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Se
habla mucho, sobre y acerca del "trauma postvacacional", la verdad es
que habrá de todo, quienes se sientan realmente "mataos" y a quienes,
como en mi caso, estén dando gracias a los dioses, por haber sido capaces de
aguantar este estado medio de locura que son las vacaciones y no haber
sucumbido a ellas.
Lo
cierto es que todo es tan relativo y tan diferente de unos a otros como
personas haya en el mundo. A mí por ejemplo tanto me da la época del año que
sea para sentir más o menos ese trauma, que por otra parte pienso va en función
de lo que cada persona esté dispuesto a sacrificar con tal de vivir esa especie
de euforia colectiva, las tan ansiadas vacaciones, que luego tienen
consecuencias tan nefastas como esta mismo del trauma postvacacional de que
tanto se habla y escribe en los días posteriores y vuelta a la rutina, al
trabajo, al tráfico, a las costumbres diarias y al sometimiento de la
disciplina que impone tener que levantarse todos los días a una hora en
concreto, llevar los niños al colegio, verle las barbas al jefe de turno, a los
compañeros, que hablan y hablan sin parar de los sueños realizados durante las
vacaciones, de los lugares que han visitado, las comilonas que se han
propiciado, los ligues que han tenido, el dinero que se han gastado y los
polvos que han echado...
Todo
paja... ni los lugares en los que han estado, normalmente el pueblo de la
parienta, es tan idílico, las comilonas quedan reducidas a un día en el que se
encontraba esplendido y generoso el suegro y les invitó a una parrillada, o
barbacoa que suena más fino, a cambio de tener que soportar en el secarral de
la parcela un sol de justicia, amén de colaborar en la fritanga, que maldita la
hora en que se le ocurrió tal empresa. En cuanto a ligues... hablar por hablar,
pues entre la piscina con los niños y la omnipresencia del sargento de su
mujer, ya me dirás que ligues ni que niño muerto. Sí es cierto que la final se
le ha ido una pasta gansa y que gracias al crédito de la Caja de Ahorros, ahora
deberá reponer en cómodos plazos mensuales sumado a los recibos del agua, el
teléfono, los plazos del ordenata y la línea ADSL, la comunidad de
propietarios, el gas, la luz, el garaje, los libros de los niños, los uniformes
y sobre todo la hipoteca que de por vida tiene adquirida quien más y quien
menos... Por último queda el capítulo de los polvos, ja,ja, qué risa... como si
no supiéramos de que pata cojeamos, los que la mujer te ha dejado, cuando no le
dolía la cabeza y poco más, claro que nuevamente hay que dar gracias a los
dioses, que ella no quisiera todos los días, porque no hay cristiano que
También
existe otro tipo de individuos, que pareciera hubiesen descubierto el mundo y
la piedra filosofal al mismo tiempo. Han estado en los sitios más paradisíacos
que la naturaleza haya parido, han descubierto la forma de pasar unas
vacaciones diferentes de lo que la mayoría entienden, o sea la
"masa", que en general se conforma con darse un revolcón en la arena
de las playas, eso sí, llenas de gentes que casualmente han pensado como ellos,
hasta el punto de encontrarse en las mismas como en el propio barrio, pues no
es extraño encontrarse con el vecino del séptimo a quien tenemos una fobia
encarnizada, por aquella faena en aquel día que sacamos la basura al rellano de
la escalera y el muy cabrón nos obligó a meterla dentro de casa, algo
imperdonable y mira por donde ahora se lo encuentra casi rozándose codo con
codo, eso sí, su mujer está de cañón, claro como no tienen familia... dice su
mujer que dedica todo el tiempo a sus cuidados y que bien aprovecha el tiempo
la "so guarra", provocando a toda la vecindad de la casa...
Pero
él no, el ha concertado un viaje organizado, que dicho sea de paso le ha
costado un "pastón", y claro solamente han participado gentes de un
poder adquisitivo medio-alto, con lo cual la criba ha propiciado que no se
diera cabida a horteras con vestimentas estrafalarias y vulgares, así como ese
tipo de gentes que se les nota nada más entablar con ellos una pequeña charla,
que es la primera vez que visitan lugares solamente para elegidos, para un
grupo de privilegiados que entienden de estas maravillas reservadas solamente a
unos cuantos.
En
este caso, no hacen ostentación de las comidas, sería de mal gusto, pues se
entiende que en hoteles de cuatro o cinco estrellas en los que se han albergado
durante el evento, no hay duda que las especialidades culinarias están cuidada
de la misma forma que la limpieza y lujo de las habitaciones, donde
"chico, se puede comer en el suelo" de lo limpias que se encuentran,
eso sí algo que le llamó poderosamente la atención y cree de justicia
referirlo, es que en las comidas no se ponía un vino cualquiera, que se
entiende es una vulgaridad, no, no, champán y francés para más señas, eso sí
como educado que es jamás llegó a consumir totalmente la botella, aunque él que
es muy observador presenció cómo un matrimonio de Canarias, en más de una
ocasión hubieron de servirle una segunda botella, sin que el camarero de turno
tan siquiera pestañeara por ello. Luego en cuanto a lugares visitados, ni que
decir tiene que la organización corría a cargo de la Agencia de Viajes y en
este asunto echó el resto, pues eran lugares de ensueño, con guías locales,
presencia de Guardas Jurados, vehículos particulares para cuatro personas, nada
del adocenamiento en autobuses, entradas reservadas y de preferencia, trato
personalizado, tan personalizado que él aunque no se las da de ligón, tiene su
punto, llegó a congraciar con la azafata que tenía asignada a su servicio,
aunque su mujer,
que
le conoce como nadie, no le dejaba ni a sol ni a sombra, sin embargo a poco que
se lo hubiera propuesto se la hubiera llevado al huerto.
Naturalmente
también, el reportaje del viaje, a cargo de un profesional, nada de tener que
estar todo el día con la cámara en ristre, que eso es otra ordinariez, estaba
seguro resultaría fabuloso en cuanto lo enviaran de la Agencia, lo haría saber
para un día invitar a los amigos cercanos a casa y hacer y dar fe de que todo
lo dicho era muy cierto y aun se habría quedado corto...
Y
yo que asistía e estos devaneos, me decía para mis adentros, que con qué poco
nos conformamos, ¡qué pobreza de espíritu!... qué forma de alienarnos con los
roles que la sociedad impone, qué sacrificios estamos dispuestos a arrostrar,
con tal de no ser uno más, sino diferentes, ser únicos, aportar esa pizca de
originalidad que nos hace ser distintos, aunque en el fondo sabemos y nos
consta somos del montón y salvando algunos casos muy concretos, pertenecemos a
la mediocridad.
Pero...
porqué no contar, lo libre que hemos sido estos días de asueto, levantarnos a
la hora que hemos querido, tal vez antes que los demás días del año, pero sin
imposiciones, ir y venir a discreción, sin compromisos preestablecidos, sin horarios,
sin tener que aguantar a pesados compañeros y amigos de siempre, libres de
dormitar, correr, saltar, nadar, comer y beber sin control de dietas ni
precauciones con el colesterol, ni efectos secundarios de ningún tipo,
solamente tener que aguantar, como mal menor, el canto de los pájaros, el de
los gallos y las campanas del reloj de la torre de la Iglesia, que dado su
cercanía a la residencia los primeros días resulta un tanto molesto. Aunque al
final se echa de menos, sobre todo al tener que cambiarlo por los chirridos de
los coches, los acelerones y los escapes libres de las motos de los
repartidores de pizzas.
Qué
trabajo nos cuesta confesar, que como casi todos los años, hemos hecho grandes
propósitos para que las vacaciones de este fuesen distintas, más organizadas,
menos cochambrosas que otras, diferentes, sin dejarnos llevar de la opinión
generalizada que todos tienen de que las vacaciones hay que aprovecharlas, para
cargar las pilas, para desconectar, para esto y lo de más allá, pero no para hacer
de nuestra capa un sayo.
Al
final, como siempre, en casa del familiar allegado, colaborando eso sí a los
gastos faltaría más, pero aguantando a la suegra, los niños, en la habitación
que te asignen, que suele ser la de los abuelos ya fallecidos y por tanto
carece de lo imprescindible a que uno está acostumbrado, el baño
permanentemente ocupado, con lo cual se visita a la fuerza el corral, más de lo
que uno quisiera y mil inconvenientes, que sin embargo no le quitan ese punto
de rusticidad que todos andamos buscando y que se encuentra lejos del
firmamento de los hoteles de tantas y cuantas estrellas.
También
porqué ocultar, el encuentro con aquel pariente que hace tanto que no tenemos
ocasión de verle, que quisiéramos no encontrar, pues nos trae recuerdos
negativos por cuanto hemos tenido para con él un comportamiento sospechosamente
poco leal, incluso hubiéramos preferido no saber nada de sus realidades, que a
nosotros nos parecen naderías, pero a él lo tiene sumido en la más profunda de
las tristezas.
Como
hablar, sin ruborizarnos, de los bares o tabernas que hemos visitado, donde lo
mejor que te puede pasar es encontrarte con algún paisano con el que
intercambiar invitaciones, pese a su apariencia de estar todavía sin desasnar,
pero en el fondo se siente privilegiado por poder alternar y tomar unas cañas,
con un tipo como uno que vive en la Capital, que tiene un buen coche y al
parecer viste a la última, él sin complejos y haciendo honor a la pana, alberga
dentro de sí un corazón que está dispuesto a dar por cualquier causa, sin
dobleces ni segundas intenciones, lejos de lo que pudiera parecer su aspecto
hosco, desenfadado y como si se hubiera parado el reloj del tiempo para él.
Porqué
no nos atrevemos a contar, que para nosotros, los sensatos, las vacaciones
tratan de ser un intercambio de costumbres, vivir de cerca los problemas de los
demás, sentir muy cercano el sentimiento de gentes que nunca tienen vacaciones,
porque entre otras cosas son libres y tratan de no complicarse la vida para
aparentar ante los demás, que también saben donde gastarse el dinero sin
necesidad de salir de sus lugares donde la vida es, en muchos casos, más
propicia que a muchos que presumimos de vivir a la última, en la Capital más
desastrosa del mundo, en todos los aspectos.
Porqué
no reconocemos que vivimos de fantasías, de apariencias, de falsos mitos que
por falsos nos hemos ido acostumbrando a ellos y en algún caso hasta pensar que
realmente existen y que son así de verdaderos, como las gentes, las buenas
gentes de los pueblos creen, los teatros, los cines, los grandes espectáculos,
los deportes, las grandes avenidas de la ciudad, el ir y venir con los coches,
vestir a la última moda que marcan los grandes almacenes, celebrar
acontecimientos familiares, alternar a diario con los amigos, en definitiva
gozar de la vida, que es corta y hay que exprimirle el jugo...
Cómo
explicarle al "paleto" de turno, que nada de eso es verdad, que todo
es un castillo de naipes, que nadie está contento con su suerte, que las
apariencias engañan ¡y de qué manera!... que nada de nada, que lo que pasa es
que nos cuesta reconocer que en el fondo que envidiamos su vida, la vida
apacible y con menos complicaciones del pueblo, donde todo se reduce en muchos
casos, no en todos, a cuidar del ganado, mantener los campos de labranza,
esperar las bondades, a veces maldades, del tiempo, contentarse con lo que la
madre naturaleza les proporciona y vivir de verdad la vida. Que lo que ellos
añoran, es precisamente el papel en el teatro que a cada uno de
nosotros
nos toca representar, que con dolor tenemos que reconocer que hemos sido
arrastrados por las costumbres, que dicen hacen leyes, y nos hemos metido hasta
las orejas en plazos, créditos y pagatelas de por vida, que no todo lo que
reluce es oro, tan siquiera la apariencia física nos es gratuita y estamos
sometidos a una dictadura impuesta por dietas y mandangas de muy difícil
aceptación.
Qué
bonito sería, y sobre todo que acto de sinceridad por nuestra parte, reconocer
que vivimos de apariencias, que cuenta más el parecer que el ser, que nos
estamos engañando a nosotros mismos aún a costa de enfrentarnos a los
sacrificios mas delirantes, sin aparentemente quejarnos, aunque la procesión
vaya por dentro.
Qué
gratificante sería, reconocer que andamos equivocados, que nos damos cuenta de
que este tipo de simulaciones no nos llenan, no consuelan, no satisfacen y
sobre todo no nos sacan de este estado de hundimiento moral que difícilmente
nos atrevemos a reconocer públicamente y sin embargo sería nuestra auténtica
liberación.
Por
eso, esta mañana en la oficina he sentido pena, vergüenza ajena, he comprobado
la bajeza de miras a que nos hemos acostumbrado y a fuerza de repetir nuestras
propias mentiras, hemos llegado a creérnoslas... craso error.
Prometo
solemnemente, que jamás hablaré de síndrome postvacacional, porque además de
ser una falacia es desmérito de cada uno, que no ha sabido aprovechar una vez
más el tiempo para, por ejemplo: leer, escribir, ordenar sus cosas, cambiar de
aires haciendo algo diferente. Todo indica falta de imaginación, de
conocimientos, de criterios propios y uno se entrega y deja arrastrarse como
una hoja llevada por el viento.
A
nadie culpo, a nadie señalo porque cada uno de nosotros se prepara sus
vacaciones con tiempo suficiente, como para no tener que lamentar al término de
las mismas, nada...
Siempre
tendremos otra oportunidad, esta llegará al año que viene y trataremos por
todos los medios de ser sinceros con nosotros mismos, de aparentar lo que no
sentimos y de esa manera, tampoco tendremos que lamentar o sentir el síndrome
postvacacional.
Floren SB - Agosto de 2017 -
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