CRÓNICA TAURINA

CRÓNICA TAURINA

Todo comenzó en la calle Vallehermoso 3…
Uno de los muchos días en los que me pasaba por el restaurante “Los Aperitivos” a comer, bueno a tomar algo pues el presupuesto no andaba muy boyante, uno de los camareros, tal vez el más joven de todos ellos, se me acercó porque me oyó comentar que las fiestas de mi pueblo comenzaban en unos días y que me iría a pasar unas jornadas de asueto, pues ya hacía algún tiempo que no visitaba mi tierra…
Me oyó decir que había tres días de fiesta con novilladas de toros y reconocidos carteles de las afamadas figuras de por entonces, hablo de los años sesenta y pico.
Con cierta timidez para no despertar sospechas de haber estado escuchando las conversaciones que manteníamos otro amigo y yo, a propósito de las fiestas patronales de mi pueblo, se acercó tímidamente y a pesar de haber cierta amistad entre ambos por verme por allí frecuentemente, me espetó:
- ¿Oye, en tu pueblo hay novilladas de toros…?
- A lo cual yo respondí:
- Ya lo creo y con buenos carteles, ¿por qué me preguntas eso?
- Es que verás, yo, me contestó él, soy novillero, lo que pasa es que no tengo ocasión de demostrarlo y al oírte hablar de toros y tal, me ha picado el gusanillo y pensaba yo si sería posible debutar en algún sitio donde se pudiera demostrar mis habilidades en el arte de Cuchares.
Soy de Alcalá de Henares; pero aún no me he estrenado, pues piden un pico por matar un novillo y se escapa de mis posibles.
Yo me quedé perplejo, ver como un artista, tal vez ignorado, podía dar la campanada al estilo de los de por entonces figuras “El Cordobés” “Palomo Linares “y noveles por el estilo.
Me dio que pensar y al día siguiente, volví sobre el tema. Le dije al sujeto en cuestión:
¿Dime, porque te interesabas ayer por el asunto de los toros de mi pueblo?
Él me contestó, que había intentado torear en plazas de los pueblos de la región; pero en todas le pedían tener que pagar con lo cual y dada su precariedad nunca había logrado estrenarse.
Yo, solamente le prometí hablar con un amigo del pueblo, ya que su padre era uno de los empresarios de la plaza de toros, vi como sus ojos brillaban de emoción y eso que solamente era una promesa sin resultado definitivo.
Pasaron unos días y tuve ocasión de hablar con mi amigo el cual no me puso impedimento alguno, en cuanto tener que pagar, aunque tampoco cobraría nada por su actuación.
Cuando se lo comuniqué a Jóse, que así se llamaba el “maestro” en cuestión, casi se le saltaron las lágrimas de alegría, ya comenzó a comunicárselo a sus compañeros y estos le prometían acompañarle en su debut.
Días después, me enteré de sus preparativos en cuanto a traje, atuendos y demás para el gran día, por sus compañeros, que me decían la ilusión tan grande que habían percibido en Jóse, algo que había transformado su comportamiento, ahora estaba más ufano, alegre, dispuesto, servicial, un cambio por el que su propio jefe se había interesado y estaba dispuesto a fletar un autobús para verle actuar como torero.
Y llegó el gran día…
Se habían confeccionado los carteles y la gran noticia fue que en medio de los dos espadas de turno se había incluido a Jóse, cuyo nombre de guerra que no artístico, era nada menos que el rimbombante “GAYO GAYITO II”, torero de reconocido prestigio de Alcalá de Henares , el me aclaró que para no parecer plagio del gran GALLO matador de toros y gran maestro y figura de los años treinta en Sevilla, se había cambiado la Y por LL.
Estaba loco de contento, cuando le presenté el cartel con todo lujo de detalles, a todo color con un fiero y terrorífico toro en el centro del mismo y a continuación el “Cartel” con su nombre en letra de molde y nada menos que formando terna con dos novilleros de reconocido renombre, todo un milagro, me decía…
El día antes del debut, fuimos al pueblo, como las grandes figuras en un deportivo de mi jefe, donde sólo había dos plazas y el maestro sentado en medio de los dos, con el freno de mano clavado en el culo y ardiendo, pues en Agosto y con la transmisión del cambio entre las dos piernas, huelga todo comentario.
La noticia entre los amigos, corrió como la pólvora, Floren había traído a un torero que se anunciaba en los carteles y prometía darlo todo pues era debutante e iba a muerte con el asunto.
Después de una noche por los bares de la localidad, haciendo patria entre la gente del pueblo, que le animaban prometiéndole su presencia en el coso taurino; llegó el gran día…
Por la tarde a eso de las tres, el debut era a las cinco, como en la poesía de Lorca: “eran las cinco de la tarde…”comenzaron los preparativos en cuanto a la vestimenta del “maestro”, la ropa llegó un tanto arrugada pues el maletero del deportivo era limitado y hubo que estirarla a mano, aunque el traje de luces, alquilado, se prestaba a pocos apaños.
Una de las situaciones más grotescas que he vivido en mi vida, fue la contemplación de vivir la liturgia que acompaña el vestir de un torero, primero la ropa interior, también de alquiler, pues es una especie de tubular elástico que se acomoda a los recovecos corporales del torero, aunque este nuestro amigo tenía más huesos que chicha, como decía uno de los amigos que acompañaban la faena: parece el quijote, con más huesos que otra cosa.
Lo mejor llegó a la hora de apretar los machos, sobraba tela por todos los lados y por más que tratábamos de acomodar la “taleguilla” no había manera de ajustarla, aunque al fin logramos que pareciera un torero y disimular la “triste figura”.
Ya comenzó la comitiva hacia la plaza de toros, el “maestro” esta vez en el deportivo vestido de luces y en todo su esplendor sentado en el capo trasero del deportivo con las piernas dentro del asiento sin los rigores de la transmisión, yo acompañando a mi jefe y detrás de nosotros varios coches de amigos, con chicas vestidas de “manolas” para la ocasión, incluso con ramos de flores y sonando los cláxones de los coches anunciando lo que se presumía un gran acontecimiento.
La entrada en la plaza fue apoteósica, los aplausos arreciaron al ver aparecer en el coso el deportivo con el maestro saludando y emocionado por el recibimiento, nunca se lo hubiera creído ni en sus mejores sueños.
Acto seguido y ya a pie, se presentó ante los diestros que hacían de padrinos en el debut de nuestro amigo que además le habían prometido prestarle la cuadrilla con sus banderilleros y todo cuanto rodea esta fiesta. Saludos protocolarios, efusivos y emocionantes, nunca antes nuestro protagonista había vivido semejante situación.
Sonaron los clarines y timbales y una corriente de ¿miedo?, ¿pánico? ¿Estupor? Recorrió todo el cuerpo de nuestro amigo. Nunca antes había visto tanto público, con motivo de su actuación, él se las prometía así mismo dar todo lo mejor de su exiguo oficio y sus compañeros y ya amigos de terna, le daban palmadas de ánimo pues le vieron palidecer por momentos y aún no habían salido los morlacos…
Capítulo aparte merece el desarrollo de la novillada, pues había picadores y el paseíllo era todo un despliegue de medios, parecía más bien un ballet o un desfile de moda, amén de que la tarde se presentaba preñada de novedades.
El cabreo de las “manolas” que asistían como madrinas a la novilladas, subió de tono al ver que el capote de paseo el torero se lo envió a las pijas del pueblo, por entender Gayo que era una gentileza de mi jefe el haberle llevado al pueblo en su coche y se sintió obligado a tener un detalle con la novia de este que se encontraba con la panda de señoritas bien.
A partir de ese momento, las flores que habían llevado para tirárselas cuando diera la vuelta al ruedo quedaron en suspenso, a no ser que enmendara la plana brindándoles el único novillo que le correspondía en turno.
Tuvieron la gentileza los compañeros de cederle el primer novillo, corriendo el turno correspondiente y consciente de las incertidumbres y deseos de quedar bien el torerocantano, algo que Gayo Gayito II agradeció sobremanera.
Se hizo silencio en la plaza, arreciaron los repiques de tambores y cornetas, el Presidente del festejo sacó un pañuelo blanco por encima del sitial de la presidencia y antes que se diera cuenta nuestro debutante, tenia frente a sí, un enorme novillo, con al parecer del mismo, de muy malas intenciones, pues nada más olisquear el albero de la plaza, comenzó a lanzar arena con las pezuñas delanteras y a mirar de soslayo cuanto se movía a su derredor.
Gayito, engallado nunca mejor dicho, aunque un tanto descompuesta la cara y la mirada fija en ese animal, que se le antojaba un búfalo, por los bufidos que emitía, ya el público esperando que diera el primer farol, pase de castigo, capotazo o cualquier jerigonza que se inventara y un tanto impaciente pues el tiempo corría y el maestro no se definía, mientras empezó a tocar palmas de tango, lo que avivó el espíritu de Gayito y sin más se presentó en los medios.
Ese novillo, toro, de capa nevada, jabonero, tuerto de un cuerno, bragado meano, un tanto desgarbado y con las costillas señaladas como un serrucho, se arrancó sin previo aviso lo que no dio lugar a Gayito a colocarse, y apenas en décimas de segundo, vimos volando por los aires a nuestra figura, dando con sus huesos después del revolcón en la arena y siendo rematado con inquina por el novillo, gracias a las asistencias de los colegas la cosa no llegó a mayores.
Ya superado el miedo escénico, el verdadero pavor por lo sucedido, Gayo se puso en pie compuso la maltrecha figura y dando un paso adelante ya sólo de nuevo en la plaza se enfrentó al animal con un par y este entró como un tsunami al capote, que le fue arrebatado con el cuerno gacho, quedando al albur nuevamente nuestro amigo.
De nuevo la asistencia de uno de los banderilleros, le solucionó la papeleta, recogiendo el capote y entregándoselo al maestro.
Pasó un siglo, hasta que de nuevo sonaron los timbales y se cambió el tercio, nada bueno se presagiaba pues el público, no se si enfadado o enardecido, empezó a increpar a un banderillero que se disponía a realizar su faena, ante la insistencia del respetable, cedió los garafullos al maestro y este sin pensárselo dos veces se cuadró ante el morlaco, el toro se le arrancó de lejos y el personal del callejón, que se temía lo peor, no quería ni mirar, pasó el toro lamiendo los machos del torero y este intento clavar las banderillas en el lomo del novillo, pero falló en el intento y por el tendido se corrió la voz de un aficionado de voz potente que decía: ¡ Hombre a la capa de ozono, no, al toro coño!. La juerga ya se extendió por todo el tendido y el cachondeo hizo acto de presencia en el ruedo.
La faena avanzaba, y aún quedaba lo peor, matar al novillo…
Gayo tomo los trastos, se santiguó, bebió agua, escupió, y ya más tranquilo pues el toro había perdido parte de su brío, con carreras de aquí para allá, le dio dos muletazos de castigo, tratando de someterle, el toro bramaba, cabeceaba, daba coces y los silbidos arreciaron en el tendido.
Gayo, nervioso y apurado por un aviso que sonó a las trompetas del juicio final, se enfrentó a la suerte y sin pensárselo dos veces se lanzó al volapié sobre el toro, atravesándole el costado o lo que es lo mismo vistiendo de guardia en el argot taurino.
Los compañeros acabaron la faena, dándole la puntilla no una sino hasta seis veces, pues el toro se levantaba, ante el cabreo del público una y otra vez, hasta que tal vez aburrido el novillo se entregó a la muerte, yo creo que deseada.
Florentino Santos Barbero en Madrid 16-Agosto-2012



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