LA ESTRELLA DE DAVID

LA ESTRELLA
DE DAVID
(Cuento)
FLORENTINO SANTOS BARBERO
"Allí tenía la prueba de que los hombres pasan, la historia no"
DEDICATORIA:
A Pili, mi mujer, con quien estaré en deuda eternamente.
«Iba Oza al lado del Arca de Dios, y Ajio iba delante;
DAVID y toda la casa de Israel iban danzando delante de Yahavé con todas sus fuerzas, con arpas, salterios, adufes, flautas y címbalos» (II Sam. 4, 5)
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I N T R O D U C C I O N
Me propongo escribir algo relacionado con un judío de hoy. Está siendo testigo de excepción de cómo van arrasándose sus costumbres ante su impotencia. Compara entonces sus cono-cimientos ancestrales, con la actualidad. Trata de encontrar cierto paralelismo con las maldiciones bíblicas hacia el pueblo judío. El éxodo, las profecías, también las alabanzas del Cantar de los Cantares, "país de azúcar y miel", el tomillo y la flor del almendro, la vida artesana, los telares, la carpintería primitiva para la construcción de arados, artesas, banquetas, etc...
Comprende el fenómeno de la emigración contemplando su en-torno, vive aprendiendo del campo, del ganado, sin horizontes, sólo con la naturaleza, el pastoreo..., la caza, el frío, el calor, el agua, el paisaje.
Personaje enigmático, no sabe la fecha de su nacimiento, sus padres no viven, no está inscrito en ningún libro de registro, nació en el monte, nadie sabe ni cómo ni cuándo ni dónde; tiene nombre bíblico de sus antepasados, no conoce su historia, care-ce de cultura, no sabe leer ni escribir; pero sabe guiarse por las estrellas y las estaciones del año. Aunque no sabe escribir se expresa con silbidos y gestos, conoce las costumbres de sus ani-males, convive con ellos, en invierno, en las crudas noches en la choza hecha de escobas, se acurruca entre el ganado y es cuando siente que no está solo...
Come y bebe, productos del campo, de vez en cuando sacrifica algún cordero, toma leche, se hace ropas con pieles, se alimenta de frutas de los árboles y cultiva un huerto que cuida con esmero, en una palabra, es un "Robinson Crusoe" sin pretenderlo.
Su contacto con el resto de los mortales se produce gracias a los cazadores, los guardas del campo y sobre todo de los excursio-
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nistas y amantes de la naturaleza y ecología, que gracias a David son informados de los mejores pasos de perdices, de los lugares donde hay más conejos y liebres, de los arroyos donde se encuen-tran las truchas más gordas y en qué lugar están las cuevas y luga-res sin hoyar por el hombre.
Su naturaleza está aliada positivamente con el entorno y no re-cuerda haber sufrido enfermedad alguna, salvo una vez que se cayó y debió romperse algún hueso de una pierna y por eso anda un tanto cojo. No obstante todo se quedó en un entablillado más o menos rústico como el que de vez en cuando tiene que realizar a alguna cabra cuando cae por alguno de los muchos barrancos de allí.
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C A P I T U L O I
Años atrás, apenas lo recuerda, la majada donde ahora vive David, era más alegre. Se celebraba cualquier acontecimiento co-mo la matanza, la Nochebuena, en verano la recolección de la cosecha, la mies en la era que parecía un poblado celta también cuando llegaba la época se hacía el queso, ahora ya no. Ahora apenas hay gente que lo quiera comprar. Solamente se hace para el consumo propio. Lo mismo sucede con el grano que ex-clusivamente se tiene para hacer pan, sobre todo en invierno que hay todo el tiempo del mundo para cocerlo en el horno rudimenta-rio y que además sirve para tener caliente la choza.
Tiene David
como compañeros inseparables, varios perros
de presa, sobre
todo uno grande como una oveja, con cara de
bueno capaz de matar a un lobo. Lleva una carraca de pinchos como un collar en el pescuezo porque dice David que es el sitio donde primero atacan los lobos. En los largos días de invierno hace cayados que luego venderá en el pueblo, junto con pulseras, cinturones de piel, albarcas, cuernos con un badajo de madera a manera de cencerro y mil cosas más.
Lo peor es el invierno. Cuando las blancas nieves cubren no solamente las altas montañas que se confunden con el blanco del cielo y las nubes en forma de algodones, sino también los valles, vaguadas y praderas, quedando cubiertos totalmente los sende-ros, caminos y callejas; por donde habitualmente se mueve el ganado, de tal forma que pasa todo el día metido en la choza con una gran fogata y la compañía de sus perros.
El ganado apenas tiene qué comer. Como no sea la paja que du-rante el verano ha recogido de la mies y también gracias a un al-miar que para este menester se prepara en los largos días del estío y con la facilidad que producen los extensos prados cercanos y que David considera suyos, pues nadie le ha dicho nada en contra. Pasa gran parte del día fabricando utensilios. Además de para estar
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ocupado en algo, con el fin de venderlos en la feria del pueblo, que es por Agosto, aunque saca poco provecho de estas ventas y no siempre sirven para algo positivo porque por no ir más lejos, el año pasado, cuando bajó a la feria apenas sacó nada en limpio. Como no fuera una borrachera, de la que no quiere ni hablar...
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C A P I T U L O II
Cuando bajó al pueblo con sus artesanías, pudo comprobar que había en otros puestos similares al suyo, auténticas maravillas si se comparaban con las de él. Cinturones con brillantes, tachuelas y adornos serpenteantes que deslumbraban al darles el sol. En cambio los suyos eran, eso sí, más fuertes, de auténtica piel, pero sin adorno alguno, salvo los producidos por un hierro hecho as-cuas con el que pintaba, grababa más bien, unos dibujos de pája-ros, mariposas, flores silvestres, que apenas llamaban la atención. Además estaban los puestos de los melenudos, que la gente llama-ba "hippies" y estos también tenían cinturones, pulseras, sandalias y una infinidad de collares, bolsos y pendientes con toda suerte de adornos y metales y hasta unas flameantes piedras hechas como de brasas, sin duda alguna incomparable todo aquello con sus rústicas calladas de raíces y con una cachiporra en la punta. Sus cinturones con la hebilla de huesos de animales, sus albarcas de piel con el pelo para adentro buenísimas en invierno y poco más.
Así que acabada la feria, que principalmente era por la mañana durante los tres días que duraba la misma, David recogía su tende-rete que improvisadamente, como la mayoría de los que había consistía en su caso, de una piel de cabra sobre la que depositaba los trabajos que sacaba de un zurrón de piel de borrego, tratando de sorprender a sus poco conocidos paisanos, que hasta se ca-chondeaban de él cuando veían la competencia que tenía que so-portar en tales circunstancias, y eso que a él no le importaba pues estaba convencido de que sus cosas eran mejores que la mercancía que tenían los demás.
David no perdía de vista a cuantos objetos tenía de sus contrin-cantes y hasta intercambiaba con ellos pocas, pero interesadas pre-guntas. Una vez vio a una chica que también se dedicaba a esto de la venta de la artesanía, un collar hecho de conchas, como los ca-racoles y babosas que él conocía pero mucho más pequeñas y con colores que él ni siquiera había visto, que solamente se podían
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comparar con aquellos que tan a menudo, contemplaba en las ful-gurantes puestas de sol, en otoño, cuando allí sí, allí podían con-templarse todos aquellos colores y otros muchos que con seguri-dad esa chica de conocerlos los habría pintado en sus artilugios. A David todo cuanto veía le daba ideas para sus próximos traba-jos. Haría collares con las cuentas de dientes afilados de los ani-males y con huesillos, que él limpiaría hasta dejarlos tan brillantes y blancos que relumbrarán como aquellos que tenía delante. Tam-bién se había fijado que en las albarcas que él confeccionaba, po-día cambiar los tonos de las distintas tiras, poniendo correas de distintas pieles: en la puntera piel de cabra vuelta con los pelos para adentro, a los lados correas de piel de conejo con los pelos para afuera, y el suelo, ese no podía cambiarle, tenía que ser por fuerza de la dura piel de vaca y además en varias capas para darle consistencia y duración. Sin embargo no podía cambiar nada refe-rente a las hebillas, tenían que seguir siendo de hueso , no dispo-nía de nada de metal, solamente su afilada lezna que tenía de siempre, una navaja, comprada casi con toda seguridad en la feria algún día del que ya ni se acordaba y los cabos que él mismo preparaba para coser las hebillas y los suelos de las albarcas.
Evidentemente tenía que mejorar mucho su artesanía si no que-ría ser olvidado por su clientela que cambiaba sus gustos por las atractivas chucherías de los "hippies"; eso sí, en lo que no tenía ninguna competencia era en las calladas, esas sí que las vendía como churros. Además era casi siempre a gentes del campo, fe-riantes de ganado que conocían y apreciaban la calidad de estas calladas que para David eran muy fácil de fabricar dada la pericia que había adquirido en este tipo de trabajos.
En otoño, cuando las tardes ya son de un color parecido al de las violetas y los árboles apenas tienen hojas, dejan entrever por sus vanos las mejores vainas para este tipo de cayados.
David con buen ojo y mejor criterio, mientras cuida su rebaño
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acompañado siempre de sus perros, va seleccionando aquellos tallos de fresno, junto al río, aquellas varas de roble en lo alto de la colina y cuando pasa sus ratos recogiendo leña, troncos y raíces para el largo y próximo invierno. De vez en cuando aparta el mate-rial más apropiado para hacer sus futuras calladas. Unos porque tienen en la terminación de su raíz una verruga que servirá para una elaborada cachiporra, que le dará una gran consistencia. Otros porque están tan retorcidos que más que un callado, puede parecer una barra como la de los balcones de las casas de los ricos del pueblo, que forman auténticas maravillas en las balaustradas de sus fachadas.
Y así David, poco a poco va acumulando no sólo material, también ideas, a través de la selección de esta variada materia prima, para luego poder ya dentro del chozo, tratar no solamente de efectuar estos trabajos, que poco rendimiento le producen, sino además, estar entretenido en gran parte de este tiempo en que ais-lado, sin ningún contacto humano y por un largo período, tiene que pasar uno y otro día. Cuando esto ocurre, David ya lo sabe, los días son cortos, las noches largas, el frío mucho y la comida hay que administrarla bien. En este sentido, en el de la comida, David no tiene problemas...
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C A P I T U L O III
En el chozo que es grande y que a través de los años ha ido re-componiendo cada vez con más solidez, no falta de nada. La ubi-cación es fundamental, cuando se construyó, él apenas lo recuerda, se buscó un sitio al abrigo de los vientos, que al ser sierra, soplan con todo el brío que les da el estar libres de impedimento al-guno; tan pronto soplan de arriba como de abajo, de una lado o de otro, o sea, por los cuatro costados, de tal manera que a la hora de construir el chozo, sus padres o quien fuera, eso a David le da lo mismo, buscaron un sitio donde además de ser fácil el acceso, teniendo en cuenta las intensas nevadas que caen en in-vierno, no fuera la choza anegada cuando empieza el deshielo, y además tiene que estar el ganado también cerca de la atenta mirada del pastor, salvaguardado no sólo del rigor del invierno, también de los lobos que en estas circunstancias se atreven a atacar a todo cuanto se mueve. Pero David, había pasado ya muchos inviernos crudos y largos y había sobrevivido, lo cual le daba cierta confianza y estaba bien seguro de que la elección de su chozo era la adecuada a las circunstancias y necesidades de su vida.
Se había construido el chozo entre los sillares de unas enor-mes piedras de granito como corresponde a la sierra de Gredos a la que pertenecía el territorio de nuestro protagonista, habían teni-do en cuenta los antecesores de David, no solamente los rigores del invierno a todas luces duros y difíciles sino también los del verano en los cuales, sobre todo en las horas de siesta superaban a veces las penalidades sufridas en invierno.
Junto a estas grandes defensas naturales de piedra, también ha-bía un enorme castaño centenario, a juzgar por las oquedades de sus troncos, que dejaban entrever sus entrañas, fruto del paso del tiempo. Cuántas veces David, había guardado en estos hue-cos sus viandas y con unas piedras taponaba la boca que hacían las veces de auténticas despensas.
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Siguiendo con la descripción del lugar de ubicación del chozo, muy próximo al mismo había una extensión de tierra cul-tivable, con cerezos, almendros, ciruelos y varios árboles fruta-les más; hasta unas cepas, enraizadas en una gran pared que más bien parecía una muralla de la cantidad de piedras que habían ido acumulando, lo que se llamaba un majano, haciendo cerco a esta tierra de labor, y seguramente para también evitar la erosión de la misma, que el viento y el agua hostigaban con saña sobre
ellas.
Justamente por
delante del chozo, pasaba un arroyo,
que
tanto en verano
como en invierno se mantenía vivo, pues
procedía de un manantial inagotable, detrás de las grandes rocas o
seguramente del fondo de las mismas quién sabe...
Alrededor del chozo, se había construido una pared de piedras pequeñas, medianas y grandes lo que se había encontrado por allí y que era fácil dado lo pedregoso del terreno, serrano por excelen-cia, igualmente que con el huerto rodeando en este caso la base del chozo y ampliado a otro recinto, y mucho más grande para el ganado, además éste último con varias dependencias, separadas entre sí como un laberinto.
Una vez allanado el terreno en el interior de este muro protec-tor que alcanzaba bien seguro hasta dos varas más o menos, por el exterior, y para evitar que entrara el aire, el frío, el agua y algún que otro visitante indeseable, se había procedido a tapar las sepa-raciones entre las piedras puestas con gran precisión, y combinan-do las grandes con las medianas y pequeñas para cubrir los huecos lo más posible que permitían las poliédricas formas inverosí-miles de las mismas , con juncos, hojarasca y con estiércol del ganado, con lo cual, se había propiciado al mismo tiempo el nacimiento de una gran flora de plantas, helechos, florecillas, y sobre todo una jungla de zarzas que hacían impenetrable el paso a personas o alimañas como no fuera por la puerta de entrada, que estaba prácticamente abierta en verano y cerrada con una serie de artilugios en invierno. Y sigamos con el resto del chozo o de la
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choza, que para el caso es lo mismo.
Sobre este muro, natural de piedras de un espesor más que considerable, en una parte no había hecho falta poner nada, pues la pared de rocas servía de cierre a este ordenado círculo, además, desde allí, desde esta pared natural, dada su considera-ble altura de casi tres metros, arrancaban unas tozas de árboles diversos, castaños, robles, alisos, fresnos, lo que más a mano se encontró cuando se empezó a construir la majada.
Una vez bien tupido el que sería el techo de la choza y con es-tas tozas maestras, se cubrió con un entramado de ramas, atrave-sando el sentido de las vigas y dándole cierta inclinación o caída para que no se depositaran fácilmente encima las nieves que no hay que olvidar frecuentemente cubrían los más altos picos de la sierra.
Encima de esta variada tramoya se pusieron grandes esco-bas, un arbusto que crece con gran facilidad y abundancia por aquel entorno y que servía y sirve para en invierno iniciar el fuego cuando la leña está húmeda por las escarchas, nieves, lluvias etc...
y en verano como protector del sol que implacable cae en estas latitudes. Cerrados todos los resquicios por donde pudieran entrar, cualquiera de los elementos naturales o animales tanto en el techo como en las paredes exteriores, en el techo además se ponían unas grandes piedras separadas y estratégicamente colocadas, con el fin de que el aire no lo pudiera levantar, pues dado el ímpetu con que soplaba a veces, hasta podía llevarse por delante la te-chumbre. Tal era el acondicionamiento y el tiempo que había pasado por este habitáculo, que podría decirse que no había ni cielo ni tierra que pudiera moverlo de allí, era como si con las grandes zarzas que habían nacido junto a él, también hubiera echado raíces y el tejado, ya no dejaba ninguna duda de que per-manecería allí eternamente si bien había que tener precaución con el fuego, había de calcularse, hasta qué altura debían llegar las
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llamas , problema que solamente tenía que tenerse en cuenta en la época de invierno, pues en verano había otros apaños fuera del chozo, pero en invierno había que andar con cuidado, aunque la naturaleza aliada con el entorno, caso de que subiera alguna chis-pa, al arder la leña seca, ésta encontraba un techo, humedecido por el deshielo de la nieve con lo cual quedaba el problema resuelto definitivamente.
Además David ingeniosamente había practicado un boquete a manera de chupón por donde desahogaba el humo y servía de tiro para la lumbre. Sobre una gran lancha de piedra plana que en el suelo se había descubierto como si de una raíz o parte de la misma pared se tratara, ardía constantemente una gran fogata como punto central y con unas largas lenguas de fuego, formando cam-biantes sombras en las paredes de escobas de la gran choza. So-bre dos mojones o piedras gordas se apoyaban dos o más troncos de raíces que ardían durante días, manteniendo vivo el fuego en la medida que hiciera falta. De un saliente de la piedra que servía de pared a este fuego, David colgaba un caldero, para cocinar un buen guisado de carne con patatas, que era el menú habitual y que desprendía un olor que envolvía todo el entorno, cuando no un olorcillo a asado sobre las brasas, característico, por el que se po-día intuir la vida que se desarrollaba dentro de tan peculiar hábitat.
El interior de la choza, estaba perfectamente acondicionado a la forma de vida y peculiaridades de su único habitante. Las paredes que como hemos dicho hasta un nivel suficiente eran absoluta-mente de piedras, daban lugar a un sinfín de huecos que David aprovechaba para a manera de estantes colocar todos sus enseres de trabajo, cazuelas de barro, útiles y herramientas de labranza y sobre unos palos salientes de la pared, colgaba sus ropas para secar y sus pieles para el trabajo ya una vez curadas al sol y debi-damente curtidas y limpias, trabajos que realizaba preferente-mente en verano, a pesar de que ello era motivo de una gran ava-lancha de moscas, insectos y mosquitos de todo tipo atraídos por
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esta singular faena. No faltaba en este recinto un lugar privilegia-do, no muy cerca de la lumbre, pero tampoco separado, para un camastro construido con varias ramas de árboles, en el sitio donde menos humedad había. Estaba ubicado en la parte más lejana de la entrada y consistía en una especie de hamaca con varias pieles de animales y hojato de mazorcas de maíz o panochas de millo, en
una especie de colchón hecho
también de pieles y que le da-
ban una gran consistencia y
confort, además de producir calor
en invierno y prevenir del mismo en verano.
No podía faltar en tan peculiar hogar, un sitio donde guardar los alimentos, sobre todo aquellos que había que administrar con gran tino, aceite, harina, azúcar, sal etc... para ello David dis-ponía de una especie de vasal, hecho de estacas más o me-nos simétricas, en las cuales unas calabazas curadas y debi-damente vaciadas, a falta de vasijas, tenía para este menester y como la boca de las calabazas es más bien pequeña, no había peli-gro de contaminación alguna así como de la incursión de in-sectos o pequeños roedores no deseables. Nunca faltaban las ristras de ajos, pimientos secos al sol y algún que otro atado de cecina, zambombas con lomos secados al humo de la estancia con un agradable y característico sabor así como también alguna que otra pieza de caza, que a base de trampas y lazos cobraba de los lugares más inhóspitos.
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C A P I T U L O IV
A pesar de todo, David conocía muy bien sus carencias y limi-taciones, solamente en verano se veía más consolado con las visi-tas que recibía casi a diario de excursionistas que en grupos y a veces en solitario hacían las delicias de este olvidado hombre en la serranía. Sin embargo David dentro de su modo de vida se había organizado de tal manera que no solamente había aprendido a so-brevivir, sino que bien pudiera asegurarse que vivía mejor que muchos de quienes iba conociendo, al menos esto era lo que le transmitían sus visitantes, sobre todo si eran de Madrid, quienes más énfasis ponían, en cuanto eran conocedores de la vida y mila-gros de David y manifestaban rápidamente su envidia ante la forma tan natural de vida que llevaba, admiraban su tranqui-lidad en contraste con la azarosa vida de la gran ciudad, sus rudi-mentarios medios para alimentarse, su forma de vestir y calzar y que, en su semblante no había síntomas de contaminación, su mi-rada limpia, los ojos brillantes, la tez morena y curtida por los vientos, la cara tersa y el pelo moreno y abundante, eso sí, un tanto descuidado como su poblada barba, que le daban un atracti-vo primitivismo. Era hombre de pocas palabras, apenas mantenía contacto humano, salvo en sus incursiones al pueblo en sus fuga-ces visitas para proceder al trueque de sus mercancías. David qui-zás porque vivía en la cumbre de las montañas, era un poco inocente en su trato, no conocía las triquiñuelas del resto de los mortales, no sabía leer ni escribir pero estaba al corriente de las noticias, conocía de una forma somera los grandes adelantos de
la
humanidad, sin llegar a profundizar en sus ventajas, sabía
de
la existencia de la televisión, radio, teléfono y hasta electro-
domésticos tan sofisticados como el frigorífico o los calentadores de agua, lavadoras etc... Conocía los coches y las motos pero muy superficialmente.
David era consciente de su natural aislamiento, semivoluntario, pero no ansiaba las cosas y forma de vida de sus paisanos, ade-más, cuando bajaba al pueblo, estaba en ascuas y su único deseo,
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era volver a la majada, donde le esperaban sus perros, sus ani-males, sus cosas, y mucho antes de llegar cargado con sus alforjas, repletas sobre todo de alimentos, los perros salían a su encuentro con gran alborozo, moviendo el rabo y dando piruetas y alaridos de reconocimiento y alegría, a los que respondía David hablándoles y silbándoles a medida que se producía el encuentro y echándoles cualquier chuchería a la que no estaban acostumbrados componiendo todo ello una escena festiva poco corriente por aquellas latitudes. La propia naturaleza y el entorno, el paisaje, parecían aliarse con David dándole su bienvenida.
A David le dejaban a veces un tanto intranquilo y pensativo al-guna de las visitas que recibía, como siempre inesperadamente. Como aquella de aquel mismo verano que dejó en él una profunda huella imborrable...
Todo ocurrió un buen día, serían las horas del mediodía más o menos, por la altura en que se encontraba el sol, era en pleno verano, sin embargo había todavía nieve en los neveros de la sie-rra, allá en Pinajarro, en las vaguadas donde nunca da el sol, en lo profundo de las simas, y no digamos en el trampal una cueva natu-ral donde las sempiternas nieves petrificadas eran auténticas rocas de hielo y corazón de tantos manantiales como hay por aquellos parajes.
Aparecieron de pronto en la majada de David un grupo de ex-cursionistas al parecer dos hombres y una mujer, jóvenes, con ropa y atuendos de atractivos colores, sobre todo para David, que en su ropero personal apenas había prendas como no fueran las pieles más o menos curtidas con las que formaba sus gruesos cha-lecos que de una forma artesanal había confeccionado de siempre y los eternos pantalones de pana parda por el paso del tiempo. Pero aquellos colores, las cremalleras los adornos, escudos y botonaduras de los petates, llamaban poderosamente la atención de David como también unos grandes cuchillos de monte que
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llevaban al cinturón de color verde los hombres o jóvenes y las brillantes cantimploras atadas con enganches dorados a su cintura y las botas tan fuertes y gruesas que ni una piedra ni una picadura de alacrán podrían atravesarlas y los jerséis y los pañuelos al cue-llo y los sombreros, todo, todo, le llamaba la atención a David que contemplaba embobado cómo se le acercaban al mismo tiempo que sujetaba con gran esfuerzo a los perros cogidos por el collar, que trataban con empeño de soltarse y lanzarse a los intrusos que en ese momento hacían acto de presencia. David quería transmitir confianza a los chicos, increpando a los animales y dándoles a entender que nada tenían que temer y que se acerca-ran sin cuidado alguno. Una vez el grupo unido en torno a David y acariciando las grandes cabezas de los perros, empezaron a dialo-gar entrecortadamente pero clarificando poco a poco a David y explicándole cómo habían llegado hasta allí por causalidad guia-dos solamente por una gran columna de humo que salía hacia el infinito de la hoguera que siempre permanecía encendida para preparar las comidas...
Le fueron explicando que habían tenido un percance en el gru-po y que parte del mismo se había quedado en el lugar del suceso y ellos tres se habían dirigido en busca de auxilio, si bien em-pezaban a darse cuenta de su error, pues de bien poco les valdría el trecho recorrido a través de aquellos andurriales para ellos desconocidos y llenos de maleza, zarzas, insectos y grandes esfuerzos tratando de llegar hasta la señal de humo que ahora tenían delante y comprendían su despropósito dadas las carencias que observaban. Su pretensión era encontrar alguien que les pudiera ayudar y a la vista de la precaria situación más bien podían ellos aportar algo nuevo. Sin embargo David se interesó y quiso conocer detalles acerca del accidente y entonces la chica del grupo, más bien una niña, eso sí, muy bien propor-cionada a juzgar por lo que David veía, intuía y sentía ante la presencia de una rubita, que quizás por el calor y el sofoco del camino o tal vez por la preocupación del hecho que les había
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llevado hasta aquel lugar, presentaba una cara del color de los melocotones maduros y unos ojos que parecían estrellas azules en una noche de luna llena. Una gran trenza recogía su largo pelo que le caía sobre el hombro izquierdo terminando en una cinta de color carmesí sobre el pecho, llevaba una camiseta con botones en la parte delantera, que se resistían a estar abrochados y por la abertura dejaban entrever unos tirantes de alguna insospechada pieza interior de color brillante, como el agua del pantano en la lejanía del horizonte cuando se dibujaba con absoluta claridad en las soleadas tardes de invierno. David, mientras pensaba todo esto, se le agolpaban las ideas en su mente, nunca hasta ahora había sentido nada parecido ante la presencia de una persona, qui-zás fuera la situación novedosa o el ver unas personas en apuros. Mientras los recién llegados se iban despojando de sus pesadas mochilas y con cierta despreocupación iban dejando junto a un enorme tronco de castaño todas sus pertenencias. David que no
quitaba ojo de la
chica, iba descubriendo las formas
y
contor-
nos de la muchacha a la
que como magnetizado
no
podía
resistir dejar de
mirarla,
sentía un regusto especial quizás sin
que ella fuera consciente de que estaba siendo sometida a examen y espiada con especial interés. David como volviendo en sí de su arrobo, les indicó que no dejaran las mochilas en el suelo, que mejor las colgaran de los pezones que salían del averrugado tron-co para evitar quedar al alcance de los perros que no hacían más que olfatear una y otra vez adivinando una suculenta me-rienda, o tal vez el olor a las cremas y mejunjes de la niña.
Una vez desembarazados de todo impedimento y despojados de sus camisas, ellos se refrescaron en el padrón que a sus pies pa-saba tranquilo con las aguas más cristalinas y frescas que jamás habían visto, y ella, la niña se pasaba un pañuelo que se quitó del cuello restregándose una y otra vez su cuello y cara mojando el pañuelo en el arroyo, por la abertura de la camiseta que a David le tenía como hipnotizado.
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Ya refrescados, comenzaron a contarle a David, cómo ha-bía sucedido lo del percance, de uno de los componentes de la acampada, como ellos llamaban a la excursión a la sierra. Lleva-ban ya dos días, habían situado sus tiendas de campaña en un llano a los pies del pico más alto, el Pinajarro, montaban guardia ha-ciendo turnos, mientras unos vigilaban el campamento, el resto, unos diez o doce se disponían a explorar los alrededores tratando de pasar unos días felices, lejos del mundanal ruido y las penu-rias que la ciudad les somete a diario, aunque no todos eran de Madrid también había gente del pueblo. De repente uno de los componentes de la marcha que avanzaba por entre rocas y riscos tratando de llegar a lo más alto del pico pisó en una piedra saliente de la vereda, desprendiéndose y cayendo desde una altura conside-rable, entre rocas y arrastrando en su caída, trozos de retamas, tierra o sea un amasijo y una gran polvareda, quedando por fin parado a una gran distancia del resto de la hilera. En tal situación y viendo que el accidentado no daba señales de vida, temiéndose lo peor, decidieron suspender la escalada al Canchal y volver con precaución y lo más rápidamente posible hasta el lugar donde se encontraba el desafortunado siniestrado. Al rato después de gran-des esfuerzos y cuidados para no desprender en el descenso alguna piedra que pudiera acentuar más aún la situación del herido, llega-ron al sitio donde se encontraba éste encajado sobre una grieta con piedras encima, la cara ensangrentada y llena de tierra, temiendo realmente por su vida, pues no apreciaban movimiento alguno en él. Comenzaron a limpiarle con agua de sus cantimploras y al rato parecía dar señales, si bien le decían levantando la voz, como si el herido anduviera ausente, que no se moviera, no fuera a ser que rodara todavía más abajo y que se hiciera más difícil el rescate, pues próximo al lugar donde se encontraba había una cueva en cuyo fondo se vislumbraba una masa blanca o sea nieves per-petuas, que eran muy frecuentes en ese lugar de la sierra. Una vez reunido el grupo con gran cuidado y trabajosamente sacaron al herido, le posaron sobre una gran lancha plana de piedra, empezaron a vendarle las múltiples heridas en cara, cabeza,
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brazos, piernas, en fin, tenía heridas en todo el cuerpo, como dijo uno del pueblo, estaba hecho un eccehomo, no había un trozo de su cuerpo que no presentara magulladuras, moratones, heridas de más o menos consideración, pero lo importante es que recobraba el conocimiento y aunque un poco fuera de sí, conmocionado por la caída, decidieron bajarle al campamento, para lo cual hubieron de improvisar unas parihuelas, con dos ramas de leña que encon-traron metiéndolas por las mangas de los anoraks, haciendo una perfecta camilla.
Llegaron al campamento, siendo conscientes de la grave-dad del herido, sobre todo de una herida en una rodilla, que em-pezaba a abultarse y ponerse de un color negruzco tirando a ma-rrón, se preguntaban qué hacer en tan extremada situación, fue entonces cuando mirando hacia el cielo, probablemente imploran-do el auxilio divino, la niña que ahora estaba frente a David, divi-só la columna de humo que les condujo hasta allí, pues pensa-ron que llevarle al pueblo en ese estado sería una temeridad, ade-más de tener que suspender tan temprano la excursión que con tanto empeño e ilusión habían programado durante mucho tiempo. David escuchaba atento sin perder detalle, viendo que realmente, por cuanto le estaban contando poco o nada podía él hacer, sin embargo cada vez que cruzaba la mirada con la de aquella niña sentía la necesidad de no perder el contacto aunque fuera vi-sual con ella y sin pensarlo mucho dispuso sus cosas y decidió acompañarles. Lejos de celebrar esta iniciativa los visitantes trata-ban de convencer a David para hacerle desistir de su empeño, pero él les aseguró que aunque nada pudiera hacer que no hubieran intentado ellos, al menos les serviría de guía a la vuelta al campa-mento y no les sería tan difícil como la venida, que nada más ver el campamento de lejos les dejaría encaminados y él se volvería a la majada...
La chica, quizás con más sentido intuitivo que sus compañeros, sintió que David se hubiera dado cuenta de su incapacidad y que
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hubiera quedado ante ellos en evidencia y se sintiera tal vez herido en su interior. Le animó a que les acompañara y así conocería al resto de la expedición, ante lo cual, David con una lucecilla que hacía que sus ojos brillaran de una manera especial, empezó a llamar al ganado, los cuales ante lo inusual de la hora apenas ha-
cían caso de los silbidos
de David y los ladridos
de los
pe-
rros, pero al rato ante
su insistencia comenzaron
a entrar
en
el corral o recinto que junto a la choza tenía David dispuesto para las distintas especies de animales, cabras, ovejas, vacas, cer-dos, gallinas etc.. Cerró el paso del corral con ramas y piedras como era costumbre, entró en la choza, cogió el zurrón y un calla-do como los que vendía en la feria, cerró el chozo, apagó el fuego y acompañado de uno de sus perros, al otro le obligó a permane-cer con el ganado, se dirigió con el grupo hasta el campamento...
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C A P I T U L O V
Por el camino fueron preguntando a David acerca de su vida, de cómo y desde cuándo vivía allí en la majada, al parecer tan solo y olvidado, cómo pasaba el tiempo, si apenas disponía de nada... David al tiempo que avanzaba con más destreza que los demás por aquellos vericuetos, que le llevarían hasta la falda del Canchal de Pinajarro, les contaba cómo podía al bombardeo de preguntas a que estaba siendo sometido por sus acompañantes, seguramente estos deseosos de conocer cómo era posible una vida como la que llevaba David con tan pocos recursos.
Él les contaba que apenas notaba las carencias que ellos apuntaban en su vivir diario, con sus animales, los productos del campo que cosechaba y el rendimiento que obtenía, tenía resuelto el sustento diario y hasta podía permitirse de vez en cuando llevar parte de estos productos al pueblo, con lo cual adquiría aquello que le faltaba, ropas, enseres etc... prácticamente nada, pues había aprendido desde siempre a apañárselas con lo que la naturaleza y su esfuerzo le daban, que era mucho...
Desde lo alto de un cerro, después de un largo camino, que a los acompañantes de David se les antojaba corto, no muy lejos de allí se podía divisar, lo que ellos llamaban el campamento cuatro o cinco tiendas de vivos colores ordenadas en círculo y donde tam-bién salía una fina hebra de humo señal de que sus moradores no andaban lejos de ellas. La niña, se dirigió a David con una alegría especial en su rostro, por la seguridad que le producía encontrarse de nuevo con los suyos y le dijo: mira, aquella tienda de color naranja, indicándole la situada a la derecha de la formación, es la de mi hermana y mía, a lo cual David sin entender en qué podía a él interesarle saber aquel detalle, asintió con la cabeza, y ella prosiguió la enumeración del resto de las tiendas, - " aquella azul es la de Paco y tres amigos más, la verde jaspeada como camuflaje del ejército es la de Pili y sus hermanas Ana y Marisa, la más oscura y también la más grande es la de Floren y
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Luli, un matrimonio joven y esa otra que tiene levantada una por-tezuela sujeta con dos palos es la de Juanjo, el herido y de Antonio que es uno de los que viene con nosotros" con lo cual David co-nocía en principio más o menos la composición de la expedición compuesta en proporción parecida entre hombres y mujeres.
No había pasado mucho tiempo cuando se personaron en el campamento siendo recibidos con muestras de alegría por los allí presentes, sin ocultar su preocupación por el estado de Juanjo y tratando de averiguar con avidez qué clase de ayuda habían en-contrado al verles acompañados de un personaje para ellos total-mente desconocido. Trataban de explicarles lo difícil que les había resultado dar con David, cómo éste les había recibido y se había ofrecido a acompañarles haciéndoles muchísimo más fácil la vuel-ta, porque era evidente que para aquel desconocido, aquellos lugares no guardaban ningún secreto y se movía por ellos como pez en el agua. Sin embargo de lo que no estaban tan seguros, era de que hubieran logrado su propósito de traer auxilio, toda vez que David carecía de cualquier conocimiento para este menester. NO obstante confiaban en su sabia y natural pericia al subsistir en la sierra solo y sin necesidad de médico alguno por cuanto era obvio que en alguna ocasión debió de encontrarse en circunstan-cias difíciles y salió airoso.
La rubia cogió de la mano a David, que permanecía estático, sin hablar nada, asombrado ante tantas cosas para él desconocidas: las tiendas, las mochilas, los enseres, las ropas colgadas a secar en unas improvisadas cuerdas, las chicas y chicos de una edad más o menos igual que la suya, las prendas de vestir, extra-ñas para lo que él estaba acostumbrado a ver cuando bajaba al pueblo, única ocasión que tenía de apreciar este tipo de cosas. Lo que más le llamó la atención, era la ropa que llevaba una chica morena con el pelo recogido en un moño en la nuca y que apenas tenía puesta otra cosa que una cinta ancha que le tapaba los pechos y una especie de calzón, que terminaba en lo corto de
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sus perneras, como los flecos de unos cojines que él había visto en alguna ocasión probablemente en la taberna del pueblo o puede que en la parte trasera de algún coche, solo que estos estaban he-chos a propio intento, además su espalda, la cara, brazos y piernas, estaban completamente colorados por el aire y el sol que por allí arrea de verdad.
La niña tiraba de la mano de David como arrastrándole y despertándole de tanto asombro indicándole que le acompañara hasta la tienda de Juanjo, el accidentado. Al entrar, David vio que sobre una colchoneta azul brillante, se encontraba un muchacho de aspecto atlético, musculoso, fuerte semidesnudo, con unas cintas blancas cubriéndole prácticamente desde la cabeza a los pies. Pudo darse cuenta que una de sus rodillas se encontraba curvada ha-ciendo la forma del ojo de un puente y sobre la cual se veía una mancha que atravesaba las telas y pañuelos con que la habían cu-bierto. Una de las muchachas que se encontraban junto al herido, que montaba guardia, le explicaba a David, la preocupación que tenían todos por el estado del enfermo, sobre todo por la herida de la rodilla. Juanjo que estaba medio adormilado posiblemente por las magulladuras y también en parte por los calmantes que le habían suministrado, al verle y comprobar que se acerca-ba una cara extraña para él le alargó la mano, pero David un tanto azaroso en lugar de estrechársela como normalmente ocurre, se la cogió con ambas manos apreciando rápidamente que tenía una temperatura ardiente comparada con la suya o lo que es lo mismo tenía calentura y eso él sabía que era malo. David, que empezó a disculparse por sus desconocimiento les daba a enten-der, que no se hicieran demasiadas ilusiones con su intervención pero que eso sí, que si era cosa de acompañar a alguno de sus compañeros al pueblo en busca de ayuda que él lo haría encanta-do. De todos modos, ya que estaba allí podía intentar ver la herida que tanto les preocupaba, por si se pudiera hacer algo, a lo cual asintieron tanto el enfermo como sus acompañantes.
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La chica que cuidaba comenzó a quitarle el vendaje que cubría la herida entre gemidos por parte del herido, mientras David se daba cuenta a medida que quedaba al descubierto la rodilla de la importancia de la misma. Sin embargo no le parecía para tanto como al resto de los que allí estaban. Había, eso sí, una gran herida abierta como consecuencia del arrastrón sobre las rocas y un abultamiento de apariencia negruzca que no era otra cosa que la tumefacción del propio golpe y posiblemente la descolocación de algún hueso salido de su sitio, algo que él conocía, pues en oca-siones sus cabras y ovejas habían caído por un risco y él lo había solucionado estirando sus huesos con fuerza para colocárselos. David le dijo a Juanjo que no se moviera mucho, que procuraría no hacerle daño, y trató de quitarle importancia al asunto expli-cándole que el bulto no era sino un hueso salido de su lugar y que una vez colocado sentiría gran alivio. Juanjo empezaba a confiar en él por las palabras que le estaba dedicando, pero se temía lo peor, este individuo le dejaría cojo de por vida, ¿cómo iba a cu-rarle con solamente las manos?.... sin embargo no había alternati-va, así que nada... no le quedaba más que confiar en aquel tío de aspecto joven pero con ropas de mayor.
David le cogió la rodilla con las dos manos, ante las quejas del herido quien temiendo le fuera a hacer daño, acentuaba sus lamen-tos, David con un inesperado movimiento, presionando sobre la rodilla, girando al mismo tiempo hacia adentro dejó la rodilla rígi-da pero plana sobre la colchoneta. Comenzó a sangrar la herida y todo esto sin apenas dar tiempo a las chicas y al propio Juanjo a darse cuenta de cómo lo había hecho. David se sorprendió de que el herido no hubiera gritado al realizar aquella maniobra, pero éste lejos de quejarse, se incorporó de medio cuerpo no dando cré-dito a lo ocurrido y al parecer ya sin sentir los terribles pin-chazos de antes. Una de las chicas comenzó a tapar la herida, pero David dijo que era mejor dejar salir sangre hasta conseguir que bajara la hinchazón y que ya se apreciaba no era tan alarmante como antes. Pasados unos momentos el herido que apenas
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se atrevía a moverse manifestaba en cambio su mejoría, David cogió de nuevo la rodilla y él ya no opuso resistencia y comenzó a moverla de un lado a otro de arriba abajo sin que apenas sangrara, lo cual demostraba el éxito obtenido, entonces cogiendo David su zurrón sacó de él un emplaste hecho con hojas de leche interna y aceite, manteca y sebo, le puso una pequeña cantidad sobre la ro-dilla y le dijo a la chica que se lo tapara pero sin apretarle mucho la venda para que pudiera caminar poco a poco, que sería el mejor remedio.
Corrieron las voces entre los acampados de lo que había hecho David, no ocultaban su alegría ante la nueva situación y más animados aun cuando vieron aparecer en la puerta de la tienda a Juanjo que les recordaba los dibujos de los libros de texto, en la resurrección de Lázaro.
No sabían cómo agradecer a David, lo que había hecho, le da-ban palmadas en la espalda, estrechaban sus manos, le ofrecían comida, refrescos de todo y la niña rubia, esto David no lo olvida-ría nunca le dio un beso en la cara, mientras un escalofrío recorría todo su cuerpo de arriba a abajo. Pasados estos momentos de eu-fórica alegría y agasajos por parte de todos, David, que veía cómo se echaba la tarde encima, insinuó que debería volver a su majada, no es que le preocupara la oscuridad, sabía desenvolverse tanto de día como de noche por aquellos senderos para él tan familia-res, pero tenía que atender al ganado y además ya no pintaba nada allí... Juanjo que se sostenía gracias a la rama de un árbol en forma de horca a manera de muleta, se adelantó y poniéndose frente a David le daba muestras de agradecimiento prometiéndole si no era este año, al próximo ir a visitarle a la majada y diciéndole que le pidiera lo que quisiera, que se lo daría o proporcionaría fuera lo
que fuera,
en
ese
instante Juanjo
no sabía qué hacer para
agasajar a
David,
qué
darle además
de las gracias y como si
de pronto
le
hubiera
llegado una
idea inesperadamente entró
en la tienda y salió de nuevo de ella con un precioso machete de 29
monte y dirigiéndose a David hizo que lo cogiera a pesar de que éste se negara insistentemente que terminó por examinarlo con los ojos centelleantes de alegría e ilusión por cuanto representaba aquel objeto para él...
David acostumbrado a no recibir nada si no era a cambio de al-go se quitó una de sus pulseras en forma de trenzas hecha con finas hilachas de piel que adornaban una de sus muñecas y se la puso a Juanjo, como si con este acto, estuvieran sellando una ines-perada pero gran amistad...
No dejaban el resto de los acampados, que David se marchara, sin antes permanecer en reunión con ellos, se sentaron en círculo, como habitualmente hacían, sobre unas gordas piedras que servían de asientos unos con las guitarras, otros con flautas empezaron a cantar y tocar a coro y bailar dentro del círculo a cuya espalda quedaban las tiendas. En tanto que comenzaba ya a anochecer. Aunque David se encontraba comiendo y bebiendo cuanto le ofre-cían, no por eso dejaba de darse cuenta de que cuanto más tiempo estuviera allí, tanto más difícil le resultaría llegar a la ma-jada ya entrada la noche, de tal forma que se incorporó y cu-riosamente mirando para la niña rubia, dijo que se marchaba sin más. Cesó la música y el baile, volvieron a repetirse las muestras de agradecimiento por parte de todos y sobre todo de Juanjo y cruzándose el zurrón sobre sus espaldas, con el callado en la mano y su perro al lado meneando el rabo, un tanto perplejo inició la vuelta a su majada...
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C A P I T U L O VI
Durante el tiempo que empleo en volver a la majada, por el camino que a David le pareció más seguro, aunque no el más cor-to, fue bordeando la falda de la sierra, porque a más altura hay menos oscuridad mientras en su pensamiento, se agolpaban tantas cosas, dada la costumbre para él de tratar y ver a tan pocas perso-nas. Era mucha la huella que le había dejado este encuentro y le costaba ordenar las ideas a asimilar las novedades vividas en tan corto espacio de tiempo.
Tenía, como si de un retrato se tratara la imagen de la niña ru-bia, metida en la cabeza. Le causaba perturbación sin razón apa-rente así como le había conmovido el gesto de Juanjo al des-prenderse del cuchillo de monte tan valioso, que lo sacaba, lo miraba, ya sin prisas, sabiendo que ahora ya era suyo, ensa-yando golpes al aire con él, atacando a invisibles alimañas, cor-tando a su paso ramas y zarzas, apreciando su brillo a la luz de la luna. Estaba realmente contento con aquella adquisición, había valido la pena el viaje...
Recuerda la algarabía de voces, para él desconocidas de las chicas, y los bailes y sus ropas y su pelo y los adornos de las ore-jas y los colores de sus vestidos y la comida y el sonido de las guitarras y todo, todo cuanto ha vivido, tantas cosas... Y sin em-bargo él se encuentra más a gusto, más identificado, con la tran-quilidad de la noche, solamente alterada por el brusco canto de algún lejano cuco o la sarcástica carcajada de un cárabo en lo alto de la rama de un enorme roble. David avanza con destre-za, sin dudas, solamente orientado por la majestuosa silueta del Canchal de Pinajarro y las recortadas cimas de la sierra de Gredos, sobre un azul que acentúa más que nunca la blancura de la nieve sobre los picachos y que le van marcando el camino al chozo cada vez más cercano.
Cuando ya reconoce sus tierras, ha avanzado tanto la noche que
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las estrellas apenas se aprecian ya sobre el cielo, solamente las más grandes y el lucero del alba, como que pronto empieza a ama-necer.
El perro que le acompañaba durante este inusitado viaje se ade-lantó corriendo en cuanto olfateó la majada y sus ladridos se mezclaban con los de su compañero, que recibía con regocijo la vuelta de su amo y su compañero...
David entró
en el
chozo, se tendió en el camastro
y
quedó profundamente dormido. Los animales como a dia-
rio,
comenzaban
una
sin igual sinfonía de balidos kikirikíes,
mugidos y toda suerte de sonidos, que despertaron a David, que aunque hecho polvo, era consciente de sus obligaciones quitándo-se la camisa con la que se había acostado, sin darse cuenta, cogió un trapo, se lo colocó al hombro y se fue hasta el padrón para la-varse y espabilarse un poco.
No había hecho más que remojarse las manos, cuando al levantar la vista, observó que junto al tronco del castaño gran-de donde hacía no tanto rato, habían estado colgadas las mochi-las de los visitantes, entre las machuqueras, semiescondido había una bolsa de color naranja, con cremallera, que con seguridad se había debido caer de alguna mochila cuando estuvieron aseándose allí mismo. Se acercó, lo cogió y notó que en su interior sonaban y había diferentes cosas, decidió lavarse y luego lo abriría para ver su contenido.
Una vez terminó de atusarse, dio suelta a los animales, quitan-do una especie de angarillas que servía de puerta con las ramas junto a la cual ya estaban balando un grupo de ovejas, con mani-fiesto deseo de salir a triscar al campo libre, corrió luego más adentro un grueso madero que sujetaba una compuerta y salieron las cabras. En otro apartado de al lado, abrió una portilla y salie-ron dos vacas gordas y sucias del fango que cubría toda la superfi-cie del suelo, que hozado por el paso del tiempo tenía autén-
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ticos chapatales de orines y heces de las mismas vacas,
mezclado
con un brazado
de
breos, comida muy fácil de reco-
ger en aquella época y de cuya estancia salía un pestilente
olor,
solamente
superado por el
del
botiquillo de los lechones
que
por esa razón era el más alejado del chozo. Una vez suelto el ganado que corría por los campos a su libre albedrío, siempre bajo la atenta mirada de David y sus perros, se dispuso a preparar el almuerzo, que sobre unas ramas de escobas, encima de dos piedras, fuera del chozo encendió y sobre la que puso un caldero negro como el cordobán, humeante con la manteca y las rebanadas de pan duro, con agua y un guiso de pimentón, ajos y otros aliños, darían al postre una suculenta sopa con torreznos y trozos del cor-vejón de un chorizo, además de un par de huevos fritos que pro-porcionaban a David un desayuno digno de un arzobispo.
Sobre una improvisada mesa de la peana de un tronco en una buena sombra, con piedras para sentarse se disponía a restaurar su estómago. Solamente estaban junto a él sus inseparables perros, esperando como siempre coger al vuelo, un trozo de pan o algo que sobrara de la comida y que David, de vez en cuando repartía con ellos.
El lugar era para cualquiera un auténtico paraíso. La paz y el sosiego solamente eran interrumpidos por el ruido del agua a su paso por el padrón, el zumbido de un moscardón y el trino de una multitud de pajarillos que se desperezaban en la copa de los árboles en el amanecer de un nuevo día. Una calma que se exten-día por todos los alrededores, les daba la bienvenida envolviéndo-les en su regazo. A lo lejos se adivinaba al son de los cencerros que los animales pastaban tranquilamente y David solamente te-nía que esperar a que anocheciera para repetir las faenas del ganado y dormir...
Bien protegido del sol que avanzaba con brío, como correspon-de en verano, David pasaba la mañana remendando sus albarcas,
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poniéndoles refuerzos, ordenando las cuadras del ganado, cam-biando las camas de hojato y hojas de roble y castaño de los establos y amontonando el estiércol o vicio junto al huerto para luego abonar debidamente el terreno de labranza.
De pronto se acordó del hallazgo del bolso de los excursionis-tas y rápidamente fue en su busca. Se sentó en una piedra y con un poco de vergüenza, consciente de que estaba interrumpiendo la intimidad de alguien, abrió la cremallera y fue colocando ordena-damente encima de la peana que le servía de mesa los objetos y enseres totalmente desconocidos para él, sin tan siquiera saber qué motivos tenía para poner tanto interés en averiguar el contenido del bolso, al tiempo que iba descubriendo una cadena dorada y una placa colgada de ella con letras y números grabados, un pe-queñísimo reloj que aunque se le movían los números al acercár-selo al oído no se oía nada, una especie de cartera con pastas de cuero verde y en un lado un cierre con un candado pequeño, una cajita redonda que al abrirla olía, como la niña, eso, como ella...
Fue entonces cuando David, comprendió que el bolso era de ella, sintió vergüenza. A punto estuvo de guardarlo todo otra vez, de no tocar nada...
¿quién era él?... pero su curiosidad pudo más y siguió investi-gando y sacando cosas: un paquetito de fotos metidas en papel transparente, fotos de personas que él jamás había visto. Además no eran como las que había visto en la feria del pueblo pegadas en una especie de cajón con tres patas a un individuo con bata y que sacaba fotos que luego ponía como muestras.
Seguía mirando fotos tratando y esperando ver en alguna de ellas la cara de la niña. Las había de colores, las había de edificios grandísimos, de ciudades enteras, de un gran pantano con infini-dad de gentes, con ropas parecidas a la de la chica del campamen-to, había además una especie de casillas con telas de colores como los colchones de la tienda del tío sombrerero del pueblo. Deslum-
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brado por tanta maravilla como demostraban aquellos retratos se sintió realmente contento al descubrir la cara de la rubia en una de ellas. Le temblaban las manos y sintió además vergüenza, una especie de miedo, pues ya sí que no había duda alguna de que aquel bolso era de ella. En su azarosa búsqueda encontró algunos billetes y varias monedas de distinto valor y un bolígrafo de mu-chos colores. En fin todo un tesoro, si hubiera sido suyo... pero, claro, esto hay que devolverlo, y entonces David, lejos de entriste-cerse, pensó que tendrían que volver a por el bolso. Pensarían que lo habían dejado caer aquí o por el camino y tendría ocasión de volver a verles y sobre todo a la niña rubia. Claro que sería mejor que no vinieran a buscarlo. De esa forma, él tendría la foto para verla todos los días. Le hablaría y cuanto hiciera tendría siempre la atenta, limpia mirada de aquellos ojos como estrellas...
Claro que a lo mejor no se daban cuenta, ni echaban el bolso en falta ni vendrían a por él. Cuando quisieran echarle en falta ya estarían lejos del lugar y nada podría hacerse.
Así estaba en estos devaneos cuando decididamente pensó que lo mejor que podía hacer era ir a llevárselo, pero hoy había que atender al ganado y además estaba bastante cansado...Mañana muy temprano iría a llevarlo y así al medio día estaría de vuelta. De esta forma tendría la satisfacción de entregárselo personalmen-te a la niña y de paso les llevaría con este pretexto algún queso y chucherías de por allí.
Mientras pensaba todo esto contemplaba aquellos objetos y una vez concluido su monólogo fue guardando uno a uno, mirándoles como si fuera la única vez en su vida que tenía una ocasión como aquella, colocó el bolso en el zurrón y decididamente a la mañana siguiente iría a llevárselo a sus dueños. Junto con algunas de sus manualidades, más bien como recuerdos, llevaría algún detalle para todos con el fin de no señalar su predilección por la rubita. Echó collares de dientes, pulseras de cuero, cinturones, un par de
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calladas, y para ella, unas preciosas sandalias con piel de varios animales hecha de nudos y alternando piel con pelo para afuera y para adentro, lo que consideraba él como una auténtica obra de arte dentro de su rudimentaria fábrica.
Pasó el resto del día, ilusionado con su inmediato viaje. Apenas prestó atención al ganado, ni al huerto, como no fuera quitar el tapón del bocín del pozo, hecho de una estaca afilada y con un trapo envuelto en la punta sujeto con juncos, mediante el cual con-trolaba el cauce de un gran pozo en forma de estanque, función que aprovechaba para regar el huerto conformado de tal manera que solamente tenía que soltar el agua y sin otro cuidado, que no fuera vigilar las posibles tupineras, que no eran sino unos agujeros realizados por los topos que hacían comunicarse unos surcos con otros, con lo cual se interrumpía el curso del agua desviándose a lugares no deseados. Lo normal era que una vez abierta la salida del agua, ésta recorriera matemáticamente a través de un padrón principal el trecho que separaba el pozo del sembra-do que se pretendía regar y en cosa de una hora o poco más, que-daban todos los surcos llenos de agua reposando sobre las distintas eras de verduras, berzas, tomates, patatas, pimientos, ajos, cebo-llas, lechugas, maíz, etc...según fuera la época de siembra y riego de estas especies que le proporcionaban de todo para su alimento cotidiano.
Tenía adaptado el terreno de labor de tal manera que parecía un jardín y en los árboles había practicado unas pateras que no son otra cosa que unos círculos alrededor del tronco para que el agua se deposite en ellos y al rebosar por un interesante sistema de va-sos comunicantes, a través de una regadera o surco al nivel del suelo pasa de uno a otro árbol el agua hasta hacer rebosar todas las pateras y buscar la salida definitiva ya en el prado, donde todo el agua que reciba prácticamente es siempre bienvenida. En el momento que David, apreciaba que todos los surcos en forma de cadeneta y las pateras estaban llenas, lo que deducía por el bri-
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llo que producían los rayos del sol, volvía a introducir el madero taponando la salida del agua y el pozo poco a poco se volve-ría a llenar. Ya entrada la tarde el ganado, movido por la querencia y costumbre de todos los días comenzaba a llegar a los corrales y de esta forma, se cerraba el ciclo diario que a David se le antojaba ciertamente monótono.
Aquella noche apenas durmió pensando en el viaje de la maña-na, para él llena de emociones. Al rayar el alba, todavía con luga-res en sombra, en lo más hondo de los valles David dibujaba una difusa figura en la lejanía seguida por la de su inseparable perro. Había preferido el fresco de la mañana, ni siquiera se había para-do a almorzar algo, había preparado su morral con comida, que a la orilla de algún manantial compartiría con su perro más tarde. Le remordía la conciencia por no haber podido evitar el quedarse con aquella foto de la niña, pero ¿por qué iba a preocuparse? casi con seguridad que ni se daría cuenta de la falta y sin embargo, para él significaba tanto...
A medida que pasaba el tiempo y se acercaba al lugar de la acampada todavía le asaltaba la duda de si se lo diría o no. A lo mejor se lo tomaba a mal el haber pretendido quedarse con su fo-to. ¿a son de qué?... ¿quién se había creído que era?... lo mejor sería no decir nada, como un secreto que solamente él conocería y de esa forma estaría con ella para siempre. La miraría cuantas ve-ces quisiera, y sin tener que pedir permiso a nadie. Andaba en estos pensamientos entretenido sin apenas darse cuenta de que había llegado a lo alto de una loma desde la que ya podría divisar-se el campamento. El pulso de David se aceleraba, faltaba poco para el gran momento aunque... ¿y si la niña, que era el principal objetivo de su visita, estaba de excursión a la montaña?,
¿qué haría?, ¿esperaría o por el contrario iría en su busca?... no. Eso sería demasiado. Sería demostrar un interés un tanto extraño y él no tenía ningún derecho a manifestar sus sentimientos a nadie.
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Ni tan siquiera a ella. Era un secreto que sólo él tenía que guar-
dar...
Pero por más que miraba a los alrededores no veía el campa-mento. Por un momento pensó que estaría equivocado de sitio, pero eso era imposible. Sin embargo los hechos eran tozudos y allí no había nadie, pero ¿cómo habían podido recoger tantas cosas en tan corto espacio de tiempo y desaparecer?. Eso no le entra-ba en la cabeza. Inexplicablemente para David, cuando llegó al lugar exacto de la acampada, en efecto, solamente quedaba el ras-tro reciente, con las cenizas y trozos de leña apagadas y las pie-dras formando el círculo donde hacía pocas horas él había estado sentado. Ante tan inesperado acontecimiento, contrariado, vacío, un tanto triste, volvió sobre sus pasos, sin apenas pararse en aquel lugar que le traía tan gratos recuerdos. Solamente le que-daba el consuelo de no haber tenido que devolver la foto que tanto significaba para él.
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C A P I T U L O VII
El verano avanzaba, la feria se acercaba, David tenía ahora más que nunca ganas y necesidad de volver con sus bártulos a vender-los, a cambiarlos por otras cosas, a visitar de nuevo a su amigo el cabrero, que ya no vivía en el monte, porque se había hecho viejo. Lo avanzado de su edad había obligado a cambiar de vida a Pedro, el único cabrero amigo que él conocía de siempre. Ahora en el pueblo se dedicaba al oficio de herrador de caballos, burros, de todo... de tal manera que habría de preparar el viaje para esta visita, que era la más larga de las tres o cuatro que durante el año realizaba al pueblo.
Sin embargo ahora no tenía que ir tan cargado. Solamente llevaría lo que pretendía vender en la feria y poco más.
En invierno sí. En invierno transportaba sacos de picón que fa-bricaba recogiendo grandes montones de retamas y rebochinches de roble, haciendo una gran carbonera que cuando la encendía en la calva de una loma, levantaba una humareda visible desde cualquier punto del pueblo. Tanto es así que cuando esto sucedía, cuando el herrador divisaba la fumata, comunicaba a unos vecinos que se dedicaban a transportar madera del mon-te que si les venía bien en algún viaje le hicieran el favor de pa-sarse por la majada de David y le bajaran algunos costales de pi-cón, de lo que él sacaba su rendimiento vendiéndolo.
David, cuando en invierno le parecía conveniente cargaba en su jaca varios costales, pero no eran suficiente para dar satisfacción a la demanda que tenía, pues picón de brezo como el de David no había otro tan bueno en el contorno.
Aprovechaba también para bajar un cántaro de leche tapado con un corcho y hojas de roble, quesos envueltos en hojas tiernas y un gran paraguas de color azulón ya perdido y con una varilla saliendo por un lado que más bien parecía un toldo de playa por
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sus grandes proporciones; además los zurrones, las pieles y en ocasiones como en Navidad, varios cabritos y corderillos, para como siempre, cambiarlo en las tiendas por harina, azúcar, aceite, sal, latas de conservas, etc... Tampoco faltaba en su expe-dición algún gallo vivo y el conejo mas grande para regalárselo casi siempre a su amigo Pedro que era con quien más contacto tenía en el pueblo, tanto que la última vez, aún lo recuerda, cogió una soberana cogorza en su compañía.
Por la mañana todo dispuesto, el ganado aviado para tres o cua-tro días, asegurada la puerta del chozo con una gran piedra suje-tando un puntal que no permitiera abrirla fácilmente, se dispuso a bajar al pueblo, único contacto humano por él propiciado.
Lleno de ristras de los diferentes artículos, cruzados sobre el pecho varios zurrones y morrales, le seguían muy a pesar suyo los dos perros, que intuían por el atrezo de su amo, que se ausentaría unos días y se resistían a quedarse de guardianes en la majada; Pero David les increpaba, amenazante con una callada y se veía obligado a lanzarles piedras, para hacerles desistir de su empeño, hasta conseguir que los perros comprendiesen que no era su deseo que le acompañaran en esta ocasión, lo que conseguía después de un buen trecho, durante el cual le habían ido siguiendo los anima-les a una distancia prudencial y volvían por fin a la majada.
Entrada la mañana aparecía David en la Corredera, con sus ca-chivaches, se despojaba de sus atados y empezaba el negocio, unas veces más y otras menos afortunado, hasta que llegaba la hora del baile y no había otro remedio que recoger el tenderete y esperar al día siguiente.
Era entonces cuando David se dirigía a casa de su amigo Pedro, pernoctaba en su casa, comía algo y explicaba a su amigo, que vivía solo sin familia alguna, anécdotas, circunstancias referentes a la caza, a los animales y a la labranza. Pedro le proporcionaba prácticamente todo, desde simientes para la siembra, hasta herra-
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mientas de labranza; era su asesor en casi todo y David en justa compensación le obsequiaba constantemente y siempre que tenía ocasión con lo mejor que tenía y sobre todo con su confianza, que hasta el presente nunca le había defraudado.
El segundo y tercer día, cambió el tiempo y David estuvo prác-ticamente todo el día sin salir de casa de Pedro encontrando en él un gran compañero y estaban todo el rato charlando de tantas y tantas cosas...
Decidieron salir a dar un garbeo por el pueblo ya que eran fiestas y estaba muy animado; entraron en una taberna, pasa-ron a otra, luego a otra y poco a poco fueron calentándose y car-gándose de vino, hasta tal extremo que con dificultad, pero al fin, llegaron a casa y se tumbaron a dormir.
No paraba de llover y el tiempo estaba desapacible, así que David, decidió abandonar el negocio que poco o nada le producía, como no fueran dolores de cabeza y de barriga, pues pasaban gran parte del día bebiendo y apenas comían, algo a lo que él no estaba acostumbrado.
Una vez dispuesto a volver a su hábitat, a la majada, se despi-dió de su amigo hasta otra ocasión, y mientras atravesaba las calle-juelas y recovecos del barrio judío, para enfilar la calleja que le llevaría hacia el monte, iba descubriendo gentes y caras nuevas, mujeres y niños que mantienen conversaciones a voces, desde una fachada en la que hay una ventana cubierta de maderas y ado-
be,
aparece una mujer joven con ojos negros, almendrados,
el
pelo recogido y cayéndole por la espalda como una cola de
caballo, negro brillante...dando grandes gritos a un niño que se empeña en meterse con los pies en todos los charcos que se em-piezan a formar por la lluvia.
David aprieta el paso porque la lluvia comienza a arreciar y empieza a calar hasta el alma. ¿Quién iba a pensar que llovería de
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esta manera en este tiempo, prácticamente verano?
Hoy siente David, como un algo especial, que no sabría cómo explicarlo, al tener que abandonar el pueblo, aquellas callejuelas, los aleros de las casas, que casi se juntan unos con otros, sin apenas dejar pasar la luz; el enrollado del suelo hechos de piedras redondas de río, que brillan con la lluvia, poco a poco va avanzando por las calles que sin él saberlo pisaron sus antepa-sados. Casi seguro que por allí, por la calle de la Sinagoga, el
Rabilero, se moverían sus
abuelos antes de tener que abando-
nar el pueblo por una
absurda e inexplicable orden de expul-
sión de los judíos, pero allí quedaban huellas imborrables aún con el paso del tiempo; allí estaban sus señas de identidad y sobre to-do ya al remontar la subida de la calle, se encuentra con una gran estrella incrustada en el suelo, hechas de rollo de pedernal, que llama poderosamente la atención de David. Es tan grande como una bandera y también una señal con la que se indica que hasta allí, es territorio judío y a partir de ella empieza el pueblo cris-tiano, algo que a David le da lo mismo, pues para él solamente existe un pueblo, el de la parte baja y el de la parte alta y no entiende de estas denominaciones, que ahora no, pero en su día tuvieron un significado muy importante.
Sin embargo aquella señal en forma de estrella, le despierta el
subconsciente; él
no
es ajeno a aquel dibujo, a aquel símbo-
lo, él ha visto
no
sabe, no recuerda, cuándo, ni dónde, pero le
es familiar, no quiere preguntar que significado tiene aquella es-trella, pero intuye debe ser algo importante; sin embargo, ¿por qué hoy y no otro día, si está harto de pasar por allí, le ha llamado tan-to la atención?...
En ese preciso momento, suenan unas campanadas en el reloj de la torre, son las diez de la mañana, parece un momento mági-co, importante, que David no quiere olvidar. Como volviendo en sí, se encamina ya definitivamente hacia las afueras del pueblo
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para iniciar el regreso a la sierra.
Al atravesar por la plaza, en la que hay un caño monumental con cuatro chorros, donde las mujeres llenan sus cántaros, al tiem-po que hablan y se lamentan del estado del tiempo y de cómo se han "changao" las ferias y que además habrá que tener cuidado a la hora del baile y de los toros, David descubre en el hondón de la gran fuente una tina de madera con altramuces y un barril con aceitunas "arracás" que una de las vecinas, próxima a la fuente aprovecha para endulzarlas sin gasto y aprovechando el agua del concejo, que con un guiso de orégano y cáscaras de naranjas ser-virán de aperitivos en una taberna regentada por la familia.
Poco antes de abandonar la calle del Convento para coger el camino de Marinejo que es donde está la "fábrica de la luz", como dicen las gentes del pueblo, justo ya en la ladera del canchal de Pinajarro, David se cruza con un guardia civil, de grandes bigotes, al que reconoció nada más verle porque en una ocasión le había visto con su inseparable compañero allá en la majada; iban haciendo lo que ellos llaman la ronda y se toparon por casualidad con él, que tuvo que darles en aquella ocasión muchas explica-ciones; él que llevaba allí toda la vida, además de invitarlos a un buen trago de vino de una larga calabaza, que atada con unas co-rreas más bien parecía una carabina como la que portaban ellos, tuvo que atar a los perros, que sin pretenderlo, asustaban a la pa-reja. Aquí en el pueblo, no iba tan pertrechado como en la sierra, eso si llevaba un gorro reluciente como las botas y un gran pistolón y correajes con hebillas doradas y muy brillantes. El guardia cruzó la mirada con David y de repente le llamó:
¡Oye!, ¿tú no eres el de la choza del canchal de la gallina? Y David le respondió: sí soy yo…
El guardia le preguntó qué le traía por el pueblo y David nue-vamente dio toda clase de explicaciones, sin poder comprender, que podía importarle al guardia lo que él viniera a hacer o
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dejar de hacer y porqué tenía que contarle sus cosas; pero el guardia insistía una y otra vez y no podía esquivarle las pre-guntas.
Había por allí al lado una taberna, que llamaban de tío Si-meón; el guardia le dijo a David que si quería tomar un vaso de vino y David por no resultarle grosero aceptó; entraron por un portalón de viejas maderas con el dintel formado por tres grandes vigas, dentro había una oscuridad sobre la que destacaban unas enormes cubas hasta el techo y eso que estaban echadas no de pie. David que no conocía aquel sitio le pareció mas bien triste; en un rincón apenas visible al entrar, solamente cuando se llevaba rato dentro, se distinguía un vejete con gorra de visera y ropas raídas y mugrientas, que seguramente vivía sólo y pasaba allí gran parte del día.
Se tomó un vaso de vino que le cayó como un cubo vacío en el hondón de un pozo, no había comido nada todavía y tenía el cuerpo resentido del día anterior; apenas sabía que hablar con el guardia, deseaba acabar lo antes posible con aquella incómoda situación y para abreviar, sacó del morral una petaca donde guar-daba las perras, y no solamente ésta, sino una nueva ronda, que el guardia mandó poner a la tabernera, hubo de pagar David, sin que el guardia hiciera ningún gesto por impedirlo, habiendo sido él quien había invitado.
Todo lo dio por bien empleado, incluso el pago de las consumi-ciones, porque gracias a ello se deshizo de esta especie de obliga-ción que le había retenido sin el pretenderlo.
Por fin pudo enfilar la calleja hacia el puente de Hierro, por donde pasaban trenes hasta hace poco e irse introduciendo en el monte camino de la majada.
Esta vez, volvía un tanto inquieto por cuantas cosas habían envuelto su visita al pueblo; inconscientemente le daba vueltas
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a la cabeza aquella señal con picos que hacía unos instantes había descubierto y deseaba ardientemente saber por qué le inquie-taba tanto esa circunstancia...
Por el camino solamente se encontró con un individuo joven, enjuto, que descansaba en un arroyo y tenía sostribada sobre un majano de una huerta una gran carga de leña, que milagro pare-cía no se viniera abajo un portillo de la pared de lo grande y pe-sado que debía ser; en el centro de esta carga, tenía a modo de almohadilla, un haz de escobas para que no se clavaran los pezo-nes de las ramas en las costillas y además para que no se hi-ciera polvo todavía más una remendada chaquetilla de pana que primorosamente colocaba también debajo.
Cargó el joven de nuevo el haz de leña, se tambaleó un poco y cuando se hizo con el equilibrio comenzó su andadura hacia el pueblo sin tan siquiera cruzar palabra con David.
Continuó su ascensión al monte, era la hora en que apretaba el calor, gracias que con las recientes lluvias caídas y los nubarrones resultaba más fácil el camino en la medida que lo permitían las mojadas piedras...
Cuando quiso darse cuenta, era ya la hora de comer algo, pero todavía le quedaba bastante camino, así que paró su marcha debajo de un nogal y con el susurro del río próximo a la calleja, estuvo reponiendo fuerzas acompañado del revoloteo y trinos de los paja-rillos a su alrededor.
No muy entrada la tarde, pero si bien pasado el mediodía, enfi-ló el último tramo, el más difícil, por entre matorrales, pedrega-les y machuqueras, donde ya apenas estaba marcado el ca-
mino, pues solamente
era
frecuentado por algún excursionista,
y sobre todo por los
que
se dedicaban a acarrear la madera
de la corta del monte, y quienes se empleaban en ir a por leña y picón. No obstante era el peor tramo del camino en el que podían
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encontrarse todo tipo de impedimentos; había tramos llenos de zarzas enredadas con los rebochinches de roble y abrojos de todo tipo; además aquí ya el calor era mayor; ya no había grandes árbo-les como la abundancia de más abajo y eran frecuentes las calvas practicadas por las cortas de madera que se producían de una ma-nera indiscriminada, con lo cual se estaba acarreando un mal en el monte irreversible. Ello había provocado una serie de terraplenes y surcos producido por la erosión del agua y el viento, convir-tiendo el terreno en un lugar escabroso y de difícil acceso, en una selva de maleza, con la que se enfrentaba David permanente-mente.
En lo alto de la sierra donde parece juntarse el cielo con la tie-rra, se movía ya con más destreza; el viento soplaba suavemente y empezaba a declinar la tarde; a lo lejos, se divisaba la vaguada del valle donde se encontraba la majada; allí estarían sus animales, deseando su regreso, esperando volver a ser libres. Apenas trans-currida una media hora, todavía con sol, eso sí, camino de hundir-se en el lejano pantano y poder contemplarse una de las mil pues-tas de sol, maravillosas, desde allí, desde la altura de la sierra, pero que a David, ya acostumbrado a tanta belleza, le parecía de lo más natural y no es que no apreciara estos privilegios que le concedía la naturaleza, sino que formaban parte, para su entender, de otras tantas maravillas que contemplaba continuamente, como eran los amaneceres en primavera, las noches de luna llena, las grandes tormentas que se formaban en lo alto de la serranía, las enormes nevadas, los rayos, truenos, relámpagos y cuantos fenómenos atmosféricos se daban allí con gran facilidad y que él contemplaba impasible formando parte al mismo tiempo de su propia existencia y no dándole más importancia que la de verlo como lo más natural del mundo.
Una vez en el recinto de su casa, con el manifiesto recibimien-to de siempre, de sus perros, que esperaban las caricias y recono-cimiento de su amo, comenzó a despojarse de su cargamento,
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que ya le resultaba agobiante,
sobre todo porque durante el
camino ni tan siquiera se
lo había quitado para comer, tal era
el laberinto de cuerdas,
correas
y atados que llevaba suje-
tando todo cuanto se traía para arriba, aprovechando el viaje al pueblo; no valía la pena andar quitándoselo de encima, cuando hacía alguna parada, así que ahora iba liberándose poco a poco de los zurrones, morrales y ristras de paquetes con comidas, conser-vas y las chucherías que no había vendido en la feria y eso que las calladas que le sobraban, se las dejaba a su amigo Pedro, porqué allí era paso obligado de arrieros y gentes del campo en lugar de volvérselas a subir, el herrador las exhibía junto con las albardas y útiles de labranza en un improvisado y permanente escaparate sobre la propia fachada de la casa, donde había un letrero rús-tico, sobre un tronco en el que había grabado un letrero de HE-RRADOR, trabajo que le daba a Pedro más que suficiente para vivir bien, ayudado con la confección de albardas, sero-nes, cuerdas para raberos y todo tipo de artilugios de esparto, de gran aceptación...
Libre ya David de todos los enseres, fue cuidadosamente depo-sitándolos encima de una mitad de tronco partido en sentido longi-tudinal que se apoyaba encima de dos tacones y que hacían las veces de una rústica mesa; en ellas iba depositando los paquetes de especias y las latas de conservas, los frascos de vino y las latas de aceite y una botella de aguardiente para los dolores de barriga; también sacó los collares y baratijas y las metió en un arca donde había de todo, ropas, útiles de comer que nunca había usa-do, él con la navaja se apañaba divinamente y nunca había tenido la tentación de usar aquellos cubiertos que llevarían allí ni se sabe cuánto tiempo. Posiblemente serían las pertenencias de sus padres aunque nada podía asegurar sobre el asunto. Aquel arcón pudiera decirse que formaba parte del paisaje, como parte del propio cho-zo, como tantas cosas que llevaban allí años y él no había tratado de averiguar quién las había traído hasta allí. Estaban allí y bien-venidas eran, eso era todo.
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Pasados los primeros momentos de toma de conciencia con el entorno y comprobar que todo se encontraba en un ordenado des-orden como era lo habitual, como corresponde a un lugar en el que vive un hombre solo, sin que jamás hubiera entrado nadie a poner concierto y ni falta que hacía. Pues él encontraba cuanto necesi-taba siempre a mano y para qué más. Lo mismo había un saco de legumbres más bien una collera como un montón de pata-tas, algunas con tallos, o varias pieles de cabras y ovejas en un atado despidiendo un fuerte olor a curtidos.
Estiró los brazos entumecidos por la postura y el peso del equi-paje. Se rascó la cabeza y se dirigió a los corrales para asegurarse de que todo andaba bien...
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C A P I T U L O VIII
Rendido por el viaje de regreso, poco más pudo hacer que no fuera acostarse en el confortable camastro, después de arrojar, sacudiendo con un trapo, un enjambre de moscas que se habían metido en la choza durante su ausencia y que zumbaban alrededor de la chisporreante llama de un candil de aceite que iluminaba casi perfectamente todo el recinto.
Se quedó inmediatamente dormido después de echar una mirada a la niña rubia, a la foto que había situado en un improvisado hueco del vasal donde David sin necesidad de in-corporarse podía contemplarla perfectamente.
De madrugada, posiblemente antes de lo acostumbrado, salió del chozo y sin asearse lo primero que hizo fue soltar el ganado y en cosa de dos minutos desaparecieron todos del co-rral. Unos rascándose con las pezuñas. Otros atropellando a su paso a los primeros, tratando de llegar a los pastos que en unos días no habían podido comer. Realizadas las funciones de aseo, hoy tenía incluso jabón, dispuso el almuerzo y acto se-guido siguió colocando los paquetes que había dejado la noche anterior sin abrir.
Estaba colocando las cosas en el viejo arca que era de lo más seguro pues además de tener unas tablas gordas y fuertes, como cierre tenía un artilugio de hierro como una varilla que atra-vesaba de un lado a otro por entre unas argollas quedando defini-tivamente asegurado su contenido. Solamente se podía acceder a su interior mediante una especie de horquilla que guardaba en uno de los mil recovecos de la choza que solamente él conocía.
Dentro de este cofre guardaba sin apenas interés alguno las co-sas que había en él de siempre, y solamente lo abría cuando como en esta ocasión tenía que meter algo para evitar fuera pasto de alguna alimaña. Hoy como tenía tiempo por delante,
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quiso echar una ojeada al contenido del arca, algo que normal-mente le traía sin cuidado. Curiosamente sacó unas piezas de tela de finísimo tacto con listas a lo largo de toda ella, de colores. y terminaban en unos deshilachados flecos adornados con ribetes dorados. Lo puso con delicadeza sobre la mesa. Continuó sacando otras telas a las que no daba importancia alguna: enseres variados, cubiertos y un candelabro de un metal como verde pero con for-mas redondas y con siete brazos iguales en forma de guitarra. Luego sacó unos rollos atados con cintas. Eran como pieles finí-simas, transparente, como tripas, como las zambombas de las vejigas de los cerdos que él inflaba para que se secaran y luego llenaba de lomo y de chorizo para secarlas al humo del chozo y que por Pascuas ya se podían comer. Decían quienes lo probaban que no había morcones con aquel sabor por todo el contorno que lo pudieran superar. Abrió uno de los rollos y encontró en él unas señales ininteligibles: signos, rayas, que nada le decían; sin saber para qué servía aquello lo volvió a enrollar y a atar con las cintas y continuó su examen sacando cosas del baúl. Ahora unas sanda-lias de correas más pequeñas y más finas que las que él fabricaba, una especie de cuadro con un cristal roto como el de los calenda-rios que había visto en las tabernas. Pero además tenía como nú-meros y letras que en nada se parecía a las del rollo anterior. En-contró otro más pequeño. También lo desató. En él había filas de letras, pero tampoco le dio importancia. Cogió una pequeña caji-ta en forma de cofre dorada y muy fina. Dentro sonaban piezas de metal. La abrió de una mitad hacia arriba y dentro había una llave, más de la mitad roñosa, y una especie de monedas como medallas que parecían las que ponían en unas bandejas en las fies-tas del Cristo del pueblo unas señoras a la puerta de la ermita. Da-vid las cogía y soltaba. Se producía un apagado tintineo amorti-guado por el verdín del óxido: una especie de moho que el paso del tiempo había ido creando posiblemente por la humedad del lugar.
Cerraba David este pequeño cofre cuando sintió un sobre-
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salto. ¿cómo era posible?... en el interior de la tapa en forma de bóveda había nada menos que un signo en forma de estrella. Eso, sí,sí... como la que había visto en el pueblo. Y además aquella era mucho más bonita. Estaba hecha de trozos, de blanquísimos hue-secillos haciendo la misma forma. ¿Sería casualidad o estaría so-ñando...? Ante este nuevo descubrimiento David sintió que todo aquello guardaba alguna relación: algo que ver con aquel signo, pero que él no acertaba a comprender. Ello encendía más su curiosidad. Tratando de encontrar alguna pista, sin ape-nas darse cuenta, llegó la hora de la comida. Alentó y avivó el fuego. Preparó su menú: un caldero de patatas para no variar. Luego abriría una de las latas que había traído mientras lo del ha-llazgo, lo de la estrella, le volvía nuevamente a sembrar de dudas. Y volvió a verla, pasaba los dedos por encima dibujando incons-cientemente con sus yemas el contorno de la estrella, como queriendo hallar alguna explicación a todo aquello.
Cogió una de las monedas, la limpio, la frotó con aceite y en una de las caras aparecía, gastada, la silueta de aquella estrella para aún darle más misterio al asunto
Aquello ya le pareció a David algo más que casual, y decidi-damente cuando bajara al pueblo, contaría a Pedro, su amigo, lo que había descubierto y el impacto que había sufrido con todo ello.
Ahora recordaba que había visto una placa de mármol sobre una fachada muy cerca de la casa de Pedro con letras y dibujos si no iguales, sí muy parecidos a los rollos. Los de la piel transpa-rente. Y no sabe por qué pero a él le parece que tienen mucho en común lo uno con lo otro... De todas formas cuando vuelva al pueblo llevará consigo el cofrecillo para poder enseñárselo sobre el terreno a Pedro. Así entre los dos a lo mejor encuentran alguna explicación. Le hablará del resto de las cosas: de las telas, de los rollos y de una especie de gorro pequeño hecho con unos finí-
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simos hilos de colores y hebras doradas, del candelabro y de todo
lo demás...
Declinaba el verano, los pastos estaban pasando del verde al amarillo, las legumbres se secaban en sus vainas, el maíz empeza-ba a ponerse del color del pelo rubio, como el de la niña, ¡ay! siempre la niña....
Era el momento de la siega, había que preparar el almiar, las uvas en el majano se empezaban a poner negro violeta, apenas iba quedando nada de color verde en el paisaje: estaba empezando el otoño sobre los árboles q u e poco a poco estaban cogiendo el color dorado de siempre, todo las grandes manchas de cerezos en la lejanía del valle, las hojas de los alisos y los chopos junto al cauce del río se tornaban amarillas.
El resto del monte de castaños y robles color oro viejo y poco a poco fueron perdiendo sus colores, cayendo sus hojas, apare-ciendo el color pardo de la sierra en otoño. Y de pronto a ponerse blanca la cima y poco después las laderas.
David sabía sin necesidad de calendario del cambio de estacio-nes como nadie. Tenía previstas las funciones a realizar en todo tiempo: la recolección de los pastos, la siega, el secado de las ma-zorcas de maíz, las ristras de ajos y pimientos, la preparación de los animales cara al invierno, la matanza; todo tenía su momento según fuera dictándole la naturaleza. Otro tanto ocurría con la preparación del terreno de labranza. Una vez recogido todos los productos procedía a la preparación y abono con el estiércol que en unos grandes montones iba almacenando cuando cam-biaba las camas de los animales. Quería dejar preparado el terreno antes de que aparecieran las lluvias y luego la nieve. Así penetraría junto con el abono en la tierra y quedaría fértil para la siembra. Se estaba preparando una vez más para recibir el invierno.
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Allí llegaba antes que en otras partes y todo lo tenía previsto. La choza más que nunca estaba llena de apotecos. Aun con lo grande que era se llenaba de distintos productos del campo que luego iría colocando a medida que fuera pasando el tiempo. Pero ahora podía verse en aquel improvisado almacén: banastas con manzanas, sacos de legumbres, trigo, recipientes diversos con to-mates, cebollas, ajos etc.; Pero de lo que más abundaba segu-ramente por ser productos que aguantan más tiempo eran legum-bres: garbanzos, judías, carillas (como las llamaban en el pueblo) y las sempiternas patatas que tanto "avío" hacían. Luego más en-trado el otoño, rayando el invierno, el chozo adquiría una nueva decoración con la matanza: se veían colgados del techo de escobas sobre los travesaños de madera unos atados con las costillas adobadas del cerdo, las morcillas renegridas por el hollín, los cho-rizos, lomos, morcones y las grandes hojas de tocino y jamones. Una auténtica despensa... claro que los inviernos eran duros y lar-gos. Había que prevenir todo.
Los días empezaban a ser cortos, los primeros carámbanos ha-cían su aparición en el estanque o pozo. En las orillas del padrón que pasaba por la puerta del chozo, en la sierra aparecían las primeras neblinas que duraban todo el día, el viento silbaba por entre el entramado de la techumbre de la choza, hacía remolinos y el chupón de la chimenea revolvía el humo hacia adentro. Eran los tediosos y largos días en los que los perros buscaban refugio al amor de la lumbre y un letargo general hacía acto de presencia en todo el territorio.
Solamente se salía del chozo cuando la obligación de atender al ganado lo requería. Se le echaban unas machuqueras a las ca-bras, algo que poder rumiar a las ovejas, heno al caballo y las va-cas y un poco de maíz a los cerdos. Y entre estos menesteres y preparar la comida diaria llegaba la noche, atizaba la lumbre para que durara el mayor tiempo posible. Acomodado en su ca-mastro, arropado con pieles se disponía a conciliar el sueño so-
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lamente interrumpido por el silbido del aire que era igual que si pasara por los tubos de un órgano pues tal era la naturaleza y variación de estos sonidos. Así alumbraba la mañana David era despertado por el lastimero gemido de algún animal que presentía la hora de un nuevo día. La mayor parte del invierno era
desesperadamente duro y aburrido. Pasaba el tiempo fabricando utensilios, arreglando aperos de labranza, preparando la comida, haciendo de vez en cuando el pan en un improvisado horno de piedras, curtiendo las pieles, fabricando las calladas: lo de siempre...
Si
algún día aparecía sereno o al menos no tan duro
como
era lo habitual, cogía un zurrón, lazos y cepos, los perros y
se iba hasta donde el terreno le permitiera. Preparaba las trampas con gran destreza y al regresar las revisaba donde con toda segu-ridad cobraba diferentes piezas: conejos incautos que había caído en los lazos y alguna que otra perdiz en los cepos, con lo que variaban el menú del día él y sus perros...
Una mañana al tratar de salir como siempre de la choza, com-probó contrariado que la puerta ofrecía resistencia para abrirse. Se lo impedía nada menos que una gran masa de nieve que el aire había ido acumulando sobre ella durante la noche. Había quedado petrificada contra la puerta y a base de herramientas e instrumen-tos rudimentarios pudo practicar un roto por donde acceder a la parte exterior del chozo y librar la puerta. Se acercó hasta el gana-do. Estaban todos sin apenas moverse, como aletargados. No sería la primera vez que se encontraba algún animal muerto, tieso de frío. A pesar de que el instinto de conservación les hacía juntarse unos contra otros, así permanecían aguantando las inclemencias de estos rigores. También se observaban las huellas de alguna alima-ña que había rondado el corral, aunque David había dispuesto toda clase de impedimentos para dificultar la entrada, seguramente se-rían huellas de algún lobo hambriento o de una zorra a la caza de
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alguna gallina.
La vida se desarrollaba monótona y anodina, larga y tediosa, todos los días lo mismo, pero ello formaba parte de la vida de Da-vid que sin embargo al parecer era envidiada por más de uno...
Como no hay bien ni mal que cien años dure, pasó el larguísi-mo y crudo invierno. Cesaron las nevadas, no el frío ni el viento que cortaba la cara y la sierra era un puro terrón de nieve. Tan sólo en las faldas de la montaña comenzaba a circular un sinfín de arroyos alimentados por el lento deshielo.
Al salir de la choza, aún colgaban grandes chuzos de las esco-bas que formaban la techumbre en los costados más separados de la chimenea porque en el sitio y alrededor de la chimenea había una gran calva por el calor que ésta desprendía.
Los árboles aparecían totalmente desnudos y todavía en las pingollas de las ramas había restos de nieve. El cielo apare-cía azul, diáfano tirando a blanco, brillante, invadido levemente por unas hilachas de nubes que avanzan silenciosamente hasta confundirse con las humeantes cegallinas en los picos de la sierra. El suelo endurecido por las escarchas permite discurrir las aguas subterráneamente produciendo agujeros que hacen que la tierra parezca una esponja y que se hunda al pisar encima de ella ahue-cada y seca. Todavía no ha aparecido sobre la superficie ni un atisbo de hierba ni un solo brote de planta alguna.
Muchos días jadeante, echando vaho por la boca y nariz, tam-bién los perros, que con el hocico, entre blanco y mojado, acom-pañan a David en las incursiones hacia el monte, unas veces para buscar caza, otras algo de leña seca, las más para estirar las piernas y esparcir la vista, hasta donde las nieblas lo permitan, distraer la atención y romper la monotonía.
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C A P I T U L O IX
Una tarde poco antes de oscurecer, los perros comenzaron a gruñir y a estirar las orejas, a ponerse tensos, intranquilos y acen-
tuándose cada vez más estos
síntomas y convertirse en auténti-
cos alaridos más o menos
fuertes. David no le daba importan-
cia, no era la primera vez que los perros olfateaban el rastro de la caza avivado por el viento a favor. Pasados unos minutos cesaban en su apreciación y se quedaban nuevamente tranquilos. Sin embargo ahora, cada vez era más notorio el estado de excita-ción de los perros, hasta el punto de incorporarse y dirigiéndose a la puerta del chozo, pugnaban por salir. Ya eran alaridos amena-zantes y sus puntiagudos colmillos se clavaban en la madera de la puerta. David no comprendía la causa que motivara aquel compor-tamiento pues todavía era bastante claro el día como para que al-gún animal salvaje pudiera acercarse al chozo, algo que ocurría más bien de noche y en circunstancias especiales que en ese mo-mento no se daban.
Casi obligado
ante
la
insistencia pertinaz de los perros,
que daban vueltas
y
se
lanzaban
una y otra vez contra la
puerta dando saltos,
en inequívoca
señal de que algo estaba
sucediendo fuera,
que
no
era normal, David se levantó, cogió a
los perros por el collar, apenas sí podía sujetarles, tal era el ímpetu con que los animales demostraban su interés en salir y ante el te-mor de que se tratara de algún animal que merodeara por los alrededores del corral, del ganado e incluso pudieran ser atacados en su ceguera por defenderse, les ató con un cordel y bien co-gidos abrió la puerta apenas un poco, y fue arrastrado por los perros que dando grandes alaridos, enfurecidos, apenas podía suje-tarles. David buscaba por todas partes algo que pudiera explicar aquel comportamiento. Miraba de arriba a abajo, a un lado, al otro, dirigiendo su atención hacia los corrales y suponiendo que el problema fuera realmente de allí. Pero no observó nada anormal que pudiera inquietarle. Sin embargo los perros no deponían su actitud. Fue entonces cuando observó y creyó oír un ladrido que
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provenía de la lejanía, más bien de la vaguada de la sierra, que se recortaba en el horizonte como el espinazo de una costilla de ma-tanza.
Al poco de estar mirando en la dirección en que percibía los alaridos al parecer de otros perros, ya cada vez con más nitidez, vio aparecer la silueta de dos personas que precedidos por dos perros se dirigían en efecto hacia la majada...
Venían muy bien equipados como corresponde a cazadores que se adentran en la sierra, los cuales llamaban incesantemente a sus perros silbándoles y con ningún resultado, pues antes de que pu-dieran acercarse a David, ya estaban junto a él, quien hacía gran-des esfuerzos para sujetar a sus dos perros tratando de evitar lo que sería un enfrentamiento a muerte.
Llegaron los dos hombres, lograron hacerse con los perros, sa-ludaron a David al tiempo que se excusaban por lo que a todas luces era una intrusión en su vida. David que no estaba muy fami-liarizado con las expresiones de los recién llegados, se dio cuenta de que venían con amabilidad y buenos modales, lo que era de agradecer dada la poca frecuencia con la que recibía visitas. Poco a poco, los perros fueron calmándose, olfateándose unos a otros cesando en su empeño en entablar pendencia y al parecer como si nada hubiera pasado, a la vista de lo cual David invitó a sus visi-tantes a pasar a la choza donde podían descansar y tomar alguna cosa si les apetecía. Una vez en el interior de la misma, comenza-ron a despojarse de sus atuendos. Primero soltaron con cuidado la escopeta o carabina, que David no podría distinguir entre una cosa y otra, más bien le parecía que se trataba de la misma clase de arma, como las que llevaban la guardia civil, cuando habían coin-cidido por allí., Luego se quitaron una especie de chaquetón forra-do por dentro de piel de borrego y aparecieron unos cinturones con tal cantidad de cartuchos y balas que jamás había visto Da-vid juntos, así como unos atrezos que David no había visto
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jamás, al igual que las botas que casi les llegaban hasta las rodillas y llenas de correas y hebillas por un lado. Parecían hechas de una sola pieza, " sin duda estas botas para andar por la nieve tenían que ser cojonudas", pensaba David y no como sus albarcas que en tiempo de invierno las tenía que reforzar con unas pieles de oveja porque se calaban en cuanto salía al campo. Entrando en conver-sación, al parecer los cazadores, sentían la necesidad de explicarle a David por qué se encontraban allí y cuál era su situación tratan-do de hacerle comprender que no les había llevado hasta allí el conocimiento de su majada, sino más bien todo lo contrario: que andaban realmente perdidos, ya atardecido sin saber para dónde tirar, y habían encontrado su chozo, algo que agradecían como una auténtica bendición.
David cumplimentaba a sus invitados con cuanto estaba de su mano: les sacó pan recién cocido, cecina y vino. Los señores ape-nas querían cogerlo para no parecer que abusaban de su hospitali-dad, y sobre todo porque eran conscientes de la precariedad de medios con sólo echar una ojeada a aquel lugar.
Poco a poco se fueron explicando, sobre todo uno que era quién más hablaba y quién también más muestras daba de estar contento por haber dado con aquel sitio. Según explicaban, forma-ban parte de una expedición de caza mayor, o sea: jabalíes y cier-vos; que eran de Madrid y que por la mañana se habían separado en un refugio de la sierra donde habían pernoctado para reunirse al atardecer, pero que no habían sido capaces de dar con el camino de vuelta, debido a una ventisca de aire y nieve y sin rumbo, habían aparecido allí.
Esto no tendría mayor importancia si no fuera porque el señor, decía el que hablaba señalando al otro, no fuera quien es, es decir un alto cargo político de la nación y a buen seguro que estas horas se habría armado un gran revuelo al no haber aparecido a la hora señalada, y no habría un lugar en muchos kilómetros a la
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redonda que no estuviera siendo peinado palmo a palmo hasta dar con su paradero.
Sin embargo, el señor, como había dicho el que estaba contan-do todo, al parecer estaba tranquilo, satisfecho y hasta contento. Se había quitado el pesado cinturón de las municiones y en estos momentos se estaba quitando también las grandes botas cerca de la lumbre seguramente para calentarse los pies y sin apenas hablar nada.
Al rato sacó una especie de petaca y cogió un cigarro gordo y largo y con una rama de la lumbre lo encendió al tiempo que ofre-cía uno a David quien agradeció el detalle pero diciendo que no fumaba...
Este, el señor, fue entrando en conversación y haciendo pre-guntas a David, sobre cuánto tiempo llevaba allí, si tenía familia y mil cosas más, pero todas muy sencillas para ir dando confianza a David, quien no acababa de comprender la importancia que el otro daba a este hombre que parecía como todos; pero algo debería de tener en especial porque el que le acompañaba estaba constante-mente pendiente de él.
Cuando tuvo conocimiento David de la situación en que se en-contraban ambos cazadores, les dijo que él podría acompañarles hasta el camino que más o menos les dejaría cerca del refugio. Que él había oído hablar y que sabía más o menos por dónde quedaba, pero que el tiempo no estaba para andar a ciegas: la noche cerrada, amenazante y sin tener seguridad exacta de dónde dirigirse era poco menos que una aventura intentarlo, que lo mejor era pasar allí la noche aún a sabiendas del problema que estarían creando a sus compañeros de cacería.
Ellos eran conscientes de que no había otra elección y no les desagradaba del todo pasar allí la noche. Comieron y bebie-ron, unas veces de lo que David les ofrecía, y otras de sus provi-
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siones que también alternaban los tres, en tanto la conversación fue adquiriendo un tono coloquial y derivando a la caza, terreno en el que David se atrevía a opinar como una auténtica autoridad en la materia.
Les aconsejaba, les decía, que en esta época del año, los jaba-líes suelen estar en las riberas de los ríos y no tan arriba de la sie-rra como ellos les andaban buscando, a lo que asentían dándole la razón.
Pues aparte de perderse, no habían logrado dar ni un solo tiro.
Fueron pasando de una conversación a otra sin apenas darse cuenta de que la noche estaba ya bien entrada, entonces David quiso obsequiarles con una bebida poco usual para ellos, pero que seguramente les gustaría, por desconocida. Echó mano a una bote-lla de un hueco de la pared, la quitó las telarañas y se la ofreció al señor, que cogiéndola y mirándola de un lado y de otro, decía a David que le agradecía el detalle pero que la dejara para mejor ocasión, al tiempo que sacaba del interior de su chaleco, que por cierto tenía un sinfín de bolsillos y cremalleras, una especie de estuche como el de los cigarros pero con un tapón roscado, dorado que al quitarlo servía de vaso y ofreció un trago a David quien por no hacerle feo, se lo "endilgó" de un trago, quedándose de momento sin respiración, cambiando de color ante lo cual el acompañante le daba golpes en la espalda diciendo:
- venga hombre, que no es más que whisky, y además del bueno. Será que no estás acostumbrado pero eso para nosotros es como el agua.
A lo que David, que poco a poco recobraba el resuello contestó que solamente en una ocasión en el pueblo y seguramente para gastarle una broma, le dieron a beber algo parecido; pero él, que notó que se querían cachondear, le asestó un golpe con un
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taburete al que se lo había ofrecido que tuvieron que asistirle en el médico.
Improvisaron en un rincón cerca de la gran lancha de piedra que servía de base a la lumbre, todavía con brasas, una cama en el suelo con hojato de maíz como colchón y varias pieles de cabra y oveja haciendo las veces de mantas. David tratando de ser ama-ble, había ofrecido su camastro a los huéspedes, pero éstos pre-firieron la novedad que para ellos representaba pasar una no-che en el suelo, aunque acondicionado perfectamente, hasta el punto de dormir toda la noche de un tirón, motivado además por el cansancio de haber vagado por el monte.
A la mañana del nuevo día, David, que estaba acostum-brado a madrugar, ya había despachado el ganado y tenía prepa-radas unas cazuela de migas con unos torreznos y varios huevos fritos que despertaron y estimularon la pituitaria de sus invitados, quienes frotándose las manos y rascándose la cabeza, daban las gracias a David porque habían dormido, decían, como los propios ángeles y ahora este desayuno tan opíparo, digno de reyes, por lo que se sintió David halagado.
Tan a gusto se encontraban en el chozo que apenas daban seña-les de tener que marcharse, ante lo cual uno de ellos, el que lla-maba excelencia al otro, se dirigió a éste recordándole que la mitad de la guardia civil estaría a esas horas buscándoles y la otra mitad tratando de calmar los ánimos del resto de la expedi-ción que días atrás habían emprendido saliendo con sus Land- Rover y vehículos todo terreno dispuestos a dar una batida a los jabalíes de la sierra, a lo cual el señor dio la razón a su com-pañero con síntomas claros de fastidio. Se levantó y preparó todo para emprender la marcha.
Todo eran ponderaciones y halagos hacia la hospitalidad reci-bida y echando mano a la cartera le entregó a David un billete de cinco mil pesetas junto con una tarjeta en la que figuraba (decía
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al dársela), su nombre, cargo de ministro y dirección y teléfono de Madrid, por si alguna vez necesitaba algo David de él y le pudiera ayudar en lo que estuviera de su mano. David, no su-po resistirse y con poco de rubor, porque entendía que era un pago excesivo a sus atenciones, se guardó ambas cosas y dijo que él tenía costumbre de hacer lo mismo siempre que llegaban hasta su chozo alguien que se viera obligado a ello y de lo que podían dar fe los carboneros y leñadores quienes también se dedicaban a la caza como furtivos...
El día no estaba claro, pero tampoco era de los más com-plicados, que por esas fechas suele ser lo habitual. Los dos hombres con sus perros de orejas grandes y caídas, echaron a andar camino adelante por el mismo sitio que habían venido, con la esperanza de dar con algo conocido y también con la seguridad de ser encontrados por las fuerzas de la guardia civil que les esta-rían buscando desesperadamente. David se les quedó mirando un tanto pensativo. Agradecía mucho que hechos como el ocurrido rompieran su monótona existencia y si además como en esta oca-sión ello le proporcionaba un dinero para él muy importante, pues miel sobre hojuelas. Ya estaba haciendo proyectos sobre las cosas que podría adquirir en el pueblo el día que volviera. Tendría que ser pronto, pues había que quitar varias crías de cabras y ovejas, llevar picón, quesos y otras cosas antes de que pasara la época en que se vendían mejor.
Pensaba comprarse unas botas que había visto en el escaparate de la tienda de "chino", porque las albarcas para el verano...- muy bien, pero ahora en este tiempo... Le salían unos sabañones que le traían por la calle de la amargura, y tenía que untarse todas las noches con un ungüento hecho de ajos y aceite para calmar los intensos picores que le entraban, sobre todo cuando se acercaba a calentarse a la lumbre. También quería comprarse una dulzaina a la que tenía echado el ojo de la casa de "tío sombrerero", donde vendían otros instrumentos propios de la zona como: tamboriles,
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zambombas, guitarras, armónicas; y otros que por Nochebuena tenían mucha aceptación entre las gentes del pueblo que for-maban auténticas rondallas y con los dineros que le sobrara, haría un ahorro para alguna otra ocasión. Lo cierto es que él nunca había tenido tanto dinero junto y sobre todo un billete de tanto valor. Los tenía de cinco y veinte duros y alguno de mil. Monedas, eso sí, de todas, que conseguía vendiendo sus cosas en la Correde-ra y que cada vez que bajaba al pueblo se las llevaba y volvía sin un céntimo.
Volvió a sus quehaceres tratando de dar por pasado todo lo ocurrido que para él no tenía mayor trascendencia. Continuó con sus labores en el campo, prestando atención al ganado y cuidando de su propia subsistencia, sin añorar nada de cuanto veía e iba co-nociendo, gracias a visitas como la recibida últimamente.
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C A P I T U L O X
Habían pasado ya los rigores del invierno; la naturaleza co-menzaba a despertar poco a poco, como de un profundo letargo, desperezándose del largo sueño. Empezaban a oírse el gorjeo de los pajarillos que como todos los años aparecían a los primeros cambios de la naturaleza.
Los árboles con sus incipientes botones, pronto empezarían a llenarse de flores, los más adelantados, almendros, cerezos y me-locotoneros, luego en acorde universal el resto de ellos, estallarían y brotarían sus hojas; comenzaría un nuevo ciclo, habrían parido los animales, continuaba la vida; crecerían los ríos, se produciría el desove de las truchas, se vestirían de verde todos los campos, tendría lugar la sementera, triscarían de nuevo los animales por el monte, se renovaría la vida y también David, sintiendo el vigor de la primavera en su sangre. Sentía la necesidad de verse con sus paisanos, palpar el contacto humano, andar, subir y bajar valles y recorrer como siempre, a través de lo que el consideraba sus tierras, con regocijo.
Por eso y por cuanto ya no presentaban dificultades, como en invierno, los caminos para la jaca, preparaba una visita al pueblo. En esta como en otras ocasiones bajaría lleno de costales, de que-sos pieles, crías de cabra, corderos y también el cofrecillo con sus nuevos hallazgos, para enseñárselo a Pedro y conocer su opinión sobre aquel asunto, sobre los símbolos extraños y que relación podía tener todo aquello respecto a la señal del suelo en la plaza...
Dispuesto todo en la jaca, sus mochilas y demás, al día siguiente temprano, todo lo que la claridad del día permitió inició la marcha al pueblo, esta vez más fácil, pues aunque no pudiera ir montado en la caballería, al menos llevaba menos impedimentos que de costumbre, cuando bajaba el solo. Los cami-nos estaban mal, debido a las frecuentes lluvias que habían arras-trado consigo piedras, hojas, hierbajos y retamas haciéndoles
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impracticables, de tal manera que a veces había que dar un rodeo para salvar grandes trozos del camino empantanado, con lagunas y tirando del rabero de la jaca, iba poco a poco descen-diendo de la sierra, adentrándose en la espesura del monte hasta conseguir enfilar lo alto de una colina y el camino desde el que ya se podía divisar el pueblo, aunque todavía quedaba un
gran trecho hasta el mismo, hasta
pisar sus calles,
desde
allí, desde un altozano, ya se
divisaba prácticamente
todo
el pueblo, los campanarios de las iglesias, las variadas co-lumnas de humo de las chimeneas en los innumerables tejados del Barrio Judío, entramándose, dibujando un tapiz de variantes formas y colores, las casas del pueblo alto, más nuevas, de cons-trucción moderna, con arcos, ventanas y grandes terrazas, las filas de pisos de tres y más alturas, todas iguales, las urbanizaciones de chalets con sus jardines y piscinas; todo, todo se veía desde allí con diáfana claridad, también los valles, los campos, el verde inci-piente del brote de su arboleda, los larguísimos surcos del campo preparado ya para la siembra y el río serpenteante, por entre valles y vaguadas apareciendo y desapareciendo a tramos.
Fue acercándose hasta divisar el puente de Hierro y el paso a nivel y las ruinas de unas grandes fábricas de paños que antaño dieron vida a un gran número de familias y el batán, donde se preparaba la lana para la fabricación de mantas, de reconocido prestigio, que llegaron a coger tanta fama, como las de la vecina ciudad de Béjar, y actualmente aquellos locales estaban destinados a una industria chacinera donde se curan grandes hileras de chori-zos, lomos y jamones con el puro y frío aire de Pinajarro, los mue-lles de carga en la planta baja, las cámaras frigoríficas en un ince-sante trasiego de camiones, cambiando por completo el olvidado lugar.
Mientras va pensando y admirándose de todo esto, sin darse cuenta se ha embocado en la última calleja y aparece por la parte del río, por el puente de la fuente chiquita y poco después en casa
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de Pedro.
David, remonta el pequeño teso del puente. Observa el machón que hay en medio del puente donde las buenas gentes del barrio afilan sus navajas y hocinos, y que le han proferido una mella.
Suenan los cascos de la jaca en el empedrado del suelo, ya que está en pleno barrio judío. Entra por la calle del "vao", estrecha, profunda con dos largas hileras de casas a ambos lados. Tan pron-to aparece un lagar como un portal de una casa donde encima de una silla de tijeras se exhibe al público una banasta con membri-llos y colgados de unas alcayatas ristras de ajos y pimientos secos. En lo alto de las fachadas con las tejas curvadas al revés, se pue-den ver unos atados de higos ensartados por el rabo para que se vayan secando al sol. Más adelante doblando una esquina, David enhebra por otra tortuosa y empinada calle sin apenas luz donde los aleros de los tejados se tocan, se mezclan y las puertas de las casas están cerradas casi todas aunque un una de ellas se oyen a través del vano de la escalera voces de niños que salen corriendo y gritando hacia la calle. Sigue adelante y se cruza con una casa que tiene en el portal una parra de palancar que cubre toda la techumbre de una terraza y por detrás de la vivienda hay un huerto con todo tipo de árboles frutales y hortalizas. Más adelante y casi llegando a casa de Pedro, hay un gran portalón que da entrada a lo que llaman la almazara o cofradía. Allí es donde poco a poco con persistente goteo van llegando las bestias cargadas con banastas de aceitunas para ser molidas en un arcaico molino, por cuya función el encargado de esta labor cobra una cantidad como porcentaje de la remesa en especias, es decir al igual que ocurre con la molienda del grano, le pertenece una maquila o parte de la mis-ma. Igual ocurre con la escoria o los hollejos de la molienda que en caso de las aceitunas se llama carrozo y en el del grano salva-do, que tiene gran aceptación para la cría del ganado casi siempre de cerdos que cada familia cría para la matanza.
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Una vez en la puerta de Pedro, David observa que hoy tiene trabajo de herrar, porque junto al portal en unas argollas previstas para este fin se encuentran atadas dos bestias esperando turno, mientras Pedro calza a una yegua, una vez alisado el casco con una especie de cepillo con el que va saneando la pezuña del ani-mal y acto seguido de una fragua sale candente la herradura que presentándola en la parte inferior del casco va adaptándola a la medida sobre un yunque hasta conseguir que cuadre perfectamente en la pata del animal que trata de herrar y cuando presenta por vez primera la herradura hecha ascuas, sale de la pezuña un humo que huele a cuerno quemado. Pedro, que saluda efusivamente a Da-vid, al verle aparecer no suelta las tenazas con las que sujeta con una mano la herradura, al tiempo que mueve un fuelle que aviva la fragua con la otra. Sin embargo pese a lo ocupado que se encuentra en esta ocasión, no disimula su alegría de ver a su amigo y le invita a que pase, estará cansado del camino que también él conoce, le dice que tome asiento y que le de un tiento a la bota que cuelga de un garabato de madera que sobresale en un pie derecho sobre la que se sostriba la techumbre y el entramado de vigas del patio-taller.
David primero descarga la jaca y aprovecha para que el maestro le eche un ojo y le diga si necesita herraduras o no. Pedro le dice que ahora tiene mucho trabajo pero que el negocio funciona con altibajos según la época que ahora hay días como hoy en los que tiene cola. Además se está pensando ampliar sus actividades y puestos a dedicarse a las caballerías, también realizar el esqui-lado del pelo que eso para él no guarda ningún secreto, pues está acostumbrado de cuando ejercía de pastor y tan pronto esquila-ba a una oveja como le arreglaba las crines a los caballos
y la cola a los mulos y a todo bicho viviente haciéndoles au-ténticas filigranas en el lomo, dibujos y hasta letras con el nombre del dueño para así distinguir un ganado de otro, de tal modo que se lo estaba pensando y sería lo más acorde con su ofi-
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cio.
Al ser ya la hora de la comida, Pedro dejó su tarea para dedi-carse por entero a la preparación de la misma, hoy con doble mo-tivo tiene que ser especial al tener un invitado.
Mientras los arrieros aguardan el arreglo de las bestias en una taberna llamada "los conos", cuyo nombre le viene de unos grandes recipientes llenos de vino que los parroquianos van trase-gando durante el año, y que pacientemente, sin prisa alguna, aguardan a que Pedro termine con su trabajo, ahora interrumpido por la comida.
David
colabora con
su amigo en la preparación del
me-
nú. Para
ello aporta un hermoso conejo, cazado en la tarde ante-
rior que Pedro prefiere preparar más
tarde al ajillo y con
me-
nos prisas que con el
pan tierno
del pueblo deberá estar para
chuparse los dedos.
Mientras discurre la comida como siempre con todo el tiempo del mundo por delante, regando las tajadas con un buen vino de pitarra en un puchero de barro, que nunca falta en la mesa, David va descubriendo ante Pedro los asuntos que tanta importancia tie-nen para él. Le habla del cofrecillo, de los pergaminos, de las te-las, de todo cuando ha encontrado entre sus pertenencias y de la casualidad que la señal que hay en la mayor parte de ellos coincida con la de la plaza. Pedro que le escucha con atención pero como si conociera su descubrimiento como si no le extrañara en absoluto cuanto le estaba contando, él sabe perfectamente el ancestro de David, ya mucho se teme que tendrá que emplear bastante tiempo en explicarle una y mil cosas acerca de la vida de sus antepasados, que él conoce hasta el punto de haber tenido trato con los padres de David, siendo muy mayores y que David apenas puede recor-dar pues se había quedado solo en la majada, con la inseparable compañía suya, mientras los padres al igual que el resto de la fa-milia tuvieron que emigrar, sólo Dios sabe, por culpa de una ley
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que expulsaba a todos los judíos sin excepción.
David iba depositando encima de una mesa todos los artilugios al tiempo que Pedro le explicaba cuanto sus conocimientos le permitían y que no era mucho, solamente aquello que recordaba y que le comunicaba a David siendo consciente de que no le satis-facía plenamente dejando muchas preguntas en el aire, examina-ban ambos las piezas y documentos y Pedro explicaba que no le resultaba extraño porque el padre de David y también su abuelo, llamado Leví, habían ostentado el cargo de Rabí en la sinagoga del pueblo judío durante los años en que formaron comunidad, que habían sido personas de reconocido prestigio, de lo más importan-te y que al igual que toda la comunidad tuvieron que abandonar el pueblo y refugiarse en las sierras más cercanas, huyendo como vulgares delincuentes un mal día con todas sus pertenencias más queridas y dedicarse al pastoreo del ganado y cuidado de las tierras, hasta que decididamente tuvieron que abandonarlo todo ante el temor de ser descubiertos por las autoridades, dejándole a él al cuidado de la familia de Pedro que por entonces era la que más confianza les ofrecía y que siendo tan pequeño no se atrevieron a llevarle consigo, sin saber a dónde irían a dar con sus huesos. Todavía recuerda Pedro, aunque niño, las escenas de dolor que se produjeron en la majada ante tan brutal separación que cogiendo lo imprescindible y acompañados por una recua de ganado sus familiares comenzaron el éxodo a otras tierras emu-lando a sus antepasados que igualmente se vieron obligados a ello.
Se despidieron de los padres de Pedro, con lágrimas en los ojos, pues dado la avanzada edad de todos era como una definitiva despedida. Dejaron en el chozo muchas de sus pertenencias y ga-nado suficiente para procurar el mantenimiento de David, hasta que pudiera valerse por sí mismo, algo que llegaría años después, cuando Pedro ya mayor, sin padres y viéndose obligado por sus dolencias consideró que ya era lo suficiente hombre como para dejarle solo en la majada. Le contaba Pedro, que cuando decidió
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bajarse al pueblo estuvo meditando largamente por lo que suponía para él de ruptura con la vida en la sierra y porque debería de ini-ciar una vida llena de incógnitas y dificultades, él que solamente sabía cuidar del ganado. Al principio cuando bajó al pueblo, fue motivo de escarnio y mil bromas que tuvo que aguantar estoica-mente hasta conseguir una buena convivencia con sus paisanos, tal y como podía constatar ahora por los clientes que tenía debido a su oficio.
Todo este asunto explica por sí mismo que decidiera dejarle consciente de lo que le esperaba al volver al pueblo, donde en realidad encontró solamente una persona que le ayudó y quien gracias a la cual pudo salir adelante al tiempo que reponerse de las dolencias y achaques.
A esa persona recurrirían también en esta ocasión, en la se-guridad de que no serían defraudados, irían a verle si a David lo parecía bien, le llevarían todos los enseres y documentos del co-fre, le pedirían parecer y consejo, pues era hombre de bien el tal Don Noé de quien Pedro nunca había dudado y ni tan siquiera se había planteado conocer quién era y de qué familia procedía. No era necesario, hacía el bien a todo el mundo y esa era su mejor carta de presentación. Además se sabía que era un estudioso y entendido en asuntos relacionados con el pueblo judío y sus opi-niones autorizadas ni se discutían. Gozaba de prestigio entre los habitantes del pueblo y sus conocimientos en la materia habían traspasado las fronteras de la localidad tanto en lo referente a su profesión como en lo concerniente a sus conocimientos en asun-tos hebreos o judíos.
Así pues a la mañana siguiente, que era sábado y por tradición Pedro no ejercía actividad laboral alguna, dedicaron el día a la investigación de aquellos documentos que parecía tenían su impor-tancia.
Entrada la mañana, subieron al pueblo para verse con Don Noé, 71
que vivía en una casa grande de la calle de los comercios. Era ésta una calle que hacía honor a su nombre, pues desde que comenzaba en la plaza, donde existe el límite imaginario que separa el barrio judío del resto del pueblo, una puerta sí y otra también están de-dicadas a tiendas de todo tipo. Una vez entrado en la calle que tiene por nombre oficial del Relator González, pero que todo el mundo conoce por la calle de los comercios, empieza con carnicería, frutería, tienda de electrodomésticos, ultramarinos, encuadernador, botica, droguería, churrería, estanco, panadería, pescadería, tejidos, y un largo etcétera, de todo cuanto se pueda necesitar, por ese motivo está siempre muy concurrida, no solo por los vecinos de la localidad, sino por un sinfín de compradores que habitualmente vienen de los pueblos limítrofes a realizar sus compras de calzados, embutidos y prendas de piel y abrigo de todo tipo que son de fama en todo el contorno y pueblos a la re-donda.
Hacia la mitad de la calle, vive Don Noé, que ejerce de practi-cante, de podólogo y a veces de sacamuelas, pero por lo que ahora vienen a visitarle no es para solicitar sus servicios como profesio-nal de la medicina, sino por sus conocimientos en escrituras e his-torias sobre el pueblo judío. Entraron en el patio, cuyas puertas, al igual que casi todas las casas habitadas del pueblo, están siempre abiertas, subieron por unas amplias escaleras de madera hasta una estancia que hacía veces de recibidor, con unos escaños, varias sillas de tijera y un gran arcón de madera. Allí aguardaban dos vejetes para ponerse una inyección de las cajas que sostenían en sus temblorosas manos.
D. Noé recibió con cierta sorpresa a Pedro y su acompañante a
quien no había visto
nunca.
Después
de ser presentado David
a D. Noé, cayó en
la cuenta
de que
debía se el hijo pequeño
del Rabí Leví, que tuvo que dejar cuando fueron expulsados camino de Portugal, detalle este último que Pedro desconocía y por el que se interesó ante lo cual D. Noé empezó a explicarles
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que una vez que se juntaron en el pueblo llamado de La Abadía, todos los judíos dispersos por aquella zona, al frente del éxodo, nombraron jefe precisamente a Leví, por ser uno de los miembros más relevantes de la comunidad judía Rabí y además rico, condiciones que entendieron eran garantes de la buena marcha de la expedición y poco más se sabía al respecto, como no fuera que dirigieron sus pasos acompañados de enseres y animales a la vecina Portugal.
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C A P I T U L O XI
Sin embargo, Don Noé adivinaba que no habían venido a verle sólo para hablar de David, les preguntó qué les traía por su casa ante lo cual Pedro, un tanto nervioso, comenzó a explicarle sin entrar en detalles cuanto le había sucedido a David, con la señal de la Plaza, y la coincidencia con lo encontrado en el chozo: los per-gaminos que no entendían y poco o nada podían precisar acerca de ellos y que ese era realmente el motivo de su visita, que se lo traían tratando de encontrar algo de luz sobre el asunto.
D. Noé, que acariciaba la idea de descubrir algo que ya sospe-chaba de antemano, cogió el cofrecillo con reverente asombro y les dijo: - vamos hasta otra dependencia donde estaremos más tranquilos, además ya ha pasado la hora de consulta y no vendrá ningún paciente.
Entraron en otra sala llena de estanterías y libros sobre una gran mesa de nogal. Había libros por todas partes y en medio, un atril con un libro grande con repujados en oro en las pastas y en el lomo con símbolos y dibujos parecidos a los de los pergaminos.
Comenzó a desenrollar los pergaminos con impaciencia al tiempo que ponía cara de asombro e interés. No decía nada, pero en sus ojos se notaba cierta avidez ante las expectantes miradas de su visita. Luego cogió la llave del cofre, las monedas y las palpaba y volvía sobre los escritos como tratando de encontrar la clave de todo.
Repuesto de su primera sorpresa, trató de explicar a Pedro y sobre todo a David, como propietario de aquel tesoro, al menos en la apreciación de D. Noé, el significado que a primera vista enten-día acerca de todos aquellos pergaminos, que no eran otra cosa que los valiosísimos documentos, pasados de padres a hijos duran-te varias generaciones que, al parecer, se trataba de unas escrituras en las que se confería al poseedor, que además figuraba con el
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nombre de David, el título de sucesor tanto en las funciones de la Sinagoga como en cuanto a la hacienda perteneciente a la familia de Leví, que como era de suponer, sería mucha a juzgar por lo que él tenía entendido de siempre. No obstante, esto era un comentario muy por encima. Tenía que estudiar más pausadamente aquellos pergaminos escritos en un lenguaje, que aunque hebreo, estaban como en clave y no lograba descifrar el sentido de todo ello. En cuanto al símbolo de la plaza, el reverso de las monedas y del cofre, efectivamente eran la misma cosa, o sea la famosa ES-TRELLA DE DAVID, que había servido de bandera a todo el pueblo judío y que era la señal por la que se identificaban todos los asuntos relacionados con ellos.
A partir de estas explicaciones, todo fue fácil de comprender para ellos, también para D. Noé, quien comenzaba a atar cabos y a entender muchas cosas, que llevaba años tratando de ampliar sus conocimientos y mira por dónde había encontrado el eslabón que daba sentido a su historia siempre incompleta. No obstante du-daba mucho de cuanto entendía a través de aquellos documen-tos, porque el hebreo, decía, es como la combinación de una caja fuerte, con infinitas posibilidades, pero solamente una es la ver-dadera y en eso consistía, en dar con la clave, que arrojara luz sobre todo ello, y para eso hacía falta más tiempo y posiblemente consultar con Don José el cura de la iglesia de Santa María quien tenía muchos conocimientos de asuntos hebreos y tratados bíblicos y con quien había contrastado en más de una ocasión opiniones y puntos de vista acerca de estos líos.
Por esta razón aplazarían para más adelante una nueva entrevis-ta tratando de tener algo más aclarado todo aquello. Se despidie-ron de D. Noé, agradeciéndole la atención de haberles recibido, quedando emplazados para una próxima ocasión que le haría sa-ber a David.
Cuando se quisieron dar cuenta ya era la hora de comer y hoy
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con la visita no habían preparado la comida, así que decidieron tomar unas vasos por los mil bares de las calles y junto con los aperitivos prescindir de ir a comer, por una vez y sin que ello sirviera de precedente. Se enrollaron por bares, mesones y taber-nas, comieron y bebieron hasta entrada la tarde-noche, en la que iniciaron la bajada de nuevo al barrio judío, haciendo las corres-pondientes paradas en bodegas y tabernas que encontraban, con facilidad, a su paso y sin apenas darse cuenta, se encontraron en la Plaza de la amistad judeocristiana próxima a la casa de Pedro y donde tantas cosas y nombres empezaban a tener un nuevo sen-tido para David.
Esa noche, cansados de vagabundear por el pueblo, apenas pu-dieron hablar, pero a la mañana siguiente ya Domingo, en el que David se proponía volver a su majada, comentaban entrambos las novedades que les sugerían las palabras de D. Noé, que a buen seguro estaban como siempre cargadas de razón y una inexplica-ble alegría embargaba el ánimo de los dos, como si de una premonición se tratara, de que algo bueno se estaba fraguando en torno a aquella historia de la que se sentían protagonistas, ahora con base más firme en la que apoyar sus teorías y pensa-mientos quizás porque el destino lo quería.
Con pena, pero al mismo tiempo con gozo, ambos amigos fun-didos en un abrazo, volvían a separarse por imperativos de la vida que a cada uno de ellos les tenía asignado. Destinos diferentes, no obstante Pedro intuía que de alguna manera pese a la separación, no solo en la distancia sino en la forma de vida, algo les estaba acercando cada vez más, hasta el punto de preguntarle a David, cuándo sería su próxima visita, a lo que le contestó que no se había planteado para cuándo, pero que sin duda sería pronto, con visibles muestras de pesar por esta nueva separación.
David inició una vez más, pero distinta a todas, la vuelta a su entorno y a su vida diaria.
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Pedro vivía pendiente y en ascuas por tener alguna noticia acerca del asunto que celosamente guardaba en secreto en comu-nión con Don Noé quien tal vez intrigado, estaría en estos mo-mentos mirando y consultando libros, manuales y todo cuanto pudiera servirle para descifrar aquellos pergaminos, tratando de buscar respuestas clarificadoras.
Pedro apenas frecuentaba el pueblo y últimamente buscaba cualquier pretexto para subir a la barbería, a la ferretería con tal de hacerse el encontradizo con Don Noé, por si tuviera alguna novedad que comunicarle, pero éste parecía lejos de dar con algo definitivo. Buscaba en enciclopedias y tratados de historia algo que pudiera ponerle en camino de un asunto tan singular, fue a ver a D. José y entre los dos lograron sacar en limpio una leyenda que más o menos venía a decir:
"En la villa de Hervás, comunidad de Leví, Rabino de la jude-ría y principal en la sinagoga, declaramos mediante el presente escrito sea único heredero de nuestras pertenencias, así como el encargado del decoro y mantenimiento de la nuestra sinagoga, nuestro queridísimo hijo David, para quien dejamos nuestro sello y pertenencias herencia de nuestros antepasados y que con gran agrado y celo hemos guardado a través de los tiempos. Tam-bién junto con estas obligaciones legamos a nuestro predilecto la morada junto al río, llamado Ambroz y las tierras de la margen derecha que lindan con la tal casa, para que sea disfrutada y usa-da en mayor honra de nuestro Dios Yahavé"
En el reverso de estas escrituras figura un plano de situación tanto de la casa como de la sinagoga, punto central de la judería, y curiosamente trazando líneas rectas y uniendo los diferentes pun-tos es decir, la sinagoga, la casa, las tierras, la calle del Rabilero y el punto más oriental del barrio con el más occidental, es decir levante y poniente, se obtiene una estrella de seis puntas de dia-mante que no es otra cosa que la estrella de David.
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Todo esto habían deducido después de muchas horas dedicadas a leer el significado de los pergaminos y creían estar en el buen camino realizando más o menos una traducción libre inteligi-ble para su dificultad y encontrándole cierto sentido muy apro-ximado, pues había signos que de ninguna de las maneras pudie-ron entender por tratarse tal vez de algún significado en sentido figurado, a lo que eran muy aficionados los escribas de entonces y que representaban auténticas claves de muy difícil aplicación que conducían a soluciones muy dispares entre sí, quedando siempre un trasfondo de dudas acerca de el contenido de cualquier traduc-ción por muy trabajada incluso por estudiosos tan reconocidos como quienes ahora trataban estos documentos. No obstante estaban seguros de tener entre sus temblorosas manos documentos valiosísimos de una antigüedad indeterminada que nunca se hubie-ra encontrado sobre asuntos de los judíos y menos con los de aquella localidad que tan claramente hicieran alusión a la misma.
Apenas podían contener la emoción de poder enlazar parte de la historia olvidada, con la de nuestros días y no obstante les nublaba la alegría las muchas dudas que les asaltaban acerca de la veracidad de aquella traducción que no de los documentos que a todas luces y dado el estado de conservación, había que andar con tacto para que no fueran a romperse, lo que significaría una pérdi-da irreparable, así como el único testimonio de cuanto estaban sacando a la luz. Tanto es así que decidieron no dar noticia acerca del asunto a nadie más que a Pedro el herrador para que le fuera comunicando a David lo que sin duda sería una gran noticia para él una buena nueva, como se acostumbraba a decir por el barrio judío.
Don Noé, cuando bajó a comunicarle lo encontrado a Pedro, quiso corroborar estos datos "in situ" y en efecto en el punto se-ñalado por el croquis o plano de la antigua judería, existía una casa grande con los cantones de sillería en piedra o cantería labrada, un zócalo de piedras de río hasta una altura de dos o
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tres metros y de allí para arriba al igual que el resto de las del ba-
rrio,
las
fachadas eran un entramado de maderas y adobes.
De
vez
en cuando interrumpido por unas ventanas asimétricas,
con marcos de madera, una repisa de madera y unos cuartero-nes que cerraban las mismas. El conjunto de la casa se encon-traba en buen estado gracias a que la parte más oriental, por don-de era atacada por los aires en el invierno y las aguas, estaban cubiertas por unas tablas atravesadas de un lado a otro. Eran costanos de roble y de castaño que enlazaban con una serie de tejas vueltas del revés, algo por otra parte muy frecuente por aquellos pagos y que rara era la casa que no lo tuviera en sus fachadas.
Aparentemente desde la calle, no se apreciaban deterioros de consideración, además solamente estaba D. Noé observando, con cierto disimulo, para no levantar sospechas y tener que dar expli-caciones que tal vez no fueran bien interpretadas, observaba más que nada la fachada principal y como distraídamente, para no dar pábulo a habladurías entre las gentes que a la menor desatarían leyendas e inventarían historias de las muchas que corrían de boca en boca sin fundamento alguno a pocos indicios que se tuvieran con asuntos relacionados con la historia de los judíos, aunque no era este un caso más, pues era sabedor de que estaba situado frente la casa de los padres de David comprobando que estaba cerrada y en las jambas de la puerta principal, talladas y desgastadas dos estrellas de David.
Contemplaba el ojo de la cerradura y ganas le daban de romper el secreto metiendo la llave que encontraron en el cofre, pero no, eso sería como violar una tumba, como un sacrilegio, eso pertenecía hacerlo a David y a nadie más.
Acto seguido se personó en el lugar de otra de las puntas de la supuesta estrella, que marcaba el plano y quiso ver en él lo que en otro tiempo fuera la sinagoga, de aspecto muy diferente al de la
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casa, habitada por gentes que lo más seguro es que ni sospecharan que estaban pisando lugares otrora dedicados al culto judío, a realizar circuncisiones y solo Dios sabe cuántas cosas más. Allí si que el paso del tiempo había dejado huellas, como en tantos lugares de la calle el Rabilero o de la sinagoga donde alternaban los adobes centenarios con los aluminios de las ventanas y balco-nes y las antenas de televisión de sus moradores, sin embargo eso sí, los tejados apenas habían cambiado, casi que no dejaban pasar la luz, lo cual le daba al barrio cierto aspecto triste a la vez que seguridad, para no ser visto, lo que se entiende perfectamente si se tiene en cuenta que la mayoría de sus antiguos habitantes lo que pretendían era pasar desapercibidos de las autoridades locales...
D. Noé fue a contar todo lo concerniente al asunto a Pedro, con pelos y señales y le hizo saber las ganas que tenía de que viniera David, para proceder a la entrada de la casa, que sin duda guarda-ría más de una sorpresa y tendría la oportunidad de desvelar más de un intríngulis acerca de los judíos.
Le faltó tiempo a Pedro para acercarse hasta la casa de un guarda forestal para pedirle que lo antes que le fuera posible a él o a alguno de sus compañeros, se acercaran hasta la majada de David y le comunicaran que bajara al pueblo lo antes posible, para darle noticias acerca del asunto que les ocupaba. El guarda quería disimuladamente conocer pormenores sobre el particular, dicién-dole a Pedro que si era un asunto de tanta importancia, lo trans-formaría en asunto oficial y con permiso previo se acercarían con el todo terreno hasta casi las inmediaciones de la majada, Pedro en cambio quería restarle importancia para no tener que soltar pren-da, pero como hacía poco había bajado David al pueblo, de no comunicarle algo en este sentido tardaría bastante en volver y el asunto más que nada quería hacérselo saber él de viva voz, total que el guarda no pudo sacarle nada en limpio.
Ya había entrado la primavera, el campo reventaba en colores,
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las aguas del deshielo bajaban raudas por canales y arroyos, las nieves se habían trocado en flores, las praderas estaban al-fombradas de margaritas, el canto de los pájaros se hacía presente en los amaneceres, todo presentaba un color verde recién nacido como de terciopelo, los robledales y castañares brillaban en la lejanía con sus puntas en las ramas por miles de brotes y los ani-males, la caza, la pesca, todo se renovaba una vez más, dando lu-gar al ciclo vital.
Contemplaba David todo esto que no por ser ya conocido para él, dejaba de causarle admiración, quedándose una vez más bo-quiabierto ante tanta belleza, ante la grandeza que le presentaba la naturaleza...
Llegó hasta él un guarda forestal acompañado en esta ocasión por un cazador que le había conducido hasta el chozo, pues la pista que circundaba los contornos del monte, aún quedaba más abajo de la sierra y pocas personas conocían la ubicación de la majada de los cabreros como la llamaban familiarmente por aquellos luga-res. El guarda no quería encargar a nadie el recado que le había dado Pedro y había preferido que le acompañara el cazador, para dárselo personalmente y para algo más...
En primer lugar, movido por la curiosidad y el deseo de saber algo de lo que le había apuntado Pedro, al parecer importante debía ser, cuando con tanto empeño le encargaba este asunto, y en segundo lugar porque aunque conocía muy por encima la vida de David, le llamaba la atención cómo se había aclimatado al lugar con las dificultades que entraña vivir solo y sin embargo podía decirse que se había acoplado al lugar como si ya formara parte de él mismo.
En estas divagaciones se encontraba el buen hombre y aquí era a donde quería llegar, quería preguntar a David qué opinión le merecía a él un asunto que últimamente le traía a él y a la familia por la calle de la amargura.
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Una vez en presencia de David, intercambiaron saludos y pre-sentaciones, se contaron anécdotas de caza, hablaron del tiempo en tanto daban buena cuenta de una bota de vino y un queso cura-do, que David como era costumbre había sacado a su inesperada visita.
Charlaron de todo, el guarda comunicó su encargo a David, és-te le agradeció la molestia que se había tomado, pero no hizo co-mentario alguno, inseguro como estaba de que aquel descubri-miento suyo tuviera trascendencia alguna, con lo cual el guarda se sintió un tanto frustrado, pues pretendía saber por David de qué trataba tan delicado asunto que había motivado el que Pedro, que era hombre poco dado a pedir favores a nadie, se hubiera lanzado sin ningún recato a pedirle semejante encargo...
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C A P Í T U L O XII
No se atrevió el guarda a preguntar a David de qué se trataba el encargo comprendiendo que sería algo particular entre Pedro y él, pero la hora de volver se echaba encima y él quería con-tarle a David su desazón por el problema que le tenía acogotado y se lanzó, aunque solamente fuera por desahogarse a contar en pre-sencia incluso del cazador la causa de su angustia.
Se trataba de un hijo suyo, que le había salido rana, decía el pobre casi entre sollozos y con palabras entrecortadas, nada me-nos que se había dado a la droga, estaba sin ocupación ni trabajo y últimamente en casa, habían tenido más de un disgusto a causa de esa situación que por otra parte se sentían impotentes para ata-jar el problema, ahora que todavía al parecer no había pasado a mayores aunque ya le habían advertido sus colegas de la guardia civil que su hijo andaba con mala gente, siempre en bares y pubs y tenían la certeza de que estaba metido en algún sucio negocio y que por la confianza que tenían con él le habían puesto sobre aviso, para que procurara por todos los medios se-parar a su hijo de tales compañías, si no quería verse envuelto el día menos pensado en un laberinto del que sería difícil salir. Con-taba el guarda que se veía atado de pies y manos que lo peor no era eso, lo malo es que tenía una hija casi de la misma edad que el chico y temía que también la implicara y cayera en las mismas redes que el hermano, con lo cual la situación sería más que dra-mática. Contaba todo esto para desahogarse de tanta tensión como llevaba encima, pues de estos asuntos desgraciadamente no podía hablar con nadie ante el riesgo de que corrieran las voces y en nada favorecería ni su hijo ni a la familia, un asunto tan feo.
Además estaba la madre, que como siempre no quería darse cuenta del peligro que estaba corriendo su hijo y estaba como ciega y para colmo no quería escucharle. Cuando trataba de explicarle el rumbo que estaba tomando el futuro del hijo y segu-ramente de la familia y no solo eso, sino que también procuraba
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darle al chico cuanto le pedía.
Le decía todo esto a David, tratando de buscar ayuda en él, que aunque comprendía la dificultad en encontrarla, nada perdía con exponérselo, había pensado, continuaba, que al igual que ocu-rre, con esos centros a donde mandan a los drogadictos para rehabilitarse, algo que por otro lado no estaba al alcance de su economía, suplir este cometido, trasladando a su hijo previamente convencido y si a él le parecía bien hasta la majada y de esta manera tan sencilla le separarían de sus amigotes y de paso vería la vida, limpia, sin dobleces, sana natural como la de aquí arriba...
Todo esto dejó un tanto perplejo a David, que pese a que tenía alguna noción de lo que llamaban las drogas, no llegaba a com-prender el alcance del problema que representaba para la familia, que uno de sus miembros cayera en semejante trampa. Tal era el grado de angustia del guarda, que hablaba sin ningún remilgo so-bre el particular tratando por todos los medios de convencer a David de lo que sería una solución al problema trayendo aquí a su hijo, que andaba por los 16 años cumplidos y que le ayudaría du-rante una temporada en los quehaceres diarios, que vería la vida de otra manera, aunque le tuviera incluso que pagar algo en concepto de manutención.
A David, no le pareció prudente manifestarse en uno u otro sentido en aquel momento, le dijo que como bajaría al pueblo lo antes posible, ya hablarían sobre el particular, que fuera tan-teando a su hijo no fuera que se encontrara con la oposición de éste y nada se pudiera hacer. El guarda, estuvo conforme con el comentario, que le indicaba la disposición de David en acceder a su petición, le aseguró que se encargaría de hacer ver a su hijo la necesidad de cambiar de aires y que cuando le hablara del sitio seguramente hasta le iba a gustar, pues cada día le encontraba más triste, aburrido y sin ganas ni tan siquiera de comer o de arreglar-
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se, como no fuera ponerse esos pingajos con los que se vestía para ir de copas o lo que fuera, con sus colegas y amigotes casi siempre mayores que él, que eran quienes le estaban echando a perder.
Llego la hora de partida de la visita y David quedó un tanto confundido, no solo por las noticias tan vagas que le traían de su amigo, sino también por el asunto que le acababa de confiar el guarda, quien a todas luces estaba muy afectado y desesperado. Lo que más le chocaba y también preocupaba era, que podía él hacer para influir en aquel chico al que por otra parte ni conocía y con qué autoridad podría hablarse de un tema que además sola-mente conocía de oídas, pero para nada dominaba y desconocía todo sobre el particular...
No le importaba enfrentarse e intentarlo, además nunca había tenido compañía por largo espacio de tiempo y así podría ponerse al día en cuantos asuntos él deseaba saber a través de la convivencia con el muchacho, a cambio, le enseñaría a ordeñar, trabajar en labores del campo, el pastoreo, hacer trabajos de arte-sanía y hablarle de la niña rubia, porque le enseñaría la foto y has-ta puede que la conociera, así le podría devolver el bolso y una talla que estaba haciendo en un madero de encina con el cuchillo que le había regalado Juanjo y que para este tipo de tra-bajo resultaba de lo más eficaz.
Bajó David al pueblo tan pronto como le fue posible, dada la premura con que le había avisado Pedro y además dispuesto a visi-tar al guarda, conocer al chico y ver personalmente si estaba de acuerdo en ir con él a la majada, pero voluntariamente y no forza-do por la familia.
Cuando Pedro le explicó de qué se trataba el descubrimiento acerca de los pergaminos, David no podía dar crédito a cuanto estaba oyendo y ardía en deseos de ir con la llave a la casa y com-probar si en efecto, se trataba de una realidad porque como esto
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fuera cierto, el resto de la historia también lo sería.
Fueron en busca de Don Noé, quien les entregó el cofrecillo con su contenido, felicitando a David y asegurándole y dando por
cierto que cuanto allí se decía
era totalmente verdad. Solamente
faltaba llegarse a la casa en
el lugar señalado, meter la llave y
el resto era, sería otra historia. Faltaba saber cómo
encajaría Da-
vid la nueva situación, qué planes haría para su
futuro, corría
muy deprisa la imaginación de los tres...
Antes había que dar ese primer paso y si no resultaba como es-peraban, nada de entristecerse, aquí no había pasado nada. Para entonces, para cuando llegara el momento en que David quisiera comprobar si estaba en lo cierto, les decía Don Noé, él ya había andado algunos pasos, había ido al registro de la propiedad, por-que el encargado era amigo suyo, no era esa la única vez que ha-bía ido a consultar legajos y libros de todo tipo, sin que le pregun-tara absolutamente nada, con lo cual sus consultas quedaban en el más absoluto anonimato, había podido comprobar que la casa se-ñalada en el plano no figuraba en ningún sitio y que en el plano general del registro, a todos los efectos único y verdadero, figu-raba el emplazamiento de aquel lugar como otros muchos, fue-ra de los llamados "dominios del concejo", con lo cual nadie podía reclamar la propiedad con documentos que acreditaran a tal finca, lo que le daba doble valor a los que poseía David, toda vez que eran los únicos que con exactitud indicaban la situación y perte-nencia de tal casa.
Como veía Don Noé, que estaba sembrando dudas acerca de la autenticidad de todo aquello, se invitó personalmente para acom-pañarles hasta el punto señalado y ser testigo de excepción y nota-rio de cuanto allí pudiera suceder.
David temblaba cuando estaba apuntando el ojo de la cerradura con la llave, que de tanto manoseo, presentaba aspecto de vieja, pero ya más limpia y parecía que encajara en efecto en aquella
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boca.
Llegó el gran momento de la prueba, los tres personajes, cada uno con arreglo a su porcentaje de protagonismo, apenas po-dían contener la respiración, estaban escribiendo, tal vez, un nuevo capítulo para la historia, iban a desenterrar los secretos hasta entonces guardados muy celosamente por el tiempo, las leyendas a partir de ahora adquirirían categoría de historia, o tal vez serían testigos de la mayor decepción jamás pensada...
Sin más, David introdujo la llave, giró hacia un lado, no pasó nada, giró hacia el otro, parecía sonar algo en el interior de la ce-rradura, no había que alarmarse, era mucho el tiempo pasado, eran muchos los vientos y humedades, los que al igual que en los clavos y maderas de los cuarterones de la puerta, habían hecho estragos y mella y llenado de óxido, herrumbre y orín los goznes y la cerradura, sería cuestión de maña, en estos dilemas se encontra-ban, cuando sonó un seco y brusco golpe, como el disparo de un muelle en el interior de la vieja cerradura, removido por la caricia de una de las guardias de aquella llave tan celosamente guardada durante tantos años...
Fue un momento lleno de emoción, alegría y duda, de toda suerte de incógnitas, era como abrir un gran libro, olvidado y lleno de moho a través de los siglos.
Ninguno era capaz de pronunciar palabra, penetraron en el inte-rior de al parecer un gran patio, una oscuridad profunda no permi-tía ver absolutamente nada, un olor a humedad mezclado con mil más hacía que la respiración, alterada por la emoción fuera todavía más difícil. Poco a poco fueron tranquilizándose los tres, perma-necían como petrificados, sin atreverse a decir nada, presos de la situación, confusos ante lo que se les venía encima.
El aire de la calle penetraba como absorbido por el vacío, a medida que transcurrían los infinitos y largos minutos, se hacía la
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luz, empezó por penetrar en el patio, que como despertando de un largo sueño iba como si de una esponja se tratara empapándose de su luminiscencia, ya se adivinaba un tiro de escaleras al fon-do de la estancia, ya la vista se acomodaba a la clara- oscuridad, ya empezaban a vislumbrarse siluetas de muebles, de ense-res diversos. Junto a la escalera grande y de madera había un gran baúl, con telas y candelabros encima, con una capa de polvo, que había ido poseyendo poco a poco pacientemente todo cuanto en-contraba a su paso.
Para evitar tener que dar explicaciones, cerraron la puerta, que-dándose tras ella, dispuestos a revisar y descubrir la casa por ente-ro. Habían encendido dos velones que estaban insertos en el pie derecho de un candelabro enorme con siete brazos, tan fami-liar para David, que lo identificó de inmediato comparándolo con el encontrado en la majada.
Fueron familiarizándose con la estancia, el patio presentaba un suelo de piezas de maderas nobles, la pátina del tiempo cegaba el brillo que otrora tuviera. En un lado casi detrás de la puerta de entrada, había una especie de trampilla con una argolla que se ocultaba y quedaba a haces con el suelo, gracias a una muesca hecha en la madera para abrir aquella trampilla, dando sin duda paso a lo que sería un sótano algo por otra parte muy útil a la hora de tener que esconderse.
Tomaron las velas del candelabro, iniciaron la subida por la es-calera, aún quedaban cosas atrás que revisar, pero ahora lo impor-tante era dar una ojeada general, sin pararse mucho, para ver y ser conscientes de que aquello, no era un maravilloso sueño, sino una visible realidad, palpable, tan inesperada como cierta.
Entraron en una gran sala, las escaleras daban directamente a la misma sin puertas o algo que se interpusiera, solamente la balaustrada de madera con hermosos remates torneados y brillan-tes a la luz de las velas, al fondo a través de las mermas de las
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maderas de los cuarterones entraban unos rayos de luz que baña-ban la estancia, era una luz mortecina, como de tela de araña, sin fuerza como si no encontrara eco a su paso. A medida que se mo-vían por la sala, iban quedando sus huellas marcadas en el suelo por el polvo que invadía absolutamente todo, el suelo, los mue-bles... todo.
Con no pocos esfuerzos, pudieron abrir uno de los cuarterones de la ventana, el rechinar de los pernios daba lugar a que una cata-rata de luz invadiera el lugar, era como un amanecer, abrieron la otra parte de la ventana y poco a poco fueron afianzando su presencia allí identificándose con el entorno, apabullados, ner-viosos, escudriñándolo todo, sobre todo D. Noé que no cesaba de descubrir cosas, enseres, pasillos, salas, todo, rápidamente co-mo si el tiempo se le fuera a terminar, como temiendo despertar a una realidad distinta.
David miraba a Pedro, que entusiasmado y conteniendo la emoción le miraba con los ojos inundados en lágrimas, ahora estaba reviviendo todo cuanto sus padres le habían contado, aho-ra se abría ante él un nuevo espacio de historia oculta y sin em-bargo existente, allí estaba, allí tenía la prueba de que los hom-bres pasan, la historia no.
David no entendía nada, presentía que estaba ocurriéndole algo muy importante en su vida, para su futuro pero no era cons-ciente como pudiera serlo Pedro de todo ello. D. Noé ensimis-mado y abusando de su colaboración, se permitía tocarlo todo. Había sobre una mesa varios rollos de pergaminos que con el permiso de David, estudiaría para profundizar más en su conteni-do, aquello sobrepasaba con mucho los hallazgos conseguidos en tanto tiempo sobre la materia.
Siempre que aparecían vestigios en la comarca, él era el prime-ro en saberlo, pero en esta ocasión transcendía a sus propias fronteras, tal vez habría que ponerlo en conocimiento de las au-
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toridades competentes, pero de momento nada, se limitarían a mantener el secreto hasta tener controlada la situación y conocer todos los rincones palmo a palmo, esta era la opinión suya y que compartían por entero tanto Pedro como el propio David.
D. Noé dirigiéndose a David, se felicitaba y le felicitaba dando por bien empleado el tiempo dedicado a descifrar los escritos, al tiempo que manifestaba la grandísima alegría que se llevaría Don José el cura, cuando tuviera conocimiento de cuanto allí ha-bían encontrado.
Mientras continuaban abriendo cuartos, examinando unos anaqueles como alacenas en los que había un sinfín de libros y montones de pergaminos, aquello parecía un museo , exclamaba lleno de júbilo, allí había auténticos tesoros y un montón de docu-mentos que arrojarían luz sobre la desconocida historia y vida de los judíos, era mucho para él, seguramente más adelante habría que declarar todo aquello, pero antes tenía que hablar con D. José porque tenía cierto trato con los encargados de asuntos hebreos en Toledo, en fin, ya se vería qué convendría hacer... Pasaron a otra nueva estancia, esta daba acceso a otra escalera que arrancaba de uno de los extremos y ascendía sin tanta solemnidad como lo ha-cía la principal, al tercer nivel o planta de la casa, tal vez el zarzo, pero lo mejor sería comprobarlo viéndolo y hasta allí se dirigieron subiendo por la recién descubierta escalera, que gemía al soportar el peso de los nuevos habitantes, removiéndose en sus entrañas pues tanto tiempo hacía que no eran usadas y que no cumplían con su función.
Una vez en el rellano tenía lugar un largo pasillo, que comuni-caba con un corredor a manera de terraza, con una balaustrada también de madera muy deteriorada, pues se hallaba en la intem-perie, el suelo de baldosas de cerámica color ocre, daba paso a unos grandes ventanales sin apenas cristales y con evidentes seña-les de haber sido víctima de las lluvias y el sol, los marcos torcidos
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y cuarteados. Sobre unas grandes zapatas de madera, descansa-ban las vigas maestras en la que se sostribaba el tejado, que también estaba herido igualmente por el paso del tiempo, sus vi-gas estaban curvadas, con el peso, el abandono y por las lluvias recibidas.
A David, aquella parte de la casa era la que más le gustaba, se asomaba con precaución no fuera a hundirse el suelo de la galería en forma de balcón. Notó la presencia del río que lamía el zócalo de la casa por su parte trasera, desde allí podía contemplarse toda la sierra, pretendía adivinar por dónde quedaba más o menos su majada y los campos por donde triscaba el ganado, daba gusto contemplar hacia poniente, los almendros floridos de color de rosa mezclado con blanco y en levante el gran canchal de Pinajarro, todavía con nieve visible y de cuyas entrañas se alimentaba el río, que con un murmullo se deslizaba a sus pies pasando tranquila-mente por el ojo del puente de la fuente chiquita. Aquí se sentía más a gusto, porque solamente tenía delante la propia naturaleza, a lo que estaba acostumbrado de siempre, el campo, la sierra, el río, eran elementos esenciales para su vida.
Se les había pasado el tiempo volando, no era para menos, iban de sorpresa en sorpresa, descubriéndolo todo, aquello era una de las maravillas que solamente a seres privilegiados como ellos les depara el destino. Ahora venía la parte difícil, cómo demostrar que David era legalmente el propietario de todo aquello, en el pueblo nadie se opondría, pero los organismos oficiales estaban deseosos de incautar cuantas propiedades hubiera, de rango y ca-tegoría suficiente para considerarlo propiedad del Estado. De hecho David, no figuraba en ningún sitio, ni como persona física, ni como ente alguno.
Estas y otras parecidas consideraciones les hacía Don Noé, a medida que descendían por decirlo de manera metafórica de las nubes y ponían nuevamente los pies en el suelo, en el empe-
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drado de la calle, mudo testigo de cuanto estaba sucediendo.
Volvieron a dejar todo casi como estaba, cerraron los cuartero-nes de las ventanas y la gran puerta, que ya funcionaba con más facilidad y se fueron los tres pensativos y David un poco disgus-tado porque comprendía el alcance de las palabras que como siempre tenían un contenido exacto y que Don Noé no quería di-simular para no causarle decepción alguna. No obstante esto eran puras y simples especulaciones y más adelante se vería la forma de realizar legalmente lo que por naturaleza y ley le pertenecía y de eso si que no había la menor duda, pero ya se sabe, las autori-dades tienen su propio código de conducta y no entienden de sentimentalismos ni concesiones gratuitas, van a lo suyo y había que andar con cuidado para no airear mucho el asunto y se toma-ran interés en ello.
Ya en casa de Pedro, cerca de allí, tomaron un vaso de vino y unos tacos de jamón que el dueño de la herraduría para celebrar el acontecimiento, sacó sobre una mesa en un plato, encima de un mantel a cuadros y estuvieron comentando pormenores acerca del descubrimiento de la casa que ni por asombro podía pensar, decía Don Noé, estuviera prácticamente como la habían dejado sus ante-riores moradores, eso sí, lleno de polvo y suciedad, pero en buen estado de conservación, la pena era el tiempo que tendría que pasar hasta ver realizada la transferencia oficial a David, pero él personalmente movería cuanto estuviera en sus manos, para facilitar esta gestión. David en un arranque de generosidad y agradecimiento, metió la mano en el bolsillo de su chaleco y co-giendo la llave, se la dio D. Noé diciendo que obrara en conse-cuencia como si se tratara de su propiedad, ante lo cual Don Noé que había vislumbrado abundante material para sus investigacio-nes, se vio autorizado de esta forma y pagado en cierto modo, de cuanto había hecho y haría en el futuro ya que le daba David, ple-nos poderes para ello, Pedro asintió y le pareció una feliz idea el que se encargara de este asunto tan honorable persona, y de paso
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sintió cierto alivio porque se temía, tendría que ser él quien de alguna forma aclarara todo aquello y no se encontraba lo suficien-te capacitado para poder ayudar a David en este terreno. Se mar-chó Don Noé contento, ilusionado por los momentos tan intensos que estaba viviendo y se dirigió a casa del cura a comentarle todo lo referente a la casa. David un poco más relajado, después de haber vivido momentos de intensa emoción, no acababa de ver del todo claro el asunto además era consciente que para llegar a poder abrir aquella casa y usarla como tal, tendría que emplear tiempo y dinero, algo que no veía la forma de lograrlo. Pedro le animaba diciéndole que por el momento no se atormentara con aquella idea, sin tratar de que las autoridades no pusieran pega alguna y al parecer ese apartado lo tenían resuelto con la colaboración del mejor defensor de todo lo que sonara o pudiera oler a asuntos de los judíos, que era D. Noé.
David comentaba a Pedro el asunto relacionado con el guarda forestal, quería conocer su punto de vista y su consejo, sobre el particular, cómo atacar el problema contando con que el chico quisiera poner en marcha los planes que al parecer su padre veía como tabla de salvación para sacarle de lo que podía llegar a ser su ruina. Pedro que ya tenía más detalles acerca de las secuelas de la droga, que había oído y visto más de un caso, pero así por encima, sabía que era algo muy difícil de superar, una vez que se mete uno en ello, lo comparaba al tabaco o a la bebida, aunque estos últimos con efectos menos desastrosos, pero en cuanto a dificultad para salir de ello, era igual.
De todas formas, por intentarlo nada se podía perder y a David no le vendría mal un poco de compañía y el chico conocería una vida para él ignorada, que podía presentarle la solución a su problema, así que no solamente le parecía bien, sino que le ani-maba a que siguiera adelante con el asunto y de esa manera no le quedaría la cosa de al menos no haberlo intentado.
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Salieron de casa, con idea de verse con el guarda, Pedro sabía dónde vivía, y allí se dirigieron los dos, fueron bien recibidos, les obsequiaron como era costumbre con un buen vaso de vino de pitarra, hablaron del tema, la madre conoció a David y vio que era una excelente persona y estuvo de acuerdo en sufrir la separación temporal del hijo, si era para su bien y podía evitar lo que presentía, sería pronto un infierno.
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C A P I T U L O XIII
El chico a quien ya le había puesto en antecedentes su pa-dre, dudaba que aquel experimento fuera a dar resultado, pero también era consciente de que tenía que intentarlo y nada se con-sigue sin sacrificio, así que estuvo también de acuerdo, diría a sus amigos que un improvisado viaje le tendría una temporada fuera del pueblo y así no tendría que dar explicaciones, que por otro lado caerían en saco roto...
Todo dispuesto, temprano como siempre, se pusieron en ca-mino, David con sus enseres de siempre, un zurrón, un morral y un callado y Dani, que así se llamaba el hijo del forestal, con una abultada mochila, cantimplora, y todos los artilugios que se usan para ir de acampada, incluido naturalmente ropa y saco de dormir, ante tal cargamento David, se dio cuenta de lo poco que él necesi-taba para vivir, pero no quiso decir nada al chico para que no creyera que ya desde ahora iba a censurar sus costumbres y forma de vida. Ya se daría cuenta él solo poco a poco de que podía pres-cindir prácticamente de todo, si fuera capaz de utilizar todo cuanto la naturaleza ofrece.
De una forma inesperada fueron entrando poco a poco en con-versación por el camino que a Dani resultaba nuevo, y eso que en más de una ocasión había participado en excursiones y acampa-das con sus amigos acompañados de un cura joven que se encar-gaba de todo; pero naturalmente el camino era otro, David conocía perfectamente atajos y vericuetos que solamente utilizaban los cabreros y algunos cazadores y leñadores que frecuentaban el monte. Cuando hubieron ascendido un buen trecho, pararon a des-cansar un rato sobre todo por el muchacho que cargaba con su abultado equipaje y jipando, no podía seguir los pasos de Da-vid, y eso que era mayor que él, por lo menos cinco años.
Pero la
destreza con que se movía el cabrero por aque-
llos valles
y cañadas no podía compararse con ninguna otra per-
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sona.
No hablaban mucho durante la marcha, que estaba resultando agotadora para Dani, sin embargo en los descansos, David procu-raba conocer el parecer del chico, en cuanto al campo, al paisaje, los pájaros, tratando de descubrir seguramente si iba a encajar bien la nueva vida o por el contrario se tendría que enfrentar a una realidad bien distinta. El chico parecía un poco sorpren-dido, más que por la admiración que pudiera causarle la be-lleza del paisaje, algo que ya sabía de antemano, por la facilidad y primitivismo con que David se tomaba la vida y eso que conocía apenas nada de él, pero descubría poco a poco que de lo que no cabía la menor duda es que era un tío d'abuten, güay del Paraguay y otras expresiones propias de estos muchachos de ahora, mientras David que era consciente de que estaba siendo observado por su acompañante, en nada cambiaba tan siquiera su semblante, la se-renidad que envolvía cuanto hacía, la destreza de sus pasos, la seguridad de saber hacia dónde se dirigían le daba total superiori-dad en aquel medio. Fueron avanzando entrada la tarde, un poco más que otras veces, ya remontaban los últimos tramos, el aire era limpio, denso, con una mezcla de olores de flores silvestres ruidos y sonidos insospechados para Dani, que caminaba absorto y boquiabierto siempre tras los pasos de David, esquivando pie-dras, canchales, abrojos, zarzales y matorrales que le zarandeaban en la cara, un tanto cansado con evidente sofoco y respirando con dificultad, parte por la altura a la que no estaba acostumbrado y sobre todo por el peso del maldito macuto que se le estaba enta-llando en los hombros y deseaba soltar cuanto antes...
Llegaron a la majada, algarabía como siempre, los perros la-draban incesantemente y daban vueltas alrededor de Dani, éste con cierto miedo, sin disimulo, apenas reparaba en nada, David cal-maba con su voz a los mastines, y ellos como comprendiendo, cesaron en su olfateo amenazador a Dani, descargaron el equipaje, entraron en el chozo, Dani no pronunciaba palabra, pero al parecer
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no le disgustaba el sitio, ni por asombro podía imaginarse tanta belleza: la sierra allí mismo que se podía tocar con la mano, a tiro de piedra, aquel arroyo corriendo a sus pies, el ganado, los campos labrados por David, el monte más abajo y la inmensidad del espa-cio libre hacia el horizonte, miles de árboles de todo tipo y por todos lados, aquello él no se lo esperaba...
David preparaba algo de comer, la lumbre empezó a funcionar, era extraño pero cierto, por primera vez Dani, no había sentido la necesidad de enchufar nada, como le ocurría nada más llegar a casa y sin apenas saludar a nadie, como un autómata, empezaba a pulsar botones, ponía el cassette a toda pastilla, enchufaba la tele-visión, cogía una revista y se hundía en un sofá sin escuchar músi-ca, sin oír nada del telediario o el culebrón de turno y sin enterarse de lo que venía en la revista, total una costumbre sin la que ya no podía vivir y sin embargo no le llevaba a ninguna parte, por eso quizás buscaba otro mundo, otras aventuras, otras emo-ciones, ya empezaba a cansarse.
Aquí Dani apenas echaba de menos nada de cuanto había deja-do en su casa, ni tan siquiera había deshecho su mochila, David no le decía nada, no le insinuaba nada, esperaba que él fuera poco a poco haciéndose a la idea y organizándose a su criterio , él no le impondría nada, luego con el tiempo, cuando ya hubiera dado se-ñales evidentes de aceptar todo aquello, le organizaría alguna acti-vidad, para que se sintiera útil, pero de momento, nada más llegar, no quería angustiarle ni atosigarle con imposiciones ni horarios ni reglamentos ni obligaciones, no, no, poco a poco, aparte de que tampoco tenía la seguridad de que aguantara aquello mucho tiem-po. Echaría de menos a sus amigos, a sus juegos, a sus perte-nencias a todo, allí era como haber naufragado y estar fuera de la civilización y David no las tenía todas consigo y comprendía muy bien la situación de Dani allí, algo parecido a lo que él sentía cuando bajaba al pueblo y no deseaba otra cosa que volver a la majada.
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Comieron un preparado que David sin apenas darse cuenta ha-bía cocinado, en tanto Dani se percataba de cuanto rodeaba todo aquel espacio y pensaba que estaba bueno aquel guiso de patatas revueltas en un caldero, era un sabor diferente al de casa, a las que su madre preparaba, y eso que no era manca haciendo comidas, seguramente que sería por la materia prima, el caldero, la lumbre, el sitio y sobre todo el apetito que se había despertado en él, mo-tivado por el esfuerzo del viaje, ese era sin duda el mejor condi-mento y todo lo que preparó David, le supo a gloria. Dani estaba siendo testigo del espectáculo más maravilloso que jamás hubiera podido soñar. Jo, tío, si pudieran ver aquello sus amigos, el Cele y el Nando y todos los demás, sin duda se quedarían asombra-dos como él y es que estaba presenciando una de las puestas de sol que desde allí eran únicas y eso a Dani, le llegaba pero que muy dentro.
Se hizo la noche, Dani ayudó a David de intención más que de hecho, a echar pastos al ganado, a cerrar los corrales, a recoger los enseres de barro usados en la merienda-cena, en fin tratando de ser útil ignorando algo tan elemental como era que había que fregar los cacharros en el padrón antes de colocarlos en el vasal del cho-zo.
Ya tranquilos, sin otra obligación por delante que no fuera la de dormir, entablaron un diálogo, rompiendo el silencio que se pro-ducía casi de una forma instantánea con monosílabos por parte de ambos, creando una tensa situación.
Dani comenzó a contar a David a manera de confesión: Le con-taba cómo sin apenas darse cuenta, había entrado en la mierda de la droga, no estaba enganchado del todo, pero de no cortar terminaría drogata perdido, tampoco culpaba por ello a nadie, era algo que propiciaba esta sociedad y precisamente tenía como víc-timas a los más débiles a los que como él no tenía estímulos en la vida, sin trabajo, sin apenas estudios, como no fuera unos cursos
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que hizo en la escuela de formación profesional de donde le echa-ron por sus frecuentes faltas y no aprobar las mínimas asignaturas exigidas; además aquello era un rollo, él lo que quería era trabajar, ganarse las pelas, no sangrar a su madre para cualquier cosa; pero en el pueblo, como no fuera de carpintero poco más se podría pre-tender y para irse fuera, sin haber hecho la mili, era poco menos que una locura; en fin, que eran muchas las circunstancias que se daban, que facilitaban se reuniera con gentes de parecida ca-tadura y con marcha; visitaban bares y pubs por las noches, ha-cían falta las pelas para los cubatas y lo más fácil era dedicarse al tráfico menor de papelinas, pero al fin y al cabo, tráfico, que te dejaban una pasta gansa, luego probabas tu también y ya estabas metido en un lío del que no te sacaba ni la madre que te parió.
Él se daba cuenta, continuaba diciendo Dani, mientras David trataba con bastante dificultad de coger cuanto decía, había pala-bras y dichos que no alcanzaba a interpretar. Decía Dani, que se estaba dando cuenta de cómo iba cayendo por una cuesta abajo, como cuando jugaba de niño con sus amigos y sobre un cartón o en una lata bajaban a toda leche sentados por un camino abierto gracias al roce de una y otra vez, por la empinada cuesta que ser-vía de basurero y reunión de decenas de niños, para jugar y hacer todo tipo de diabluras.
La cosa era tan seria, que hasta dudaba que cuando le viniera el mono y hubo de explicar a David qué era eso del "mono" dicién-dole que eso era lo peor del mundo y que le podía pasar a cual-quier persona, que ojalá si le llegaba, lo pudiera superar, que esperaba su colaboración, que tendría que estar preparado para todo; es, decía, como si te pusieran una venda en los ojos y lo vieras todo del color del humo blanco; no sabes ni dónde estás, ni quién eres, ni qué quieres, ni lo que necesitas; es un ma-lestar que empieza con un pequeño dolor en el estómago y sientes que va engordando, necesitas vomitar, te dan escalofríos, no te puedes estar quieto en ningún sitio, si te metes en la cama,
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das vueltas con la cama y la habitación una y otra vez como si hubieras entrado en medio de un laberinto, como si fueras en un barco en medio de una tormenta, no oyes, no dices nada, no ves, no entiendes nada y lo peor es que sabes que lo único que te puede hacer salir de esa situación es una mierda de pinchazo o una raya, lo que sea y al precio que sea y entonces buscas y sabes muy bien dónde y quién te lo puede dar pero, hay condiciones ¡claro!, yo tengo que pagar y además hacer un pacto de silencio, si no la pró-xima vez no me harán caso y la próxima vez cada día está más cerca y cada día necesitas más y más y más dinero y como no puedes pagar te tienes que comprometer a vender cada día más dosis y así financiarte y asegurarte tu propio suministro y vas im-plicando a gentes que ni siquiera conoces, que has visto en la dis-coteca, en los pubs; hasta pruebas fortuna con tus amigos y hermanos y si llega el caso hasta con tu chavala y robas y haces cuanto se te ponga por delante con tal de conseguir tu ración de mierda...
A Dani le empezaba a aparecer un sudor que le cubría la frente, los ojos, observaba David, tenían una luz como de fuego, no mira-ban de frente, estaban como en el infinito; David comprendía la angustia que embargaba a su amigo quien empezó a llorar, en si-lencio, pero sus lágrimas corrían por sus mejillas, por su aún im-berbe cara; era consciente del lío en que estaba mentido, había dado un primer paso, tal vez el más difícil, pero dudaba de si re-sultaría eficaz, de si sería capaz de soportar aquella soledad, sobre todo cuando le llegara el momento difícil si, David no sabía lo que era aquello, ni siquiera sabía qué técnicas había que emplear cuan-do le viera bajo los efectos del síndrome de abstinencia, como se llamaba científicamente aquel estado, aquello que le pasaba cada vez con menos espacio de tiempo entre uno y otro ataque y si cabe con mayor virulencia, todavía recuerda el último...
Le paso en casa de su amigo Félix, amigo o lo que sea, pues el fue quien poco a poco alimentó su vicio, seguramente porque en-
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contró en él una presa fácil, dentro de la cadena de este negocio.
No se olvidan fácilmente las convulsiones, los espasmos, la temblaera que te entra por todo el cuerpo, los vómitos, las alu-cinaciones, la pérdida de los sentidos, todo tirado por los suelos, revolcándote, suplicando, llorando, dispuesto a prometer lo que sea con tal de que te den una dosis de muerte, que hoy te salva y mañana te vuelve a matar, la mayoría de los drogatas, decía Dani, ya no se drogan por el placer que pueda proporcionarles,
sino por no
sufrir los terribles efectos que produce el mono,
o sea todo
un círculo vicioso para el que naturalmente todavía
no se ha inventado nada para salir con vida. Este era el panora-ma que Dani le pintaba a David con idea de irle preparando y su-piera a lo que se había comprometido aceptándole a su lado. Realmente lo que sentía David, era una gran tristeza ante el cuadro
que Dani
acababa
de narrarle tan joven y tan complicado
todo se
volvía al
parecer contra él y no parecía mala persona,
era una de tantas víctimas, que gente sin escrúpulos se llevaban por delante con tal de ellos vivir. Estaba dispuesto a ayudarle, no sabía cómo pero le ayudaría y no sólo a él, sino que si aquella ex-periencia tenía éxito, a cuantos le necesitaran; ya buscaría la for-ma, le decía a Dani, al tiempo que éste se enjugaba las lágrimas. Cuando se sintiera mal se irían a cazar o de pesca, o con el caballo hacia la sierra, lo que fuera con tal de no verle acongojado; todo ello animaba a Dani, escéptico y temiendo que llegara el momento en que aquellas promesas se las llevara el viento, como la ceniza de un cigarrillo. Poco conocía todavía a David, pero mucho tenía que ser el sacrificio que habría de hacer; al fin y al cabo con al-guien como él, que no le importaba a nadie y mucho menos a él con quien acababa de conocerse.
Sacó Dani sus cosas de la mochila, David le dijo que habría que preparar una cama más para que en lo sucesivo no tuviera que dormir en el suelo, aunque el suelo era solamente el espacio, pues bien que acomodó a su invitado en un lecho de hojato y le facilitó
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cuantas pieles fueron necesarias para que se encontrara a gusto.
De la mochila de Dani, iban apareciendo, como del sombrero de un mago enseres y achiperres que David sabía de su existencia, pero nunca había tenido tan cerca como ahora. Lo que más le lla-mó la atención, fue una radio, transistor, tan pequeña como un paquete de tabaco que además funcionaba de maravilla; allí en aquellas alturas no había interferencias, decía Dani entusiasmado con que hubiera algo que realmente interesara a David y se escu-chaba como nunca.
Esto no es nada, decía tomando la iniciativa y dándoselas de in-teresante; si vieras el Felipe tiene un aparato como dos veces este y hasta se ve la tele, eso sí que mola tío, si llego a saber que iba a venir aquí se lo hubiera pedido, aunque es un rollo estar siempre pegado al cacharrillo ese y total para lo que hay que ver...
Junto con sus enseres también se había traído libros; un par de novelas, decía Dani, y unas revistas donde salían unas titis d'abu-ten.
Colocó todas sus pertenencias por donde pudo, apagaron el candil que tenían cada uno cerca de su alojamiento y cayeron en un profundo sueño cada cual por razones bien distintas, Dani por el palizón que tenía encima del viaje y también por la angustia e incertidumbre de lo que se venía encima, ahora sin amigos sin líos, sin eso, total una leche...
Y David cansado, pero tranquilo pensando en sus animales, en el campo, y también, cómo no, en la situación creada por la pre-sencia de aquel chico a quién decididamente quería ayudar.
Si todas las mañanas y amaneceres en la sierra eran perfectas bajo el punto de vista de la naturaleza, aquella a Dani le pare-ció la primera y única vez en su vida, en la que sintió que valía la pena vivir, aunque sólo fuera por contemplar un despertar como
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aquel...
Había dormido toda la noche de un tirón, solamente cuando oyó el canto de un gallo y el sonido de las urracas, mezclado con el sin par murmullo de toda clase de pájaros, se percató de que estaba en un lugar diferente al habitual, miró a su alrededor en la chimenea ardían unos grandes tocones, raíces secas de encinas y de las yares, colgaba un caldero que debía contener un guiso especial a juzgar por la humeante y olorosa trenza que desprendía desde su interior. Hubo de frotarse los ojos tratando de adivinar que no estaba soñando. Se percató de que David no estaba en el chozo y se arrebujó entre las pieles.
Una claridad envolvía la estancia, apetecía sin embargo quedar-se un rato más en aquella improvisada pero confortable cama, pese a no tener sábana, el calor que producían las pieles y el olor a piel curtida artesanalmente no resultaba tan desagradable como pudiera pensarse; además aquellos ruidos de animales tan directos, tan nuevos y el calor del fuego invitaban a no moverse de allí para nada...
Entró David en el chozo y comenzó a preparar las consabidas migas con torreznos y un par de huevos recientes; el olor invadió rápidamente la choza y Dani, por cortesía no tuvo más remedio que hacerse presente, agradecer a David que le hubiera proporcio-nado semejante alojamiento y ofrecerse incondicionalmente.
David le dijo, que si era por enredar el tiempo en algo, que le encargaría alguna ocupación, pero que en esa época había poco que hacer y muchas las horas para realizarlo; con este comentario quería dar a entender que las prisas allí carecían de sentido, que había que apartarlas y el ritmo de vida era diferente a cuanto él conocía.
Hablaron ambiguamente de cosas, de lo que resultaba novedoso para Dani, que prácticamente era todo lo que le rodeaba, a lo que
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David le contestaba, que efectivamente ésta la primavera era una de las estaciones más propicias para aquellos parajes y que no hacía falta más que tener sentido común para darse cuenta, pero que no siempre era así, que en verano y en invierno, había días pero que muy difíciles de soportar y solamente conociendo como él, el desarrollo del ciclo de las estaciones, podría sobrellevarse aquella vida, sin tirarlo todo por la borda y desertar del lugar, pero que en épocas como la de ahora, compensaban los sacri-ficios sufridos durante el resto del año.
Salieron y estuvieron vagando por aquel paraíso natural, expli-caba David a su acompañante pormenores, le aclaraba dudas, contestaba las preguntas que incesantemente le formulaba Dani con deseos de saberlo todo, en fin, no podía tener quejas de aquel auténtico maestro.
Pasados los encantos y emociones de los primeros días, todo lo bucólico del lugar, la destreza en la supervivencia que por parte de David se manifestaba en todo, el buen yantar y mejor dormir, el silencio lejos del mundanal ruido, el sol, el aire, las estrellas, el rocío de la mañana, todo estaba muy bien, pero para los poetas...
Dani estaba comenzando a ¿aburrirse?.... tal vez no, quizás algo peor, a desear otro tipo de emociones, a poder hablar con sus ami-gos, a salir por las noches, a tomarse los cubatas, a no sabía qué, pero tenía una especie de ansiedad que le estaba empezando a mi-nar; no quería ni por un momento pensar que estaba sintiendo de nuevo el mono, no, no..., era todavía pronto para eso, sin embargo él sólo pensar en ello le producía escalofrío, miedo, desasosiego, terror....
En realidad David, no sabía qué encomendar a Dani para que estuviera ocupado en algo; a menudo le veía pensativo, unas veces con un libro medio caído sobre las rodillas y apoyado contra un tronco, pero con la mirada perdida por aquellos montes; otras con
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la radio pegada a la oreja, con un artilugio que él llamaba cascos, aislado de cuanto le rodeaba y sin embargo notaba que estaba ausente, no era feliz, no se sentía a gusto, no podía encargarle de nada relacionado con el ganado, porque tampoco necesitaban mu-cho, con darles rienda suelta por las mañanas y cerrar por la tarde el cercado quedaba todo resuelto y en el campo tampoco era tiem-po de mucha labor con lo cual solamente quedaba el asunto de la artesanía y David lo dominaba, pero enseñárselo a otro era harina de otro costal, sobre todo teniendo en cuenta los paupérri-mos utillajes de que disponía para el oficio.
Se sucedían los días, crecía la confianza entre los dos pasando de ser conocidos a amigos. En un acto de sinceridad Dani le dijo a David que estaba harto de aquella vida, que no aguantaba más, que le agradecía su buena intención en distraerle pero que estaba hasta el gorro, que había hecho un esfuerzo apenas un mes por consideración a él, pero que no encontraba razón alguna para con-tinuar ni un día más ni una hora más ni un minuto más...
David
observaba como a medida que le estaba hablando
su tono
se volvía más irritable, agresivo, desafiante, no entendía
qué estaba ocurriendo y se temía lo peor. Seguramente Dani esta-ba siendo víctima de un ataque de aquellos que le contó cuando llego allí, no sabía cuál debería ser ahora su papel, había lle-gado el momento de la prueba, también el más temido y difícil porque dependía de su comportamiento salir adelante con éxito o no. Era un momento de mucha responsabilidad y habría de poner toda la carne en el asador.
Mientras andaba en estas consideraciones, Dani se había alte-rado de tal manera, que seguramente cegado por la angustia había perdido las más elementales normas de comportamiento; había entrado en el chozo y al parecer, estaba reuniendo sus cosas es-parcidas por todos sitios, con manifiesto enfado ¿contra qué?, ¿contra quién? , a saber...
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Recogía con rabia sus cosas y las amontonaba junto a la mochi-la, su cabreo iba creciendo y sólo hizo falta que David le pregun-tara qué se proponía para saltar como un regilete y decir: ¡que me voy!, ¡que no aguanto más!, ¡que todo esto está muy bien, pero para ti, que has nacido aquí, que has vivido siempre aquí, que no conoces otra cosa, pero yo no, yo quiero volar, correr mundo, hablar con gentes, vivir y viajar... y en tanto decía todo esto iba metiendo sin orden ropas, tenis, enseres, cosas, todo en un revolti-jo inimaginable.
David presenciaba impertérrito la escena, por un momento pen-só que todo se había ido al garete, su fracaso era manifiesto, que no había sabido llevar bien el asunto, volvió la cara a Dani y cruzó la mirada con David, le enfureció verle allí, tan sereno, tan seguro de sí mismo, como si estuviera deseando que hubiera lle-gado aquel momento, no sabía cómo entrarle para desahogar su cólera contra él, no era fácil provocarle, pero al fin dijo: no creas que me voy huyendo de ti, es que no sé qué me pasa que no puedo soportar todo esto ni un momento más; de pronto cambió de sem-blante como transformado ávidamente de uno de los bolsillos de la mochila sacó al tiempo que David no daba crédito a lo que veía un pequeño paquetito blanco como un azucarillo o al menos eso era lo que a David le pareció. El panorama cambió de repente, Dani con los ojos fuera de sí, miraba silenciosamen-
te a David, comenzó a
abrir la papelina, extendió su conteni-
do encima de la mesa
de tronco de roble, David permanecía
perplejo sin saber qué postura adoptar, a Dani le temblaban las manos, hablaba entrecortadamente como consigo mismo, David veía que se le escapaba de las manos la oportunidad para que Da-ni saliera de aquella situación si no hacía algo, sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre la mesa y de un zarpazo dio por los aires, con el veneno que había encima de ella; Dani estupefacto por la acción, consciente de que aquel era su último recurso y viendo que había sido brutalmente destruido, reaccionó con violencia, se aga-rró con rabia a David y en un apretado abrazo, ambos rodaron por
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los suelos del chozo.
Los perros que contemplaban la escena desencadenaron ladri-dos de toda naturaleza, aullaban más bien; David se defendía tra-tando de soltarse de Dani quien a su vez, vencido, dominado por el dolor que le producía, la pérdida de su codiciada dosis, se de-fendía con puños y pies gritando contra David increpándole, insul-tándole, profiriendo horribles juramentos y desesperado comenza-ba a llorar; de su boca se desprendía una hilacha de espuma, todo propiciado por el desencanto sufrido. David mucho más fuerte que
él redujo a Dani,
que como un guiñapo se retorcía en un rin-
cón del chozo
lleno de hojarascas y polvo del suelo, asustado,
sin esperanzas, con la mochila medio deshecha caída por el sue-lo después de la contienda. David visiblemente afectado no encontraba el modo de hacer algo útil en tales circunstancias; cogió un cuerno que colgaba de una tira de cuero, sacó un poco de vino de la calabaza y temblando se lo ofreció a Dani temiendo que se lo mandara de un manotazo por los aires. Al parecer Dani, agradeciéndole el gesto y también porque se garganta estaba seca y como un papel de lija, se lo tomó sin apenas respirar, como tra-tando de suplir de alguna manera aquello que a punto estuvo de dar al traste con su propósito.
Pasados los primeros minutos que a David le parecieron eter-nos, Dani se levantó del suelo en dónde había permanecido tur-bado con visibles síntomas de cansancio, ante la desigual pelea, salió fuera del chozo; allí se encontraba David esperando su reac-ción, fueron momentos de mucha tensión y de inolvidable emo-ción también pues Dani dirigiéndose a David con la mano exten-dida, como pidiendo su ayuda fue recibido con ambas manos
y
le estrecho contra sí como hiciera un padre con su hijo; Dani
gimoteando trataba de
disculparse por lo ocurrido, le prometía,
le
juraba, no sabía
cómo agradecerle lo que había hecho minu-
tos antes por él, gracias a eso decía había ganado la primera batalla de ahora en adelante todo sería más fácil porque había aprendido a
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decir no, le pedía que le siguiera ayudando pese a no ser acreedor de ello.
David para que el día le resultara más fácil y consciente del po-sible aburrimiento que sentía Dani, le propuso ir de caza; prepara-ron un zurrón cada uno con las viandas imprescindibles, se lleva-ron a los perros y dirigieron sus pasos hacia el canchal de Pinaja-rro, mientras, David para llevar entretenido al muchacho le iba contando el percance sufrido por el montañero el pasado verano, su posterior encuentro con sus compañeros, la pérdida del bolso de la niña, lo de la foto y cuanto se le ocurría acerca del particular. Llegaron al lugar que a David pareció más aparente para la caza...
Pasaron el día entre temores de que se reavivara de nuevo el ataque sufrido por Dani, pero al parecer lo estaba superando, lo que indicaba que el éxito y primer paso para el abandono de su vicio estaba casi garantizado, además la novedad de la caza abrió nuevas expectativas a Dani, sobre todo teniendo en cuenta el mo-do tan primitivo con que contaba, a base de lazos y trampas que al final de la tarde dieron su fruto; sólo tenían que volver por el ca-mino de ida e ir cobrando las distintas piezas en las trampas, lazos y cepos que el experto había tendido.
Durante el resto del día no se volvió a hablar del incidente, se-ría como mentar la soga en casa del ahorcado y los dos sin pre-tenderlo eludían cualquier referencia sobre el asunto, quedando sepultado como bajo una pesada losa todo lo relativo al tema y con la satisfacción del éxito, al menos aparente, conseguido...
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C A P I T U L O XIV
Los perros advirtieron a los habitantes de la choza, la llegada inminente, como siempre, de alguien extraño; ladraban al aire y enderezando las orejas, orientándolas como antenas parabólicas para detectar el movimiento, todavía distante, de un todo terreno que se estaba acercando lo más próximo posible a las tierras de David, sobrepasando en mucho los límites del monte por el que serpenteaban pistas y caminos que servían de paso y control a la vigilancia constante de los guardas forestales. Efectivamente, aler-tados David y Dani, vieron como a lo lejos todavía, avanzaba con gran riesgo de volcar por las empinadas rampas un Land Rover, que Dani reconoció de inmediato, pues era el que habitualmente llevaba el jefe de los forestales y al que acompañaba su padre, casi siempre.
La alegría por la posible visita de su padre, al que igual que al resto de la familia y conocidos ya hacía bastante que no veía, fue manifiesta, como también por parte de David, quien adivina-ba el júbilo del encuentro.
Hubieron de abandonar el vehículo sus dos ocupantes y dirigir-se el resto del camino hasta la majada, un buen trecho, por entre matorrales que la primavera entrante hacía espesos y difíciles, continuando el camino a pie, trabajosamente hasta la majada.
Una vez allí, pasadas las efusivas muestras con que fueron re-cibidos comenzó el intercambio de palabras, preguntas y todo tipo de comentarios por una y otra parte, fueron agasajados con un buen plato de caza y vino que todavía quedaba del almuerzo.
Tanto el padre de Dani, como su jefe, tenían dos objetivos, además de preocuparse por la marcha de Dani, con evidente sor-presa de verle quizás un poco más delgado, pero con unos colores que denunciaban su inmejorable estado de salud y no hacía falta preguntar lo que estaba a la vista, pues había mejorado hasta su
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mal humor, antes huraño y cetrino, ahora abierto y agradable; además llevaban como misión, si no oficial, si en atención a los cuidados que David había propiciado al hijo del guarda forestal, el advertir a David, de los proyectos que a corto plazo pondrían en marcha en el Patronato Forestal de Montes respecto a los alrede-dores, precisamente en los lugares por donde se desenvolvía la actividad de él. Tomando la palabra el jefe forestal, le decía a David que al parecer habían realizado estudios, que se completa-rían con un equipo de topógrafos, ecologistas, investigadores y diverso personal especializado de Icona, para dotar a toda aquella zona de unas vías de acceso con el fin de repoblar las zo-nas, prácticamente vírgenes de la sierra, entre las que se encontra-ban las utilizadas por la majada, y continuaba diciendo: "por lo visto, quieren plantar toda la zona que sea posible, que abarca prácticamente desde la linde en que termina el monte hasta lo que permita el acceso hasta la sierra, de una clase de pinos que generarán además de mano de obra de su plantación, una riqueza forestal en cuanto a resinas, maderas, etc..." por lo que toda aquella zona, incluido el Canchal de la gallina, el acceso a Pinajarro y su entorno, en poco tiempo quedará, primero en manos de los encargados de las máquinas de obras públicas, que con los movimientos de tierra y apertura de nuevos caminos deja-ran el terreno preparado para su posterior plantación de este tipo de arboleda. Luego requerirá cuidados, riegos y limpieza de abro-jos, de lo que se encargará un equipo de Icona, con lo que el futu-ro de David, quedaría un poco en la incertidumbre, algo en lo que él jamás había pensado. El forestal se daba cuenta del alcance y trascendencia que tendría para David, semejante información, trató de hacerle comprender que posiblemente le permitirían durante algún tiempo, seguir utilizando las tierras, con el ganado y el chozo, pero que en definitiva tendría que abandonar aquel lu-gar, no sólo porque entraba dentro del plan y el ámbito del pro-yecto, sino también porque la vida de allí dejaría de ser lo que hasta ahora, es decir un paraíso perdido en la sierra.
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Una vez hechas las pistas de acceso comenzaría una frenética actividad de maquinaria, vehículos de carga, que cambiarían drás-ticamente el paisaje y el modo plácido de vida en el lugar...
No obstante, apuntaba el guarda, tratando de quitar hierro al asunto puedes trasladarte a otro sitio, que no este al alcance de éste proyecto, ignorando el guarda que las raíces de David estaban allí y que por muy bien que le pudiera ir en otro emplazamiento, nunca volvería a ser lo mismo...
Cuando se quedaron solos David y Dani, comenzaron a tomar conciencia de la noticia que extraoficialmente les había adelanta-do, aquel amigo de su padre que disponía, como funcionario que era, de información de primera mano, y a buen seguro que con la mejor intención por su parte, había querido, evitar las con-secuencias que para David se desprenderían de aquella acción y que presumiblemente serían desagradables pues a nadie en el Mi-nisterio le constaba que existiera semejante situación y segura-mente que cuando conocieran éste caso, de un simple plumazo
borrarían los derechos, que por otra parte estaban muy
en
du-
da, que pudiera tener David sobre aquellas tierras,
sería
en
todo caso una expropiación forzosa y problemas burocráticos de los que David no entendía absolutamente una palabra.
Dani, encontraba ahora, el momento de tender una mano a su amigo y de esta forma pagarle en cierto modo lo que había hecho con él, se comprometió a ayudarle en cualquier decisión que qui-siera o pudiera tomar al respecto, tampoco había necesidad de precipitarse, pues la decisión sería como muy pronto para dentro de tres o cuatro meses, seguramente aprovecharían el verano y todavía tenían tiempo para pensar qué sería lo mejor...
Lo primero que quiso saber Dani, es si le asistía algún derecho con el fin de buscar una compensación por el trastorno que suponía para David tener que abandonar todo lo que hasta el momento había significado: su casa, su vida y cuanto poseía.
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David, no podía alegar ni demostrar nada que tuviera siquiera visos de legalidad, como para elevar una reclamación en regla ante los organismos oficiales y obtener una indemnización por daños y perjuicios o reclamar los derechos de una expropiación forzosa porque no había ningún documento que asignara la propiedad de aquellos terrenos, habitados por sus padres de siempre como no fuera que cuantos habían pasado por allí atestiguaran en su favor pero dudaba que tal circunstancia tuviera peso y validez le-gal.
Fue entonces cuando David sacó la tarjeta que le había dado en una ocasión un señor ministro y se la enseñó a Dani quien al verla dijo que no había tiempo que perder pues de todos es sabi-do aquel dicho de que las cosas de palacio van despacio, así que bajarían al pueblo y tratarían de hablar con el ministro por telé-fono y posteriormente personarse en Madrid si fuera preciso siempre con la esperanza de que le harían justicia una vez conoci-do su caso.
Pero David no veía aquella salida precisamente muy clara y na-turalmente sería cosa de comentarlo con Pedro, para, como siem-pre saber su punto de vista sobre el particular.
Recogieron todo, dispusieron todo lo necesario para ir al pue-blo, dejaron más o menos atendido al ganado y se pusieron en marcha, Dani con la alegría por ver a los suyos y David un tanto obligado por aquella nueva situación.
Cuando estuvo enterado Pedro de todos los pormenores que le traían a David con tanta urgencia decía que en efecto, aunque la razón estuviera por ley de parte del ministerio, de ninguna mane-ra podían dejar desamparados a una persona como David que no tenía otra cosa que su ganado, su chozo y sus tierras de siempre, pese a que no pudiera demostrarlo con escritos, palabra llena de buena intención pero vacía de toda razón, por lo que decidieron una vez más acudir a Don Noé, quien era para ellos como un pa-
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ñuelo que enjugaba las penas de cuantos acudían a él con problemas y contenciosos de toda índole.
Se acercaron pues al defensor de los pobres, como ya empeza-ban a llamar a Don Noé; les recibió como era costumbre en él, con agrado y con alegría; esta vez David había traído unos quesos de la majada para obsequiarle, cosa que agradeció Don Noé por lo que tenía de simbólico.
El caso había que consultar con una autoridad en la materia, para saber la opinión de un experto en jurisprudencia, no le dio importancia alguna a la gestión telefónica que pensaban hacer con el señor ministro, que por otra parte, les dijo: _ eso sería como echar agua en un cesto, pues este tipo de personas a la hora de la verdad, de ello podía dar él fe, se quitaban el bulto de enci-ma, pasándoselo al secretario, quien a su vez se lo pasaría al sub-secretario y terminarían diciéndoles que lamentaban no poder ha-cer nada en este caso, por no ser competencia de su departamento, con lo cual habrían perdido el tiempo y posiblemente el dinero si es que decidían ir hasta Madrid, hasta esa jungla de oficinas minis-teriales.
David y su amigo empezaban a convencerse de algo que hasta entonces ni se habían planteado como era el tener que abandonar la majada, carecía de argumentos para resistirse, aunque moral-mente la razón les asistiera en un caso de clara injusticia.
Don Noé les comentaba acerca del asunto de la casa, que todo marchaba viento en popa, que no había ninguna traba al respecto aunque sí había que tomar alguna medida con relación a David en lo que afectaba por ejemplo a su empadronamiento en el ayun-tamiento, sacarse el documento nacional de identidad y otros asuntos de menor importancia que no le causaría más tras-torno que los propios de llevarlos a cabo.
Como el tiempo avanzaba y David había decidido aconsejado 115
por sus asesores y amigos, abandonar el campo, bajarse al pueblo en tanto se pusieran los papeles en regla, viviría en casa de Pedro donde había sitio de sobra y además le recibiría con alegría hasta que pudiera ir definitivamente a su casa donde Da-vid pensaba rehacer su vida y dedicarse por entero a sus artesanías mediante las cuales tendría que vivir sin perder la esperanza de volver a la majada, algo que por el momento veía lejano tal y co-mo se estaban poniendo las cosas.
Mientras Dani tampoco había perdido el tiempo, pasados los primeros días entró en contacto con sus amigos a los que mi-raba con cierta precaución consciente del peligro que suponía an-dar con ellos, pero con las ideas claras de lo que debía o no hacer.
Trataba de echar una mano en el asunto de David, para lo cual se puso en contacto con un amigo estudiante para forestal en Cáceres, quien pudo constatar que en efecto se llevaría a cabo una planificación masiva de plantación por toda la sierra y espe-cificando que afectaba a la zona donde se ubicaba la majada de David.
Le aconsejó no tomara iniciativas en su defensa, pues dada la precaria situación en cuanto a papeles, no obtendría resultados positivos. Con cierto malestar, por parte de Dani, por lo que consideraba un atropello de los derechos de David, tuvo que abandonar la idea de seguir adelante con el asunto, sin embargo por esta razón ofreció a su amigo hacer por él cuanto estuviera de su parte, invitándole a su casa, presentándole amigos y dispuesto a ayudarle en todo.
No solamente cambiaba el sentido y la forma de vida de David, sino que todo aquel asunto le situaba en manifiesta desventaja respecto a cualquiera de sus paisanos, ellos con una vida ordenada y más o menos resuelta y él de la noche a la mañana, como un extraño, sin nada, sin oficio ni beneficio, contando solamente con la ayuda de Pedro y Dani, ambos dispuestos a todo con tal
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de ayudarle porque se le venía encima el mundo entero.
David, planificaba con Pedro su inmediata situación respecto a sus enseres, sus ganados y le aseguraba Pedro su asistencia en todo de una forma incondicional, comprendiendo lo traumático que le resultaría todo aquel embrollo e incluso se ofreció a ir personalmente con él a la majada para echarle una mano en lo que hiciera falta.
Se presentaron en el chozo, Pedro advirtió las novedades y me-joras realizadas por David, a través del tiempo que hacía que no pisaba por aquellos lugares, prácticamente desde que vivía en el pueblo no había vuelto, puede que hiciera cinco años por lo me-nos; sintió pena de que David tuviera que abandonar todo aquello, aunque estaba convencido de que tarde o temprano, como le suce-dió a él tendría que hacerlo por motivos de edad y porque no se puede vivir durante toda la vida en la más absoluta soledad; todo esto lo decía con idea de dar ánimos a David que estaba cabizbajo, pensativo, y un tanto asustado aunque se enfrentaba como era norma en él a aquella situación, con serenidad, con juicio y tratan-do de asimilar lo que el destino le deparaba, en esta ocasión sin duda sometiéndole a una prueba de auténtica madurez.
Estuvieron durante un par de días haciendo a modo de inventa-rio, todo lo que pudiera servir para bajarse al pueblo y de lo que había de deshacerse por difícil y duro que pudiera resultar.
Prepararon un montón en la parte delantera del chozo, con en-seres, cacharros y cachivaches de todo tipo; Allí podía verse desde una prenda de vestir raída por el paso del tiempo, hasta un mástil de guadaña con la punta rota, una criba con un agujero esperando ser reparada, sacos, envases de todo tipo y un sinfín de aperos, cuerdas, todo cuanto David había ido reuniendo pensando que algún día pudiera serle de utilidad; también aquellas cosas que habían estado toda la vida en el chozo: artesas, bancos de troncos de árboles, tajos para sentarse, calabazas, pucheros de barro, cace-
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rolas, todo el ajuar.
Fueron entresacando lo más útil dejando aparte las pertenencias más queridas por David que formaban parte de su pasado y también de su presente; la choza desnuda de sus improvisados colgados y sin el rústico mobiliario había perdido realmente su calor y confort, solamente en el arca fue depositando David, aque-llas cosas, ropas o útiles más queridos y en un atado enorme equi-parable al arca, como pareja de carga para equilibrar el peso en la jaca, las pieles y ropas imprescindibles.
Quedaba el asunto de los animales, no sabían qué hacer con el ganado: si dejarlo a su libre albedrío o sacrificarlo junto con el montón del chozo, lo cual representaba una crueldad, pero lo que no podía pensarse era bajarlo al pueblo, primero porque care-cían de medios para transportarlo y después de lugar donde ence-rrarlo y cuidar de ellos. David dejó el asunto para cuando estuvie-ran en el pueblo tratar de buscar alguna solución, al fin y al cabo, el ganado en esa época, aunque estuviera unos días solo, en nada les afectaría.
En cuanto a los perros, sus fieles compañeros de toda la vida, no podía abandonarlos si bien representaría un problema tener-los en casa de Pedro, pero ya darían con algún cabrero que se quisiera hacer cargo de ellos o algún cazador, pues de caza sa-bían un rato, y serían muy apreciados. Cargaron la jaca con cuanto pudieron y el resto lo prendieron fuego más que nada para olvidar en cuanto fuera posible lo que representaba todo y borrar de su vida parte de su pasado, para enfrentarse libre de ataduras al futuro inmediato e incierto.
Ya en el pueblo, hablaron con Dani y su padre, sobre el asunto del ganado, por si ellos podían aportarles alguna solución y viendo la papeleta que tenían encima les ofrecieron una finca que tenían en el monte aunque distante de la majada, donde podían dar cobijo a los animales mientras decidieran que hacer con ellos y deshacer-
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se de ellos de una forma racional y no dejarles abandonados en la sierra como única alternativa quedando a merced de lobos y des-cuidados.
Dispusieron ir con el Land Rover hasta donde les fuera po-sible y echar los viajes que hiciera falta para transportar el ganado hasta la finca. De todo esto lo que más le preocupaba a David era el tinglado que estaba armando y además no veía la forma de po-der llevar las dos vacas que eran grandísimas, como dos auténticos bueyes.
No sabía David que el Land Rover se hacía camioneta quitán-dole una capota y aunque fuera una a una las bajaría. El resto del ganado, cabras, ovejas, gallinas, cerdos etc... como ganado menor no representaban problema alguno, según la opinión del padre de Dani, que deseaba participar en la causa de David de alguna forma y era el momento de mostrar su agradecimiento por lo de su hijo que también se sentía encantado de poder ayudar a David y estaba dispuesto a encargarse del posterior cuidado ya en su pro-pia finca. Además con eso encontraría de paso una obligación diaria, que como el acceso era más fácil iría todos los días con su "cabra", como llamaba cariñosamente a su moto Yamaha, con la que recorría vericuetos del monte siempre que tenía necesidad aire puro y huir de algo.
Pusieron manos a la obra y en poco más de una semana David pudo definitivamente abandonar la sierra, seguramente en el tiem-po más bonancible del año y con la seguridad de que tanto su cho-zo como sus campos tardarían algún tiempo en desaparecer, en morir, pues era inminente la llegada de cuadrillas y maquinarias que encontrarían un buen refugio en los calurosos días de verano en el chozo y durante algún tiempo lo conservarían.
Realizado el traslado de los animales como si del arca de Noé se tratara, David pasó algún tiempo en casa de Pedro formalizando su vida de cara a los organismos oficiales. Se dio de alta en el
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ayuntamiento, se hizo el carnet de identidad, comunicó su situa-ción en el cuartel de la guardia civil, indicando su domicilio, en una palabra tenía los papeles en regla y poco a poco fue desha-ciéndose del ganado; unos los regaló definitivamente a Dani como pago de los cuidados, otros los vendió como pudo y la jaca se la regaló a Pedro junto con un perro de presa que se acomodó perfec-tamente a la vida de casa.
Arreglados todos estos asuntos, David se disponía a vivir en su casa sin saber muy bien de dónde y cómo la iba a poder mantener y con qué medios viviría en lo sucesivo...
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C A P I T U L O XV
De la noche a la mañana, David decidió ir a vivir a su casa. No es que le causara problemas a Pedro, todo lo contrario, se sentía encantando con la compañía de David, que hasta comenzaba a serle útil en el trabajo, pues era diestro herrando y esquilando co-mo si lo hubiera estado haciendo toda la vida. Pero David sentía necesidad de habitar lo que por ley le correspondía, es decir, la casa de sus padres y de sus abuelos, casi seguro. Fue limpiando despacio las dependencias de la gran casa. Cada día adquiría una nueva imagen. Los salones habían dejado al descubierto unos maravillosos suelos de madera y los techos unos artesonados con laberintos de dibujos. La estrella se repetía por doquier, en suelos, paredes, artesonados y puertas. Era como el sello oficial de la casa.
Reparada, con arreglo a sus posibilidades, la casa, David invitó a D. Noé, a Pedro, a Dani y a sus familiares a cenar y quedaron perplejos de admiración ante la transformación que se había reali-zado en la casa, fruto de la constante dedicación de David y tam-bién de Pedro, que cada vez que tenía un espacio de tiempo, iba a su casa a colaborar en la limpieza y restauración.
Más o menos la casa presentaba una confortable y agradable vista y el mobiliario, noble por naturaleza, estaba en consonan-cia con el ambiente que allí se respiraba. Había armonía en el conjunto. Chocaba sin embargo que un hombre que había pasado la mayor parte de su existencia en la sierra, tuviera tan buena mano para el cuidado y limpieza de los utensilios, muebles y de-más accesorios de la casa.
En lo alto de una vitrina o alacena que en un rincón formaba parte de la decoración natural del salón principal, sobre una viga que servía de dintel a la entrada, habían aparecido una serie de signos o letras, que D. Noé apuntó en una libreta, para tratar de traducir lo que luego resultó ser una leyenda que decía más o me-
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nos así:
"David y toda la casa de Israel, iban danzando delante de Yahavé con todas sus fuerzas, con arpas, salterios, adufes, flautas y címbalos".
Dijo D. Noé que era una cita sacada del libro bíblico de Samuel. Pues bien, dentro de aquella alacena, lo que hoy llamaríamos un armario empotrado, encontró David uno de los muchos tesoros, según la opinión del experto, que debería haber por toda la casa. Había dentro de las dos hojas del armario, de madera, con cuarterones tallados, una colección de instrumentos de música, compuesta por liras, arpas, guitarras, laúdes, varias flautas y tambores de percusión, los cuales eran de madera por fuera y con parches de vejigas...
Dani visitaba con frecuencia a David, estaba encantado colabo-rando en el restablecimiento de la nueva vida de David, le ayuda-ba en todo e incluso le hacía compañía en ratos libres y poco a poco se iban estrechando los lazos de amistad entre ambos.
David había adaptado una de las salas de la casa, de tal forma que le hiciera las veces de taller de artesanía. Pensaba que con el tiempo sería una especie de escuela-taller, con la que ganarse la vida. Dani alimentaba esta idea que tenía David, consciente de que en el pueblo había gente como él, chicos y chicas, que no duda-rían en asistir y aprender las maravillas que David era capaz de fabricar sin contar apenas con medios, con rudimentario he-rramental y materias primas, poco menos que primitivas, pieles, huesos, etc.
Sin embargo, estaba seguro que con el paso del tiempo y a me-dida que fuera descubriendo materiales nuevos, haría grandes avances en lo relativo a la artesanía, pues lo importantes eran las ideas. Y esas, a David le sobraban...
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Otra de las dependencias más queridas por David, y que había acondicionado para su uso, era la galería de madera, saliente por la parte posterior de la casa y que daba al río. Había repuesto los cris-tales que faltaban, retapado las grietas de la madera, enfoscado la fachada, arreglado las baldosas del piso, reparado el tejado,... En fin, todo estaba en perfecto orden. Además, aquel lugar era donde se encontraba más a gusto y pasaba la mayor parte del tiempo. Lástima no supera leer. Era un sitio aquel para, en las tardes oto-ñales y siempre, poder gozar del relax que produce la lectura de un buen libro, con el murmullo del río como música de fondo.
David añoraba más el campo cada día que pasaba, el aire libre de la sierra y todo lo que echaba de menos. Allí, en aquel lugar de la casa, encontraba consuelo a su desazón y miraba a través de los cristales laterales del ventanal de la galería, su Pina-jarro del alma. El monte y su mente viajaban a través de los picos y canchales volando entre las nubes, recordando cada uno de los valles y cañadas. Allí se sentía David alegre y triste al mismo tiempo, pasaba largas horas como traspuesto, viendo anochecer y cómo se ponía el sol en un horizonte que, aunque hermoso, no podía comparase con el que él conocía, cuando el sol se bañaba en el lejano pantano.
Esta sensibilidad para lo bello, iba creciendo cada día más en David. Ya no solamente era la artesanía. Es que su modo de explicarse, sobre todo cuando se trataba de temas sobre la Natu-raleza, las plantas o los animales, le conferían cierta autoridad en la materia y D. Noé, apreciaba mucho la forma de hablar y decir de David, lamentando no tuviera la suficiente cultura para poder expresar sus conocimientos a través de escritos y sobre todo de cuanto sentía y decía, que desde luego no era lo normal en una persona como él.
Tanto interés se tomó en los asuntos de David, que dada la difi-cultad que podía suponer para aprender a leer y escribir, hasta lo-
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grar expresar sus ideas y su vena lírica, que le convenció para que, ya que esto no era posible, al menos empezara a pintar, algo que todo ser humano por primitivo que sea, si tiene intuición, sensibi-lidad y buen gusto, puede llevar a la práctica con cierta facilidad.
No le desagradó la idea a David y comenzó a preparar la pintura, el lienzo y cuanto es necesario para el desarrollo de este arte.
A propósito de esta nueva faceta, un día, acompañado por Dani, quiso visitar el Museo de Enrique Pérez Comendador, donde en-contró cómo hilvanar sus sueños en aquello que se le antojaba, según sus propias palabras: "un oasis en medio del desierto". Aquel lugar le llenó de satisfacción, alimentó su espíritu, le trajo nuevas ideas. Comenzó a partir de aquella visita a ver con claridad cuán grande es la inteligencia del hombre, cuando dedica parte de su vida a la creación de arte.
No salía de su asombro cuando iba descubriendo en su recorri-do por una y otra salas en aquel fantástico museo, todo el arte que se encierra en él. Dani no daba crédito a sus ojos, al ver el interés y alegría que había proporcionado a su amigo con aquella visita, él que confesaba su temor porque le resultara un rollo como a casi todos sus amigos. Notaba cómo se extasiaba contemplando imá-genes, esculturas, tallas, cuadros, útiles y todo lo que allí ha-bía. Parecía que estuviera fotografiando cuanto veía. Apenas ha-blaba, pero se le notaba inmerso en sus descubrimientos, como interpretando y asimilando todo, y decía que se encontraba en la gloria. Desde luego no sería la única vez que visitara aquel maravilloso lugar que había despertado en él un inusitado interés. Ni que decir tiene que a Dani este arrobo le causó una gran alegría, siendo consciente de que había dado en el clavo, y le prometió seguir dándole sorpresas, llevándole en otra ocasión a ver las singulares iglesias del pueblo, sobre todo el Convento. El,
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que era tan mañoso haciendo tallas, como las de los callados, vería con asombro el gran retablo barroco de la Iglesia y del Con-vento, con miles de columnas y pequeños angelitos revoloteando sobre una gran talla como centro del retablo, en el que se repre-senta con todo lujo de detalles a varios coros de ángeles y tronos celestiales con instrumentos diversos cantando gloria y honor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo...
También decía Dani que visitarían la Iglesia de Santa María, que hace muchos años fue castillo, rodeada de una gran muralla, con su campo santo dentro rodeando toda la Iglesia, que emerge como una isla en medio de un pantano, en medio del pueblo. Allí verás, le decía Dani entusiasmado por ser él ahora quien llevaba la iniciativa, una espléndida torre románica, con un campanario des-de cuyos ojos de arcos se divisan los cuatro puntos cardinales, sin nada que se interponga de por medio, sobre los arcos de la torre, colgadas unas grandes campanas y en el viejo artesonado del te-cho, un tanto descuidado, anidar grandes bandadas de tordos y aves de rapiña de toda clase, que salen con gran alboroto al sonar las campanas y también cuando dan las horas del reloj, que puede verse desde cualquier rincón o esquina de las calles del pueblo, por estar a la máxima altura.
En los días claros, continuaba diciendo Dani que había sido monaguillo en esa Iglesia y conocía como nadie la vida y mila-gros de ella, se ven infinidad de pueblos, confundidos entre las aguas del pantano al atardecer y también en las madrugadas a la salida del sol, los primeros rayos bañan la torre del campanario, mucho antes de que penetre en las serpenteantes calles del barrio judío, que desde la ventana norte, a través del arco puede verse en todo su esplendor, una interminable explanada de tejados con in-clinaciones y planos inverosímiles, formando figuras geométricas inimaginables.
Desde esta atalaya le decía Dani, puedes contemplar con sólo
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girar la mirada, a través de los diferentes arcos, como si se tratara de un periscopio, todo el pueblo por sus cuatro costados, como desde ningún otro sitio. Luego le enseñaría la Iglesia por dentro, los pasos e imágenes de Semana Santa, donde se representaba fielmente toda la vida de Jesucristo, que fue una especie de profeta pero con más categoría, que vino al mundo enviado por el Padre, para dar testimonio de vida y que los hombres tuvieran un mo-delo a seguir. David no conocía nada de cuanto le contaba Dani. Se interesó, y le decía que tenía que explicarle más despacio aquella historia, él, que sabía de cada rincón de la Iglesia como de su propia casa, le explicaría a su manera, como él lo había apren-dido, el significado de cada una de aquellas imágenes, y David pensaba que algo muy importante debió pasar con aquel Jesu-cristo, para que después de santísimos años como decía Dani, todavía la gente se acordara y celebrara actos con la solemnidad que le estaba contando...
Una tarde, David y Dani, decidieron ir a la Iglesia y de esa forma, sobre el terreno, comprendería cuanto le había contado por encima. Pidieron en casa del cura la llave, subieron por una gran calzada, en tiempos camino hacia el castillo, y David se iba dando cuenta de la altura en que estaba enclavada la Iglesia, desde una gran terraza frente a la puerta principal, se veía toda la parte norte del pueblo comprendida por la sierra de Pinajarro, el monte, el Canchal de la Gallina, muchísimo más que lo que se veía desde el mirador de la galería de su casa y todavía se veía más cuando subieron a la torre del campanario. Desde allí, David tomó con-ciencia de lo grande y bonito que era el pueblo. Se veía el puente de hierro, la plaza de toros, la estación, las filas de casas de nueva construcción, el parque, el monte, todo, todo,...
Entraron en la Iglesia. Tenía como objetivo principal el que Dani le enseñara las imágenes y retablos de los altares. Comenza-ron por los pasos de Semana Santa, que suscitaron en David toda clase de preguntas y especulaciones que Dani con dificultad iba
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contestando amparándose más que nada en los conocimientos ad-quiridos a través de tradiciones y dichos con poco rigor histórico. Cosas de sacristía.
Comenzaron por la imagen de la Oración del Huerto. Aquí Da-ni, con autoridad le decía a David: "Mira, ¿Ves a Jesús? Está de rodillas rogándole al Padre que no le ponga a prueba". Luego pasaron al que llamaban el "Amarrao a la columna" y Dani conti-nuaba: "Una vez que uno de los que seguían a Jesús en sus predi-caciones por el pueblo le traicionó y le vendió a las autorida-des que deseaban echarle mano porque traía revolucionados a to-dos, sobre todo a los más pobres, a los que llamaba bienaventura-dos y les prometía que les libraría de la esclavitud de la pobreza, la ignorancia y les predicaba en lo alto de una colina una serie de promesas diciéndoles: `bienaventurados los pobres, los persegui-dos, los encarcelados, los que pasan hambre, porque de ellos es el reino de los cielos...' y curaba a los enfermos y predicaba en las sinagogas, que todos los hombres tienen que ser iguales y que no tiene que haber unos que manden sobre los otros, ni que vi-van a costa de otros, y estaba siempre de un sitio para otro, con los pobres, los marginados, los desahuciados, los perseguidos y eso a las autoridades no les venía bien y por eso le prendieron, le juzgaron y al final le mataron".
David escuchaba con atención aquellos relatos y no entendía cómo si le habían matado y era enemigo de las autoridades, po-dían encima tener imágenes de lo ocurrido, por lo que deducía lo importante que debería haber sido aquel a quien llamaban Jesús.
Y siguieron más adelante viendo imágenes y pasos. Llegaron hasta la del "Cristo de la Victoria", el resucitado, y le dijo Dani: "Dicen que a los tres días de haber matado a Jesús, crucificándole en medio de dos ladrones, le enterraron y fueron a ver la sepultura y había resucitado. Esto es lo que representa esta figura". Siguió contándole que el día de Pascua que es como se llama a esta con-
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memoración, se hace muy temprano una procesión, en la que se lleva al Cristo resucitado, en privado a las afueras del pueblo, casi a las mismas puertas del cementerio y luego cuando ya se supo-ne que han llegado al lugar llamado de las tres cruces, que además se ve desde el campanario, sale otra comitiva con la Virgen de los Dolores, en silencio, hasta el lugar que se llama del Encuentro, porque a lo largo de la carretera, cuando los que han llevado al Cristo, ven que se acerca la Virgen, se ponen en camino de frente a ella y según se van acercando, bajan las andas, en señal de arrodillarse ante la Señora, así tres veces por las tres caídas que
sufrió Cristo camino del Calvario cargado
con la Cruz donde
le clavaron hasta morir. Una vez que
ambas procesiones se
juntan, le quitan el velo que lleva sobre la cara la Virgen y el man-to negro es cambiado por otro blanco y empiezan las cofradías a tirar cohetes y a entonar cantos, mientras las campanas al vuelo anuncian que ya se ha pasado la Semana de Pasión y que es hora de alegría por la resurrección de Cristo. Las campanas siguen to-cando a Gloria y la procesión vuelve hacia la Iglesia pasando por las calles engalanadas con colgaduras y flores, banderas y todo tipo de adornos, les echan desde los balcones pétalos de flores a su paso y la alegría, el bullicio y la fiesta rompe al tiempo
que la primavera, y los mozos
y las mozas se van de rome-
ría y en las casas, hasta en
las más humildes no faltan los
hornazos y las perrunillas para invitar a cuantos forasteros vienen
esos días al pueblo...
David se preguntaba una y mil cosas... ¿cuánto ignoraba?, ¿qué historias insospechadas...? Y de pronto le preguntó a Dani: "¿Y si resucitó, dónde está?... ¿Qué pasó luego?..." Y Dani con mejor intención que conocimientos le contestó, que una vez resu-citado se fue al Cielo con el Padre, pero también se quedó en la tierra en forma de pan y vino y que cada vez que había una misa era como si le mataran y resucitara otra vez...
Continuaron por la iglesia viendo retablos, imágenes de santos
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que Dani apenas conocía, solamente por las novenas que constan-temente se estaban celebrando durante el año y que recordaba de pequeño. San Antón que era en Enero, la Virgen de las Candelas y San Blas en Febrero, en Marzo se celebraba San José, en Abril la Semana Santa, en Mayo la novena de las flores en honor a la Virgen, en Junio San Antonio el santo de los pobres y también de las muchachas que andaban buscando novio, en Julio no se acor-daba muy bien, serían vacaciones decía con cierta sorna, en Julio se celebraba la fiesta del Apóstol Santiago, en Agosto la fiesta de la Virgen de la Asunción que era la patrona de la Iglesia, en Sep-tiembre eran las fiestas del Cristo de la Salud que es cuando son las fiestas del pueblo y hay toros y verbenas, en Octubre la Virgen del Pilar, en noviembre la fiesta de Todos los Santos y de las áni-mas benditas del Purgatorio y por último en Diciembre la Navidad o nacimiento de Cristo...
David, se quedaba atónito ante tanto conocimiento por parte de Dani y es que el hecho de haber sido monaguillo le había dado, entre otras cosas, cierta cultura litúrgica y clerical.
Además era fácil con sólo recordar delante de cada imagen las diferentes novenas, triduos y octavarios realizados durante el año. David le preguntaba qué significado tenían unos cuadros pequeños que había colgados de las paredes alrededor de toda la Iglesia que eran todos iguales pero con diferentes motivos. Dani le dijo que se referían a las estaciones del Vía crucis, en las que se representaba la Pasión de Jesús, cuando le llevaban camino del calvario para crucificarle...
Entraron en la sacristía, Sancta Sanctorum de la monaguillería. Allí se guardan todos los accesorios y vestiduras para el culto, misales, vasos sagrados, candelabros, el palio, el incensario, las vinajeras, todo lo que tan familiar le resultaba a Dani que a medi-da que iban viendo, él explicaba a David con cuantos detalles es-taban a su alcance.
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Pasaron al corral o patio, de donde arrancaban unas escaleras de granito que llevaban directamente al campanario. Subieron por ellas. Cada vez resultaban más empinadas y costosas de subir. Los peldaños, a medida que se estaban acercando al final eran de cara-col cada vez más pequeños e inclinados de tal manera que cuando se coronaba la torre, con la sola luz de unas saete-ras que cada tres o cuatro tramos había en una de las caras de la torre y que en tiempos, cuando era castillo, sirvieron para su defensa, se llegaba arriba al fin con cansancio y falta de aire. Era el campanario una estancia de unos 15 o 20 metros cuadrados, con el suelo de rollos de río, lleno de fusca de los pájaros que al hacer sus nidos, infinitos, iban dejando caer. Eso sí, merecía la pena el esfuerzo realizado para llegar hasta aquel lugar, desde allí se divisaba perfectamente el pueblo tal y como le había contado Dani a David.
David estaba admirado de cuantos acontecimientos le sucedían con su amigo. Se estaba dando cuenta de una realidad bien distin-ta, era un nuevo descubrimiento de cosas en el pueblo para él has-ta entonces ignoradas, en contraste con la soledad del campo, se daba cuenta de que existían atractivos llenos de emociones. Era una pena que le pillara un poco mayor, por ejemplo respecto a Dani. No podía insertarse en el ambiente que él frecuentaba de discoteca, bares, pub, etc. Hubiera sido una ventaja haber asistido a la escuela, pensaba David. Ahora estaría a la altura de las circunstancias. Pero dentro de esta situación, tampoco podía quejarse. Ahora, con la venta de casi todos los animales, había reunido un dinero que le permitía no solamente ir viviendo, sino incluso reconstruir un poco la casa, y ponerse al día en tantas co-sas...
Una tarde acordaron David y Dani hacer una incursión en el supuesto sótano de la casa, para lo cual, se prepararon con una palmatoria cada uno. Levantaron la pesada trampilla con dificul-tad y entre chirriar de goznes y un olor a humedad podrida que
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ascendía por un tiro de escaleras de peldaños de piedra, dejaron la trampilla sostribada contra la pared del patio. Comenzaron a bajar por las empinadas escaleras. A su paso tenían que ir apartando las telarañas que hacían las veces de auténticas cortinas. Una vez en el suelo del sótano, una nave grande como una bodega, que estaba cubierta por el magnífico suelo del patio con unas formidables vigas de enorme tamaño estaba llena de muebles viejos, unas tina-jas de barro de grandes proporciones, tajos y banquetas cojas sin alguna de sus patas, arcas despellejadas, sillas de tijeras, un sin fin de maderas, puertas y cuarterones de ventanas y utensilios de todo tipo.
Decidieron, visto todo aquello y dándose cuenta de la poca uti-lidad, sacar a la luz todo subiéndolo al patio y allí clasificar lo que pudiera servir y deshacerse de lo inútil para dejar el só-tano libre. Dani preguntaba qué sentido tenía dejar libre el sótano si le sobraba prácticamente más de media casa, además estaba la dificultad para bajar a él y sin ventilación ni luz, en poco o en nada podía servirle, como no fuera para lo que estaba destinado, para guardar trastos y cosas sin uso.
Lo que no sabía Dani era que David, después de mucho pensárselo, había decidido dar un paso importante en su nueva vida, aunque para ello contaba con la colaboración de él y forma-ba parte de sus planes así como el inapreciable asesoramiento de Pedro y D. Noé.
A David le hubiera costado muy poco adaptar el gran sótano y el patio de la casa para montar un Bar o un pub o algo similar, con lo cual habría resuelto su vida para los restos...
Pero las intenciones de David iban por otro camino, había comprendido que no podía ser uno más en el barrio, ya que el des-tino había querido darle otra clase de vida él no iba a poner trabas.
En principio se trazó las líneas maestras de lo que en un futuro 131
sería su vida, su medio natural para el desarrollo de sus inquietu-des y sospechaba que iba a ser feliz a pesar de haber tenido que cambiar tan radicalmente de vida.
Su pensamiento estaba en abrir una entrada en la cara de la casa que daba al río, además de dos ventanales para dar luz y ventila-ción a la hasta entonces bodega-sótano. Tenía perfectamente cal-culado el lugar exacto. Para no dañar la estructura, había dos vigas que sostenían el techo. Una vez realizada esta obra, pensaba poner nada menos que un taller de artesanía donde se haría de todo: forja en hierro para ventanas, balcones, faro-las artísticas para jardines y terrazas. Otra sección para la artesanía más conocida por él. Había sitio suficiente para ello y se podían llevar a cabo varias actividades, desde telares clásicos para alfombras y telas, hasta un banco para trabajar las pieles, los huesos y las piedras de colores. Luego se pasaría a la pintura, sólo había que poner entusiasmo, y eso a David le sobraba.
Había hablado con D. Noé del proyecto, y éste le prometió co-laborar con él en la traducción y publicación de los libros y per-gaminos para darlos a conocer al gran público, con lo cual el futuro taller gozaría de prestigio y atraería a grupos de jóvenes de ambos sexos a seguir ese camino.
Pedro se encargaría de los trabajos de forja, que para
eso dominaba a las mil maravillas la fragua.
De los trabajos de pintura se encargaría Dani y uno de sus ami-gotes que era un verdadero artista haciendo carteles y grafitis.
Por último, David llevaría a cabo la cuestión de la artesanía, que aparte de proporcionarle el sustento, transmitiría sus cono-cimientos junto con el de sus colaboradores dando de esta forma nacimiento a la escuela taller que se llamaría escuela
"LA ESTRELLA DE DAVID".
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F I N
Madrid, 9 de Febrero de 1992
(Trigésimo sexto aniversario de la muerte de mi padre, q.e.p.d.)
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NOTA DEL AUTOR
En todo cuento, ya sea basado en leyendas o cierto poso de realidad histórica, el autor juega siempre con la fantasía, sin tener en cuenta el rigor, tanto de fechas como de lugares e incluso de personajes, nombres y geografía.
Acaso el agudo lector se haga entre otras muchas inte-rrogantes de
¿cómo?, ¿por qué?, ¿Cuándo?, ¿Dónde? ha sucedido todo esto.
Solamente una advertencia, que más bien quiere ser una suge-rencia: olvídate de todo rigor tanto literario como argumental y déjate llevar por la fantasía hasta lugares que de otro modo, resul-tan insondables.
Lo realmente sugerente de este cuento, puede ser que tal vez
ocurrió...
¿y por qué no?... Seguramente que ocurra, hoy, cualquier día de estos, he ahí la grandeza y el enigma del personaje, DAVID, que puede estar entre nosotros y parafraseando al autor de un evangelio de revelación Divina diría:
"Con vosotros está y no le conocéis....", "El vino a los suyos y los suyos no le recibieron..."
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Í N D I C E
INTRODUCCION .......................................................................... 3
CAPITULO I: Vida y entorno de David ......................................... 5
CAPITULO II: Descubrimiento del pueblo .................................... 7
CAPITULO III: Su vivienda – un chozo – ................................... 11
CAPITULO IV: Visita de unos excursionistas ............................. 17
CAPITULO V: David llega hasta el campamento (acampada) .... 25
CAPITULO VI: De vuelta a casa ................................................. 31
CAPITULO VII: Visita al pueblo – La estrella de David – ......... 39
CAPITULO VIII: En busca de la señal ........................................ 49
CAPITULO IX: Unos cazadores perdidos en la sierra ................. 57
CAPITULO X: Llegó la primavera .............................................. 65
CAPITULO XI: Consulta con Don Noé ....................................... 75
CAPITULO XII: El guarda forestal, su hijo Dani ........................ 85
CAPITULO XIII: Dani… confiesa ............................................... 97
CAPITULO XIV: El pueblo, otra vez el pueblo ......................... 111
CAPITULO XV: La casa de sus antepasados ............................. 121
NOTA DEL AUTOR .................................................................. 135
Í N D I C E .................................................................................. 137
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