- rio llevárselo a su casa y tranquilamente, con su marido presente, examinar su contenido. Nadie le dictó instrucciones en ese sentido, así que ella obró en consecuencia y agradeciendo la custodia del ignorado contenido del paquete, decidió llevárselo a su domicilio, donde en privado tendría lugar su apertura. El abogado, influido y presionado por los familiares de Julio, le rogaba a Lucía, que si no tenía inconveniente, invitara a los mismos a presenciar el contenido de la caja, pero ella sin dudarlo tan sólo un segundo y prorrumpiendo en lágrimas dijo: ¿Dónde estaban Vds. el día en que Julio, llevado de su sed de venganza, perpetró los horribles crímenes de que se le ha acusa- do...? Ante lo cual Dorotea, hermana mayor de Julio que se encon- traba entre los familiares, dijo: En eso no tienes razón alguna, pues es bien sabido que nuestro hermano Julio, perdió la cabeza por ti y nunca más quiso saber de la familia, desde el momento que salió de casa para irse a vivir al apartamento... En todo caso comprendemos, que estos asuntos son cosa tuya solamente y por tanto, nosotros nada tenemos que objetar, allá tú y tuconciencia... Con lo que dieron por concluida la visita o reunión, a la que habían sido citados. Efectivamente en su casa Lucía, eso sí, en presencia de su ma- rido y también del abogado, procedía a abrir la caja, que todo in- dicaba podría arrojar algo de verdad sobre la muerte de Julio, o tal vez no... Para no alargar la espera, Luis el marido de Lucía, procedió a su apertura y en la caja había... Papeles en Braille, documentos del Registro de la Propiedad, cartas, tarjetas de visita, una flor marchita por el paso del tiempo, un reloj con los números en relieve, un CD. Al parecer de música y lo más intrigante, una cinta de casete envuelta en celofán, que abría un nuevo misterio... Todo el inventario, que en apariencia correspondía a una entre- ga de pertenencias, de valor sentimental, más que de otra índole, hizo abandonar el interés que había demostrado tener el abogado en el asunto, así que se despidió, no sin antes ofrecerse para cual- quier incidencia que pudiera presentársele a Lucía, que respiraba aliviada con su despedida. Lucía analizaba entre lágrimas, lo que solamente ella podía en- contrar e interpretar, como el último adiós por parte de Julio, que había querido fuera para ella... Reconocía los documentos en Braille, uno a uno, en los que le daba fundadas muestras del amor, qué había significado en su vida y recuerdos olvidados que se hacían presente en aquel mo- mento... de situaciones y proyectos generados por la pareja en un tiempo, que ahora aparecía tan lejano... El título de una propiedad en Cazones, a la que hacía alusión el documento, se trataba de algo que Lucía no quería ni recordar, una parcela de terreno, con una pequeña casiña, que el abuelo de Julio había dejado a su nombre en herencia, con la seguridad de que en algún momento, sería el refugio de sus últimos días y la sorpren- dente cinta de audio, que ahora Lucía temía tener que escuchar, pues sin duda en ella, se recogería la voz de quien estaba descu- briendo cosas del destino , habría sido el amor de su vida. Sin duda los trabajos llevado a cabo por la Brigada Especial que se había nombrado para el caso, se hubieran enriquecido con el alijo y hubieran dado la mitad de su reino, por saber el conteni- do del famoso paquete, sacado de forma clandestina de la cárcel. Solamente a Lucía correspondía dar este paso, y nadie podía obligarla a que lo hiciera. Su marido Luis, ante la serie de datos que a él se le escapaban y sabedor de cuanto esfuerzo había costado hacer llegar hasta Lucía este paquete, en vista de que el contenido prácticamente, exceptuando el título de propiedad del terreno en el pueblo de Ju- lio, apenas tenía valor alguno, como no fuera el sentimental y eso lo mejor era darlo por olvidado, animaba a Lucía a entregarlo a las autoridades, quienes tal vez podrían encontrar algo de interés en los documentos. Igualmente convencida Lucía por estas apreciaciones, que las consideraba sensatas, decidió que en efecto llevaría las pertenen- cias al Juzgado, que para nada le podían perjudicar y además por- que era justo que después del trabajo por conseguir estas pruebas, como le había indicado el abogado, fueran ellos quienes determi- naran la importancia o no de las mismas. CAPÍTULO XIII La cinta, la cinta era la clave del todo el embrollo... En dicha cinta o grabación, de la propia voz de Julio, que casi podría interpretarse a manera de testamento, había tan sustanciosas declaraciones, que el Presidente del Tribunal las juzgó de tal importancia, que resultaban absolutamente necesarias como prue- bas para poder cerrar el caso, de manera definitiva y terminante. Julio temiendo que en cualquier momento, siendo consciente de que su vida estaba realmente amenazada de muerte, se viera cor- tada de forma traumática, como en realidad ocurrió, daba pelos y señales de cómo y porqué, se había formado dentro de su men- te un rencor y sed de venganza, pocas veces contemplado tan siquiera en los libros más famosos de Novela Negra. En la misma, se nombraba a las personas que habían colabora- do con él, previo pago de importantes sumas de dinero y cómo ellos eran quienes le habían motivado para llevar adelante sus ac- tos, de los que se declaraba, no obstante, enteramente culpable al tiempo que arrepentido. Eran tantos los datos que aportaba, de fechas, lugares, personas y circunstancias concurrentes en los hechos, que el Presidente a la vista de ello dispuso, que fueran realizadas varias copias de aque- lla grabación, para distribuirlas entre los profesionales afines con el caso y de esta manera aportaran su opinión acerca de la verosi- militud, tanto de las declaraciones vertidas por Julio en ella, así como para seguir las pistas en la Investigación, que seguramente, al contar con estos nuevos elementos, podría tomar otros derrote- ros... Tan sólo quedaba convencer al resto de los componentes del Tribunal, de la veracidad probada de estas declaraciones, que se admitiera como prueba la cinta ahora en su poder y al parecer original, pues le había sido entregada por la propia Lucía, sin des- precintar el celofán que la envolvía, ante el temor de encontrarse con alguna desagradable sorpresa, que le hubiera costado mucho admitir. Costaba mucho dar crédito, efectivamente, a lo que allí manifestaba Julio, era una declaración al fin y al cabo venida del más allá y precisamente esa circunstancia daba mayor validez a la misma, pues el último y único motivo de la misma, era dejar claro una serie de acontecimientos que tenían como protagonista al propio finado y ningún provecho esperaba sacar de ello, como no fuera dejar limpio el nombre de alguno de los implicados. Dejaba claro Julio, que había dispuesto de una cantidad de di- nero que rondaba los setenta y cinco mil euros, más de doce mi- llones de las antiguas pesetas, de aquella vez que la suerte pasó por su lado y se agarró a ella, al no devolver unos cupones y resul- tar agraciado con el primer premio, ese dinero que hubiera sido parte de la felicidad en su inmediato futuro con su novia Lu- cía, fue destinado a comprar voluntades, a tapar bocas, a conseguir impunidad, a tener cierto poder dentro y fuera de la cárcel... De ese dinero una parte, la mitad aproximadamente, se encon- traba depositada en una cuenta a nombre de Lucía, y el resto había servido para, en primer lugar comprar al Director de la cárcel, sin cuya colaboración jamás Julio hubiera conseguido lle- var adelante su plan, otra parte importante, y que no se determina- ba la cuantía, la había depositado en manos de su abogado D. Manuel Montoya Regalado, su amigo y asesor jurídico, en quien tenía depositada toda su confianza, y el resto, en pagar la mano ejecutora de los crímenes horrendos, de los que ahora se confesaba autor- inductor y arrepentido. La cinta que continuaba hablando como un libro abierto con- templaba, la participación del Magistrado D. Daniel Conde Ote- ruelo, a quien según las manifestaciones que hacía en ella Julio consideraba el “Inductor” y maestro y quien había planificado toda la puesta en escena. El día en que el Magistrado decidió dejar el asunto en manos de otros colegas, para no verse involucrado, tuvo una reunión pri- vada con Julio, en la que llegaron a el acuerdo tácito y secreto de llevar adelante un plan urdido por el Magistrado y que en opinión de éste no podía fallar, pues él había calculado los pros y los contras y contaba con las suficientes coartadas estudiadas, gracias a los conocimientos de su oficio, para no llegar a ser des- cubiertos, aún con pruebas inculpatorias que él se encargaría de destruir. A el Magistrado le había motivado, colaborar con Julio en este asunto, entre otras razones, una que el encontraba la más impor- tante y de tipo personal, la evidente parsimonia con que se movía la Justicia en un asunto que le tocaba tan de cerca, que entendía que bien le podía haber ocurrido a su hija y que solamente habría que cambiar el nombre, para sentirse herido en lo que más quería en este mundo, su hija Laura. Por esa razón principalmente, se había decidido a convertirse en el brazo ejecutor de una venganza, que difícilmente podría ser descubierta, al conocer él mejor que nadie, los mecanismos y fun- cionamiento de la Administración. Además la connotación sexual del caso de la violación de Lu- cía, le había exacerbado de tal manera... en un asunto que para él era tabú, terreno en el que sufría una frustración permanente, al sentirse rechazado por su mujer, que había conseguido, que odiara especialmente todo lo que tuviera que ver con el sexo y mucho más con abusos sexuales..., eso le sacaba de quicio como le había confesado a Julio , por cuanto entendía mejor que nadie, cómo se sentía Julio, en el caso que originó todo el desarrollo que acompa- ñaron los desgraciados incidentes, con resultados de crímenes odiosos ante Dios y los hombres... En la cinta o grabación Julio dejaba en entredicho, las funcio- nes del abogado que se decía su amigo, pues los hechos demostra- ron que se quedaba con parte del dinero, previsto para los sobor- nos o pagos a los secuaces que llevaban a cabo los encargos de Julio. Esta falta de integridad por parte del abogado había logrado que los individuos que tenían que llevar a buen término los “encargos” programados por D. Daniel y que Julio financiaba, usaran y abusaran de la confianza de Julio para llegar a extorsio- narle, amenazándole a él y a Lucía, primero con delatarle, y luego de muerte... Además en la cinta también se hablaba de la corrupción, por todos conocida y consentida, de los funcionarios de la Prisión, comenzando por su Director y terminando por los que vigilaban los patios, comedores, retretes y quienes se prestaban a todo tipo de sobornos, y que a veces se vendían por cantidades irrisorias facilitadas por su abogado, en concepto de prestaciones extraordi- narias, que no eran otras que hacer la vista gorda. En estas declaraciones Julio no dejaba títere con cabeza, eran unas declaraciones espontáneas, en las que tan sustanciosas pistas encontraban el equipo que trataba de arrojar coherencia con los hechos que se conocían y que no hacía otra cosa que corroborar esta realidad. En la cinta tenía un recuerdo muy especial para los familiares de Félix García Serrano, su amigo de la infancia y principal cau- sante de tanta desgracia, al tiempo que les pedía perdón, aunque entendía que estos no estarían dispuestos a concedérselo. Así mismo obraba, con la memoria de Enrique, una víctima más de las muchas circunstancias que rodearon el caso y también ¡cómo no! a su muy querido amigo Andrés Fernández Quijano, quien sin comerlo ni beberlo, se vio envuelto en un lío por hacerle un favor que le costó el puesto y a punto estuvo de costarle algo más. Quiso tener un entrañable recuerdo para Laura, Delia y aunque con mucho dolor, también para Luis, quien le había usur- pado el puesto que Lucía tenía reservado para él, aunque reco- nociendo que tal vez no hubiera podido encontrar mejor parti- do, a pesar del poco tiempo del que había dispuesto y apenas tratado para conocerle mejor, de lo cual se felicitaba. Sin embargo la gran declaración que todos esperaban, el moti- vo por el que ponía fin a su vida, o la forma en que llevó a efec- to semejante suicidio y los pormenores, que tanto el Fiscal, así como el abogado de Julio esperaba, brillaba por su ausencia... Algo relativo a un suicidio, quedaba ni siquiera entre velado, como suele ocurrir en circunstancias parecidas, solamente se apre- ciaba un temor y un miedo cerval a verse quitado de en medio, mediante manos ajenas, por no poder cumplir las promesas hechas a sus secuaces, que encontraban motivos suficientes de incumpli- miento por parte de Julio, y eso en los ambientes carcela- rios, se paga muy caro y Julio lo sabía. Al final la cinta concluía... con una confesión de arrepentimien- to que se transcribe a continuación, dado que en opinión de este modesto autor, no tiene desperdicio y que decía así: “Yo Julio Menéndez Aguilar, mayor de edad, invidente y en plenas facultades mentales, ante las amenazas de que estoy siendo objeto en esta Prisión de Alcalá Meco, quiero que mis razona- mientos y actitudes que dejo en esta grabación, sirvan para en primer lugar, lavar el buen nombre de personas que se han visto implicadas en los hechos, de los que me considero y declaro abso- lutamente responsable y culpable a todos los efectos... Dejo en manos de mi querida Lucía Hidalgo Cosculluela, mis pocas pertenencias, así como la propiedad de la presente graba- ción, con el fin de que ella obre en consecuencia y, que me consta lo hará... Quiero dejar constancia en esta cinta de grabación, de mi arrepentimiento por los hechos que directa o indirectamente ha- yan podido implicar a terceras personas y los daños que hayan podido producirse por causa de mi intervención... Espero que Dios y los familiares de las víctimas, de las que soy el único responsable, puedan perdonarme más pronto que tarde, pues mi vida se ha convertido ya en un infierno... Doy las gracias a quienes se hayan tomado la molestia, aunque ello forme parte de su oficio, en llevar adelante la Inves- tigación de cuanto aquí se manifiesta de forma libre y espontá- nea... Adiós... En otra parte de la grabación se decía: A ti, mi querida Lucía: ¿Cómo poder hacerte comprender, que todo lo sucedido ha si- do solamente una manifestación, de mi amor hacia ti...? ¿Cómo hacerte entender, que mi vida ya no valía nada, sin la esperanza de recuperar tus caricias, sin esperar oír tu voz, sin el olor de tu pelo, sin el sabor de tu boca...? No, no... Así no vale la pena vivir... Sé que ya perteneces a otro, no me parece mal, pues mi con- dena cada día es más larga y mis días cada vez son más cortos... Estoy siendo amenazado permanentemente, y extorsionado, me costa que mi vida, vale un pimiento... Hay personas con mucho poder, que están implicadas en mis asuntos y dispuestas a eliminarme..., si llega el caso..., antes de que salga alguna declaración de mi boca, en este sentido y están dispuestos antes de ser descubiertos llegar a lo que haga falta... Puedes hablar con tu amiga Laura de este tema..., puede que ella..., mejor que nadie, te aporte las claves y pruebas suficientes para que puedas interpretar mi desaparición de este mundo..., que solamente me ha proporcionado desdicha..., aunque el haberte conocido puede considerarse, como pago a tanto sufrimiento... Quédate, con nuestro común y entrañable amigo Nemo..., él nunca te defraudará y será un permanente recuerdo vivo de nues- tro cariño..., hasta siempre..., cariño mío..., te estaré esperando, allí donde la luz es diferente y donde todos somos iguales... FIN

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